La inauguración
El proyecto de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros (BENM) surgió en 1887, en los inicios del régimen de Porfirio Díaz. Su origen fue la fundación de lo que inicialmente se conoció como la Escuela Normal de Varones de la Ciudad de México. La escuela buscó desde entonces una sede definitiva y deambuló por distintas construcciones de origen virreinal del centro histórico de la ciudad que eran adaptadas para funcionar como escuela, hasta que, en 1910, se estableció en un edificio construido especialmente para ser el plantel de los maestros en la zona conocida como Popotla.
Las obras dedicadas a educar a un pueblo, son las más dignas de figurar en la solemnización del Centenario de una nacionalidad. El empeño y el esfuerzo empleados para llevarlas a cabo, no son sino el resultado natural del cumplimiento de un sagrado deber que la nación cumple por medio de su Gobierno (Díaz, 1910, pp. 106-107).
En el marco de las fiestas del Centenario y entre las obras que constituyeron esa enorme celebración, los maestros ocuparon un lugar relevante para el antiguo régimen. La construcción de una escuela en la que no se escatimaron recursos da cuenta de ello. El responsable de la obra fue el propio hijo del presidente, aunque debe señalarse que se emitió una convocatoria para concursar a partir de la presentación de un proyecto arquitectónico, la cual ganó el hijo de Díaz. Se trató de una obra monumental no solo por la extensión, sino por las instalaciones en sí: salones de clase, salón de actos, talleres, gimnasios, laboratorios, biblioteca, dormitorios, comedor, lavandería, regaderas, salón de billares y boliche, canchas de frontón, de tenis, de futbol, de beisbol y pista de carreras. También por los acabados en sus pisos, ventanas y techos. Una digna representación del estilo renacentista francés que causó una gran admiración en la sociedad.
Por su parte, los maestros en general debieron valorar el gran esfuerzo que se hacía desde el Poder Ejecutivo, recalcado por la presencia del presidente Díaz en la ceremonia de inauguración, amenizada por una orquesta con un programa de música clásica. En esa ocasión, el director de la escuela, el maestro Leopoldo Kiel,
pronunció un hermoso discurso en el que puso de realce el importante cargo que tiene que realizar el Magisterio, y cómo éste, apoyado por un gobierno activo y progresista, logrará elevar el espíritu de nuestro pueblo y perfeccionar las tendencias de nuestra raza (Kiel, 1910, p. 223).
Resulta paradójico que, en la enseñanza de la historia que hoy predomina en la educación básica y en la que tristemente prevalece una visión maniquea, comúnmente se nos presenta al general Díaz como uno de los peores presidentes de México y, sin embargo, justo en ese régimen, la educación tuvo un importante impulso que difícilmente los gobiernos posrevolucionarios han logrado superar. Prueba de eso fue que, con motivo del inicio de la Revolución Mexicana, la mayor parte de la sociedad se hundió en la pobreza, el hambre, la enfermedad y la muerte. Los vientos de cambio no en todos los casos fueron para mejorar. Esas corrientes de transformación llegaron al recién inaugurado edificio de Popotla cuando en 1918 el presidente Venustiano Carranza ordenó que se desalojara porque a partir de ese momento, y hasta nuestros días, el edificio se convertiría en el Colegio Militar. Esa fue parte de la diferencia de miras entre aquel y este general. El primero privilegiando la labor de los maestros, en tanto que el segundo, la de los soldados, lo cual es contradictorio dada la vocación pacifista de nuestro país. Por esa razón habría que insistir en que el trabajo del historiador enseñante no es juzgar a los personajes del pasado, sino comprenderlos en su tiempo y en su lugar.
El preámbulo
El último cambio de sede de la BENM ocurrió en 1925 cuando fue trasladada al predio que ocupa hasta nuestros días. En ese momento inició un nuevo proyecto pedagógico que intentó responder al primer gobierno posrevolucionario. Se denominó Escuela Nacional de Maestros y fusionó a las tres normales de la Ciudad de México: la Escuela Normal para Profesores de Instrucción Primaria, la Escuela de Señoritas y la Normal Nocturna (Díaz, 2023). Estaba conformada por dos edificios conocidos como de San Jacinto y de Santo Tomás, en los terrenos de lo que había sido parte de la Escuela Nacional de Agricultura.
Bella es la fachada de estilo colonial, de la parte central parten en ángulo dos largas alas, formadas de corredores limitados por arcadas y salones. Al fondo de la entrada principal se ve el amplio anfiteatro que es un lugar ideal para la realización de fiestas escolares […] Las dos alas limitan los extensos patios, en medio de los cuales se destaca un estanque de natación y un jardín botánico. Terminan los patios con un estadio desde cuya escalinata se observan con precisión los juegos deportivos que en los patios se ejecutan (Publicaciones de la ENM en Jiménez y Hernández, 1979, p. 201).
Sin duda, el proyecto educativo fue la base para la formación de los maestros de México, pero era indispensable contar con una sede digna y adecuada a los propósitos de la nueva institución. Se requería de un apoyo en la infraestructura, equipamiento y demás recursos para que los maestros pudieran cumplir con el propósito último de su trabajo: la enseñanza. No hay que perder de vista que se demandaba mantenimiento para las instalaciones, equipo deportivo, material para los laboratorios, herramientas para los distintos talleres, plantas y animales, tanto para el huerto como para la granja. Todo eso como parte de la propuesta pedagógica que planteó el maestro Lauro Aguirre en 1925. Es decir, un presupuesto importante para cubrir las necesidades materiales de la institución.
Así fueron los siguientes veinte años durante el proceso que se conoció en la historia de México como de la Reconstrucción Nacional. Si bien hubo varios planes de estudio en la BENM, lo que nos interesa señalar es lo que se refiere a la conformación del legado cultural.
El patrimonio y la identidad culturales
Uno de los primeros planteamientos en ese sentido es el relativo al patrimonio. Pero ¿qué se entiende por este? En su forma más elemental se trata de una herencia o legado del pasado. Es un bien que puede ser personal, familiar, comunal, nacional o internacional. Para los efectos del presente trabajo nos interesa reconocer los patrimonios relacionados con la sociedad en general, para luego pasar al patrimonio de la BENM.
De acuerdo con lo que plantea la UNESCO, podemos distinguir tres tipos: el patrimonio cultural, el patrimonio natural y el patrimonio cultural-natural. El primero sin duda es el más extenso, si partimos de lo que involucra la cultura. De acuerdo con lo que propone Mosterín (1993), cultura es “la información transmitida por aprendizaje social” (p. 16). Lo anterior implica reconocer que existen dos grandes conjuntos de información: la genética y la no genética. La primera es con la que nacemos, producto de la combinación de la información proporcionada por nuestros padres, nos es dada por naturaleza y es la que determina nuestro tipo de cabello, color de ojos, estatura, carácter, entre otros.
Por el contrario, la información no genética es la que aprendemos en la familia, en el pueblo, en la ciudad o país en el que radicamos. El tipo de alimentación, la forma de vestir, las costumbres, las tradiciones, el lenguaje, la música, la danza. Todo ese aprendizaje en convivencia, como ya se anotó, es cultura.
De ahí que cuando nos referimos al patrimonio cultural debemos pensar en lo tangible y lo intangible. El patrimonio tangible puede ser mueble e inmueble. El patrimonio tangible mueble es el que podemos percibir a partir de cualquiera de nuestros sentidos y además lo podemos trasladar de un lugar a otro. Ejemplo de ello son los libros, las pinturas, las esculturas, los objetos domésticos, de trabajo, la maquinaria, cualquier otro material audiovisual. El patrimonio tangible inmueble permanece en el mismo lugar: los edificios, los monumentos, las zonas arqueológicas, los conjuntos arquitectónicos, los sitios históricos y las obras de ingeniería, entre otros.
El patrimonio cultural intangible es aquel que podemos percibir con los sentidos, pero que no ocupa un espacio físico constante, ya que es acto, proceso o procedimiento y se manifiesta a través de usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas. Cuando nos referimos a este tipo de patrimonio hablamos de saberes, festividades, rituales, gastronomía, música, danza, leyendas, crónicas, tradiciones, costumbres e historia, entre otras muchas manifestaciones.
El segundo tipo de patrimonio es el natural. Nos referimos a zonas del planeta no intervenidas por la acción humana y cuyas características poseen gran valor estético o científico. Estas zonas generalmente constituyen el hábitat de especies de flora o de fauna en peligro o no de extinción, pero cuya presencia es de singular importancia; por ejemplo, las reservas de la biosfera o los parques nacionales.
El tercer tipo de patrimonio es el cultural-natural, también llamado mixto, que es aquel que presenta elementos culturales y naturales de valor excepcional en simbiosis, como Calakmul, donde los restos de la espléndida ciudad maya están rodeados por bosques tropicales con gran diversidad en fauna y flora, o aquellos restos de actividad humana con valor histórico que se encuentran bajo las aguas de lagos, ríos u océanos.
Todo lo hasta aquí planteado nos lleva a reflexionar en primer lugar qué es lo que determina que un bien sea considerado patrimonio o no por una sociedad y con ello, en segundo lugar, qué es lo que da identidad a una persona o a una comunidad. En sentido amplio, podría suponerse que toda la cultura es patrimonio, lo cual es incorrecto. Lo que determina la diferencia está relacionada, por un lado, con lo histórico, científico, ético, natural, artístico, académico o cualquier otro valor que una sociedad le asigne. Pero, por otro lado, lo que establece que cualquier manifestación se convierta en patrimonio es la patrimonialización,
que se trata de un proceso, de una acción, o un conjunto de acciones que efectúan los sujetos/actores sobre los elementos culturales que antes no eran patrimonio, y que se pretende que sean reconocidos como tales; para ciertos objetivos y finalidades, entre los que se cuentan ciertas formas de uso y usufructo derivados de dicho reconocimiento ((Pérez, 2017, p. 162).
Lo anterior explica que, para pasar de los elementos culturales en general al patrimonio cultural como tal, se requiere un proceso o un conjunto de acciones que debe hacer un colectivo y que generalmente suele ser conflictivo porque resulta difícil que se pongan de acuerdo los distintos actores relacionados con ese proceso, dadas sus diversas implicaciones.
En segundo lugar, la identidad nos da un sentido de pertenencia. Si nos concentramos en el individuo pensamos en un nombre y en el sentido de reconocimiento como parte de una familia. En un ámbito más amplio, el idioma, la historia, el escudo, el himno, la bandera, las costumbres y las tradiciones son las que le dan sentido de identidad nacional.
Para la orientación de este trabajo, nos interesa enfocarnos en la identidad cultural. Esta responde a
un sentido de pertenencia a un grupo con el cual se comparten rasgos culturales, como costumbres, valores y creencias. La identidad no es un concepto fijo, sino que se recrea individual y colectivamente y se alimenta de forma continua de la influencia exterior ((Molano, 2007, p. 73).
¿Por qué la identidad cultural? Porque la identidad profesional, en especial la normalista, forma parte de ella. ¿Qué es lo que determina que un joven elija la docencia como proyecto de vida? La BENM, una institución que cuenta con más de ciento treinta y cinco años de trayectoria, se ha especializado en la formación de generaciones de maestros en México y no solo de la ciudad, sino de todo el país. Durante ese tiempo, cientos de personas coinciden en señalar que el formarse como profesor significó hacer realidad una vocación que nació desde la edad más temprana; en otros casos, dar continuidad a una tradición familiar y en no menos, la posibilidad de acceder a la movilidad social a partir de la adquisición de una profesión que es
[…] un esfuerzo e inicio de una práctica muy necesaria en la escuela: hablar de nuestras experiencias, construir una explicación del por qué estamos aquí, por qué somos normalistas, por qué la orientación de la educación básica en nuestro país [México] que le dé sentido e identidad a nuestra práctica (Morales, 2012, p. 13).
De esta manera, patrimonio e identidad culturales constituyen dos elementos fundamentales para entender cuál es el patrimonio cultural de la BENM que da sentido de identidad a sus egresados, porque es importante señalar que en la BENM se conjuntan los patrimonios culturales tangible (las pinturas y esculturas que resguardan sus muros, pero sobre todo el histórico recinto que le da sustento físico a la institución) e intangible (su tradición, su historia, sus saberes transmitidos a lo largo de varias generaciones). A continuación, nos ocuparemos de una parte de él, el correspondiente al patrimonio tangible, específicamente su magno proyecto arquitectónico.
La primera piedra
Al inicio de su sexenio -en 1940- el presidente Manuel Ávila Camacho nombró secretario de Educación a Octavio Véjar Vázquez; sin embargo, tres años después, decidió sustituirlo por Jaime Torres Bodet. Varias fueron las tareas que este tuvo que enfrentar en el ámbito educativo: la campaña nacional contra el analfabetismo, el programa de construcción de escuelas y la capacitación de los profesores de educación primaria, en especial de los no titulados. En lo relacionado con la formación de los maestros se encontró con que
al visitarlos -como lo hice- en aquel internado incómodo, más poblado de moscas que de esperanzas, y encontrar a tantos muchachos desamparados, cáusticos e insolentes, infundía vergüenza y miedo. Vergüenza por el abandono en que se hallaban los futuros educadores de la República. Y miedo, por el resultado que tendría para los niños una enseñanza orientada por tales guías (Torres, 2017a, p. 231).
Entonces, no solo era la capacitación de los maestros, que sin duda era fundamental, sino que también se requería comenzar por mejorar las condiciones materiales en las que se formaban. El secretario Torres Bodet visitó la Escuela Nacional de Maestros, que, desde sus inicios, en el lejano 1887, contó con un internado para sus alumnos. No hay que olvidar que muchos de ellos eran estudiantes provenientes de las distintas entidades de la república y, por lo tanto, no tenían un lugar para hospedarse mientras realizaban sus estudios en la capital del país.
Torres Bodet comprendió que no bastaba la capacitación. Como bien destacó, era una vergüenza las condiciones en las que se formaban los maestros que en el futuro cercano serían los responsables de uno de los recursos más importantes de México: la niñez. Habría que agregar que, si en ese entonces la normal más importante del país estaba en esas condiciones materiales, ¿qué podría esperarse de las otras normales existentes en las distintas entidades?
Torres Bodet insistió en que se requería una escuela digna de unir a todos los mexicanos. Por eso incluso señaló que
Se imponía un orden de precedencias en el examen de los asuntos. En mi concepto, eran dos los que deberíamos atender en primer lugar: la revisión de los planes y programas, y la iniciación de una vasta obra de construcción y reconstrucción de escuelas. El presidente [Manuel Ávila Camacho] lo comprendió (Torres, 2017a, p. 237).
Dos reflexiones deben destacarse de las palabras del secretario de Educación y que hoy aún son vigentes. La primera es que se requiere que, con cada reforma al plan y los programas de estudios de la educación básica, al mismo tiempo se construyan o reconstruyan los planteles educativos. En ese entonces y hoy más que nunca es imprescindible poner al día y al alcance de los maestros y de los alumnos los últimos avances en lo relacionado con los recursos didácticos y digitales, con las instalaciones necesarias para el apoyo a la educación y, por supuesto, con la actualización de los maestros formadores de docentes.
La segunda reflexión es que no bastan las buenas intenciones. Se requiere un apoyo serio y comprometido de las autoridades, comenzando por el presidente de la República en turno, porque es importante un presupuesto amplio en el cual no se escatimen recursos económicos. La educación no es un gasto: es una inversión a futuro. Torres Bodet presentó un proyecto de sesenta millones de pesos para la construcción de escuelas para la segunda parte del sexenio. Veinte millones por año. Para eso, contó con el impulso y disposición del presidente Ávila Camacho.
Y, sin embargo, no era suficiente; por eso se convocó a otros secretarios de Estado, gobernadores y a la iniciativa privada, entre otros. Con ellos se constituyó una Comisión Administradora conformada por tres comités:
El jurídico, a cuyo frente quedó el licenciado José Ángel Ceniceros, el de contratación y gasto, que presidió Epigmenio Ibarra, y el de dirección técnica, constituido por cuatro arquitectos, cuatro maestros y dos higienistas. Los arquitectos fueron los señores José Luis Cuevas, Mario Pani, José Villagrán García y Enrique Yáñez. Representaron a los maestros la señorita Soledad Anaya Solórzano y los profesores Isidro Castillo, Miguel Huerta y Rafael Ramírez. Y actuaron como higienistas los doctores Salvador Ojeda y Alfonso Priani (Torres, 2017a, p. 249).
Es decir, se organizó un grupo amplio donde tuvieran cabida las distintas voces interesadas y especializadas en la mejora de la preparación de los maestros en formación. Torres Bodet se acompañó de profesionales comprometidos para cumplir con lo que consideró una de las tareas más importantes de su administración. Parece obvio, pero los propios maestros normalistas y de primaria fueron considerados como factor relevante para ser partícipes en lo relacionado con su objeto de estudio y práctica profesional. Lo anterior resulta significativo porque no siempre ha ocurrido así. Con el paso del tiempo, las distintas administraciones no solo los han hecho a un lado, incluso los han culpado por el desastre educativo imperante.
El magno proyecto
Uno de los arquitectos participantes en la dirección técnica de la recién conformada Comisión Administradora fue Mario Pani, quien era el responsable de la construcción del nuevo edificio destinado a dignificar la labor de los maestros normalistas: la Escuela Nacional de Maestros, que, como ya se anotó, se ubicaba en los terrenos de la antigua Escuela Nacional de Agricultura desde 1925, por allá en el barrio de Popotla. Pani expresó que
No podía permanecer la cuna misma del magisterio dentro de los estrechos límites de su Escuela. No solo era preciso para el futuro maestro un ambiente moderno, sobrio, alegre y equipado con lo mejor que en la materia cuenta actualmente la ciencia escolar; precisaba hasta suntuosidad en ese ambiente, con el fin de contrarrestar en el maestro ese complejo de inferioridad al que, en general, lo ha conducido fatalmente la precaria situación en la que hasta ahora se forma, desarrolla y vive; sentimiento tan opuesto al espíritu mismo de la tarea que se le ha encomendado: la educación y la enseñanza (Pani, 1948, pp. 199-200).
Es de llamar la atención que tanto Torres Bodet como Pani coincidieron en señalar que la profesión de los maestros, en particular los de educación básica, debía dignificarse para poner fin a ese complejo de inferioridad que los docentes tienen y al que, como hemos visto que dice Pani, hay que poner fin. Eso ocurrió en la década de los cuarenta del siglo pasado, pero resulta preocupante que todavía en los últimos sexenios, incluyendo el actual, se insista en el fortalecimiento de las escuelas normales y de los docentes en formación porque más allá de los ríos de tinta de las declaraciones de los altos funcionarios educativos, poco es lo que en la práctica se ha avanzado. Lo que el tiempo nos ha enseñado es que las expresiones verbales y escritas contribuyen poco o nada si no van acompañadas de acciones concretas tanto en el ámbito académico como en el material.
Con esa justificación, los trabajos de construcción del nuevo edificio comenzaron en 1945, en una superficie total de 119,000 metros cuadrados. El reto era monumental porque se trataba de hacer las instalaciones necesarias y suficientes para albergar a dos escuelas normales (la de señoritas y la de varones), si se considera que para ese momento se había suspendido la coeducación que había propuesto el maestro Lauro Aguirre en 1925. Esto implicaba que los alumnos debían prepararse de manera separada. Cada normal tendría 42 salones porque se requería atender a 4 mil 200 estudiantes, en dos turnos. Se trataba de dos cuerpos simétricos con alineación curva, cuyas fachadas serían mayores a la del Palacio Nacional de la Ciudad de México.
Asimismo, como se trataba de equiparla con lo mejor en relación con la ciencia de la educación, se proyectaron cuatro escuelas primarias anexas. Dos de ellas con 36 salones y una capacidad para 3 mil 600 niños que serían atendidos en dos turnos y dos más de experimentación. Estas últimas tendrían 40 aulas para educar a 4 mil niños en dos turnos. Serían de experimentación porque contarían con salas de observación para que los maestros en formación pudieran tener acceso a esos salones por la parte superior sin ser percibidos por los niños y de esa manera analizar no solamente cómo se impartían las clases, sino a la vez cómo es que aprendían los niños. En total, el nuevo edificio tendría la capacidad de atender a 11 mil 800 alumnos, tanto de las escuelas primarias como de las profesionales, en dos turnos.
A lo ya planteado, se agregó la construcción de la torre central de diez pisos, donde se ubicarían los laboratorios de física, de química, de anatomía, de biología, de botánica, de zoología, de ciencias sociales y de psicopedagogía. Dos museos: uno pedagógico y otro escolar, un salón de conferencias, el Departamento de Servicio Médico y las oficinas de la Dirección General de Normales. Asimismo, contaría con ocho aulas para atender a 800 alumnos en dos turnos.
También se proyectaron tres auditorios, aunque en realidad se trataba de dos: uno al aire libre con capacidad para 2 mil 600 asistentes y uno cerrado que, en su versión reducida, tenía un aforo para 300 personas y que se ampliaba con un telón corredizo y una tarima desmontable para convertirse en un segundo auditorio de mayor tamaño con capacidad para 650 personas y que podía usarse para las grandes ceremonias. Este espacio contaba con vestíbulo decorado con maderas finas y rejas de bronce y hierro.
La biblioteca poseía un acervo de 200 mil libros y sala de consulta para 200 personas. Además, el edificio tenía espacios para los talleres de modelado, carpintería, encuadernación, entre otros, así como para las oficinas de administración escolar. En particular, la normal destinada a las mujeres contaría con un edificio especial para un comedor, una cooperativa escolar y baños con regadera; esto era necesario si se considera que también habría instalaciones donde se podrían practicar diversos deportes.
Para rematar, en el centro de toda la construcción destacaba una enorme plaza triangular adornada con naranjos en arriates de mampostería, jardineras con flores y juegos infantiles. “Al centro de esta plaza, tras una gigantesca cabeza olmeca, símbolo de tradición, surge de un espejo de agua la astabandera para el pabellón nacional” (Pani, 1948, p. 213).
Como se puede reflexionar, se trató de una obra monumental con un costo elevadísimo que incluso atendió los mínimos detalles, no solo en cuanto a los acabados, como fue la utilización de maderas finas en pisos y paredes de los auditorios cerrados, el equipo de sonido o el aire acondicionado con el que se dotó, sino que también se cuidó, por ejemplo, que los salones de las normales estuvieran orientados hacia el sur y que contaran con persianas de aluminio exteriores que, por un lado, evitaran la entrada de la luz solar directa y, por otro, que permitieran de manera uniforme graduar la luz interior.
Además, se tuvo cuidado en la aplicación de los colores tanto en los pisos como en los muros de los salones, los pizarrones y el mobiliario escolar para conseguir una armonía visual que favoreciera la labor educativa: “Estos colores han sido seleccionados científicamente, basándose en estadísticas de los colores para poner en cada sitio el tono conveniente; así se ha empleado un color para los talleres, otro para las oficinas, etc.” (Pani, 1948, p. 212).
La realización de una obra tan importante requería, además de los recursos económicos, de un proceso de construcción que se llevó más tiempo de lo que inicialmente estaba proyectado; por eso, aunque era la intención concluirlo antes de que terminara el sexenio de Ávila Camacho, esto no fue posible.
La participación de México en la UNESCO
En 1947 tuvo lugar en México la II Conferencia General de la UNESCO. Es importante señalar que esta fue la primera vez que ese organismo se reunió fuera de Europa. ¿Cómo fue que se consiguió la sede para esa reunión tan importante no solo para México sino para América Latina? Sin lugar a duda, esto fue el resultado de un proceso de trabajo arduo, decidido y de apoyo constante por parte de los gobiernos, tanto de Manuel Ávila Camacho como de Miguel Alemán y, con ellos, de un hombre extraordinario que en ambas administraciones se desempeñó de manera profesional y responsable en los encargos que se le asignaron: Jaime Torres Bodet, quien con el primero encabezó la Secretaría de Educación y con el segundo la de Relaciones Exteriores.
Es importante recordar que, a mediados de la década de los cuarenta, el mundo estaba viviendo los horrores de un grave problema internacional: la Segunda Guerra Mundial, conflicto que afortunadamente en 1945 llegó a su fin. Durante ese proceso armado, México participó de manera muy activa en el campo que casi siempre lo ha caracterizado: su vocación pacifista.
Entre febrero y marzo de ese año, el gobierno mexicano convocó a la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y de la Paz, también conocida como la Conferencia de Chapultepec. En ella participaron representantes de alrededor de veinte países de América. Producto de esos trabajos fue “la resolución sobre la oportunidad de crear una institución internacional especialmente encargada de fomentar la cooperación intelectual y moral entre las naciones” (Martínez, 2016b, p. 25).
A finales de ese mismo año, 1945, se realizó otra reunión, pero esta fue en Londres: la Conferencia de Ministros Aliados de Educación (CAME, por sus siglas en inglés). En ella participaron 44 representantes de igual número de países. México asistió con una delegación encabezada por el secretario de Educación Torres Bodet y con él, el filósofo Samuel Ramos, el poeta José Gorostiza y el diplomático Manuel Martínez Báez. Desde el mes de septiembre, el secretario de Educación, contando con todo el apoyo del presidente Ávila Camacho, se dedicó a preparar la participación mexicana.
Queríamos no un simple organismo de “cooperación intelectual”, sino una amplia organización dedicada a todas las cuestiones educativas y culturales. Aceptábamos la idea de favorecer la reconstrucción de los países devastados por el conflicto; pero deseábamos que se otorgase a la vez ayuda a aquellos que, sin haber sido destruidos por la contienda, no habían recibido hasta entonces, en la proporción deseable, por la razón de su historia y su geografía, los beneficios de la cultura universal. Reclamábamos que no se protegiese exclusivamente la propiedad intelectual de los creadores, sino el patriotismo histórico y artístico de los pueblos. Insistíamos en que el español se colocara en las mismas condiciones que el inglés y el francés, para que los textos en castellano hicieran fe en la interpretación de los documentos emanados de la conferencia (Torres, 2017a, p. 360).
Si bien no puede afirmarse con certeza que Torres Bodet sea el único autor intelectual de la fundación de la UNESCO, no cabe duda de que tuvo una participación muy relevante en ello. En su propuesta de trabajo integró varios proyectos: además de un organismo internacional que se dedicara de manera específica a promover la ciencia y la cultura, también se ocupó de abrir la posibilidad de incluir en los apoyos económicos de esta organización internacional no solo a los países directamente afectados por la guerra, sino a todos aquellos que por su situación de subdesarrollo requerían financiamiento internacional.
De la misma manera, Torres Bodet pensó que la propiedad intelectual de las obras era fundamental, pero igual o más era considerar el reconocimiento del patrimonio cultural y natural de los pueblos. Es decir, con gran amplitud de miras reclamaba protección para todos los países en todo aquello que forma parte de su legado y que les brinda sentido de identidad nacional.
Por último y no menos importante, también consideró incluir la iniciativa de que, entre los idiomas oficiales de ese organismo internacional, además del inglés y del francés se aceptara el español. El tiempo se encargó de confirmar la pertinencia y validez de cada una de sus propuestas, las cuales terminaron por aceptarse al paso de las distintas conferencias generales que organizó la UNESCO.
Por lo pronto, en esa reunión en Londres, el 16 de noviembre de 1945, se firmó el acta para la fundación de la UNESCO y con ella se estableció que la sede permanente de ese organismo se localizaría en Francia. Torres Bodet formó parte del comité encargado de redactar el proyecto del acta constitutiva. A la vez, se acordó que la Primera Sesión de la Conferencia General se realizaría un año después en París.
La Primera Conferencia General de la UNESCO se llevó a cabo en noviembre de 1946. En ella participaron 24 representantes de los Estados miembro que eran los que conformaban el organismo en ese momento. La delegación mexicana fue encabezada por Alfonso Reyes. Uno de sus acuerdos fue que la siguiente reunión sería un año después y por unanimidad se decidió que el lugar para ello sería México:
Esta decisión, de por sí trascendente, tiene una mayor significación si se considera que, de las 35 Conferencias Generales que la UNESCO ha celebrado ininterrumpidamente desde 1946, sólo ocho se han realizado fuera de París, la primera de ellas en México (Sanz y Tejada, 2016, p. 117).
Conseguir la sede para nuestro país hoy quizá puede parecer casi imposible. En ese momento, el trabajo entusiasta que habían venido realizando sus representantes de manera tan profesional rindió frutos rápidamente y esa labor fue reconocida por la decisión unánime de que la siguiente reunión se trasladara a la Ciudad de México. De la misma manera, como ya se anotó, el reconocimiento de manera indirecta era también hacia los países de América Latina.
La ENM como sede de la UNESCO
Cuando llegó a nuestro país la noticia de que en la conferencia general de París se había aceptado que México fuera el anfitrión de la II Conferencia General de la UNESCO, el presidente Miguel Alemán no solo la ratificó, sino que también brindó todo el apoyo y las facilidades para que esta se realizara con el mayor de los éxitos. Pero ¿qué fue lo que específicamente determinó que se le diera a nuestro país ese reconocimiento? A lo ya mencionado, deben agregarse cuatro razones, de acuerdo con lo que explicó el representante permanente de México en ese organismo, Manuel Martínez Báez.
La primera tenía que ver con la política exterior que México estableció desde 1930, a partir de la Doctrina Estrada: el derecho de autodeterminación de los pueblos. En congruencia con ella, nuestro país protegió a los exiliados españoles y se mantuvo durante la Segunda Guerra Mundial en apoyo de lo que consideró la justicia y la razón; es decir, a favor de la democracia que representaron los países aliados.
La segunda razón estaba relacionada con la política interior. Después de la Revolución Mexicana, los distintos gobiernos emprendieron un gran esfuerzo para fortalecer la educación. En especial, en el recién concluido sexenio de Ávila Camacho se había realizado una campaña nacional contra el analfabetismo como uno de los pilares educativos más relevantes. Ese programa de acción fue considerado un ejemplo para otros países porque, en el marco del conflicto bélico, la apuesta era por una educación en favor de la paz. Pero, además, por su viabilidad y eficacia en el corto plazo: cada mexicano que supiera leer y escribir sería el responsable de enseñar a otro, en especial a los adultos, dado que existía una alta tasa de analfabetismo en nuestro país. Con esta política, dicha tasa se redujo considerablemente.
La tercera razón tenía que ver con la oportunidad para México de mostrar su grandeza histórica y cultural; esto es, lo más destacado del patrimonio cultural de las etapas mesoamericana, virreinal y lo que en ese momento se denominó presente progresista. La cuarta razón fue el interés y la decidida participación activa y destacada de los representantes mexicanos en el ámbito internacional, desde la Conferencia de Chapultepec hasta la Conferencia General de París, que ya se revisaron. En esa valiosa labor tuvo un papel muy relevante Torres Bodet, primero como secretario de Educación y, más tarde, como secretario de Relaciones Exteriores (Martínez, 2016b).
Para preparar la organización de los trabajos de la II Conferencia General de la UNESCO se contó con cerca de un año. Aunque los responsables de su ejecución fueron oficialmente los secretarios de Educación y de Relaciones Exteriores: Manuel Gual Vidal y Torres Bodet, respectivamente, este decidió dejar prácticamente todo en manos de aquel para que no se considerara una actitud imperativa, dado que era, al mismo tiempo, su antecesor. No obstante, los dos coincidieron en la importancia de esta reunión internacional y decidieron que el mejor lugar para su realización serían las instalaciones de la Escuela Nacional de Maestros que todavía estaba en proceso de construcción:
Dos de las actividades oficiales en las que puse más de mi corazón iban a coincidir y a fundirse el 6 de noviembre: la inauguración del nuevo edificio de la Escuela Nacional de Maestros y la entrada en materia de la UNESCO (Torres, 2017b, p. 549).
Esta escuela era la obra monumental que cristalizaba y ponía en su justa dimensión la importancia que la educación tenía en las políticas públicas del Estado mexicano. Además, era la construcción que simbolizaba la relevancia que los gobiernos le concedían a la labor educativa en general y especialmente a los maestros de primaria porque, como ya lo habían comentado tanto Torres Bodet como el arquitecto Pani, se trataba de dignificar a los maestros en formación que más tarde serían los responsables de educar a la niñez mexicana. Era, en pocas palabras, el paradigma que México quería mostrar al mundo.
Los trabajos de la II Conferencia General de la UNESCO comenzaron, como ya se indicó, el 6 de noviembre y concluyeron el 3 de diciembre de 1947 (Latapí, 2006). La ceremonia de inauguración se realizó en el Palacio de Bellas Artes. Ahí se presentó un concierto de la Orquesta Sinfónica del Conservatorio en la que se interpretaron la obertura Egmont, de Beethoven; el primer movimiento de la Primera sinfonía, de Eduardo Hernández Moncada y Cuauhnáhuac, de Silvestre Revueltas. Tomaron la palabra el presidente Alemán, el secretario de Educación Gual Vidal y el representante de la delegación francesa, Jacques Maritain.
Al concluir la ceremonia, todos los asistentes se trasladaron a la Escuela Nacional de Maestros donde el presidente de la UNESCO, el inglés Julian Huxley, dirigió su discurso a los representantes (Sanz y Tejada, 2016). Por supuesto, el presidente Miguel Alemán y el secretario de Relaciones Exteriores, Torres Bodet, también estuvieron presentes.
Mes de la UNESCO
A la par de los trabajos de la II Conferencia General de la UNESCO se organizaron otras actividades académicas y artísticas que tuvieron como propósito principal difundir mundialmente el patrimonio cultural de México. Para ello, el secretario de Educación, Gual Vidal, participó de manera muy activa en la preparación con un equipo de personajes destacados relacionados con ese sector:
Guillermo Héctor Rodríguez, director general de Enseñanza Superior; Francisco Larroyo, director general de Enseñanza Normal; Samuel Ramos, jefe de la Oficina Técnica de Cooperación Intelectual; profesor Lucas Ortiz, director general de Enseñanza en los Estados; maestro Carlos Chávez, director del Instituto Nacional de las Bellas Artes (INBA); arquitecto Ignacio Marquina; doctor Rubín de la Borbolla y señor Enciso del Instituto Nacional de Arqueología y Etnología (INAE); ingeniero Alvarado Pier, director del Instituto Politécnico Nacional (IPN); doctor José Gómez Robleda experto en segunda enseñanza […] (Martínez, 2016a, p. 36).
Cada uno de ellos participó en la coordinación de las diversas acciones que se realizaron a la par de los trabajos de la conferencia general en lo que se denominó el Mes de la UNESCO. Es decir, un conjunto de actividades académicas, tanto para los representantes de las distintas delegaciones internacionales como para el público en general: conferencias que tuvieron como propósito específico dar a conocer los elementos más importantes de la ciencia y la cultura mexicanas: historia, física, matemáticas, biología, filosofía, literatura, y música, en las que participaron distinguidos intelectuales y artistas mexicanos. Un concierto de música clásica y una puesta en escena, ambos eventos en el Palacio de Bellas Artes, y un festival de danza en el Estadio Nacional, entre otros.
Asimismo, se prepararon exposiciones:
una sobre educación, dirigida por el doctor Francisco Larroyo y realizada por don Fernando Gamboa; otra exposición, sobre pintura mexicana moderna, de la que está encargado el INBA; una más, sobre cultura precolombina de México, a cargo del INAH y, como parte de las exposiciones organizadas por la Secretaría de la UNESCO, el profesor Francisco Orozco Muñoz preparó una exposición de bibliotecas y, un comité especial, otra sobre museos (Martínez, 2016a, p. 42).
La exposición relativa a la educación se presentó en las instalaciones de la Escuela Nacional de Maestros, así como otra relacionada con las bibliotecas públicas y museos de México. En tanto que la de pintura mexicana en El Colegio Nacional. Ambas estuvieron abiertas a todo el público.
Las instituciones de educación superior de México también estuvieron presentes con la asistencia de sus rectores, directores y demás colaboradores que participaron tanto en el Consejo Nacional Consultivo del Gobierno Mexicano ante la UNESCO como en algunas de las actividades del Mes de la UNESCO. De esta forma, encontramos a la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad Obrera, la Universidad de Guadalajara, el Instituto Mexicano del Libro, el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, el Instituto Indigenista Interamericano, el Instituto de Astrofísica de Tonantzintla, El Colegio de México, la Academia Nacional de Medicina, la Academia Mexicana de la Lengua, el Seminario de Cultura Mexicana, el Instituto Nacional de Bellas Artes y la Academia Cinematográfica (Sanz y Tejada, 2016).
Particularmente la UNAM organizó la Primera Feria del Libro Universitario en el Palacio de Minería en honor de la UNESCO. Esta feria fue el antecedente de la que año con año se realiza en ese lugar desde 1980.
A los delegados de los cuarenta Estados miembros que asistieron se les ofrecieron también distintos viajes por algunos lugares de interés en México. De esta forma visitaron el Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec, la zona arqueológica de Teotihuacán, la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, el observatorio de Tonantzintla, en Puebla, y el puerto de Acapulco, en Guerrero.
Los alcances
La II Conferencia General de la UNESCO concluyó, después de veintisiete días de trabajos, el 3 de diciembre de 1947. Se trató de una serie de mesas de análisis y reuniones académicas donde el eje central fue la educación y con ella su importancia para la formación de la niñez del mundo en lo futuro. En esta tuvieron cabida los científicos, los filósofos, los maestros, los artistas y demás intelectuales de los países miembro que, como ya se anotó, fueron cuarenta. Dos son las consecuencias que nos interesa resaltar para el sentido de este trabajo. Una tiene que ver con la organización internacional en lo general. Otra, con la proyección nacional de México a partir de la labor de un mexicano ilustre: Jaime Torres Bodet.
Con respecto al primer alcance, en términos generales fueron dos las directrices que guiaron los trabajos de la II Conferencia General de la UNESCO: la primera estaba relacionada con la educación y con una orientación hacia la cultura de la paz duradera; tómese en cuenta que en veinte años el mundo había pasado por dos grandes conflictos bélicos, de ahí que nadie quería volver a vivir los horrores de la guerra: hambre, enfermedad, muerte y destrucción. La segunda era la relativa a la protección de los bienes culturales de todos los pueblos como parte del legado de la humanidad. En esta conferencia, además, se esbozaron varias propuestas que con el tiempo se convirtieron en pilares de ese organismo internacional: la UNESCO y que a continuación menciono.
La creación del Instituto de la Hilea Amazónica, una organización especializada para desarrollar políticas públicas relacionadas con la cooperación, el apoyo y las acciones relativas a la protección de los recursos naturales, la salud y los conocimientos tradicionales de los pueblos que habitan esa región.
El Instituto Internacional de Teatro,integrado por profesionales tanto del teatro como la danza. Se trataba de valorar a las artes escénicas como elementos fundamentales que promovían las expresiones culturales de todos los pueblos y, a la vez, fortalecían la paz internacional.
El Centro Regional de la UNESCO en Cuba. Entre sus principales propósitos estaban el apoyo, cooperación, comunicación y difusión entre los distintos países de la zona: América Latina y el Caribe, siempre en sintonía con los principios de la ciencia, la educación y la cultura. Todo eso de acuerdo con el reconocimiento de la pluralidad étnica y cultural de los pueblos de la región.
El Consejo Internacional de Filosofía y Ciencias Humanas, organismo que privilegiaba y valoraba la importancia de las ciencias que tenían que ver con lo humano; es decir, qué es lo que determina que actuemos de tal o cual manera sobre todo si se considera la crisis humanitaria que trajo consigo la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto que con este se pretendía también la colaboración y el entendimiento mutuo internacional. Además de la filosofía se integrarían profesionales de la historia, la lingüística, la literatura, la antropología, la etnología, la religión y las artes, entre otras.
También se dieron los primeros pasos para la conformación de un comité internacional para la protección de los derechos de autor desde una perspectiva mundial. Es decir, la alineación de las distintas leyes nacionales en esa materia. A la par, se planteó la necesidad y la pertinencia de que, además del inglés y el francés, se reconociera el español como otro de los idiomas oficiales de la UNESCO (Sanz y Tejada, 2016).
Asimismo, se aprobó un presupuesto en dólares de 7 millones 682 mil 637, casi tres millones más que el año inmediato anterior. Se estableció un plan institucional para 1948 que incluyó la cooperación internacional en lo relativo a las ciencias exactas, naturales y aplicadas; estaciones de cooperación en el Oriente Medio, en el Extremo Medio, en América Latina y en Asia meridional, además del establecimiento de relaciones con Alemania y Japón para lograr su incorporación a este organismo, entre otras (UNESCO, 1948, febrero).
Con respecto al segundo alcance debe agregarse de manera sobresaliente la participación de Torres Bodet antes, durante y, especialmente, después de la II Conferencia General de la UNESCO. Como ya se explicó, su labor inició en 1945, primero como secretario de Educación y luego como secretario de Relaciones Exteriores durante 1946 y 1947. Destacó por su acompañamiento a las distintas delegaciones de los países miembro en todos los trabajos en México, así como su participación en alguna de las mesas de análisis que se proyectaron de manera simultánea y también en las distintas reuniones plenarias. Su labor fue reconocida no solo en nuestro país, sino que más allá de nuestras fronteras.
En 1948, casi un año después de la reunión, comenzaron a enviarle informes de distintas partes del mundo. Todos ellos se orientaban en la misma dirección: su postulación como director general de la UNESCO. De hecho, el primero en hacerlo fue Jean Lescuyer, el embajador de Francia en México. Esto era muy significativo dado que el director general en ese momento era el biólogo inglés Julian Huxley.
Torres Bodet fue designado director general por votación unánime realizada durante la III Conferencia General de la UNESCO en Beirut, en 1948. En respuesta señaló:
Por telegrama [de 26 de noviembre] que Vuestra Excelencia ha tenido la atención de enviarme hoy, ha llegado a mi conocimiento el resultado de la votación efectuada en Beirut. Me he enterado así, oficialmente, de que, en virtud de esa votación, he sido designado director general de la UNESCO en sustitución de nuestro eminente amigo el señor doctor Julian Huxley. Recibo con gratitud y con profunda emoción este testimonio magnífico de confianza (Torres, 2017b, p. 622).
Y como él mismo dijo, ese era no solo un magnífico testimonio de confianza hacia su persona, su labor y su profesionalismo. Era, al mismo tiempo, un firme reconocimiento a México y su programa de acción en el ámbito educativo. De manera oficial, él tomó posesión el 11 de diciembre de 1948 (UNESCO, 1948, diciembre).
Consideraciones generales
Torres Bodet en su primer encargo a nivel nacional se enfocó en la campaña contra el analfabetismo y especialmente en la construcción y reconstrucción de escuelas, particularmente la Escuela Nacional de Maestros, edificio monumental y tan moderno en sus instalaciones que causó una enorme impresión a los representantes de todos los países miembro de la UNESCO, convencidos de que la educación en México era un proyecto de Estado real y posible, máxime si la lección, después de dos grandes conflictos bélicos internacionales, comenzó a cimentarse en la educación. Nuestro país marcaba el rumbo hacia el cual debía reorientarse la humanidad en su intento por la construcción de una cultura de paz y respeto entre las naciones.
Como secretario de Educación, Torres Bodet también tuvo dos intervenciones históricas y sumamente relevantes: la primera a nivel nacional, relativa a la redacción de la reforma del artículo 3° constitucional de 1946, donde destacó, entre otros, el principio de gratuidad en la educación que fuera impartida por el Estado. La segunda, a nivel internacional, fue su intervención en la Carta Constitutiva de la UNESCO. Con él, México se posicionó, al menos en ese momento, como uno de los liderazgos más reconocidos y, en lo que a educación concierne, como un referente en el concierto de las naciones. Después de esa brillante intervención, lamentablemente ningún secretario ni de Educación ni de Relaciones Exteriores de México hasta nuestros días ha logrado repetir o superar lo que Torres Bodet alcanzó.
Indudablemente en esa importante labor, la realización de la II Conferencia General de la UNESCO en México constituyó un factor relevante. El nuevo edificio de la Escuela Nacional de Maestros fue inaugurado, como ya se anotó, el 6 de noviembre de 1947. Fue la admiración de propios y extraños. En ese momento fue la sede de los trabajos de un organismo internacional que recién comenzaba y que, con el paso del tiempo, sin duda se convirtió en el más importante en materia de educación y cultura. Pero, sobre todo, la Escuela Nacional de Maestros se consolidó como la principal institución formadora de docentes en el país, la que realmente dignificó el trabajo de una profesión de Estado que tiene la gran responsabilidad de dar cumplimiento al interés superior de la niñez mexicana: el derecho a la educación.
Torres Bodet se comprometió y cumplió con creces su responsabilidad al frente de la Secretaría de Educación Pública. La Escuela Nacional de Maestros da cuenta de ello. Ese edificio cuyas fachadas curvas son simétricas a una torre monumental, ahora inexistente, miran el transcurrir del tiempo con la esperanza de mejores condiciones en el porvenir. Los maestros y los niños de México lo demandan.
La hoy Benemérita Escuela Nacional de Maestros es, sin duda, una institución del nivel superior que requiere fortalecerse académica, material y tecnológicamente por distintas y supremas razones; entre otras, porque forma parte del patrimonio cultural de México: tangible, en tanto que la sede que resguarda a esta institución centenaria dedicada a la formación de los docentes de primaria es obra de uno de los más importantes arquitectos mexicanos: Mario Pani y fue concebida como un recinto para ejercer dignamente el magisterio y que fue la sede de la primera reunión de la UNESCO fuera de Europa, además de contar con magníficos frontispicios, obra de Luis Ortiz Monasterio, y el último mural terminado de José Clemente Orozco; intangible, en tanto que tras sus muros se resguardan los saberes, las tradiciones y la historia de una escuela que, durante más de 135 años, ha formado a generaciones de maestros responsables de educar a la niñez mexicana.