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Estudios de historia novohispana

versión On-line ISSN 2448-6922versión impresa ISSN 0185-2523

Estud. hist. novohisp  no.68 Ciudad de México ene./jun. 2023  Epub 26-Jun-2023

https://doi.org/10.22201/iih.24486922e.2023.68.77766 

Reseñas

Fernando Olvera Charles, “Sobrevivir o fenecer en el noreste novohispano”. Estrategias de los indígenas ante la colonización y su incidencia en el comportamiento de la resistencia nativa en Nuevo Santander, 1750-1796

Carlos Manuel Valdés* 
http://orcid.org/0000-0002-4708-7532

*Universidad Autónoma de Coahuila camaval@hotmail.com

Olvera Charles, Fernando. “, Sobrevivir o fenecer en el noreste novohispano, ”., Estrategias de los indígenas ante la colonización y su incidencia en el comportamiento de la resistencia nativa en Nuevo Santander, 1750-1796. San Luis Potosí: El Colegio de San Luis, Universidad Autónoma de Tamaulipas, Instituto de Investigaciones Históricas, 2019. 208p.


El pasado indígena del actual noreste mexicano en el período novohispano ha empezado a ser rescatado tras un largo menosprecio. Las crónicas publicadas, o escritas para su impresión, como son las de Alonso de León, Juan Bautista Chapa y Vicente de Santa María son muy explícitas en lo que toca a la descripción de los indígenas del noreste novohispano. De León, exdiscípulo de los jesuitas en la ciudad de México, capitán, figura trascendental en el Nuevo Reino de León, dejó un escrito en la imprenta dedicado al inquisidor del Santo Oficio en 1649, pero por alguna razón desconocida el texto no salió a la luz.1 Quien era su escribano de cabildo, un italiano, prosiguió esa historia donde la había dejado De León y entregó su propio manuscrito, que era la continuación del anterior, y se agregó al otro para llenar la temporalidad faltante.2 Tardíamente con respecto a estos dos personajes, un religioso escribió la crónica del Nuevo Santander, que complementa las mencionadas.3 Estas tres crónicas coloniales fueron dedicadas a la región y grupos étnicos de que trata la obra de Fernando Olvera Charles que aquí se reseña. El primer texto (De León-Chapa) se imprimió sin un aparato crítico ni una contrastación seria de sus aseveraciones con la documentación de archivos locales, nacionales y españoles. Quiero decir que al paso del tiempo se presentaron esos dos textos coloniales como historia avalados por algunos profesionales que adoptaron sin discernimiento los puntos de vista de colonos y militares esclavistas de indios. Tampoco se tomó en cuenta el aporte de los arqueólogos, aunque éste es todavía muy parco, pero importante, como complemento de una temática tan ambigua como la que representan los indígenas del septentrión novohispano.4

Un esfuerzo excepcional debe agradecerse a Eugenio del Hoyo, quien se distinguió por una obsesiva búsqueda de manuscritos coloniales, por su excelente trabajo de paleografía y por la publicación de dos volúmenes de documentos sobre los indígenas que habitaron el Nuevo Reino de León.5 Del Hoyo dio a conocer datos referentes a las regiones aledañas; su contribución fue tan importante que el historiador Silvio Zavala tomó esos documentos y publicó una breve interpretación de éstos en un libro publicado en España.6 En Coahuila, tanto como en Nuevo León y Tamaulipas, hubo intentos, algunos serios, por construir una historia de esa ingente población indígena que había precedido a los europeos por algunos milenios. Es preciso aclarar que varios de esos textos brotaron de una voluntad de justicia hacia aquellas sociedades indias más que de un estudio sistemático.7

Fernando Olvera Charles aporta en este libro una revisión del pasado indígena. Advierte, desde el inicio, que la mayor parte de los documentos expresan los planteamientos de los españoles que se asentaron en el Nuevo Santander, lo que lo constriñe a comprender el pasado novohispano en esa región a partir de lo escrito por los opresores de los indígenas entre lo cual navega en una novedosa exégesis para deslindar lo que toca a los nativos y lo que corresponde a los españoles. Difícilmente encontraremos en los manuscritos la palabra de los indígenas sin pasar por la interpretación de quienes ocupaban sus terrenos de caza y pesca, aguajes, pastizales y bosques.

La lectura de este venturoso libro conlleva la propia elucidación de los conceptos de los cristianos, de los militares y de una antigua cultura sedentaria a la que le era imposible comprender a los nómadas. Olvera establece desde el principio sus referencias conceptuales, como espacio de frontera, región o aculturación, y tiene el cuidado de mostrar cómo se han ido transformando esos conceptos teóricos a través del paso del tiempo. De una frontera de guerra que tiene lugar en el siglo XVI pasa a la frontera interior del XVIII, demostrando que la documentación orienta al investigador y que no es éste quien impone una generalización a ese pasado.

El libro tiene como principal personaje al coronel José de Escandón, quien creó tardíamente el Nuevo Santander, si se compara con la Nueva Vizcaya, el Nuevo Reino de León e, incluso, el tardío y difícil establecimiento de la Nueva Extremadura de Coahuila. Este retraso explica, en parte, la estrategia de dominio que empleó Escandón: poco o casi nulo apoyo a los misioneros, creación de compañías volantes para perseguir a los naturales, represión sistemática a quienes no se asimilaran y compra de voluntades por medio de obsequios (maíz, carne, tabaco, sombreros, cuchillos y abalorios). Estrenaba cierto tipo de relación con esos aborígenes que en muchos casos habían experimentado la presencia europea no menos de 150 años antes. Y esto lo hace notar Olvera de manera consecuente en su obra. Es evidente que esta tardía colonización no podía construirse sino basándose en la experiencia adquirida por los españoles, pero sobre todo porque la impuso Escandón desde una verdadera autarquía, dada la lejanía con los centros de poder, como los del virreinato y la Iglesia. Y, antes que nada, Escandón necesitaba pobladores. Así, atrajo colonos por medio de ofertas. Prometía a quienes inmigrasen riquezas, tierras, exención de impuestos y protección militar. El libro cita datos que Osante exhibió hace unos años: entre 1748 y 1766 se instalaron en Nuevo Santander 729 familias venidas del Nuevo Reino de León, de Saltillo (Nueva Vizcaya) y de Coahuila, lo que significa que la invitación a poblar la Tamaulipa dio resultado.8

Los conceptos y las teorías que apuntalan esta obra, como es el caso de política de frontera, aparecen a través de los cinco capítulos, lo que hace comprensible la lectura que el autor del libro ha hecho de los acontecimientos y de los documentos. Puesto que casi no se encuentran en los manuscritos los sentires de los indios o su palabra, se precisa conocer sus actos. En efecto, Olvera aporta una enorme cantidad de datos extraídos de escritos coloniales que nos ayudan a percibir a los indígenas como seres humanos en lucha por conservar en lo posible los recursos que les ofrecía la naturaleza; aparecen a través de los manuscritos no pocos elementos de su cultura, cosa que debe agradecerse.

En su capítulo segundo encontramos un empeño loable por establecer una tipología de los indígenas, puesto que son ellos los protagonistas de la obra. Hay un esfuerzo visible por comprender la relación de los nativos con la tierra, los recursos naturales que aprovechaban desde siglos antes y la construcción de su organización social, así como una descripción de uno de los elementos básicos de aquellas gentes: los mitotes. A través de estos temas podemos asomarnos a un mundo casi vedado para la primitiva historiografía regional.

El razonamiento del autor es claro y lo anuncia desde el título: en su libro explorará las estrategias de los indígenas para sobrevivir en un mundo social, económico, conceptual y castrense que les era ajeno. Esta situación de opresión, subordinación, enfermedades y ataques armados fue, sin dudarlo, el reverso de su experiencia milenaria.9 Olvera destaca no sólo el concepto resistencia nativa, sino que lo ilustra a través de hechos, tiempos, circunstancias y personajes. Era, para los nativos, muy complicado entender a esos seres que cambiaron su existencia, tanto que dichos nativos fueron desapareciendo poco a poco hasta su aniquilación. Esto aparece en un tercer capítulo, muy sólido, por medio del cual entrevemos hechos a veces aislados o casuales que muestran las formas de dominio de los hispanos. Las llamadas campañas de pacificación, que tuvieron lugar un siglo antes en Saltillo, Monterrey y Monclova, las vemos descritas a partir de la documentación de archivo consultada. A partir de los papeles coloniales que exhibe Olvera Charles nos preguntamos por qué una resistencia india tan prolongada fracasó hasta la extinción de los primitivos habitantes de esa región. Los múltiples actos de oposición y desafío, o al menos las formas que tomaron contra sus dominadores, como engaños, robos, ataques, coaliciones, recursos a autoridades lejanas y otros, fueron las tácticas guerreras expresadas dentro de la estrategia general: vivir, sobrevivir, lograr alianzas con los españoles, someterse a ellos o combatirlos, fingir que se convertían al cristianismo y, sin mayor aviso, regresar a su cultura. Sus relaciones con los misioneros también reflejaron una idea de aprovechamiento de la fuerza del enemigo; ser o parecer cristianos era una opción que daba como resultado la seguridad de la misión y alimentos. Destaco del libro la opinión del sargento Mariano Guerra, que me parece importante: “La paz de éstos siempre es fingida y que no se puede cimentar, pues cuando la piden es para asegurar más sus maldades”, dato fechado en 1782 (página 103). Ese comentario era compartido por no pocos colonos o militares, pero algunos lo matizaban: el gobernador Diego de Lasaga escribió un año más tarde que los indios se daban de paz cuando no tenían comida (página 103). ¿Era esto una muestra de oportunismo? Parece que sí, pero fue la respuesta al dominio español: las mentiras indias correspondían a las falsedades españolas y, especialmente, a los hechos. Este libro ofrece al lector un cúmulo sorprendente de citas al respecto. Los acontecimientos, de acuerdo a Paul Ricoeur, tienen su propia traducción y exigen una comprensión dentro de una gramática de las acciones.10

Un consecuente y aclarador capítulo sobre la resistencia nativa la anuncia como resultado de un proceso histórico de larga duración. Aquí encontramos tanto las formas de dominio de los españoles, cuanto la organización política de los aborígenes. Se menciona la perversa institución de la congrega, que tuvo sus principales practicantes en el Nuevo Reino de León.11 Se citan experiencias de los misioneros con datos específicos; por ejemplo, fray José de Guadalupe y Alcivia registró en 1759 la muerte, a manos de los indios, de 30 personas que él mismo debió enterrar. El gobernador interino Manuel de Escandón aclaró, en otro momento, que “estos lugares fronterizos se conciben como áreas de disputa violenta, física y simbólica por el poder y los recursos disponibles”, expresión que encajaría en escritos de historiadores y sociólogos franceses contemporáneos, pero aquí anotada por la autoridad política que era testigo de lo que expresaba. Que Escandón describiera una violencia simbólica es de suma importancia porque abre la posibilidad de no pocas interpretaciones.

El capítulo en que se analiza la resistencia está lleno de referencias a casos concretos, de ahí su interés y la posibilidad de intentar una comprensión de ese pasado bifronte: Europa, con su vieja cultura occidental, y el pasado milenario de los indios. Éstos son presentados por Fernando Olvera en dos posibles caracterizaciones: los asimilados o aculturizados y los aún libres, a quienes él nombra independientes. Asoma de continuo la presencia de sociedades que roban y huyen, algo que exasperaba notoriamente a los militares. Podemos afirmar que en esta obra tenemos acceso a una sucesión de comportamientos indígenas documentados, aunque sea a partir de fragmentos de manuscritos de múltiples archivos, lo cual es uno más de los substanciales aportes que se nos entregan.

Una excelente contribución es la relación estadística en la que podemos comprender algunas influencias que intervinieron en determinados hechos, las cuales hacen comprensible la situación del Nuevo Santander. Por ejemplo, es de destacar la influencia de fenómenos naturales en las relaciones entre indios y españoles: sequías, granizadas, altas temperaturas o heladas. Ataques, asonadas y robos sucedieron en temporadas de sequía o de frío extremo. Los momentos conflictivos tuvieron lugar cuando ocurrieron abusos, como, por ejemplo, la aplicación de la pena capital a quienes se consideraba dirigentes de un grupo.

El Anexo 1 es la cosecha de la documentación encontrada sobre la resistencia nativa. Ahí aparecen los datos fundamentales referentes a ese concepto. Uno a uno se presentan hechos concretos de los indígenas de esta región durante cincuenta años, entre 1750 y 1800. Formidable listado que asegura, por sí mismo, una información completa y abundante, la cual proporciona al lector datos explicativos.

Considero que Fernando Olvera Charles ha llenado un vacío informativo de la historia de la región y temporalidad anunciadas. Y esa es una contribución realmente importante para la historiografía de todo el actual noreste mexicano. Por medio de “Sobrevivir o fenecer en el noreste novohispano”. Estrategias de los indígenas… hemos conocido en profundidad temas que habían quedado en penumbras hasta ahora. El autor nos condujo a la comprensión del comportamiento indígena. Un aporte fundamental, que se agradece, es la presentación de un buen número de dirigentes indios, algunos ya incorporados al Estado español, otros que ingresaban a una institución religiosa de la que luego salían y, también, los que no se asimilaban y permanecían al margen. Otra contribución de importancia es la de la exhibición documental de ataques a los colonos, militares e incluso a otras sociedades étnicas. Hay que añadir las importantes citas que mencionan contradicciones entre hispanos sobre su presencia y actuación en esta importante y tardía conquista y colonización.

Bibliografía

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