El debate sobre el crecimiento económico afines del periodo colonial y la crisis financiera del Imperio
El nuevo libro de Carlos Marichal viene a introducir, de manera excepcionalmente documentada, una variable al estudio del crecimiento económico en el periodo colonial tardío: la dimensión financiera de la crisis virreinal. En efecto, nos parece que un primer valor de este trabajo está en que nos viene a definir con toda claridad y un gran cuerpo de evidencias empírica, que los obstáculos al crecimiento económico en el periodo no deben verse en ausencia de la dimensión financiera de la fiscalidad novohispana, sino en su evolución simultánea.
Gracias a los trabajos de Klein y Te Paske,1 podemos hacer una estimación confiable sobre el desempeño de la economía fiscalizada y el rendimiento mismo de la administración recaudatoria. De la misma manera, la investigación de Jáuregui2 nos ha dibujado los cauces institucionales de la Real Hacienda, completando la visión puramente tributaria con una completa apreciación sobre su administración.
A la fecha contamos con una serie de investigaciones ftndamentales sobre los niveles de crecimiento económico y, en menor medida, sobre los estándares de vida en la época. Los trabajos previos del mismo Marichal,3 J. Coatsworth,4 R. Garner,5 E. Van Young,6 J. C. Garavaglia y J. C. Grosso7 entre otros, nos han mostrado evidencias de que la expansión de la economía novohispana encontró su correlato en las cifras de fiscalización y que el peso de la fiscalidad, salvo en las coyunturas de guerra, no constituyó el lastre más pesado al crecimiento económico.
Hace años, en un polémico ensayo, John Coatsworth8 había destacado que entre los obstáculos al crecimiento económico estaba el decisivo peso del colonialismo español, tanto por su impacto en la estructura de los ingresos per cápita como en los activos financieros del reino que se habrían drenado por la Corona para "llenar las arcas reales" o para subsidiar "la administración de otras colonias españolas", gracias a dos medios principales: las cargas tributarias y los gastos en situados. Las investigaciones de Marichal han desvanecido, en cierto modo, esta hipótesis convincente: en el caso de los situados, demostrando, con Matilde Souto, que éstos formaban parte de un entramado financiero y comercial que favoreció, finalmente, a la economía colonial que sostuvo al Imperio.9Así, también, la investigación de Luis Alonso ha mostrado para el caso filipino que su alta dependencia del subsidio novohispano constituía un gasto fiscal americano que alentaba la economía colonial.10
En el caso de las transferencias, por otra parte, fue la combinación de despachos en metálico y los suplementos que supuso la exportación de insumos primarios pagados con plata americana, como el tabaco remitido a la península para su fabricación, lo que incrementó el monto de recursos transferidos.11
Por otra parte, fue un hecho que las "arcas reales" no solamente no estaban llenas sino que los caudales terminaban en otros puntos de Europa, debido al recurso del monarca de satisfacer las garantías de prestamos con la plata americana y la renta del tabáco. Lo cual, como bien muestra Marichal, explica como la plata novohispana "saltaba" la península para depositarse en las arcas de Napoleón o en los mercados financieros de Amsterdam y Londres.12
Así pues, el trabajo de Marichal nos ha puesto la explicación en duda: ni las cargas fiscales supusieron el quiebre económico de la Real Hacienda, ni la presión fiscal regular obstaculizó el crecimiento.13 Antes bien, su estudio demuestra señaladamente que la Nueva España estuvo en el corazón no solamente fiscal del Imperio, sino financiero, y que gracias a su crecimiento económico y a su bien aceitada maquinaria de cobrar impuestos ordinarios se convirtió en la fuente privilegiada de dinero fresco para hacer frente a sus obligaciones crediticias y gastos militares.14
El recurso de la exacción financiera extarordinaria supuso, empero, un complicado sistema de transferencia de recursos que iba desde los donativos graciosos (1781-1784, 1793, 1795, 1798, 1805, 1808-1810 y 1810-1811) hasta los créditos, con un rédito promedio de 5% (1782, 1783, 1786, 1790, 1793, 1794, 1795, 1805, 1809, 1810), especialmente aplicados a corporaciones de comerciantes y mineros que operaron como intermediarios financieros. De esta manera, gracias a una deliberada contribución forzosa de los novohispanos, éstos vieron nacer la economía financiera del Imperio -el recurso de crear deuda para obtener dinero- desde la peor platea del auditorio prestando recursos para un sistema financiero predeciblemente ruinoso. 15 Efectivamente, las guerras atlánticas así como la falta de solvencia imperial para el pago de sus obligaciones y el desafortunado manejo de sus instrumento de crédito en Europa llevaron a Carlos III y luego a su hijo, Carlos IV, al expediente patrimonialista que ejercer sobre sus súbditos el derecho de aumentar las exacciones fiscales mediante recursos financieros, como prestamos y donativos.
La preferencia a prestar dinero al Rey, que en algún tiempo significó favores e inmunidad ante las autoridades virreinales, se convirtió en la década de 1790 en una pesada obligación de dudoso beneficio. Sin embargo, las lealtades corporativas y notabiliares funcionaron exitosamente hasta en la propia guerra insurgente, si bien a partir de 1811 el costo de la guerra interna haría más visible el interés inmediato de las erogaciones al restablecer el orden de cosas.
La primera experiencia de los donativos de 1781-1784, que cobró más de 800 mil pesos, hizo pensar a las autoridades virreinales que los mecanismos de coacción fiscal eran relativamente eficientes si iban acompañados de motivos compartidos socialmente: el regalismo y la seguridad del reino. Los montos de los donativos habrían de crecer, bajo estas circunstancias, de manera desproporcionada: más de 3.3 millones en la década de 1790 y 2.7 millones en la primera del siglo XIX, en suma, más de seis millones de pesos.
Por su parte, los veinte préstamos impuestos entre 1782 y 1811 alcanzaron a sobrepasar los 38 millones de pesos remitidos a la Caja de Madrid, a una tasa común de interés y respaldada primero por instituciones corporativas, para luego solventarlo con rentas fiscales y productos del tabaco, el más importante monopolio real.
Con este sustento de legitimidad, la combinación entre donativos sin reintegro y la emisión de deuda a rédito supuso un cambio en los patrones de captación de dinero: patrimonialismo de antiguo régimen e instrumentos modernos de crédito parecían la opción institucional española, cultural y económicamente viable, para solventar su resquebrajada hacienda. Este antecedente, se traduciría más tarde en una política de emisión de títulos de deuda europeos por un valor cercano a los 9 millones de florines, entre 1779 y 1782, y después en una elocuente evidencia de la insolvencia financiera española: otros 9 millones en 1792 y 1799 para dar paso al mayor endeudamiento, entre 1800 y 1807, cuando se contrataron cuatro empréstitos por 39 millones de florines con las casas comerciales Croese & Cia y Hope & Cía de Amsterdam.16
Por otra parte, en América los certificados de deuda habrían de desarrollar un incipiente mercado de capitales que, según Marichal y G. del Valle,17 habría de tener resultados virtuosos en el corto plazo para la movilidad de recursos, pero propiciarían una disminución de los activos financieros en el reino por casi 12 millones de pesos. Entre los agentes financieros más importantes, aparte de la Real Hacienda, destaca el papel del Consulado de Comercio de México y secundariamente el Tribunal de Minería, que manejaron más de 15 millones de pesos para la Corona española. Estos serían sus socios corporativos más importantes y -no por azar- los beneficiarios tradicionales de la política comercial vireinal.
Un aspecto llama la atención: en una régimen corporativo y notabiliar el control sobre los instrumentos de endeudamiento interno no cobraron la importancia de un mercado de capitales que reasignara recursos. Solamente las transferencias mostraron que los retornos de capital habrían de estar lejanos y que, en caso de saldarse los empréstitos, esto sería con los recursos del propio reino, a una tasa promedio de 5%. El trabajo de Marichal, por otra parte, nos muestra cómo un aspecto tan esencial al desarrollo de un mercado de dinero, como la confianza en los retornos de capital con independencia de las tasas de interés, se vio incumplido, dada la combinación de una crisis fiscal con una financiera. Lo anterior nos lleva a una duda: ¿realmente hubo un mercado de capitales o una simple movilización de capitales con fines rentistas? Si fue así, una movilización rentista, entonces los costos económicos no solamente fueron pecuniarios sino institucionales y de mercado porque el ambiente económico propicio para el crédito no se produjo, como se desprende de las subsecuentes bancarrotas coloniales y republicanas que le siguieron.
Crisis financiera y obediencia política: ¿por qué no hubo protestas ante esta política de exacción?
Una invitación que se desprende del análisis de Marichal está en considerar los aspectos sociológicos de la fiscalidad y el mundo financiero de la época. Como bien apunta el autor: "aparte de analizar las frías estadísticas de ingresos y egresos, interesa saber cómo ello afectaba el nivel de vida de los contribuyentes novohispanos de los distintos estratos sociales". 18 La pertinencia de la llamada se complementa con finas apreciaciones sobre el impacto de esta fiscalidad extraordinaria en los caudales e ingresos de los súbditos, ricos y pobres, organizados e indefensos.
No es extraño, entonces, que los ricos contribuyeran con largueza aunque solicitaran garantías equivalentes en respaldo. De esta manera, tanto las corporaciones como la Iglesia se desprendieron de recursos líquidos para manifestar su obediencia y solicitar favores y privilegios, así como los comerciantes de México y los mineros del Tribunal hicieron valer su lealtad estamental, participando de las reales rentas en proporción a su generosidad. Pero también la calificación étnica de los pobres sustentó la política de recaudación de donativos graciosos y préstamos forzosos. En efecto, como bien apunta Marichal, los indios se vieron sometidos a una doble exacción tanto en sus bienes de cajas de comunidad como por una imposición extraordinaria per cápita, correspondiente a su condición étnica y tributaria. Por tanto, los ingresos de trabajadores mineros, artesanales y operarios agrícolas se vieron compelidos a una reducción en sus reservas monetarias y, por lo general, a una baja de recursos disponibles. 19 Sin embargo, ricos y pobres, todos prestaban por las buenas o las malas, a las claras o mediante garantías insolventes ¿por qué?
Como nos ha mostrado Barrigton Moore, el complejo sistema de la obediencia responde a un contrato social implícito que sustenta, durante mucho tiempo y en condiciones extremas, un cierto equilibrio de poder, aunque situaciones propicias obliguen a considerar que la rebelión debería producirse.20 Las bases de la obediencia en una sociedad son íntimas y complejas, mucho más que las de la revuelta, aspecto que el libro de Marichal invita a reflexionar desde una nueva perspectiva: el de la presión fiscal y de la incertidumbre financiera. La pregunta salta a la vista ¿por qué los novohispanos, ricos y pobres, soportaron una onerosa política de exacción y un quebranto financiero de tal magnitud durante tanto tiempo?
Probablemente debamos relacionar esta tormentosa historia financiera con valores políticos de obediencia que, aun sin tener una expresión contante y sonante se esconden en esta trama de donaciones, préstamos y exacciones que terminaron por arruinar el edificio de la obediencia social. Lo anterior se desprende de una elocuente imagen escrita por el virrey Lizana, en 1809, al crear la Junta de Seguridad y Buen Orden "contra todos los que intenten alterar estas solidísimas bases de la felicidad pública (unión, orden, fidelidad), sean cuales fueren los medios de que se valgan, sin excepción alguna de clase, estado ó fuero...". Obviamente, esas solidísimas bases existieron pero el contagio político de ideas subversivas probablemente tuvo éxito por la disminución de los anticuerpos sociales que produjo el desastre financiero del régimen colonial. Marichal nos ofrece, en su nuevo libro, una interpretación que merece leerse con detenimiento, tanto por economistas como por historiadores, para reflexionar, de otra manera, nuestra historia económica en su muy actual dimensión financiera.