Es evidente que la sociedad española está configurada por un mestizaje de gentes y una mezcla de culturas. Este hecho que no es nuevo, sino que ha existido siempre, se ha visto reforzado en los últimos decenios por el auge de la emigración de los países empobrecidos a los países ricos.1 Así, aunque hasta hace relativamente poco tiempo el estado español se situaba entre los países emisores de población emigrante,2 desde los años ochenta han descendido estos flujos de emigración y ha aumentado la entrada de extranjeros procedentes, en su mayoría, de países con graves problemas económicos.
Por otro lado, los movimientos migratorios actuales se caracterizan, entre otras cosas, por una importante presencia de mujeres.3 Los cambios en la situación familiar, junto con la movilidad y flexibilidad del mercado de trabajo, han creado ciertas demandas laborales que están siendo cubiertas por el colectivo femenino. El presente artículo pretende ser una aproximación al proyecto migratorio de mujeres extranjeras residentes en el estado español, entendiéndolas y ahondando en los principales problemas que han encontrado en la sociedad de acogida.4 En este sentido se pretende responder a preguntas como ¿por qué las mujeres no se consideran sujetos con proyectos migratorios propios?, ¿por qué cuando se reconocen se les vincula frecuentemente a las migraciones masculinas?, ¿qué obstáculos encuentran en su proyecto migratorio? Finalmente es necesario advertir que a pesar de que en este artículo a veces se habla de las mujeres inmigrantes como un todo homogéneo, se trata de un colectivo diverso, dinámico y diferente según su sociedad de origen y su propia historia de vida, y todo ello marca las alegrías, los conflictos, las decepciones, los logros y las estrategias de supervivencia de cada mujer.
Las cifras y los patrones migratorios
En el año 2002 había en el estado español 1 324 001 extranjeros5 con tarjeta o permiso de residencia en vigor, de ellos 44.79% eran mujeres y 55.21% hombres, es decir, 590 629 mujeres extranjeras tenían permiso de residencia en vigor, frente a 738 019 hombres (MIR, 2002).
Los colectivos de población extranjera con mayor número de mujeres al finalizar el año 2002 eran: la República Dominicana, con 67.97% de mujeres; seguida de Filipinas, con 60.15%; Cuba, con 58.58%, y Perú, con 57.92%. En el caso de los nacionales de Ecuador, Reino Unido, Alemania, Francia, Argentina y Países Bajos, la proporción de hombres y mujeres se encontraba equilibrada (MIR). Por otro lado, el estado español se sitúa entre los que poseen proporciones más altas de migración femenina de la Unión Europea (Carrasquilla y Pellicer, 2004).
No obstante, resulta muy significativo que a pesar de estos datos hasta hace relativamente poco tiempo se hablase de una inmigración preponderantemente masculina, aun cuando existían signos claros de que se equiparaban las tasas de inmigración masculina y femenina, o que se atribuyera este aumento del número de mujeres inmigrantes al incremento de las reagrupaciones familiares, hecho desmentido por las investigaciones que se han realizado al respecto.6 Conforme a este enfoque se opaca y se minimiza7 el papel de las mujeres como agentes sociales, dueñas y protagonistas de su propio proyecto migratorio. En este sentido Dolores Juliano refiere que históricamente las migraciones femeninas han sido consideradas algo excepcional y han operado sobre ellas restricciones y discursos ilegitimadores, excepto en los casos en que se encaminaban al mantenimiento de la cohesión familiar. Las mujeres como transmisoras y portadoras de la cultura serían las cariátides del templo sobre las que se sostiene la reproducción de la vida y de la cultura, y como tales cariátides se les percibe inmóviles dentro de su rol. La idea de la inmigración femenina como dependiente de la masculina se apoya por tanto en un estereotipo muy consolidado, según el cual el hombre es más móvil geográficamente. Sin embargo esta autora lo refuta arguyendo que la inmensa mayoría de nuestras sociedades son patrilocales, lo que implica que es la mujer quien abandona su hogar de origen para ir a vivir a la casa de su marido. Así, mientras el hombre podía pasar toda la vida en su grupo familiar, la mujer era inmigrante por definición, puesto que al casarse debía cambiar de lugar. Por todo ello, expone Juliano, se puede hablar de mujeres estructuralmente viajeras en contraposición a la imagen estereotipada de mujeres accidentalmente viajeras. Sin embargo, en la mayoría de los casos esta movilidad espacial resulta imperceptible (Juliano, 2000).8
La feminización de los flujos se ha convertido, por tanto, en uno de los rasgos característicos de los movimientos migratorios de hoy. Cada vez más mujeres de Asia, África, América Latina y Europa del Este se ven obligadas a emigrar hacia países ricos, buscando las alternativas y las posibilidades que su propio país no les ofrece.9 La situación de pobreza y de marginación en que viven inmersas se ha convertido en una de las causas de emigración; no obstante, las que se van no son como se cree las más pobres de sus países, pues éstas ni siquiera tienen recursos para pagarse el viaje (Zabala, 2004). En el análisis de estos flujos migratorios se ha podido observar también un cambio en las características de esta inmigración, que pasó de obedecer casi exclusivamente a motivos de reagrupación familiar, en los años cincuenta a setenta, a una creciente migración femenina autónoma en los últimos años.
Este cambio de patrones migratorios no es homogéneo, ya que las mujeres emigran por razones diferentes. El Colectivo IOE, en un estudio realizado sobre los procesos migratorios de mujeres de distintos países, distingue al menos las siguientes modalidades en estos procesos: mujeres que emigran para asegurar la subsistencia del grupo familiar y especialmente la mejora social de sus hijos/as; mujeres solteras que emigran buscando una promoción personal además de apoyar a la familia de origen; mujeres jóvenes que emigran “por espíritu aventurero”; mujeres que salen de su país de origen siguiendo a su marido en su proyecto migratorio, y finalmente mujeres jóvenes (“segunda generación”) que llegan al estado español para reunirse con sus familiares ya emigrados (Colectivo IOE, 1998: 21-23). De todas estas modalidades, según refiere este colectivo, se puede percibir un auge de las que emigran en forma autónoma, dejando atrás su núcleo familiar, núcleo que depende para su supervivencia de las remesas que ellas envían.
Soy enfermera pero siempre ejercí de psicopedagoga. Dirigía una escuela infantil en mi ciudad. Era una persona importante allí, estaba bien considerada y valorada pero el sueldo era muy bajo. Tuve que emigrar por problemas económicos, mi familia había contraído una deuda muy grande y con lo que ganaba en Rusia era imposible pagarla [Victoria, inmigrante rusa].
Mi familia en Senegal no vivía del todo mal, estaban dedicados al comercio. Mi padre es importante. Emigré cuando murió mi primer marido, quería algo mejor para mí y para mis hijos. La situación en mi país es mala para todos. Senegal es un país muy rico, pero es pobre y las mujeres se llevan la peor parte, tienen menos libertades [Dava, inmigrante senegalesa].
La emigración constituye en muchos casos una estrategia de supervivencia para las mujeres, sus familia y sus comunidades de origen, o una forma de liberarse de contextos opresivos para el género femenino.10 Sin embargo, paradójicamente, la discriminación de género constituye cada vez más una característica suplementaria del proyecto migratorio de estas mujeres, que escapan de un contexto opresivo y discriminatorio para insertarse en otro.
La adaptación a la sociedad de acogida: el trabajo, la documentación, la vivienda y los afectos
Las mujeres no toman al azar la decisión de emprender un proyecto migratorio sino que influyen en ella muchos condicionantes sociales, económicos y personales. Las mujeres inmigrantes inician su viaje hacia los países ricos del Norte buscando nuevas estrategias de vida; es un viaje marcado por altas dosis de ilusión y, en muchos casos, por escasa información veraz sobre el lugar de llegada. Para poder realizar este viaje gastan todos sus ahorros o se embargan en préstamos de familiares y amigas/os o de las mafias, en el peor de los casos, que tardan años en pagar. A su llegada, después de todo el periplo que constituye el viaje, se encuentran con una sociedad llena de prejuicios, una sociedad que las discrimina por ser mujeres, inmigrantes y pobres, que las explota y que no las reconoce como personas con igualdad de derechos.
El viaje me lo financié con un préstamo de una amiga; yo sabía quienes me podrían conseguir el dinero, las mafias, pero yo no quería contactar con esa gente, sobre todo porque sabía que eso es meterse en hacer un pago y otro pago, es peor que un banco, porque las mafias te cobran intereses y te cobran hasta la vida misma, porque ellos te pueden llegar a traer aquí, pero no sales del prostíbulo y te digo tanto porque en México yo he conocido bastantes historias de chicas que las llevan a Estados Unidos y a otros países de Europa y las chicas se tardan 10 o 15 años en medio librarse de eso, si es que se libran... Ellas no son conscientes de lo que pasa con las mafias, creen que van a una casa a limpiar o que les van a conseguir un trabajo estable, pero en realidad las ponen de prostitutas [Laura, inmigrante mexicana].
En una ocasión un hombre se baja de su coche y me aborda para acosarme creyendo que me dedicaba a la prostitución. Me sentí pisoteada sólo por mi piel morena y mi físico, como si fuera una presa para ellos, pero me libré. A los hombres inmigrantes creo que no les ocurre esto [Eliana, inmigrante colombiana].
El mercado de trabajo al que acceden las mujeres inmigrantes se limita, en líneas generales, al servicio doméstico, la hostelería, la agricultura, el comercio en la calle y la prostitución. Estos trabajos están marcados por relaciones jerarquizadas, mal remunerados y sometidos al escaso control externo. Se trata de una relación económica en la cual se obtiene un plusvalor derivado de no pagar la Seguridad Social de la trabajadora y de abaratar los costos de producción, disminuyendo los salarios y empleando horas extra no remuneradas (UGT, 2001).11
De todos esos trabajos, el servicio doméstico es el hueco laboral donde se inserta la gran mayoría de las mujeres. Esto es debido, por un lado, a que las políticas gubernamentales de regulación de flujos se han encargado de potenciar especialmente el crecimiento de esta franja ocupacional por medio del sistema de contingentes laborales para trabajadoras extranjeras12 y, por otro lado, a que existe una demanda real del mismo (UGT, 2001).13
Dentro del servicio doméstico encontramos dos modalidades: empleada interna y empleada externa. Las empleadas internas tienen ciertas ventajas, como tener cubiertas las necesidades básicas de alojamiento y manutención, lo que les permite una mayor capacidad de ahorro. A cambio desempeñan jornadas de trabajo interminables, que llegan incluso a más de 12 horas diarias, y sobre todo, carecen de privacidad y de libertad. Todo ello conduce al auténtico enclaustramiento de muchas de ellas. Por otro lado, a las empleadas internas se les puede descontar por manutención y alojamiento un máximo de 45% del salario mínimo interprofesional, de forma que la tradición del salario en especie, que suele llegarle más a las internas (comida, estancia, etc.) sirve en la mayoría de los casos para rebajarles el salario monetario (UGT, 2001). Esto es más común en el caso de las mujeres inmigrantes que en el de las nacionales, dada su situación de desprotección y supervivencia.
Ahora trabajo con una señora mayor; le caliento la comida, le plancho su ropa... el horario es de siete de la tarde a ocho de la mañana y el sueldo es de trescientos euros. Si yo fuera española creo que me pagarían más; conozco a una señora española que trabaja cuidando ancianos y le pagan cuatrocientos ochenta euros [Marta Luz, inmigrante boliviana].
Entre las empleadas externas las cuestiones más importantes se plantean en torno a la comparación del servicio doméstico con otras actividades laborales. Así, para muchas de estas mujeres el trabajo del hogar familiar es un empleo accesible, pero a la vez muy poco valorado socialmente. La flexibilidad de los horarios que permite el trabajo en la modalidad de externa lo hace compatible con las obligaciones familiares de madre y esposa, cosa que no sucede en otros sectores donde se imponen horarios rígidos que ocupan buena parte de la jornada, y además no implica el aislamiento que supone la modalidad de interna.14 Por contraposición existe el riesgo de recibir un trato degradante o abusivo por parte de algunos empleadores, especialmente cuando se trata de inmigrantes recién llegadas o con escaso conocimiento del entorno social y del idioma (Colectivo IOE, 2001: 43).
Aquí he trabajado como interna en una casa, luego externa, luego en un bar, pero ya con mi niña pequeña sólo trabajo los fines de semana. Ahora estoy trabajando en una residencia de estudiantes pero no quieren hacerme contrato por no pagar los impuestos [Georgeta, inmigrante rusa].
Otra de las características clave en cuanto a las condiciones laborales especiales de las que trabajan en el servicio doméstico es que no tienen derecho a percibir la prestación por desempleo ni están sindicalizadas. Pueden ser despedidas cuando las/os empleadoras/es quieran prescindir de sus servicios con una indemnización de siete días de salario por año trabajado, en lugar de 45 días como está estipulado en el resto de las ocupaciones. Las pagas extra son de 15 días en vez de 30, y en el caso de las mujeres que se encuentran en situación administrativa irregular, al no cotizar a la Seguridad Social, ante accidentes o enfermedades se encuentran completamente desprotegidas y no pueden solicitar incapacidad laboral (UGT, 2001). A todo esto hay que añadir otros problemas cotidianos que ellas enfrentan dentro de este sector y que están relacionados con la adopción de nuevas costumbres en torno a la limpieza y a la preparación de la comida, y con las dificultades de comunicación por no hablar y entender bien el idioma, como es el caso de las mujeres africanas o de Europa del Este:
En general me han tratado bien, salvo al principio en una casa donde estuve muy poco tiempo, la señora me trataba muy mal, a veces creen que somos personas atrasadas porque venimos de países pobres [Fatma, inmigrante marroquí].
El servicio doméstico reúne todas las características de un mercado secundario, ya que ésta definido por jornadas de trabajo interminables -sobre todo en el caso de las mujeres internas-, por no tener derecho a percibir la prestación de desempleo ni estar sindicalizadas, y por el estancamiento, ya que no es posible ascender ni dar un salto a un trabajo en mejores condiciones. A esto hay que añadir que como se trata de un trabajo que suelen realizar las mujeres, está socialmente devaluado e inadvertido, lo cual demuestra el androcentrismo existente en el ámbito laboral.
No obstante, a pesar de la precariedad del trabajo que se les ofrece, el acceso a una oferta de empleo ha sido desde 1985 hasta diciembre de 2003 su única manera de obtener una autorización administrativa para residir y trabajar legalmente en España. Este hecho ha provocado en muchos casos situaciones límite para conseguir o conservar un empleo. El valor de la persona empleada se mide en función de su producción, de ahí que la enfermedad ponga en peligro dicha relación, debilitándola e incluso rompiéndola. La enfermedad supone dejar de producir, y en consecuencia, las jefas se molestan cuando las empleadas se enferman. Todo ello tiene consecuencias muy negativas en la salud de las mujeres, pues el temor a que las despidan por estar enfermas muchas veces las lleva a ocultar su mal estado de salud, a resistir y aguantar constantemente (Castillo y Mazarrasa, 2001).15
Cabe mencionar también el desajuste que existe entre el nivel de formación y la experiencia laboral previa de muchas de estas mujeres, y el trabajo que desempeñan en el estado español, que como hemos dicho está relegado fundamentalmente al servicio doméstico. Esto provoca en las mujeres que cuentan con un alto nivel de formación y calificación un continuo sentimiento de frustración. El principal problema que encuentran las inmigrantes es que no pueden homologar sus estudios: las materias son diferentes y no hay una normativa respecto a las homologaciones, por lo que a pesar de poseer estudios superiores no pueden obtener el reconocimiento de éstos. Mientras en sus países son profesionales, en el estado español deben desempeñar tareas que están muy por debajo de su calificación (UGT, 2001).
Soy licenciada en geografía y ecología por la Universidad de San Petersburgo; estudié hasta los 25 años en la Universidad y no hice más cursos porque en mi país ya se supone que estás preparada para trabajar, ya eres especialista cuando sales de la Universidad [Georgeta, inmigrante rusa].
En Bolivia yo trabajaba en una empresa de secretaria ejecutiva, lo hice durante 12 años. Me salí porque me aumentaban el trabajo y no me aumentaban el sueldo. Yo tenía una hora de mi casa al trabajo y gastaba mucho en transporte y comida, entonces no me quedaba nada de sueldo y entonces decidí venirme para acá [Marta Luz, inmigrante boliviana].
Otras dificultades que enfrentan las mujeres inmigrantes en la sociedad de acogida tienen que ver con la regulación de sus “papeles”, la reagrupación de su familia, el acceso a una vivienda digna, la participación en los derechos sociales, etc. Todos estos aspectos forman parte de su proceso de integración social y del ejercicio de su ciudadanía.
La regulación de “sus papeles” es de vital importancia para ellas, sobre todo en los primeros años de estancia en el país. La única vía para obtener la documentación pertinente es aceptar una oferta de trabajo, la cual les da acceso a la autorización para trabajar en el estado español y regularizar su situación administrativa.16 El acceso a un contrato de trabajo supone también la inscripción y alta en la Seguridad Social, lo cual conlleva una serie de importantes derechos como asistencia sanitaria gratuita para la trabajadora y su familia, y prestaciones económicas en los casos de: baja en caso de enfermedad de la trabajadora, subsidio de desempleo, incapacidad total, jubilación, y viudez y orfandad (Zabala, 2004). En función de todo esto se entiende que en muchas ocasiones estas mujeres acepten condiciones de trabajo pésimas con el propósito de conseguir los documentos (Colectivo IOE, 2001).
Respecto a la reagrupación familiar, las mujeres que han llegado al país por este cauce dependen en lo administrativo de sus maridos, y sólo podrán obtener un permiso independiente de su cónyuge si obtienen una autorización para trabajar17 o en el caso de que sean víctimas de violencia doméstica, desde el momento en que se dicte una orden de protección a la mujer (Serra, 2001).18 Además, las mujeres solas encuentran muchas trabas administrativas cuando pretenden llevar a sus hijos/as al país de acogida, ya que los trámites son muy lentos y están sujetos a la valoración que hacen los consulados de sus países de las solicitudes de visado.
Otro de los factores que dificultan la integración social de las mujeres inmigrantes en el estado español es el no tener acceso a una vivienda digna. Los bajos sueldos que perciben, su situación irregular y el que tengan que ahorrar para enviar remesas a sus familiares, conduce a la mayoría de ellas a vivir en barrios donde las casas se encuentran muy deterioradas.19 Estos barrios albergan a un alto porcentaje de población inmigrante, lo que contribuye a que sean estigmatizados por la población autóctona y catalogados como barrios marginales y peligrosos. A todo esto hay que unir el rechazo de muchos/as propietarios/as a alquilar viviendas a inmigrantes20 y los problemas que está ocasionando la aplicación de la Ley de Extranjería L.O. 14/2003 del 20 de noviembre, la cual establece el libre acceso de la policía a los datos registrados en los censos de empadronamiento de inmigrantes. Esto ha provocado que muchos inmigrantes dejen de empadronarse, aumentando así sus dificultades de acceso a la vivienda, ya que la mayoría de las inmobiliarias exige las nóminas o el certificado de empadronamiento para elaborar un contrato de alquiler.
Finalmente, es importante destacar el papel que desempeñan las mujeres inmigrantes en los procesos de integración sociocultural, ya que ejercen la función de “puentes” entre las dos culturas, pues son portadoras de los valores y las costumbres de su país de origen, e intentan al mismo tiempo facilitar su adaptación y la de su familia a las pautas de comportamiento del país de acogida. Esto supone un esfuerzo y una búsqueda de estrategias de adaptación cotidianas, estrategias que buscan también la adaptación de su situación anímica, caracterizada en muchas ocasiones por la tristeza de no estar junto a los suyos, por la soledad o por el futuro incierto.
¿Volver a Colombia?, por ahora no. Hablo con mis hermanas y lloramos por si no nos volvemos a ver, yo les mando mensualmente una cantidad de dinero para ellos; la única esperanza que tienen soy yo, no les puedo fallar [Helga, inmigrante colombiana].
Ya no tengo ni papá ni mamá, somos todos hermanos, mantengo contacto con mis hermanos cada domingo, hablo con ellos por teléfono. Pero ellos nunca han sabido cómo me va la situación acá, ni del trabajo, ni nada. No se lo quiero decir porque me dirían: ¿qué haces allá?, mejor vente [Laura, inmigrante mexicana].
Asimismo, al ser ellas las portadoras de la cultura de su país de origen,21 son en ocasiones ellas, sus cuerpos, los que reciben el rechazo hacia esta cultura, sobre todo cuando proceden de países musulmanes; un ejemplo de ello es la negativa de algunas familias españolas a contratar mujeres para el servicio doméstico que lleven pañuelo, o toda la polémica suscitada en Francia por la aprobación de la ley que prohíbe a las niñas asistir al colegio con el velo, por considerarlo un símbolo religioso, lo cual se contradice con el carácter laico de la escuela francesa. El debate en torno a esta ley ha durado bastante tiempo y se han escuchado al respecto muchas voces encontradas procedentes de diferentes sectores de la sociedad; no obstante, en pocas ocasiones se ha pedido la opinión de las propias afectadas (Zabala, 2004).22
Por otro lado, es importante señalar el fenómeno de la sustitución que se está produciendo en los lugares de origen de estas mujeres, al que se ha venido llamando la cadena transnacional de cuidados, y la configuración de los hogares transnacionales. Según esto muchas de las mujeres que emigran al estado español a realizar labores de cuidados en sustitución de las madres españolas, a su vez dejan a sus hijas/os en sus países de origen, la mayoría de las veces al cuidado de otras mujeres de su propia familia. Esto da lugar a una cadena de mujeres que, pasando por encima de las fronteras del mundo, crean redes de cuidados al insertarse en ellas en diferentes posiciones (Huarte, citada por Zabala, 2004).
Como hemos visto, son muchos los problemas que tienen que enfrentar las mujeres inmigrantes en su proyecto migratorio; así, se les niega el ejercicio de la ciudadanía en el país de acogida al no tener su documentación en regla o depender de una oferta de trabajo para poder regularizar su situación y la de sus hijos/as.23 Casi la única oportunidad de inserción laboral que se les ofrece, cualquiera que sea su formación académica, es el servicio doméstico. A todo esto hay que unir la dificultad de acceder a una vivienda digna y los estigmas sexistas y racistas que las degradan al considerarlas meros “objetos sexuales”, que les atribuyen un valor inferior o que las ven en el papel de víctimas o dependientes de sus maridos. Todo ello inserta a estas mujeres en un marasmo de exclusión social del que difícilmente pueden salir.24
No obstante, ante esta situación cada mujer desarrolla su propia estrategia de supervivencia en la sociedad de acogida,25 no desde el papel de víctima sino como protagonista de un horizonte de vida que plasma en una diversidad de trayectorias y proyectos. Son mujeres con los perfiles más heterogéneos, ya que a pesar de los problemas comunes que comparten y los estereotipos y clichés que las igualan, son muchas y diversas. Son mujeres valientes que viven dentro de un contexto de desigualdad y discriminación estructural y que luchan por ser reconocidas como ciudadanas de pleno derecho, sujetos con voz propia en busca de un futuro mejor para sí mismas y sus familias.
Tengo ganas de progresar y aprender por mí y por mis hijos y eso repercutirá en la sociedad que me rodea; creo que eso influirá en algún momento. A mí este país me permite trabajar dignamente y vivir tranquila [Carolina, inmigrante argentina].
Un deseo para las mujeres inmigrantes es que sean fuertes, que tiren siempre para adelante, que miren por ellas mismas, no sólo por lo que dejaron detrás, que luchen y que no se dejen pisar por nadie [Laura, inmigrante mexicana].