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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

versión impresa ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  no.62 Ciudad de México jul./dic. 2021  Epub 16-Mayo-2022

https://doi.org/10.22201/iih.24485004e.2021.62.77306 

Artículos

Embajadas y barricadas. Mijaíl Borodin, su equipo y los orígenes del comunismo en México y España, 1919-1920

Embassies and barricades. Mikhail Borodin, his Team and the Origins of Communism in Mexico and Spain, 1919-1920

Arturo Zoffmann Rodríguez* 
http://orcid.org/0000-0002-2557-7848

*Universidad Nacional Autónoma de México (México) Instituto de Investigaciones Históricas arturo.zoffmann@eui.eu


Resumen

Este artículo investiga los pasos del primer representante del gobierno soviético en México y España, Mijaíl Borodin, en 1919-1920. Borodin dio un impulso decisivo a la creación de partidos comunistas en sendos países, vinculándose para ello a redes de activismo transnacional preexistentes y aglutinando un equipo de militantes cosmopolitas, jóvenes y entregados a la causa. Asimismo, trataría, con poco éxito, de ganarse la simpatía del gobierno revolucionario mexicano. Borodin intentó encauzar el entusiasmo que existía hacia el bolchevismo entre los sectores más radicales de las izquierdas española y mexicana. Sin embargo, el potencial para la creación de movimientos comunistas poderosos quedó en gran medida desaprovechado debido a la impetuosidad de Borodin y sus acólitos. La misión de Borodin es un estudio de caso muy valioso sobre la etapa formativa de la Internacional Comunista que, en contra de la visión mecánica de la historiografía tradicional centrada en Moscú, pone de manifiesto la importancia de la contingencia, el activismo transnacional y el solapamiento de diplomacia y revolución en la formación del movimiento comunista internacional.

Palabras clave: comunismo; revolución rusa; Revolución mexicana; Primera Guerra Mundial; Comintern

Abstract

This article tracks the steps of Mikhail Borodin, the first Soviet representative in Mexico and Spain during the 1919-1920 period. Borodin gave a decisive impulse to the creation of communist parties in both countries by linking them to pre-existing transnational activist networks while forming an energetic team of committed and cosmopolitan young radicals. At the same time, he made unsuccessful attempts to earn sympathy from Mexico’s revolutionary government. Borodin sought to channel the pro-Bolshevik enthusiasm of radical sectors of both Spanish and Mexican left, whose potential was wasted largely due to impetuousness of Borodin himself and his coreligionists. The Borodin mission stands for a valuable case study of the formative years of the Commintern which, against Moscow-centered mechanistic historiography, was signaled by contingency, individual agency, and overlapping of diplomacy and revolutionary activities.

Keywords: communism; Russian Revolution; Mexican Revolution; First World War; Communist International

La revolución rusa dio un fuerte golpe de pedal a la lenta marcha de la historia. El fantasma soviético recorría el mundo despertando violentas pasiones de miedo y horror, de alegría y esperanza. La victoria bolchevique enardeció a una variopinta constelación de radicales y rebeldes a lo largo y ancho del globo. Su eco se sintió más allá de las consabidas facciones de izquierdas de la socialdemocracia europea, y galvanizó, en palabras de un sindicalista británico, a una legión de “socialistas, anarquistas, sindicalistas, obreristas y nacionalistas revolucionarios de todas las razas y latitudes”.1 Todas estas corrientes se entusiasmaron ante las borrosas noticias que llegaban de Rusia, pero todas ellas les asignaban significados diferentes, moduladas por su bagaje ideológico y por sus contextos nacionales.

Para los bolcheviques su victoria era el primer conato de la debacle del capitalismo mundial. No tardaron, por tanto, en dotar de un andamiaje organizativo a estas simpatías internacionales. En marzo de 1919 se creaba en Moscú la Tercera Internacional, también conocida como Internacional Comunista o Comintern, que lanzó el guante al capitalismo internacional y también a los dirigentes reformistas que a su parecer lo sostenían. Unos años más tarde el movimiento comunista ya se perfilaba como un factor político importante en numerosos países. Tras una etapa de gran fluidez, inestabilidad y diversidad, las rígidas veintiuna condiciones de afiliación aprobadas en 1920, la campaña de bolchevización lanzada por Grigori Zinóviev en 1924 y el auge de la dictadura estalinista dieron lugar a una rápida centralización y homogeneización política del comunismo internacional.

La apertura de los archivos soviéticos en los años 90 arrojó luz sobre aspectos hasta entonces desconocidos de la historia de la Comintern. Sin embargo, muchos de los estudios inspirados en estas fuentes están escritos con brocha gorda, con ámbitos geográficos y cronológicos amplios que a menudo cubren su historia desde su fundación en 1919 hasta su disolución por Stalin en 1943.2 Su surgimiento accidentado y tumultuoso en medio de la guerra y la revolución, el optimismo y euforia que la impulsaron y su composición inicialmente mestiza acaban así eclipsados por el Leviatán estalinista en el que se convertiría más tarde. Esta historiografía está siendo enriquecida por estudios de caso más concretos, centrados en actores locales o nacionales y con cronologías más cortas.3 En particular, el periodo de 1919-1920 reclama especial atención. En esos meses la Comintern intentó, con cierto éxito, canalizar las grandes expectativas despertadas por la revolución rusa y dotarlas de una estructura y un programa. Reclutó a militantes con trayectorias ideológicas e individuales muy diferentes que se convirtieron en pioneros del comunismo y en organizadores indispensables del nuevo movimiento.

Este artículo investiga un episodio importante en la historia de Comintern en su proceso formativo. Rastrea los pasos del agente bolchevique Mijaíl Borodin en 1919-1920, cuando emprendió un largo viaje por Eu-ropa Occidental, los Estados Unidos, el Caribe y México. Me centraré en los vericuetos de sus estancias en México y España, que fueron las más transcendentales políticamente de todo su viaje. Borodin estimuló la creación de los partidos comunistas mexicano y español. También fungió de diplomático al entablar negociaciones con el gobierno nacionalista de México, en un malogrado intento de vincular las revoluciones mexicana y rusa. En estas operaciones, Borodin se apoyó en redes transnacionales de pacifistas y socialistas que le abrieron la puerta al movimiento obrero de sendos países.

La misión de Borodin sigue repleta de incógnitas. Los historiadores clásicos del comunismo mexicano y español trataron este episodio de manera escueta.4 Asimismo, antes de 1991 la base documental de esta historiografía era bastante limitada. Algunos trabajos más recientes han arrojado luz sobre distintos aspectos de este episodio usando materiales de los archivos soviéticos, aunque han tendido a parcelar el viaje de Borodin en líneas nacionales. Lázar y Víctor Jeifets han escrito sobre las actividades de Borodin en México.5 Juan Avilés Farré, Antonio Elorza, Marta Bizcarrondo y Francisco Romero Salvadó han examinado la importancia de su visita a Madrid para el movimiento obrero español.6 Las investigaciones de Lisa Kirschenbaum han desvelado aspectos desconocidos de la vida de Borodin antes de convertirse en agente soviético en 1919, los cuales permiten contextualizar mejor su misión.7 Por otro lado, Daniela Spenser y Rina Ortiz Peralta han publicado un compendio de fuentes de la Comintern relacionadas con México que contienen documentos reveladores sobre la misión.8 Ahora bien, todavía no se ha realizado un estudio que abarque los distintos aspectos de sus viajes de 1919-1920 desde una óptica transnacional.

Este artículo utiliza una gama de fuentes diferentes, incluyendo documentos soviéticos, para explorar el significado de esta misión para los orígenes de la Comintern en general, situando la creación de los partidos comunistas de México y España en un terreno verdaderamente transnacional. El estudio de caso de Borodin ilustra el protagonismo de un pequeño número de organizadores itinerantes en el establecimiento del movimiento comunista. El proyecto de la Comintern aspiraba a movilizar la simpatía despertada por la revolución rusa en los medios obreros de numerosos países, pero el éxito de este acoplamiento dependía en gran medida de la labor de un puñado de agentes y de sus contactos internacionales. Por lo tanto, las fortunas de los nuevos partidos comunistas revestían un alto grado de contingencia, y no eran un simple reflejo de las condiciones sociales de cada país.

De Gruzenberg a Borodin

Mijaíl Márkovich Gruzenberg nació en el shtetl de Ianovichi, cerca de Vitebsk, en la actual Bielorrusia, en 1884 (1878, según otras fuentes).9 En su adolescencia se mudó a Riga, donde trabajaba en el puerto durante el día y estudiaba por la noche para preparar su entrada al politécnico de la ciudad. La efervescencia revolucionaria que existía entre los obreros y los estudiantes letones pronto cautivó a Gruzenberg. En un principio se interesó por los socialistas judíos del Bund, pero acabó integrándose en las filas de la socialdemocracia. En la escisión de 1903 entre bolcheviques y mencheviques se decantó por la facción de Lenin. En 1904, Gruzenberg viajó al extranjero por primera vez y se reunió con Lenin en Suiza. La revolución de 1905 le trajo de vuelta a Riga, donde fue ascendido al secretariado local de los socialdemócratas. Representó a los bolcheviques en el comité federal socialista de Letonia, que aglutinaba a diferentes organizaciones de izquierdas para coordinar la lucha por toda la región.

Con la derrota de la revolución en 1906, Borodin escapó a Londres. Amenazado con ser deportado de vuelta a Rusia, tomó un barco a Nueva York, siguiendo el camino trillado de muchos otros exiliados del imperio zarista. Llegó a Ellis Island el 31 de diciembre de 1906. Tras pasar por Nueva York (donde conoció a su futura esposa, la socialista letona Fannie Arluk) y Boston, se mudó a Indiana, donde pasó un año estudiando en la Universidad de Valparaíso, una institución privada que ofrecía titulaciones asequibles a inmigrantes y trabajadores. Más tarde, acabaría asentándose en Chicago con Fannie, donde pasaría los próximos diez años.

Gruzenberg, conocido ahora como Berg, fundó una escuela preparatoria de ideología progresista en el Westside de Chicago, donde la mayoría de sus estudiantes eran judíos de Europa del este. La academia tuvo un cierto éxito, y Berg se convirtió en un líder carismático de esta comunidad. Sus vínculos con los bolcheviques se vieron atenuados por su ascenso a la clase media estadounidense, aunque no desaparecieron del todo. Él y Fannie eran militantes activos de la agrupación de lengua rusa del Partido Socialista de América en Chicago. Mantuvieron contacto con los bolcheviques y en 1915 hospedaron a Alexandra Kollontai en su gira por los Estados Unidos. En 1917, tras la revolución de febrero, según algunas fuentes, Gruzenberg se reunió con Nikolái Bujarin cuando hizo escala en Chicago durante su viaje de Nueva York a la Costa Oeste, donde había de emprender la larga ruta del Pacífico hacia Moscú.

Como ha argumentado Lisa Kirschenbaum, en los años 20 Borodin trataría de barnizar su pasado de una aureola de “viejo bolchevique”, enfatizando su lealtad a Lenin y su compromiso revolucionario. No obstante, existen evidencias de que los largos años que pasó en Chicago hicieron mella en su radicalismo. Decidió permanecer en los Estados Unidos tras la caída del zar en marzo de 1917, a diferencia de Trotsky o de Bujarin, que salieron en desbandada de Nueva York en cuanto les llegó la noticia. De hecho, Gruzenberg reaccionó con escepticismo a las tesis de abril de Lenin, que desafiaban a las nuevas autoridades democráticas del Gobierno Provisional y llamaban a radicalizar el proceso revolucionario. Se afilió a la Sociedad Americana de Amigos de la Democracia en Rusia, que apoyaba al gobierno provisional. En agosto de 1917 dio la bienvenida públicamente a Boris Bajmetev, el embajador de la república rusa en Washington durante su visita a Chicago. En un mitin con el embajador, Gruzenberg pronunció un discurso con tonos manifiestamente mencheviques. Como afirma Kirschenbaum, nuestro protagonista claramente “no estaba en el lado bolchevique de la barricada”.10

Sin embargo, con el paso de los meses, la audacia de los bolcheviques en su toma del poder, su resiliencia y los apuros de la República soviética, atenazada por el bloqueo e intervención militar extranjeras y por la guerra civil, despertaron el espíritu revolucionario de Gruzenberg. En esta transformación se vio influido por Yuri Lomonosov, a quien había conocido en agosto durante la visita de Bajmetev a Chicago. Lomonosov había participado en la revolución de 1905, pero después se había convertido en un respetado ingeniero ferroviario. Siendo un simpatizante del gobierno provisional, fue contratado como agente comercial de la república rusa en los Estados Unidos. Tras su primer encuentro, Lomonosov se hizo buen amigo de Gruzenberg y le contrató como ayudante. Lomonosov siguió trabajando para el depuesto gobierno provisional hasta la primavera de 1918, cuando se enemistó con los dirigentes de la Rusia democrática por su apoyo a la intervención armada de los Aliados contra los soviets. Envió a sus lugartenientes Gruzenberg y I. Peterson a Moscú para sondear el terreno y preparar su retorno. Llegaron a Rusia en septiembre de 1918 tras un largo y azaroso viaje.11

Lenin dio una calurosa bienvenida a Gruzenberg, quien ahora adoptaría el seudónimo Borodin. Sus contactos internacionales y sus habilidades lingüísticas, sobre todo su perfecto manejo del inglés, hacían de él un agente ideal. Un comunista británico que conoció a Borodin en estos años lo recordaba como un hombre “alto, corpulento, de pelo oscuro y piel morena, un lingüista excelente, familiarizado con la literatura y la historia de muchos países, y un revolucionario profesional de los pies a la cabeza”.12 Unos años más tarde, en 1923-1927, pondría en acción todos estos atributos al ser nombrado máximo representante de la Internacional Comunista en la revolución nacionalista china.

Rejuvenecido por su visita a la Rusia revolucionaria, Borodin se lanzó a la lucha “por la victoria final”.13 Fue enviado a Noruega y Suecia a principios de 1919, donde distribuyó fondos y propaganda. Volvió a Moscú para participar en el congreso fundacional de la Comintern en marzo. A continuación, el Comisariado de Asuntos Extranjeros le confió unos diamantes de los Romanov para financiar el precario buró comercial soviético de Ludwig Martens en Nueva York. Borodin partió para Estados Unidos en agosto de 1919, haciendo escala primero en Santo Domingo. La misión de Borodin en Nueva York se vio truncada por la pérdida de las joyas zaristas que pretendía vender en el mercado norteamericano, más lucrativo que el europeo. Temeroso de que los diamantes fueran requisados por el personal de aduanas estadounidense, se las pasó a un conocido en Santo Domingo, un exoficial alemán o austriaco al que había conocido durante sus viajes. Éste se llevó las joyas a Haití, donde Borodin le perdió el rastro. En cualquier caso, el principal objetivo de su misión no se encontraba en Nueva York, que sólo era su primera escala, sino al sur del Río Bravo. Tras pasar unos días con su familia en Chicago, Borodin se dirigió hacia el México revolucionario. El 4 de octubre cruzó la frontera mexicana por Laredo.14 Rafael Mallén, un socialista chicano de Chicago le acompañaba.

Lenin había entregado a Borodin las credenciales de embajador soviético en México. Allí había de buscar el reconocimiento de la Rusia soviética por parte de la república mexicana y el establecimiento de acuerdos comerciales entre ambos países. Este proyecto era fruto de la actitud amistosa del cónsul mexicano en Moscú, Karl L. Bauer, y su ayudante, Vasilii Blindin, que contrastaba con la hostilidad hacia el nuevo régimen del resto de embajadas. México era el único país latinoamericano que no había roto formalmente sus relaciones diplomáticas con Rusia tras la revolución de octubre.15 Según los servicios de inteligencia británicos, “el embajador mexicano en Moscú tiene muy buena relación con el Ministerio de Exteriores bolchevique y está dando pasaportes a los emisarios bolcheviques para que viajen a cualquier país”.16 Efectivamente, el consulado nombró a Borodin agente consular mexicano y le otorgó un pasaporte diplomático que exhortaba a todo el cuerpo diplomático mexicano a que “le dispensen todo el favor y auxilio que necesitara”.17 También le asignó a un joven funcionario mexicano, el sonorense Jorge Villardo, para que le acompañara hasta Alemania.18 Cabe matizar que los representantes mexicanos en Moscú, la mayoría de los cuales eran de nacionalidad rusa, perdieron el contacto directo con sus superiores en 1918, gozando de gran autonomía a la hora de definir su postura ante el nuevo régimen. Además, Villardo más tarde afirmaría haber sido engañado por Borodin y chantajeado por la Cheka para poner el consulado a disposición del gobierno bolchevique.19

Sea como fuere, los gobiernos mexicano y soviético tenían algunos puntos en común. Ambos habían surgido de revoluciones violentas y ambos estaban aislados en el plano internacional y eran hostigados por vecinos poderosos. Como señala la inteligencia británica, “ambos odian a la América ‘imperialista’”.20 En el otoño de 1919 las tensiones entre México y Washington se agravaron debido al secuestro del agente consular estadounidense William Jenkins. El presidente de México, Venustiano Carranza, había hecho críticas veladas a la intervención aliada en Rusia. Aunque las dos revoluciones eran muy diferentes, una nacionalista y burguesa y la otra internacionalista y socialista, existían fundamentos para explorar una posible colaboración entre ambos regímenes.21 El posible reconocimiento por parte de Carranza serviría para poner en un aprieto a Wilson. Como explica Daniela Spenser, ésta sería la tónica de las futuras relaciones mexicano-soviéticas, moduladas por el triángulo de relaciones de México y Moscú con Washington.22

A Borodin también se le encomendó la misión de contactar con el movimiento socialista mexicano y establecer la Internacional Comunista en América Latina. Los bolcheviques tenían escaso conocimiento de la Revolución mexicana, y América Latina no era una prioridad para ellos, pero sabían lo suficiente como para organizar una expedición al país. En efecto, Borodin hacía las veces de embajador y de revolucionario. El viaje a México era un proyecto conjunto del Comisariado del Pueblo de Asuntos Exteriores y de la Comintern (si bien ésta expresó “escepticismo” sobre la misión).23 En ese momento la frontera entre la diplomacia y la revolución en la política exterior bolchevique era todavía borrosa. A lo largo de los años, la aspiración de extender la revolución allende las fronteras rusas entraría en conflicto con el deseo del nuevo Estado de estabilizar sus relaciones exteriores. Como señalan Lazar y Víctor Jeifets, esta contradicción ya se perfilaba en el viaje de Borodin, que buscaba negociar con el gobierno mexicano mientras establecía un movimiento para deponerlo.24

México 1919

El alzamiento liberal de Francisco Madero contra la dictadura de Porfirio Díaz provocó un poderoso torrente revolucionario. La insurrección despertó al campesinado pobre bajo la dirección de caudillos radicales como Emiliano Zapata y Pancho Villa, quienes estaban dispuestos a ir más allá del constitucionalismo de Madero. Al mismo tiempo las élites del viejo régimen impulsaron diversos movimientos contrarrevolucionarios armados. Madero fue derrocado y asesinado en febrero de 1913 durante el golpe reaccionario de Victoriano Huerta, desatándose una violenta pugna por el poder. En 1917 el impasse fue resuelto parcialmente por el general Venustiano Carranza, que pudo aglutinar a una coalición heterogénea de jefes militares y rebeldes, de intelectuales liberales y nacionalistas y de dirigentes sindicales y campesinos bajo los auspicios de la constitución jacobina de Querétaro.

Cuando Borodin llegó a México a principios de octubre de 1919, la revolución había entrado ya en reflujo. Sólo quedaban rescoldos de las rebeliones campesinas del sur y del norte. Emiliano Zapata, jefe del Ejército Libertador del Sur, había sido asesinado en abril de 1919, tocando fin así el experimento de socialismo agrario de la comuna de Morelos. Pancho Villa seguía vagando por las montañas de Chihuahua, pero su pequeña banda de guerrilleros, desmoralizada y desorientada, tenía poco en común con lo que había sido la poderosa División del Norte glorificada por John Reed en 1914. Generales y caudillos ambiciosos acaparaban las tierras expropiadas que habían sido prometidas a los peones. A pesar de todo, el gobierno de Carranza seguía pronunciando discursos nacionalistas y seudorrevolucionarios y amagaba con suspender las concesiones petroleras a los británicos y los estadounidenses en el golfo de México.

Borodin no conocía a nadie en México, una tierra que le pareció “tan remota de nosotros como si se tratara de otro planeta”.25 Uno de sus colaboradores señalaría más tarde que “era muy ignorante sobre América Latina”.26 No hablaba ni una palabra de español. Pese a ello, pudo vincularse al bullicioso colectivo de desertores e insumisos estadounidenses que habían buscado asilo en México tras la entrada de EE. UU. en la Primera Guerra Mundial en abril de 1917. Cientos o incluso miles de ellos, según algunos autores, se asentaron en la ciudad de México durante la guerra. El gobierno mexicano toleraba la presencia de estos extranjeros. México era un país neutral con buenas relaciones con Alemania. Además, Carranza estaba enfrentado con Washington y deseaba realzar su talante progresista a ojos del ala izquierda de la revolución. Muchos altos funcionarios y generales con pretensiones políticas se acercaron a estos exiliados, buscando aprovechar su capital político y cultural. Algunos de estos refugiados eran apolíticos, pero había otros que eran internacionalistas convencidos que simpatizaban con la revolución rusa.27 Estos slackers (haraganes), como empezaron a ser conocidos, mantenían sus vínculos con el movimiento socialista de su país, pero también se implicaron en la izquierda radical mexicana. Los slackers también se relacionaron con exiliados de otras nacionalidades que habían pedido asilo en el México carrancista. El más famoso de ellos era el nacionalista indio Manabendra Nath Roy, quien era popular en los círculos radicales gringos y mexicanos de la capital. Así pues, los slackers devinieron importantes intermediarios transnacionales. Borodin utilizó sus redes durante su misión. “Se apoyó en nosotros para obtener todos sus contactos”, recordó un slacker.28

Tras su llegada a la ciudad de México, Borodin localizó a Charles Francis Phillips (alias Shipman, Seaman, Ramírez, Gómez), un socialista neoyorquino de veinticuatro años que dirigía una columna en inglés en El Heraldo, el periódico del general constitucionalista Salvador Alvarado.29 Sus artículos alababan al régimen soviético y denunciaban la intervención aliada en la guerra civil rusa. Phillips era muy conocido en la comunidad slacker así como entre la izquierda mexicana. Con la ayuda de su acólito Rafael Mallén, Borodin llamó a Phillips y a otro slacker socialista, Irwin Granich (alias Mike Gold), a su habitación de hotel.

Un hombre alto, corpulento pero no gordo, que tenía una mirada penetrante y una cara que parecía una máscara. Me dio un largo apretón de manos […]. ¿Quién era él? “Un empresario con una curiosidad insaciable por todo lo humano. Peter Alexandrescu. Rumano”. […] A continuación, se dedicó a ilustrar su curiosidad, preguntándonos sobre las diferencias entre los toreros mexicanos y españoles. De ahí pasó a la comida, el arte mexicano, la cultura, la actualidad internacional. El teatro, la literatura, la pintura moderna y, por último, la política. Política mexicana. Política internacional. Revoluciones. La Rusia soviética. Y ahí, me di cuenta, había querido dirigir la conversación desde el primer momento.30

Borodin se ganó el apoyo entusiasta de Phillips y Granich. Pronto implicaron a otros slackers en su empresa, y también a M. N. Roy, quien, bajo la influencia de Phillips y Borodin, estaba empezando a sacudirse de su nacionalismo para abrazar el comunismo. Su mujer, Evelyn Trent, una feminista de izquierdas californiana, también se integró al círculo de conspiradores y devino un miembro importante de la misión. El agente se mudó a la casa de Roy y Trent en la colonia Roma, de la que rara vez saldría, delegando la mayor parte de sus tareas a su equipo. Uno de los cometidos de Borodin era recuperar la maleta con los diamantes zaristas extraviados. A mediados de noviembre, despachó a Phillips a La Habana y Puerto Príncipe, donde pudo encontrar la maleta, pero sin los diamantes, perdidos irremediablemente.31

Por su parte, Roy tenía buenos amigos en las altas esferas del poder en México. No le resultó difícil establecer un canal de comunicación entre Borodin y Carranza. Las distintas fuentes que existen sobre esta interacción son poco claras, pero todas coinciden en que las negociaciones no fueron fructíferas (y es improbable que se reunieran en persona). Carranza se negó a reconocer a la república soviética. Esta decisión hubiese sido de poco provecho comercial o geopolítico, y habría empeorado las ya malas relaciones con Washington. Posiblemente Carranza también tuviera sospechas sobre los designios revolucionarios del régimen soviético. Empero, Carranza no se mostró totalmente reacio, y parece que dio a Borodin “ciertas facilidades” como permitirle “que enviase y recibiese mensajes a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores”.32

Las tareas revolucionarias de Borodin eran más halagüeñas que su labor diplomática. Phillips y su entorno trabajaron con empeño para fundar el Partido Comunista Mexicano. Las condiciones eran bastante favorables para este proyecto. En 1916-1919 muchos sindicatos y organizaciones campesinas escoraron hacia la izquierda. Durante los cataclismos revolucionarios de los años anteriores, el movimiento obrero a menudo había sido manipulado por caudillos demagógicos, que hacían promesas a los obreros, de las cuales más tarde abjuraban. El bloque gobernante alrededor de Carranza era especialmente cínico en su relación con el movimiento obrero, habiéndose granjeado el apoyo de los sindicatos en el punto álgido de la guerra contra Villa y Zapata en 1915 para reprimirlos duramente al año siguiente.33 Muchos trabajadores estaban decepcionados con los resultados de la revolución. Aunque un sector del sindicalismo mexicano dirigido por Luis Morones seguía buscando el mecenazgo del Estado, otra corriente reafirmaba su independencia de clase en un contexto de fuerte conflictividad social. El giro a la izquierda de estos años rojos se vio estimulado por las noticias de la revolución rusa, que enardecieron a muchos activistas sindicales. Nuevas organizaciones obreras y campesinas surgieron en estos meses, a menudo bajo una difusa influencia anarquista, pero partidarias de la Rusia soviética, y con un radio de acción local o regional. Asimismo, grupos de intelectuales izquierdistas y feministas se orientaron hacia el comunismo.34 Sin embargo, Borodin y sus colaboradores fueron incapaces de sacar pleno provecho de esta efervescencia.

El Partido Comunista Mexicano (PCM) fue fundado en noviembre de 1919 de manera muy apresurada. Phillips y Roy, siguiendo los consejos de Borodin, utilizaron al Partido Socialista Obrero (PSO) como palanca para este cometido. Esta organización, de tradición socialdemócrata, contaba tan sólo con unos cincuenta miembros en la capital y un par de docenas más en provincia.35 En agosto de 1919, unas semanas antes de la llegada de Borodin a México, el PSO había convocado un congreso nacional socialista con el objetivo de crear un partido obrero de ámbito nacional, independiente del gobierno y alineado “con los bolshevikis [sic] rusos, los comunistas húngaros y los espartacos [sic] alemanes”.36 La iniciativa fue relativamente exitosa, con la asistencia de numerosos sindicalistas de diferentes regiones del país, aunque esto no reflejaba la influencia del PSO como tal, sino su capacidad de atraer movimientos locales en búsqueda de un referente nacional. Para más inri, durante el congreso surgieron serios conflictos entre los dirigentes del PSO en relación con la postura que habían de adoptar ante los sindicatos reformistas de Luis Morones. Unas semanas más tarde, uno de los líderes del partido, el slacker estadounidense Linn A. E. Gale, de muy dudosa reputación, se escindió para crear una minúscula agrupación comunista de efímera existencia, que Borodin decidió ignorar.

Aunque el congreso nacional socialista había mostrado el apoyo latente que existía para un nuevo partido de izquierda radical en México, Borodin y sus acólitos no hicieron ningún esfuerzo por movilizar este potencial. Sencillamente bautizaron a la facción del PSO, leal a Roy y Phillips, como el nuevo Partido Comunista. Esto tuvo lugar el 24 de noviembre de 1919 en una reunión que afirmaba contar con el mandato del congreso nacional socialista pero que, en realidad, tan sólo congregó a un puñado de militantes cercanos a Roy y a Phillips.37 Un socialista mexicano hostil a Roy se quejó a la Comintern de que “el así llamado Partido comunista que designó a Roy como delegado está formado por seis personas”.38

El encuentro emitió un breve manifiesto anunciando la creación del partido. El documento denunciaba a la socialdemocracia y enaltecía a los bolcheviques. También se proponía crear un buró comunista latinoamericano que convocaría a un congreso internacional en la ciudad de México (aunque este propósito quedó en agua de borrajas). Notablemente, la declaración rechazaba de manera tajante cualquier tipo de actividad electoral.39 En opinión de Paco Ignacio Taibo II, esto reflejaba la fuerza de la tradición anarquista y antiparlamentaria de México, que impregnó al programa del partido.40 No cabe duda de que esto era un factor; el partido se motejaba “antiparlamentario o sindicalista de acuerdo a su tradición”.41 Sin embargo, la misión de Borodin caía bajo la órbita del Buró Occidental de la Comintern, con sede en Holanda, más conocido como el Buró de Ámsterdam. Éste estaba controlado por comunistas holandeses radicales adversos a la actividad electoral.42 Estos radicales formalmente tenían autoridad sobre el movimiento comunista en Europa Occidental y las Américas y mantenían una abundante correspondencia a ambos lados del Atlántico.43 El Buró de Ámsterdam gozaba de gran autonomía en relación con el comité ejecutivo de la Comintern en Rusia, que en el contexto del bloqueo y la guerra civil rusa tenía serias dificultades para comunicarse con el exterior.44 En noviembre de 1919 la animadversión hacia el parlamentarismo por parte del Partido Comunista Mexicano no tenía nada de especial, era común a numerosos comunistas en otros países, e iba en la línea de los postulados del Buró de Ámsterdam. “Nunca imaginábamos que se pudiera estar demasiado a la izquierda”, admitió Phillips.45

El indio M. N. Roy y los estadounidenses Evelyn Trent y Charles Phillips fueron escogidos para representar al Partido Comunista Mexicano en el segundo congreso de la Comintern, que había de reunirse en Moscú en julio de 1920. Como señala Daniel Kent, el hecho de que tres forasteros jugaran un papel tan importante en el movimiento comunista mexicano testimonia el cosmopolitismo de la extrema izquierda del país en este periodo, fuertemente influenciada por el colectivo de slackers y exiliados que se había establecido en México durante la Primera Guerra Mundial.46 A su vez, con este mandato Roy, Trent y Phillips eran propulsados al estado mayor del comunismo internacional. En plena expansión y desesperadamente falta de organizadores, la Comintern tenía un apetito voraz por trotamundos jóvenes, afanosos y comprometidos con la causa como estos tres personajes. Tras la partida a Europa de los demiurgos del comunismo mexicano, el PCM quedaría a la deriva, falto de organizadores competentes y de vínculos con el movimiento obrero. Por si eso fuera poco, su nuevo secretario general, José Allen, era un confidente a sueldo del gobierno norteamericano.47

Las historiadoras Daniela Spenser y Rina Ortiz Peralta han achacado la debilidad de la creación de Borodin al poder aplastante del nacionalismo revolucionario mexicano, que actuó como un “dique” contra el comunismo.48 Ahora bien, esta ideología no era del todo hegemónica, y precisamente en este periodo distintos sectores del movimiento obrero, frustrados por los exiguos resultados de la revolución, estaban empezando a rebelarse contra el régimen nacionalista. Aunque la perspectiva de una revolución socialista victoriosa en el México carrancista era inverosímil, sí que existían las condiciones para el surgimiento de un movimiento comunista vigoroso. Si no se materializó, fue sobre todo por los errores de Borodin y sus ayudantes, ante todo debido a su impaciencia e impetuosidad. De haber intentado ganarse a otras organizaciones con mayor paciencia y perseverancia, apoyándose en los auspicios del congreso socialista de agosto y entablando una relación con la poderosa corriente del anarquismo mexicano partidaria de la revolución rusa, el nuevo partido hubiese adquirido una mayor solidez e influencia. La premura con la que Borodin impulsó su creación probablemente se debía a sus deseos de volver a Europa tras haber pasado varias semanas en México y al fracaso de sus negociaciones con el gobierno de Carranza y a la hora de recuperar los diamantes perdidos en Haití. Bastaba con crear una entelequia que prácticamente existía sólo sobre el papel. A esto se añade el desconocimiento de Borodin de las condiciones en el país y su desdén hacia el movimiento anarquista de México. Escogió ignorar a esta corriente aun y admitiendo que aquí los “trabajadores revolucionarios […] se orientaron hacia el sindicalismo y el anarquismo”. En México, “el movimiento socialista […] en realidad, no existía”, así que el partido comunista nació en “un terreno virgen”, es decir, al margen de cualquier movimiento de masas.49

Por su parte, Phillips y Roy parecían haber fijado sus miras más allá de México, sobre el movimiento comunista internacional, y ansiaban marchar a Moscú cuanto antes. A su vez, estos jóvenes, llenos de brío pero políticamente imberbes, se imaginaban la revolución como un asunto bastante sencillo e infravaloraban las dificultades de construir un partido de masas. Esta temeridad estaba condicionada por el entusiasmo y el optimismo revolucionarios de los años que siguieron a la revolución rusa. Phillips y Roy estaban todavía lejos de encajar con el futuro estereotipo del cuadro comunista, imbuido de teoría marxista y siguiendo una línea política firme. La falta de una ideología y una cultura militante homogénea era un rasgo de la Comintern en su etapa formativa, siendo construida con una argamasa de radicales variopintos.50

España 1920

A principios de diciembre de 1919 Borodin embarcó en el transatlántico Venezuela rumbo a España. Phillips le acompañaba. Durante una escala en La Habana, Phillips y Borodin tuvieron ocasión de reunirse, en el propio barco, con simpatizantes cubanos de la revolución rusa, con quienes discutieron la formación de un partido comunista en la isla. Borodin también aprovechó la travesía, que realizaron en primera clase a fin de “esconder sus conexiones revolucionarias”, para impartir un curso intensivo de marxismo a Phillips. Viajaban con pasaportes mexicanos. Sus documentos engañaron a las autoridades españolas, que, pese a estar obsesionadas por hipotéticos complots bolcheviques urdidos desde el extranjero, no detectaron la llegada de los agentes.51

A mediados de diciembre los dos agentes desembarcaron en La Coruña, y de allí viajaron en tren a Madrid. Su objetivo en la capital española era estudiar las condiciones políticas en el país e impulsar las fuerzas del comunismo ibérico. Borodin pasó unas siete semanas en el país, partiendo de Bilbao hacia Holanda el 8 de febrero, donde asistiría a la conferencia internacional del Buró de Ámsterdam.52 Phillips en cambio permanecería en Madrid hasta el verano, aunque realizó un breve viaje a Berlín en mayo para visitar a Borodin y obtener fondos adicionales para financiar su trabajo en España. En junio, tras más de seis meses en España, partió hacia Rusia para asistir al segundo congreso de la Comintern como delegado de México.

La idea de realizar un viaje a España probablemente no vino de Moscú, como sugirió Gerald Meaker en su influyente investigación.53 La obra de Meaker, escrita en los años 70, estaba influida por la ideología anticomunista de la Guerra Fría, que exageraba el control sobre el movimiento comunista internacional por el Kremlin. El proyecto del viaje a España probablemente fuera ideado por el Buró de Ámsterdam, con el que Borodin mantenía correspondencia. Los comunistas holandeses estaban en contacto con la extrema izquierda francesa, que a su vez tenían buena relación con sus camaradas al otro lado de los Pirineos.54 En Madrid, además, residía el académico y periodista holandés G. J. Geers, comunista muy activo que enviaba informes a Ámsterdam.55 Además, el socialismo mexicano tenía una relación estrecha con la izquierda española, y Borodin y Phillips empezaron a familiarizarse con el movimiento obrero de España durante su estancia en México.56 En cualquier caso, según Phillips, los agentes carecían de contactos en Madrid y al principio tuvieron que orientarse por sí solos. Las instrucciones recibidas por Borodin “eran muy genéricas y nos daban mucha libertad para actuar”, explicó Phillips.57

La llegada de Borodin a España no pudo haberse producido en mejor momento. Una oleada de virulentas agitaciones sociales sacudía al país. En 1918 se produjeron en España 463 huelgas; en 1919, 895; y en 1920, 1 060. El régimen pseudoliberal de la Restauración borbónica estaba profundamente desacreditado. En sus informes, los agentes comunistas pintaban un cuadro de una España estremecida por las huelgas y las luchas de barricada.58 Habían surgido poderosas corrientes probolcheviques dentro de las principales organizaciones obreras del país: el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), orientado tradicionalmente hacia la Segunda Internacional socialdemócrata y, en especial, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), de inspiración anarcosindicalista.

Cuando Borodin y Phillips desembarcaron en Galicia, la CNT estaba reunida en un congreso nacional en el que resolvió afiliarse provisionalmente a la Comintern. No obstante, los dos agentes escogieron ignorar a los anarcosindicalistas y concentrar sus esfuerzos en lograr una escisión del PSOE. En palabras de Phillips, “Borodin, como todos los rusos, tenía un gran desdén por los anarquistas”.59 Los dirigentes de la CNT en Madrid (incluyendo, parece ser, a Ángel Pestaña) tomaron la iniciativa de contactar con Phillips para expresar su lealtad a la Comintern. “En España todo el mundo sabe que la Confederación ha estado con la Tercera Internacional desde el momento en que fue creada”, le explicaron a Phillips. Pero él decidió ignorarlos, arguyendo que “poco se puede hacer con los sindicalistas. Con sus dirigentes, quiero decir. Las masas [de la CNT] se acercarán gradualmente al Partido Comunista”.60

El PSOE también celebró un congreso nacional en diciembre, donde puso a debate su afiliación internacional, pero, a diferencia de los anarquistas, optó por quedarse fuera de la Comintern por el momento para reivindicar la unificación de los socialdemócratas de la Segunda Internacional con los comunistas de la Tercera. No sólo eran los anarquistas de la CNT los partidarios más apasionados del bolchevismo en España, también habían desplazado a los socialistas como la organización obrera más poderosa del país, afirmando tener casi 800 000 afiliados a finales de 1919.61

Ahora bien, dentro del PSOE existía también una corriente poderosa a favor de la Comintern. La mayoría de dirigentes socialdemócratas no eran reformistas desacomplejados, sino más bien centristas de derecha, como les llamaba Borodin, de la índole de Pablo Iglesias, Largo Caballero o Julián Besteiro, quienes verbalmente hacían proclamas anticapitalistas pero que en la práctica estaban aterrorizados por la guerra de clases que promulgaba Moscú. Se mostraban escépticos, o directamente hostiles, hacia la Tercera Internacional y deseaban reconstruir la Segunda. Pero se enfrentaban a unas bases socialistas radicalizadas que en su mayoría simpatizaban con la Comintern. Por tanto, estos dirigentes no podían adoptar una postura de rechazo explícito hacia el bolchevismo a riesgo de provocar la ira de la militancia. Así pues, los centristas de derecha optaron por hacer una labor de zapa que implicaba dilatar los debates sobre Rusia y bloquear cualquier decisión en firme sobre la adscripción internacional del partido.

Contra estos centristas se alzaban los partidarios de la Tercera Internacional, los llamados terceristas, cuya influencia había crecido, pero dentro de la cual existía un abanico de posturas diferentes. Algunos socialistas de izquierdas -la mayoría- deseaban entrar a la Comintern pero sin escindir el PSOE, esperando, no sin razón, que con un poco de paciencia y de perseverancia podrían ganarse a la mayoría del partido. Esta actitud caracterizaba a hombres y mujeres como Daniel Anguiano, Virginia González y García Cortés. Había también otra corriente muy radicalizada sin tiempo que perder en tratativas con los odiados reformistas y dispuesta a romper el partido si era necesario para integrarse a la Comintern. Esta tendencia estaba presente sobre todo en las Juventudes Socialistas ligadas al partido, que a finales de 1919 se habían pronunciado oficialmente por Moscú.62

Una vez en Madrid, Phillips estudiaría la prensa para orientarse. El primer destino del joven estadounidense fue el Ateneo de la capital, que era un importante punto de encuentro de la intelectualidad progresista madrileña. Los azares del destino quisieron que en la biblioteca del Ateneo se topara con la promesa literaria estadounidense de John Dos Passos, que se encontraba viajando por España en aquel momento, y con el que Phillips tenía muchos amigos en común, de la bohemia neoyorquina. Dos Passos le presentó al conocido socialista radical y futuro concejal en el ayuntamiento de Madrid, García Cortés, quien “estaba a favor de los soviets, y lo había dicho abiertamente en el partido”.63

A través de García Cortés, Phillips y Borodin entraron en contacto con otros importantes terceristas, como Daniel Anguiano, y con los rudos militantes de la Juventud Socialista. Durante unos días, los dos agentes centraron sus esfuerzos en impulsar un referéndum del partido sobre la cuestión internacional, seguros de que los terceristas lo ganarían. Brevemente, pudieron agrupar a las distintas corrientes probolcheviques del PSOE para formar un “bloque de izquierdas”. Pero la postura vacilante de García Cortés y Anguiano ante la vieja guardia socialista y su reticencia a enfrentarse a ellos frontalmente, hicieron que Borodin perdiese la paciencia. Los líderes terceristas se hacían los remolones a la hora de acatar las directrices de los agentes y mostraban excesiva docilidad ante los próceres del partido; tenían un “miedo terrible de que su actividad condujera a la escisión del partido”.64 Así las cosas, Borodin y Phillips dirigieron su atención hacia los enragés de la Juventud Socialista, y sobre todo hacia su secretario, el extremista Ramón Merino Gracia: “Él era nuestro hombre”.65

Impaciente por abandonar España, y seguro de que el trabajo iba por buen camino, Borodin partió hacia Ámsterdam el 8 de febrero, dejando a Phillips al mando. Mantendría una correspondencia regular con su lugarteniente. Poco después de la partida del agente soviético, Roy y Trent llegaron a Madrid y, durante unos días, antes de continuar su viaje hacia Berlín, ayudaron a Phillips en sus labores. Para Phillips no quedaba duda alguna de que era necesario escindir el partido cuanto antes usando la palanca de las Juventudes. El 6 de marzo de 1920, Phillips, Merino Gracia y otro joven socialista, Eduardo Ugarte, acordaron fundar el partido comunista a través de un “golpe de Estado”, en palabras de Phillips.66 La ejecutiva de las Juventudes adoptaría el nombre de comité provisional del partido comunista y presentaría su fundación ante las bases de la organización como un hecho consumado.67 La formación del Partido Comunista Español (PCE) se produjo oficialmente el 15 de abril, cuando se distribuyó una circular entre todas las agrupaciones de las Juventudes anunciando el cambio de nombre, aunque muchos jóvenes socialistas se negaron a aceptar esta maniobra y a separarse del PSOE. La nueva organización tan sólo se ganó a alrededor de mil miembros de las viejas Juventudes Socialistas, que tenían unos 7 000 afiliados.68

El historiador Gerald Meaker ubicó al neonato PCE en el mundillo de la ultraizquierda que había surgido en diferentes países en este periodo.69 Es difícil no estar de acuerdo con él, ya que los propios discípulos de Borodin y de Phillips afirmaban situarse “a la izquierda del comunismo”.70 Eran supervisados por el antes mencionado Buró de Ámsterdam (que Borodin visitó en febrero de 1920) que estaba controlado por comunistas radicales antiparlamentarios. El PCE mantuvo una correspondencia regular con ellos y publicaba muchos de sus escritos. Los españoles protestarían ante la disolución del Buró en mayo de 1920 por parte de Moscú.71

Lenin flageló a estos ultraizquierdistas en su panfleto La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, que fue distribuido entre los delegados al segundo congreso de la Comintern en julio de aquel año. Criticó duramente el extremismo y la intransigencia abstracta de muchos de los grupos probolcheviques de reciente creación, planteando que para hacer la revolución los comunistas tenían que conquistar con paciencia a una mayoría de la clase trabajadora a través de su intervención en todas las plataformas posibles, incluyendo los comicios electorales y en organizaciones reformistas de masas como los sindicatos socialdemócratas. Para los dirigentes del PCE, no había “nada tan oportunista como este trabajo” de Lenin.72 En su panfleto, Lenin se centraba sobre todo en criticar a organizaciones de extrema izquierda de Alemania, Gran Bretaña e Italia, pero también existían corrientes parecidas en otros países como España. Este estado de ánimo extremista estaba estrechamente ligado a grupos juveniles como el PCE. Efectivamente, los estallidos sociales que siguieron a la Primera Guerra Mundial en diversos países soliviantaron sobre todo a la juventud. Surgió una nueva generación de militantes de mentalidad intransigente, con escaso interés por la teoría y desdeñosos hacia los ideólogos y los dirigentes oficiales del movimiento obrero.

El PCE era una organización ferozmente sectaria, a la que sus adversarios se referían sarcásticamente como el “partido de los cien niños”, por su pequeño tamaño y la juventud de su militancia.73 Sus tácticas eran violentas e intimidatorias y muchos de sus miembros estaban a favor de la lucha armada.74 Aunque de boquilla decían aceptar la acción electoral (quizás como argumento para vapulear a los anarquistas), uno de sus fundadores afirmaba en privado que “la mayoría de comunistas […] somos antiparlamentarios”, haciendo una lectura radical de los postulados del Buró de Ámsterdam.75 El nuevo partido rechazaba cualquier trato con otras organizaciones de izquierda, y no sólo atacaba a la vieja guardia socialista, sino que también dirigía un fuego graneado contra los “traidores” terceristas que habían decidido seguir en el PSOE.76 Una de sus primeras acciones fue asaltar la cafetería de la Casa del Pueblo, la sede socialista, rompiendo el mobiliario y arrojando las cafeteras por el suelo mientras insultaban e intimidaban a los que allí se encontraban. En junio irrumpieron en el congreso extraordinario del PSOE, produciéndose una tremenda refriega.77

El extremismo del PCE hizo un daño irreparable al futuro del comunismo en España. Mancilló la autoridad de la Comintern dentro del PSOE y puso en un aprieto a los terceristas que permanecieron en las filas socialistas. Tras una dura batalla interna, estos terceristas acabaron rompiendo con el PSOE en abril de 1921, aunque su relación con las huestes de Borodin y Phillips estaba tan emponzoñada que en vez de unirse al partido comunista ya existente decidieron crear una nueva organización, el Partido Comunista Obrero Español. La unidad sólo se alcanzaría en noviembre de 1921, gracias al deus ex machina de la Comintern, que presionó a ambas fracciones para que se fusionaran, formando el Partido Comunista de España, pero la suspicacia y el faccionalismo entre las dos hornadas de comunistas siguieron presentes durante años. El partido vagó por el desierto durante los años 20, dividido y desorientado. De haber actuado Borodin y Phillips con mayor paciencia y circunspección en vez de lanzarse a una ruptura agresiva y sectaria, la escisión comunista del PSOE hubiese revestido mayor cohesión y fuerza.78

El PCE de Borodin también se mostró implacable hacia la organización obrera más grande de España, la CNT anarcosindicalista, que en 1920 seguía siendo partidaria de la revolución rusa. Los jóvenes comunistas se propusieron “combatir tenaz y rudamente la fracasada ideología sindicalista”.79 Este diminuto grupo regañaba a la CNT por haber “descuidado la lucha contra el Estado capitalista, cuya robustez y vitalidad dejan íntegra”.80 “El sindicalismo”, reflexionó Joaquín Maurín, “al ver que los representantes oficiales de la III Internacional atacaban con furia, fue, como es lógico, tomando una posición de desconfianza”.81 El gradual distanciamiento de la CNT con el bolchevismo, que llevaría a su ruptura con la Comintern en 1922, respondió a diversos factores, siendo sin duda la agresividad del PCE hacia el anarquismo uno de ellos.

El espíritu sectario del PCE fue potenciado por Borodin y Phillips. Tan sólo unos días tras el asalto de los comunistas al café de la Casa del Pueblo, Phillips felicitó a sus acólitos por “estar extremadamente bien orientados”.82 La mentalidad del joven neoyorquino no era diferente a la de sus seguidores, teniendo sólo veinticuatro años, uno menos que Merino Gracia. Su radicalización se había producido muy rápidamente, y, como él mismo admitía, su conocimiento del marxismo todavía era bastante superficial.83 No sería de extrañar que compensara su relativa inexperiencia con testarudez e intransigencia. La impetuosidad de Phillips en México y España no restan valor a su innegable entrega, ingenio y perseverancia, sin los cuales la misión de Borodin hubiese sido inconcebible. El rápido surgimiento de la Comintern como organización mundial en 1919-1920 hubiese sido imposible sin la implicación de militantes como Phillips, pertenecientes a una nueva generación de revolucionarios, de temperamento precoz e ideológicamente inmaduros, pero comprometidos plenamente con la causa.

Borodin tenía más experiencia que Phillips y una mentalidad menos sectaria. En las seis semanas que pasó en Madrid, exhibió una mayor delicadeza política de la que a menudo se le ha reconocido. Borodin mantuvo largas y fatigosas reuniones (en un idioma que desconocía) con los terceristas para convencerlos de que rompieran definitivamente con los caudillos centristas. Según García Cortés, el agente bolchevique se mostró cauto y no buscaba una escisión precipitada del PSOE.84 Difícilmente puede ser Borodin acusado de ultraizquierdismo, ya que en la primavera y el verano de 1920, desde Berlín y Moscú, participaría activamente en la ofensiva de la Comintern contra las corrientes extremistas. De hecho, él ayudó a traducir al inglés los estrictos de Lenin contra el ultraizquierdismo.85 Asimismo, en sus cartas a Phillips trató de templar el radicalismo de su discípulo y de sus huestes españolas, criticando duramente sus “tendencias sindicalistas”.86 No obstante, Borodin “no tenía ningún interés particular por España, más allá del deseo de establecer bases de apoyo, aun rudimentarias, de cara al Segundo Congreso de la Tercera Internacional”.87 Juzgando la insistencia de Borodin en que los españoles enviasen una delegación comunista al congreso, que había de tener lugar en julio de 1920, se podría inferir que buscaba ante todo impresionar a los dirigentes soviéticos exhibiendo dos nuevos partidos comunistas, el mexicano y el español, independientemente de su fuerza real. Incluso añadiría la “Sección comunista cubana” a su lista de éxitos tras su breve reunión en La Habana, y presionó a Phillips para conseguir una delegación portuguesa también.88 Efectivamente, Joaquín Maurín diría con algo de sorna que el PCE era “más conocido en Moscú que en España”, una acusación que se podía extrapolar también al partido mexicano.89

Posiblemente la actitud temeraria y ambiciosa del agente en México y España estaba condicionada por su deseo de purgar sus pecados mencheviques de 1917 complaciendo a sus compañeros en Rusia. La premura de Borodin, reflexionaba Phillips, “hacía imposible desarrollar contactos [para crear el partido] de forma lógica: viajando por el país, leyendo la prensa obrera socialista, anarquista, sindicalista, visitando sedes de sindicatos y partidos y a las Casas [del Pueblo], asistiendo a mítines de masas, entrevistándose con dirigentes de todo tipo, etcétera”. En vez de eso, se lanzó precipitadamente a “una escisión (sin importar su tamaño)”.90

Reflexionando sobre la fundación del PCE, el historiador Juan Avilés Farré observó que la solvencia de los nuevos movimientos comunistas surgidos en 1919-1921 no reflejaban mecánicamente las condiciones sociales de cada país. De ser así, las fuertes agitaciones sociales que atravesó España en 1920 hubiesen conducido a la creación de un partido comunista poderoso. Avilés subraya la importancia de factores políticos contingentes, señalando, en el caso de España, la cohesión interna del PSOE, la falta de dirigentes comunistas carismáticos y con autoridad popular y el magnetismo de los anarquistas como fuerza revolucionaria.91 Estos motivos sin duda jugaron un papel, pero, como muestra también el caso mexicano, la acción individual de los emisarios de la Comintern, y sus aciertos y errores personales, fue igualmente decisiva.

Conclusión

La misión de Borodin a México y España es un estudio de caso revelador sobre los orígenes de la Comintern. Tratándose en 1919 de un movimiento todavía bastante descentralizado y minado por la falta de organizadores experimentados, la nueva organización tuvo que apoyarse en un grupo de cuadros bastante reducido que proyectaron sus propios sesgos y particularidades sobre su trabajo político. Tal era el caso de Borodin, un revolucionario de gran pericia pero que se había alejado de los bolcheviques en 1917, y cuya culpa se traducía quizás en un afán desmedido por cumplir con su misión lo más rápida y efectivamente posible. No obstante, la Comintern no hubiese podido dar sus primeros pasos sin la ayuda de nuevos reclutas como Phillips, Roy y Trent, recién llegados al marxismo y con un bagaje ideológico diverso, pero pletóricos de energía y optimismo, que a veces rayaban con la temeridad.

La precocidad y la intransigencia no se restringían a los agentes internacionales recién reclutados para la Comintern, sino que también infectaron a las nuevas militancias comunistas, como revela el caso de los jóvenes berroqueños del PCE. Su soberbia era modulada por las agitaciones que estremecieron a numerosos países en esta época, y que parecían corroborar la impresión de que la victoria bolchevique era el preludio del inminente colapso del capitalismo en el mundo entero. Implicados en las violentas luchas sociales de estos años, estos imberbes revolucionarios recayeron en un extremismo ultraizquierdista estimulado por el Buró de Ámsterdam y por otros grupos comunistas de Europa Occidental y las Américas. Estas corrientes radicales fueron objeto de un duro rapapolvo en el segundo congreso de la Comintern en julio de 1920, donde el propio Lenin trató de sosegar la exaltación despertada por el triunfo de la revolución rusa.

Efectivamente, en un primer momento, la revolución rusa despertó las ilusiones de un sinfín de movimientos radicales de todos los rincones del mundo. Así, la Comintern encontró un terreno fértil donde echar raíz, pudiendo aprovechar las redes de disidencia pacifista y de solidaridad transnacional que habían cuajado durante la guerra, como el colectivo de los slackers exiliados en México. El comunismo captó el interés en estos años de una gama variopinta de movimientos en proceso de radicalización, desde el sindicalismo mexicano enfrentado al nuevo régimen nacionalista hasta los anarquistas españoles. Empero, la capacidad de la Comintern de encauzar esta simpatía hacia la Rusia soviética dependía de la acción de un pequeño grupo de organizadores, como Borodin, Phillips, Roy y Trent. Impelidos por la impaciencia, la intransigencia ideológica y el desconocimiento del contexto político local, la misión de Borodin desperdició las condiciones favorables que existían en México y España para el surgimiento de partidos comunistas poderosos. La aspiración de la Comintern de ponerse al frente de los estallidos revolucionarios de este periodo estaba mediada por la labor de un número reducido de cuadros internacionales reclutados de manera poco sistemática. Asimismo, en esta época la influencia de Moscú, aislado y asediado, inevitablemente se apoyaba en centros regionales de dirección, como el Buró de Ámsterdam, que gozaban de una autonomía política significativa. Esto imprimió al desarrollo de los distintos partidos comunistas un elemento importante de contingencia.

Por último, el mandato doble de Borodin como representante de la Comintern y embajador refleja cuán borrosa era la frontera entre diplomacia y revolución en la política soviética de estos años. Existía una tensión entre el anhelo bolchevique de extender la revolución más allá de las fronteras del antiguo imperio zarista y su deseo de consolidar el Estado soviético y normalizar sus relaciones con el mundo capitalista. Esta discrepancia, que se agravaría con el paso de los años, y que Stalin resolvería subordinando la revolución a los intereses geopolíticos de la URSS, ya se puede discernir en la misión de Borodin, que aspiraba a alcanzar un entendimiento con el gobierno mexicano mientras establecía una organización encaminada a derrocarlo. Carranza intuía este doble propósito y se mostró frío hacia las proposiciones del emisario soviético.

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2Algunos ejemplos son James Agnew y Kevin McDermott, The Comintern: A History of International Communism from Lenin to Stalin (Basignstoke: McMillan, 1996); Tim Rees y Andrew Thorpe, International Communism and the Communist International, 1919-1943 (Manchester: Manchester University Press, 1998); Serge Wolikow, L’Internationale communiste 1919-1943. Le Komintern ou le rêve déchu du parti mondial de la révolution (París: Midi, 2010); Brigitte Struder, The Transnational World of the Cominternians (Basingstoke: Palgrave, 2015).

3Por ejemplo, Matthew Rendle y Aaron Retish, The Global Impact of the Russian Revolution (Londres: Routledge, 2020).

4 Gerald Meaker, The Revolutionary Left in Spain, 1914-1923 (Stanford: Stanford University Press, 1974); Barry Carr, “Marxism and Anarchism in the Formation of the Mexican Communist Party, 1910-1919”, The Hispanic American Historical Review, v. 63, n. 2 (1983): 277-305, https://doi.org/10.1215/00182168-63.2.277.

5 Lazar y Viktor Jeifets, “Moskva-Meksiko, 1919. Eshchë raz o meksikanskoi missii M. M. Borodina”, Latinskaya Amerika, n. 8 y 9 (2000): 72-89 y 25-43.

6 Francisco Romero Salvadó, “The Comintern fiasco in Spain: the Borodin Mission and the Birth of the Spanish Communist Party”, Revolutionary Russia, v. 21, n. 2 (2008): 153-173, http://doi.org/10.1080/09546540802461068; Juan Avilés Farré, “Le origini del Partito Comunista di Spagna, 1920-1923”, Ricerche di storia politica, n. 1 (2000): 3-27, http://doi.org/10.1412/10601; Marta Bizcarrondo y Antonio Elorza, Queridos camaradas: la Internacional Comunista y España (Barcelona: Planeta, 1999), 22-24. Sorprendentemente, un estudio reciente sobre el nacimiento del Partido Comunista de España (PCE) sólo menciona a Borodin una vez en Francisco Erice, “El impacto de la Revolución rusa en el movimiento obrero español: el surgimiento del PCE”, en 1917. La Revolución rusa cien años después, coord. de Juan Andrade y Fernando Hernández Sánchez (Madrid: Akal, 2017), 221.

7 Lisa Kirschenbaum, “Michael Gruzenberg/Mikhail Borodin. The Making of an International Communist”, en Russia’s Great War and Revolution, 1914-1922. The Centenary. Reappraisal, Wider Arc of Revolution (en prensa).

8 Rina Ortiz Peralta y Daniela Spenser, La Internacional Comunista en México. Los primeros tropiezos. Documentos, 1919-1922 (México: Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2006).

9Este esbozo biográfico de Borodin se basa en gran medida en el capítulo de Lisa Kirschenbaum “Michael Gruzenberg/Mikhail Borodin…”. Agradezco a Lisa haber compartido conmigo un borrador de este trabajo y sus fuentes de los archivos británicos.

10Kirschenbaum, “Michael Gruzenberg/Mikhail Borodin…”, 353

11“Bolshevist movement in Belgium”, British National Archives (en adelante bna), Kew, (kv), Security Service (Personal Files), 2-571, 2.

12Murphy, New Horizons, 71.

13Borodin a Fannie Berg, 7 de abril de 1919, 1, BNA, KV, Security Service (Personal Files), 2-571, 2, 1.

14Pasaporte de Borodin, 4, Howard Gotlieb Archive (en adelante HGA), Carleton Beals Papers, caja 148, carpeta 2.

15Jeifets, “Moskva-Meksiko, 1919. Eshchë raz…”, 76.

16MIIC Nueva York, 6 de diciembre de 1920, BNA, KV, Security Service (Personal Files), 2-571, 2.

17Pasaporte de Borodin, 5, HGA, Carleton Beals Papers, caja 148, carpeta 2.

18Pasaporte de Borodin, 5, HGA, Carleton Beals Papers, caja 148, carpeta 2, 4.

19 Héctor Cárdenas, Las relaciones mexicano-soviéticas. Antecedentes y primeros contactos diplomáticos, 1789-1927 (México: Secretaría de Relaciones Exteriores, 1974), 41-44.

20“Bolshevist Movement in Belgium”, 14 de octubre de 1920, BNA, KV, Security Service (Personal Files), 2-571, 2.

21Cárdenas, Las relaciones…, 57.

22 Daniela Spenser, The Impossible Triangle. Mexico, Soviet Russia and the United States in the 1920s (Londres: Duke University Press, 1999).

23Angelica Balavanova a Lenin (sin fecha), Rossiskii Gosudarstvennii Arkhiv Sotsial’no-Politicheskoi Istorii (en adelante RGASPI), Secretariado de Lenin (fond 5), opis’ 3, delo 83, listok 2, en Jeifets, “Moskva-Meksiko, 1919. Eshchë raz…”, chast’ 2, 41-42.

24 Lazar y Viktor Keyfetz [sic], “Michail Borodin. The first Comintern-emissary to Latin America”, The International Newsletter of Historical Studies on Comintern, Communism and Stalinism, v. 2, n. 5/6 (1994): 145.

25Borodin a Rutgers, 4 de enero de 1919 [sic], RGASPI, 497/2/1/3, en Ortiz y Spenser, La Internacional…, 87.

26 Manuel Gómez, “From Mexico to Moscow”, Soviet survey, n. 53 (1964): 36.

27 Dan La Botz, “American ‘Slackers’ in the Mexican Revolution: International Proletarian Politics in the Midst of a National Revolution”, The Americas, v. 62, n. 4 (2006): 563-590, https://doi.org/10.1353/tam.2006.0081.

28Gómez, “From Mexico…”, 39.

29 Charles Shipman, It Had to be a Revolution. Memoirs of an American Radical (Ithaca: Cornell University Press, 1993), 69-99.

30Shipman, It Had to be a Revolution. Memoirs…, 81-84.

31“Bolshevist Movement in Belgium”, 14 de octubre de 1920, bna, kv, Security Service (Personal Files), 2-571, 2.

32Transcripción de entrevista a Phillips (sin fecha), cinta 10, Rose Library Archive (en adelante RLA), The Jaffe Collection, leg. 605, caja 7, carpeta 5.

33 Barry Carr, El movimiento obrero y la política en México (México: Era, 1987), 41-43.

34 Elvira Concheiro Bórquez, “La revolución rusa y América Latina. El primer diálogo, 1917-1924”, en 1917. La Revolución rusa cien años después, coord. de Juan Andrade y Fernando Hernández Sánchez (Madrid: Akal, 2017), 167-171.

35Transcripción de entrevista a Phillips (s/f), cinta 9, RLA, The Jaffe Collection, leg. 605, caja 7, carpeta 5.

36“El Primer Congreso Nacional Socialista de México” (s/f), Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista, caja 1, exp. 1.

37 Paco Ignacio Taibo II, Bolshevikis, historia narrativa de los orígenes del comunismo en México, 1919-1925 (Tabasco: Planeta, 1986), 50-55.

38Cervantes López a la Comintern, 6 de agosto de 1920, RGASPI, Comité Ejecutivo de la Comintern (fond 495) 108/8/3, en Ortiz y Spenser, La Internacional…, 113.

39“El Partido Socialista Mexicano”, El Soviet, 26 de noviembre de 1919.

40Taibo II, Bolshevikis…, 55.

41Bertram D. Wolfe a Charles Phillips, 21 de enero de 1966, Hoover Institution Archives, Charles Shipman Papers, caja 1, carpeta 4.

42“Theses concerning parliamentarianism”, Bulletin of the Sub-Bureau in Amsterdam of the Communist International, febrero de 1920.

43 Theodor Draper, The Roots of American Communism (New Brunswick: Viking Press, 2003), 64-66.

44 Piero Conti, “Le divergenze fra gli uffici europei del Comintern, 1919-1920”, Movimento operaio e socialista, n. 2 (abril-junio 1972): 133-92.

45Transcripción de entrevista a Phillips (sin fecha), cinta 12, p. 4, RLA, The Jaffe Collection, leg. 605, caja 7, carpeta 5.

46 Daniel Kent Carrasco, “M. N. Roy en México. Cosmopolitismo intelectual y contingencia política en la creación del PCM”, en Camaradas. Una nueva historia del comunismo en México, coord. de Carlos Illades (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2017).

47Taibo II, Bolshevikis…, 45-46.

48Ortiz y Spenser, La Internacional…, 33-64.

49“Declaraciones de Borodin, delegado de la Internacional Comunista”, Nuestra Palabra, 12 de febrero de 1920.

50Transcripción de entrevista a Phillips (sin fecha), cinta 12, 6, RLA, The Jaffe Collection, leg. 605, caja 7, carpeta 5.

51La policía española se percató meses más tarde: Ministro de Estado a Ministro de Gobernación, 11 de diciembre de 1920, Archivo Histórico Nacional, Madrid, Ministerio de Estado (H), leg. 2760.

52Phillips a Borodin, 24 de febrero de 1920, Fundación Pablo Iglesias (en adelante FPI), Internacional Comunista, AAVV-CV-16, 45.

53Meaker, The Revolutionary Left…, 258-264.

54Villalonga a Lemercier, 19 de septiembre de 1920, FPI, documentos de la Internacional Comunista, AAVV-CI, Organización Internacional del Trabajo, 53.

55Juan Andrade a Luis Portela, 15 de julio de 1965, Archivo personal de Pelai Pagès i Blanch (en adelante APPB).

56Shipman, It Had to be a Revolution. Memoirs…, 92.

57Carta de Phillips a Jaffe, 15 de mayo de 1965, 2, RLA, The Jaffe Collection, leg. 605, caja 7, carpeta 3.

58“General Report”, 16 de junio de 1920, FPI, Internacional Comunista, AAVV-CV-16, 105.

59Gómez, “From Mexico…”, 41.

60Phillips, “Conversation, II”, 19 de marzo de 1920, FPI, Internacional Comunista, AAVV-CV-16, 82.

61 Antonio Bar, La CNT en los años rojos, del sindicalismo revolucionario al anarcosindicalismo, 1910-1926 (Madrid: Akal, 1981), 773.

62Romero Salvadó, “The Comintern fiasco…”, 158-159.

63Shipman, It Had to be a Revolution. Memoirs…, 93.

64Phillips, “General Report”, 5 de junio de 1920, FPI, Internacional Comunista, AA-VV-CV-16, IC, 103-105.

65Shipman, It Had to be a Revolution. Memoirs…, 93.

66Phillips a Borodin, 6 de marzo de 1920, FPI, Internacional Comunista, AAVV-CV-16, 62.

67Phillips, “General Report”, 3 de abril de 1920, FPI, Internacional Comunista, AA-VV-CV-16, IC, 92.

68Andrade a Portela, 15 de julio de 1965, APPB.

69Meaker, The Revolutionary Left…, 258-264.

70Andrade a Geers, 20 de mayo de 1920, en Juan Andrade, Recuerdos personales (Barcelona: Serbal, 1983), 156-157.

71Véanse las “Cartas a Geers”, en Andrade, Recuerdos

72Andrade a Geers, agosto de 1920, en Andrade, Recuerdos…, 162.

73Romero Salvadó, “The Comintern fiasco…”, 161-165.

74Andrade a Geers, octubre de 1920, en Andrade, Recuerdos…, 168.

75Andrade a Geers, 3 de julio de 1920, en Andrade, Recuerdos…, 152.

76“Después del referéndum”, Renovación, 17 de marzo de 1920.

77Sobre estos y otros hechos parecidos, véase “Cartas a Geers”, en Andrade, Recuerdos

78Véase Albert Pérez Baró, Els “feliços” anys vint: memòries d’un militant obrer (Palma de Mallorca: Moll, 1974), 51.

79“La ideología sindicalista”, Renovación, 3 de abril de 1920.

80“A los sindicatos adheridos a la CNT”, 15 de abril de 1920, Archivo Histórico del Partido Comunista de España, Documentos, 1, 2.

81 Joaquín Maurín, El Bloque Obrero y Campesino: origen, actividad, perspectivas (Barcelona: Centro de Información Bibliográfica, 1932): 5.

82Phillips, “General report”, 27 de mayo de 1920, FPI, Internacional Comunista, AAVV/CV/16, IC, 98.

83Shipman, It Had to be a Revolution. Memoirs…, 95.

84“Borodin en España”, El Socialista, 14 de mayo de 1920.

85Jeifets, “Moskva-Meksiko, 1919. Eshchë raz…”, chast’ 1, 74.

86Borodin a Phillips, 26 de marzo de 1920, FPI, Internacional Comunista, AAVV-CV-16, IC, 90.

87Carta de Phillips a Jaffe, 15 de mayo de 1965, 1, RLA, The Jaffe Collection, leg. 605, caja 7, carpeta 3.

88Borodin a Phillips, 26 de marzo de 1920, FPI, Internacional Comunista, AAVV-CV-16, IC, 87.

89Maurín, El Bloque Obrero…, 7.

90Carta de Phillips a Jaffe, 15 de mayo de 1965, 1-2, RLA, The Jaffe Collection, leg. 605, caja 7, carpeta 3.

91Avilés Farré, “Le origini del Partido Comunista…”, 23-27.

Recibido: 21 de Octubre de 2020; Aprobado: 08 de Febrero de 2021

Sobre el autor

Investigador posdoctoral en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, en donde estudia a la comunidad de desertores estadounidenses exiliados en México durante la Primera Guerra Mundial y sus relaciones con la Revolución mexicana y con redes de activismo internacional. Obtuvo su doctorado en 2019 en el Instituto Universitario Europeo de Florencia con una tesis sobre el impacto de la revolución rusa en el anarquismo español de 1917-1924. Sus intereses de investigación giran en torno a la historia transnacional de las revoluciones y de los movimientos sociales. Su trabajo ha aparecido en diversas revistas prestigiosas como Slavic Review, Revolutionary Russia o European History Quarterly. Su artículo más reciente (abril de 2021), escrito con Juan Marinello Bonnefoy, es “A Proletarian Turf War: The Rise and Fall of Barcelona’s Sindicatos Libres, 1919-1923”, publicado en la International Review of Social History.

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