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Estudios sociológicos

versión On-line ISSN 2448-6442versión impresa ISSN 0185-4186

Estud. sociol vol.33 no.97 Ciudad de México ene./abr. 2015

 

Reseñas

José Luis Sánchez Gavi, El espíritu renovado: la Iglesia católica en México. De la nueva tolerancia al Concilio Vaticano II. 1940-1968: Puebla: un escenario regional

José Antonio Alonso Herrero* 

*Instituto de Ciencias de Gobierno y Desarrollo Estratégico, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

Sánchez Gavi, José Luis. El espíritu renovado: la Iglesia católica en México. De la nueva tolerancia al Concilio Vaticano II. 1940-1968: Puebla: un escenario regional. México: Plaza y Valdés, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2012. 411p.


La copiosa información presentada por José Luis Sánchez Gavi en el último libro de la trilogía dedicada a la investigación de la Iglesia católica en Puebla dificulta el descubrimiento del espíritu renovado al que se refiere el autor en el título. Más que el espíritu es la multiforme actividad económica, social y política de la Iglesia poblana la que aparece documentada en este extenso volumen. La carencia de un archivo eclesiástico disponible obligó a Sánchez Gavi a acudir a múltiples fuentes de información con las que teje una densa red de hechos y de datos sólo aparentemente espirituales más que clericales. Desde la introducción se nos presentan las tres direcciones abarcadas en el libro: la complejidad interna de esta organización vaticana; en segundo lugar, su inagotable relación con el Estado Mexicano y, finalmente, la variada interacción con múltiples actores de la sociedad poblana.

En el primer capítulo se describe el escenario social y político en el que se inserta la Iglesia poblana entre 1940 y 1968. Los dos grupos dominantes, el primero económico integrado por empresarios textiles y comerciantes y el segundo político lidereado por el PRI, son los más tradicionalistas y conservadores. Su sustrato cultural y religioso los coloca cerca de la jerarquía eclesiástica. El actor central, sin embargo, es la Iglesia vaticana, cuya influencia más que simplemente cultural es, ante todo, política. En la primera fase (1940-1946) se impone la herencia del cacicazgo avilacamachista, pero con la descomposición posterior del feudo de Ávila Camacho se impuso el nuevo PRI. No obstante, en 1951 el avilacamachismo recuperó el poder. Desde el ángulo vaticano hay que destacar en este periodo la participación de las mujeres en los comicios de 1955, reclutadas por el PRI. También la Iglesia poblana favoreció el empadronamiento femenino a través de los sacerdotes al sospechar que, dado el tradicionalismo de las mujeres en aquella época, el voto femenino favorecería sus intereses.

A fines de los cincuenta se produjo el ocaso del cacicazgo avilacamachista y comenzó a aumentar la presión social por el incremento de los problemas económicos. Así fue como en 1961 el presidente López Mateos tuvo que enfrentar una nueva problemática: el asunto educativo. Antes la situación en Puebla había comenzado a adquirir matices nuevos. Los ataques de Fidel Castro al imperialismo yanqui y la posterior invasión estadounidense a Cuba fueron el caldo de cultivo, concretamente en Puebla, para que explotara la tensión entre dos bandos contrapuestos. La pugna giró en torno a los estudiantes de tendencia liberal-izquierdista y los estudiantes conservadores de las escuelas católicas. Al involucrarse en la contienda los representantes patronales, otros actores como la Iglesia poblana tomaron partido. Así fue como el arzobispo Octaviano Márquez y Toriz publicó en mayo de 1961 una polémica carta pastoral. El prelado advirtió a los fieles católicos de los peligros del comunismo y de su infiltración en el sistema escolar nacional. La resonancia de esta carta fue estruendosa. A partir de esa concentración masiva “la sociedad poblana se convirtió en el corazón de la reacción anticomunista y centro del clericalismo” (p. 47). El gobierno del estado, afirma el autor, “se vio desbordado por la jerarquía católica que hasta entonces había sido aliada”. La Iglesia vaticana en México cerró filas con el sector empresarial ante la expansión amenazante del comunismo.

Siguieron varios meses de creciente tensión, en la que participaron estudiantes universitarios provenientes de instituciones ideológicamente contrapuestas y en la que hubo momentos de tregua. A lo largo de esa década se sucedieron los enfrentamientos gracias a la participación activa de políticos, sobre todo del PRI, de empresarios textiles y comerciantes y de organizaciones estudiantiles. En 1965 intervino de nuevo la jerarquía eclesiástica, a petición de la Unión Estatal de Padres de Familia, para invitar a un nuevo acto de desagravio por lo que llamó “las blasfemias comunistas” (p. 64). Invitación apoyada, como era lógico, por el PAN. En ese ambiente se integraron también los sectores empresariales, apoyados por la Iglesia poblana, para criticar la situación imperante en la Universidad Autónoma de Puebla. Años después tuvo lugar un evento trágico que sintetiza el ambiente cultural de la época. Ocurrió en San Miguel Canoa, donde “trabajadores de la UAP fueron linchados por pobladores azuzados por el sacerdote, quien los tildó de comunistas” (p. 69). Sirva este largo preludio como punto de apoyo para comprender a fondo la síntesis de los restantes capítulos.

En el capítulo segundo, dedicado a la Iglesia católica en Puebla, el autor tiene en cuenta los periodos eclesiásticos marcados por autores tan conocidos como Roberto Blancarte y Rodolfo Soriano, pero privilegia el análisis regional. Las relaciones entre el Estado y la Iglesia poblana fueron moldeadas por los problemas del creciente protestantismo, la modernidad y el supuesto socialismo. La respuesta eclesial se dio a través de diversos movimientos y organizaciones, tales como la Acción Católica y la Conferencia del Episcopado Mexicano, entre las más conocidas.

El autor describe cómo se articula la Iglesia poblana a través de distintos cuerpos, pero no omite subrayar que por derecho divino “la Iglesia es una sociedad jerárquica, en la cual la autoridad suprema es el Papa al que se someten cardenales, arzobispos y curas”. En 1967, gracias a la apertura democrática promovida en el Concilio Vaticano II, surgió un nuevo cuerpo conocido como el Consejo Presbiteral. Pero la Iglesia continuó desarrollando sus funciones a través de una estricta organización jerárquica, dirigida por un sacerdocio masculino (p. 77). Subordinada a esta jerarquía se encuentra una densa estructura formada por numerosos religiosos y religiosas. El autor destaca que esta compleja red de agrupaciones no logró impedir que el porcentaje de católicos cayera de 99% en 1940 a 92% en 1970, mientras que el número de protestantes se elevó de 9 482 en 1940 a 43 030 en 1970.

El autor destaca que al principio del siglo XX las relaciones de la jerarquía católica con los distintos grupos de poder permanecieron inalterables, por ejemplo con el sector textil descendiente de españoles, herederos del rancio catolicismo ibérico. Estos grupos dominantes se identificaban entre sí, sin apenas mezclarse con otros sectores sociales y étnicos. La Iglesia fortalecía esta identidad a través de una cultura específica religiosa. Las múltiples agrupaciones y grupos religiosos que proliferaban en aquella época se fortalecían porque hasta “los empresarios católicos participaban en actividades eclesiales permanentemente” (p. 84). Para ese periodo merece especial mención la presencia del movimiento sinarquista en numerosos municipios de Puebla. El vigor alcanzado por esta organización hacia 1942 hizo que la propia prensa de orientación católica se lanzara contra ellos y los llamara antipatriotas. Durante los años cuarenta los sinarquistas desarrollaron una intensa actividad en contra del gobierno priista (que lo condenó) y los protestantes, mientras que “las relaciones entre el sinarquismo y la Iglesia poblana se mantuvieron en la ambigüedad” (p. 95). Aunque en 1956 los sinarquistas organizaron esfuerzos con la Acción Católica para apoyar a los católicos de Hungría.

Más espacio es dedicado al PAN, partido que había surgido bajo el control de la Iglesia. En Puebla, más que en otras zonas del país, el PAN adoptó una organización elitista por su estructura y método de reclutamiento. Como ha ocurrido en décadas más recientes, la Iglesia romana exigía a los católicos que rechazaran a los partidos políticos cuyo programa contuviese principios condenados por la Iglesia. La evolución posterior mostraría que este apoyo “indirecto” de la Iglesia no impidió el predominio electoral del PRI.

Tras describir minuciosamente las intensas relaciones cultivadas por la Iglesia poblana con el partido dominante durante la década de los años cincuenta, el autor señala que los años sesenta vieron el deterioro en las relaciones Iglesia-Estado (p. 115). Con motivo del conflicto estudiantil, la relación se tornó un tanto ambigua. Sin embargo, al final de este periodo en el cual hubo más enfrentamientos estudiantiles, el autor concluye reconociendo que “el sector dominante y mayoritario en la jerarquía católica cerraba filas con el gobierno”. Los altibajos en la relación con el gobierno concluían en el terreno de la negociación, lo cual convino a ambas entidades.

El tercer capítulo está dedicado con perspicacia a uno de los factores clave para entender la política vaticana, más aún, en el estado de Puebla. Por una parte, la jerarquía católica se dedicó a despolitizar al clero y al laicado católico, mientras que por otro lado se esforzó por revitalizar los cultos populares. Resulta imposible mencionar la lista completa de eventos, actividades, procesiones y devociones que jalonan el año litúrgico en Puebla con la participación casi exclusiva de las clases populares. No falta el aporte de la devoción hispana que lo mismo revive la devoción a la Pilarica que al apóstol Santiago. El impulso eclesiástico se extendió ininterrumpidamente desde la década de los cuarenta y contó con el apoyo explícito de diferentes Papas. Como era de esperarse, la conjunción del fervor popular con la sabia política episcopal llevó consigo la construcción y renovación de los templos de la arquidiócesis. Proceso que culminó con extraordinarios actos solemnes que lo mismo conmemoraban “el traslado de los restos de monseñor Enrique Sánchez Paredes” que el proceso de canonización de una monja poblana. La devota estrategia culminó al aceptar la bandera nacional como símbolo de culto cívico-religioso (p. 147). Tal efervescencia devocional no podía sino culminar con la proliferación de milagros. Aunque no debe omitirse que la postura de la alta jerarquía no se olvidó de recordar la debida cautela ante los excesos de la “religiosidad desbordada”. Al concluir este periodo la vitalidad devocional se enfrentó a la nueva orientación promovida por el Concilio Vaticano II. Porque la mitra poblana reprobó las ideas extrañas y recomendó prudencia para aceptar ideas novedosas (p. 157).

Los artículos IV y V están dedicados a dos temas complementarios: el laicado católico y el cambio de estrategia promovido por el Concilio Vaticano II (1962-1965). El capítulo IV se dedica a la marcha de la Acción Católica como instrumento para ganar a la masa porque, según la jerarquía, “ésta ha crecido entre paredes sin un crucifijo, alejada del altar, etc.” (p. 164). Estas actividades “reconquistadoras” se concentraban en el plano asistencial. Situación que pronto se vio inmersa en la nueva orientación modernizadora del Concilio Vaticano II y, en el caso de Puebla, irrumpió el conflicto universitario ante el cual la institución eclesial dio prioridad a la postura anticomunista. Lo cual da pie al autor para señalar que a lo largo del periodo 1940-1964 la tradicional diócesis poblana experimenta, primero, la consolidación y después un notable languidecimiento resultante, en parte, de haber emprendido un mayor trabajo en campañas de moralización para preservar las buenas costumbres y contrarrestar el efecto desmoralizador de los modernos medios de distracción y adoctrinamiento pagano (cine, teatro, televisión).

En el capítulo V se analiza el cambio de estrategia de la Iglesia Poblana. Ya en 1951 esta Iglesia parecía decidida a no aislarse en sus templos y se propuso enfrentar algunos problemas sociales de reciente creación. El enfoque poblano no fue único, ni original porque consistió en retomar los principios de la doctrina social de la Iglesia, que se ofrecían a los creyentes como una “tercera alternativa” frente al capitalismo y al comunismo.

La última sección del capítulo V está dedicada, primero, a dos temas candentes: uno heredado de la Colonia, pues la cuestión en América Latina tuvo su primer origen en tierras poblano-tlaxcaltecas. La Iglesia Vaticana volvió de nuevo a destacar la tarea de la evangelización de los indios y su inculturación, aunque la siempre precavida Iglesia Vaticana “consideró incorrecto decirle a los indios de la noche a la mañana que ya eran libres, después de estar tres siglos en régimen de minoridad” (p. 217). El segundo tema es el de los emigrantes, que entonces no adquirió las características propias de la era neoliberal. El capítulo concluye con un extenso comentario sobre la carta pastoral de 1968, en la que se superaba el enfoque asistencial y se planteaba el cambio estructural. Tema en el que insistiría seis meses después la Conferencia del Episcopado Latinoamericano, aunque la mayor parte del clero permaneció al margen del movimiento de 1968 (p. 229).

El capítulo VI, dedicado al anticomunismo eclesial, merecería un largo tratamiento, como lo hace el autor. Baste mencionar una anécdota histórica que condensa en su trágica brevedad la postura clásica de la Iglesia vaticana ante los dictadores latinoamericanos. Menciona Sánchez Gavi (p. 250) que tras el triunfo del general Castillo Armas en Guatemala, en 1954, la prensa poblana cabeceó: “Triunfó en Guatemala el pueblo católico” y “la fuerza moral de la Iglesia se impuso sobre el imperialismo impío y ateo”. Los sucesos acaecidos en Centroamérica dos décadas después corroboran el lacónico comentario de Sánchez Gavi: “Estados Unidos utilizaba nuevamente a la Iglesia católica para sus propósitos”.

El tema del capítulo VII, dedicado a la educación católica, nos ofrece la senda adecuada para encontrar la correcta interpretación de las frases mencionadas más arriba. Se requiere una “sólida” educación católica tradicional para comprender toda la profundidad de esas afirmaciones previas. En efecto, Sánchez Gavi dedica largas páginas para describir la batalla educativa que tuvo lugar en Puebla. Desde 1929, cuando más del 50% de la población poblana era analfabeta, la Iglesia poblana se propuso apartar a los niños y jóvenes del veneno de la impiedad que se respiraba en la escuela laica. Gracias a la proximidad de la Iglesia con Maximino Ávila Camacho, el gobierno comenzó a dar permiso de funcionamiento a las escuelas primarias particulares (p. 287). El tema, como es sabido, alcanzaría perspectivas nacionales con Lázaro Cárdenas, cuando el episcopado mexicano cuestionó “el derecho exclusivo que asumiría el gobierno en materia educativa violando los derechos de la Iglesia católica”. Tema que se haría repetitivo en la Revista Eclesiástica publicada por el sacerdote Eugenio Manzanedo.

Siguiendo la línea abierta por los clérigos ultraconservadores españoles de finales del siglo XIX, este sacerdote criticó el monopolio educativo del Estado Mexicano y la libertad de cátedra de la que se aprovechaban los maestros “para borrar de las conciencias de los niños y jóvenes las leyes fundamentales de la moral y de la religión” (p. 290). Más aún, Manzanedo condenó la educación laica por “antipedagógica, insuficiente y antipatriótica, porque las leyes, costumbres, artes y empresas de México habían sido moldeadas por la religión católica”. La ideología clerical plasmada en los artículos de esta revista permite comprender la lucha emprendida a nivel nacional para conseguir la derogación del concepto de socialista del Artículo Tercero Constitucional. Los frutos propiciados por este cabildeo eclesiástico se manifestaron en el auge de los colegios católicos, rigurosamente documentado por Sánchez Gavi. Sin embargo, la promoción de los colegios católicos no impidió -siguiendo la secular estrategia vaticana- que la Iglesia poblana ratificara en 1953 “la prohibición de enviar a los hijos a escuelas protestantes, socialistas, racionalistas y mixtas” (p. 300). El círculo se cerraba en 1957, cuando el arzobispo poblano pidió informes exhaustivos a los directores de escuelas católicas sobre las clases de religión.

El capítulo concluye con una detallada exposición de la crisis universitaria, en la que chocaron las tendencias expansivas de la educación católica con la reciente autonomía de la Universidad Autónoma de Puebla. Aquí debe subrayarse una variante de la estrategia vaticana presente en Puebla y en toda América Latina: la identificación entre educación y nacionalismo que se valía de la exaltación del anticomunismo como actitud patriótica indispensable para la defensa de la nación.

El libro concluye con el capítulo octavo, donde se analiza la postura de la Iglesia poblana ante el nuevo horizonte cultural, en particular, el cine, la radio, el teatro y la prensa escrita. En 1966 grupos católicos se quejaban de que la música rock y los melenudos afeminados se escuchaban en la radio y se podían ver en los cines poblanos. La mejor síntesis de la respuesta eclesiástica frente a tales desviaciones cristalizó en la cruzada moral organizada “con el fin de lograr al menos una promesa solemne al Sagrado Corazón de Jesús y a la Virgen de Guadalupe de no ver programas inmorales” (p. 352).

En conclusión, este último libro de José Luis Sánchez Gavi es un aporte significativo para comprender el papel que la Iglesia Romana ha tenido en la Puebla de mediados del siglo XX. Su principal valor es historiográfico por la descripción cuidadosa y bien documentada de la actuación de la Iglesia vaticana en el estado de Puebla durante cuatro largas décadas del siglo XX. Es cierto que el tono prevaleciente es el descriptivo, pero la selección y el ordenamiento de los hechos que consigna constituyen un punto de apoyo imprescindible para captar el sentido profundo del actuar eclesiástico durante las décadas previas al Concilio Vaticano II. En los momentos previos a la actuación de dos pontífices -Juan Pablo II y Benedicto XVI- tan sometidos hoy día a escrutinio por el Papa Francisco, este volumen sienta el tono científico imprescindible para saber en México a qué atenerse. Tanto católicos, siempre fieles, como el público en general, deberán tener en cuenta los datos y comentarios emitidos por Sánchez Gavi para penetrar en el sentido profundo del actuar eclesiástico. Los internacionalistas mexicanos, en concreto, no deben olvidar quiénes han sido los aliados y los enemigos, reales o construidos, de la Iglesia romana en Puebla para alcanzar sus objetivos.

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