Introducción
Los habitantes y visitantes que recorren las calles de la zona metropolitana de Tuxtla Gutiérrez se enfrentan a un paisaje urbano muy distinto al del periodo colonial y al paisaje construido por los antiguos habitantes del periodo Postclásico (900-1524 d.C.), como fue percibido por los conquistadores españoles. Este trabajo pretende delimitar y separar las diferentes capas estratigráficas formadas por los sucesivos asentamientos coloniales y contemporáneos (Bassols, 2011), con la intención de vislumbrar el entorno construido poblado por zoques y chiapanecas.
El análisis de los paisajes en arqueología permite un acercamiento a las diversas modalidades de interacción de las sociedades con el entorno, el cual no solo consiste en el ambiente natural y la trama topográfica, sino que incluye también los lugares socializados, percibidos y construidos (Anschuetz, et al., 2001; Ashmore y Knapp, 1999; Criado-Boado, 1999; Tilley, 1994). El paisaje es entendido como una arena donde se integran de manera simultánea y diacrónica un cúmulo de actividades humanas que le dan forma y sentido.
En el presente estudio, entenderemos la arqueología del paisaje como una estrategia de investigación que abarca el estudio de los procesos sociales e históricos en su dimensión espacial. Se intenta reconstruir e interpretar los paisajes arqueológicos a partir de los objetos que los vuelven concretos (Macías, 2009). Esta postura nos acerca más al análisis de los paisajes a partir de la distinción de los eventos que les dieron forma a lo largo de la historia, y a partir de ello ofrecer una narración de las diversas vías en las cuales el paisaje se ha transformado (Aston, 1997). Aunado a esto, el sentido de lugar y percepción son relevantes para nuestro estudio al explorar las formas en cómo la visualización desde ciertos monumentos en el paisaje nos ayuda a reconstruir las formas de ser y estar en el espacio, y cómo ello puede asociarse con el uso, el control o inclusive el poder ejercido en una sociedad y en un entorno determinado (Chapman, 2006; Tilley, 1994).
Entre los objetivos de la arqueología del paisaje se encuentran la descripción, la interpretación y el entendimiento del desarrollo de los rasgos culturales que suceden en la superficie de la tierra, para lo cual son considerados los asentamientos humanos, los espacios entre ellos y sus alrededores (hinterland). De tal manera, el paisaje provee de la infraestructura económica y el sistema de soporte para los asentamientos y la sociedad (Aston, 1997; Wilkinson, 2003:4 ), y los trazos de semejantes acciones pueden ser susceptibles de analizarse arqueológicamente. A diferencia de los anteriores enfoques de estudio del espacio en la arqueología, -como la arqueología espacial y los estudios convencionales de patrón de asentamiento- (Clarke, 1977; Ashmore y Willey, 1981; de Montmollin, 1988; Hodder y Clive, 1990), que estaban muy centrados en tópicos económico-funcionales, la perspectiva del paisaje busca proporcionar un contexto para el estudio de la vida de las personas a través del registro histórico y, por tanto, acercarnos a sus percepciones y formas de vida (Wilkinson, 2003:4).
Si se entiende al paisaje como un palimpsesto, el trabajo inicial necesario para abordar su estudio es el reconocimiento de las temporalidades que lo constituyen y los eventos que le dieron forma. Este trabajo parte del paisaje contemporáneo hacia el prehispánico, siendo esta última temporalidad el tema principal expuesto, para centrarse en describir la última etapa de poblamiento y desarrollo prehispánico en la Depresión Central justo en el momento de la llegada de los conquistadores españoles. Si bien el periodo entre los siglos XVI al XX no se abordará en extenso, se mencionan algunos trazos generales para entender el desplazamiento poblacional y administrativo de Chiapa de Corzo por parte de Tuxtla Gutiérrez, con lo cual se siguen los lineamientos señalados por estudios de corte histórico (Navarrete, 1966; Ruz, 2004; Viqueira, 2009).
Son dos las secciones que conforman este texto. La primera esboza la conformación del paisaje urbano contemporáneo de la zona metropolitana de Tuxtla Gutiérrez, dividido en cuatro secciones: el valle de Tuxtla, el valle de Terán-Suchiapa, la mesa de Copoya y la ribera del Grijalva en las inmediaciones de Chiapa de Corzo. Buscamos entender las cuatro áreas geográficas como parte de un proceso histórico continuo cuyas transformaciones se han acelerado dramáticamente durante los últimos cuarenta años. La segunda parte describe de manera puntual las diferentes clases de sitios arqueológicos que conformaron el paisaje prehispánico, con énfasis en que la distribución de la población era diferente a la actual. Con lo anterior buscamos mejorar nuestra comprensión de los procesos sociales, políticos y económicos que han configurado los diversos paisajes a partir de la época prehispánica y hasta la actualidad.
Ahora bien, nuestra investigación del paisaje antiguo en la Depresión Central forma parte de las actividades del proyecto «Economía y sociedad en el periodo Postclásico: comunidad y unidades domésticas en Chiapa de Corzo» (PESP), que desde 2014 ha realizado dos temporadas de campo, producido cinco tesis de licenciatura en Arqueología y una tesis de maestría en Historia. Aunado a ello, el análisis de los materiales recuperados continúa, aunque para este trabajo se utilizan resultados del análisis de restos cerámicos que sustenta una cronología posclásica (900-1524 d.C.) de los sitios que se discuten a continuación (López y Bravo, 2017; López, et al., 2017).
La caótica trama de la zona metropolitana actual se extiende desde Berriozábal, al oeste, abarca la porción norte del actual municipio de Tuxtla Gutiérrez (que a finales del siglo XX incorporó previamente a la independiente Terán) y se extiende al este, cruzando el cauce del río Grijalva hasta la moderna Chiapa de Corzo (véase figura 1). La masa urbana en esta zona ha formado una corteza de concreto y asfalto que cubre suelos, cárcavas, cuerpos de agua y ha desplazado la vegetación original. Asimismo, la ciudad ha invadido completamente la porción plana por donde todavía circula un contaminado río Sabinal, y lentamente asciende a las laderas de las mesas de Copoya, al sur, y Las Ánimas, al norte. Al este, las vegas del río Grijalva frente a Chiapa de Corzo presentan un ambiente semirural en vías de desaparición por la expansión de la mancha urbana y las ladrilleras. El oeste comprende el valle de Terán, que en su porción norte está completamente integrado a la ciudad, mientras que la porción sur se conecta con el valle de Suchiapa y es la zona donde, todavía, las actividades rurales son más comunes. Finalmente, la sección superior de la mesa de Copoya es también un área rural en acelerado proceso de urbanización.
Si bien es cierto que la trama es un reflejo de la historia de las ciudades mexicanas en cuanto al crecimiento desordenado y la incorporación no planeada de secciones previamente no conectadas, su historia concreta difiere de casos análogos en el centro y norte del país vinculados al desarrollo industrial. Viqueira (2009) en su estudio del crecimiento urbano en seis ciudades chiapanecas, sugiere que el despegar de Tuxtla Gutiérrez se asocia, en primer lugar, a la lucha de los liberales chiapanecos del siglo XIX por convertirla en capital del estado, y en el siglo XX, con la realización de vastos y repetidos programas de obras públicas que culminaron con el gasto de fondos federales en la construcción de las presas de La Angostura (1969-1974) y Chicoasén (1974-1980).
En cuanto a su sustento económico, Tuxtla Gutiérrez depende sobre todo de actividades comerciales y de los dividendos por ser la capital del estado, con un alto porcentaje de la población económicamente activa dependiente de los gobiernos federal, estatal y municipal (Viqueira, 2009), y sin contar con presencia de actividades productivas de tipo industrial. Por otro lado, el crecimiento poblacional y la expansión urbana de Tuxtla Gutiérrez a lo largo del periodo Colonial, el siglo XIX y en especial durante el siglo XX, coinciden con la caída demográfica de Chiapa de Corzo, hoy el extremo este de la zona urbana de la capital del estado (Viqueira, 2009). En cambio, cuando los españoles arribaron al actual territorio chiapaneco, Chiapa de Corzo era la población de mayor tamaño. Esto se sabe gracias a la información recolectada principalmente de fuentes del momento del contacto (Díaz, 1972) y de la Colonia temprana ( De la Torre, 2011; Obara-Saeki y Viqueira, 2017). Edificada en un lugar privilegiado a orillas del río Grande (hoy río Grijalva), Chiapa de Corzo fue también un importante nodo de la ruta de comunicación entre Los Altos de Guatemala, el Soconusco y la costa del Golfo de México. Su importancia geográfica y natural fue conocida desde la llegada de sus primeros pobladores durante el periodo Preclásico (ca. 800 a.C.) y magnificada durante su refundación como la capital de los chiapanecas mil años después (Navarrete, 1966; Ruz, 2004; Ruz y Báez, 2003; Viqueira, 2009).
El paisaje colonial y los estudios históricos y arqueológicos
Cuando los miembros de la expedición dirigida por Luis Marín llegaron a la Depresión Central en 1524, se dirigieron a Chiapa, la capital del señorío chiapaneca, y se maravillaron en primer lugar por el tamaño y orden del poblado, del que Díaz menciona: «y verdaderamente se podía llamar ciudad, y bien poblada, y las calles muy en concierto, y de más de cuatro mil vecinos» (1972:421). Veinte años más tarde, los primeros frailes dominicos que llegaron a la recién fundada diócesis de la provincia colonial señalaron su admiración ante el fructífero paisaje de la ciudad colonial:
Este pueblo es muy grande y el mayor que hay en esta provincia, está a la ribera del mayor río que hay en toda la Nueva España y así, abunda de pescado. Posee tierras muchas y las mejores que hay en Indias. Cogen cacao dentro de su tierra. Siembran dos veces en el año, y si quisiera sembrar siete también pudiera porque la tierra siempre está para ello. Con poca agua que llueva, dánse en las vegas del río, que son muy grandes, todos los mantenimientos de los indios sin que la tierra se labre ni se cave. Solamente la barren y limpian con fuego…de ningún precio es acá la comida, porque cuasi sin trabajo la da la tierra: no han de hacer más de echarla la semilla tan sin trabajo, como los indios la echan, ora sea de maíz, ora sea de todas las cosas. Hay grandísima abundancia de las frutas de la tierra, piñas, plátanos, jícamas, camotes, aguacates, ciruelas [jocotes] y todo lo demás. De aquí se provee toda la tierra. Frutas de Castilla se dan pocas, si no son higos, pero aquí es la madre de los melones, de las cidras y naranjas; albahacas se hacen tan grandes, que no se si las podrían llamar árboles acopados, berenjenas, coles, rábanos y toda hortaliza, no es menester más de arrojar por ahí la semilla que, sin ningún beneficio, se da todo, especialmente las cebollas (De la Torre, 2011:176 ).
La lectura de esta cita convoca en nuestras mentes la imagen de un vergel que hoy es imposible de imaginar entre el concreto y el asfalto de la zona metropolitana de Tuxtla Gutiérrez. Con la intención de «excavar» a través de las capas que quedan como testimonio de los últimos quinientos años de presencia humana, este trabajo presenta datos recuperados en el recorrido sistemático de ochenta kilómetros cuadrados en el territorio dominado por la Chiapa Posclásica (900-1528 d.C.) en las cuatro secciones antes mencionadas: las riberas del Grijalva, el valle de Tuxtla, la mesa de Copoya y el valle de Terán-Suchiapa. La información recolectada (véase Cuadro 1) nos permitirá ahondar en el conocimiento sobre las relaciones entre la capital y los sitios subsidiarios (ámbito urbano-ámbito rural), en la porción noroccidental del antiguo territorio gobernado por los chiapanecas (véase figura 2).
No. | Secciones | Sitio | Área (ha) | Clase |
1 | Riberas del Grijalva | Cupía | 20.0 | Habitacional ceremonial |
2 | El Cairo | 18.6 | Habitacional ceremonial | |
3 | Jardines del Grijalva | 16.5 | Habitacional ceremonial | |
4 | Cahuaré | 11.9 | Habitacional | |
5 | Ribera Nandambúa | 11.8 | Habitacional ceremonial | |
6 | Conquista Obrera | 5.5 | Sin estructuras | |
7 | Montebello 2 | 5.0 | Sin estructuras | |
8 | Campo Limpio | 2.0 | Sin estructuras | |
9 | Campamento | 2.0 | Sin estructuras | |
10 | Santa Cruz | 1.1 | Sin estructuras | |
11 | Nandachuqui | 1.1 | Sin estructuras | |
12 | Cartonera | 1.1 | Sin estructuras | |
13 | Las Flechas | 1.1 | Sin estructuras | |
14 | Montebello 1 | 0.5 | Sin estructuras | |
15 | Libramiento 1 | 0.1 | Sin estructuras | |
16 | Valle de Tuxtla | San Agustín | 45.0 | Habitacional |
17 | 5 de Mayo | 21.0 | Habitacional | |
18 | Juan Crispín | 15.0 | Habitacional ceremonial | |
19 | Parque del Oriente | 13.6 | Sin estructuras | |
20 | Cerro de la Borcelana | 7.5 | Habitacional ceremonial | |
21 | Caña Hueca | 7.0 | Sin estructuras | |
22 | Las Monjas | 0.2 | Habitacional | |
23 | Cueva El Cristo | 0.1 | Abrigo rocoso | |
24 | Abrigo Boca del Murciélago | 0.1 | Abrigo rocoso | |
25 | Mesa de Copoya | El Templo | 9.3 | Habitacional |
26 | Copoyita | 6.7 | Habitacional ceremonial | |
27 | Mactumactza | 5.2 | Habitacional ceremonial | |
28 | Camino a Pacú | 3.0 | Sin estructuras | |
29 | Cerro Engañoso | 2.7 | Sin estructuras | |
30 | El Jobo | 2.0 | Habitacional ceremonial | |
31 | La Subida | 1.1 | Sin estructuras | |
32 | El Encierro | 1.0 | Sin estructuras | |
33 | Potza' | 1.0 | Sin estructuras | |
34 | Valle de Terán-Suchiapa | San Pedro Buenavista | 35.8 | Habitacional ceremonial |
35 | Dos Arbolitos | 29.0 | Habitacional ceremonial | |
36 | San Antonio | 22.1 | Habitacional ceremonial | |
37 | Veterinaria | 14.6 | Habitacional | |
38 | El Potrerón | 9.0 | Habitacional | |
39 | La Curva | 7.0 | Habitacional | |
40 | Tres Lomas | 3.6 | Habitacional | |
41 | Bonanza | 3.2 | Sin estructuras | |
42 | La Laguna | 3.0 | Habitacional | |
43 | Santa Mónica | 3.0 | Sin estructuras | |
44 | Quebracho | 2.7 | Sin estructuras | |
45 | Dos Arbolitos 1 | 2.0 | Sin estructuras | |
46 | Apiario | 2.0 | Sin estructuras | |
47 | Pacú 1 | 2.0 | Habitacional | |
48 | Geo | 1.5 | Sin estructuras | |
49 | Rancho Viejo | 0.5 | Sin estructuras | |
50 | Los Ciruelos | 0.5 | Sin estructuras |
Fuente:Archivo del PESP
No obstante, si bien es cierto que las riberas este y oeste del río Grijalva en las inmediaciones de la actual Chiapa de Corzo fueron visitadas previamente por investigadores (Lowe, 1959; Navarrete, 1966), es necesario señalar que dichos recorridos no fueron sistemáticos y la cobertura fue desigual. El primer trabajo de recorrido total realizado en la región tampoco las incluyó (Sullivan, 2017), razón por la cual nuestras labores en estas áreas se abocaron a recuperar información de sitios arqueológicos en proceso de destrucción por el crecimiento de la mancha urbana y la presencia de ladrilleras. Algo similar ocurre en el valle de Tuxtla, donde sí se realizó una visita a sitios en el cauce del río Sabinal, que en su mayoría hoy están destruidos (Navarrete, 1967; Navarrete y Martínez, 1961). El recorrido en el valle de Terán-Suchiapa, con menor crecimiento urbano contemporáneo, permitió recuperar información de numerosos sitios arqueológicos no reportados previamente, junto con el mayor centro poblacional después de la capital chiapaneca (Berlin, 1946). Por último, el recorrido en la mesa de Copoya nos permitió recuperar datos de sitios quizá ceremoniales previamente reportados, tanto con arquitectura y edificaciones públicas, como los situados en abrigos y cuevas
Es importante destacar que el interés por el periodo Postclásico en la región de estudio inició con el trabajo seminal de Carlos Navarrete, The Chiapanec History and Culture, publicado en 1966. En esta obra se estudia con detalle la historia cultural del pueblo chiapaneca, que se había asentado por conquista en la antigua Chiapa de Corzo siglos antes de la llegada de los españoles, hablaban una lengua de la familia otomangue (no emparentada con las familias lingüísticas maya y zoque) y en repetidas ocasiones había sobrevivido a los afanes expansionistas del imperio mexica (Navarrete, 1966:7). Este trabajo fue el primero en realizar un análisis que utilizara tanto información histórica proveniente de diversas fuentes de la Colonia temprana, como datos arqueológicos recuperados mediante recorridos de superficie y excavaciones; logrando por vez primera una síntesis que cubre los periodos Postclásico y el inicio del periodo colonial; y es la base sobre la cual nuevas interpretaciones contribuyen a un registro más minucioso de los primeros dos siglos del periodo colonial, cuando la refundada Chiapa fue el pueblo más grande y económicamente provechoso de la provincia (Obara-Saeki, 2010; Ruz, 2004; Ruz y Báez, 2003; Viqueira, 2009).
El paisaje Postclásico y clases de sitios
La fundación de la antigua Chiapa de Corzo data desde el año 1400 a.C. por pobladores de origen zoque. Su ubicación estratégica le permitió funcionar como centro de comercio y contacto con otros grupos mesoamericanos durante dos mil años hasta que la ciudad fue parcialmente abandonada hacia el año 550 d.C., para ser poblada de nuevo a finales del siglo VIII por los chiapanecas, hablantes de una lengua sin relación alguna con las lenguas mayas y mixe-zoqueanas. Esta ciudad posclásica -llamada Chiapan por los mexicas-fue refundada a orillas del río Grijalva, en terrenos antes utilizados sobre todo con fines agrícolas, ya que el sitio Preclásico se ubica en una meseta separada de la ribera del río Grijalva (Navarrete,1966).
El estudio del paisaje de la antigua Chiapan inició con la valoración de las clases de suelos, su capacidad productiva y su distribución en la región; para lo cual se usaron los datos del Instituo Nacional de Geografía y Estadística, que fueron verificados por evaluaciones in situ durante el trabajo de campo. Se pudo notar que las vegas de los ríos Grijalva, Sabinal y Suchiapa están constituidas por suelos de buena productividad (una mezcla de phaeozem y vertisoles), aptos para el cultivo de granos, legumbres y hortalizas si se mantienen húmedos (INEGI, 2004). Estos suelos se presentan en un rango de 450 a 550 metros sobre el nivel del mar en el fondo de los valles, mismos que tienen pendientes preferentemente hacia el este hasta desaguar en el río Grijalva. En la figura 2 se observa que la cercanía a los cuerpos acuáticos define la distribución de todas las clases de sitios en la ribera del Grijalva y los valles de Tuxtla y Terán-Suchiapa
Los suelos de la mesa de Copoya son muy diferentes, pues se trata de una construcción kárstica que se eleva 1100 metros sobre el nivel del mar, lo que, en promedio, significa que está a 500 metros sobre el fondo de los valles. Los suelos son leptosoles (litosoles) con reducida profundidad y fácilmente erosionables. Además, la disolución de las calizas origina que la presencia de agua en superficie sea escasa, ya que es absorbida con facilidad (INEGI, 2004). Los sitios localizados se distribuyen también alrededor de las microcuencas de varios arroyos temporales, algunos de ellos desaguan hacia el norte, formando posteriormente el arroyo San Roque que se une al río Sabinal, mientras que otros arroyos fluyen al sur, desaguando hacia Suchiapa. En general, la productividad agrícola de la mesa de Copoya es mucho menor comparada con los valles.
Los suelos de las vegas permitían la subsistencia de cinco diferentes comunidades vegetales: selva baja caducifolia, bosques de galería, sabana, palmar y matorral espinoso tropical; a las cuales debe agregarse el bosque de pino-encino sobre la mesa de Copoya (Álvarez et al.,1984; González y Cuevas, 1990:23-25). Actualmente la distribución espacial de estas comunidades vegetales se ha perdido ante el crecimiento urbano. Sin embargo, podemos vislumbrarlas todavía en el valle de Terán-Suchiapa y en la porción superior de la mesa de Copoya, donde se conserva un reducto de bosque de pino-encino, que alberga especies distintas a las observadas en los valles.
Hemos identificado cuatro clases de sitios arqueológicos que se distribuyen en este paisaje (véase Cuadro 2). Cabe mencionar que esta clasificación es un primer paso en el análisis del patrón de asentamientos en arqueología, al permitir diferenciar entre los aspectos funcionales y jerárquicos de los asentamientos antiguos (Montmollin, 1989:57-58 ). En primer lugar, los sitios sin estructuras son restos de asentamientos que se definieron por la presencia de cerámica y lítica en superficie, sin que fuera posible identificar la presencia de estructuras que representen a casas antiguas. En segundo lugar, los sitios habitacionales contienen restos de casas, identificables como montículos de cincuenta centímetros de altura en promedio y que en ocasiones se puede observar que están formados por muros de piedra. En tercer lugar, los sitios habitacionales-ceremoniales incluyen montículos de planta cuadrada o rectangular de más de un metro de alto, además de restos de casas. En estos sitios las estructuras ceremoniales y habitacionales se distribuyen en patios cuadrangulares o plazas. El sitio más grande es San Pedro Buenavista, en el valle de Terán-Suchiapa, el cual abarca también un juego de pelota. Finalmente, presentamos información relativa a los abrigos rocosos o cuevas ubicadas en la pared de la mesa de Copoya, los cuales al parecer tienen una larga ocupación y, durante el Postclásico, se utilizaron para fines principalmente rituales, una categoría funcional altamente especializada (Montmollin, 1989:57). La siguiente sección presenta características específicas de algunos sitios y su distribución en las cuatro regiones estudiadas.
Clases de sitios | Riberas del Grijalva | Valle de Tuxtla | Mesa de Copoya | Valle de Terán-Suchiapa | Total |
Habitacional-ceremonial | 4 | 2 | 3 | 3 | 12 |
Habitacional | 1 | 3 | 1 | 6 | 11 |
Sin estructuras | 10 | 2 | 5 | 8 | 25 |
Abrigo rocoso | 0 | 2 | 0 | 0 | 3 |
Total | 15 | 9 | 9 | 17 | 50 |
Cuadro 2. Clases de sitios en las diferentes secciones de recorrido de superficie
Sitios sin estructuras
Los sitios sin estructuras son los más frecuentes (25 del total de 50), lo que permite su identificación como restos de unidades habitacionales. La evidencia sugiere que las estructuras fueron destruidas por acciones recientes de cambio de uso del suelo y urbanización, aunque el uso del arado en las actividades agrícolas también influyó en la destrucción de los pequeños basamentos que sustentaban a las casas, y contribuyó a la dispersión de los materiales originalmente contenidos en los rellenos de las estructuras y los basureros que las rodeaban: varios de los sitios se identificaron por la presencia de dispersiones de restos de cerámica, pedernal y obsidiana.
Asimismo, las actividades agrícolas son más frecuentes al sur de Terán y Suchiapa, mientras que la expansión urbana es más abundante en el valle de Tuxtla y la mesa de Copoya. Las riberas del Grijalva, en cambio, han sido afectadas por la presencia de ladrilleras, que desde la época colonial han explotado los depósitos de arcillas (véase figura 3).
Sitios habitacionales
Los sitios habitacionales constan de una o varias estructuras rectangulares y suman el 22% del total. Las estructuras son plataformas con uno o dos hiladas de piedra que sostenían muros de materiales como el bajareque o el adobe (véase figura 4). Las construcciones elaboradas con estos materiales perecederos son escasas en las comunidades contemporáneas, pero eran frecuentes hasta años recientes, antes de la introducción de materiales más industrializados como el concreto y las varillas. Los estudios etnográficos del siglo XX mencionan la presencia de dichos materiales en la construcción de casas con techo de tejas introducidas en la época colonial (Cordry y Cordry, 1988), mientras que en las descripciones de la colonia temprana se menciona que las casas de la gente común tenían paredes de bajareque y las de la élite se construían con muros de adobe y piedra, y ambos tipos de casas se techaban con palma en las localidades de la región (Navarrete, 1966:92 ; 1968:372).
Al sumar esta clase de sitios con el anterior, obtenemos un 72% de sitios con funciones puramente habitacionales y que estaban dedicados a actividades agrícolas. Llegamos a la teoría de que existió un mayor número de esta clase de sitios que hoy se encuentran bajo la mancha urbana y/o fueron afectados por actividades modernas. En cualquier caso, se puede sustentar que la mayoría de la población estaba distribuida en un contexto rural y se dedicaba a la producción agrícola, pues los sitios se distribuyen principalmente en las porciones planas asociadas a ríos y arroyos, que son las áreas con mejores suelos.
Las actividades realizadas en los sitios sin estructuras y sitios habitacionales son identificables a través del análisis de los materiales arqueológicos recuperados, sugiriendo sobre todo aquellas dedicadas a la subsistencia: molienda de maíz (asociada a manos y metates), preparación y presentación de alimentos (cerámica utilitaria y formas especiales como pichanchas y comales) y actividades asociadas a herramientas de corte (navajas prismáticas de obsidiana y herramientas de pedernal). Por otro lado, no se detectó evidencia de producción de herramientas de obsidiana en esta clase de sitios, y en cambio sí fue abundante la presencia de lascas y núcleos de pedernal, materia prima presente en la región (Velázquez, 2018).
Sitios habitacionales-ceremoniales
Estos asentamientos representan el 24% del total de sitios identificados y se localizaron en las cuatro áreas de recorrido. Fue posible reconocer en ellos una diferenciación de actividades distribuidas en áreas puramente habitacionales consistentes en restos de casas y áreas cívico-administrativas, en las cuales se observan basamentos piramidales (de cinco metros de altura máxima), juego de pelota y estructuras habitacionales de mayor área y altura (algunas sobre plataformas); que por lo general se han interpretado como residencias de la élite.
El resto de este apartado discutirá las características arquitectónicas de los sitios habitacionales-ceremoniales que consideramos fueron de mayor importancia.
En primer lugar, la mesa de Copoya alcanza en promedio 850 metros sobre el nivel del mar, aproximadamente 300 metros sobre el nivel del valle de Tuxtla. La esquina noroeste de esta formación kárstica recibe tradicionalmente el nombre de Mactumatzá y alcanza los 1100 metros sobre el nivel del mar. En el punto más alto se identificó el sitio del mismo nombre, que ya había sido visitado a principios del siglo XX (Becerra, 1985:174 ). Desafortunadamente el sitio no fue incluido en los estudios arqueológicos posteriores, ya que no estuvo incluido en el recorrido de Lowe (1959:26) ni en el de Navarrete (1966). El sitio está formado por tres patios cuadrangulares, delimitados por estructuras de planta rectangular y 50 cm de altura en promedio. El edificio principal es un montículo de 3 metros de altura que en su lado norte presenta los restos de una excavación informal, quizá la realizada por Becerra (véase figura 5).
El posible carácter ritual del sitio pudo asociarse a la presencia abundante de orquídeas y bromelias, mismas que crecen sobre los encinos que forman la comunidad vegetal (arriba de los 900 metros), ya que es el punto de mayor altura del área de estudio, donde la humedad ambiental se magnifica por la niebla que durante una buena parte del año cubre al Mactumatzá «lugar de donde marcharon las culebras», de acuerdo con la lectura de Becerra. Las nubes que lo cubren, tienen un significado especial para los zoques tuxtlecos, quienes las interpretan como la gran serpiente que produce las lluvias (Becerra, 1985:174). Por su parte, las bromelias son ampliamente utilizadas en rituales interpretados como de filiación chiapaneca (Beutelspacher y Farrera, 2007; Palacios, 2017).
No obstante, el sitio de Mactumatzá se encuentra muy afectado por la construcción de antenas de transmisión de televisión y microondas, las cuales han sido levantadas sobre las estructuras. Además, el antiguo asentamiento es atravesado por una vereda que facilita el acceso a las antenas para su mantenimiento y también es utilizada por los senderistas que suben desde Tuxtla Gutiérrez. Por otro lado, en la ribera oeste del Grijalva se ubican los sitios de Cupía, El Cairo y Jardines de Grijalva. Si bien esta área fue reconocida previamente (Lowe, 1959:29 ; Navarrete, 1966:40-41 ; Sorenson, 1956:25 ), no se contaba con ningún mapa o croquis que permitiera evaluar el tamaño y organización interna de las comunidades que por su cercanía a la capital chiapaneca pueden considerarse como suburbios o dependencias directas de ella. Estos tres sitios habitacionales-ceremoniales han sufrido distintos niveles de alteración por las actividades coloniales y contemporáneas. El sitio de Cupía fue parcialmente destruido durante la construcción de una planta de tratamiento de agua potable, pero aún se conservan dos montículos en la parte posterior del cementerio local. El segundo sitio es El Cairo (véase figura 6) originalmente reportado por la localización de un entierro del Postclásico Temprano, en una mina de grava (Lowe, 1959:68). Nuestros trabajos permitieron identificar en los terrenos del rancho San Antonio una porción del sitio inmediato al río Grijalva y consideramos que la sección previamente reportada desapareció al construirse la ampliación de la carretera Tuxtla-Cupía. Se identificaron dos conjuntos arquitectónicos con edificios cívicos-ceremoniales construidos sobre afloramientos de piedra caliza y grava, mientras que la zona habitacional está distribuida alrededor de ellos, en terrenos planos con depósitos de arcilla hoy utilizados como ladrilleras.
El conjunto norte contiene la estructura de mayor altura, una pirámide que alcanza cuatro metros y la acompañan otras ocho estructuras de diversos tamaños. Este conjunto se ubica detrás de una planta de gas y al sur de la actual colonia 3 de Marzo. Por su parte, el conjunto sur contiene una pirámide de tres metros de altura, también acompañada por otras tres estructuras habitacionales. La arquitectura de este sitio es de tierra, con escasa presencia de rocas. Se observaron algunas ladrilleras abandonadas y otras en uso, mismas que lentamente han destruido las estructuras y exponen los estratos con materiales arqueológicos (véase figura 7). Esta destrucción ocasiona una abundante presencia de materiales en superficie, destacando cerámica del Preclásico Medio al Postclásico. Cabe mencionar que el sitio debió tener un tamaño de al menos 20 hectáreas a la llegada de los españoles.
Más al norte, río abajo, localizamos un tercer sitio habitacional-ceremonial que denominamos Jardines del Grijalva en referencia a la urbanización reciente que aparentemente lo destruyó. El sitio ocupa también una colina que permitía supervisar el espacio de las terrazas naturales junto al río. Durante nuestra visita fue posible presenciar la destrucción de montículos habitacionales con maquinaria de construcción (véase figura 8).
En el valle de Terán-Suchiapa fue posible identificar varios sitios habitacionales todavía no destruidos y el sitio habitacional-ceremonial Dos Arbolitos, muy disperso, ubicado casi al centro del valle de Terán. El sitio consta de al menos tres conjuntos arquitectónicos; el ubicado más al norte fue recientemente afectado por la construcción del nuevo libramiento sur de Tuxtla Gutiérrez. El grupo principal de Dos Arbolitos está formado por una estructura de 40 metros de largo por tres de altura, que preside un patio hundido (véase figura 9) delimitado por estructuras de menor altura.
El sitio habitacional San Pedro Buenavista se encuentra en el corredor natural que une a los valles de Terán y Suchiapa, y fue construido sobre un altiplano que domina el río Suchiapa a su salida del cañón del Boquerón (véase figura 1). Esta ubicación permite observar la circulación entre ambos valles, pues coincide con la parte más angosta del corredor natural, de dos kilómetros y medio entre la salida del Boquerón y la pared sur de la mesa de Copoya. Pensamos que San Pedro Buenavista fue el sitio más importante de la porción norte del valle de Terán-Suchiapa, mientras que el sitio La Grandeza asociado al río Santo Domingo lo fue de la porción sur (Sorenson, 1956:13 ).
San Pedro Buenavista fue visitado y excavado por Heinrich Berlin (1946) y posteriormente visitado por Carlos Navarrete (1966). Estas exploraciones señalaron la presencia de nueve montículos y plataformas casi desaparecidas por la actividad agrícola. El montículo principal mide cuatro metros de altura y forma con los otros una plaza irregular, entre los cuales resaltan, por su tamaño, los restos de un juego de pelota, cuyos montículos alcanzaron una altura promedio de 1.60 metros. Se trata de un juego de pelota que presenta forma de “I”, y cuenta con cabezales que cierran ambos extremos de la cancha. Su presencia destaca la importancia de San Pedro Buenavista, ya que es la única cancha localizada en el área recorrida. Suponemos que existió otro juego de pelota en el valle de Tuxtla, pero los asentamientos estaban ya muy afectados cuando fueron registrados hace sesenta años. Aunado a los descubrimientos, Berlin realizó la liberación de una porción del Edificio A (véase figura 10), misma que reveló una compleja secuencia constructiva de escaleras con alfardas, que fueron cubiertas con estuco (Berlin, 1946). La presencia de estuco como aplanado de muros fue omitida en el reporte posterior de Navarrete, quien solo señala que algunas paredes estaban cubiertas de barro (Navarrete, 1966:119).
Nuestros trabajos comprenden dos fases. La primera es un recorrido detallado de superficie, el cual permitió aumentar el número de estructuras prehispánicas registradas, de nueve reportadas originalmente a 31; y una segunda fase en la cual realizamos la excavación de ocho pozos estratigráficos en varias plazas, así como recolecciones de materiales arqueológicos de superficie, a través de las cuales se pudo estimar el posible tamaño del sitio de casi 35 hectáreas. Todo lo anterior considerando también la presencia de estructuras pequeñas y bajas, así como la dispersión de restos cerámicos, de obsidiana, pedernal y piedras de molienda. El estado de conservación del sitio es regular, ya que todas las estructuras tienen pozos de saqueo y todos los años el terreno es arado para la siembra de cacahuate. Además, las excavaciones de Berlin no fueron rellenadas, lo que afectó la conservación de los elementos arquitectónicos.
El estudio detallado del sitio permitió notar la presencia de una gran plataforma de 41 metros de ancho por 33 metros de largo y una altura de 75 cm, registrada como Edificio 13 y ubicada al noroeste del área cívico-ceremonial, definida por Berlin y Navarrete (véase figura 10). Al centro de la plataforma se identificó la estructura 13a, que tiene una planta rectangular de 15 metros de largo por siete metros de ancho y una altura de dos metros. Se registraron también otras tres estructuras de planta rectangular, pero de alturas menores a los cincuenta centímetros.
Este conjunto arquitectónico podría tratarse de la residencia de la familia gobernante del sitio, considerando que la plataforma separaba a los cuatro edificios superiores del resto del sitio, además posiblemente tuvo un muro que lo delimitaba y proporcionaba cierto grado de intimidad. El pozo 3 fue excavado entre las estructuras 13b y 13d, localizándose una secuencia de cuatro pisos de estuco, que representan diversos momentos de renovación del patio en el conjunto. Los pisos estaban muy deteriorados, pero nos permiten suponer que los espacios abiertos del conjunto arquitectónico tuvieron un recubrimiento de estuco que debió facilitar su mantenimiento y a la vez resaltar el nivel social de sus habitantes, ya que no encontramos otros ejemplos en las plazas del sitio.
Otro de los conjuntos explorados se ubica al suroeste del área cívico-ceremonial y tampoco está representado en el mapa elaborado por Berlin. Se trata del edificio 17, una pirámide de 21 por 22 metros de base por 2.5 metros de altura, que en la actualidad se encuentra muy destruida por un pozo de saqueo que dispersó el relleno de la estructura hacia el oeste. El pozo 7 fue excavado sobre este relleno, tratando de encontrar el nivel original de la plaza. Durante la excavación pudimos localizar los restos de otra estructura, que denominamos edificio 14, misma que ha sufrido los efectos del arado, pese a esto fue posible definir sus características más importantes. Al inicio de la excavación detectamos un apisonado de barro, que además tenía marcadas las huellas del arado moderno en dirección este-oeste. Bajo esta superficie y tras descender 10 cm, se localizó un piso de estuco muy bien conservado, además de la huella de dos muros de adobe o tapial. La excavación se detuvo en este nivel y se retiró únicamente la porción de muro de adobe de la esquina sureste, lo que permitió localizar bajo ella otros niveles de piso de estuco. Por otro lado, en la esquina noroeste se expuso el piso de estuco correspondiente al otro lado del muro de adobe.
En general, mediante la excavación notamos que el edificio tiene al menos dos galerías paralelas de cuartos. Los muros se construyeron con adobe o tapial, y el techo tendría una cubierta de palma. En la última etapa constructiva los muros se derribaron y se realizó un relleno que sirvió de firme para el piso de barro que localizamos casi en superficie. No tenemos más información sobre los límites de este último edificio.
El pozo 8 se realizó directamente al oeste del pozo 7. En él localizamos la misma secuencia de pisos de barro y estuco, aunque más destruida por el paso del arado. Paradójicamente, la degradación del piso de estuco nos permitió retirarlo en la porción norte del pozo, para el cual se realizó un descenso de aproximadamente un metro de profundidad desde la superficie, donde se notaron más pisos de estuco y una subestructura con un muro de piedras no careadas (véase figura 11).
Entre los materiales recuperados destacan más de 600 fragmentos de obsidiana, incluyendo nueve fragmentos de núcleos prismáticos. Esta evidencia sustenta que la producción de navajas prismáticas no estaba concentrada en la capital, sino que estaba distribuida en otros poblados de menor rango. El análisis de estos datos nos permitirá comprender mejor el funcionamiento del sistema económico del señorío chiapaneca.
Consideramos que la distribución de los asentamientos en el paisaje contiene elementos que nos ayudan a descifrar las estrategias e intereses de estas sociedades en la construcción de su cotidianidad. Tal y como se apuntó al inicio del texto, los pobladores postclásicos, responsables de la conformación del paisaje descrito, buscaron la defensa de su territorio, así como aprovechar su ubicación para mantener relaciones con otros grupos allende la Depresión Central. De tal suerte, el emplazamiento de algunos de los asentamientos puede indicar dichas estrategias e intenciones.
Asimismo, la información de la ubicación de los sitios arqueológicos fue estudiada por medio de Sistemas de Información Geográfica (SIG). El análisis permitió estimar el alcance del control visual de los sitios Mactumatzá, Cerro de la Borcelana y San Pedro Buenavista (véase figura 12) y constatar que tales poblaciones contaban con un amplio predominio visual de sus alrededores, lo cual permite sugerir que su posición en el paisaje cumplía un papel estratégico para el control de los movimientos de las personas, así como de las actividades o potenciales conflictos que se suscitaban en los poblados aledaños. Es notable destacar el impacto visual tanto de los monumentos apostados en la entrada de un formidable cañón (el caso del sitio de San Pedro), como el de la cima de la meseta de Mactumatzá. Dicho impacto no pasó desapercibido por las personas que circulaban, ya que ambas localidades son claramente percibidas desde circundantes a los valles de Suchiapa y de Tuxtla. Sin duda alguna, las ventajas del control visual, así como el carácter público ceremonial que les caracterizó, debieron constituirlos como nódulos de convergencia poblacional entre los valles. De igual forma, este interés por ubicarse en posiciones adecuadas para la vigilancia del territorio podría estar vinculado con intereses defensivos, considerando que los resultados del SIG son consistentes con las características que suelen mostrar sociedades aldeanas mesoamericanas con un alto interés por la defensa y el control territorial (Macías y Palacios, 2018).
Abrigos rocosos
El paisaje analizado no remite solamente a aldeas y centros ceremoniales como los ya descritos. Los antiguos pobladores también se valieron de otros espacios naturales para realizar propósitos muy específicos, lo cual enriquece la heterogeneidad de actividades presentes en el paisaje aquí discutido. Las paredes de la mesa de Copoya presentan numerosos casos de cuevas y abrigos formados por el paulatino desgaste eólico e hídrico de la roca caliza, siguiendo el patrón general de los sistemas kársticos. Los abrigos y cuevas de más fácil acceso se ubican en la pared norte de la mesa. La pared oeste es de difícil acceso por la presencia de materiales sueltos que caen por la erosión de la superficie vertical, lo que es aún más frecuente en la pared sur, donde se observan numerosos derrumbes posteriores a los sismos de 2017 y por tanto han impedido su exploración. Finalmente, la pared este presenta una mayor cobertura vegetal, que también ha obstaculizado su exploración.
Estas formaciones naturales representan una excelente oportunidad para la documentación de modos de vida y actividades cotidianas o especializadas. Hasta el momento contamos con tres abrigos documentados con evidencia de ocupación humana: Cueva el Compadre, Boca del Murciélago y Las Columnas. Desafortunadamente el fácil acceso a estos espacios ha contribuido a su afectación, a causa de actividades recreativas, creación de grafiti en la zona y acumulación de basura. Si bien la mayor parte de los trabajos en cuevas y abrigos rocosos de la región se han enfocado en rastrear las ocupaciones humanas más antiguas de las Américas (Acosta, 2010), también contamos con estudios recientes en abrigos rocosos documentados en el cañón del Sumidero y en el cañón del río La Venta, que demostraron la existencia de ocupaciones del Clásico Tardío y Postclásico (Domenici y Lee Jr, 2012; Méndez, et al., 2012). Algunos de los abrigos de la mesa de Copoya cuentan con restos de pintura mural, como el caso del abrigo Los Puntos (Méndez, 2009). En otros se recolectaron abundantes materiales de diversos periodos, como el abrigo Copa del Compadre; mientras que en el abrigo Las Columnas se realizó un breve sondeo que permitió establecer la realización de actividades de producción de herramientas de pedernal.
Comentarios finales
Ahora bien, el esbozo aquí presentado ha revelado cómo el paisaje del Postclásico en la Depresión Central estuvo constituido por poblaciones rurales y semiurbanas que establecieron sus asentamientos y actividades en puntos específicos para integrar un sistema sociopolítico y económico, cuya relevancia y funcionamiento aún estamos por comprender. Como parte de la investigación, los datos presentados se sumarán a los aportes de los trabajos previos para mejorar nuestra comprensión de las vicisitudes y alcances de los pobladores chiapanecas y zoques.
La perspectiva de paisaje aquí planteada nos permitió hacer un seguimiento de los diferentes entendimientos y usos del espacio por parte de sus habitantes, así como de las relaciones entre los principales centros poblacionales del Postclásico, de manera que los comportamientos descritos ofrecen varias líneas de investigación por emprender en el futuro. Igualmente, esperamos que este esbozo sea de utilidad para marcar el contraste con los desarrollos poblacionales y urbanos que se perciben en la actualidad.
Algunas de las ubicaciones de los poblados pudieron haberse relacionado con la existencia de conflictos, como se menciona en las fuentes de la Conquista y de la Colonia temprana, y que continúan en estudio e interpretación por los historiadores (Díaz, 1972; Navarrete, 1966; Ruz, 2004). La ubicación planeada de los sitios debió también facilitar la vigilancia y control de otras poblaciones dependientes de los asentamientos principales y la capital. Esto nos habla de la importancia que tuvo para la sociedad prehispánica el conocimiento cabal de los elementos naturales con los que contaban, ya fuera ríos, ojos de agua, suelos, cerros, cañadas y llanuras. Este conocimiento fue necesario para la adecuada adaptación a sus posibilidades de uso dependiendo de las necesidades de la población postclásica.
El estudio de los abrigos rocosos y cuevas proporciona evidencias sobre su integración dentro del complejo paisaje aquí descrito, donde las preocupaciones ceremoniales o económicas se efectuaban afuera de los espacios aldeanos y centros ceremoniales discutidos. Aún ahora, estos son lugares utilizados por grupos contemporáneos como espacios para ejecutar rituales y depositar ofrendas, por lo que, a lo largo de la historia, su uso no se ha interrumpido.
En cuanto a la destrucción y conservación de los sitios arqueológicos en la región estudiada y su entorno inmediato, es necesario señalar que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) se ha encargado de diferentes trabajos de salvamento arqueológico asociados a grandes obras públicas de infraestructura, como la presa Chicoasén (Martínez, 1988) y la autopista Tuxtla Gutiérrez-San Cristóbal de las Casas (Aguilar, 2005). De igual manera, el INAH compró (en diferentes fases) un total de veinte hectáreas de los terrenos de la zona arqueológica de Chiapa de Corzo, el sitio más importante de la región, mismo que fue abierto a la visita pública en 2009 (Bachand, 2013:80 ; Bachand y Lowe, 2011:13-14; Adán Pacheco Benítez, comunicación personal 2014). En contraste, contamos con muy poca información sobre trabajos de rescate efectuados a raíz de las nuevas construcciones de viviendas de particulares en la zona urbana (por ejemplo, Montes de Paz y Linares, 2011). Como se mencionó antes sobre la destrucción del sitio Jardines del Grijalva, nos parece que es necesaria una mayor cooperación entre el INAH y los Ayuntamientos de la región, para asegurar la protección de sitios que no cuenten con arquitectura monumental, tomando en cuenta que el interés primordial se ha centrado en la preservación de la antigua capital zoque de Chiapa de Corzo.
Finalmente, este estudio permite entender al paisaje como una entidad dinámica y cambiante. En efecto, la rápida y voraz urbanización discutida ha destruido un buen número de los centros poblacionales más antiguos, así como ha eliminado tanto la cubierta vegetal original como el entorno agrícola que constituía el paisaje descrito por los europeos en el siglo XVI. Como arqueólogos, intentamos dar un panorama del grado e intensidad de las transformaciones de un paisaje como el descrito como parte de un largo proceso histórico que aún sigue vigente y en ocasiones se acelera.