El conocimiento del pasado está indefectiblemente condicionado por la realidad presente y su devenir histórico, y el redescubrimiento de la historia de Asia Central no es una excepción. Salvo algunas referencias conservadas en los relatos de los contados viajeros que recorrieron la región desde finales del Medievo, o la pionera expedición a comienzos del siglo XX del geólogo estadounidense Raphael Pumpelly y el arqueólogo alemán Hubert Schmidt en los sitios de Anau y Merv, lo que se sabía del pasado de Asia Central a comienzos del siglo XX era prácticamente nada. A medida que aquellos lugares iban incorporándose al Imperio ruso, reconvertido desde 1922 en la Unión Soviética, aumentaba el interés por su arqueología. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial y la posterior división del mundo en dos bloques hicieron que las interesantes investigaciones de carácter multidisciplinario que los investigadores soviéticos llevaron a cabo no tuvieran una justa difusión al otro lado del telón de acero. Los resultados de estas expediciones sentaron las sólidas bases del conocimiento actual de la realidad centroasiática, en su faceta tanto histórica y arqueológica como antropológica, etnográfica, geológica, botánica, etc. Esta desconexión académica se debió muchas veces al desconocimiento de la lengua rusa por parte de los investigadores nacidos fuera de la Unión Soviética, lo que los mantuvo alejados de la riqueza de su producción. Las tensiones políticas, sin duda, condicionaron estas relaciones, largo tiempo prácticamente suspendidas salvo por el notable caso de los arqueólogos franceses, que siempre mantuvieron su presencia en la zona centroasiática, nunca rompieron relaciones con sus colegas soviéticos y realizaron encuentros científicos, como los famosos Coloquios Franco-Soviéticos sobre la Arqueología de Asia Central (Colloque bilatéral franco-soviétique 1985; Gardin 1988; Francfort 1990), que estuvieron en el germen de las futuras colaboraciones arqueológicas francesas en la región.
Con la desintegración de la URSS en 1991, las misiones extranjeras se fueron interesando por la investigación arqueológica en el área, fascinadas por la realidad de las culturas que los soviéticos habían empezado a redescubrir y que ahora, como rusos, turkmenos, uzbekos o tayikos, continuaban redescubriendo. Los franceses retomaron con brío la investigación arqueológica que años antes habían observado desde la frontera, cuando trabajaban en lugares como el iraní Tureng Tepe o los afganos Shortugai y Ai Khanoum. El Centre national de la recherche scientifique, en colaboración con las instituciones y los colegas locales, comenzó excavaciones en Örnek (Kazajistán) y en Geoktchik Depe primero y Ulug Depe después, en Turkmenistán. Destacan sobre todo los excelentes trabajos de Olivier Lecomte, Rémy Boucharlat y Henri-Paul Francfort en Ulug Depe, que han permitido comprender la secuencia cronológica en el sur de Asia Central desde el Neolítico hasta la época persa y que en la actualidad siguen ofreciendo resultados espectaculares bajo la dirección de Julio Bendezú. Para una cronología más tardía, los trabajos de Frantz Grenet y Claude Rapin en Samarcanda y su entorno han permitido una mejor comprensión de la Tardoantigüedad centroasiática. Los italianos también abrieron pronto proyectos de investigación en el Asia Central exsoviética y abarcaron igualmente diferentes temporalidades. Las excavaciones de Carlo Lipollis, de la Università di Torino, en Nisa, han sacado a la luz la capital del Imperio parto, y los trabajos de la Università di Bologna y el Istituto Italiano per l’Africa e l’Oriente en el delta del Murghab, dirigidos por Maurizio Tossi, han dado mucha información -y la han seguido dando bajo la dirección de Barbara Cerasetti- sobre la región y su poblamiento en la Antigüedad.
Los desgraciados acontecimientos políticos a partir del cambio del milenio motivaron el desplazamiento de las misiones arqueológicas extranjeras en Oriente Próximo hacia otros territorios más estables para la investigación, como los Emiratos Árabes o las repúblicas centroasiáticas. Alemanes y españoles abrirían también proyectos en Asia Central, siempre en colaboración con las autoridades y los arqueólogos de las respectivas repúblicas. Los trabajos del Deutsche Archäologische Institut en diversos sitios prehistóricos y de la Freie Universität Berlin en Monjukli Depe, así como los de Joaquín Córdoba de la Universidad Autónoma de Madrid en el Dahistán (Turkmenistán) o los de la Universidad de Barcelona en Uzbekistán, son buena muestra de cómo en las dos últimas décadas se han intensificado y ampliado los trabajos arqueológicos en Asia Central. Esto ha tenido como consecuencia que debamos repensar y reformular una historia de la Antigüedad oriental tradicionalmente centrada en Mesopotamia.
No en vano advertía Mario Liverani (2011, 7-8), en su ya clásica Historia del antiguo Oriente, que su estudio es una disciplina joven en comparación con las dedicadas a otras culturas antiguas. Y esta situación obliga a los especialistas a una constante actualización que sólo pasados unos años llega a las monografías y, finalmente, a la población en general. Por ello, la publicación de The World of the Oxus Civilization (Lyonnet y Dubova 2021) por la editorial Routledge es un acontecimiento sobradamente reseñable. Si bien cuando se piensa en las civilizaciones prístinas nos vienen a la mente las desarrolladas en los valles de los ríos Éufrates, Nilo, Indo y Amarillo, así como en Caral, Perú, es un cuadro que hemos de ir completando conforme avanza la investigación. Los trabajos arqueológicos llevados a cabo en Asia Central en las últimas décadas señalan precisamente nuestro desconocimiento de los procesos históricos desarrollados ahí en los primeros milenios antes de nuestra era, y a cada respuesta que obtenemos, surgen con ella un puñado más de interrogantes. Tal es el caso de lo que sucedió hace escasos cincuenta años, cuando Víktor Sarianidi descubrió en algunos sitios arqueológicos del norte de Afganistán los restos de una cultura que, al extenderse sus hallazgos por el sureste de Turkmenistán -es decir, las antiguas regiones de Bactria y Margiana-, bautizó como complejo arqueológico de Bactria-Margiana (BMAC, por sus siglas en inglés).1
Varias décadas han transcurrido desde entonces, y a lo largo de éstas los hallazgos arqueológicos se han multiplicado para superar la zona inicial a la que se limitaban y extenderse por Medio Oriente. Su principal sitio arqueológico, Gonur Depe, ha sido intensivamente investigado bajo la dirección del propio Sarianidi primero y, desde su fallecimiento en 2013, de Nadezhda Dubova después.
Dubova, directora del Centro de Ecología Humana del Instituto de Etnología y Antropología de la Academia de Ciencias de Rusia, en Moscú, desempeñó un papel fundamental al lado de Sarianidi, y actualmente dirige los trabajos arqueológicos en Gonur Depe (Turkmenistán), que se suma a las más de sesenta expediciones en las que ha trabajado entre Rusia, Asia Central, Irán y Moldavia. Todo esto la acredita sobradamente como una de las editoras del libro junto con Bertille Lyonnet, quien es emérita del Centre national de la recherche scientifique, en París, y cuenta con una larga experiencia arqueológica en Asia Central, Siria, el norte del Cáucaso y Azerbaiyán.
La mayor parte de los colaboradores del libro proceden, precisamente, de Francia y de Rusia, ambos países con una gran tradición arqueológica en Asia Central, aunque acompañados de otros expertos en algún aspecto de la civilización del Oxus o de las regiones con las que ésta tuvo relación, lo que da como resultado una visión internacional y multidisciplinaria bastante completa para una cultura de cuya existencia no sabíamos unas décadas atrás.
Esta circunstancia es uno de los motivos que resaltan la importancia de este libro. Cabría esperar de esta reseña un repaso, a modo de estado de la cuestión, del estudio de la civilización del Oxus hasta la publicación de la obra reseñada. Sin embargo, poco se puede añadir a lo resumido en los párrafos superiores. Los trabajos reunidos por B. Lyonnet y N. Dubova revisan las primeras investigaciones soviéticas, así como las más recientes, y si bien es imposible reunirlas todas (Hammond 2021, 826), lo cierto es que incluyen las principales. Desde las excavaciones en el área central de desarrollo de la civilización del Oxus hasta las relaciones con áreas y poblaciones aledañas, hoy la investigación apenas permite presentar los hallazgos realizados y proponer interpretaciones de conjunto, por lo que esta reseña no es una crítica comparada de una tarea que apenas comienza, sino la presentación de la obra y su significado en el estado actual del redescubrimiento de esta civilización.
El libro se divide en cuatro partes. La primera es una descripción general de la civilización del Oxus, con una presentación de su historia y su arqueología (cap. 1), su posible identificación con topónimos cuneiformes (cap. 2), su paleoambiente (cap. 3) y sus precedentes históricos (cap. 4).
La segunda parte comprende los trabajos cuyo objeto de estudio es el núcleo geográfico de la civilización, si bien los límites entre el centro y la periferia, que ocupa la tercera parte del libro, se van modificando a medida que los trabajos arqueológicos se multiplican. Así, se presenta su arquitectura (cap. 5), su religión (caps. 6 y 7), siempre con especial atención a los hallazgos de Gonur Depe (caps. 10 y 11), así como algunos artefactos de particular interés en el desarrollo de esta cultura y las relaciones con sus contemporáneos, como los sellos (cap. 8) o los recipientes de clorita (cap. 9). El enfoque multidisciplinario está todo el tiempo presente, con el estudio de los restos humanos (caps. 13-14) y animales (caps. 12 y 15), así como la perspectiva espacial y el estudio del poblamiento, con el ejemplo de un asentamiento rural en el norte de Bactria (cap. 16) y de la población nómada en el delta del Murghab (cap. 17), escrito este último apartado por Barbara Cerasetti, directora de la Misión Italiana en el Murghab. También se incluye un capítulo (18) en el que se analizan las posibles causas del final de esta civilización.
La tercera parte, como decía, contiene el estudio de las relaciones de la civilización del Oxus con otras zonas, como el este de Irán (caps. 19-20), la civilización del valle del Indo (cap. 21) o el golfo Pérsico (cap. 22), sin dejar de prestar atención a los nexos con el norte, tanto en los valles del Zeravshan y del Vakhsh, en Uzbekistán, y sobre todo en Tayikistán (caps. 24-25), donde las necrópolis excavadas en el sur de aquel país parecen arrojar algo de luz a la formación de la cultura del Oxus (cap. 23). Igualmente importantes son los vínculos con la estepa (caps. 24 y 26), más al norte, y sus habitantes, cuyos lazos con la cultura del Oxus a lo largo de su historia son clave para entender el posterior desarrollo de la zona, con las migraciones arias al sur y su relación con las poblaciones locales (Kuz’mina 2007a; Blesa 2018, 245-253).
Por último, la cuarta parte del libro se ocupa del estudio de los metales (cap. 27) y de las minas (caps. 28 y 29) en referencia a la civilización del Oxus, y valora la explotación del estaño -y en menor medida del cobre- en relación con las redes comerciales del antiguo Oriente y el desarrollo de la propia civilización.
A estos capítulos hay que sumar la introducción de las autoras, así como un apéndice con las fechas calibradas de radiocarbono obtenidas en diferentes sitios arqueológicos de la civilización del Oxus o relacionados con ella. Se trata de una tabla de casi cincuenta páginas de muestras que afianza su cronología entre el 2250 y el 1700 a.e.c., con un periodo de declive que se prolonga hasta el 1500 a.e.c., aproximadamente.
El contenido es, en todo caso, de excelente calidad y con abundante bibliografía; especialmente si se considera el enorme desconocimiento de la literatura escrita en ruso al otro lado del antiguo telón de acero. En la selección de los capítulos se observa una perspectiva multidisciplinaria heredera de la mejor tradición arqueológica, que incluye una historia de los hombres, de los animales y del medio ambiente en el que se desarrollaron y edificaron una civilización cuyo nombre todavía no conocemos con seguridad, pero a la que ya nos referimos como civilización del Oxus. Y es que, pese a no tener escritura conocida, la arqueología la revela como una cultura plenamente desarrollada, con arquitectura monumental y una enorme cantidad de valiosos artefactos que no sólo evidencian una artesanía de alta calidad, con un notable trabajo del metal y de las gemas, sino que también nos hablan a través de la iconografía de un imaginario complejísimo y de un universo religioso que, como audazmente supo ver Sarianidi, seguramente tenga muchas de las claves para entender los orígenes de cultos arios posteriores.2
El núcleo de la civilización del Oxus se ubica entre el sureste de Turkmenistán, el sur de Uzbekistán y el norte de Afganistán. Aunque también se documentan hallazgos fuera de estos límites, la mayoría proviene de tumbas, con pocos asentamientos registrados; en Tayikistán, centro de Uzbekistán, e incluso en territorios más alejados, como el Irán oriental o Baluchistán. A medida que se va configurando este mapa, comprendemos que la del Oxus era una cultura plenamente incluida en un Oriente antiguo vasto pero interconectado, y que en los siglos de cambio del tercer al segundo milenios anteriores a nuestra era había una red de rutas por las que circulaban no sólo mercancías, sino también personas, animales, ideas y pensamientos, que conectaba Asia Central con la Anatolia de las colonias asirias, Mesopotamia, las ciudades elamitas de Irán, los puertos del golfo Pérsico y la civilización del valle del Indo. Aunque en referencia a territorios más septentrionales, bien hacía Elena Kuz’mina (2007b) en hablar de una prehistoria de la ruta de la seda, título de su bien conocido libro en Occidente, así como Philip Kohl (1984, 25-34) al nombrar “pequeña Mesopotamia” a los territorios regados por el Tedjen y el Murghab. Hace apenas cincuenta años que Askarov y Sarianidi redescubrieron los primeros restos de esta antigua civilización, y no llegan a veinte los años transcurridos desde la exposición organizada por Joan Aruz en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, Art of the First Cities: The Third Millenium B. C. From the Mediterranean to the Indus, donde presentó al gran público un Oriente amplio, desde el Mediterráneo al valle del Indo, que incluía los sitios turkmenos de Altyn Depe y Gonur Depe.3 Sin duda son muchas las preguntas que nos quedan tras leer la obra: cómo y por qué floreció y se marchitó esta civilización, cómo y en qué medida influyó en las culturas que le sucedieron. Sin embargo, en los mismos capítulos que conforman el libro se adivinan propuestas y líneas de trabajo que muestran un paisaje esperanzador para la investigación, como los estudios de genética, que cada vez son más útiles para entender a las poblaciones antiguas, sus movimientos y su evolución demográfica, o la necesidad de ampliar el trabajo arqueológico a las zonas aparentemente periféricas.
Pese a todas las dudas que quedan por responder, el trabajo de estas primeras décadas de redescubrimiento de la civilización del Oxus es encomiable; se tienen claras las líneas principales y ya no es discutible su inclusión entre las grandes culturas del Oriente antiguo. The World of the Oxus Civilization es la prueba de esta afirmación, y una lectura obligada para los estudiosos de la historia de Asia Central o de las civilizaciones antiguas en general. Disculpará el lector la falta de una crítica más acerada del contenido, pero el estado actual de la investigación la dificulta. Eso es precisamente lo que hace tan importante esta publicación, pues aparte de los informes de excavación y algunos trabajos, no había obras de conjunto donde se presentara como tal la civilización del Oxus. Algunas de las afirmaciones que se hacen en el libro habrán de ser revisadas o matizadas con el tiempo y el avance de las exploraciones, pero no es éste el momento. Ahora es tiempo de revisar lo avanzado y dar una interpretación coherente de los datos que ofrecen la arqueología y las disciplinas afines. Insisto en la relevancia de este hecho. Hace poco más de una década, en 2010, se publicaron los seis volúmenes de la History of Civilizations of Central Asia, editada por la UNESCO, y apenas si se incluyeron referencias a la civilización del Oxus.
En México quisimos hacernos eco de esta histórica publicación y presentarla en primicia al público hispanohablante el 25 de marzo del pasado 2021, en un acto con las responsables de la obra, Bertille Lyonnet y Nadezhda Dubova, albergado por el Museo Nacional de las Culturas del Mundo del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Dicha presentación4 se desarrolló en español, con traducción simultánea del ruso y del francés a cargo de Anastasia Kosenko y Anaïs Boussard, respectivamente, lo que permitió acercar a colegas y estudiantes a la vanguardia de la arqueología centroasiática y estimuló no sólo el interés por otras grandes culturas antiguas per se, sino también el intercambio de conocimientos y perspectivas de dos realidades arqueológicas e históricas tan dispares, pero, por eso mismo, de gran provecho en su comparación.
Hace poco más de cuarenta años que Linda Manzanilla (1986), con la lectura de su tesis de maestría, dedicada al nacimiento de las sociedades urbanas en Mesopotamia y publicada unos años más tarde, así como con su tesis doctoral acerca del inicio de la civilización egipcia (Argüello 2019, 80-82), inauguró en México este tipo de estudios que abrieron la puerta a la comparación con otras sociedades antiguas para un mejor entendimiento de la realidad arqueológica patria. Durante su licenciatura, en las clases de Pedro Bosch Gimpera, había aprendido esa visión unitaria de la historia antigua (Bosch-Romeu 1999, 80), la cual éste le debía a su formación en Alemania o quizá también a sus propios avatares vitales y su condición de exiliado. La presentación de este libro -el primero en tratar en conjunto la recién redescubierta civilización del Oxus- por parte de una institución mexicana como el Instituto Nacional de Antropología e Historia recoge el testimonio de esta concepción de la arqueología y es muestra del renovado interés de los estudios orientales en México, así como de la calidad de su arqueología, que se hace eco y participa del avance no sólo de la investigación nacional, sino también de la de otros lugares, y hace gala de cualidades como la internacionalización o la multidisciplinariedad, tan en boga en el ámbito universitario actual.
Es, pues, de celebrar que México participe de la vitalidad de la investigación arqueológica en Asia Central, y en este caso concreto, de su Edad del Bronce. Con particular mención a los trabajos del sitio arqueológico de Gonur Depe, pero sin olvidar las múltiples misiones internacionales que, junto con arqueólogos de los respectivos países centroasiáticos, contribuyen a reconstruir una realidad histórica que permanecía olvidada bajo las negras arenas del Karakum y sus territorios aledaños. The World of the Oxus Civilization es, desde su publicación, una obra clásica sobre la Antigüedad en Asia Central.