Alrededor del mundo se habla y reconoce que el consumo de tabaco es un grave problema de salud pública, por su magnitud, por las inherentes consecuencias sanitarias y por los elevados costos económicos y sociales que genera no solo para quienes lo consumen sino para los sistemas sanitarios gubernamentales. El tabaco provoca una mortalidad mucho mayor a la que se le atribuye al uso de alcohol y drogas ilegales. No obstante, es un producto legal, y fumar es una adicción socialmente adquirida y aceptada1.
Dos estudiantes de Stanford de la Universidad de California, USA, dedicados al diseño de productos, se reunieron durante un receso para fumar. Durante la conversación surgió que ambos habían hecho varios intentos por dejar de fumar, y al igual que muchos que se lo han planteado, obtuvieron poco o ningún éxito. De este encuentro nació la idea de crear juntos una compañía. Diseñaron un aditamento que calentaba el tabaco en un pequeño horno a muy altas temperaturas y producía un vapor que podía inhalarse y causaba un efecto semejante al agradable estado de intoxicación que ocasionaba el pico de nicotina después de la primera inhalación de un cigarro2-3.
Un hecho no poco frecuente, es buscar soluciones que de momento parecen terminar con un problema, pero la realidad demuestra que no es así. Es más, en ocasiones -y como popularmente se dice- “el remedio sale más caro que la enfermedad”.
Justamente ese parece ser el caso de los sistemas electrónicos para la administración de nicotina, que en su revisión nos presentan Ponciano y Chávez-Castillo(٤). Estos sistemas se crearon como una opción de tratamiento para quienes querían dejar de fumar, con el resultado de que los jóvenes les han encontrado a estos aditamentos un uso mayor al esperado, lo que ha convertido esta herramienta terapéutica en un nuevo problema de salud, pues se han incrementado los problemas de adicción en la población a la que se quería proteger del hábito tabáquico y sus efectos dañinos.
Aquellos que soportan su empleo sugieren que su efecto es menos nocivo que el producido por el consumo de los cigarros regulares, pero la literatura se llena de reportes sobre los efectos que estos dispositivos pueden ocasionar en la salud; entre ellos: modificación en la secreción de mucinas5, discinesia ciliar6, alteración en la fagocitosis por los neutrófilos7.
Algunos de estos efectos se comparten con los que ocasiona el consumo del cigarrillo normal; pero, estos dispositivos agregan a los materiales inhalados aquellos que componen los aerosoles y que incluyen: diversas concentraciones de nicotina, agentes saborizantes, propilenglicol, glicerina y algunos otros componentes, como acetato de vitamina E.
En adición a estos productos, con la liberación del uso lúdico de la Cannabis, en algunos países, ¿por qué no?, ahora se usan estos nuevos dispositivos para inhalar marihuana. Estos dispositivos aparentemente inofensivos, como bien mencionan Ponciano y Chávez-Castillo2, son comúnmente utilizados por jóvenes entre los 12 y 17 años. Lo que nació como una idea para disminuir el consumo de tabaco ha evolucionado promoviendo la formación de grupos que se consideran semejantes a los catadores de vinos, y de ser algo hecho para apoyar a quienes desean dejar de fumar, ahora los ha redirigido a congregarse para compartir sabores y experimentar placeres. Además de esto, el alto costo de los cigarros normales, por la imposición de elevados impuestos, hace que esta población con recursos limitados o supeditados a la subvención de los padres, busque opciones más baratas, como es el caso del empleo de los vapeadores8.
Las estadísticas muestran que el uso de cigarros electrónicos en Estados Unidos aumentó entre 2017 y 2018 de 3.3 a 4.90% en los estudiantes de educación media, y de 11.7 a 20.7% en los de educación media superior. La encuesta Nacional en Estados Unidos indica que el porcentaje de adultos jóvenes que usaban cigarros electrónicos aumentó de 2.4 (de 2012 a 2013) a 5.2% (en 2015) (9. En nuestro país esta tendencia va a la alza, y los jóvenes no parecen percatarse del daño que sí ocasiona el empleo de estos aditamentos. Como bien lo plantean los autores, ¿habrá que prohibirlos o regularlos? Antes de tomar cualquier decisión debemos recordar la historia y remitirnos a los resultados de la prohibición del alcohol en Estados Unidos, que favoreció el mercado negro y aumentó el número de alcohólicos10.
Teresa I. Fortoul van der Goes