Introducción
El 15 de mayo de 1938, los mexicanos conocieron una noticia que ratificó los tiempos convulsos que vivían tras la nacionalización petrolera acaecida en marzo de aquel año. El general Saturnino Cedillo desconoció al gobierno de Lázaro Cárdenas y se parapetó con algunos de sus seguidores en las montañas de San Luis Potosí. Así concluyó el forcejeo entre un presidente determinado a centralizar el poder en el Ejecutivo y un cacique que se negaba a entregar el liderazgo que ejercía en su estado.1 La rebelión no constituyó sorpresa alguna para unos círculos oficiales que habían minado el terreno donde se asentaban las redes clientelares del potosino. Desde que comenzaron a desarmar a sus colonos militarizados y a proporcionarles tierras, Cedillo externó su disposición de plantarle frente, hasta las últimas consecuencias, al gobierno federal. Pero estaba enfermo, viejo y cansado. Ya no era el mismo que combatió con arrojo a los delahuertistas y cristeros.2 En vista de ello, el peligro de su revuelta fue más imaginario que real, aunque Cárdenas lo usó hábilmente para desplazarse al teatro de operaciones y pregonar la unidad nacional. Los combates finalizaron en un abrir y cerrar de ojos, suscitando la persecución de un cacique escurridizo y los informes enviados desde la ciudad de Guatemala en los que se dilucidaba la participación de Jorge Ubico en la conspiración, el gobernante de esa nación.
En el presente artículo, centro mi atención en este pasaje de las relaciones diplomáticas entre México y Guatemala. Debo señalar que, hasta la fecha, son pocas y muy breves las alusiones que los estudiosos de la materia han realizado al respecto. Luis Zorrilla, en su compendiosa obra, se refirió únicamente al reclamo que Ubico le formuló al nuevo embajador mexicano, Salvador Martínez de Alva, en septiembre de 1938, por los aviones de guerra que surcaron sin autorización sus cielos al estallar la rebelión cedillista.3 Por su lado, Manuel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera fueron más categóricos al afirmar que Ubico “le abrió las puertas de Guatemala a los seguidores de Saturnino Cedillo y colaboró en la fallida intentona contra el gobierno de Lázaro Cárdenas”. Los autores presentaron como prueba un informe de un agente gubernamental que se infiltró en las filas cedillistas y ratificó su participación. “Al parecer [escribieron], ésta fue la última vez que un presidente de Guatemala apeló a este recurso -el enemigo de mi enemigo es mi amigo- como un arma adicional en su confrontación con México”.4
Como puede observarse, falta tela por cortar en este episodio. El artículo recurre a más fuentes, las cuales son contextualizadas para cuestionar lo que se ha aceptado sin miramientos: ¿en realidad colaboró Ubico en la conspiración cedillista y les abrió las puertas a sus seguidores? Para otorgar una respuesta documentada, explicaré el origen de esta acusación, indicaré quiénes fueron sus promotores en México y examinaré la respuesta del gobierno cardenista a los señalamientos. Al tratar dichos aspectos, pretendo abonar al estudio del exilio guatemalteco de la década de 1930 y, por supuesto, de la política exterior del gobierno mexicano hacia Centroamérica. En específico, ante un régimen que lo observó siempre con suspicacia, aunque barnizaran su postura con apretones de mano y cumplidos a sus diplomáticos.
Este artículo contiene cuatro apartados. En el primero, presento las conclusiones que los estudiosos del movimiento cedillista han esbozado acerca de sus nexos con agentes extranjeros, vinculación que fue incorporada sin mayores evidencias a la versión oficial de la revuelta. En el segundo apartado, explico el origen de la acusación contra Ubico, y, en el tercero, reviso las actividades que sus promotores desarrollaron en México. Finalmente, examino la respuesta de ese gobierno frente a la acusación que circuló desde agosto de 1937. En tal fecha, se concretó la ruptura definitiva de Cedillo con Cárdenas, acción que relegó al potosino al bando enemigo.
Cedillo, ¿líder de una conspiración fascista?
En un principio, la relación entre ambas figuras fue cordial y de entendimiento. Cedillo acompañó al general michoacano en su camino hacia la presidencia y éste, como retribución un poco tardía, lo nombró secretario de Agricultura y Fomento en 1935. Sin embargo, sus diferencias surgieron pronto. El potosino discrepó de la educación socialista promovida por el gobierno, de los ejidos cooperativos y del poco interés por frenar la persecución religiosa. Finalmente, la cuerda que los unía se rompió cuando Cedillo renunció al gabinete en agosto de 1937. Sin mayores dilaciones, regresó a su rancho de Palomas que tanto extrañaba, aflorando desde entonces los rumores en los que se afirmaba que recibía a agentes japoneses, alemanes e italianos, así como empleados de las empresas petroleras recién expropiadas.
Esta versión fue difundida en los periódicos y revistas que respaldaron a Cárdenas, cuyos redactores interpretaron cualquier crítica al oficialismo como una señal de la actividad fascista y vengativa de los petroleros.5 Asimismo, el gobierno acreditó el entendimiento del general rebelde con las compañías, el cual había sido sugerido por Vicente Lombardo Toledano y asumido sin ningún reparo por la Central de Trabajadores de México (CTM).6 El material, publicado desde mediados de 1936 hasta el asesinato de Cedillo en 1939, ha servido para hilvanar novelas históricas y como materia prima en el plano historiográfico para dilucidar sus vínculos con los agentes extranjeros.
Un ejemplo del primer caso aparece en la novela de José Iturriaga, El secreto del espía inglés , en cuyas páginas describe a Cedillo como un cacique indígena y rústico, que trabó contactos con la embajada alemana en México y recibió recursos de la empresa El Águila para alzarse en armas.7 Según Iturriaga, quien sigue fielmente la versión oficial difundida en la década de 1930, el potosino no era más que un reaccionario manipulado por agentes foráneos y empresarios resentidos por la expropiación petrolera. Sin embargo, ¿qué sucede cuando se toma distancia de estos alegatos, se los examina a la luz del contexto político y se confrontan más fuentes? El resultado aparece en el ámbito historiográfico.
Romana Falcón, Carlos Martínez Assad y Dudley Ankerson son algunos de los autores que han estudiado las imputaciones contra el general rebelde: revisando las motivaciones de sus detractores y analizando el escenario político en el que fueron esbozadas.8 Las conclusiones a las que llegaron distan mucho, por cierto, de cualquier sentencia lapidaria contra Cedillo. Ninguno encontró pruebas fehacientes para afirmar que las potencias del Eje o los petroleros le entregaron dinero o armamento para su aventura armada. En cambio, lo que sí hallaron fue un escenario doméstico e internacional propicio para que florecieran especulaciones de este calado.
Es preciso recordar que el levantamiento cedillista estalló cuando circulaban en México noticias alarmistas sobre la actividad de la quinta columna en el país.9 En éstas, se afirmaba que su objetivo principal era convertirlo en cabeza de playa del continente americano. Ricardo Pérez Montfort aclaró que muchas de estas noticias fueron tejidas por corresponsales de prensa estadounidenses radicados en México, como Frank Kluckhon, y difundidas por la cadena noticiosa Hearst del mismo país.10 De inmediato, los funcionarios mexicanos rechazaron dicha campaña, calificándola de injuriosa e infundada. Además, observaron con suma preocupación que podría justificar una intervención armada de los marines para resarcir a los petroleros.
A pesar de esta condena y de haber ordenado la expulsión de Frank Kluckhon de México, muchos funcionarios y seguidores del gobierno esgrimieron esta campaña contra sus enemigos. “Cedillo, conservador por ser campesino, será identificado con el gran capital imperialista, así como con las potencias nazifascistas, dándole una imagen de fortaleza que no tenía”.11 Uno de los que ilustraron dicha estrategia con mordacidad fue Salvador Novo, quien afirmó que, si temblaba en México o le daba un cólico a Vicente Lombardo Toledano, éste explicaba “dialécticamente que eso se debe a maniobras ocultas de la CROM, o que Plutarco Elías Calles, Adolfo Hitler, Mussolini, Luis Morones, Julio Ramírez y el rey de Inglaterra son enemigos personales de Toledano y José Stalin”.12 En el caso de Cedillo, los investigadores han mostrado que detrás de los señalamientos antojadizos se desarrollaba un proceso de centralización política que lo puso contra las cuerdas. Según Romana Falcón, los poderíos locales debieron escoger entre la nueva presencia del centro que les quitaba autonomía o desaparecer. El cacique desestimó someterse y “decidió luchar por lo que él consideraba un derecho legítimo ganado con las armas: regir los destinos potosinos y mantener en pie el arreglo que había establecido con sus agraristas”.13
En síntesis, los estudiosos del movimiento cedillista han concluido que las causas de la rebelión no se encuentran en la incitación de los agentes extranjeros, sino en la oposición de su líder al proyecto cardenista.14 Con estos planteamientos, se han despejado temporalmente las preguntas sobre la injerencia foránea, a la espera de nuevas pruebas que permitan contradecir lo apuntado. Ahora, es preciso efectuar un procedimiento similar en el caso de la acusación dirigida contra Ubico. Esta historia comienza con la llegada de un alemán a la capital guatemalteca.
El origen de la acusación
Jorge Ubico ascendió al poder a principios de 1931, entre el beneplácito de Estados Unidos y la promesa de acabar con la crisis económica y política que asolaba Guatemala. Su gobierno encaró los efectos de la gran depresión con medidas de austeridad, que alardeó en el periódico del partido oficial, El Liberal Progresista; y no tuvo escrúpulos para desbaratar un supuesto complot comunista en 1932 y una sedición planeada en los cuarteles dos años más tarde.15 Ubico brindó siempre un trato preferencial a la oligarquía agroexportadora, a los cafeticultores alemanes y a las empresas estadounidenses que obtuvieron jugosas concesiones.16 En lo administrativo, amplió las funciones de los jefes políticos departamentales, suprimió la autonomía municipal y reforzó a la policía con una vasta red de espionaje. El Presidente logró centralizar el poder político en pocos años, erigiéndose en el paladín del orden y el anticomunismo. “Él se cree un gobernante modelo, no admite consejos de nadie, es ególatra al extremo”, escribió un diplomático mexicano, para sentenciar después: “la administración actual se resume en una sola palabra: Ubico”.17
En estas condiciones, su reelección fue un mero trámite en 1937. Comenzó a forjarse meses antes, con la participación entusiasta de la comunidad alemana radicada en Guatemala y el visto bueno de Washington. Sin embargo, a partir de esta fecha, el fascismo empezó a atisbarse como una seria amenaza en el continente americano. Un sector de la prensa estadounidense, ávida de noticias sensacionalistas, se refirió a la simpatía que el Presidente tenía por este tipo de regímenes. Rápidamente, Ubico efectuó cambios cosméticos en su despacho y otros de mayor calado en su administración para desmentir la afirmación. Cambió el retrato de Benito Mussolini por el de Roosevelt en su oficina y le concedió la dirección de la Escuela Politécnica, donde se formaba la oficialidad castrense, a un militar estadounidense.18 De esta forma, Ubico continuó con su agenda y recibió en agosto de 1937 a Ernst Von Merck, un alemán procedente de México.
¿Quién era este hombre y por qué recibía tal deferencia del oficialismo guatemalteco? Von Merck conocía muy bien el país centroamericano y sus vericuetos del poder. Provenía de una familia acaudalada en Alemania y en los primeros años del siglo XX había viajado por buena parte de Latinoamérica, hasta establecerse en Guatemala. Su matrimonio con la hija del presidente Manuel Estrada Cabrera (1898-1920) le valió para ser designado ministro de Guerra, puesto que abandonó al estallar la Primera Guerra Mundial, para unirse a las tropas de su tierra natal. Luego, en 1920, regresó al continente americano y se radicó en México, donde solicitó su nacionalidad. Manifestó que se dedicaría al comercio, pero terminó con el tiempo en el servicio particular del general Cedillo, y paulatinamente se ganó su confianza, hasta que fue nombrado jefe de la policía de San Luis Potosí. “Dicho cuerpo policiaco fue organizado con la disciplina y el orden prusiano que caracterizaba a Von Merck. Sin embargo, cuando Cedillo termina su periodo gubernamental, Von Merck sale del cuerpo policiaco para quedar exclusivamente bajo la tutela de Cedillo”.19
Los contactos que había cultivado en Guatemala y su cercanía con el cacique potosino hicieron que muchos pensaran que buscaba respaldo en esta nación para su jefe. De hecho, los temas tratados en el despacho presidencial se mantuvieron en secreto y fue el mismo anfitrión quien propaló maliciosamente la noticia de la reunión. Enrique Solórzano, miembro de la misión diplomática mexicana, quedó atónito cuando Ubico le comentó que había recibido a Von Merck. De inmediato, Solórzano advirtió a las autoridades mexicanas y la noticia, portadora de aspectos velados, sirvió para inmiscuir al presidente guatemalteco en una conspiración fascista contra su vecino del norte.
Debo aclarar que la acusación no era descabellada, pues partía de ciertos elementos que le conferían credibilidad. Para nadie era un secreto la antipatía que Ubico sentía hacia el gobierno mexicano, al que acusaba de cobijar a los comunistas y permitirles actuar a sus anchas.20 Además, se sabía que Von Merck conversaba con el embajador alemán en México, Rüdt von Collenberg, quien simpatizaba a su vez con el general Cedillo y lo visitaba incluso en su rancho de Palomas.21 Finalmente, es preciso considerar que el arribo del “aventurero alemán” a la capital guatemalteca -como lo llamó Solórzano- aconteció justo cuando la relación del cacique con Cárdenas estaba rota definitivamente. Por lo tanto, la misión de Von Merck en Guatemala contenía, para algunos, presagios alarmantes que debían develarse.
Los primeros visos de la acusación provinieron de Estados Unidos. Un mes después de la visita de Von Merck, en septiembre de 1937, el secretario del Partido Comunista de esa nación, Earl Bower, externó ante miles de personas congregadas en el Madison Square Garden de Nueva York que en Guatemala se urdía “una conspiración fascista en la que participarían los gobiernos de Hitler, Mussolini y Franco”.22 El señalamiento llegó pronto hasta los oídos de los personeros de Ubico, quienes se apresuraron a desmentirlo. Así lo hizo el ministro de Relaciones Exteriores, Carlos Salazar, expresándole al embajador mexicano que la vinculación carecía de fundamentos, y comprometiéndose a mantener inalterables el respeto y la lealtad por el gobierno vecino.23
Entretanto, las declaraciones de Bower fueron publicadas en un periódico salvadoreño, Diario Nuevo, lo cual mostraba que el gobierno de esa nación, obsesionado con el control de la prensa, no perdía ninguna ocasión para golpear a su vecino.24 Pero Ubico no tenía enemigos solamente en Centroamérica por su afán de convertirse en el promotor del unionismo, sino también entre la izquierda estadounidense por la cacería de brujas orquestada contra los comunistas a principios de 1932. De hecho, en los meses posteriores, recibió cartas de protesta por esta acción.25
En pocas palabras, la acusación contra Ubico encontró un terreno fértil. Su gobierno era personalista y autoritario, características que más de algún observador empleó para esbozar un parecido de familia con los regímenes fascistas.26 Además, había atendido el llamado nacionalista del general Franco en junio de 1936, y fue uno de los primeros que reconoció al golpista en el continente americano.27 Ahora bien, si a los factores apuntados le agregamos la antipatía que su gobierno suscitaba en los trabajadores mexicanos y el sensacionalismo que imperaba en algunos sectores de la prensa de esta nación, el tablero estaba listo para que alguien moviera hábilmente sus piezas, es decir, que esculpiera la acusación, resaltando el peligro inminente que representaba para México, y usara sus contactos para difundirla.
Los enemigos de Ubico en México
Mucha tinta se ha vertido en el análisis de México como lugar de refugio y asilo durante el siglo pasado.28 Igual de profusa ha sido la producción de investigaciones sobre los disidentes políticos sudamericanos y españoles que encontraron cobijo en esta nación, después de que se instauraran en sus patrias cruentas dictaduras. En cambio, los centroamericanos que arribaron en la década de 1930 han recibido menos atención. Se debe reconocer que, en su paso por México, estos últimos no captaron los reflectores de otros exilios. Para empezar, su número era reducido, en su tierra lucían ausentes las guerras civiles y, finalmente, los gobiernos a los que se oponían mantenían buenas relaciones con el mexicano. Quizás estos factores han influido para que su inserción en la historia del exilio sea tangencial hasta el momento. Este dato se corrobora en los estudios de Guadalupe Rodríguez de Ita y José Luis Balcárcel,29 quienes incluyeron a los rivales de Ubico en sus revisiones del exilio guatemalteco en México para otorgar pistas relevantes.
En los siguientes párrafos, mostraré nuevas aristas de este tema. Examinaré sus estrategias organizativas, sus objetivos y las actividades que efectuaron. Esta aproximación me permitirá explicar por qué el nombre del presidente guatemalteco resonó en la prensa mexicana desde comienzos de 1938. Como puede verse en las fuentes consultadas, a los exiliados guatemaltecos la acusación contra Ubico les cayó como anillo al dedo y, sin dudarlo, la sumaron a las denuncias que plasmaban en su propaganda, buscando los mejores medios para promocionarla. Con estas acciones, y otras que expondré más adelante, los disidentes encajan a la perfección en lo que Mario Sznajder y Luis Roniger denominaron exiliados políticamente activos.30 Los rivales de Ubico en México no se quedaron de brazos cruzados, sino que emplearon sus contactos y la vecindad con su terruño para intentar golpearlo. Bajo esta perspectiva, su estudio adquiere relevancia, ya que devela actividades y episodios poco conocidos que tuvieron lugar en la frontera sur de México.
En enero de 1938, aparecieron en la prensa mexicana las primeras señales de la acusación contra Ubico. La seguidilla fue inaugurada en La Prensa, periódico que estaba organizado en una cooperativa de trabajadores.31 “Se denuncia una conspiración fascista contra México preparada en la República de Guatemala”, anotaron en su titular, y en el cuerpo de la nota informaron que se almacenaban armas en la frontera del país vecino.32 Ninguna firma apareció en el texto, pero explicaron que la denuncia la había formulado Vicente Lombardo Toledano, quien tenía pruebas contundentes. Ante la persistencia de la acusación, el canciller guatemalteco giró una invitación a los personeros mexicanos para que visitaran la región fronteriza y comprobaran su falsedad.33 El secretario de Relaciones Exteriores, Eduardo Hay, agradeció el ofrecimiento y aprovechó para aquietar a sus vecinos. “El gobierno mexicano puede asegurar que no tiene información ni oficial ni privada que sea digna de crédito, que indique que el gobierno de Guatemala apoye o favorezca alguna actividad subversiva contra el pueblo de México”.34 Sin embargo, mientras Salazar abría las puertas de su nación, las noticias acusatorias siguieron circulando.
Los redactores de El Machete pusieron su grano de arena al informar, en febrero de 1938, que en Guatemala se preparaba una guerra contra México y que habían movilizado una tropa de 60 000 hombres hacia la frontera.35 Ese mismo mes, se registró un hecho inusitado en Tapachula: cientos de manifestantes recorrieron sus calles, portando pancartas contra el presidente Ubico, y, una vez reunidos en el parque central, “los oradores incitaron a las masas a luchar contra la supuesta invasión fascista procedente de Guatemala”.36 Esta actividad fue organizada y presidida por el diputado chiapaneco Mario Culebro, quien fungía también como secretario general de la Confederación Obrera de dicho estado. El gobierno vecino se asombró al conocer esta noticia por medio de su cónsul en Tapachula, un hombre mayor que temió lo peor ante la agresividad que mostraron los manifestantes.37 Un mes más tarde, en marzo de 1938, el forcejeo del gobierno mexicano con las empresas petroleras finalizó en la celebrada nacionalización. Se habló entonces de la venganza que tomarían los expropiados, valiéndose de la reacción local y de los enemigos foráneos de México.38 Este clima enrarecido se vivió también en la frontera sur del país, donde la vecindad con Guatemala fue interpretada por algunos como una seria amenaza.
El 19 de marzo de 1938, el cónsul guatemalteco en Tapachula informó que un orador de la Confederación de Trabajadores ratificó la invasión de tropas vecinas: “y expresó que ya venían fuerzas federales para rechazar la agresión. Esta noticia alarmó a las masas, las que esperaron en la estación el arribo de trenes militares que no llegaron, según se sostiene por desperfectos en las vías; pero se asegura también que llegarán pronto”.39 Luego, el 1 de mayo, fueron lanzados otros ataques contra el presidente guatemalteco en un acto celebrado en el Palacio Municipal de Tapachula.40 Salazar le escribió nuevamente a las autoridades mexicanas, pero para pedirles que acabaran con “esta cruzada contra el pueblo de Guatemala, tan ajeno a las maniobras que se le atribuyen”.41 A pesar de la solicitud, las acusaciones continuaron.
Quizá la más incisiva fue la que se publicó en La Prensa. En mayo de 1938, aparecieron varias entregas que transitaron desde la denuncia de una conspiración fascista en México hasta la enumeración de sus responsables. En sus páginas, resonaron los nombres de Saturnino Cedillo, Von Merck y, por supuesto, Jorge Ubico. Básicamente, los periodistas retomaron la acusación formulada en suelo estadounidense, pero afirmaron que tenían en sus manos un documento del Departamento de Estado. Una vez más, como en enero de ese año, el nombre del redactor brilló por su ausencia y días más tarde, cuando la rebelión cedillista era un hecho, tampoco exhibieron el documento señalado. Aun así, presumieron el hit periodístico que habían asestado al anticipar la acción del cacique potosino. En realidad, las notas de La Prensa tuvieron poca excepcionalidad frente a una conspiración que se conocía de antemano, pero se distinguieron de otras al incluir la voz de los exiliados guatemaltecos.
El 20 de mayo de 1938, cuando el general Cárdenas cumplía su segundo día en San Luis Potosí, afirmaron en La Prensa que Guatemala era un foco del movimiento fascista que se urdía contra México. Para sustentarlo, indicaron que en Tapachula “los vecinos estaban informados con lujo de detalle del acopio de armas, parque y otros implementos que se transportaban desde el puerto San José de Guatemala”.42 Según los redactores de la nota, fueron los indígenas vecinos quienes cruzaron la frontera para dar testimonio sin malicia de los movimientos, lo cual suscitó una pesquisa confidencial de “alguna Secretaría de Estado”. Esta pesquisa develaría los planes del gobierno guatemalteco: formar una república fascista a partir del territorio de los estados mexicanos de Chiapas, Yucatán y Campeche, así como de otros países al sur de Guatemala. Todo esto, con el visto bueno de las potencias del Eje, cuyos agentes frecuentaban el despacho de Ubico.
La acusación era grave, y, para respaldarla, buscaron la opinión de aquellos que conocían las entrañas del régimen guatemalteco. “No podía esperarse otra cosa de un hombre [Ubico] que ha estrangulado la libertad, la democracia y la cultura de su patria, perpetuándose en el poder por medio del asesinato y el terror”, manifestaron los miembros de la Unión Popular Guatemalteca.43 Su comité ejecutivo estaba integrado por Miguel García Granados, Luis González, Carlos Arias, Ernesto Capuano y Horacio Espinoza Altamirano, quienes aprovecharon las páginas del rotativo para incriminar a su enemigo en la rebelión cedillista. Aclararon que no eran portavoces de una ofensiva bélica, pero expresaron que, de darse “un movimiento armado de carácter derechista en México, Guatemala representaría en América el papel que Portugal viene jugando en la contienda de España”.44 Es decir, permitirían que los aviones fascistas y sus tropas circularan por su suelo y sus responsables adquirieran pertrechos.45
Según los exiliados, esto explicaba la visita de Von Merck a Guatemala y el hecho de que la familia del embajador de ese país en México partiera días antes del levantamiento, “para dejar en libertad al citado diplomático en los riesgosos trabajos encomendados”. Esta información fue ampliada en la misma nota por otro exiliado: José Sánchez Batién, quien aseveró que el acuerdo de Ubico con la reacción mexicana era apoyado por el Tercer Reich y los terratenientes alemanes que vivían en Guatemala, para establecer una cabeza de playa en América.46
A pesar de la altisonancia de sus declaraciones, los exiliados no mostraron prueba alguna, ningún documento que indicara con claridad las intenciones de Ubico y su contubernio con las potencias del Eje. Simplemente, afinaron la acusación formulada en Estados Unidos y publicada en los periódicos centroamericanos. En tal sentido, las declaraciones de los guatemaltecos hablan más de su activismo que de una revelación cimentada.
A continuación, examinaré sus estrategias organizativas y las actividades desarrolladas en México, para mostrar que su aparición en La Prensa formó parte de su campaña.
Lo primero que debo aclarar es que los exiliados guatemaltecos, igual que otros centroamericanos, integraron agrupaciones políticas para denunciar a los gobiernos autoritarios y convencer a propios y extraños de la necesidad de derrocarlos.47 Así lo hizo la Unión Popular Guatemalteca, cuyos panfletos, impresos en México, vulneraron en más de una ocasión la censura oficial. En septiembre de 1938, agentes policiales guatemaltecos decomisaron una proclama que circuló en el departamento de San Marcos. En sus líneas, anunciaron que su secretario general era Miguel García Granados, un militar acusado de atentar contra Ubico en 1934 y que actuó como piloto republicano en la Guerra Civil española. Asimismo, defendieron que su organización era ajena a las viejas revueltas personalistas. Su causa, más bien, era social y se inscribía en el dilema que en esos momentos desvelaba al mundo: democracia o dictadura fascista. Por eso, ratificaron su programa y confiaron “que el pueblo de Guatemala, aunque en estos instantes silenciado por un tenebroso régimen policiaco, sabrá tener el gesto de rebeldía, de virilidad y conciencia cívica, para destruir el régimen social y político que los agobia y escarnece”.48
Ese mismo mes, el gobierno guatemalteco alertó al mexicano sobre otra de las estrategias favoritas de los exiliados, más temeraria que la anterior, por cierto: rondar la frontera con sus aliados chiapanecos y hacerse de armamento. Salvador Martínez de Alva le escribió inmediatamente a su superior, para informarle que “Clemente Marroquín Rojas planeaba una invasión [por] Huehuetenango a finales de septiembre u octubre acuerpado por Fausto Ruiz, ex general propietario de la hacienda Berlín de Chiapa de Corzo y su hermano Sóstenes Ruiz, residente en Tapachula”.49
Es preciso aclarar que estos informes fueron frecuentes desde 1936, cuando la inminente reelección de Ubico convenció a los exiliados de que sólo podrían derrocarlo por la fuerza. Uno de quienes pusieron su máximo empeño en la faena fue, precisamente, Marroquín Rojas. Este abogado y periodista abandonó Guatemala tiempo después del ascenso de Ubico, consciente de que las críticas formuladas contra éste, en la campaña proselitista de 1926, le pasarían factura.50 Marroquín vivió en El Salvador y Honduras, pero radicó finalmente en México, donde buscó el apoyo del gobierno de ese país para vitalizar una incursión armada.51 Empero, jamás obtuvo una respuesta positiva, por lo que recurrió a los hermanos Ruiz y a ciertos paisanos que lo acompañaron hasta la frontera. Según los reportes de las autoridades guatemaltecas, preparaban su invasión desde mediados de 1938, del lado de Motozintla y Cacahuatán, “valiéndose de los agraristas guatemaltecos de la zona fronteriza entre los que se afirma que hay más de doscientos con armas, municiones y caballos”.52 En las filas del periodista estaban los exiliados Vicente Escobar, Jorge Maldonado y los militares Adolfo Rodas, Jiménez de León y José Rodas.
Ahora bien, ¿participaron estos disidentes en las protestas contra Ubico acontecidas en Tapachula en 1938? Busqué evidencias en los archivos, sin ningún éxito. Estimo -y esto es mera especulación- que los exiliados se mantuvieron tras bambalinas, porque no les convenía ser observados por el cónsul guatemalteco y los espías de Ubico.53 Sea como fuere, lo cierto es que estuvieron muy activos aquel año. Se reunían en la sede de la Unión Popular Guatemalteca, en Tacuba 76, despacho 13 del Distrito Federal; recorrían la frontera junto a los hermanos Ruiz, disidentes del cardenismo, y azuzaban a los braceros guatemaltecos de las fincas del Soconusco.54 En estas maniobras, contó su habilidad organizativa y cierta dosis de temeridad para realizar un exilio proactivo. La revisión de algunos ejemplos sustenta la afirmación.
El primero lo encarna Marroquín Rojas, quien empleó su bagaje periodístico para atacar a Ubico en la prensa mexicana. Los funcionarios guatemaltecos lamentaron en varias ocasiones la publicación de sus notas, y en otras lo denunciaron a tiempo.55 Al recibir las alertas, el gobierno mexicano reconvino a los exiliados, pero lo cierto es que los ataques jamás cesaron. Dos aspectos favorecieron a los disidentes: la libertad de imprenta que prevaleció en México y la simpatía que su causa suscitaba entre los trabajadores mexicanos.56
Uno de los arropados fue José Sánchez Batién. Como expuse líneas atrás, lo que declaró en La Prensa fue incendiario. Y es que el exiliado gustaba de las experiencias fuertes. Dos años antes, en noviembre de 1936, intentó prenderle fuego a la embajada de Guatemala en México. Su objetivo fue frustrado por el celador de la sede diplomática y días después, por la declaración de un testigo, fue apresado. Sin demora, Sánchez sufrió el escarnio público en su país de origen. En los periódicos, lo describieron como un simple delincuente, que desde niño había tendido al mal. Entretanto, las autoridades mexicanas lamentaron que extranjeros a los que se les concede hospitalidad abusen de ella cometiendo crímenes.57 Sin embargo, nuestro personaje aprovechó los reflectores para justificar la acción que había realizado junto a otros jóvenes centroamericanos. En efecto, los atentados simultáneos a la embajada de El Salvador y Guatemala eran en protesta por el reconocimiento que los gobiernos de estos países dieron al movimiento de Francisco Franco en España.
Con los ejemplos y episodios citados, la voz de los exiliados en La Prensa encuentra pleno significado. Éstos habían iniciado su lucha contra Ubico en México años antes y, por consiguiente, la supuesta participación de su enemigo en la conspiración cedillista les resultaba conveniente. Por eso, buscaron a sus contactos en la prensa y aprovecharon la atmósfera enrarecida para afinar la acusación.58 Con ésta, pretendieron incidir en la opinión pública para que el gobierno mexicano atendiera finalmente su solicitud de armamento.
El gobierno mexicano frente a la acusación
En noviembre de 1938, cuando Cedillo se escondía de las autoridades en las montañas potosinas, el segundo secretario de la embajada de México en Guatemala, Enrique Solórzano, escribió un memorándum sobre la acusación contra Ubico.59 Afirmó que el viaje de Von Merck a Guatemala la había detonado y citó en el documento las notas sensacionalistas de la prensa estadounidense, centroamericana y mexicana. Además, se refirió a los informes que esa misión diplomática había remitido desde que las voces alarmistas empezaron a escucharse. Según Solórzano, la acusación cobró fuerza por el repudio que el presidente vecino generaba en los trabajadores mexicanos y, probablemente, fue difundida por enemigos de Cárdenas que querían provocar problemas entre los gobiernos. Una por una, cual piezas de dominó que se derrumban, el diplomático desmintió lo publicado en los periódicos. “La ayuda a Cedillo nunca se llevó a cabo, no hubo embarque de armas y jamás un ejército de 60 000 hombres a lo largo de la frontera”, sentenció.60 Ahora bien, ¿por qué tenía tanta certeza?, ¿acaso descartaron desde un inicio las noticias alarmistas?
Nada más alejado de la realidad. El memorándum de Solórzano muestra que el gobierno mexicano se tomó en serio la acusación y les encomendó a sus representantes en Guatemala una investigación exhaustiva, mientras enviaba cartas a sus vecinos en las que les reiteró su confianza. Primero, observaron atentamente los movimientos de tropa en la capital y el propio Solórzano se desplazó al interior del país para indagar la situación en los principales puertos. Luego, como segundo paso, solicitaron a los cónsules de la región fronteriza que informaran sobre cualquier eventualidad. Ninguna irregularidad fue reportada en los días que antecedieron al levantamiento cedillista, pero las autoridades mexicanas atendieron el dicho popular que reza: “cuando el río suena es porque piedras trae”. Por este motivo, sus pilotos sobrevolaron la frontera en mayo de 1938, acción que Solórzano incluyó en el memorándum, y el secretario de Gobernación, Ignacio García Téllez, recorrió la frontera días más tarde, incursionando incluso en territorio vecino.
A menudo, la política exterior del cardenismo ha sido evaluada desde su relación con la Segunda República española, Estados Unidos e Inglaterra, o desde su condena ante acciones concretas como la conquista italiana de Abisinia (1935-1936) y la anexión alemana de Austria en marzo de 1938.61 En los estudios, resuenan los nombres de Isidro Fabela y Luis Rodríguez, entre otros, quienes ejecutaron una política de oposición al fascismo y solidaridad con los vencidos de la Guerra Civil española. En cambio, sus relaciones con los gobiernos centroamericanos, cuyas credenciales democráticas dejaban mucho que desear, han permanecido en un segundo plano. Su análisis se remite a pocas páginas, en las cuales se establece la decisión del gobierno mexicano de mantenerse al margen de los asuntos domésticos de esos países y procurar mercados para sus productores.62 Sin duda, los autores acertaron en este punto, pero también es cierto que esa visión panorámica soslaya controversias acaecidas a pesar del objetivo trazado. De hecho, su intrincada relación con el gobierno de Ubico prueba lo anterior.63
Manuel Ángel Castillo señaló que las relaciones diplomáticas entre México y Guatemala han sido de una tensión fluctuante entre cercanía y distancia desde su independencia.64 En dicho esquema, el periodo de Ubico encaja perfectamente en el segundo término del binomio. Y, aunque la tensión no alcanzó la cima de los primeros años del siglo XX, cuando los hombres de Estrada Cabrera asesinaron al expresidente Lisandro Barillas en la capital mexicana, la mirada de Ubico fue siempre hostil hacia sus vecinos norteños. El que vivió esta situación de primera mano fue el autor del memorándum sobre el asunto Cedillo, Enrique Solórzano, quien anotó al respecto:
[…] mientras esté en el poder Ubico no creo que podamos adelantar nada en nuestras relaciones diplomáticas. Todo se queda en mera conversación, en buenos deseos y nada más. Ubico no nos quiere. Ya lo ha probado hasta la evidencia. Debemos ser pacientes y seguir nuestra penosa y hasta el momento (según mi opinión) infructuosa labor.65
Ahora bien, ¿a qué se refería Solórzano con la penosa e infructuosa labor? Para aclararlo, es necesario describir la política exterior del cardenismo hacia América Latina y, luego, explicar su estrategia frente al gobierno de Guatemala. El primer aspecto atañe a la “política del buen amigo” en la que defendieron el respeto irrestricto a la autodeterminación de los pueblos y la no injerencia, principios contemplados en la Doctrina Estrada (1930).66 De hecho, su prueba de fuego surgió muy pronto en Centroamérica. En mayo de 1936, el jefe de la Guardia Nacional de Nicaragua, Anastasio Somoza, derrocó a Juan Bautista Sacasa y los partidarios del gobernante acudieron a México para que les brindaran nuevamente armamento.67 Sin embargo, les denegaron cualquier ayuda, afirmando que observarían la política del buen amigo.68
En el caso de Guatemala, esta directriz fue ejecutada en condiciones especiales, debido a la suspicacia de Ubico y la frontera compartida.69 De hecho, en los documentos, puede observarse que fue el propio Cárdenas quien le pidió a su embajador que se acercara a los círculos oficiales para ganarse su confianza.70 Con esta intención, Martínez de Alva conversó con el Presidente y sus ministros, a quienes describió en sus informes como seres esperpénticos, que sólo acataban las órdenes de su jefe. Definitivamente, los actores siguieron el guion que les dictaban sus intereses políticos y, desde luego, su amistad con Estados Unidos. A ambos gobiernos les convenía tener alejados a sus disidentes de la frontera y sostener relaciones cordiales, porque navegaban en el mismo barco capitaneado por Washington desde mediados de la década de 1930, cuando los estadounidenses formaron un frente continental contra el fascismo.
Para los funcionarios mexicanos, el régimen vecino encarnaba la antítesis de sus ideales políticos, con su espionaje descarado y las cárceles plagadas de opositores, pero el pragmatismo de su política exterior les hizo entablar un acercamiento, que Solórzano calificó de penoso.71 Jorge Márquez señaló este aspecto del Cardenismo, especificando que junto al desorden generado por la relativa autonomía de los callistas -que vivían un exilio dorado como diplomáticos- y la coherencia ideológica forjada en la defensa del derecho internacional afloraba un pragmatismo que provocó el distanciamiento de la Unión Soviética y la venta de petróleo a Alemania.72
En el caso de Guatemala, a los mexicanos les favorecía llevar la fiesta en paz con un socio comercial y aliado de Washington, no sólo porque un conflicto los convertiría en saboteadores de la unidad panamericana, sino también porque esto repercutía en la seguridad de su frontera sur. Bajo esta lógica, Marroquín Rojas y sus compañeros fueron retirados de la frontera y las manifestaciones contra Ubico, prevenidas.73 Entretanto, Martínez de Alva pidió sosegar el ánimo de la prensa mexicana, con un aforismo del célebre pensador del Renacimiento italiano para reforzar su argumento:
Me permito opinar, por consiguiente, que si nuestra prensa no tiene nada bueno que decir de Guatemala, guarde silencio si así le conviene, pero que no hostilice innecesariamente a un pueblo pequeño que no constituye problema para nosotros pero que, acorralado, sí podría darnos muchos en qué pensar si, colocado en ese extremo, buscara y, como es posible, consiguiera el apoyo de otra potencia; pues ya lo dijo Maquiavelo en El Príncipe: “No hay que herir a nadie si no se está resuelto a aniquilarlo”.74
Como puede observarse, el diplomático coincidió con la apreciación de Sánchez Batién acerca del gobierno de Ubico: un ataque de su parte era inviable, no así los servicios que podría prestarles a los enemigos de México. Martínez de Alva sostuvo esta opinión hasta el epílogo de su misión en Guatemala, a finales de 1941, anotándola en un informe que preparó para Francisco del Río, su sucesor. Ahí, analizó la situación política y económica de la nación centroamericana, así como las fortalezas y debilidades del régimen. Entre estas últimas, incluyó la precariedad de su ejército, con su armamento obsoleto y una flotilla de aviones desfasados.75 Ubico, sencillamente, no estaba preparado para ninguna aventura bélica, aunque quisiera. Pero esto no aminoraba su peligrosidad. Así lo entendió Enrique Solórzano, quien, al surgir la acusación de que el Presidente colaboraba con Cedillo, recomendó reforzar la vigilancia fronteriza y “establecer un servicio de espionaje del lado guatemalteco, que denuncie cualquier contrabando de armamento”.76
Suspicacia, animadversión y apretones de manos que las disimulaban caracterizaron las relaciones diplomáticas entre México y Guatemala en la década de 1930. Algunos estudiosos de la política exterior mexicana afirman que la relativa libertad concedida a los exiliados fue una forma de crítica velada.77 Sea como fuere, lo cierto es que sus diplomáticos se acercaron al gobierno de Ubico desde 1938, para vigilar sus pasos. Era preferible simular simpatía que aumentar su recelo. En este sentido, los disidentes guatemaltecos manotearon en dique seco durante el mandato de Cárdenas. Nunca obtuvieron el respaldo de aquellos que velaban por la seguridad de su frontera sur, aunque acusaran a su enemigo de ser un fascista recalcitrante y de encarnar una seria amenaza para México.
Conclusiones
La dinámica diplomática entre México y Guatemala siguió su cauce después de las pesquisas de Enrique Solórzano. El embajador mexicano continuó tildando de tirano a Ubico en sus informes confidenciales, manifestando que la atmósfera de terror que se respiró en los tiempos de Estrada Cabrera había regresado y acudiendo a Palacio Nacional a reunirse con el Presidente. Entretanto, Rafael Martínez Arévalo, quien fungía como director de la Biblioteca Nacional de Guatemala, visitaba a Martínez de Alva para entablar amenas charlas. “Creo que en realidad el poeta vino a sondearme sobre mis ideas personales con respecto a la política [confesó el embajador] pues me hizo preguntas sumamente indiscretas”.78 Asimismo, relató que el autor de Las fieras del trópico “hizo esfuerzos elocuentes por demostrarme que la democracia de Guatemala es tan democrática como la de cualquier país hispanoamericano”.79
En medio de este ambiente cargado de recelos, la proximidad de la diplomacia mexicana comenzó a rendir buenos frutos. Una parte del petróleo que se destinaba al mercado británico y estadounidense antes de la expropiación colmó los motores guatemaltecos, y unos empresarios mexicanos que asistieron a la feria de noviembre, que se organizaba anualmente para celebrar el natalicio de Ubico, regresaron animados a su terruño por los negocios concertados y “el recuerdo gratísimo de su breve estadía en el país hermano”.80 Ese mismo año, febrero de 1939, el canciller guatemalteco intercedió por un mexicano detenido en España, respondiendo así a la petición del secretario Eduardo Hay.81 Tiempo después, las muestras de cordialidad continuaron. En febrero de 1940, el gobierno mexicano envió una carta de felicitación a Ubico por el noveno aniversario de su exaltación al poder, y le fueron remitidas unas películas sobre los avances económicos y sociales de la Revolución, para que considerara su exhibición.
En síntesis, los archivos muestran que la acusación formulada contra Ubico no fue más que otro pasaje incómodo de las relaciones diplomáticas entre México y Guatemala. Una penosa situación que los guatemaltecos enfrentaron ofreciendo todas las facilidades a sus vecinos para que comprobaran personalmente su falsedad; y los invitados, ni lentos ni perezosos, llevando a cabo la respectiva investigación. A lo largo de este ensayo, he citado pruebas para sostener esta afirmación. Ahora, es momento de atar cabos y sintetizar el rompecabezas armado.
Abrí este escrito con las conclusiones que los estudiosos del movimiento cedillista ofrecen acerca de la participación de agentes extranjeros en su rebelión. Los autores no hallaron ninguna prueba al respecto, pero sí un caldo de cultivo inmejorable para que germinara dicha acusación. En el caso de Ubico sucedió lo mismo, como expuse en el segundo apartado. La visita de Von Merck a Guatemala y la aversión solapada que el Presidente albergaba hacia México propiciaron que se le acusara de confabular con las potencias del Eje contra su vecino. Este señalamiento, difundido en la prensa mexicana, estadounidense y centroamericana, fue aprovechado al máximo por los enemigos de Ubico en México, quienes pulieron la acusación para incidir en la opinión pública de ese país y buscar que su gobierno les otorgara el apoyo para su incursión armada. Sin embargo, el gobierno mexicano procedió con cautela. Mientras les externaban a los funcionarios guatemaltecos su confianza, realizaron una investigación exhaustiva en el país centroamericano. No encontraron ninguna prueba o indicio de la acusación. Al contrario, se percataron de primera mano de que el trasiego de armas hacia su territorio resultaba imposible, porque los caminos eran muy complicados y en mayo éstos lucían anegados por las lluvias constantes.82 Aun así, algunos aviones sobrevolaron la frontera con Guatemala al estallar el levantamiento cedillista, lo que generó incomodidad en sus vecinos.
A la luz de estos datos, el informe de un agente gubernamental infiltrado en las huestes cedillistas, que otros estudiosos citaron para probar la participación de Ubico en la conspiración, adquiere un nuevo significado.83 Desde mi perspectiva, constituyó otra razón para desconfiar de la palabra de sus vecinos y emprender con urgencia una investigación en territorio guatemalteco. Por otro lado, muestra el alcance que tuvo la acusación y la credibilidad de la cual gozó. En tal sentido, tampoco hubo simpatizantes de Cedillo que recorrieran Guatemala, puliendo, acaso, los pormenores de la rebelión. En los documentos consultados, sólo encontré el nombre de Teófilo Castillo Corzo, un militar mexicano que atacaba al gobierno cardenista en la prensa guatemalteca y que, al estallar la revuelta cedillista, comenzó a frecuentar la embajada mexicana con una sonrisa en los labios para evitar cualquier sospecha.84
En resumidas cuentas, Ubico no se inmiscuyó en la revuelta cedillista, como aseveraron categóricamente sus enemigos en México. El gobernante guatemalteco sentía animadversión por sus vecinos, pero, al igual que éstos, era partidario de una diplomacia pragmatista. Le interesaba que los exiliados liderados por Clemente Marroquín Rojas y Miguel García Granados estuvieran alejados de su frontera, y, mientras el gobierno mexicano cumpliera su promesa de no respaldar ninguna incursión armada, mantuvo sus recelos y diatribas anticomunistas en el ámbito privado. Por otro lado, Ubico y sus aliados disfrutaban los réditos de navegar en el barco capitaneado por Washington a finales de la década de 1930, y eran conscientes de que cualquier agresión a sus vecinos, por más solapada que la intentaran manejar, sería una afrenta al panamericanismo que afirmaban profesar. Estos intereses definieron una relación plagada de suspicacia entre dos regímenes con ideologías diferentes, la cual no estuvo exenta de episodios incómodos, como el que he analizado en el presente artículo.