El libro más reciente de la reconocida antropóloga Maya Lorena Pérez Ruiz, en coautoría con el promotor cultural, ingeniero Benjamín Apan, aborda la recuperación, a partir de 1997, de un ritual tradicional conocido como el de las aguadoras en los barrios de la ciudad de Uruapan, Michoacán, el cual había sido abandonado hacia la década de 1930, sin conocerse con claridad las causas. Este ritual tiene dos significados principales: “conservar el vigor del río Cupatitzio y darles salud a las familias de los barrios” [11], y se ha vuelto tan importante que en la actualidad participan más de 700 aguadoras con miles de espectadores, además, forma parte fundamental de las celebraciones de los barrios y de la identidad de los mismos.
Las aguadoras son mujeres de diversas edades (antes eran doncellas jóvenes) que llevan agua bendita en procesión desde sus barrios hasta el templo de la Virgen de la Inmaculada y desde ahí hacen un recorrido hasta el manantial, conocido como la Rodilla del Diablo en el Parque Nacional Barrancas del Cupatitzio, donde la vierten para que dicho río conserve su vigor como dador de vida y generador de abundancia en toda la región. Cada uno de los nueve barrios originales de Uruapan tiene su propio grupo de aguadoras, quienes visten trajes característicos de cada barrio, elaborados exclusivamente para la celebración. Lo que distingue este atuendo tradicional es que todas las aguadoras portan mandiles blancos bordados exquisitamente, en las cabezas llevan coloridos moños, coronas de flores y arreglos diversos y sobre ellas portan cántaros de barro adornados profusamente con diversos elementos, donde transportan el agua bendita. La ireri o reina de cada barrio porta sobre su cabeza una corona elaborada con la técnica tradicional del maque.
Una de las mayores cualidades de la obra es que recupera, de manera cuidadosa, el impresionante archivo compuesto por actas, entrevistas, documentos informales, notas, memorias, testimonios, historias orales, fotografías, entre otros, que se ha generado paralelamente a la labor de rescate del ritual de aguadoras de la mano de Benjamín Apan y la asociación Cultura Purépecha A. C., así como sus integrantes, el cual fue ordenado y sistematizado para este libro. Éste es el acervo que nutre de primera mano los argumentos de los autores, quienes también han hecho una amplia consulta biblio y hemerográfica sin descuidar los estudios clásicos sobre la ciudad de Uruapan desde la época colonial y a lo largo de su historia.
En concordancia con las temáticas de otros trabajos en los que ha sido pionera Maya Lorena —“La identidad como objeto de estudio”, “La identidad entre fronteras” o “La comunidad indígena contemporánea. Límites, fronteras y relaciones interétnicas”, por mencionar sólo unos cuantos— el texto cuestiona y proporciona varios testimonios directos sobre la estimación de los autores referente a qué es la identidad en torno al ritual de aguadoras: “Se trata como sentido de pertenencia; es decir, como expresión del sentir que se pertenece a una colectividad, a una comunidad, donde lo relevante es reconocerse como parte de ella, a la vez que quien pertenece a ella ha de reconocer a los demás que la integran, en el doble ejercicio de reconocer y ser reconocido por los demás” [14]; cómo conciben la tradición: “Aquello que los actores y protagonistas de esta historia, consideran como propio y necesario para definir su identidad y su cultura; aunque dentro de una historicidad que los sitúa en un lugar, un tiempo y una especificidad que los distingue de otros” [14] y sobre todo, qué significan ambos conceptos para la gente de los barrios uruapenses y aquellas personas que han decidido participar en los eventos del ritual de las aguadoras. Muestran que ambos conceptos están en constante modificación y reajustes, que bajo ninguna circunstancia han sido estáticos y que todas las decisiones que se toman en torno al ritual de aguadoras tienen que ver con lo que es significativo para los habitantes de los barrios y sus representantes (los cuales reciben diferentes nombres puesto que constituyen diferentes tipos de autoridades según el barrio de que se trate, por ejemplo, comité, cargueros, comisión, patronato, Consejo de gente mayor, entre otros). Este texto, acorde con la contemporaneidad y el dinamismo del evento, hace alusión a algunas situaciones que han impactado en las maneras de realizar el ritual de las aguadoras en tiempos recientes, incluyendo nuevos elementos o significados rituales de elementos previamente establecidos, por ejemplo, la celebración del Año Nuevo Purépecha en 2010, lo cual introdujo el uso del copal y el caracol en algunas ceremonias.
El texto rescata la importancia de las celebraciones religiosas a los santos patronos de los barrios y de los santos secundarios, así como las danzas que se realizan para venerarlos, el trabajo colectivo y la unión comunitaria para el mantenimiento de la identidad barrial, de su cohesión social, de su capacidad de resolución de problemas en comunidad, de conservación de sus áreas naturales y, por supuesto, del éxito en la iniciativa de la recuperación del ritual de las aguadoras. A manera de reflexión para los lectores, los autores mencionan como un factor de atención insoslayable la compleja problemática de la explotación sin medida de los recursos naturales adyacentes al y dentro de la cuenca del río Cupatitzio, las afectaciones al medio ambiente por el cultivo inmoderado del aguacate y el uso del cambio de suelo, así como la sobre explotación del agua en la región que se considera como la mayor productora de aguacate del mundo.
Este libro y la delicada manera de desmenuzar cada una de las partes del ritual y de explicar las razones y los testimonios de los actores que intervienen en su celebración permite comprender los significados profundos que han ido arraigando en las mujeres de los barrios uruapenses —sin distingo de edad ni de estado civil— que participan como aguadoras:
[…] el ser portadora de agua bendita la transforma en una intermediaria entre la divinidad y lo humano; y logra esa mediación a través de la danza, del éxtasis místico asociado al movimiento, a la fatiga, al sacrificio al trascender la corporeidad para lograr esa comunicación con la divinidad. Una divinidad, recreada, actualizada, que conjuga el catolicismo con lo purépecha, y ello con lo ecológico y con elementos simbólicos que abrevan en movimientos espirituales y políticos, donde la Tierra, como naturaleza es una madre que nos cobija a todos y debe protegerse. Las aguadoras llegan a sentirse sacerdotisas del agua, las portadoras de sus bendiciones en tanto dadoras de vida, y al trabajar por un bien colectivo [249].
A fin de cuentas, por medio del ritual de aguadoras y de los encuentros interbarriales, para realizarlo, se han dado “intercambios de conocimientos, experiencias y alimentos, entre otros, que contribuyeron a fortalecer las relaciones de amistad y solidaridad, que se expresan, no sólo en torno a la ceremonia de las aguadoras, sino en el conjunto de actividades que realizan los barrios” [172].
Es importante señalar que el principal mérito del libro estriba, desde mi punto de vista, en el rescate de tantos testimonios de tantísima gente —que se reproducen con estricta fidelidad y sin emitir juicio alguno. Esta obra se ha convertido en un archivo de la memoria de muchas personas que a lo largo del tiempo han estado involucradas en las organizaciones de gobierno de los barrios, en las asociaciones culturales, en el rescate y la adecuación de los diversos rituales vinculados con el gran ritual de las aguadoras y en la preservación de los mismos. En ocasiones los testimonios son divergentes, contradictorios y quizá podrían llegar a ser imprecisos, sin embargo, los autores —respetando siempre la integridad del testimonio— los presentan para ejemplificar precisamente la complejidad que ha implicado lograr acuerdos, generar identidades y hacer confluir tantas voluntades diversas en un evento dado. Pero el texto no sólo tiene la virtud de presentar lo vistoso y más bonito de los acontecimientos. También presenta las dificultades inherentes a un evento de esta naturaleza, los conflictos de poder con algunas autoridades o instituciones externas —por ejemplo, con las autoridades del Parque Nacional de Uruapan que en un momento determinado quisieron cobrar o prohibir la entrada a los contingentes si no pagaban o con quienes se han querido atribuir el evento como si fuera producto de sus gestiones— hasta llegar al conflicto que puso tras las rejas a algunos líderes de los barrios por oponerse a ciertas obras municipales que atentaban contra el manantial del río Cupatitzio.
En este texto se cumple cabalmente con la premisa señalada por Luis González y González y retomada por Jan de Vos, quienes consideran que un texto científico es valioso sólo cuando “sus hallazgos son comunicados después a un público amplio, dispuesto a ponerles atención y capaz de entenderlos” [De Vos 2004: 223]; es decir, que logra cumplir con el precepto de ser un “tipo de escritura donde la seriedad académica no está reñida con la amenidad propia de la narrativa […]”. Este libro puede ser leído y disfrutado por cualquier persona interesada en el tema de las aguadoras o en cualquiera de los grandes temas que se tratan en el libro: identidad, tradición, recuperación de rituales, organización barrial, simbolismos del agua y los recursos naturales, comunidades originarias mexicanas, entre otros. Está escrito con palabras y un estilo amigable, manteniendo las notas a pie de página al mínimo indispensable.
Una estrategia expositiva que se aprecia es introducir varios de los apartados del libro con extractos de la obra clásica de Marian Storm, Disfrutando Uruapan. Un libro para viajeros en Michoacán que, además, ha servido como base, junto con la historia oral, para saber cómo se llevaban a cabo los rituales de aguadoras antes de su desaparición hacia 1936, o el de las kanakuas. Resulta fascinante leer sus palabras sobre esta ceremonia [174] o sobre los rituales de aguadoras que a ella le tocó presenciar de 1932 a 1934 [215 y 229].
Visualmente este libro, incluyendo su portada, es muy bello, más aún por las múltiples imágenes que incluye de la magnífica obra de Manuel Pérez Coronado (mapeco), uno de los artistas visuales más grandes que ha dado Uruapan. Sus páginas están salpicadas de imágenes, dibujos, grabados, trazados con lápiz o tinta en los que mapeco inmortalizó diversas escenas de la vida cotidiana y festiva de lugares que, sin duda alguna, evocan los escenarios donde ha tenido lugar, a lo largo del tiempo, el ritual de las aguadoras y a las personas que representan a quienes muy probablemente participaban en aquellos rituales antes de ser abandonados. Continuando con los atributos visuales de esta obra, se reconoce el gran esfuerzo que han hecho sus autores por ilustrar puntualmente varios de los temas en los que se desarrolla el libro y permitir al lector “ponerle cara” a las personas de las que se habla, apreciar visualmente sus extraordinarios trajes y, por lo menos, poder imaginar lo imponente de una celebración en la que han llegado a participar más de 700 aguadoras. Además, se agradece que esas imágenes se presenten a todo color, especialmente considerando los costos de una publicación a color. Estas imágenes son en sí mismas una fuente de consulta que quedará para la posteridad.
Metodológicamente, el tema abordado por los autores se convirtió en un problema de investigación multidisciplinaria —antropología, etnografía, etnohistoria, historia oral e historia— que buscó responder a cuatro preguntas centrales a lo largo de cinco capítulos: 1) ¿Quiénes son las aguadoras? 2) ¿Cómo fue la recuperación de esta ceremonia y quiénes fueron sus protagonistas? 3). ¿Qué significa ser aguadora, cómo se vive este ritual y cómo se inserta en la dinámica cultural de los barrios uruapenses? 4. ¿Cómo se enlazan las aguadoras con otros de sus eventos como las fiestas patronales, la elección de las reinas (ireris) y la ceremonia de palmeros?
Las respuestas se encuentran en las 350 páginas de que consta la obra, divididas en cinco capítulos muy bien estructurados. El primer y más extenso capítulo, “Uruapan”, hace un recuento de la ciudad Uruapan a partir de lo que ha sido a lo largo del tiempo y lo que ha llegado a ser al día de hoy. Evidentemente el énfasis corresponde a la conformación de los distintos barrios en un largo proceso de estira y afloja entre las autoridades coloniales y los propios habitantes originarios de estas tierras. Un actor principal en la historia de Uruapan es fray Juan de San Miguel, a quien se atribuye haber fundado Uruapan, entre 1533 y 1535, con sus nueve barrios: San Francisco, la Magdalena, La Trinidad, San Juan Evangelista, San Pedro, Santiago, San Miguel, San Juan Bautista y Los Reyes, del cual se dice que pasaría a formar el pueblo de San Lorenzo, aunque, según Oziel Talavera, en los siglos xvii y xviii, aún existía el barrio de los Reyes.
Se habla de la Encomienda de Francisco Villegas, la república de indios, la fundación del hospital o guatápera, con la participación de los indios nobles, a partir de 1551, junto con la capilla de Nuestra Señora de la Purísima Concepción y la capilla del Santo Sepulcro. Esta institución se convirtió y se mantuvo durante muchos años como el centro espiritual y ritual de Uruapan donde, además, comenzó a darse un proceso de mestizaje entre los indios sobrevivientes de la Conquista, los españoles y la población negra que fue llevada a esas tierras, con el fin de llevar a cabo los trabajos físicamente más pesados. Fundamentalmente, este capítulo narra cómo la ciudad —a partir de 1858 cuando recibió el título de Ciudad del Progreso— atravesó los diferentes periodos de la historia nacional, manteniendo la forma de organización y pertenencia por medio de los barrios. Justamente a partir de estas unidades poblacionales se han retomado los rituales vinculados con las aguadoras.
Como ya mencionaba, el libro también aborda la riqueza natural presente en el entorno urbano uruapense y sus barrios. Se menciona que a inicios del siglo xx existían 200 manantiales en Uruapan, de los cuales muchos se han secado ya, al tiempo que se ha visto una disminución del 50% del caudal del río Cupatitzio hacia los últimos años. Este punto también es muy interesante porque precisamente parte de la recuperación del ritual de las aguadoras hacia 1997, tuvo que ver con la necesidad imperiosa de resguardar de alguna manera el patrimonio natural de Uruapan, en específico de llevar a cabo el ritual para aumentar el caudal del Cupatitzio y que éste no se seque. Se aborda el tema de la riqueza y la fertilidad de la tierra, pero al mismo tiempo de los problemas generados por la propiedad y la explotación de la misma, en especial a partir del aumento en la producción de aguacate y sus impactos negativos sobre el medio ambiente.
En este capítulo se explica cómo y por qué la veneración de los santos patronos de cada barrio y las danzas son el sustento de la identidad de cada uno de ellos y cómo se organizan las fiestas patronales. Este tema es interesante en torno a la recuperación de los rituales de las aguadoras porque existía ya una base previa, un sustento y una identidad que de alguna manera permitieron que germinara la idea de los iniciadores y las demás personas que se sumaron a esta iniciativa.
El capítulo 2, “El renacimiento de las aguadoras”, desarrolla los procesos sociales y los acontecimientos específicos que llevaron a la recuperación de la celebración ritual de las aguadoras, que “en Uruapan dejaron de salir en procesión desde mediados del siglo xx, para ser ahora, en el siglo xxi, una de las prácticas culturales y religiosas más vigorosas y significativas de Michoacán” [123]. En este capítulo se recuperan los testimonios de algunas personas —señoras ya mayores— que participaron de niñas o jóvenes en el ritual o de quienes habían escuchado, por medio de la transmisión oral, acerca de este ritual de aguadoras antes de su desaparición por causas desconocidas [134]. Se menciona a la figura de Benjamín Apan Rojas como promotor de esta celebración, entre otras personas que activamente se interesaron en la recuperación del ritual en cada uno de los barrios.
Es muy interesante el apartado que explica la relación del ritual de las aguadoras con el Parque Nacional Barrancas del Cupatitzio, lugar de nacimiento de manantiales y vinculado al derecho al agua y a la vida entre los uruapenses. Lógicamente se recupera la conocida leyenda de la famosa Rodilla del Diablo, por medio de la cual se mantiene la creencia de que fray Juan de San Miguel “expulsó al diablo del nacimiento del río Cupatitzio cuando éste lo desecó” [190]. En sus inicios, el ritual de aguadoras se realizaba primeramente bendiciendo el agua en la iglesia de la Virgen de la Inmaculada, después yendo en procesión hasta el Parque Nacional y arrojando el agua ya bendita hacia el manantial de la Rodilla del Diablo. Posteriormente, se hacía un convivio ahí mismo, que ocasionó algunas complicaciones con los administradores del Parque y conllevó a modificar el recorrido de la procesión. El texto explica ampliamente las modificaciones que se han dado en las trayectorias recorridas y en la forma de hacer el ritual de las aguadoras, así como los mecanismos de exposición y resolución de inquietudes entre los participantes. Sobre todo, se resalta la continuidad y el crecimiento de esta tradición entre los barrios y las personas que han decidido sumarse año con año.
El capítulo 3, “Las aguadoras del siglo xxi”, es uno de los capítulos centrales del texto porque explica de manera puntual cómo se realiza el ritual en la actualidad y todos los actores que forman parte del mismo, organizados mediante grupos culturales porque constituyen “la célula base en el organigrama del barrio” [215]. Estos grupos organizan la danza, la procesión —que por cuestiones prácticas el sacerdote que iba a celebrar misa estaba muy ocupado el Sábado de Gloria,- se acordó que se realice el Domingo de Resurrección— apoyan en enseñar cómo portar el traje, el rebozo, cómo arreglar las trenzas y otros aspectos del vestido y el arreglo de los cántaros, así como las celebraciones y los convivios que tienen lugar en cada uno de los barrios al término de la procesión de las aguadoras y en los cuales se ofrece comida tradicional, música, danzas y en algunos lugares se realizan otras celebraciones.
Por su parte, los capítulos 4 y 5, “Las aguadoras en el tejido social de los barrios” y “Sobre el futuro de las aguadoras”, respectivamente, refieren el vínculo que hay entre aguadoras y los jóvenes palmeros [267], la cual ha sido una tradición que también se ha recuperado recientemente, después de que dejara de llevarse a cabo hacia 1934, según Storm. Se habla profusamente lo que significa ser ireri o reina de los barrios —con excepción del barrio de la Magdalena, que le llama Reina de los Juaquiniquiles a su ireri— y de los mecanismos de elección de las mismas. Además, se aborda la relación entre las aguadoras e ireris, quienes encabezan a cada barrio en la procesión, portando una corona hecha de cobre o maque y una banda de tela con su nombre, su cargo y el barrio al que pertenece.
Las ireris son representantes simbólicas de los barrios y embajadoras de éstos hacia otros espacios [280]. En este cuarto capítulo se explicitan los testimonios de sentimientos tan agradables e importantes que implica para las chicas ser seleccionadas como ireris y representantes de sus barrios. Finalmente, el quinto capítulo aborda el futuro de las aguadoras y los retos que implica mantener viva esta tradición entre las nuevas generaciones en medio de un mundo en el que los jóvenes enfrentan tantos retos y más aún, en una época en la que la práctica del catolicismo ha decrecido, siendo que la bendición del agua por parte del cura es un elemento fundamental para que el ritual de aguadoras pueda tener lugar:
Pero también es cierto que sin los nuevos elementos culturales y simbólicos con que éste se ha ido enriqueciendo -provenientes de movimientos indígenas, ecologistas, más otros de orígenes diversos-, sería imposible la actualización de lo que lo hace atractivo para las nuevas generaciones. De allí que una de las preocupaciones sea la creciente importancia de lo p’urhépecha en la ejecución y simbolización de esta ceremonia… [314].
Por todo lo anterior, considero que esta obra se posicionará como un referente, fuente de consulta y punto de partida no sólo de la historia del ritual de las aguadoras, sino de las fiestas y celebraciones de los barrios y de la ciudad de Uruapan, de Michoacán y de México.
Para finalizar, este libro se ha elaborado “desde adentro”, es decir, a partir de lo que se dice y se piensa por parte de quienes han tenido alguna relación con la recuperación y la organización de la celebración, dejando de lado las opiniones o puntos de vista de otros actores que, sin duda, también han disfrutado de la celebración e impactado de alguna manera en ella, como los visitantes y turistas culturales, las autoridades gubernamentales, la gente uruapense que no pertenece a ningún barrio y los medios de comunicación y las redes sociales. Considero que habría sido pertinente incorporar algunos planos de la ciudad de Uruapan, así como de los recorridos de cada uno de los grupos de aguadoras, desde sus barrios hasta el Parque Nacional, con el fin de facilitar a los lectores mayores elementos visuales para la correcta apreciación del ritual. Igualmente, en lo que respecta a conocer algunos datos poblacionales de los barrios en la actualidad y conocer los movimientos de población que se activan con motivo de esta celebración, esto es interesante en diversos niveles porque se generan mecanismos de activación cultural, social y económica con algún impacto no menor en toda la ciudad de Uruapan y la región. Pero esto quedará sólo como una invitación a una segunda edición o a un trabajo posterior que siga aportando a lo ya tan valioso de un libro como el presente.