Verte hoy, junio de 2009, en un evento para mujeres como nosotras, me hace pensar que el tiempo nos atraviesa sin compasión, pero nos sorprende con la belleza feroz de la vida vivida a plena consciencia. No me soportas, Albanela, aunque fui tu primer amor y han pasado décadas desde entonces. ¿Por qué tanto resquemor, si las dos luchamos por las mujeres como nosotras, si el pasado nos une y si, finalmente, han pasado ríos de olvido?
Eres mucho más virulenta de lo que te recuerdo en tu hablar sin piedad sobre este mundo imperfecto que conspira segundo a segundo en contra de nosotras -las eternas víctimas-, más convencida de tus ideas sobre este planeta injusto al que contemplas como la agonía de los condenados de la tierra, más dura que cuando te conocí en aquellos lejanos días universitarios plenos de lecturas, pedanterías de estudiantes destacadas e inseguridades de novias primerizas. Décadas han pasado desde que escribimos juntas nuestra tesis de grado. Ahora, la distancia entre nosotras ya no se mide en años, pues una de las dos habrá de emigrar en 2017 a causa del bando político que la otra apoya. ¿Seguirás con tu verticalidad de evangélica atea, de santa que vivió en una época equivocada?
Tenemos 20 años. Fingimos caricias inocentes de amigas que prefiguran lo que un diciembre sucede en una mañana fría en mi cama y en mi casa, un beso desmañado e interrumpido por tu miedo, que luego se convertirá en una noche de amantes supuestamente expertas, un bello comienzo entre jóvenes que de amor sabían lo que habían leído y poco más. Tú, entregada y cándida, menos golpeada quizás por la vida, paladeas el amor con la plenitud e inevitabilidad que para mí no es tan fácil. No importa, eres mi primer amor de verdad, la novia que no había tenido entre intentos que no iban a ningún lado. Nos vemos todos los días del mundo. No hay cerveza, ron o guarapita que no compartamos, ni pena, alegría, noticia o actividad por separado. Soportas mis dificultades familiares y me ayudas; eres generosa y el que tú seas de los elegantes Los Palos Grandes y yo de la fea Santa Teresa no hace mella en la relación. Nuestras amistades universitarias moran en los más diversos lugares de la ciudad. Saltamos con tu viejo Volkswagen de El Cafetal a San Bernardino; de El Cementerio a Catia; de la avenida San Martín a las Minas de Baruta; de Santa Sofía a El Valle. Bailamos la música de Willie Colón, Rubén Blades, Héctor Lavoe; oímos al grupo Queen, Tito Rodríguez, Celia Cruz, Los Beatles y Rocío Dúrcal. Nos solazamos con Wagner y Mahler. Se supone que nuestras familias no saben, aunque sí saben, como ocurre siempre en estos casos. Incluso con algunas amistades callamos, pero la secreta geografía de las afinidades sexuales va perfilando espacios de absoluta tolerancia. Mis más íntimos pensamientos te son comunicados con una sinceridad y exactitud que llamamos honestidad y lealtad, porque somos jóvenes de vanguardia, abiertas a las grandes ideas y a las radicales libertades de los hombres y mujeres que se declaran en la feliz condición bárbara de despreciar el pasado, la familia, las tradiciones, la sociedad, el gobierno y el mundo. Adoradoras de la vida pura y sin ataduras, experimentamos en nuestra relación con nuestras amigas y amigos a quienes metemos en nuestras vidas y camas. Estos experimentos de (cama)radería no hacen mella en la relación. Más celos nos dan las intromisiones de los trabajos o la familia en nuestras vidas, o al menos eso es lo que nos decimos mirándonos a los ojos durante tantas efusiones de ternura.
Hoy te veo más delgada que cuando te conocí, acompañada por otra mujer que comparte tus ideas como en aquella época las compartía yo. Se habla de política y de feminismo en esta reunión de féminas y mi desenvoltura oculta la turbación que me causa que tú y yo, en bandos políticos distintos, nos empeñamos en que el mundo no siga igual a como nos fue entregado. Sería tan fácil aceptar el puro destino individual que solo a cada quien compete. No, por favor, tú y yo necesitamos sumergirnos en la conciencia plena del destino compartido con otras personas. Hoy te oigo hablar cual profeta inflamada, estás muy contenta, se te nota. Hasta me tratas con amabilidad, qué bueno.
Estamos en nuestro estreno en los bares para mujeres de Caracas. Nos sobra ingenuidad frente a aquel mundo tan ajeno a nuestra manera franca de ver las cosas, con jóvenes de nuestra edad o unos años mayor tempranamente desengañadas, entregadas a las mentiras y a una cotidianeidad sin consciencia de futuro. Bailamos sin parar, muertas de curiosidad, entusiasmadas, abiertas a alguna aventura amorosa de cualquiera de las dos que luego nos contaremos con minucioso detalle, si es que no la compartimos en momentos de emoción y cama a trío. Una mujer de piel de miel quemada, vestida de blanco y con una melena aleonada me sonríe con unos dientes refulgentes. Tú me animas para que hable con ella y lo hago. Fue como hablar con una extranjera y te lo cuento con pelos y señales:
Nunca había conocido a nadie como tú, con tu generosidad, tu capacidad de entrega, cortesía y ánimo probado. Vales más que yo en espesor de alma. Santa a destiempo, tus privilegios sociales te causan vergüenza, tanta que algún psicoanalista diría que la culpa te lleva al sacrificio. Yo, pobre y desclasada, apenas con mi ánimo de estudio y poco más, no tengo tu nobleza ni la entiendo. Es más, supongo que hoy, en 2009, piensas que me aproveché de ti. Me resultaba fácil pensar que el mundo, el sistema, los padres, el país o la genética tienen la culpa del íntimo sufrimiento, en lugar de asumir que nadie nos debe nada si nos ama.
Tú, una santa en un mundo sin dioses, noble y fanática; yo apenas con la lucidez mortal de los temperamentos irónicos, implacable conmigo misma, dotada de una memoria demasiado privilegiada para ser veraz. Nos parecemos, aunque sea en esta memoria tamizada por el rencor que no es más que la fragilidad esencial de quienes nacieron lobas pero extrañan cierta calidez propia de las manadas. Te veo con tu gente que desconfía de esta sencilla reunión de mujeres similares, amantes de lo similar. ¿Se tratará de alguna oscura conspiración de “lesbianas de derecha”? Te oí esa expresión en un coloquio en 2008 e inevitablemente se alborotó mi lengua-gatillo:
En aquella librería abarrotada y calurosa de Los Chaguaramos florecieron los discursos y también trabalenguas como “heterolesbofeministas en contra del falogocentrismo”, sismo verbal que luego me tocó explicar con paciencia a algunas de las asistentes en una mesa de bar con cervezas frías. Solo un grupito de nosotras sabíamos que tú y tus amigas no regresarán a las reuniones, porque para ustedes la diferencia ideológica es pecado mortal; las entiendo, yo también pienso que ustedes encarnan la estupidez comprometida con el supuesto bien de la humanidad. Pero el entendimiento no es aprobación, es apenas la dolorosa aceptación de la inevitabilidad de lo que somos, criaturas ávidas de pertenecer a un lugar seguro con la adecuada compañía, así ese lugar seguro sea una abstracción llamada ideología. Qué triste esta moral de fiera herida que encarna el mal en cualquier pendejo o pendeja que pertenezca al bando contrario.
¿Te acuerdas de aquel viernes cualquiera en el que fuimos a comprar ron en una licorería de Santa Teresa y sonó en el reproductor del carro Under pressure? La alegría, la plenitud, la certeza de vivir, las manos tamborileando en el techo del carro, la prolongación de nuestra excursión en busca del licor para volver a escuchar una canción que ha sido para mí solaz y biografía.
Mmm num ba de
Dum bum ba be
Doo buh dum ba beh beh
Pressure pushing down on me
Pressing down on you, no man ask for
Under pressure that burns a building down
Splits a family in two
Puts people on streets
Um ba ba be
Um ba ba be
De day da
Ee day da, that’s okay
It’s the terror of knowing what the world is about
Watching some good friends screaming
“Let me out!”
Pray tomorrow gets me higher
Pressure on people, people on streets
Day day de mm hm
Da da da ba ba
Okay
Chipping around, kick my brains around the floor
These are the days it never rains but it pours
Ee do ba be
Ee da ba ba ba
Um bo bo
Be lap
People on streets
Ee da de da de
People on streets
Ee da de da de da de da
It’s the terror of knowing what the world is about
Watching some good friends screaming
“Let me out”…
Pero en aquellos años estar bajo presión era el relámpago del futuro, no una amenaza.
Otras veces nuestras idas a la licorería siguen diferentes caminos musicales. El local compartía la cuadra con un burdel en cuya entrada se formaban filas de varones impacientes por un rato de cariño extremo. Montados unos encima de otros en el Volkswagen, felices y feroces, seis o siete amigos y amigas cantábamos a coro sin piedad “El polvorete”, pieza que resonaba a todo volumen en el reproductor. Más de una sonrisa vi en aquellos lúbricos varones ante nuestra desfachatez juvenil:
Quien pudiera tener la dicha que tiene el gallo
Racatapunchinchin el gallo sube
Echa su polvorete, racatapunchinchin, él se sacude
Aquella travesura solía acompañarse de largas disquisiciones sobre la putería y otros tantos demonios que se mezclaban en conversaciones inacabables que bien podrían terminar en batallas verbales campales. En esa época solo había una inteligencia -aprender, pensar, inventar- así que reparar en las emociones ajenas era de débiles y aburguesados; la sinceridad se confundía con la agresión, el talento con el afán guerrero y la autenticidad con la descortesía. Por supuesto, tú no eras así, los demás lo éramos, especialmente yo, quien seriamente pensaba que la sinceridad era la más grande virtud en un mundo podrido. Pobre de ti con semejante maleducada al lado.
El tiempo me ha domado tal cual se cosecha la caña de azúcar, a machetazo limpio. Por lo menos quedó una sentimentalidad más limpia, más atenta, más dulce. Soy cortés contigo en esta noche en la que se habla de derechos civiles con tal tono de felicidad que parecemos conversar sobre la belleza de la vida y el encuentro del amor. Acaba de morir Michael Jackson -pedófilo y racista, oí que lo llamó alguien en la librería-, cuyo video Thriller vimos en su estreno en el balcón de tu casa. Aquel par de comunistas no se iban a perder un acontecimiento tan memorable como el primer gran videoclip de la historia, especialmente creado para el estreno de la canción. Disfrutamos la gozosa música de la década, que incluye a estrellas como Stevie Wonder, los arrolladores Yordano e Ilan Chester y los merengueros Fernando Villalona, Las Chicas del Can y Wilfrido Vargas.
Comunistas sí, tontas no.
De tu bello apartamento en Los Palos Grandes no tenemos inconveniente en saltar a lugares completamente diferentes, entre ellos mi casa en la histórica parroquia Santa Teresa. Asistimos los fines de semana a un apartamento de la fea y centenaria parroquia San Juan, en donde una pareja de médicos y una compañera de clase mayor que nosotras hacen las reuniones de la célula del Partido Comunista a la cual pertenecemos. Nada como los comunistas para perder el tiempo en reuniones, pero nos encanta leer documentos, burlarnos de Tribuna Popular -el periódico del partido-, y luego tomarnos unas cervezas en Sabana Grande.
Desde bandos distintos, compartimos de nuevo una causa. Tus amigas militantes miran con desconfianza a aquella masa de mujeres “sin conciencia política” reunidas solamente para reconocerse entre sí como personas. Algunas de nosotras habíamos participado contigo y tu gente en la entrega de un documento a la Asamblea Nacional con una propuesta de reforma del Código Civil, para dar entrada a nuestros derechos civiles. No logramos nada. Nunca olvidaré la excusa de la diputada que recibió el documento: “es que los camaradas evangélicos...” En ti había una santa, nunca una Lutero que quebrara la fe. Tragaste sin chistar, con tu autoflagelante disciplina monjil.
¿Fuiste tan generosa porque me amabas o por un impulso ajeno a mí que te llevaba al sacrificio y la pobreza sin necesidad alguna? Estamos en tu carro en 1986 y conversamos sobre el trato dado a homosexuales y lesbianas en países socialistas; la discusión se cierra con una frase que me lanzas sin pensarlo dos veces:
- Solo te interesa tu situación personal, un sentimiento miserablemente pequeño burgués.
Puedo entender tu resquemor. No fui la mejor compañera porque no tenía cómo, era demasiado pagada de mí misma por insegura, demasiado ignorante respecto a la vida, demasiado joven, angustiada por la falta de dinero y exigida por una madre a la que le sobraban las buenas intenciones, pero no la adultez necesaria. Me faltaba refinamiento emocional, contención y plena consciencia de las formas. En esto pienso mientras brindamos hombro con hombro en una librería de Los Chaguaramos, fraternas y sonrientes. Brindamos igualmente el día de nuestra graduación en la Universidad Central de Venezuela en 1986, pocos días apenas antes de separarnos definitivamente, amantes y sonrientes. Brindamos tantas veces en lugares tan diferentes, solas o acompañadas, pero ya no volverá a ocurrir porque no levantamos copas en la misma tierra.
Tampoco la levantaría para brindar con una santa como tú, Albanela. ¿Por cuál motivo íbamos a brindar? ¿Por el país que se convirtió en el cadáver de tus sueños?