Pues florece en jardines de esperanza
de la Patria la gran noche sombría,
cuando en ardiente cornucopia lanza
tu cohete de luz su pedrería.
José Juan Tablada
En 2011, Guillermo Sheridan festejaba en las páginas de Letras Libres el cumpleaños noventa de La Suave Patria de López Velarde. Lo calificaba de “gracioso, dulce, asordinado, cachondo, luminoso y -sobre todo- enigmático”. Confirmaba que estaba más que vivaracho y en perfecto estado de salud.1 Creo que llegará igualmente saludable y juvenil al centenario.
En este artículo, me aproximo a este poema de López Velarde con la intención de revisarlo en el contexto del México de la década de 1920, que cierra el capítulo constitucionalista y se abre a la construcción de la etapa posrevolucionaria. También me acerco a su lectura para tratar de entender lo que muchos expertos han planteado ya. Al revisar este periodo de la historia mexicana tan turbulento, lleno de rifles, cananas y colgados, en el que el pueblo vive la epopeya de la Revolución, resaltaba para mí la obra poética de este autor, testigo del cambio de siglo, de la transformación del país que pasaba del Porfiriato decimonónico a un siglo XX estruendoso, hablando de temas íntimos y muy particulares, específicos. Un hombre, abogado, periodista, cronista, que abandona la provincia para venir a la ciudad y no deja de estar envuelto en la vorágine revolucionaria que atrapó al país y que hizo crecer rápidamente la población de la capital, en un éxodo que se mantendría el resto del siglo. Si bien en sus entregas para el periodismo político nuestro autor está al tanto de las posiciones y los problemas de su actualidad, sus poemas parecen estar en otro lado (véase Cuadro 1).
1888 | Nace en Jerez, Zacatecas. |
1906 | Publica en Aguascalientes la revista Bohemio, con Enrique Fernández Ledesma, Pedro de Alba y José Villalobos Franco. |
1907-1908 | Publica poemas y crónicas en El Observador de Aguascalientes, dirigido por Eduardo J. Correa. |
1908-1909 | Publica poemas y artículos políticos en El Debate, Nosotros, El Regional y Cultura. |
1910 | Conoce personalmente a Madero. Ya tiene el proyecto de publicar “La sangre devota”. |
1911 | Se gradúa como abogado. |
1912 | Publica en el periódico La Nación artículos políticos, poemas, ensayos breves y crónicas. |
1913 | Regresa a San Luis Potosí tras la muerte de Madero. |
1914 | Se traslada a la capital definitivamente. Publica en El Mundo Ilustrado. Se desempeña como profesor de literatura en la Preparatoria. |
1915 | Escribe para Revista de Revistas, El Nacional Bisemanal, Vida Moderna, El Universal Ilustrado, México Moderno. |
1916 | Publica “La sangre devota”, en Revista de Revistas. |
1917 | Dirige, junto a Enrique González Martínez y Efrén Rebolledo, la revista Pegaso. |
1919 | Publica “Zozobra”, en México Moderno. Trabaja con Manuel Aguirre Berlanga en la Secretaría de Gobernación. |
1920 | Pierde su trabajo y decide no aceptar otro en el gobierno de Obregón. |
1921 | Febrero: profesor en la Facultad de Altos Estudios. Marzo: retoma clases en la Escuela Nacional Preparatoria. |
Abril: colaborador de planta en la revista El Maestro. | |
19 de junio: muere por neumonía en la Ciudad de México. |
Fuente: elaboración propia con base en Martínez (COMP.), Ramón López Velarde.
No es una crítica literaria lo que el lector encuentra en estas líneas; la aspiración que las mueve es la de una aproximación a la lectura de este poema, postrer trabajo de nuestro autor, maderista y antirreleccionista, luego carrancista (transición, esta última, que entiendo como continuación maderista del propio constitucionalismo). El poema fue publicado días después de su muerte, y en él encuentro la visión de un México que se mira y se identifica con imágenes cotidianas y propias, sin abstracciones ni discursos. Si hay un discurso es el de las imágenes que cualquier mexicano podía ver al voltear la cara, al centrarse en sí mismo, con los pies en la tierra y la mirada en el paisaje y en el cielo; eso sí, un cielo y una cotidianidad en la que están presentes, irremediablemente, las creencias católicas del poeta. El poema se escribió y se publicó en la primera etapa de la revista El Maestro, fundada por José Vasconcelos, quien insistió a López Velarde para que se integrara a su equipo de redacción.
El proyecto educativo del obregonismo
Entre las prioridades del gobierno de Álvaro Obregón estuvo el establecimiento del orden y el desarrollo a través de un Estado fuerte. Un pilar fundamental sería la educación. Al frente de la recién creada Secretaría de Educación Pública nombró a José Vasconcelos, quien -después de ser rector de la Universidad Nacional- inició una gran campaña educativa que pretendía, entre otras tareas, revertir el analfabetismo que padecía 80 por ciento de la población del país.2
El proyecto vasconcelista tuvo una perspectiva social, y el carácter popular de la tarea docente era fundamental.3 Se promovió la transformación de los métodos educativos y se asignó al maestro el papel de renovador cultural y de vínculo entre la escuela y la vida en comunidad, cuestión bastante natural -digamos- si se considera la característica eminentemente rural del México de ese momento.
La tarea de Vasconcelos era modificar la Constitución y adoptar una Ley de Educación que cumpliera el cometido de
[…] resucitar la Secretaría de Estado que el porfirismo, bajo la acción ilustrada de Baranda y de Justo Sierra, había dedicado en teoría a la educación popular. Restituiríamos al mismo tiempo, la tradición latina que busca en todo unidad y regula, centraliza la enseñanza […]. Y para hacer más notorio el cambio decidí sobrepasar los estrechos límites del antiguo Ministerio de Justo Sierra, que sólo tenía jurisdicción en el Distrito Federal y dos territorios desiertos, convirtiendo de una vez la institución proyectada en un amplio Ministerio cuyas funciones cubrirían todo el territorio patrio. Y en seguida desbordarían en cierta medida, por todos los países de habla española. […] movilicé a la intelectualidad, agrupada ya en torno de nuestra modesta Universidad Nacional y comencé a remover a los hombres de pensamiento, a los maestros y periodistas de los estados.4
Una tarea gubernamental primordial al inicio de la década de 1920 era la construcción del sentimiento nacionalista, un sentido de pertenencia a una misma patria. Edgar Llinás explica que, a partir de ese momento, el Estado mexicano seleccionó los valores que llegaron como herencia del pasado, creó otros para satisfacer las necesidades del presente y del futuro, y desechó algunos cuando se hicieron inoperantes. Así surgió la idea de mexicanidad y, por ende, la de nacionalismo,5 que se hacía crecer por medio de la propaganda del gobierno
[…] para cumplir sus fines mediante la educación organizada, el cultivo a los símbolos cívicos y a los héroes de la patria. Los historiadores y los maestros fueron vistos por tanto, como vehículos de la expansión del sentimiento nacional cuyo fin era provocar una lealtad y patriotismo.6
En su presidencia interina, Adolfo de la Huerta nombró a José Vasconcelos al frente del Departamento Universitario, quien hizo ver la necesidad de crear la Secretaría de Educación Pública con función nacional, y devolvió la Escuela Nacional Preparatoria, que había sido separada de la Universidad, adjudicándole a ésta la tarea de la educación popular y la regeneración moral de la sociedad. Se emprendía un gran trabajo cultural encabezado por Antonio Caso como rector de la Universidad, con Pedro Henríquez Ureña en la escuela de Verano y con Julio Torri en el Departamento de Bibliotecas.7 A esta organización se agregó la creación de otras instancias como el Departamento de Enseñanza Indígena y Desanalfabetización.
Diciembre de 1920 marca el inicio de la presidencia de Álvaro Obregón. La aún caliente tierra de batalla, en la que la Revolución mexicana había convertido al territorio nacional, presenciaba una nueva etapa política. Asesinado el presidente Carranza en unos jacales del estado de Puebla en mayo anterior, el país comenzaba la ruta marcada por ese acontecimiento. Otra vuelta de timón, dada por el Plan de Aguaprieta, llevó a Obregón a la presidencia. Ajustes en los itinerarios de la nación tuvieron lugar. Los cambios políticos también repercutieron en las vidas de las personas, como sucede usualmente.
En el marco de los objetivos obregonistas y con Vasconcelos al frente de las tareas educativas de un país con quince millones de habitantes en 1921, diversos proyectos fueron instrumentados y puestos en práctica, desde la adaptación y construcción de oficinas y escuelas o una gran campaña de alfabetización acompañada por una importante tarea editorial que tuvo un papel decisivo, hasta la difusión de la lectura y el impulso a las artes, como la pintura, el teatro, la música, el deporte. La campaña editorial provocó que los Talleres Gráficos de la Nación pasaran a la Universidad, primero, y a la Secretaría de Educación Pública, después. Se publicaron obras, en grandes tirajes: autores como Plotino, Tolstoi, Pérez Galdós, Romain Rolland, y obras como La Odisea, La Ilíada, los Diálogos de Platón, los Evangelios, Lecturas para mujeres, Leyendas clásicas para niños. Además, se iniciaron publicaciones periódicas como El Maestro y El Libro y El Pueblo.8
EL Maestro. Revista de Cultura Nacional apareció entre 1921 y 1923, con un total de 17 números. En marzo de 1921, el Boletín de la Universidad anunciaba la aparición de esta revista, señalando que su tarea sería “completar el trabajo de los establecimientos universitarios y escolares, y animar con sus sugerencias prácticas a los industriales y explotadores de la tierra”. El 13 de enero, por acuerdo del presidente Obregón, los Talleres Gráficos de la Nación pasaban a depender del Departamento Universitario, lo que facilitaría, sin duda, el trabajo editorial del mismo.9
En El Maestro se pueden encontrar las concepciones del proyecto educativo de José Vasconcelos, el cual pasaba por una labor para la pacificación y la unidad nacional, y que desde su perspectiva era una tarea del Estado.
López Velarde en la revista El Maestro
Sin reiterar una monografía sobre los contenidos de los distintos números publicados, este artículo revisa la colaboración de Ramón López Velarde para la citada revista, obra de singular importancia en el proyecto educativo vasconcelista. Son dos los trabajos de López Velarde publicados en ella en 1921: el ensayo Novedad de la Patria y el poema La Suave Patria.10
Pretendo leer a este hombre de letras que vivió el paso del siglo XIX al XX en un tránsito paralelo: de la vida provinciana a la de la capital.11 El que vivió dividido, sin asegurarlo, entre la abogacía y la literatura. El que nació y creció en el México porfiriano y murió en un país que salía de la Revolución que trastocó el mundo con su etapa de sangre y violencia, de caudillos y de huestes armadas. El que vio desaparecer el mundo de sus primeros años y los de su eterna juventud -nunca envejeció- y apenas si sobrevivió tres años a la promulgación de la nueva Constitución y poco más de un año al asesinato de Carranza. López Velarde trabajó al lado del secretario de Gobernación constitucionalista, Manuel Aguirre Berlanga.12
Una aproximación interesante a la figura y la obra de López Velarde en la capital señala que éste había sido bien aceptado desde su arribo, aunque con reserva. Tuvo excelentes relaciones en el medio intelectual y colaboraba en diarios y revistas de primer nivel, entre éstas, Revista de Revistas, Vida Moderna, Pegaso y México Moderno. La primera publicó su primer libro de poemas La sangre devota, y México Moderno, el segundo: Zozobra. Si bien tenía un lugar en las letras y comentarios elogiosos a sus obras, también éstas motivaron cuestionamientos.13
Se puede entrever, dice Víctor Manuel Mendiola,
[…] que López Velarde no sólo era un hombre independiente, también había en él una discreta altivez y un afán crítico indeclinable -González Martínez llamó a este temperamento batallador “las alas púgiles”-, Gabriel Zaid y Marco Antonio Campos nos han mostrado cómo los autores influyentes del grupo del Ateneo miraban con suspicacia y molestia la irrupción del nuevo poeta tan altivo, dueño de un mensaje inédito y con una postura independiente, y cómo esos otros autores se negaron a aceptar la originalidad de su lenguaje.14
Los textos que ocupan el interés de este ensayo están hermanados: Novedad de la Patria anuncia el poema. Es posible que su autor tuviera ambos textos terminados cuando publicó el primero. Sólo es una suposición.
Se ha dicho que tanto López Velarde como Enrique González Martínez y José Juan Tablada ocupan lugares complementarios en el desarrollo de la poesía mexicana moderna, y que incidieron en quienes iniciaban su carrera literaria en los años posteriores a la revolución de 1910: Carlos Pellicer, José Gorostiza y Bernardo Ortíz de Montellano.15 Aun considerando las particularidades de cada uno, se ha dicho que González Martínez y López Velarde son raíces indudables de la poesía mexicana contemporánea,16 como sin duda lo es también José Juan Tablada.
En un artículo de 1991, Gabriel Zaid reconstruye las actividades de López Velarde, quien en 1914 se instalaba en la Ciudad de México y escribía para el diario La Nación y publicaba en las revistas que ya mencioné. Entre el 6 de noviembre de 1914 y el 10 de octubre de 1915, existieron simultáneamente los gobiernos de la Convención y de Venustiano Carranza como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. José Vasconcelos fue el encargado de la Instrucción Pública con los convencionistas y Félix F. Palavicini en el gobierno de Carranza. Al dejar Eulalio Gutiérrez la presidencia de la Convención y ser sustituido por Roque González Garza, Vasconcelos dejó su puesto y el mismo quedó a cargo de López Velarde. Gabriel Zaid reporta, citando a Luis Noyola Vázquez, que López Velarde no había sido consultado para este nombramiento, por lo que cuatro días después se designó a Joaquín Ramos Roa en dicho puesto; quizá se había hecho un recambio en automático de las diferentes tareas, simplemente.17 El autor también discurre sobre las actividades desempeñadas por López Velarde tanto en la Secretaría de Educación Pública como en el Departamento universitario y de Bellas Artes, mismo que en 1917 se convirtió en la Universidad Nacional al suprimirse el Ministerio de Instrucción Pública.
Con el triunfo del constitucionalismo y la presidencia de Carranza, la suerte cambiaba para Ramón López Velarde. Prosperaba como escritor, tenía un céntrico despacho en la calle de Madero 1, con su amigo Francisco del Campo, y era abogado consultor del secretario de Gobernación, Manuel Aguirre Berlanga,18 a quien había conocido como compañero en los estudios de Leyes y de casa de asistencia en San Luis Potosí.19 Para 1917, López Velarde ya había publicado su poemario La sangre devota.
El asesinato de Carranza pudo ser para López Velarde lo que significó también para la historia mexicana: una repetición de la experiencia maderista. Otro asesinato que cimbró al país y redireccionó su porvenir: “En 1914, después del asesinato de Madero, López Velarde había regresado a San Luis, derrotado y seguramente asqueado de la capital, donde tanta gente empezó a cooperar con los asesinos, como si nada hubiera pasado”.20 Con los asesinatos de Madero y Carranza desaparecieron aquellos en quienes había depositado sus esperanzas políticas el poeta. En el caso de la muerte de Carranza, desaparecía también su empleo y se complicaba su vida profesional.
Ese mayo de 1920, López Velarde debía salir con el gobierno de Carranza rumbo a Veracruz; al parecer, lo intentó, sin lograrlo. Luego se fue brevemente a San Luis y regresó a México. Escribió a su sobrina Margarita González sobre el tema. En su carta le comentaba:
El día 7 del pasado salí con los trenes del Gobierno […] pero no pasé de este lado de la Villa, pues el enemigo nos rodeó. Pude dejar mi equipaje en la casita de un ferrocarrilero y presentarme en mi casa a las 6 de la tarde. Una de las cosas que llevaba conmigo era su retrato, como amuleto.21
La salida del convoy presidencial fue atacada. Se aventaron contra el mismo máquinas sin conductores que causaron graves daños y pérdidas humanas. La ciudad era un tremendo caos, como lo reseña Ramón Beteta:
El tiempo transcurría sin que los trenes partieran. La desorganización era completa. Todos querían mandar y nadie obedecía, ni había quién estuviera seguro de sus obligaciones. Buena parte del desorden lo formaba la burocracia que se trasladaba hacia Veracruz, sin un plan conocido: las oficinas del gobierno, los empleados, los archivos, el mismo tesoro público, todo estaba ahí revuelto y desorganizado esperando iniciar el viaje, hallándose las cosas más disímbolas.22
López Velarde se quedó en la Ciudad de México, pero el asesinato del Presidente fue -como para el resto de quienes habían estado cerca de él- un tremendo golpe moral y anímico. El impacto fue especialmente definitivo en los hombres que acompañaron a Carranza en su salida a Veracruz. Manuel Aguirre Berlanga, con quien trabajó López Velarde, había estado durmiendo en la misma cabaña que el Presidente la noche en que lo acribillaron, donde cayó una lluvia de balazos y
[…] aunque salió ileso, quedó como trastornado, seguramente “contagió” a López Velarde, que vivió el horror como experiencia de su amigo, como virtual experiencia propia (fue circunstancial que se quedara en México) y como una experiencia colectiva, porque la conmoción fue nacional: la recaída en el abismo de la nada para empezar otra vez de cero.23
Su amigo y jefe, Aguirre Berlanga, fue acusado de asesinar al Presidente y por el extravío de valores y pertenencias de la Nación, sometido a juicio y exonerado. Después salió por dos años a Europa y trabajó el resto de su vida sin cargos oficiales, como abogado y escritor.24
En el poema Un lacónico grito,25 los versos de López Velarde, si bien se refieren a la experiencia vivida, también son premonitorios, pues fueron escritos en 1916 y se colocan de manera cabal frente a su 1920:
Parece que eran años complicados en muchos sentidos para el poeta, pues no es fácil ser allegado al primer círculo de un presidente en un momento en el que “todos los intelectuales se mostraban anticarrancistas y hasta Vasconcelos y el prudente y mesurado González Martínez colaboraron en un libro que pedía el exterminio del Primer Jefe”, según señala José Emilio Pacheco.26
El asesinato de Carranza marcó profundamente a López Velarde:
Cuando sobrevino la caída del presidente Carranza, Ramón López Velarde tomó la derrota como suya y se impuso un huraño alejamiento de la vida pública. No quería aceptar empleos o comisiones porque creía que con aquello traicionaba la memoria de su padrino, que así llamaba a Don Venustiano.27
Con Obregón en la presidencia de la República y Vasconcelos en la rectoría de la Universidad, Pedro de Alba -amigo de López Velarde- y Jesús B. González invitaron al poeta a ir a ver al futuro ministro de Educación, quien lo conocía e incluso admiraba. Como hemos visto, habían trabajado para el gobierno convencionista en 1914-1915.
Ante el afectuoso recibimiento del que fue objeto y la propuesta de Vasconcelos de que trabajara con él en la Secretaría, insistiendo en que conocía su negativa y que era él quien lo necesitaba y por eso le hacía el ofrecimiento, López Velarde aceptó integrarse a la redacción de la revista El Maestro. Vasconcelos le dijo:
Ya que Usted no quiere servir en un puesto de los que se consideran políticos, acepte una comisión para que escriba descansadamente y haga lo que quiera. Le repito que usted es el que nos hace un favor dándonos las primicias de sus escritos para nuestra revista, la que dirigirá Agustín Loera y Chávez, que es también amigo suyo.28
Así que se puso a trabajar en la revista, y parece ser que fue una etapa relativamente mejor, pues siguió escribiendo, aunque he encontrado la opinión de que haber aceptado trabajar en el nuevo gobierno lo atribulaba y que fue la penuria económica la que lo orilló a aceptar.29 También le otorgó Vasconcelos -como rector de la Universidad- el nombramiento de profesor de Literatura Mexicana e Hispanoamericana en la Facultad de Altos Estudios, que luego se convirtió en la Facultad de Filosofía y Letras. Después lo envió a la Escuela Nacional Preparatoria, a compartir el grupo asignado a Federico Gamboa. Refiere Pedro de Alba que Jesús B. González y él -ambos eran entonces diputados en el gobierno obregonista- lo veían en la oficina de la calle de Gante, merendaban y caminaban hasta la ahora Casa del Poeta, que entonces estaba en el domicilio de Jalisco 71.30 Esta calle debería llevar, con mayor fortuna, el nombre del poeta más que el de Álvaro Obregón, como se llama en la actualidad. En esos días, escribió los textos que ocupan estas líneas: Novedad de la Patria y La Suave Patria.
Ya en 1916, López Velarde escribía sobre un artículo periodístico en el que se deploraba ingenuamente “la falta de vigor de nuestros poetas líricos”, se suspiraba por los de “rabias” y se censuraba la importancia concedida al tema femenino. También se expresaba tristeza por no haber aparecido quien “‘engarce’ estrofas cívicas que aludan al momento actual”.31
López Velarde consideraba entonces que había pasado ya la época de desgañitarse frente a copas de ajenjo, que la rabia estaba bien muerta y que los temas civiles hedían hacía buen rato. Tenía claro que la razón -que había sido divinizada antes- se agrietaba y arruinaba, pero que el tema de la mujer sería una sustancia “cada día más premiosa”.32
Para el poeta, los que sabían escudriñar “la majestad de lo mínimo, oyendo lo inaudito y expresando la médula de lo inefable”, eran seres desprestigiados, nada populares, pero sabían oír “el aleteo de una imagen por los ámbitos de la fantasía, el sobresalto de las manecillas al ir a ayuntarse sobre las xii, la angustia del pabilo cuando va a gastarse el último gramo de cera”.33 Eran estas minucias en donde estaba, para él, la poesía. En la escritura de Anatole France,34 él veía -según sus palabras- el ejemplo de un estilo consumado, de pujanza ideológica, sobriedad de factura y sensación selecta inaccesible a los humanos, pero nada popular. Tenía claro que el lenguaje verdaderamente literario de ese momento no se casaba con la popularidad.
Novedad de la patria y la suave patria en la revista El Maestro
Con la próxima conmemoración del centenario de la independencia política de México, había llegado una ola de patriotismo poético, ante la que López Velarde respondía con su Novedad de la Patria.35
Novedad de la Patria se publicó en el primer número de la revista. Escrito en prosa, hacía un recorrido por lo que la Patria había sido hasta entonces. Para López Velarde, la paz treintañera del gobierno de Díaz había dado a los mexicanos “la idea de una patria pomposa, multimillonaria, honorable en el presente y epopéyica en el pasado”. Pero esa Patria, tan externa a su juicio, se había cambiado ya por una “más modesta y probablemente más preciosa”, gracias a los años de sufrimiento que los mexicanos habían vivido.
Dicha Patria no necesitaba de poetas épicos, pues era íntima y no histórica o política. La nueva concepción llegaba a través de sensaciones y reflexiones cotidianas y permanentes. Llegaba -dijo el poeta- una vez colocadas en su justa medida las glorias de los mexicanos frente al extranjero, fuera español, estadounidense o francés. Esta nueva patria era de cada uno, no de la masa, aunque se mantenía “moral y costumbrista”; se cultivaba en “versos, cuadros y música”, aunque no tuviera una definición, un nombre. Los mexicanos aparecían ante sus ojos como “Hijos pródigos de una Patria que ni siquiera sabemos definir, empezamos a observarla”. Pero se volvía a la nacionalidad por amor y por pobreza, a diferencia de aquella que había legado el Porfiriato y que era pomposa y multimillonaria. Esta Patria fue pintada, entre otros, por Saturnino Herrán, amigo cercano de López Velarde.
Para el poeta, el país se renovaba “ante los estragos y ante millones de pobladores que no tienen otros ejercicios que los de la animalidad”, y se preguntaba cuáles serían las fibras que operarían tal renovación a la que llamó adivinanza. Consideraba que la voz de la nacionalidad sonaba deslumbrante desde el centenario de la Independencia.
Veía López Velarde el momento que vivía México con interrogantes, con sorpresa también. Identifica diversas actitudes entre los elementos de la sociedad: los desatentos y sin amor, dice, con prisa “de poner las sillas sobre el mantel, de irse”; los que están “prontos a aplaudir las contradicciones mismas, diseminadas por el territorio, que se resumen en la vasta contradicción de la capital”.
Veía con claridad el momento que va de un México a otro, pero mantiene asuntos inalterados, cuando hace notar que los landós de los paseos de las señoras católicas aún se guardan en las cocheras de la ciudad, cuando ya se oye hablar de Lenin en el ambiente religioso aún al uso.
Apreciaba la contradicción del México en el que la violencia de la guerra no hacía desaparecer la urbanidad “genuina, melosa”. Ésta servía de fondo a la violencia, y encima de ambas encontraba el poeta “las germinaciones actuales, azarosas al estilo de semillas de azotea”, donde nace cualquier simiente que el viento trae.
Al mirar el futuro que se “agita en la placidez diocesana de nuestros hábitos”, se preguntaba si quedaría prudencia a la nueva Patria frente al carácter del mexicano, cuyos componentes contradictorios “eran gracejo y solemnidad, heroísmo y apatía, desenfado y pulcritud, las virtudes y los vicios que tiemblan inermes ante la amenaza extranjera”. Para él, era claro que la Patria solicitaba a los mexicanos “con su voz ronca, pectoral”. ¿Quiénes le responderían? Esta Patria requería sólo entusiastas y sinceros, aclaraba. Y veía que la misma llenaba la copa de sus hijos sin aparecer fatigosa o descastada. Era, pues, una madre amorosa, pródiga, vivaz y cuidadosa. Por eso, señalaba, “siempre estamos con ella en los preliminares, a cualquier hora oficial o astronómica”. Llama el poeta a no actuar como los desatentos, sin amor, fastidiados y con prisa, a no cometer “la atrocidad de poner las sillas sobre la mesa”. Habría que estar ahí, descubriendo el nuevo lenguaje de la Patria, su significado y convocatoria individual e íntima, personal. Una Patria que se bebe como café con leche y que no podemos definir, pero sí saborear. Más sensación que idea, más emoción que conceptos abstractos.
Y entonces, La Suave Patria se nutre de estos ríos que comenzaron a alimentar el mar de la nueva Patria. Ésta se revela al lector como una obra de teatro: con proemio, dos actos e intermedio. El poema aparece como respuesta a las preguntas retóricas de Novedad de la Patria: ¿cómo interpretar a sangre fría nuestra urbanidad genuina, melosa, sirviendo de fondo a la violencia, y encima las germinaciones actuales, azarosas al modo de semillas de azotea? El poema no resuelve las contradicciones, sino que las desarrolla como punto de partida para comprender el ser mexicano, dividido entre la duda y la fe, la violencia y la paz, la riqueza y su injusta distribución, Europa y el pasado indígena.36
Ahí también la voz ronca, pectoral, con la que la Patria llama a sus hijos, se responde con la voz “del tenor que imita” la modulación del bajo; en ella se permite la épica, pero ésta no es estridente: se le ha puesto una sordina. Se le canta a la Patria suave que moldea a sus hijos con música de selva, y si hay golpes de hacha, éstos son cadenciosos, musicales, y se dan en medio de la risa de jóvenes mujeres -las muchachas- y de pájaros carpinteros.
La Patria que aparece en el Primer acto, después del proemio muestra esa contradicción que ya se plantea en Novedad de la Patria: el establo que es herencia del Niño Dios y los veneros de petróleo, herencia diabólica; la contradicción entre provincia y capital que hace que el tiempo sea distinto en ambos territorios; el territorio mutilado que, aun con todo, deja ver la vastedad y la grandeza donde los trenes pueden verse tan diminutos como un juguete. Una inmensidad que se posa en los corazones de todos.
En esa imagen en la que vemos a México como una gran milpa, todo el territorio con una superficie de maíz, vemos también la antítesis contenida en su herencia. Por un lado, el establo y, por otro, los yacimientos de petróleo. Ahí, “el poeta exalta el mundo agricultural y ganadero, católico, decimonónico, que celebra en el establo su íntimo comercio con la tierra fértil de la superficie; y denuesta en el petróleo profundo e infernal a la industria y al progreso ‘modernos’”.37 El petróleo, que ponía a México en la estadística de los primeros productores de la época y que fue factor principalísimo en los conflictos internacionales desde principios del siglo XX, así como en la experiencia de la Revolución que condujo a la Constitución de 1917 y que nacionaliza los recursos naturales.
Aquí se habla de las parejas que admiran los fuegos artificiales de la cohetería, de los bailadores de jarabes. La paradoja de que el barro, siendo tal, suene a plata. De la abundancia pródiga que primero es música, luego dulces, pero no cualquier dulce: es compota de frutas. Una Patria que a todos dice que sí y a todos abriga con un cielo que tampoco es cualquier cielo: es un cielo nupcial y que regala truenos en los que se define nuestra vida, porque nos baña de locura, porque sana lunáticos, seduce a la mujer y nos hace ver cómo se inundan los cerros con los regalos divinos. Qué majestuoso cielo abierto, campirano y natural en el que el poema nos arropa y, contradictoriamente, nos pone al viento, nos aventura al paisaje. Un paisaje en el que los truenos del cielo nos hacen sentir que estamos expuestos, pero también cobijados por la presencia del Dios de López Velarde, quien hace que sea el trueno y no aquél quien decida nuestras vidas.
El canto a la Patria está escindido por el intermedio, que es un himno a Cuauhtémoc. En él se llama al héroe que esta Patria convoca, el único que llega a las mismas alturas que alcanza el arte; al que vive la derrota en la “piragua prisionera” a manos de los españoles; al que vive el suplicio de la lumbre en los pies. El héroe cuya cabeza “se nos queda, hemisféricamente de moneda”.
Pero es ésta una moneda espiritual,38 que habla del indudable martirio del héroe que vio nadar a sus ídolos (que no a sus dioses), en el lago, durante la destrucción de Tenochtitlan, entre otras imágenes igualmente dolorosas. Cuauhtémoc, cuya estatua hecha por Miguel Noreña había sido inaugurada en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México en 1887 y cuya réplica fue obsequiada al pueblo brasileño en las festividades del Centenario de la independencia de Brasil y colocada en la confluencia de varias calles importantes de Río de Janeiro en 1922. Cuauhtémoc era entonces una figura fundamental en el ideario de la idea hispanoamericana que México exploraba en el continente americano. ¿Fue un poema por encargo?, ¿el poema siembra la idea en José Vasconcelos?
Después del intermedio, el poema abunda en imágenes que refieren el valor de la Patria otorgado por las virtudes de sus mujeres, al amor que se le dispensa a aquélla, como a la niña virtuosa que asoma por la reja de su casa, “inaccesible al deshonor”, aunque se le desea raptar en los días santos, en medio del estrépito que merece un acto condenable. La imagen de esta Patria es el Palacio Nacional, la vendedora de chía, el amoroso acto de la tierra al recibir el pájaro muerto que entierra un niño compasivo o los poemas de los jóvenes, que son también como cadáveres de aves. Es la Patria que, ante el ahogo de sus hijos, ofrece el vergel de sus cabellos frescos y el abrigo de una respiración “azul de incienso” y unos labios carnosos que regalan la dulzura de esa bebida alcoholizada, pero permitida incluso a los infantes: el rompope.
Cruza todo el segundo acto la presencia del Dios católico de López Velarde: San Felipe de Jesús, que ofrece higos a sus hijos frente al hambre y la guerra, cuando se vive de milagro, como se gana la lotería; el desfile del Domingo de Ramos; la Cuaresma; el Ave María de los rosarios.
Y el gran regalo a la Patria es darle la clave de su dicha: “Sé siempre igual, fiel a tu espejo diario”, le pide el poeta. Y es esa constancia y fidelidad solicitada como la del Ave María que se repite en el rosario cincuenta veces. Y destaca en la imagen de la Patria constante la mirada, la voz, la faja trigarante de los colores nacionales, y, como trono y símbolo, una melodiosa carreta alegórica de paja, que parece ir dando tumbos y que me remite a las vespertinas carretas del México rural que vuelven satisfechas de la labor, con sus conductores asoleados del día, cansados y apacibles rumbo a casa. Los bueyes por delante y los perros al trote.
Todas ellas, imágenes cotidianas en un territorio eminentemente rural en el que habitaban poco más de 14 millones de habitantes39 y donde la mayor cantidad de personas vivían en el campo. Sin embargo, son también las imágenes de un México apacible, una cotidianidad que contrasta con la violencia de la que aún no se salía y que sin duda era una urgente necesidad.
Tu barro suena a plata, y en tu puño
tu sonora miseria es alcancía;
y por las madrugadas del terruño,
en calles como espejos, se vacía
el santo olor de la panadería.
La Suave Patria se publicó pocos días después de la muerte de López Velarde, en junio de 1921. Después de esa fecha, se hicieron múltiples homenajes al poeta y su obra, como se aprecia en el Cuadro 2. La propia revista El Maestro publicaba, inmediatamente después de su muerte, la nota de Agustín Loera y Chávez, encargado de la publicación junto a Enrique Monteverde, en la que alude al trabajo del poeta en dicha revista, a la que lo habían traído -según sus palabras- sus grandes méritos literarios y sus inagotables virtudes, resaltando su bondad, su sinceridad y su lealtad, guiadas por una inquebrantable honradez.
· México Moderno, núms. 11-12, 1 de noviembre de 1921. |
· El Hijo Pródigo, vol. XII, núm. 39, 15 de junio de 1946. |
· Revista Mexicana de Cultura, núm. 326, 27 de junio de 1971. |
· Gaceta del Fondo de Cultura Económica, mayo de 1988. |
· Universidad de México. Revista de la UNAM, núm. 451, agosto de 1988. |
Fuente: Alfonso García Morales, “Ramón López Velarde. Bibliografía”, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, S.F.
Colofón
El estado anímico de López Velarde cuando escribía estas obras -se ha reiterado- era de un fuerte desencanto y de gran premura económica. Su carrera política y su despacho de abogado se esfumaron, mientras que su amigo, socio y protector, Aguirre Berlanga, estaba preso en Tlatelolco y él se negaba a incorporarse al gobierno obregonista. Dice José Emilio Pacheco que no había quien escribiera el poema épico que necesitaba ese gobierno que llegaba al poder por un golpe militar; un poema que exaltara las distintas luchas que se pretendía resumir en una sola Revolución mexicana. El poema era la respuesta para evitar el elogio que la honradez del poeta le impedía realizar: íntimo y propio. Un poema de amor filial y cívico a una Patria que es sensual, delicada y femenina.
Oigo lo que se fue, lo que aún no toco
y la hora actual con su vientre de coco,
y oigo en el brinco de tu ida y venida,
Oh trueno, la ruleta de mi vida.
Y, en efecto, esa Patria nueva, que se dejaba acariciar mientras era definida y convocada por los versos del poeta, también mostraba, en su trueno, la definición de los ires y venires de su propia vida. Cambios, concreciones y reconcomios de una obra que se mueve con el zigzag de la vida nacional (véase Cuadro 3), la Patria de siempre, la requerida Suave Patria. La que
Al triste y al feliz dice(s) que sí,
que en tu lengua de amor prueben de ti
la picadura del ajonjolí.
· La sangre devota (México: Revista de Revistas, 1916) |
· Zozobra (México: México Moderno, Biblioteca de Autores Mexicanos Modernos, 1919) |
· El minutero (México: Murguía, 1923) |
· El son del corazón (México: Bloque de Obreros Intelectuales, 1932) |
· La sangre devota (México: R. Loera y Chávez, 1941) |
· Obras completas (México: Nueva España, 1944) |
· La Suave Patria, edición de Francisco Monterde (México: Imprenta Universitaria, 1944) |
· Poesías, cartas, documentos e iconografía, edición de Elena Molina Ortega (México: Imprenta Universitaria, 1952) |
· El don de febrero y otras prosas, edición de Elena Molina Ortega (México: Imprenta Universitaria, 1952) |
· Prosa política, edición de Elena Molina Ortega (México: Imprenta Universitaria, 1953) |
· Poesías completas y El minutero, edición de Antonio Castro Leal (México: Porrúa, 1953) |
· Obras, edición de José Luis Martínez (México: Fondo de Cultura Económica, 1971; 2a edición aumentada en 1990) |
· Poesías completas, El minutero, Don de febrero, edición de Margarita Villaseñor (México: Promexa, 1979) |
· Correspondencia con Eduardo J. Correa y otros escritos juveniles 1905-1913, edición de Guillermo Sheridan (México: Fondo de Cultura Económica, 1991) |
· Poesía, edición de Saúl Yurkievich (Madrid: Anaya-Mario Muchnik, 1992) |
· Obra poética, edición de José Luis Martínez (Madrid: allca XX-Colección Archivos, Galaxia Gutemberg-Círculo de Lectores, 1998) |
· La sangre devota. Zozobra. El son del corazón, edición de Alfonso García Morales (Madrid: Hiperión, 2001) |
· Zozobra, edición de Carlomagno Sol Tlachi (Xalapa: Universidad Veracruzana, 2004) |
· Poesía y poética, edición de Guillermo Sheridan (Caracas: Ayacucho, 2007) |
Fuente: García Morales, “Ramón López Velarde”.