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Tópicos (México)

versión impresa ISSN 0188-6649

Tópicos (México)  no.45 México dic. 2013

 

Reseñas

 

Carlos Pereda: La filosofía en México en el siglo XX. Apuntes de un participante

 

Ambrosio Velasco

 

México: CONACULTA, 2013, 440 pp

 

Instituto de Investigaciones Filosóficas, Universidad Nacional Autónoma de México.

 

El reciente libro de Carlos Pereda La filosofía en México en el siglo XX Apuntes de un participante, constituye un testimonio reflexivo de la filosofía mexicana de la segunda mitad del siglo XX, en la que el autor, investigador emérito del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México, ha sido un destacado actor. Estamos ante un libro de diálogo y polémica con filósofos colegas y esto es, sin lugar a dudas, un trabajo original y muy meritorio puesto que en México y, en general en Latinoamérica, sucede con frecuencia que los filósofos no nos preocupamos lo suficiente por leernos entre colegas y discutir nuestros trabajos, sino que más bien tendemos a practicar esa suerte de filosofía que Carlos Pereda llama "sucursalera" y que consiste en comentar y a veces criticar autores y tradiciones exógenas sin tener una posición propia. Esta práctica ha impedido el fortalecimiento de tradiciones filosóficas propias y auténticas a partir de las cuales podamos dialogar y polemizar con otras tradiciones exógenas, y sumarnos así al desarrollo de la filosofía mundial. La filosofía sucursalera que, en gran medida predomina en México y Latinoamérica, es sin duda una práctica heredera de un colonialismo intelectual. En este sentido, el libro de Carlos Pereda no sólo resulta original al promover el diálogo entre filósofos mexicanos, sino que también representa una manifestación de independencia filosófica.

Además de que el contenido del libro es sumamente original, nos encontramos con lo que podríamos considerar un nuevo género filosófico que se denominaría, siguiendo la terminología del autor, "apuntes de un participante". La originalidad de esta propuesta se encuentra en que Carlos Pereda no se ubica fuera del objeto de estudio, sino que conversa desde dentro de los debates y propuestas filosóficas que analiza. En este sentido, la escritura del libro se asemeja mucho a lo que Michael Oakeshott llamó "conversación" y, posteriormente, Richard Rorty denominó "sabia conversación", oponiéndola al tratado filosófico que busca fundamentar monológicamente una determinada postura o sistema filosófico. Para Oakeshott el conocimiento de una tradición intelectual sólo puede hacerse participando en ella a través de la conversación. Pero tal conversación exige aprender el lenguaje y las formas de argumentación que se han desarrollado históricamente, empezando por las tradiciones propias y familiares y ampliándose después a tradiciones distintas y distantes. Sólo a través de una amplia y continua conversación se forman, consolidan y desarrollan las tradiciones intelectuales. Así pues, este género, "apuntes de un participante", que propone Carlos Pereda, entendido como conversaciones plurales y reflexivas, no es un género filosófico menor, sino un género vital para el desarrollo de las tradiciones y comunidades filosóficas.

El autor nos dice que los apuntes que realiza sobre obras y filósofos mexicanos son notas incompletas y de ninguna manera pretende un estudio exhaustivo de autores u obras. Esta nota metodológica es un corolario del género conversacional, pues las opiniones de los interlocutores son siempre parciales e incompletas, en espera de que los otros interlocutores prosigan el juego de la conversación, ampliando y completando el conocimiento sobre lo que se discurre. En este sentido los apuntes tienen siempre un carácter heurístico que sugiere y descubre, pero no se propone demostrar concluyentemente, pues ello sería el fin o la clausura de la conversación.

Las conversaciones que lleva a cabo Carlos Pereda con filósofos mexicanos, (no todos nacidos en México, pero ciertamente pertenecientes a la comunidad filosófica mexicana), se presentan en cuatro grandes apartados. La primera parte es un informe de la filosofía en México en el siglo XX, en la que distingue cuatro generaciones: la de los refundadores, con las figuras de Caso, Vasconcelos y Ramos, y corresponde a los años que van de 1910 a 1940; la segunda generación corresponde a los trans y desterrados de la República Española, donde figuran José Gaos, Joaquín y Ramón Xirau, Adolfo Sánchez Vázquez, Gallegos Rocafull, Serra Hunter, Eduardo Nicol y se extiende de los años 40 a los 60; le sigue la generación que denomina de los grandes bloques con sus respectivos jefes, que se dividen entre la filosofía analítica, la fenomenología continental y la filosofía latinoamericanista que se desarrollan en continuo conflicto e incluso en medio de descalificaciones recíprocas, de los años 50 a los 80; finalmente, tenemos a la última década del siglo pasado, con la generación que denomina "Archipiélago", que representa el fin de los grandes bloques y los feudos a ellos asociados.

El informe que nos presenta Carlos Pereda no sólo es una propuesta de periodización de la historia reciente de la filosofía mexicana, sino, ante todo, es una reconstrucción narrativa de los diversos intentos de impulsar la formación de una tradición filosófica mexicana y de los obstáculos que las generaciones posteriores han puesto para alcanzar tal fin. Es de destacarse que en las dos primeras generaciones hay efectivamente la conciencia de la necesidad de forjar una filosofía propiamente mexicana (primera generación) y ampliarla hacia una filosofía iberoamericana (segunda generación), pero a partir de la tercera generación, conformada en su mayoría por discípulos de los filósofos del exilio republicano, se pierde la continuidad y la convergencia de los esfuerzos, produciéndose una parcelación de la filosofía en grandes bloques con poca comunicación entre ellos. El fin de este último periodo da pie a una época de incertidumbre filosófica, pero también de pluralismo y libertad que Pereda ve con buenos ojos. Ante esta perspectiva, Carlos Pereda propone algunas recomendaciones para aprovechar de la mejor manera la situación de incertidumbre y esperanza para el desarrollo de la filosofía mexicana: primeramente, evitar el pensamiento arrogante que ningunea a los que discrepan y cancela el diálogo; en segundo lugar, evitar el vicio colonial del afán sucursalero que ha predominado en la tercera generación; y, finalmente, cultivar lo que denomina la razón porosa, esto es, una forma de argumentación pluralista, cauta y abierta a la conversación y a la crítica de las propias opiniones y juicios.

En la segunda parte del libro Pereda desarrolla conversaciones con filósofos pertenecientes a cada una de las generaciones, empezando con los refundadores. A pesar de las grandes diferencias entre Vasconcelos, Ramos y Caso, el autor destaca un rasgo en común que se vuelve preeminente: la preocupación por desarrollar una filosofía auténtica en torno al mexicano y lo mexicano, preocupación que se amplía con la segunda generación de los profesores del exilio hacia una filosofía hispanoamericana, pero que se diluye y pierde con la tercera generación de los grandes bloques. Carlos Pereda destaca que los republicanos españoles eran conscientes de que era necesario desarrollar una filosofía propia en lengua española y más específicamente de las naciones americanas que se emanciparon de España. Por ejemplo, a la pregunta de Carlos Pereda sobre las posibilidades de crear una comunidad filosófica de habla hispana, Sánchez Vázquez responde:

No muchas en este momento. Aunque es necesario que exista. Pero sólo existirá cuando entre los filósofos de los países de lengua española se dé una verdadera circulación de ideas, un diálogo que no tema el disenso e incluso la confrontación de posiciones filosóficas. La realidad de hoy es otra. Como es sabido los filósofos mexicanos, peruanos o argentinos -por ejemplo- que están al tanto e incluso al día de lo que se hace en Estados Unidos o en Europa, ignoran lo que hacen sus colegas de otros países de habla hispana [...] Hay pues que subrayar la necesidad de crear una comunidad filosófica de habla hispana, abierta y no para homogeneizar su pensamiento, sino para respetar, conocer y valorar con su diversidad el disenso. (Pereda 2013: 86).

La tercera generación, la que Pereda llama "de los grandes bloques", constituye nuestro pasado inmediato o, si se quiere, el ocaso del presente, dominado por el cultivo de dos grandes tradiciones exógenas a Iberoamérica: la filosofía analítica predominantemente anglosajona y la fenomenología alemana y francesa. La hegemonía de estas dos tradiciones filosóficas coincide con el proceso de institucionalización de la filosofía en México y con las oportunidades de profesionalización de los filósofos. Esta convergencia de procesos contribuyó determinantemente al eclipsamiento de los proyectos de una filosofía propiamente mexicana o iberoamericana, como lo lamenta Adolfo Sánchez Vázquez. Paradójicamente el giro analítico fue impulsado por los más destacados discípulos de José Gaos, como Alejandro Rossi, Luis Villoro y Fernando Salmerón, mientras que la fenomenología también la impulsaron discípulos de Gaos como el propio Rossi antes de su giro analítico y Ricardo Guerra, después del abandono del proyecto del grupo Hiperión a principios de los años 50. Carlos Pereda reflexiona sobre las motivaciones y significaciones de estos cambios y giros filosóficos que guían la profesionalización de la filosofía en México en los años 50 y 60 y, especialmente en relación con la filosofía analítica y al abandono de Rossi de la filosofía en aras de la literatura, concluye: "Fuera de una comunidad más o menos grande e institucionalizada, la filosofía analítica termina aburriendo y hasta desesperando; sobre todo termina aburriendo y desesperando a la gente más inteligente" (Pereda 2013: 122).

A lo largo del capítulo sobre los grandes bloques, Pereda prosigue con inteligentes conversaciones con Villoro, Zea, Xirau, Salmerón y Juliana González, dejando ver su carácter de caudillos o jefes de cierta parcela o bloque de la filosofía. La sección correspondiente a la "Irrupción del archipiélago" representa algo así como una bocanada de aire fresco y viento liberador ante la hegemonía de los grandes bloques. Advierte Carlos Pereda que la selección de los autores tratados en la dispersión del archipiélago no es de manera alguna exhaustiva y quedan fuera los comentarios al pensamiento de muchos colegas muy destacados. Inicia el capítulo con una reflexión sobre la filosofía política de Carlos Pereyra; prosigue con otro filósofo de grandes luces, pero de una orientación diametralmente distinta, Ulises Moulines y su concepción estructuralista de las teorías científicas; y continúan conversaciones con las obras de Olbeth Hansberg sobre las emociones; Paulette Dieterlen en torno a la teoría Rawlsiana de la justicia; el llamado marxismo periférico de Sánchez Vázquez y Bolívar Echeverría; los preámbulos de la hermenéutica analógica de Mauricio Beuchot; mis interpretaciones sobre Gadamer, los estudios de Nora Rabotnikof sobre el espacio público; los trabajos sobre Hegel de Luis Xavier López Farjeat; la interpretación foucaultiana de la subjetividad según Martiarena; la interpretación de Nietzche de Paulina Rivero; concluyendo con los comentarios del libro reciente de Guillermo Hurtado sobre Filosofía mexicana "El búho y la serpiente". La lista de los temas y enfoques tratados da una clara idea de la diversidad del archipiélago filosófico que caracteriza a la filosofía mexicana de las últimas décadas.

La tercera parte del libro es un largo estudio sobre la recepción de la filosofía alemana en México, que pone en evidencia como aun en la herencia de esta orientación existe una pluralidad de perspectivas y enfoques que incluyen el neokantismo, la fenomenología, Nietzsche, Hegel, el marxismo, la teoría crítica y la hermenéutica. Hacia el final del estudio se incluye un apartado que vuelve a hacer énfasis en la irrupción del archipiélago en la recepción de filosofía alemana en México y concluye con una nota optimista que marca una gran diferencia emancipadora con la época de los grandes bloques:

En América latina en general, y en México en particular, la recepción de las más diversas concepciones filosóficas es cada vez menos pasiva, menos dependiente, menos colonial —sin que ello implique, por supuesto, que se sucumba ante la tentación de buscar algo así como una "filosofía nacional". Simplemente, los filósofos más jóvenes han comprendido que el diálogo con los otros sólo es fecundo si no ahoga la propia experiencia, sino que, por el contrario, la alimenta, la vivifica, la ensancha, la complica (Pereda 2013: 323).

La cuarta y última parte del libro es una miscelánea que incluye conversaciones en los bordes de la filosofía con Liliana Weinberg (Teoría y crítica literaria), Luis Fernando Lara (Lingüística) y Claudio Lomnitz (Antropología). Otro apartado contiene entrevistas que le hacen Josu Landa, Óscar Ornelas y Fernanda Diab a Carlos Pereda. Destaco una de sus respuestas a la pregunta que Josu Landa le hace a propósito de su ubicación en el panorama filosófico contemporáneo:

Quienes no vivimos en tradiciones poderosas de pensamiento, como la alemana, la francesa y la anglosajona, tenemos que alimentarnos necesariamente con fragmentos de aquí y de allá, so pena de caer en esos vicios que llamo "fervor sucursalero", "afán de novedades", "entusiasmo nacionalista" (Pereda 2013: 356).

Esta respuesta devela la ubicación de Carlos Pereda en la periodización generacional que nos propone: definitivamente no se ubica dentro de los grandes bloques sino que celebra ser un habitante del archipiélago filosófico y por lo tanto un filósofo joven, (sin importar la edad) con experiencia y voz propia. Pero por otra parte la respuesta me causa perplejidad al relacionarla con una afirmación que páginas atrás hace Carlos Pereda en relación a la existencia de una filosofía mexicana. Al respecto nos dice que hay un sentido inocente e inocuo de la expresión "filosofía mexicana", con el cual, la expresión sólo serviría para indicar a la filosofía que se hace en México; pero que hay otro sentido alarmante que se refiere a una filosofía que exprese la identidad de los mexicanos: "[...] habría algo así como algunas características propias de esa eventual filosofía que la distinguiría del resto del quehacer filosófico llevado a cabo por pensadores de otras latitudes, o que la filosofía hecha en México debe preocuparse exclusivamente de lo mexicano [...]" (Pereda 2013: 346). Sobre esta última observación estoy totalmente de acuerdo en que la filosofía mexicana entendida del segundo modo sería paralizante, pero no estoy de acuerdo en que resultaría peligroso reconocer ciertos rasgos vagos y generales, pero distintivos del quehacer filosófico en México, de modo que, al igual que se habla de filosofía alemana, francesa o anglosajona, se pudiera hablar también de una filosofía mexicana o, si se prefiere, iberoamericana. El mismo Pereda vuelve sobre el tema al final del libro, mostrando la sana incertidumbre que tiene al respecto y la inquietud legítima, que no tentación viciosa, de reconocer la posibilidad de una tradición filosófica propia, internamente plural y controversial, externamente abierta al diálogo con las filosofías poderosas como la alemana, la francesa o la anglosajona, e igualmente con las que no lo son.

En las últimas páginas, Pereda pregunta ¿cómo hacer buena filosofía en México y en general en América Latina? Su respuesta es que la manera de hacer buena filosofía es la misma que en cualquier parte del mundo: se requiere imaginación centrífuga y argumentación rigurosa. Concuerdo con estas recomendaciones generales, pero con ellas no se termina de contestar la pregunta sobre la posibilidad de una filosofía mexicana, latinoamericana o iberoamericana, pues ciertamente podemos y debemos contextualizar lo que cuenta como una buena argumentación, así como el punto o la situación desde donde imaginamos centrífugamente. Creo que la especificación de estas cuestiones nos permitirían pensar en una filosofía propia, abierta, reflexiva y crítica que comparte con toda buena filosofía ciertas características generales como las que señala Carlos Pereda, pero que también tiene especificidades y estilos propios. La revisión de la historia de la filosofía en México nos permitiría elucidar esos rasgos singulares de nuestro quehacer filosófico; pero además, y principalmente, nuestra situación cultural, social y política nos demanda desarrollar una filosofía propia y pertinente, con valor y reconocimiento en cualquier parte del mundo; ésta, una de las características de toda buena filosofía, es un rasgo que, de manera encomiable, encuentro en el presente libro de y sobre filosofía mexicana.

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