Introducción
El relato de viaje de Elías de Babilonia, cuyo motivo oficial fue la búsqueda de limosnas para la Iglesia caldea, es la primera descripción en lengua árabe sobre la América hispana escrita en tierras americanas, primero en Perú y luego en la Nueva España. Hacia 1900 fueron descubiertos los textos manuscritos de don Elías por el jesuita libanés Anṭūn Rabbāṭ (Antoine Rabbath, 1867-1913) en la Biblioteca del Arzobispado de Alepo de la Iglesia católica siriaca. Los manuscritos, en 369 páginas, incluyen el Relato de viaje (pp. 1-100) y Una historia de la conquista de América (214 pp.),1 y de la página 314 al final hay una traducción en árabe del relato de un enviado otomano a Francia.2 El relato de viaje (riḥla)3 de al- Mawṣilī fue editado por el padre Rabbāt en 1905 y 1906.4 En la British Library hay un manuscrito que incluye sólo los dos primeros textos.5 La riḥla fue editada por Nūrī al- Ŷ Ŷarrāḥ en 20016 con base en el texto publicado por Rabbāṭ en 1905. La traducción de las partes que incluyo está basada en estas dos ediciones del texto árabe.
Este artículo se divide en cinco partes. En el primer apartado se presenta un esbozo biográfico del viajero árabe Ilyās ibn al-qissīs Ḥannā l- Mawṣilī (m. circa 1699) que esclarece algunos aspectos sobre su origen y su pertenencia étnica y religiosa. En el segundo se ofrece una relación del inicio de la larga travesía, de la que se destacan algunos momentos importantes. La tercera parte es una traducción del árabe al español de fragmentos relevantes del inicio del viaje, la travesía por Europa y la salida de España rumbo a América, con notas aclaratorias. La cuarta sección también es una traducción que selecciona partes relevantes del viaje a la Nueva España y el regreso a España. Por último, se incluye una cronología a fin de aclarar algunos supuestos y errores en torno a la vida y al viaje de Elías de Babilonia.
Reseña biográfica de al-Mawṣilī
El nombre de nuestro personaje es Ilyās ibn al-qissīs Ḥannā l-Mawṣilī (Elías hijo del sacerdote Juan de Mosul), como aparece registrado en las dos ediciones de su célebre relato de viaje, publicadas por el sacerdote jesuita Antoine Rabbath en 1905 y en 1906.
Sin embargo, en el colofón (escrito en árabe y en latín) del libro de oraciones (Horae diurnae et nocturnae ad usum Orientalium, 1692)7 que fue impreso en Roma con el patrocinio del mismo don Elías, aparece un dato que arroja luz sobre su lugar de nacimiento, pues se le menciona como “el sacerdote Elías [al-qissīs Ilyās], llamado el cura de Bagdad [jūrī l-Bagdādī], hijo del sacerdote Juan de Mosul [ibn al-qissīs Ḥannā l-Mawṣilī]”. En los documentos españoles se le llamó Elías de Babilonia (de Bagdad)8 y Elías de San Juan (Ḥannā, Juan).9
Esta referencia apoya la idea de que Elías era originario de Bagdad, no de Mosul, que sería la ciudad de nacimiento de su padre y el origen de su familia. Esto ya había sido expuesto por Nabil Matar al destacar que el nombre que aparece en la riḥla indica que la familia del canónigo era originaria de Mosul, pero en el texto del relato hay una referencia que hace pensar que él nació en Bagdad (Matar, 2003, p. 45). Elías, en el arreglo de una discordia en Chiapa, exclamó: “Aquí estoy, un cura que viene de la ciudad de Bagdad, haciendo la paz entre nosotros [hā and=ā jūrī yā’ min balad Bagdād li-yaṣliḥunā]” (Rabbāṭ [ed.], 1906, p. 62; Al- Ŷarrāḥ [ed.], 2001, p. 107).
Asimismo, en el colofón del libro de oraciones que mandó imprimir don Elías en Roma se menciona el nombre de la familia tribal a la que pertenecía: “de la familia ‘Ammūn [min ’ayla bayt ‘Ammūn]” (Horae diurnae et nocturnae ad usum Orientalium, 1692, en Schnurrer, 1811, p. 257), que corresponde al nombre que aparece en la portada de la edición de su riḥla, en 1906, y con la corrección que el mismo Rabbāt‰ (1906, pp. 3, 84) hizo en esa edición. Sin embargo, en la introducción de la edición de 1905 se menciona: “de la familia ‘Ammūda” (Al- Ŷarrāḥ [ed.], 2001, p. 133). Esta circunstancia ha motivado algunas confusiones sobre el nombre de la familia tribal de don Elías.10
Investigaciones recientes han permitido tener más información acerca de la familia ‘Ammūn, según las cuales ésta sería originaria del pueblo caldeo de Alqūš, ubicado al norte de Mosul,11 que se convirtió en centro importante de la cristiandad en Medio Oriente después de que el monje nestoriano Hirmiz estableció un monasterio en las afueras de las montañas de Alqūš, en el año 640 e.c. (Budge, 1902, parte 1, pp. xii-xiv). El lugar fue utilizado como sede de varios patriarcas de la Iglesia asiria de Oriente y de ese monasterio salió Yūḥannā Sūlāqā (c. 1510-1555), quien decidió unirse a la Iglesia católica en 1553 y establecer así la Iglesia caldea para convertirse en el primer patriarca de la Iglesia católica caldea.
Al respecto, también en el libro de oraciones citado (Horae diurnae et nocturnae ad usum Orientalium, 1692, en Schnurrer, 1811, p. 257; Kratchkovsky, 1963, p. 702) se especifica que la familia ‘Ammūn pertenecía a “la estirpe de los patriarcas orientales de la nación de los caldeos [min naṣli l-baṭārika l-mušriqiyyin min ṭā’ifat al-kaldāniyyin]”. La familia ‘Ammūn formó parte, pues, de ese grupo de cristianos caldeos que prefirieron vincularse a la Iglesia de Roma y a sus intereses misionales en Medio Oriente. En 1622, la Iglesia de Roma había decidido, a través del Colegio de la Propaganda de la Fe, instruir a candidatos nativos como misioneros, por lo que privilegió como enviados de Roma a los jóvenes educados provenientes de iglesias locales o “nacionales”, como las iglesias siriacas, convertidas al catolicismo (Aboona, 2008, p. 73).
Éste sería el caso de al-Mawṣilī, quien provenía de una familia de origen nestoriano y se convirtió al catolicismo. Este dato es revelado por el padre carmelita Giuseppe di Santa Maria (Girolamo Sebastiani), que conoció a don Elías en Bagdad y lo acompañó en su viaje de regreso a Roma el 10 de octubre de 1658, lo que indica que antes de 1668 ya había estado en Europa.12 El padre Giuseppe (Santa Maria, 1666, p. 141) comentó en su relato:
Eso me hizo tomar la decisión de dejar el camino de la Mesopotamia y de recorrer con un guía el desierto, en compañía de los soldados, dos esclavos y un Casis Elías, primero nestoriano, después católico, sobrino del patriarca de aquella nación, quien pretendía pasar a Roma por su devoción y por otros intereses.13
Esta referencia es muy importante en varios sentidos. En primer lugar, permite aclarar las dudas respecto al origen religioso de la familia de al-Mawṣilī al indicar que era nestoriano, no jacobita, como algunos investigadores habían supuesto.14 En segunda instancia, confirma el rango de la familia en esa comunidad religiosa, que pertenecía a la línea de sus patriarcas. Por último, revela que don Elías había hecho un viaje a Roma al menos diez años antes del que da cuenta en su relato de viaje, y que tenía vínculos e intereses con la Iglesia romana tras su conversión al catolicismo. Importa destacar que los vínculos de don Elías no sólo eran de carácter misional, también tenían una motivación económica y política, como se sugiere a lo largo de su relato, al estar vinculado a dignatarios religiosos y políticos de Italia, Francia y España.
El itinerario de una larga travesía
El mismo al-Mawṣilī narró que salió de Bagdad en 1668 para visitar el santo sepulcro en Jerusalén, y pasó por Damasco. Después de Jerusalén regresó a Damasco y se dirigió a Alepo para embarcarse en el puerto de Iskenderun (Alejandreta, en la actual Turquía) rumbo a Europa. Hizo escala en Chipre, Creta y Zante antes de arribar a Venecia.
Después de permanecer en cuarentena, estuvo 20 días en la ciudad de Venecia, luego marchó a Roma, donde pasó seis meses. Durante esa estancia, recibió del papa Clemente IX las cartas de presentación para su recorrido por las cortes europeas.
En seguida se dirigió a Francia, y pasó por Florencia, Livorno, Génova y Marsella. De Aviñón se dirigió a Lyon, donde se reencontró con el excónsul de Francia en Alepo, François Picquet. En París realizó una importante actividad, fue recibido por el rey Luis XIV y visitó a los duques de Orleans y de Saint-Aignan. Permaneció ocho meses en París y conoció a Solimán Aga, enviado otomano ante el rey de Francia, a quien sirvió como intérprete.
Decidió dirigirse a España, pasó por Orleans, Poitiers y Bordeaux; cruzó por Fuenterrabía y se encaminó a Madrid por San Sebastián y Burgos, donde visitó varios monasterios. En Madrid fue recibido por la regenta Mariana de Austria, a quien le entregó las cartas del papa Clemente IX y ella, en repuesta, le concedió una orden para que los virreyes de Sicilia y Nápoles le entregaran cada uno mil piastras.
Con el objetivo de recoger el dinero que se le había prometido, partió de Madrid hacia Italia. Pasó por Aragón y llegó a Zaragoza, donde se reunió con don Juan de Austria, el hermano del rey. En Barcelona se embarcó en un navío español, bloqueado 25 días en Cadaqués, y luego hizo escala en Tolón, para llegar finalmente a Roma. Se dirigió a Nápoles y Palermo, pero su viaje resultó infructuoso, pues no recibió el dinero prometido. Frustrado, retomó el camino de regreso a España vía Roma.
Salida de Bagdad, travesía por Europa y salida de Cádiz rumbo a América
A continuación, se presenta la traducción del relato que hace don Elías del inicio de su viaje, desde su salida de Bagdad, así como su paso por Europa, hasta su partida de Cádiz rumbo a América.
De Bagdad a Venecia 15
Yo, el más humilde de los sacerdotes, digo que salí de la ciudad de Bagdad el año del Señor Jesucristo de mil seiscientos sesenta y ocho con la intención de visitar el sepulcro de Cristo en compañía del jefe de artillería [topçi başi], llamado Mījā’īl Āgā.16
Después viajamos por un paraje desolado y a medio camino salieron a nuestro encuentro alrededor de cien ladrones que se precipitaron sobre nosotros y nos dieron una batalla, pero triunfamos sobre ellos. Esto sucedió el día de la Fiesta de Resurrección [‘id al-Qiyāma]. Nosotros sólo éramos doce personas; sin embargo, con el poder de los instrumentos de guerra como los mosquetes [tufenk], logramos vencerlos.
A partir de aquí continuamos nuestro camino y viajamos a la ciudad de Damasco [madīnat al-Šam]; de Damasco me dirigí a la noble Jerusalén [al-Quds al-Šarīf) y fui ennoblecido con el viaje a esos lugares santos.
Después fui a la ciudad de Alepo y luego de algunos días descendí al puerto marítimo que se llama Alejandreta [Iskandarūna]; desde ahí abordé un barco inglés y viajamos con direc ción a tierras de Europa.
Pasamos a la isla de Chipre y ahí visité la tumba de san Lázaro y sus hermanas María y Martha. De esta isla partimos y, después de unos días, pasamos a la isla de Quraytiš, conocida como Creta. De ahí llegamos a isla de Zante, que es gobernada por Venecia, con otras dos islas cercanas a ella, llamadas Corfú y Cefalonia. Las dos son gobernadas por Venecia, llamada por los turcos Venedik y conocida en todo el mundo. De ahí partimos.
En Venecia 17
Después de unos días, llegamos al puerto de la mencionada Venecia. Habían pasado sesenta días, que permanecimos en el mar, desde que salimos de Alejandreta hasta que arribamos a este puerto. Salimos del barco y después nos alojaron en la casa de la purificación llamada Nazaret en lengua italiana. Permanecimos ahí cuarenta y un días como es lo establecido. Este Nazaret está fuera de la ciudad, pues ésa es la costumbre en los países cristianos por temor a la peste. Al cumplirse los cuarenta y un días, el médico en jefe [ḥakīm bāšī] vino a examinarnos para ver si alguno de nosotros estaba enfermo. Después de eso nos dieron un permiso para que abandonáramos el Nazaret, salimos y entramos a la mencionada ciudad, permanecí allí veinte días paseando y visitando sus iglesias.
La riqueza que vi en la iglesia del evangelista san Marcos es una cosa indescriptible. Luego de algunos días ahí, me dirigí a la gran ciudad de Roma, donde permanecí seis meses. Visité los lugares santos, especialmente la basílica del apóstol san Pedro, única en el mundo por su belleza. Después salí para dirigirme al país de Francia, y pasé por la tierra de un príncipe llamado gran duque de Toscana,18 que vive en la ciudad de Florencia. Este príncipe es muy rico en dinero y posesiones. De Florencia me dirigí al puerto, hacia la ciudad llamada Livorno, gobernada por el mencionado príncipe. Después de pocos días, viajé al puerto de la ciudad de Génova, gobernada por un príncipe de manera autónoma. Esta ciudad se distingue por sus construcciones y su riqueza monetaria.
Viaje a Francia 19
De ahí también partí por mar y llegué al puerto de la ciudad de Marsella, gobernada por Francia. Después salí por tierra y marché a la ciudad de Aviñón, que está bajo el gobierno de nuestro señor el papa. Esta ciudad está en Francia, pero los antiguos reyes de este país la habían donado, con otras aldeas, a la Iglesia de San Pedro. De aquí transitamos por el río en una barcaza que era jalada a contracorriente por caballos. Llegamos a la ciudad de Lyon, que es una de las más grandes de Francia después de París, la ciudad del rey de Francia. Después me reuní con un hombre santo llamado el señor Picquet.20 Este noble hombre fue anteriormente cónsul en Alepo y, después de regresar de ese lugar, fue nombrado obispo de la ciudad de Bagdad; murió en Persia, en la ciudad de Hamadán, pero no tenemos tiempo para hablar de sus virtudes y de su vida edificante.
En la corte del rey 21
Después de algunos días, salí de Lyon y me dirigí a la ciudad de París, sede del rey de Francia. Entré a la ciudad y fui a visitar al victorioso rey Luis,22 quien me recibió generosamente. Luego visité a su hermano, el duque de Orleans,23 a quien le presenté como regalo una espada y celebré misa para él en la capilla de su palacio. Él me colmó de honores con amplia generosidad.
Mientras yo estaba ahí [París], un mensajero del sultán Muhammad Jān24 llegó para ver al rey Luis. Este mensajero es llamado en las lenguas turca y persa ilçi [enviado];25 yo fui a visitarlo varias veces a causa de la lengua turca, después me pidió que permaneciera en París, así que no partí y me quedé ocho meses ahí.
Paso por Burgos y hallazgo de la tumba de un rey armenio 26
Cruzamos el río y llegamos a un castillo bajo el dominio de España llamado Fuenterrabía, cercano a un poblado pequeño que se llama Irún, y de aquí me dirigí a un pueblo conocido como San Sebastián, que es un puerto en el Mar Occidental. Desde aquí viajé por tierra a Madrid, sede del rey de España, y pasé por un pueblo llamado Burgos. Aquí, visité un convento de monjes agustinos en cuya capilla había un altar con una cruz del Señor Jesucristo, llamado en lengua española [al-lisān al-sabanyūlī] Cristo de Burgos, que hace surgir muchos milagros. Ahí, también, vi en un convento de monjas la tumba del rey armenio de Sis,27que se llamó Ovānīsī Tākā,28 así como una inscripción funeraria en lengua armenia.
En la corte del reino de España 29
Desde aquí [Burgos] continué el viaje y pasé por incontables ciudades, hasta que llegué a Madrid, sede del rey. En ese entonces estaba gobernando la reina, esposa del rey Felipe IV, puesto que el rey había muerto y dejó como sucesor a un hijo menor llamado Carlos II.30 Yo le presenté a la reina las cartas del papa Clemente IX31 y ella ordenó que me dieran mil piastras del gobernador de Sicilia y otras mil piastras del gobernador de Nápoles. Así, obtuve de su mano una orden para recoger el dinero.
Salí de Madrid en dirección a la tierra de Italia a través de la provincia de Aragón [Arākūn], y pasé por un pueblo llamado Zaragoza [Sarākūzā], donde los reyes de España eran coronados en ese tiempo y donde juraban preservar y gobernar con las leyes antiguas. Ahí vi al hermano del rey, don Juan de Austria,32 que era hermano natural de él, a quien visité y fue muy generoso conmigo. Después partí y me dirigí hacia el mar y llegué a una ciudad llamada Barcelona, el puerto de la provincia de Cataluña en el mar oriental. De ahí viajé con los barcos del rey de España y después de dos días llegamos al puerto de Cadaqués, donde el coral es extraído. Permanecimos ahí veinticinco días a causa de lluvias torrenciales en el golfo de Lyon y lo difícil de navegar ese paso muy peligroso.
Salida de Tolón para Roma y encuentro con su sobrino 33
Después de un tiempo, celebramos misa en la mañana del domingo, nos preparamos para navegar, partimos y viajamos. Luego de un día y una noche, llegamos al puerto de Tolón, gobernado por Francia. Desde ahí viajé a Roma y visité al hijo de mi hermano, el diácono [al-šamās] Yunān,34 que había concluido sus estudios y se disponía a salir de Roma para regresar a su país, después de que la Sagrada Congregación [al-Mayma‘ al-Muqaddas]35 lo proveyó de libros y otras cosas necesarias.
Viaje infructuoso 36
De ahí llegué a Nápoles y presenté la orden de la reina a su ministro [wazīr] que gobierna allí, a quien se le dice virrey. Éste la leyó y me contestó así: “Ve a Sicilia [Sīsīlya] y consigue las mil piastras”. Viajé a la isla de Sicilia y llegué a la ciudad que se llama Palermo, donde está el ministro de la reina [wazīr al-malika] que gobierna, al que se le llama también virrey [vī l-ray]. Le presenté a él la orden que me concedía mil piastras y me prometió que me las daría, pero después de dos meses me dijo: “No puedo dártelas”. Luego, desde ahí, envié a Alepo al diácono Yūnān, hijo de mi hermano.
Cuando comprendí que no tenía esperanza de obtener las mil piastras de ese corazón duro, después de lo cansado que había sido para mí el viaje, regresé a Nápoles con el fin de recoger las otras mil piastras del virrey, como me lo había prometido, pero éste me contestó: “Si el gobernador de Sicilia no te dio las mil piastras, yo tampoco te daré nada, pues no tengo dinero”.
Entonces, con la esperanza perdida, volví a España para devolverle a la reina su orden. Regresé vía Roma y el puerto de Livorno, donde abordé un barco para llegar a la ciudad de Barcelona y de allí a Zaragoza, donde vi al hermano del rey y le informé lo que me había sucedido en cuanto a fatigas y pérdidas, pues había invertido cuatrocientas piastras de ida y vuelta. Se afligió de esto. Me había acompañado sirviéndome un cristiano de Alepo [rūmī min aulād Ḥalab], llamado Yūsuf [José] al-Fattāl.
En Portugal 37
Regresé a Madrid y expuse mi situación a la reina, que se molestó mucho, pues sus órdenes no habían sido cumplidas. Luego de que le entregué sus órdenes, salí de Madrid para dirigirme a tierras de Portugal.
Permanecí en esas tierras siete meses y visité todas sus iglesias y monasterios. Algunos habitantes de ese país son muy generosos y católicos de fe. También se encuentran aquí cristianos nuevos conversos de religión judía, son conocidos por todos y no se casan con cristianos viejos; algunos de ellos, en realidad, reniegan de la religión de Cristo. Pero cuando se verifica que ellos actuaron así, son juzgados por el Consejo de la Fe [Dīwān al-imān] o Santa Inquisición y condenados al fuego. En esta ciudad de Lisboa hay un puerto marítimo y de aquí zarpan los barcos hacia la India Oriental [Hind al-Šarq], a la tierra de Goa, que es gobernada por Portugal.
Una sorpresa 38
Después de que permanecí allí [en Portugal] siete meses, regresé a la ciudad de Madrid y me hospedé en la residencia de un noble llamado el duque de Aveyro,39 de este hombre y de sus amigos recibí una generosa ayuda. Una de las damas, llamada la marquesa de los Vélez,40 que era la aya del rey, me hizo grandes honores y le solicitó permiso al rey para que yo celebrara misa41 para él. Tenía conmigo, entonces, a un diácono de rito griego [rūmī],42 a quien le había enseñado a servir en misa. Entré a la iglesia del rey y celebré la misa ante él y su madre. Después de eso, la reina ordenó a la institutriz del rey que me preguntara si deseaba algo como recompensa. Le pedí un tiempo para pensar y me dirigí hacia algunos amigos para que me aconsejaran, y ellos me dijeron que pidiera una licencia y una cédula real para ir a tierras de la India Occidental [Hind al-Garb].43 Éste fue un asunto difícil para mí, pero yo puse la decisión en Dios, confiando en Él, e hice mi petición. Ningún extranjero puede ir a la tierra de la India [Occidental] si no tiene una orden del rey. En aquella época, el nuncio, que es el enviado del papa en Madrid, era el bendito cardenal Marescotti,44 quien me ayudó con sus consejos.
Finalmente obtuve la orden de la reina y la merced otorgada causó gran contento entre algunos de mis amigos. El noble en cuya casa me alojaba preparó todo lo preciso para el viaje y me entregó cartas de recomendación para algunos amigos suyos. La cédula real ordenaba al ministro, a los obispos, arzobispos y gobernantes de todas las regiones de las Indias que me diesen ayuda […] salí de Madrid para dirigirme a la ciudad de Cádiz, que es un puerto situado sobre el Océano Atlántico [Baḥr al-Muḥiṭ]. Después de viajar doce días por tierra llegué a ella y vi las naves de la India [Occidental] listas y prestas para zarpar. En este puerto está establecida la oficina encargada de los asuntos reales, donde entregué la orden de la reina para registrarla y me entregaron una segunda orden en respuesta.
El viaje a Nueva España y regreso a España
Inicio del viaje 45
El día doce del mes de febrero del año de Cristo de 1675 presenté mi cédula real con las cartas al general [almirante] de los galeones don Nicolás [Fernández] de Córdoba, que me apreció y me recibió con gran generosidad, dándome, como se ordenaba, un camarote en su barco. Introduje mis pertenencias en el camarote y cerré la puerta. Este galeón era el principal del resto de los galeones.
Había llevado conmigo de Cádiz a un diácono de confesión griega [min tā’ifa al-rūm] nacido en Atenas,46 porque no encontré a nadie de mi comunidad religiosa [millatī] ni de mi país. Llegué a tener un gran arrepentimiento a causa de que había enviado de regreso a mi sobrino, el diácono Yūnān, a la tierra de Oriente [bilād al-Šarq]. Sin embargo, no es útil el lamento. Algunos compañeros me habían aconsejado: “Este griego [al-rūmī], cuando llegues a la tierra de la India [Occidental], se te rebelará y se alejará de ti”. Cuando llegué a allí, sucedió lo que me habían dicho.
Por tanto, ese día mencionado, levantamos las anclas, elevamos las velas y zarpamos. El número de la flota era de diez y seis galeones, que fueron despedidos desde el puerto con detonación de cañones, tañido de trompetas e izamiento de banderas y banderines.
En la flota del rey 47
Algunos de los pasajeros estaban felices y otros estaban tristes por tener que dejar a sus familias. Cada tres años esta flota zarpa una sola vez hacia un país de las Indias llamado Perú, a mil quinientas leguas de distancia al interior de la tierra del Nuevo Mundo [Yeni Dünya, México],48 de donde se trae el tesoro del rey y también los mercaderes cargan los galeones con todo género de bienes que venden en esta tierra. No permiten que ningún hombre que no sea español los acompañe si no tiene una licencia del rey, como lo he mencionado anteriormente. Éstas son, hasta ahora, las leyes y los decretos establecidos en los tiempos de Carlos V, rey de España y Hungría, en cuya época se conquistaron las Indias. Los galeones regresan con riquezas de oro y plata por un valor de veinte o veinticinco millones…
El país del nuevo mundo 49
Mi amigo, el virrey depuesto,50 me aconsejó ir a Nueva España [Yeni Dünya] porque estaba apenado a causa de no haber podido hacer nada de lo que me prometió y estaba dispuesto a dotarme de todo lo necesario y me dio cartas de recomendación para el virrey de Nueva España,51 quien era cercano a él.
Con la ayuda de Dios, exaltado sea, y su buen y gran socorro, empezamos a registrar las noticias [ajbār] de nuestro viaje hacia el país del Nuevo Mundo, México [Yeni Dünya, al-Maksīk]. En el mes de diciembre del año 1681, nos embarcamos en la gran nave llamada Capitana [Qabiṭānā].
Llegada a Puebla 52
Después de 15 días dejé esta ciudad [Oaxaca, Wājākā] en dirección a la Ciudad de México [Mījīkū], donde reside el virrey [wazīr al-malik, ministro del rey] […]
Luego llegamos a la villa de Tepeaca [Tibyākā] […] y más tarde a la ciudad de Puebla de los Ángeles [madīna Būbūlā dih lūs Anjilūs], es decir, la ciudad del Pueblo de los Ángeles [Madīna Šacb al-Malā’ika]. Entré a la ciudad y me establecí con uno de mis amigos.
La ciudad del Pueblo de los Ángeles tiene grandes palacios y monumentos, ricas iglesias, como la Catedral, con decoración muy ornada, con abundante uso de plata y oro en su decoración. En esta ciudad reside el obispo don Emmanuel de Santa Cruz,53 hombre educado, temeroso de Dios, que dispone de un ingreso de 80 000 piastras anuales. También en esta ciudad hay conventos de todas las órdenes monásticas [tawā’if al-rahbān].
Descripción de México [Maksīkū] 54
Después de dos días salí en dirección a la Ciudad de México [balad Mījīkū], que está a una distancia de veinticuatro leguas [farsaj] de esa ciudad [Puebla]. Llegué y entré a la Ciudad de México55 y me hospedé con uno de mis amigos [aṣḥābi]. Traía conmigo una carta para él de la ciudad de Guatemala; me recibió con honor y generosidad. Un día después caí enfermo y permanecí diez días en cama. También traía yo una carta para el virrey [wazīr] de esta tierra de parte de su pariente, mi amigo el virrey que estaba en el Perú [al-Bīrūh]. El virrey me enviaba continuamente a sus médicos [ḥukāmahi] para que me asistieran. Diez días después sané, con la ayuda y la protección de Dios. Me dirigí entonces a visitar al virrey y a su esposa, los dos me recibieron con amor y rostros afables. El virrey me ofreció que me hospedara con él en el palacio, su bondad me sobrecogió y le agradecí su amabilidad por eso. No quise hospedarme con él, sino que alquilé una casa en trescientas sesenta piastras por un año. También me compré un carruaje y mulas en seiscientas cincuenta piastras. Después empecé a ir a visitar a los nobles [al-ašrāf]. Primero visité al obispo [al-muṭrān] de la ciudad, luego a los otros notables [al-a’ayān]. El obispo me otorgó un permiso [dustūr] para celebrar misa en cualquier lugar que yo deseara. Cada noche, al caer la tarde, me dirigía a conversar con el virrey [wazīr] durante dos horas y luego regresaba a mi casa.
En cuanto a este lugar, está situado en un valle [tierra hundida], y al lado de esta ciudad hay una laguna [buḥayra] de agua que brota de la tierra. Hace algunos años llovió tanto que la ciudad se inundó y muchas casas se llenaron de agua y se cayeron. Esta tierra no tiene una base sólida.
Qué diremos de las iglesias que están en esta ciudad y sobre la nobleza y la belleza de sus construcciones y la abundancia de su riqueza, es algo que no puede describirse. En esta ciudad hay tres conventos de los monjes de San Francisco [Mār Afaransīs], dos conventos de los monjes de Santo Domingo [Mār ‘Abd al-Aḥad], dos conventos de los monjes jesuitas, tres conventos de los monjes de San Agustín [Mār Agusṭīnūs], dos conventos de los monjes de la Merced [al-Marsī], hospitales [māristānāt] para la curación de los enfermos, diecisiete conventos de monjas religiosas y un convento de los monjes carmelitas, así como la catedral [al-kanīsa l-kabīra] y otras numerosas iglesias.
La iglesia de la virgen de Guadalupe y la historia de Juan Diego 56
A media legua fuera de la ciudad hay una capilla [kanīsa] dedicada a la Virgen María, llamada Guadalupe [Wādālūbī]. Nos contaron que pocos días después de la llegada de los españoles [al-sabanyuliyya] a esta tierra, uno de los indios [hunūd], llamado Juan Diego, rondaba fuera de la ciudad cuando una majestuosa mujer de extrema belleza se le apareció y le dijo: “Ve con el obispo de la ciudad y dile que construya para mí una casa en este lugar”. El mencionado indio [al-hindī] estaba temeroso por la luz brillante del rostro de la mujer y se marchó rápidamente, como le había indicado la señora, y le dijo al obispo todo lo que le ordenó a él. Cuando el obispo observó a este indio, en su triste estado, con su ropa miserable, le ordenó que se alejara. Este pobre hombre, abatido y humillado, regresó al lugar en el que la majestuosa mujer había hablado con él. Una segunda vez se le apareció en el lugar referido y le repitió lo que le había dicho la primera vez, que regresara con el obispo y le dijera lo que le había ordenado. Obedeció y fue por segunda vez con el obispo y le expuso todo lo que esta señora le había ordenado. El obispo, otra vez, lo despreció y le ordenó que fuera humilde y se alejara. Triste y rechazado regresó al mismo lugar y la señora se le apareció por tercera vez, y le dijo: “¿Por qué no has hecho lo que te ordené?”. Entonces él le contestó así: “Mi señora, hice lo que me indicaste y fui dos veces con el obispo y le expuse todo lo que ordenaste, pero me despreció y no me creyó”. La señora le dijo: “Ve por tercera vez con el obispo y dile todo lo que te he ordenado. Toma estas rosas y entrégaselas al obispo para que crea en lo que le dices”.
Le entregó las rosas, que estaban fuera de temporada. El indio cogió las rosas y las puso en el sayal [al-ridā’] que llevaba puesto. Se dirigió a la casa del obispo, y cuando los sirvientes lo vieron y lo reconocieron fue rechazado y expulsado, pero él les dijo: “Por Dios, déjenme hablar con el obispo, porque tengo un regalo de parte de la Señora Española para él”. Los sirvientes le informaron al obispo sobre esto y entonces el obispo les ordenó que lo dejaran entrar. Cuando el indio estuvo frente a él, le dijo: “¡Oh, mi señor! La señora me ha enviado tres veces con usted para decirle que le construya una casa en ese lugar, así que le envió a usted estas rosas para que dé crédito a mis palabras y que tenga la certeza de que ella me ha enviado a usted”. Cuando el indio soltó las rosas de su sayal, el obispo vio con sorpresa esto, porque no era temporada de rosas. Aumentó su sorpresa al ver que la imagen de la Virgen María estaba impresa en el sayal del indio, que era de rosas todo tejido. En ese momento, el obispo cayó de rodillas frente al indio y le pidió perdón. Rápidamente le recogieron al indio las rosas en el momento en que se imprimió la imagen de la Virgen en su sayal. Después, el obispo llevó el mencionado sayal en procesión, con el repique de campanas, y lo colocó en el altar mayor, con gran alegría y fiesta. Luego salieron hacia el lugar indicado y el obispo ordenó la edificación de la capilla en el lugar en que la Virgen se le había aparecido al indio, la cual se llama Capilla de la Virgen María de Guadalupe. El indio Juan Diego pasó su vida al servicio de la Virgen en esta capilla y falleció como los piadosos.
Como hemos mencionado, esta capilla está fuera de la Ciudad de México, a media legua, es muy rica en plata y oro, así como en ornatos valiosos. Las nueve gradas de la escalinata del altar mayor están hechas de plata. Los pilares del altar también son de plata. Construyeron una especie de puente de dos codos de altura para pasar del límite de la capilla al interior de la ciudad, debido a que esta tierra en épocas del estío, cuando llueve se convierte toda ella en una laguna y sólo pueden caminar por esa pasarela, pues en esta ciudad empiezan las lluvias desde el principio del mes de mayo [ayār] hasta finales del mes de septiembre [aylūl], a diferencia de lo acostumbrado y ocurrido en nuestro país.
El ataque de los herejes al puerto de Veracruz 57
Permanecí descansando en esta ciudad alrededor de seis meses hasta que llegó un navío de España, que traía un número de cartas de los comerciantes para sus socios.
En este navío llegó un hombre estafador que pretendía haber sido enviado por el rey para investigar sobre los transgresores y hacer un registro del tesoro del rey. Este indagador causó terror en el corazón de muchos transgresores. Cuando el virrey escuchó sobre esto, escribió al gobernador del puerto para que viera las órdenes que traía consigo ese hombre, pero éste no quiso mostrarlas. Entonces el virrey supo que se trataba de un mentiroso impostor y envió soldados tras él para buscarlo y encontrarlo. El virrey ordenó su procesamiento.58
En esos días llegaron algunos barcos piratas [corsarios, qursān] al puerto de Veracruz [Wirākrūs], todos ellos eran herejes [harāṭiqa] reunidos de todos los géneros de sectas [confesiones religiosas, al-tawā’if]. Llegaron en la noche y se adentraron a tierra una legua lejos del puerto y entraron a la ciudad como ladrones, porque el puerto no tenía muros. Se dirigieron a la casa del gobernador del puerto y lo tomaron cautivo. Después de esto, entraron y sacaron a la gente, hombres y mujeres, para retenerlos en la iglesia mayor, los encerraron y pusieron guardias en las puertas. Los corsarios empezaron a saquear y robar los monasterios, las iglesias y las casas durante tres días. Después, sacaron a la gente de la iglesia e hicieron que llevaran el botín del saqueo hasta donde estaban los barcos anclados y los llevaron lejos, hacia una media legua. Llevaron el dinero y a todos los hombres y esclavos a los barcos, y los condujeron a una isla cercana a una legua del puerto. Los desembarcaron allí y les dijeron: “O liberamos sus almas o los matamos a todos”. Exigieron ciento cincuenta mil pesos. Estos malhechores enviaron, por su parte, a pedir el rescate de ellos a la mencionada ciudad de Puebla. Después de diez días les entregaron ciento cincuenta mil pesos y liberaron a la gente española y se llevaron a los esclavos negros y todo el dinero del saqueo de la ciudad, que ascendía a ocho millones. El número de esos corsarios poderosos era de seiscientos individuos y el de los españoles con sus esclavos era de más de cuatro mil. El jefe de los corsarios era un hereje que tenía un compañero y un socio español llamado Lorencillo [Nasīlyū]. Tuvieron una disputa sobre el reparto del dinero entre los dos. Lorencillo mató al jefe hereje y tomó su lugar como líder de los corsarios.59
Yo había traído a esta villa un cargamento de cochinilla [qirmiz] que compré en Oaxaca por mil pesos, pero me lo robaron junto con otros bienes.
Mientras los piratas estaban en esta isla, llegaron barcos de España y, al entrar al puerto de Veracruz, el virrey informó al general la situación real para que luchara y destruyera a los piratas antes de que llegaran. El general izó la bandera para reu nir alrededor de él a los capitanes de todos los barcos y hacer un consejo [diwān] y compartir la responsabilidad entre ellos, pues el general no quería ser el único culpable porque los barcos estaban cargados con mercaderías. Temía que le hundieran un barco o lo incendiaran en la batalla. Cuando el general se alejó del puerto se reunieron y celebraron su consejo, Lorencillo los observó, levanto sus velas y zarpó. Se burló de los barcos españoles y salió frente a ellos sin temor, después de que se había llevado consigo a más de dos mil cautivos, esclavos negros e indios, esto sucedió en el año cristiano de 1683.
De México a Bagdad por la vía de China 60
Cien años antes de esta fecha, en tiempos de Felipe IV, rey de España, zarparon barcos de Nueva España [Yeni Dünya] rumbo a los confines de China. Avistaron una isla, se apoderaron de ella y le pusieron por nombre Filipinas [Fīlībīnās], en honor del mencionado rey. Los españoles se establecieron allí. Años después, llegaron a esta isla barcos con varios sacerdotes y frailes para instruir a su población a fin de convertirlos del paganismo a la fe de Cristo.
Cada año llegan barcos de estas islas a la Nueva España, cargados con mercaderías de China. Los barcos tardan en llegar, de la isla a la Nueva España, ocho meses; sin embargo, el viaje de regreso es de tres meses.
Asimismo, cada año sale un barco a esta isla de la ciudad de Surat, destinado a los comerciantes armenios, llamados ŷulfíes,61 que residen en esa isla. Éstos son los armenios que recogen el dinero del barco y lo prestan a crédito a los españoles por el plazo de un año. Al cumplirse el año llega otro barco de Surat y recogen de los españoles el dinero del año anterior y vuelve a darles a los españoles por el mismo plazo un nuevo préstamo.62 No se otorga permiso a otras comunidades [tawā’if], pues no llegan a esta isla sino sólo barcos de los armenios de Yulfa con rumbo a Surat y de esta villa a mi país.63 Sin embargo, me abstuve de esto por un incidente con el hombre que estaba por partir para gobernar esa isla,64 pues me había pedido que le prestara diez mil pesos. Consulté al virrey y me dijo: “Ten cuidado, porque está endrogado, le han dado un préstamo de dos mil pesos”; entonces me abstuve de este viaje y decidí regresar a España.
Viaje a Cuba 65
Hablemos, ahora, de nuestro regreso. Cuando los barcos estaban listos para regresar a España, salí de la Ciudad de México hacia el puerto de Veracruz, a ochenta leguas. Hablé con el capitán de los barcos para que me llevara a España y él me pidió mil pesos de pasaje, que incluía comida y bebida. La regulación de estos barcos especifica la renta de un cuarto de dos codos, y la extensión de un codo y un tercio y un codo y medio. Encontré que la demanda de mil pesos era difícil de cubrir para mí, sin embargo, a pesar de esto acepté. Después de ocho días, los capitanes de los barcos se reunieron para celebrar un concejo y una consulta para ver si les era posible salir de las Indias y llegar a España en esos meses, pero dejaron la votación porque no podían viajar sino después de tres meses. Habilitaron entonces un barco pequeño, con la correspondencia y las noticias de este país, y lo enviaron antes que ello a España. Cuando yo vi eso, arreglé mis cosas, porque este puerto es muy caluroso, su agua insalubre y su aire peor, así que me organicé y abordé este pequeño barco que enviaron a España, dirigiéndome con él rumbo a la isla llamada La Habana [Lāwānā],66 que es el puerto para los galeones [galāyin] del Perú y para los barcos del Nuevo Mundo, a los que llaman flota [al-falūtā].
En el puerto de Veracruz encontré a un amigo que me sugirió comprar dos cargas de cebolla seca y dos cajas de manzanas para dar como regalos, hice las compras y cumplí su consejo…
Con el poder de Dios hicimos la travesía y luego de veinte días llegamos a la isla mencionada de La Habana, estábamos felices y complacidos.
El gobernador de la isla era el hermano del general que me había llevado al Perú, a quien le ofrecí como regalo las cebollas y las manzanas. Se sorprendió y me preguntó: “¿Cómo supiste que nosotros necesitamos cebollas y manzanas en esta isla?”. Cuando siembran cebolla en la isla crece del tamaño de la cola de un ratón. Si la dejan para que crezca, se marchita y se seca.
Permanecí en la isla cuatro meses y medio hasta que llegaron los barcos del Nuevo Mundo [México]. La isla tiene un buen clima, su agua es buena y su gente es amigable.
Cuando me disponía a salir de esta isla para dirigirme a España, me llegaron, en retribución de las cebollas y las manzanas, nueve cajas de azúcar y jarras con conserva. Había ya adquirido un pasaje por trescientos cincuenta pesos en el barco que llegó de Caracas [Karākis], así que nos dispusimos a partir.
Con la ayuda de Dios llegamos a la isla de Lucaya [Bahamas], pero cayó sobre nosotros una turbulencia, a causa de la gran intensidad de los vientos, que duró once días. Los barcos se dispersaron sobre la faz del mar. Nosotros permanecimos en llanto y lamentaciones, con oraciones y procesiones en los barcos, haciendo votos a las iglesias y santos.
Después de los once días mencionados, Dios nos ayudó y se calmaron los rugidos del mar; nuestros barcos que habían sido dispersados se reunieron otra vez. Durante la noche encendían las linternas para que no se alejaran y se perdieran, también para que no se acercara mucho un barco a otro y chocaran entre ellos y se destruyeran.
Entonces llegó a nosotros un viento favorable y retomamos nuestro rumbo, dirigiéndonos a Cádiz. Doce días después descubrimos la tierra, al amanecer. El viento no ayudó mucho hasta el mediodía.
En el puerto de Cádiz 67
Entramos, a salvo, al puerto de Cádiz. Barcos de guerra del rey de Francia estaban anclados en las afueras del puerto. También había barcos del rey de España anclados frente a ellos.
Cuando pasamos entre esos barcos, los saludamos con el batir de cañones. Los barcos franceses y españoles respondieron nuestro saludo también con el batir de cañones, a ambos lados, lo que continuó hasta que el humo se convirtió en una niebla. Entramos al puerto y anclamos. Al día siguiente, unos amigos de la ciudad llegaron a nosotros en un bote y nos llevaron a tierra. Por orden del jefe del Concejo [al-diwān], que se llama presidente [barasīdintih], sacamos nuestros cajones sin que fueran abiertos y revisados, como es costumbre.
Diez días después me dirigí a la ciudad de Sevilla para recoger dos mil pesos que había prestado al capitán del barco a fin de que comprara lo necesario para éste. Pero cuando el capitán llegó a Cádiz, detuvieron el barco y lo confiscaron porque le debía a la Iglesia de Sevilla treinta mil pesos. Entonces partí e hice una reclamación; el presidente decidió, con justicia, y estipuló que: “Antes que todo, se pagarán esos dos mil pesos, porque sin ese préstamo no tendríamos al barco de regreso con nosotros”.
Me dieron el pago y fui a Cádiz y adquirí un pasaje en un barco holandés que se dirigía a Roma. Tenía conmigo a dos sirvientes armenios [min awlād al-arman].68 Había traído de las Indias [Occidentales] cuatro aves que se llaman en lengua franca papagayos [babagā’] y que hablan como los humanos [al-in-sān].69 También traje un candelabro [qandīl] de plata, con un trabajo extraordinario y con un valor de mil cuatrocientas cincuenta piastras. Los ofrecí en regalo a nuestro señor el papa y a la Iglesia de la Propaganda de la Fe. Cuando los cardenales lo vieron, se alegraron mucho por la delicadeza de su obra. En ese entonces, nuestro señor el papa Inocencio XI, poseedor de correcta memoria, me otorgó nombramientos de los que no soy merecedor.70
Alabanza a Dios, por siempre, Amén.
Conclusiones
Los manuscritos de Elías de Babilonia, en los que se incluye su relato de viaje, son sin duda en muchos aspectos de sumo interés, pues como mencioné al inicio de este trabajo, no sólo contienen el primer relato en árabe, hasta ahora conocido, sobre la América hispana, sino también la primera historia escrita en esa lengua sobre el Nuevo Mundo.
No obstante que los manuscritos fueron descubiertos por el sacerdote jesuita Antoine Rabbath a principios del siglo XIX en Siria, quien editó y publicó en Beirut únicamente el relato de viaje en 1905 y 1906, sólo después de la segunda mitad del siglo pasado aparecieron las primeras traducciones de la riḥla en lenguas europeas, inglés, italiano, holandés (parcial) y francés, pero hasta la fecha no se ha publicado en español una versión completa de ese importante viaje.
Por otra parte, el conocimiento sobre el autor de esos textos había sido muy limitado, lo que hacía difícil comprender y valorar la obra en su conjunto con todas sus particularidades y complejidades. En efecto, uno de nuestros objetivos al realizar este estudio fue dilucidar elementos biográficos de nuestro personaje que pudiesen aclarar algunos supuestos y errores que han llevado incluso a algunos estudiosos contemporáneos a modificar las fechas del viaje de don Elías, sin ningún fundamento (por ejemplo, Marín Guzmán, 2009, pp. 11, 21-22, 71, 92), por lo que considero necesario incluir una cronología basada y apoyada en fuentes documentales.
Al profundizar en esos aspectos biográficos, personales y familiares, se va configurando un personaje que adquiere no sólo una dimensión especial en la historia regional de su comunidad (católica medio oriental, en general, y caldea iraquí, en particular), sino también en el desarrollo de los vínculos y las relaciones de esa comunidad con los intereses religiosos, económicos y políticos de algunos poderes europeos del siglo XVII, el Vaticano y Francia, en Medio Oriente.
En este sentido, la historia familiar y la vida del sacerdote Ilyās ibn al-qissīs Ḥannā l-Mawṣilī (Elías hijo del sacerdote Juan de Mosul) ofrecen elementos que ayudan a configurar una dimensión más completa de nuestro personaje -considerando sus variadas facetas- y, por lo tanto, a tener una mejor comprensión de algunos aspectos no del todo claros que aparecen en la narración de su viaje.
Importa destacar en primer lugar el aspecto religioso, puesto que don Elías y su familia formaban parte de ese grupo de familias árabes conversas al catolicismo, cristianos caldeos, que decidieron vincularse a la Iglesia de Roma y a sus intereses misionales en Medio Oriente, a través del Colegio de la Propaganda de la Fe en 1622. Los viajes a Roma fueron un elemento fundamental en la formación doctrinal y el fortalecimiento de los intereses políticos y económicos de la comunidad caldea con el Vaticano. La autorización para el acopio de limosnas y la formación de jóvenes de las iglesias locales en Roma formaron parte de esta estrategia misional.
En segundo lugar, los vínculos de la comunidad caldea y sus dirigentes no sólo eran de carácter religioso y misional, sino que, al relacionarse de manera particular con el cónsul francés en Alepo, los intereses religiosos también tenían una motivación económica y política, pues el cónsul Picquet fue un actor decisivo para vincular directamente los intereses económicos y políticos de Francia en el Imperio otomano con la causa misional católica. Precisamente en París, don Elías realizó una actividad importante: no sólo fue recibido por el rey Luis XIV y visitó al duque de Orleans y al duque de Saint-Aignan, sino que su permanencia de ocho meses en París coincidió con la llegada a esta ciudad de Solimán Aga, a quien sirvió como intérprete en su misión como enviado otomano ante el rey de Francia.
En tercer lugar, el viaje a España resultó, sin duda, un momento decisivo en la consecución de los varios intereses del canónigo de Babilonia, pues le dio la oportunidad de conocer el Nuevo Mundo y de ampliar sus vínculos hacia horizontes nuevos. En este aspecto adquiere relevancia la preocupación y el interés constante en registrar la riqueza material de las tierras que visitó en América, así como el objetivo de vincularse con dignatarios civiles y eclesiásticos que le permitieron tener acceso a cierto bienestar y acopio de bienes durante su periplo por tierras americanas. Por otra parte, es importante destacar el papel desempeñado por los hijos de los hermanos de don Elías de San Juan, que, precisamente con el apellido De San Juan, crearon una dinastía en la formación del arabismo en España y en la conservación de manuscritos árabes en la Biblioteca Real de Madrid.