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Migraciones internacionales

versión On-line ISSN 2594-0279versión impresa ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.3 no.4 Tijuana jul./dic. 2006

 

Artículos

 

Generaciones sociales y sociológicas. Un recorrido histórico por la literatura sociológica estadunidense sobre los hijos de inmigrantes

 

Iñaki García Borrego

 

Universidad Carlos III de Madrid. Dirección electrónica: ignacio.garcia@uc3m.es

 

Fecha de recepción: 17 de enero de 2006.
Fecha de aceptación: 23 de mayo de 2006.

 

Resumen

El artículo repasa la evolución de la literatura sociológica estadunidense en torno a la problemática de los hijos de inmigrantes. Situando la sociología sobre el fondo histórico de los flujos migratorios recibidos por ese país en el último siglo, podemos observar tres momentos bien diferenciados. En un principio, los hijos de los inmigrantes llegados al país durante las primeras décadas del siglo fueron descritos en términos problemáticos, como hombres marginales que sufrían un intenso conflicto cultural, debido a la dualidad de identidades a la que se enfrentaban. (El enfoque dominante entonces era el heredado de la escuela de Chicago, que dedicaba una atención preferente a las cuestiones subjetivas.) A mediados de siglo ese tono pesimista fue sustituido por otro bien distinto, en que se describía el exitoso proceso de americanización de los descendientes de inmigrantes, y se celebraba la capacidad de la sociedad estadunidense para integrar en su estructura social a poblaciones de diversos orígenes. (Eran los tiempos de la sociología funcionalista, que arrojaba una visión de la estructura social como un conjunto bien cohesionado.) Posteriormente, y ante la fuerza de las nuevas oleadas llegadas en las últimas décadas, los sociólogos tratarán de responder a la pregunta de si los mecanismos de asimilación siguen actuando como lo hacían en el pasado. (La situación social de los hijos de inmigrantes es analizada ahora en referencia a factores como la etnicidad, las redes sociales y el capital humano que sus padres aportan a la sociedad en que se asientan.)

Palabras clave: 1. hijos de inmigrantes, 2. sociología de las migraciones, 3. asimilación segmentada, 4. asimilación lineal, 5. Estados Unidos.

 

Abstract

This article reviews the development of the U.S. sociological literature addressing the issue of children of immigrants. Situating sociology within the history of 20th century U.S. immigration flows, we can observe three well-defined periods. Initially, the children of immigrants who arrived in the century's first decades were described in problematic terms, as marginalized individuals who experienced an intense cultural conflict, due to their confrontation with dual identities. (The legacy of the Chicago School, which paid preferential attention to subjective issues, was dominant at that time.) By mid-century, this pessimistic tone was replaced by something very different that described the successful process of the «Americanization» of the descendants of immigrants and celebrated the capacity of U.S. society to integrate populations from diverse origins. (This was the era of functionalism, which viewed social systems as being coherent.) Later, facing new waves of immigration at century's end, sociologists tried to answer the question of whether or not assimilation mechanisms were still behaving as they had in the past. (The position of immigrants' children is now analyzed in reference to such factors as ethnicity, social networks, and the parents' human capital.)

Keywords: 1. Children of immigrants, 2. migration sociology, 3. segmented assimilation, 4. linear assimilation, 5. United States.

 

Los estadunidenses son un pueblo maravilloso,
y las únicas nubes de tormenta son la cuestión del negro
y la terrible inmigración.
Max Weber, en una carta desde Estados Unidos
en diciembre de 1904
1

 

The precocious development of social sciences concerned
precisely with the immigration process, with concomitant
observations, provides us with the best diachronic comparison
available [para el estudio de las migraciones]. Moreover,
although the US is hardly the only society of this kind, it is
there more than anywhere else that the notion of a "nation of
immigrants" became part of the conceptual apparatus of
cultural reflexivity. Consequently, somewhat by default, the
theoretical apparatus available in the social sciences and in the
humanities for dealing with the incorporation of immigrants
is derived almost entirely from the American experience of the
first half of the century, as constructed by successive
generations of sociologists, whose profession developed largely
in the service of elites concerned with immigration as a 'social
problem'. Accordingly, the resulting conceptualizations
provide a top-down view of the process, in which immigrants
adjust, more or less successfully, to American society. Tacitly
conceived as the only one of its kind, the receiving society is
taken as an unvarying "given" whose peculiar characteristics
therefore need not to be taken into account.
Zolberg, 1995:19

 

A lo largo de estas páginas, y para entender mejor la evolución de la literatura estadunidense sobre los hijos de inmigrantes, vamos a situarla sobre el fondo de la historia de la migración a ese país. Siguiendo a Portes y Rumbaut (1996), podemos narrar esa historia dividiéndola en cuatro partes, de extensión desigual y umbrales difusos, pero que podríamos delimitar así:

- la colonización europea, que empieza en el siglo XVI y dura hasta mediados del XIX,

- las grandes oleadas de entre aproximadamente 1850 y 1924,

- la reducción de flujos por el progresivo establecimiento de cuotas de limitación (1925-1965) y

- la relativa reapertura de puertas que supuso la aprobación en 1965 de la ley Halls-Celler.

Pero antes de hablar de cada una de esas etapas, vamos a situar también esa literatura sobre su fondo cultural, dedicando unas páginas al mito del sueño americano. La importancia de dicho mito, surgido como tal en la época de las grandes oleadas del siglo XIX (pero con raíces anteriores, como veremos enseguida), es que se trata de uno de los dos pilares del nacionalismo estadunidense, junto con la doctrina del Destino Manifiesto, de la que también diremos algo. Por ello, al ser algo consustancial a la cultura de ese país, nos lo vamos a encontrar una y otra vez a lo largo de este recorrido por la sociología estadunidense. El sueño americano está presente no sólo, como era de esperar, en las mentes y las bocas de los inmigrantes, sino también en las de muchos estudiosos de la inmigración que, trabajando al servicio de las élites y sin distanciarse lo suficiente de la ideología dominante en su país, mantienen implícitamente ese mito como telón de fondo sobre el que proyectan sus análisis.

 

1. Introducción: el sueño americano

La estructura básica del mito al que suele llamarse sueño americano2 puede presentarse en forma de silogismo, para mostrar que, a partir de la premisa mayor de la que parte (la riqueza natural de Estados Unidos), los otros dos elementos están engarzados por la idea de oportunidad:

EL SUEÑO AMERICANO

(a) América es tierra de abundancia;

(b) nadie está privilegiado en el acceso a esas riquezas, porque en ese país rige el principio de igualdad de oportunidades;

(c) por ello, todo aquel que se esfuerce lo suficiente tiene la oportunidad de hacerse rico allí, sea cual sea su origen.

Como todo discurso ideológico, el sueño americano puede ser analizado en dos planos distintos: como un relato que surge y circula entre la población (momento colectivo o estructural del proceso ideológico) y como representación articulada con las experiencias y prácticas de los sujetos (momento individual o subjetivo). Sin embargo, aquí nos limitaremos a decir que desde mediados del siglo XIX ocupa un lugar central en los proyectos de los millones de inmigrantes que alimentaron sus proyectos con ese sueño, apoyando sobre él sus esfuerzos y usándolo para consolarse de las penurias sufridas con la esperanza de alcanzar la prosperidad (Portes y Rumbaut, 1996). De igual forma, el mito está presente en los discursos de los descendientes de esos inmigrantes (que constituyen el grueso de la población del país), en la forma en que cuentan la historia singular de su familia y la historia colectiva de la nación (Walch, 1994).

Pero aunque el leitmotiv del sueño americano sea económico, sus raíces son religiosas. Los primeros colonos llegados al norte de América en la era moderna fueron, sobre todo, más que emigrantes independientes o empleados de compañías comerciales, miembros de minorías religiosas discriminadas o perseguidas en Europa, que buscaban crear comunidades donde poder vivir de acuerdo con sus rigurosos preceptos morales.3 Aquellas sectas protestantes tomaban del Antiguo Testamento la fuente de inspiración y el impulso para emprender su propio éxodo hacia la nueva Tierra Prometida. América lo era para ellos no sólo por sus riquezas, sino sobre todo porque Dios se la ofrecía para edificar en ella un mundo nuevo, de la misma forma que la tierra de Canaán había sido ofrecida por Jehová a los hebreos, como se relata en el libro del Éxodo.4 En ese éxodo moderno les acompañaba la esperanza de que en el Nuevo Mundo la suerte terrenal de los fieles ya no dependería de su pertenencia a un estamento social, como en la Europa de la que provenían, sino únicamente de la gracia de Dios, esto es, del destino que la Divina Voluntad tuviese reservado a cada cual.

Por lo tanto, si recordamos lo dicho por Weber (2004) sobre la relación entre el protestantismo y la cultura capitalista, se hace patente que antes de que el sueño americano adoptara su forma actual —ya en el siglo XIX— su núcleo fundamental estaba contenido en la creencia puritana en la predestinación.5 La traducción de esa doctrina religiosa al principio político de la igualdad de oportunidades, es decir, la promesa de que todo aquel que se esforzase lo suficiente podía triunfar en Estados Unidos, fue hecha más tarde por el liberalismo. Una vez convertida la dicotomía protestante entre salvados y condenados en la fábula económica de los triunfadores y los fracasados, la religiosidad quedaba relegada, pero se perpetuaba algo fundamental: la idea de que la suerte de cada individuo no depende de las circunstancias sociales objetivas, sino de una voluntad subjetiva. La traslación que se produce entre el mito religioso (en el que esa voluntad es la del Dios Padre Soberano) y el político (en el que la voluntad corresponde a cada individuo soberano) es secundaria a estos efectos; lo importante es que se mantiene la soberanía del sujeto sobre las determinaciones de su entorno.6

Esa idea del "triunfo" y el "fracaso" va a calar muy hondo en la sociedad estadunidense, dando lugar a dos de sus figuras más fuertemente características: el winner y el loser, personificaciones de los dos principios antitéticos del Éxito y el Fracaso.7 Dichas figuras están tan firmemente cimentadas en el sueño americano que pueden encontrarse formando parte del trasfondo ideológico de la sociología de la inmigración estadunidense, como veremos a lo largo de este recorrido. Cada vez que los sociólogos plantean de modo dicotómico los resultados del proceso de integración, están actualizando y legitimando la fábula de los ganadores y los perdedores, como si los inmigrantes que llegan a ese país —o incluso el conjunto de sus habitantes— se dividieran entre esas dos clases de individuos.8

 

2. Primera etapa: colonos, esclavos y culis

Las tres formas principales que toma la inmigración a Estados Unidos desde el siglo XVI hasta mediados del XIX son, por orden cronológico, la colonización europea, el tráfico de esclavos africanos y la contratación internacional de culis asiáticos. Ya nos hemos referido a la primera, así que digamos ahora algo de las otras dos. Hasta que fue prohibido en torno a 1850 (algo antes o después, según los estados de la Unión), el tráfico de esclavos llevó a Norteamérica a más de 10 millones de africanos, antepasados de la que iba a ser la población secularmente más excluida de Estados Unidos. Volveremos sobre ello más abajo, cuando hablemos de la asimilación de los descendientes de esos inmigrantes forzados. Respecto a los culis, llamados también indentured workers ("trabajadores tutelados"), eran reclutados en China o Japón, a menudo por la fuerza o engañados, y destinados luego a trabajar en condiciones de cuasi-esclavitud. El sistema, que había surgido hacia 1820 en las colonias británicas, tuvo cierta implantación en Estados Unidos como forma de sustitución de los esclavos antes de que se impusiera finalmente la inmigración de mano de obra libre, lo que marcó un cambio de etapa.

 

3. Segunda etapa: las grandes oleadas (1850-1924)

Desde mediados del XIX hasta el período de entreguerras, más de 52 millones de personas desembarcaron en América, siendo los principales países de destino Estados Unidos (unos 38 millones), Argentina (siete millones) y Canadá (siete millones). Las oleadas de europeos hacia Estados Unidos, principal flujo de la época, se sucedieron en este orden aproximado: primero británicos e irlandeses, luego escandinavos y alemanes, más tarde italianos, eslavos y judíos... Podemos tomar a los irlandeses y a los judíos askenazíes como tipos ideales de las dos clases de inmigrantes: los primeros eran campesinos cuyas condiciones de vida fluctuaban en torno al umbral de subsistencia (más de un millón y medio salieron del país por la hambruna de 1845-1847); los segundos, miembros de una minoría perseguida que huían de los pogromos sufridos en los países del este de Europa.

En 1906, Weber escribe en su artículo sobre "Las sectas protestantes y el espíritu del capitalismo" que desde la década de 1880 estaba en marcha "la última fase de la europeización de los Estados Unidos" (Weber, 1983:204). Aunque en realidad ésta había empezado unos 30 años antes, a mediados del XIX, lo que sí había sucedido hacia 1880 es el cambio de destino de la inmigración: si hasta entonces se había dirigido mayoritariamente al medio rural, a partir de ese momento se encaminará a las ciudades. El sueño americano empezó a mostrar una faz urbana desconocida hasta ese momento. La mítica abundancia de recursos naturales se había desplazado hacia el oeste (adonde fueron a encontrarla los Pioneers, descendientes de la inmigración anglosajona anterior), y los recién llegados debían contentarse con buscarla en las fábricas de la costa este. Pronto los flujos alcanzarían un máximo histórico, situándose el período álgido en los 30 años que van de 1890 a 1920, durante los cuales se estima que una media de 1 400 personas llegaban cada día a Nueva York (principal puerta de entrada de las oleadas), sumando un total de 15 millones de desembarcados al final de esas tres décadas. A partir de ese momento, en que 21.6 por ciento de la población del país está compuesto por hijos de inmigrantes (proporción nunca alcanzada antes ni después), el volumen de los flujos va descendiendo (Portes y Rumbaut, 2001:19).

Casi con toda seguridad, esos inmigrantes quedaban impresionados cuando, tras varias semanas de travesía marítima, la primera construcción humana que veían al llegar al continente era una gran estatua con una antorcha en su mano derecha. Esa alegoría de La libertad iluminando al mundo dirigía a las naciones del orbe el siguiente mensaje:

...Entregadme a vuestras fatigadas, a vuestras pobres,
a vuestras apiñadas masas anhelantes de libertad,
al infeliz desecho de vuestra atestada orilla.
Enviadme a ésos, a los que no tienen hogar [... ]
¡Alzo mi luz junto a la puerta dorada!9

Una referencia tan directa a la inmigración (y tan expresiva respecto a su origen social) no era nada casual, pues en 1886, año en que se instaló el monumento, ya se daban las condiciones para que esa frase pudiera leerse no sólo como una esperanzadora invitación a los desheredados de la tierra para que acudieran a refugiarse en el Nuevo Mundo, sino también como un reclamo de mano de obra con que alimentar el fabuloso proceso de industrialización del país. El proceso llevaba casi un siglo en marcha, el norte urbano ya había desbancado hacía décadas al sur rural como polo económico de Norteamérica, y la fuerza de trabajo ya no venía en veleros negreros sino en modernos vapores, que la depositaban en tierra para que grandes trenes la repartiesen por las ciudades y fábricas del país. Es el momento de la génesis de la América Inmigrante, por utilizar la expresión que da título al estudio de Portes y Rumbaut (1996).10

Es también el momento en que se publica en Estados Unidos el primer estudio sociológico sobre la inmigración. En 1918 salieron a la luz en Chicago los dos volúmenes de los cinco que componían la edición original de El campesino polaco en Europa y en América, de Thomas y Znaniecki. Resulta muy significativo que la cuna de la sociología americana (con el primer departamento creado en 1892 y la primera revista en 1895) fuese precisamente esa urbe crecida con la inmigración, que había pasado de tener 4 500 habitantes en 1840 a más de dos millones en 1910.11 El viajero Max Weber describe así la ciudad:

Hay una loca confusión de nacionalidades: [...] los griegos lustran los zapatos de los yanquis por cinco centavos, los alemanes son sus camareros, los irlandeses se encargan de la política y los italianos de excavar las zanjas más sucias. Salvo en los mejores distritos residenciales, toda la enorme ciudad —¡más extensa que Londres!— es como alguien a quien le han arrancado la piel y cuyos intestinos pueden verse en acción.
[...] Por doquier llama la atención la enorme intensidad del trabajo, sobre todo en los stockyards [establos] con su "océano de sangre", donde cada día matan varios miles de cabezas de bovino y porcino. En el momento en que el confiado bovino penetra en el área del matadero, recibe un martillazo y cae; inmediatamente es recogido por unas tenazas de hierro que lo levantan, y empieza su viaje: en constante movimiento, va pasando frente a trabajadores, siempre renovados, que lo destripan y despellejan, etc., pero siempre está (en el ritmo del trabajo) atado a la máquina que va tirando del animal frente a ellos. Se ve una producción absolutamente increíble en esta atmósfera de vapor, suciedad, sangre y cueros en que yo me sentí mareado [...]. Ahí se puede seguir el viaje de un cerdo desde la piara hasta la salchicha y la lata.12

Y será en una revista de la Universidad de Chicago, el American Journal of Sociology, donde aparezca en 1928 un artículo que iba a marcar la evolución posterior de la sociología de las migraciones: "Human migration and the marginal man". En él, Robert Ezra Park (descendiente de askenazíes) explica que los inmigrantes, junto con los "mestizos" y los pertenecientes a minorías étnicas, se encuentran en una compleja situación, propia de un mundo moderno donde las migraciones han crecido y los contactos entre sociedades se han intensificado. Los miembros de esos grupos desarrollan un tipo de personalidad caracterizado por la ambivalencia, debido a la dualidad de referentes culturales en la que están inmersos. Esa ambivalencia se refleja en su conducta y en sus relaciones con tales referentes, consigo mismo y con su entorno, fuertemente marcadas por la tensión conflictiva que sufren internamente. Sin embargo, y mostrando en esto la influencia de Simmel, Park destaca los aspectos positivos de dichas contradicciones, considerando a ese hombre marginal característico de la modernidad como un agente del cambio social, o incluso como "el ser humano relativamente más civilizado".13

Las ideas de Park serán retomadas nueve años después por E. V. Stonequist, en su libro The Marginal Man. Y aunque este texto de 1937 aporta poco al artículo original desde el punto de vista teórico (según Simon, 1993), para nosotros tiene un carácter fundacional. No sólo porque sea en él donde se acuña la expresión "segunda generación" para nombrar a los hijos de inmigrantes, sino porque dedica a ese grupo mayor atención de lo que había hecho Park, destacando su peculiar situación entre dos universos culturales potencialmente conflictivos, es decir, encajándolos en el perfil de hombres marginales. De manera que corresponde a Stonequist la autoría de la idea según la cual el principal problema de los hijos de inmigrantes es el conflicto entre la cultura del lugar de origen de su familia y la del medio donde residen. Como sabemos, esta idea llegaría a convertirse en el tópico más recurrente en la literatura sobre los hijos de inmigrantes (ver García Borrego, 2001). Sobre todo en la europea, pues como veremos enseguida la americana relativiza ese conflicto y se muestra —en la estela de Park— más optimista respecto al destino social de esos sujetos. Por lo demás, y si recordamos que para Park el hombre marginal era, en primer lugar y por excelencia, el mestizo racial, podríamos entender la visión que lanza Stonequist a los hijos de inmigrantes como una traslación culturalista de las ideas raciales propias de su época, según las cuales la unión de individuos pertenecientes a grupos distintos es problemática. Aunque para este autor ya no se trate de razas sino de culturas, y éstas no se transmitan hereditariamente sino que se interioricen en el proceso de socialización, la idea de fondo es muy similar: las mezclas son fuente de conflictos, pues sitúan a quienes las encarnan en una tierra de nadie difícilmente habitable.

De esta primera generación de estudiosos de la inmigración destacaremos dos nombres más: Irving L. Child y Marcus L. Hansen. El primero publica en 1943, seis años después de Stonequist, una monografía sobre hijos de inmigrantes italianos que ahonda en el venero abierto por el discípulo de Park, con el expresivo título de Italian or American? The Second Generation in Conflict (Child, 1970). Ese estudio reúne tres rasgos que lo hacen digno de atención, y que encontraremos luego en muchos otros trabajos escritos a ambos lados del Atlántico. El primer rasgo es que se centra en un colectivo concreto, los italianos, cosa que ni Park ni Stonequist habían hecho antes, pues ambos se habían referido a los inmigrantes en su conjunto. Esta especialización, que supone un avance en la investigación social por permitir analizar los rasgos específicos de un colectivo, será retomada por la gran mayoría de los estudios posteriores, siendo a partir de entonces lo habitual estudiar a los inmigrantes por nacionalidades o grupos étnicos. De ahí en adelante, los acercamientos más globales o comparativos entre grupos serán una marca casi exclusiva de las grandes investigaciones (como la de Portes y Rumbaut, 2001) y de los trabajos de revisión dedicados a ofrecer una visión de conjunto o a describir el estado de la cuestión.14 Desgraciadamente, y salvo excepciones, la especialización inaugurada por Child no aumentó sustancialmente la variedad de enfoques y planteamientos, pues lo corriente es que se repitan los mismos esquemas aplicados a colectivos diferentes.

El segundo rasgo presente en la monografía de Child es con mucho el que ha alcanzado más éxito, pues puede encontrarse no sólo en la literatura sociológica internacional, sino también en la periodística, mucho más abundante. Nos referimos a la traslación del conflicto cultural descrito por Stonequist al plano de la identidad, manteniendo su planteamiento dicotómico. A partir de ese momento, prácticamente toda la literatura internacional —especializada o generalista, culta o popular— que hable de los hijos de inmigrantes empezará formulando la misma pregunta que se hacía Child en el título de su estudio: los hijos de inmigrantes, ¿se sienten más italianos o más americanos, más chinos o más canadienses, más musulmanes o más franceses...? Como mostramos en otro texto (García Borrego, 2001), esa preocupación no es de los propios hijos de inmigrantes, sino de los sectores dominantes en la sociedad de que forman parte.15

Finalmente, el libro de Child presenta un tercer rasgo que también ha pasado al acervo de la especialidad: la forma de responder a dicha pregunta sobre la identidad de los hijos de inmigrantes. Lo hace con una respuesta que hoy en día resulta previsible, debido precisamente a la cantidad de veces que se ha reproducido en la literatura posterior: traduciendo esa dicotomía en una tricotomía. Es decir, añadiendo a los dos términos extremos (en el caso de Child: "algunos se sienten más italianos, otros más americanos") una tercera postura, intermedia entre ellos ("algunos se sienten italianos y americanos"). Y es muy interesante observar de qué contenidos dota cada autor a esa postura intermedia, que en sí misma no supone más que una fácil solución formalista, aplicable a cualquier cuestión planteada en forma de disyuntiva, sea del tipo que sea ("ni una cosa ni la otra, sino lo de en medio"). Los más pesimistas, como el propio Child (que también en esto sigue a Stonequist), consideran que esa solución intermedia no es tal solución, sino un precario apaño al que él denomina con el expresivo nombre de apatía, y que describe en unos términos que recuerdan mucho a la anomia. Por el contrario, los más optimistas apuntan a esa postura intermedia como la más idónea, en la medida en que supone un equilibrio entre ambos referentes.16 En realidad, el que cada autor/a se incline por un juicio u otro depende de cómo analice dicha postura intermedia y de la estabilidad que le otorgue. Si encuentra en ella cierta integración estable de los (dos) referentes culturales y las identificaciones etnonacionales en juego, le dará su visto bueno. Pero si la observa en los viejos términos conflictivos descritos por Stonequist (inestabilidad, ambivalencia, tensión subjetiva, contradicción constante...), su veredicto será desfavorable a ella. Y aunque ello no siempre se haga explícito, no es difícil entrever detrás de cada uno de esos pathos sociológicos (el optimismo de quienes creen que la integración subjetiva de varios referentes es posible, o incluso positiva, y el pesimismo de quienes la contemplan con desconfianza) diferentes posturas ideológicas, más o menos favorables o desfavorables al asentamiento de inmigrantes en las sociedades receptoras. En este sentido, la historia de la literatura sociológica marca una clara evolución hacia el predominio de lo que podríamos llamar "optimismo progresista", fortalecido por el hecho de que los pronósticos más agoreros se han visto desmentidos, pues en general los hijos de inmigrantes no se han convertido en hombres y mujeres marginales. Con todo, esa victoria nunca es definitiva, pues siempre está expuesta a ser desmentida por la aparición de algún signo que genere preocupación respecto a la "integración social" de las poblaciones surgidas de la inmigración.17

Por terminar con el repaso a las diferentes interpretaciones de la susodicha postura intermedia de los hijos de inmigrantes entre el país de origen y el de residencia, en ocasiones se dan juicios más matizados. Esto ocurre en los textos que recogen ambas variantes de dicha postura intermedia, la "mala" (inestable, conflictiva) y la "buena" (estable, armoniosa). En esos casos, la tricotomía se convierte en una "cuatricomía",18 y las posturas en juego ya no son tres sino cuatro, puesto que la intermedia se subdivide en las dos mencionadas subvariantes.19

Antes de pasar a la siguiente etapa de la inmigración en Estados Unidos hay que recordar a M. L. Hansen, quien en su estudio de 1938 The Problem of the Third Generation Immigrant hace dos aportaciones fundamentales, que pasarán a la tradición de la especialidad. La primera es trazar el esquema según el cual la literatura estadunidense posterior planteará las relaciones entre el plano de lo material y el de lo simbólico. La segunda, definir el horizonte temporal en el cual los descendientes de inmigrantes borran su origen, es decir, se igualan al conjunto de la población estadunidense.

Según Hansen (1987), autor de numerosos estudios empíricos sobre la inmigración (sobre todo de la que, como él mismo, tenía origen escandinavo), a cada generación corresponde dar un paso en el proceso de asimilación.20 La primera generación, la de los inmigrantes propiamente dichos, se inserta en su medio social (laboral, residencial, etcétera), la segunda se acultura, y no es hasta la tercera cuando se puede hablar de asimilación. La solución que encontramos aquí al problema (social y sociológico) de la asimilación es, pues, escalonada, etapista y —lo que es más importante— netamente culturalista, en el sentido de que lo simbólico precede a lo material, lo prepara y lo hace posible. Según esto, sin la aculturación de la segunda generación no es posible la asimilación de la tercera. Así, el papel de los hijos de inmigrantes se contempla como fundamental en el cumplimiento del sueño americano, aunque suela entenderse que no les corresponde a ellos sino a los hijos de los hijos de inmigrantes —la tercera generación— realizarlo.21

Sin embargo, mientras que los primeros sociólogos que escribieron sobre los hijos de inmigrantes lo hacían en términos problematizadores o recelando de las mezclas, la cultura popular estadunidense las celebraba. Por lo menos, eso es lo que se puede concluir a raíz de la enorme resonancia que alcanzaría la idea enunciada en 1908 por Israel Zangwill en su obra teatral The Melting Pot. Inspirándose en Walt Whitman, este dramaturgo escribió: "América es el crisol de Dios, donde todas las razas de Europa son fundidas y reformadas [...]. La fusión del Oriente y Occidente, el Norte y el Sur, la palmera y el pino, el polo y el Ecuador, la media luna y la cruz [...hace] la gloria de los Estados Unidos, donde todas las razas y naciones vienen a trabajar con miras al porvenir" (citado por Hepburn, 1982:85). A juzgar por estas palabras, a principios del siglo XX estaban lejos todavía los futuros debates sobre el multiculturalismo, pero cercano aún el glorioso pasado de los Pioneers, que dedicaban sus jornadas a la conquista del oeste y sus veladas a la lectura del Antiguo Testamento. Siendo como eran herederos de los colonos anglosajones desembarcados dos siglos antes, podemos conjeturar que uno de sus libros favoritos era también el Éxodo, que relata la conquista de otra Tierra Prometida por otro pueblo elegido, los hebreos.

 

4. Reducción de cuotas y cierre de fronteras (1925-1965)

A lo largo de los años veinte se fueron fijando cuotas para limitar el número máximo de inmigrantes de cada país que podían entrar al año en Estados Unidos, debido a una política de progresivo cierre de fronteras apoyada (entre otros agentes sociales) por los sindicatos, que buscaban combatir el descenso de los salarios originado por la afluencia constante de mano de obra extranjera. La más drástica de esas medidas legales de limitación se produjo en 1924. Por otra parte, ya para entonces la extensión de la segunda revolución industrial en Europa occidental había hecho que descendiera el número de inmigrantes procedentes del otro lado del Atlántico, pues también las fábricas y talleres del Viejo Mundo demandaban fuerza de trabajo. De manera que muchos de los campesinos europeos, que antes hubieran tenido que cruzar el océano para engrosar las filas del proletariado, lo hacían ahora sin tener que emprender tan largo y costoso viaje. Por todo ello, y aunque Europa seguía siendo el principal continente emisor de migración con destino a Estados Unidos, en esa década ya se había reducido mucho ese flujo, y lo único que seguía aumentando era el número de europeos que se exiliaban por motivos políticos o huyendo del antisemitismo.

Las fronteras portuarias van cerrándose progresivamente, hasta quedar abiertas casi únicamente para los refugiados (muchos de ascendencia judía) y para los procedentes de Puerto Rico, dada la peculiar condición jurídica de ese territorio. Entonces empieza a destacar, en términos relativos, la inmigración procedente de la frontera terrestre meridional, compuesta sobre todo por mexicanos. Al flujo creciente de inmigrantes independientes se unen a partir de 1942 los jornaleros agrícolas del Programa Bracero, acuerdo entre Estados Unidos y México vigente hasta 1964. Este convenio tuvo el efecto de fortalecer las cadenas migratorias desde México (y luego desde Centroamérica) hacia los estados del oeste y del sur de Estados Unidos, sobre todo California.22

A mediados del siglo XX, la sociología de las migraciones estadunidense se dedica a digerir los enormes cambios generados por las oleadas de las décadas pasadas. Su principal tarea fue responder a la pregunta: ¿se han asimilado los descendientes de los inmigrantes? Y la respuesta que los especialistas dieron a esta pregunta fue un categórico y entusiasta, como si se alegrasen de poder legitimar científicamente el sueño americano, confirmando que no es un mito sino una realidad patente que se cumple una y otra vez en cada familia de origen inmigrante, es decir, para la práctica totalidad de la población del país. La forma sociológica que toma esa legitimación es la teoría de la asimilación lineal, que complementa el enfoque microdiacrónico de Hansen con una visión macrosincrónica; es decir: si Hansen había seguido la trayectoria particular de un grupo de familias a lo largo del tiempo, los teóricos de la asimilación lineal muestran los efectos del agregado de esas trayectorias, ofreciendo una visión del conjunto de la sociedad estadunidense en un momento dado. La cristalización de esa teoría se produce en 1945, cuando Warner y Srole publican, a partir de los trabajos realizados por este último para su tesis doctoral, The Social Systems of American Ethnic Groups, análisis de la estructura social de una ciudad a la que toman como paradigma del conjunto de la sociedad del país. Dicho texto se asienta en la visión funcionalista de la estructura social (según la cual la sociedad está compuesta por un conjunto integrado de estratos)23 para contar "the magnificient story of the adjustment of ethnic groups to American life".24 Estos autores observan que existe una correlación muy clara entre etnicidad y estatus social, y la explican en términos históricos y culturales. De forma muy condensada, su explicación podría sintetizarse así: si los WASP (White Anglo-Saxon Protestants) ocupan el nivel superior de la pirámide social es porque son los descendientes de los primeros colonos, estando la posición de los demás grupos (irlandeses, germanos, escandinavos, italianos, judíos, eslavos...) determinada por su "distancia cultural" respecto a los WASP. A su vez, esa distancia viene dada por la antigüedad de cada grupo en el país, debido a que el proceso de aculturación sucede a lo largo de varias generaciones (Warner y Srole asumieron el modelo generacional de Hansen, integrándolo en su teoría). En otras palabras: cuanto más antiguas sean las raíces de un individuo en el país mejor será su posición social, pues más tiempo han tenido sus ascendientes para interiorizar el modelo anglosajón dominante, y por lo tanto, para mejorar su situación socioeconómica. Como es de suponer, Warner y Srole son optimistas respecto a la suerte de las nuevas oleadas de inmigrantes que llegan al país, pues aunque al principio pueden sufrir penurias, a la larga los mecanismos asimilatorios de la sociedad estadunidense funcionarán como lo han hecho siempre, redimiéndoles de las mismas. Su pronóstico es que "oncoming generations of new ethnics will [...] climb to the same heights" a las que accedieron los descendientes de los inmigrantes del pasado.25

Dado que el objeto de este capítulo no es hacer una crítica teórica de la literatura, sino un mero repaso histórico de la misma, nos detendremos solamente en dos de las operaciones discursivas —vale decir: ideológicas— que se produjeron en la formulación de la teoría de la asimilación lineal. La primera de ellas podría llamarse sinécdoque epistémica, pues consistía en tomar a una parte de la población (la de origen europeo) por el todo (el conjunto de los estadunidenses). En los años en los que Warner y Srole formulan la teoría de la asimilación lineal sólo era posible afirmar que el sueño americano se cumplía olvidando a una parte significativa de los estadunidenses de origen inmigrante, que aún hoy, 60 años después, siguen sin asimilarse —por mantener los términos de Hansen— al conjunto de la población del país, ni material ni simbólicamente. Nos referimos a una de las dos "nubes de tormenta" lúcidamente avistadas por Weber en 1904: lo que él llamó "la cuestión del negro". Para mantener firmemente asentado el sueño americano como gran mito nacional hay que olvidar que para la gran mayoría de los descendientes de esclavos africanos dicho sueño nunca ha tenido visos de cumplirse.26 Una vez arrinconado ese hecho incómodo, ya fue posible escribir dicha historia mítica con un fondo de marcha triunfal, como una conquista del sueño americano por parte de los inmigrantes y sus descendientes. Para poder invisibilizar a la población negra había que construirla como anomalía biopolítica, lo que se produjo por partida triple: como anomalía migratoria (por el hecho de descender de inmigrantes traídos por la fuerza), como anomalía racial (jurídicamente sancionada hasta mediados del siglo XX) y como anomalía cultural (atribuyendo su situación desfavorecida a sus propios rasgos).27 A resultas de todo esto, la exclusión de esa población se reforzó discursivamente. Pero no había ninguna razón fundada para que las ciencias sociales no se ocupasen de ella, pues ya para entonces los afroamericanos podían ser considerados doblemente migrantes: primero, como población procedente de otro continente, y segundo, como protagonistas del mayor movimiento interior de población de la historia de Estados Unidos: la llamada justamente Gran Migración, en la cual más de cinco millones de personas abandonaron el sureste del país entre 1900 y 1950. El resultado de este olvido es que la teoría de la asimilación lineal presenta un sesgo claramente eurocentrista.28

Otra operación ideológica realizada por la teoría de la asimilación lineal, igualmente necesaria para la legitimación sociológica del sueño americano, podría llamarse infravisibilización epistémica. No consistía en apartar hacia un margen oscuro, fuera del campo de visión, aquello de lo que no se hablaba, sino en dejarlo debajo de él, oculto bajo aquello que se destacaba discursivamente. Atribuir la etnoestratificación social a causas históricas y culturales permitía sancionar la vigencia del principio de igualdad de oportunidades y ocultar los mecanismos de esa forma de estratificación. Por ejemplo, los mecanismos de dominación y segregación que producen el cierre étnico, primero, clasificando a los diferentes grupos según su "distancia cultural" respecto al grupo anglosajón dominante y, segundo, fijando las posiciones prescritas y proscritas para cada uno de ellos, es decir, determinando a qué posiciones pueden y no pueden acceder sus miembros.

Waldinger y Perlmann (1999) repasan la historia de dichos mecanismos de segregación centrándose en la evolución histórica del más básico de todos ellos: la color line, o línea que separa a los blancos y los no-blancos. Aunque en cada momento histórico esa separación pareciese naturalmente obvia, eso no significa que haya estado siempre en el mismo sitio. Por ejemplo, los irlandeses no accedieron al estatus de blancos hasta bien entrado el siglo XIX.29 A partir de diversas constataciones de ese tipo, Waldinger y Perlmann llegan a una conclusión que rompe con el enfoque de la aculturación de Hansen, piedra angular sobre la que se apoyaba la teoría de la asimilación lineal. En realidad, dicen, lo que Warner y Srole llamaban —siguiendo a Hansen— "aculturación" no es otra cosa que el proceso por el cual los inmigrantes y sus hijos van siendo aceptados como blancos, categoría que se fue ampliando progresivamente hasta incluir a todos los de origen europeo.

Respecto a otros mecanismos de cierre étnico, Waldinger y Perlmann cuentan cómo hasta los años sesenta existía en la mayoría de las universidades del país, y notablemente en las más prestigiosas, un numerus clausus para la población judía (en el sentido étnico, no religioso); es decir, una cuota máxima de alumnos judíos que las universidades, preocupadas por el gran aumento de alumnos de este grupo, estaban dispuestas a aceptar cada año. Posteriormente, en los años ochenta, se produjo un cierre étnico similar contra los alumnos de origen asiático, aunque su consistencia fuese mucho menor, debido al efecto combinado de dos factores: primero, la dificultad para defender jurídicamente y legitimar ideológicamente esa clase de medidas después del cambio profundo que habían provocado las luchas de los años sesenta por los derechos civiles de las minorías, y segundo, la movilización política de la población asiática discriminada.

 

5. La situación actual

La aprobación en 1965 de la ley de inmigración Halls-Celler supuso cierta reapertura de fronteras, aunque nunca al nivel de un siglo atrás. Tampoco son comparables los flujos de entonces y los de ahora, ni por su procedencia ni por su composición, siendo ésta más diversa que antes en cuanto al origen social de los inmigrantes. Ahora los principales países emisores son los de América Latina (encabezados por México, de donde procede uno de cada cinco inmigrantes llegados en las últimas décadas) y los de Asia: Filipinas, Taiwán, Vietnam, Laos... La acogida institucional que esos inmigrantes encuentran varía mucho según su origen y su momento de llegada, pues depende de las relaciones que mantenga Estados Unidos con cada Estado y de la línea política dominante en terrenos tan diversos como la economía, las relaciones internacionales y la seguridad (piénsese, por ejemplo, en los efectos sobre la inmigración de la férrea política de seguridad impuesta tras los atentados del 11 de septiembre de 2001). Por ejemplo, antes de la caída del bloque socialista los procedentes de países como Cuba, Vietnam o la URSS eran acogidos en calidad de refugiados, mientras que a partir de los años noventa las cosas cambian mucho a ese respecto, hasta el punto de que incluso la mayoría de los cubanos son considerados hoy en día más como inmigrantes económicos que como exiliados políticos.

Entre 1960 y 1997 casi se triplicó el número de inmigrantes legales en Estados Unidos, pasando de 9.7 a 26.8 millones, 9 por ciento de la población estadunidense actual. Si a esa cantidad le añadimos el número de residentes que son hijos de inmigrantes, independientemente de su nacionalidad y lugar de nacimiento, nos encontramos con que 19 por ciento de los habitantes del país está compuesto por los inmigrantes y sus hijos, que suman unos 55 millones de personas sobre una población total de 296 millones. Fijándonos en sus edades, podemos ver que uno de cada cinco estadunidenses menores de edad es hija/o de inmigrantes.30

Esto supone que Estados Unidos se encuentra hoy en una edad de plata de la inmigración, justo por debajo de la época de las grandes oleadas de hace un siglo en cuanto al volumen de los flujos y del stock. Sin embargo, el contexto es muy distinto y mucho menos receptivo que entonces a los nuevos residentes. Actualmente una parte de la población estadunidense se pregunta si los mecanismos de asimilación han dejado de funcionar, y se habla de un supuesto "desafío hispano" que esa minoría estaría presentando a las instituciones del país (Huntington, 2004). Según explica María J. Criado (2003), algunos líderes mediáticos dicen que ese grupo, que supone más de la mitad de la nueva inmigración, se resiste a marchar por la misma senda asimilatoria que las oleadas precedentes, tanto en términos culturales (considerando que sus miembros no asumen las pautas anglosajonas) como económicos (en muchos casos, la situación de los hijos no mejora sustancialmente respecto a la de sus padres). En el debate político, las dos posiciones principales al respecto son el nativismo y el asimilacionismo. El primero, mayoritario entre los conservadores, defiende el cierre de fronteras y la represión de los inmigrantes ilegales, con medidas que van desde la expulsión hasta la negativa a reconocerles los derechos más básicos. El segundo, de corte liberal, sostiene que hay que dejar actuar a los mecanismos de asimilación tradicionales, lo que incluye estimular más o menos enérgicamente a los hispanos a aprender inglés (como hicieron los inmigrantes anteriores) en lugar de fomentar el bilingüismo y desarrollar programas de acogida, dos medidas que demandan los defensores del multiculturalismo (posición minoritaria y considerada políticamente radical).

Woon y Zolberg (1999) consideran que si la mayoría de los estadunidenses contemplan con inquietud que el idioma español eche raíces en su país es porque piensan, de acuerdo con el culturalismo dominante, que el inglés ha sido el principal medio de asimilación de todos los inmigrantes. Así, el español representa en Estados Unidos un papel equivalente al del Islam en Europa: es el principal marcador de una otredad cuya asentamiento en el territorio nacional se considera amenazante para la cohesión social. Mientras que en Estados Unidos la diversidad religiosa no resulta problemática, pues siempre ha formado parte de la realidad cultural del país, en España sí lo es, porque los nacionalismos europeos se edificaron sobre el mito de la homogeneidad cultural frente al Otro musulmán (moros del sur, sarracenos del este). Esto hace que para muchos europeos sea difícil aceptar que ese Otro plante su campamento en el interior del recinto amurallado de la ciudad europea.31

Podemos señalar otros cambios importantes que marcan las diferencias entre la inmigración a Estados Unidos de hace un siglo y la actual:32

* Antes, los inmigrantes llegaban a un país en plena segunda revolución industrial, los trabajadores manuales conseguían con facilidad empleos relativamente estables y los costos de establecimiento de un pequeño negocio independiente eran accesibles a los poseedores de un capital económico mínimo. En cambio, hoy día la fuerza de trabajo no calificada sólo puede acceder a empleos marcados por la precariedad y la falta de expectativas a medio plazo, y las economías de escala desarrolladas por la concentración de capital estrangulan a los pequeños empresarios, cuya competitividad se basa en las redes comerciales con sus países de origen y en la (auto)explotación de la mano de obra de origen inmigrante.

* Como hemos visto, los inmigrantes procedentes de países latinoamericanos suponen la mitad del conjunto de la población de origen extranjero, y sólo los mexicanos más de la cuarta parte del total (Portes y Rumbaut, 2001:21). Esto da a la inmigración actual un aspecto de homogeneidad antes desconocida, aunque hay que decir que ésta es más figurada que real. En efecto, son sobre todo los fantasmas proyectados sobre esa población los que hacen que suela ser abusivamente agrupada bajo la etiqueta de "hispanos", a pesar de que existen grandes diferencias entre los distintos colectivos nacionales y de que la mayoría de sus miembros se identifican preferentemente a sí mismos con relación a su país natal. De hecho, la identidad étnica hispana es más el efecto de una heteroatribución realizada originariamente desde el exterior (en concreto, por la Oficina del Censo de Estados Unidos), que el estandarte de una supuesta "comunidad hispana" o "latina", apenas existente como tal. Sin embargo, esto no significa que tal identidad no sea usada estratégicamente por sus supuestos integrantes, como analiza Fernández-Kelly (1998).33

* Las luchas por los derechos de las minorías (no sólo la negra, también la judía y la entonces llamada "chicana") que empezaron en los años cincuenta, y que siguen en la actualidad, han provocado la deslegitimación del asimilacionismo a ojos de muchos miembros de esas minorías, que reivindican el pluralismo y el respeto a la diversidad. Esa crisis de legitimidad ha traído consigo una redefinición de los términos del debate sociológico, lo que ha convertido a M. Gordon (1964) en el autor de referencia en este tema, por su diferenciación de tres modelos de integración de los inmigrantes: el del melting pot, el asimilacionista y el pluralista.34 Por otra parte, esas minorías son reconocidas a nivel institucional (medidas de discriminación positiva), electoral (lobbies étnicos), económico (etnificación del consumo), etcétera.35

* Por último, algo fundamental para entender las migraciones actuales es el desarrollo de redes transnacionales, que desbordan ampliamente los territorios nacionales como marco de actuación en el cual los actores individuales y colectivos diseñan y llevan a cabo estrategias (Portes, 1999).

En el campo sociológico, hemos asistido en las últimas décadas a la superación de la teoría de la asimilación lineal, y corresponde a Gans (1979) el mérito de haber sido el primero en criticarla. Tras señalar los grandes cambios económicos y del mercado laboral que acabamos de mencionar, este autor concluyó que los clásicos de la primera mitad del siglo XX (Child, Hansen, Warner y Srole...) habían incurrido en un error teórico importante: generalizar a partir de una situación histórica particular, elevando a la categoría de "modelo americano de integración" las pautas propias del período 1850-1924. Pero la crítica de Gans se detuvo ahí, en señalar ese error, sin entrar en analizar las condiciones que lo habían hecho posible. Tampoco en un artículo muy posterior, de 1992, hizo mayores aportaciones en ese sentido, limitándose a formular la siguiente propuesta de matización conceptual: denominar "asimilación en línea recta" (Straight-line Assimilation) a lo que hasta entonces se había llamado "asimilación lineal" a secas (esto es, al modo de integración característico de la época 18501924), y bautizar como "asimilación en línea irregular" (Bumpy-line Assimilation) al modo de integración característico del presente.

Fueron los sucesores de Gans quienes profundizaron en la crítica epistemológica de la teoría de la asimilación lineal. Según ellos (señalemos a Boyd, Grieco, Perlmann, Waldinger, Zolberg y Portes), el principal error de las investigaciones clásicas no estaba en las conclusiones generalizadoras a las que llegaron, sino en las premisas sesgadas de las que partían. Dicho en otras palabras, el problema no era posterior al análisis de los datos, sino anterior a él. Radicaba en los presupuestos ideológicos subyacentes y que contaminaban la contrastación empírica. El resultado de dicha contaminación fue que los sociólogos actuaron, consciente o inconscientemente, como fedatarios científicos del sueño americano.

Repasemos los textos de esos críticos actuales, empezando con una cita de aquel que señala más claremente el vínculo entre la teoría de la asimilación lineal y el programa sociológico funcionalista: "using mostly the theoretical imagery of assimilation, the prevailing conceptualization posited a 'basically unilinear process of immigrant adaptation to the host society',36 derived from the functionalist paradigm then reigning in American sociology" (Zolberg, 1995:20). Por su parte, Boyd y Grieco (1998) aprovechan la comparación con la realidad canadiense, bastante distinta de la estadunidense en cuanto a las políticas de gestión de la inmigración, para relativizar las teorías de este último país. Aunque su estudio no es de tipo comparativo, el hecho de investigar en un país vecino permite a estas autoras distanciarse de la teoría de la asimilación lineal.37 Ya vimos que Perlmann y Waldinger (1999), otra pareja de académicos, atacan directamente el núcleo culturalista de la teoría de la asimilación lineal: su tratamiento de la cuestión cultural (o, en términos contemporáneos, étnica). Recordemos que, para los clásicos, lo fundamental del proceso de asimilación se jugara en la aculturación o americanización de la segunda generación, condición necesaria para que la tercera y sucesivas se asimilasen a las formas de vida propias del American mainstream. Waldinger y Perlmann analizan ese concepto clásico de aculturación a la luz de las actuales teorías de la etnicidad, y muestran que lo fundamental no es si los hijos de inmigrantes adoptan las pautas culturales dominantes en Estados Unidos, sino si son aceptados como blancos, condición indispensable para dejar de ser discriminados y poder mejorar su posición social. Por otra parte, y contra el tópico generalizado de que el actual "déficit de asimilación" de la minoría hispana se debe a su especificidad cultural, Waldinger y Perlmann minimizan las diferencias entre la vieja y la nueva inmigración. Según ellos, estas diferencias se reducen básicamente al cambio de ciclo económico y a la situación del mercado de trabajo. Su pronóstico es que los hijos de la inmigración contemporánea avanzarán por la misma senda que las anteriores generaciones, siempre que consigan superar las barreras étnicas que se les imponen. Y se muestran optimistas al respecto: "overall, the children of the post-1965 immigration begin with disadvantages no greater than those encountered by immigrant children before" (1999:237).

Hemos dejado para el final de este breve repaso a los interlocutores con quienes Waldinger y Perlmann debaten tácitamente, pues son en la actualidad los autores estadunidenses de referencia en el tema que nos ocupa: Alejandro Portes y Rubén Rumbaut.38 Ellos son los directores de la mayor investigación empírica que se ha realizado en ese país sobre los hijos de inmigrantes: el proyecto CILS (Children of Immigrants Longitudinal Study). Ese gran estudio, financiado por hasta cuatro grandes fundaciones,39 se ha traducido en un gran número de publicaciones —inevitablemente un tanto redundantes— producidas por ellos y sus colaboradores.40 El aparato metodológico desplegado para el CILS es impresionante (ver Portes y Rumbaut, 2001:22ss): en 1992 se realizó una encuesta a cinco mil hijos de inmigrantes de entre 13 y 17 años que llevaban un mínimo de cinco años en el país. Ese seguimiento se completó con otra encuesta realizada a los mismos sujetos cuatro años después, en 1996. Además, los investigadores tuvieron acceso a los expedientes académicos de los miembros de la muestra. Por otra parte, se encuestó también a la mitad de los progenitores de esos adolescentes (otras 2 400 encuestas), 120 de los cuales fueron objeto de entrevistas cualitativas. El trabajo de campo se realizó en dos de las regiones del país con una mayor presencia de inmigrantes, muy alejadas geográficamente entre sí: el sur de California (con predominio de mexicanos, centroamericanos y asiáticos) y el área metropolitana de Miami, donde son mayoría los caribeños, especialmente los cubanos.

Los autores del estudio someten a esos datos a análisis exhaustivos, iluminándolos con la teoría de la asimilación segmentada, cuya primera exposición se encuentra en Portes y Zhou (1995). En lugar de dar por supuesto —como hacían otros sociólogos— que los inmigrantes se incorporarán tarde o temprano a las clases medias estadunidenses, o de describir la estructura social del país como un conjunto bien integrado, parten de la base de que ésta está compuesta por "segregated and unequal segments". Y constatan, a partir de ahí,que los inmigrantes pueden incorporarse a uno u otro de esos segmentos. Según estos autores, lo fundamental es estudiar qué factores determinan las múltiples trayectorias que pueden seguir los inmigrantes en el seno de la sociedad estadunidense, y encuentran tres grandes trayectorias típicas:

- Incorporación a las "normative structures of middle-class America" (a las que en otras partes llaman, de forma mucho más imprecisa, mainstream).41

- Incorporación a los segmentos precarizados de las clases populares del país, a las que denominan con el nombre habitual de underclass.

- Incorporación a las redes étnicas constituidas por algunos segmentos de las clases medias, que combinan un cierto grado de bienestar económico con una alta densidad relacional y con el mantenimiento de valores culturales y pautas de conducta distintas de las mayoritarias en el país.

Portes y Rumbaut (2001) van a destacar uno de esos factores determinantes, pues consideran que su papel decisivo ha sido subestimado hasta el momento: las redes étnicas. Según ellos, cuando las familias inmigrantes están aisladas de dichas redes, los esfuerzos de los padres por proporcionar a sus hijos unas buenas condiciones de vida se ven constantemente contrarrestados por la discriminación social que sufren. Sin embargo, cuando los hijos crecen conectados a ellas, éstas actúan como un colchón amortiguador de la discriminación exterior. Y además constituyen un apoyo importante en su proceso de aculturación, pues proporcionan a esos sujetos una gama de recursos simbólicos que les ayudan a conocer e interiorizar las pautas estructurales y conductuales dominantes en el país.

Pero el valor de los trabajos de Portes y Rumbaut no radica únicamente en destacar y demostrar la importancia de las redes étnicas. También analizan otros factores, como el origen social de las familias, las relaciones entre padres e hijos, las condiciones de vida de los sujetos y los contextos de incorporación a la sociedad estadunidense. Dichos contextos están determinados, sobre todo, por los mercados de trabajo, por la xenofobia y por las políticas de inmigración vigentes en el país, que cambian a lo largo del tiempo y que son muy diferentes para los inmigrantes de distintos orígenes.42 Podemos decir que ningún factor relevante escapa al poderoso dispositivo de investigación que despliegan estos autores, como refleja el siguiente cuadro sinóptico:

Por todo esto, las aportaciones de Portes y Rumbaut son indudables, y tienen el valor añadido de apoyarse en buenas investigaciones empíricas. Sin embargo, hay que señalar alguna grieta en sus cimientos teóricos, que a nuestro entender se debe a la presión que ejercen sobre ellos los principios epistemológicos del empirismo.43 Por ejemplo, el objetivo de Portes y Rumbaut de desmentir la vieja teoría de la asimilación lineal con datos -avanzando en la brecha abierta por Gans (1979)- les hace soslayar la necesidad de rebatirla también en el plano teórico. El resultado de esto es que sus análisis no terminan de superar definitivamente algunas fallas de dicha teoría, como por ejemplo el modo dicotómico de describir las trayectorias de los hijos de inmigrantes, o el culturalismo, respecto al cual sus análisis mantienen cierta ambigüedad.44

Cuadro 1

A estas críticas pueden añadirse las formuladas por Waldinger y Feliciano (2004), que vienen a mostrar que el debate sobre el destino social de los hijos de inmigrantes no quedó zanjado por la teoría de la asimilación segmentada, sino que sigue abierto en la sociología estadunidense. Ahondando en la línea de argumentación abierta por Waldinger y Perlmann (1999), estos autores consideran que Portes y sus colaboradores dan demasiada importancia a las redes étnicas, cuando en realidad lo decisivo para la futura inserción laboral de los hijos de inmigrantes es su capital escolar. Y observando que éste es superior al de sus padres, aunque sea inferior al de la media de los estadunidenses de su misma edad, Waldinger y Feliciano pronostican que el destino más probable para la gran mayoría de los hijos de inmigrantes es la asimilación ascendente, y no la incorporación a la infraclase estadunidense, como vaticinan los investigadores agrupados en torno a Portes.

 

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Notas

1 Recopilada por Marianne Weber (1995:304).

2 La Enciclopedia Británica (que se elabora desde hace tiempo en Chicago) habla del sueño americano en su largo artículo dedicado a Estados Unidos. En concreto en la sección dedicada a la historia social del país, donde habla del "traditional dream of equality of opportunity to all the people", y señala que esa aspiración está íntimamente ligada a la idea de que "social, political, economic, and religious freedom would assure the like treatment of all persons, so that all could achieve goals in accord with their individual talents, if only they worked hard enough". Dejando clara la importancia histórica de tal ideario, añade que se trata de uno de los pilares de la cultura estadunidense: "a shared belief in this idea is the strongest bond that has united Americans through the centuries" (New Encyclopaedia Britannica, 1992:191).

Por su parte, la edición en inglés de la enciclopedia virtual Wikipedia (2005) dedica un artículo entero al sueño americano, que define como la creencia en que "through hard work, courage and determination one can achieve prosperity".

3 Los dos modelos anglosajones de colonización (a diferencia del español, basado en la concesión de territorios a empresarios individuales) fueron, por una parte, el de las compañías comerciales y, por otra, el de "una secta religiosa minoritaria perseguida o mal vista en la metrópoli, cuyo paradigma o arquetipo es el de los ciento dos puritanos que, de entre los huidos [desde Inglaterra] a Holanda en 1608, regresaron en 1620 a Southampton sólo para embarcarse en el Mayflower con rumbo a Jamestown. [...] Más de veinte mil correligionarios fueron a reunirse con ellos hacia 1633, y así quedó formado el núcleo demográficamente suficiente de Nueva Inglaterra" (Sánchez Ferlosio, 2000:335).

4 La idea de que América del Norte había sido ofrecida por Dios al pueblo de Estados Unidos se mantendrá durante mucho tiempo, y casi hasta el día de hoy. De los pacíficos Pilgrims protestantes pasaría, ya en el siglo XIX, a los agresivos Pioneers de la conquista del oeste, enlazando el sueño americano con la doctrina del Destino Manifiesto. En 1845 nos encontramos esa idea como legitimación de la expansión estadunidense, en un texto del periodista J. L. O'Sullivan. En su defensa de la anexión de Texas por parte de Estados Unidos, este ideólogo nacionalista critica a las naciones que se oponen a ello debido a su "confesada intención de entorpecer nuestra política y dañar nuestro poder, limitando nuestra grandeza e impidiendo el cumplimiento de nuestro destino manifiesto, que es el de abarcar el continente otorgado por la providencia para el libre desarrollo de los millones [de estadunidenses] que se multiplican anualmente" —citado por Kohn, 1966:195 (cursiva nuestra)—. Tocqueville había viajado a Norteamérica 15 años antes, en 1831, dejando escrito que esa tierra parecía haber sido "creada para que impere en ella la inteligencia, del mismo modo que la otra [Suramérica] parecía entregada a los sentidos". Esa superioridad del norte sobre el sur indicaba claramente cuál era el designio divino: "era allí [en Norteamérica] donde los hombres civilizados tenían que intentar edificar la sociedad sobre fundamentos nuevos, y donde [... ] ofrecerían al mundo un espectáculo para el cual la historia del pasado no les había preparado" (citas tomadas de Tocqueville, 1989:26, 30). Más adelante veremos que estas ideas resuenan también en la representación de América como crisol (melting pot) de Dios.

5 Agradezco a José A. Santiago García, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, su ayuda para dilucidar esta cuestión. Sobre la predestinación, ver Weber (1979:449-452), fragmento de Economía y sociedad que puede encontrarse también como anexo incorporado entre otros a La ética protestante, en la muy completa edición crítica de este clásico realizada por Francisco Gil Villegas y publicada en México por el Fondo de Cultura Económica en 2003.

6 Una de las expresiones más puras de ese individualismo puede encontrarse en la declaración de principios del multimillonario John D. Rockefeller Jr., grabada sobre mármol en grandes letras doradas a la entrada del impresionante Centro Rockefeller de Nueva York. Esa declaración (que copiamos de una de las tarjetas postales con que se obsequia a los visitantes del Centro) tiene la forma de un decálogo, cada uno de cuyos artículos empieza con la palabra "Creo". Esto acentúa mucho su tono religioso, situándolo entre las Tablas de la Ley mosaicas y el Credo católico. Entresacamos los dos primeros artículos, seguidos de otros dos donde se expresan los principios de laboriosidad y religiosidad (reproducimos la declaración en letras versalitas, tal y como aparece en las postales, para mantener su tono solemne): "I BELIEVE IN THE SUPREME WORTH OF THE INDIVIDUAL AND HIS RIGHT TO LIFE, LIBERTY AND THE PURSUIT OF HAPPINESS. I BELIEVE THAT EVERY RIGHT IMPLIES A RESPONSIBILITY; EVERY OPPORTUNITY, AN OBLIGATION; EVERY POSSESSION, A DUTY. [...] I BELIEVE IN THE DIGNITY OF LABOR, WHETHER WITH HEAD OR HAND; THAT THE WORLD OWES NO MAN A LIVING BUT THAT IT OWES EVERY MAN AN OPPORTUNITY TO MAKE A LIVING.[...] I BELIEVE IN A ALL-WISE AND ALL-LOVING GOD, NAMED BY WHATEVER NAME, AND THAT THE INDIVIDUAL'S HIGHEST FULFILLMENT, GREATEST HAPPINESS, AND WIDEST USEFULNESS ARE TO BE FOUND IN LIVING IN HARMONY WITH HIS WILL." (Nótese la reiteración de la idea de oportunidad, que enraiza el credo de Rockefeller en el sueño americano.)

7 La doctrina de la predestinación asoma en las definiciones que dan algunos diccionarios actuales del vocablo loser. El Collins English Dictionary (1986) lo define, en segunda acepción, como "a person or thing that seems destined to be taken advantage of, fail, etc." El BBC English Dictionary (1992) dice, también en segunda acepción, que loser es "a person or thing that is always going to be unsuccessfull" (y avisa de que se trata de un uso informal del término, que es a nuestro entender el que mejor refleja sus connotaciones). Por su parte, el Webster's Third New International Dictionary (1986) matiza más esa relación, como corresponde a un diccionario de su categoría: reduciendo la predestinación a probabilidad, define loser en primera acepción como "one that consistently loses or is likely to lose or is behind (as in a game or a competition)" (todas las cursivas de las citas textuales son nuestras).

8 Así, por ejemplo, Portes y Rumbaut (2001:59) hablan de asimilación descendente (downward assimilation) para denominar las trayectorias caracterizadas por hechos tales como "dropping out of school, joining youth gangs, or participating in the drug subculture". Frente a esas trayectorias de fracaso, los sociólogos estadunidenses suelen dar por supuesto que lo normal es que los inmigrantes tengan éxito, es decir, que sigan una trayectoria de movilidad ascendente, proceso al que denominan "asimilación" a secas. Aplicando este criterio de clasificación dicotómica, los estudiosos actúan como si las trayectorias sociales pudieran resumirse, a fin de cuentas, en una sencilla operación aritmética, una suma y resta de factores cuyo resultado final sería un número, positivo para unos y negativo para otros.

Como veremos cuando hablemos de la inmigración actual, es precisamente el hecho de que esa pauta ascendente supuestamente normal no se cumpla en el caso de muchas familias mexicanas, que no experimentan un ascenso social significativo con el paso del tiempo, lo que alimenta el debate sobre si el "modelo americano de asimilación" sigue funcionando en la actualidad como lo hizo en el pasado (ver Criado, 2003).

9 Se trata de la estrofa final del poema El nuevo coloso, encargado a Emma Lazarus para que figurase al pie de la estatua.

10 Como es habitual en el país, esos autores usan la palabra "América" para referirse a Estados Unidos, reservando los términos de "Hemisferio Occidental" o "Américas", en plural, para nombrar al continente.

11 Sobre El campesino polaco, ver el estudio introductorio de Zarco a la edición española de Thomas y Znaniecki (2004), de cuya página 42 hemos tomado el dato demográfico. Para conocer la importancia de la Escuela de Chicago en el desarrollo de la sociología de la inmigración, consultar Santamaría (2002).

12 Carta de 1904 reproducida por Marianne Weber (1995:291).

13 La cita está tomada de Simon (1993:68), quien analiza el texto de Park. Al hablar de la influencia de Simmel nos referimos a su descripción del extranjero (expuesta por Santamaría, 2002), tipo social cuyo perfil no se limita al de la persona que se encuentra en un país distinto del suyo.

14 Así, el artículo de Waldinger y Perlmann incluido en el Handbook of International Migration, publicado en 1999.

15 En Europa, la pregunta no se suele formular respecto a un origen nacional, sino a una confesión religiosa, porque lo que preocupa es si se sienten miembros de una comunidad nacional o religiosa internacional —islámica, para más señas— (ver Woon y Zolberg, 1999).

16 Ver, por ejemplo, el gran estudio de Portes y Rumbaut (2001), por citar la que seguramente sea la referencia central de la literatura estadunidense actual, y de la que hablaremos más adelante.

17 Y cuando decimos "algún signo" no nos referimos a datos que muestren formas de discriminación o riesgos de exclusión social, sino a la aparición de conflictos cruentos (y con presencia mediática) en los cuales los hijos o nietos de inmigrantes jueguen un papel destacado. Así, por ejemplo, las algaradas callejeras que sacuden periódicamente los barrios de las ciudades europeas (las más recientes, las francesas de noviembre de 2005), o los atentados terroristas de Londres en julio de 2005, en los cuales el hecho de que algunos de los implicados fuesen descendientes de inmigrantes dio lugar a que en la prensa se hablase de "miles de jóvenes musulmanes progresivamente radicalizados e instalados en comunidades que por momentos se espesan en países como Reino Unido y Francia, Italia y España, Holanda y Alemania" (editorial del prestigioso diario español El País del 14 de julio de 2005). Y también a que un mando policial declarase al mismo diario que "losyihadistas que procedan de la segunda generación de inmigrantes, un fenómeno que ahora se está desarrollando en España, van a ser el gran reto en nuestra lucha contra este fenómeno terrorista. Es evidente que gente familiarizada y empapada de nuestras costumbres será difícil de detectar" (El País, 14 de julio de 2005). Sin embargo, no hace falta que los hijos de inmigrantes de inmigrantes pongan bombas o quemen coches para ser objeto de sospechas; basta para ello con que, incluso antes de que tales cosas sucedan, se haga público algún informe en el cual "los expertos alertan del riesgo de que la segunda generación no se integre" debido a que estos jóvenes "se sienten más desarraigados" y se frustren si no se cumplen sus expectativas de vida, más altas que las de sus padres (El Mundo, Madrid, 10 de noviembre de 2004). En fin, es suficiente con que las llamadas "comunidades" integradas por los inmigrantes y sus descendientes alcancen cierta visibilidad para que cobren fuerza propuestas de limitación de sus derechos (como las promulgadas por el movimiento English Only en Estados Unidos durante los años noventa) y para que autores como Huntington (2004) hablen del "desafío hispano".

18 Permítasenos la licencia expresiva.

19 Por ejemplo, Pumares (1996) define cuatro tipos ideales en su estudio de las familias marroquíes residentes en España: "conservador", "asimilacionista", "intermedio" e "integracionista". Los dos primeros tipos representan las posturas extremas de uno u otro signo (sería conservador quien se aferra a las tradiciones de su país y asimilacionista quien imita todo lo español), mientras que el segundo y el tercero son subvariantes (una conflictiva y la otra armoniosa) de la postura intermedia, es decir, de los casos en que tanto la cultura del país de origen como la del país de asentamiento tienen una presencia fuerte en la vida de las familias inmigrantes.

20 Hay que aclarar que a lo largo de estas páginas usaremos la terminología corriente en la literatura estadunidense, en la que la palabra "asimilación" significa, invariablemente, equiparación plena entre esos descendientes de inmigrantes y el conjunto de la población del país, tanto en el plano cultural como en el acceso al nivel medio de bienestar material. Este sentido sociológico del término resulta extraño en la literatura europea actual, donde se prefiere el de "integración", y se reserva "asimilación" para el plano cultural, en concreto, para nombrar la pérdida de los rasgos culturales distintivos de las minorías (ver, por ejemplo, Giménez y Malgesini, 2000:49ss). En Europa, la asimilación tiene, entonces, unas connotaciones peyorativas para los partidarios de la llamada "diversidad cultural", que son mayoría entre los estudiosos de la inmigración. Esas connotaciones son muy visibles cuando para criticar determinadas políticas de gestión de esa "diversidad" se dice que son "asimilacionistas". Sin embargo, no hay que pensar que si tales connotaciones están ausentes en la literatura estadunidense es porque allá no se plantea ese debate político. De hecho, se planteó allí antes que aquí (ya veremos cuándo y cómo), seguramente debido a la influencia canadiense. Como es sabido, Canadá es el país donde más se ha escrito sobre este tema, pues las cuestiones del nacionalismo quebequés y las áreas de influencia anglófona y francófona han hecho que dicho debate ya estuviese presente en la agenda política antes de que en los años sesenta las luchas por los derechos civiles de las minorías étnicas las pusieran en el candelero estadunidense, de donde pasó al Reino Unido y después a otros países europeos.

21 La teoría de Hansen sigue aún presente en la literatura estadunidense, a juzgar por lo que dicen Portes y Zhou (1993:82) en un texto relativamente reciente: "As presented in innumerable academic and journalistic writings, the expectation [del conjunto de la sociedad estadunidense] is that the foreign-born and their offspring will first acculturate and then seek entry and acceptance among the native-born, as a prerequisite for their social and economic advancement. Otherwise, they remain confined to the ranks of the ethnic lower and lower-middle class".

22 Desde principios de la década del 2000, España viene firmando con algunos países (Ecuador, Polonia, Rumania...) convenios bilaterales de "importación temporal de mano de obra" que podrían considerarse inspirados en ese programa. Aunque el objetivo de ese tipo de acuerdos es ordenar un flujo que ya se estaba produciendo, sobre todo con el fin de garantizar el retorno de los braceros a sus países una vez terminada la temporada de trabajo, el efecto que suele producirse es consolidar cadenas migratorias que, una vez liberadas del control institucional, tomarán otras formas y ritmos temporales.

23 Ver Ortí (1993).

24 Esta cita textual y la siguiente están tomadas de Portes y Rumbaut (2001:45).

25 Nicole Laurin-Frenette dedica unas páginas de su estudio sobre Las teorías funcionalistas de las clases sociales a Warner, de cuyos trabajos sobre estructura social dice que no aportan nada a la teoría de Parsons, puesto que constituyen un "amontonamiento de datos descriptivos" de escaso interés (1976:200, n. 49). Aunque esta autora menciona entre esos trabajos a The Social Systems of American Ethnic Groups, no dice nada sobre el papel que juega la etnoestratificación en la teoría funcionalista, una cuestión que tal vez le pareciese marginal para su fin: hacer una crítica marxista de la sociología burguesa (su libro se subtitula, precisamente, Sociología e ideología burguesa).

La única mención a la relación entre inmigración y estructura social en el libro de Laurin-Frenette la encontramos en el resumen que hace del estudio de Warner sobre una ciudad (significativamente bautizada por este último como Yankee City): "Según Warner, la clase superior-superior es una especie de aristocracia, de casta hereditaria, basada a la vez en la riqueza y en la pertenencia a una familia instalada en Yankee City desde varias generaciones anteriores. Se compone esencialmente de "viejas familias" capaces de rastrear sus orígenes hasta los primeros inmigrantes ingleses, que pertenecen a la clase superior desde hace varias generaciones. [...] Esta clase tiene tendencia a seguir estrictas reglas de endogamia" (Laurin-Frenette, 1976:207). Aunque, como decimos, esta autora no se detenga en ello, la relación entre inmigración, familia y etnicidad aparece meridianamente clara. (Podemos preguntarnos qué hubiera dicho sobre Yankee City Norbert Elias, autor junto con John L. Scotson de una memorable monografía sobre cómo funciona el cierre étnico a nivel local —ver Elias, 2003—.)

26 Sobre cómo ha evolucionado la situación de los negros en Estados Unidos en las últimas décadas, ver Wacquant (2001), quien la analiza a través de su expresión territorial: el gueto urbano.

Dejamos de lado aquí a los amerindios, llamados equívocamente "nativos americanos" a pesar de tener también su origen en la inmigración (por mucho que ésta se produjera varios milenios antes de la era moderna).

27 Aún en 1994 se vendieron en Estados Unidos millones de ejemplares de un libro, The Bell Curve, que pretendía demostrar que la situación de la población negra era una consecuencia directa de un rasgo hereditario: su bajo cociente intelectual medio.

28 La literatura científica sobre la historia de la población afroamericana es hoy en día abundante, como puede verse en el artículo de la enciclopedia virtual Wikipedia (2005) con el que nos hemos documentado sobre este tema. Sin embargo, cuando los sociólogos comparan a los inmigrantes actuales con los de antes para contrastar trayectorias intergeneracionales y ver cómo se ha ido configurando la estructura social, siguen pensando, sobre todo, en las oleadas procedentes de Europa. Tal vez uno de los factores que contribuye a esta insuficiencia sea la compartimentación académica entre la sociología, la historia social y los ethnic studies.

La única autora que recuerda que los habitantes de las inner-cities estadunidenses descienden mayormente de los negros que emigraron del sureste rural del país es Fernández-Kelly (1998:84).

29 Según el estudio de Ignatiev (1995) que lleva el expresivo título de How the Irish Became White, a mediados del siglo XIX en el estado de Massachusetts (sede de la principal colonia de descendientes de irlandeses) eran más frecuentes los matrimonios entre una irlandesa y un negro que entre una irlandesa y un blanco.

30 Datos de 1997 tomados de Portes y Rumbaut (2001:19), parcialmente actualizados en enero de 2006 a partir de la información ofrecida por el U.S. Bureau of Census (www.census.gov).

31 Ese rechazo se vería, además, muy alimentado en el plano político por la idea de que el Islam rompe con la regla de juego fundacional de la modernidad en Occidente: la separación entre Iglesia y Estado. (La cuestión de la igualdad entre hombres y mujeres que ha venido a sumarse después no sería, a nuestro entender, más que una cortina de humo para legitimar las raíces profundas del rechazo a lo musulmán.) Según Woon y Zolberg, esa islamofobia estaría en el origen de la virulencia que han alcanzado en Francia los sucesivos debates en torno a la costumbre de cubrirse la cabeza con un pañuelo y de las reacciones que provocó en los años ochenta la fatwa lanzada contra el escritor Salman Rushdie por su novela Los versos satánicos (a todo lo cual hay que añadir en los últimos años lo relativo al terrorismo islamista internacional).

Por otra parte, cabe recordar que junto a ese Otro externo que es el musulmán ha habido siempre un Otro interno, europeo pero no cristiano: el judío.

32 Seguimos aquí a Portes y Rumbaut (2001) y a María J. Criado (2003).

33 "Mexicans, Nicaraguans, and Cubans find their national differences obliterated by their common designation as 'Hispanics', a term coined by the U.S. Bureau of Census in 1980. [...] Moreover, group identity can be manipulated as circumstances demand. Recently arrived Mexicans may reject 'Chicano' as a term fit for outcasts, while their children will wear the same label as a badge of honor. Cubans fervently assert their national origin and repudiate "Hispanic" as a stigmatizing tag. Nicaraguans, on the other hand, are likely to adopt the very same term as a way of escaping negative stereotypes associated with their national origin. Even more surprisingly, individuals hopscotch among ethnic designations as they confront new or familiar environments. There is nothing static about ethnic identity" (Fernández-Kelly, 1998:83).

34 A propósito de esto, hay que decir que, 42 años después de la aparición del libro de Gordon, cualquier intento de fijar conceptualmente ese debate (como los realizados por Giménez y Malgesini, 2000) nos parece actualmente vano, por varias razones: primero, por la existencia de diferentes tradiciones teóricas; segundo, por los usos diversos que hacen de cada término los distintos agentes científicos sociales implicados (científicos sociales, expertos, instituciones públicas, medios de comunicación... y recordemos que en el ámbito de la inmigración las relaciones entre todos estos agentes son muy promiscuas), y tercero (last but not least), por la pobreza del debate teórico en torno a la cuestión, a la que sólo escapan algunos autores, como Jamous (2000) y De Rudder (1997).

Por todo ello, nos limitaremos aquí a completar lo dicho en otra nota a pie de página anterior, aclarando el uso corriente de estos términos: en Estados Unidos, mientras los media y las instituciones celebran a América como país del melting pot, la mayoría de los especialistas mantienen la idea, más realista, de que lo que ha imperado en la práctica es la Anglo-conformity, es decir, la asunción por las minorías de las pautas culturales del grupo dominante.

35 El reconocimiento por el Estado de que existen diferencias étnicas es impensable en un país como Francia, donde se considera que ello supondría la institucionalización de tales diferencias, lo que originaría el efecto paradójico de reforzar simbólicamente la discriminación que se pretende combatir.

36 Los autores de las palabras entrecomilladas citadas textualmente por Zolberg son Portes y Borozc.

37 Su texto presenta también una singularidad que puede parecer anecdótica pero no serlo: es, de todos los que hemos revisado, el único que cita literatura europea, en concreto francesa (lo que resulta menos sorprendente si pensamos que se trata de un estudio sobre Canadá, país francófono en parte).

38 Las conclusiones a las que llegan esas dos parejas de pesos pesados de la sociología son claramente opuestas: frente al optimismo de Waldinger y Perlmann (1999), Portes y Rumbaut (2001) se muestran pesimistas ante la situación de los hijos de inmigrantes, basándose en sus investigaciones empíricas. Este contraste de pareceres gira en buena medida en torno a la situación de un colectivo nacional concreto: el de los mexicanos (que son, no lo olvidemos, uno de cada cuatro inmigrantes). Mientras que Waldinger y Perlmann consideran que la situación económica de los inmigrantes es en general buena, exceptuando la de los mexicanos, Portes y Rumbaut creen que no resulta aceptable hacer un diagnóstico que ignore a la cuarta parte de la población de origen extranjero, escondiéndola bajo la alfombra. Ciertamente, el optimismo de Waldinger y Perlmann parece más basado en su voluntad de minimizar las diferencias entre la vieja y la nueva inmigración, que en un análisis de la situación actual, lo que constituye la parte más discutible de su texto.

39 Tres privadas y una pública: la Andrew W. Mellon Foundation, la Spencer Foundation, la National Science Foundation (que es la principal entidad pública financiadora de la investigación sociológica en Estados Unidos) y la Russell Sage Foundation. Esta última es la que ha publicado el grueso de los resultados del estudio en dos libros distintos: en uno (Portes y Rumbaut, 2001) los datos se analizan en conjunto y en el otro (Portes y Rumbaut, 2001a) se explotan por nacionalidades, dando lugar a una serie de capítulos independientes firmados por diversos investigadores (ver, por ejemplo, los dedicados a los hispanos: Fernández-Kelly y Curran, 2001; López y Stanton-Salazar, 2001; Pérez, 2001).

40 Aparte de los artículos que componen el mencionado libro editado por Portes y Rumbaut (2001a), citemos los trabajos en solitario de Portes (1995, 1996) y los firmados con otros autores: Portes y Zhou (1993), Portes y Rumbaut (1996) y Portes y Lingxin (2005).

41 Las citas textuales de este párrafo están tomadas de Zhou (1997:984), colaboradora habitual de Portes y Rumbaut que ofrece una síntesis de la teoría de la asimilación segmentada más afinada, en términos teóricos, que la que puede encontrarse en el libro principal de Portes y Rumbaut (2001), que es el que estamos glosando. Así, por ejemplo, a lo largo de las 370 páginas de este libro es difícil encontrar alguna definición sociológicamente precisa de eso que denominan "the American mainstream", concepto que Portes (1993:96) ya había usado con la misma laxitud, equiparándolo vagamente a "the white middle-class" (Portes, 1993:82). Esta equiparación, de ser cierta, arrojaría una visión sumamente borrosa de la estructura social estadunidense, como si entre dicha clase media y la infraclase que habita los guetos no hubiese clases populares.

Enseguida veremos que no es ése el único concepto importante que estos dos autores manejan con cierta vaguedad, así como otros puntos débiles de su libro.

42 Portes y Rumbaut (2001:262) no caen en el error, tan frecuente en los estudios sobre inmigración, de creer que todos los procedentes de un país comparten los mismos rasgos como inmigrantes, independientemente de su origen social y del momento de la emigración. Como prueba de ello, hacen la historia de la inmigración cubana en Estados Unidos para mostrar las grandes diferencias existentes entre todos los procedentes de ese país. La emigración que empezó tras la revolución de 1959 estaba compuesta mayormente por empresarios y profesionales, que gracias a la política anticomunista de Estados Unidos fueron acogidos como refugiados a quienes se facilitó el asentamiento. Pero la cosa cambió radicalmente a partir de 1980, año en que el gobierno de Cuba abrió el puerto de Mariel a quienes deseaban abandonar el país. Esto produjo una avalancha de 125 mil desembarcados en Estados Unidos en tan sólo seis meses, personas con un origen social netamente inferior al de los anteriores migrantes. La jugada salió bien al gobierno de la isla caribeña, pues a partir de entonces los cubanos ya no fueron tan bien recibidos en Estados Unidos, ni por las instituciones públicas (que abandonaron la práctica de conceder automáticamente permisos de residencia), ni por sus compatriotas asentados en Florida, ni por el resto de la población del estado.

43 Llamamos aquí empirismo a lo que Beltrán (1988:328) define, de forma más precisa, como "racionalidad metodológica empírico-analítica".

A la hora de explicitar el horizonte sociológico de su trabajo, Portes (2000) presenta su teoría de la asimilación segmentada como una teoría de rango medio. Invocando el espíritu de Merton para ahuyentar al fantasma de Parsons, nuestro autor considera haber encontrado el punto de equilibrio entre los excesos teoricistas de las grandes síntesis y la mera descripción ateórica de la realidad social.

44 El tratamiento que hacen Portes y Rumbaut de la cuestión particular de la aculturación es quizá el elemento más débil de su teoría, dado que la abordan sin apenas herramientas teóricas (a diferencia de como lo hacen Waldinger y Perlmann, 1999). Por ejemplo, no aclaran si para ellos la americanización (concepto que utilizan como sinónimo de aculturación) consiste en interiorizar las estructuras simbólicas dominantes o simplemente en conocerlas, requisito mínimo indispensable para que los hijos de inmigrantes puedan manejarse fuera de su red étnica de referencia.

Ya observamos en su momento, en una nota a pie de página anterior dedicada al sueño americano, que la dicotomía entre winners y losers sobrevuela los análisis de Portes y Rumbaut (ver, por ejemplo, 2001:59 etpassim). Respecto a la forma de plantear las relaciones entre lo cultural y lo material, la ambigüedad de nuestros autores es más patente en otros textos suyos anteriores. Por ejemplo, Portes (1995:95) empieza un artículo sobre los hijos de inmigrantes hablando de lo difícil que resulta para ellos reconciliar "the language and cultural orientation of foreign-born parents with the demands for assimilation of the host society" (¡como si ése fuera su mayor problema!). Y unas líneas más abajo reproduce el cliché de que esos sujetos se mueven entre dos mundos.

 

INFORMACIÓN SOBRE EL AUTOR

IÑAKI GARCÍA BORREGO es profesor ayudante de sociología en la Universidad Carlos III de Madrid. Sus temas de especialización son las relaciones familiares en contextos migratorios y la epistemología de la sociología de las migraciones. Ha publicado, entre otros artículos y capítulos de libros, los siguientes: "Acerca de la práctica y la teoría de la investigación sobre inmigración en España" (Empiria, 4, 2001) y "Los paisajes familiares de la inmigración" (RES: Revista Española de Sociología, 4, 2004). Actualmente ultima una tesis doctoral sobre relaciones intergeneracionales en las familias inmigrantes en Madrid.

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