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Tzintzun. Revista de estudios históricos

versión On-line ISSN 2007-963Xversión impresa ISSN 1870-719X

Tzintzun. Rev. estud. históricos  no.71 Michoacán ene./jun. 2020  Epub 30-Jul-2020

 

Reseñas

SÁNCHEZ AMARO, LUIS, JUVENTUD Y REBELDÍA. EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL NICOLAITA DE 1967 A 1982, MORELIA, SECRETARÍA DE DIFUSIÓN Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA, IIH, COMISIÓN PARA LA CONMEMORACIÓN DEL CENTENARIO DE LA UNIVERSIDAD MICHOACANA DE SAN NICOLÁS DE HIDALGO, 2018, 479 PP.

LUCIO RANGEL HERNÁNDEZ1 

1Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo

SÁNCHEZ AMARO, LUIS. Juventud y rebeldía. El movimiento estudiantil nicolaita de 1967 a 1982. 2018. Secretaría de Difusión y Extensión Universitaria, IIH, Comisión para la Conmemoración del Centenario de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia: 479p.


El libro forma parte del programa editorial coordinado por el Dr. Gerardo Sánchez Díaz, cuyo objetivo central es el de celebrar a la Universidad Michoacana en su primer centenario, con una colección de obras que abordan una serie de aspectos relacionados con su pasado y con el quehacer de la máxima casa de estudios del estado, en los campos de la docencia, la investigación científica y la extensión y difusión de la cultura.

Sobre la obra en comento, de inicio, destaca la consulta metódica y profunda de las fuentes en las que abrevó el autor para su elaboración. Aparte de la lectura y consulta bibliográfica, necesaria para establecer el estado de la cuestión y allegarse a los elementos teóricos necesarios para la comprensión de los movimientos sociales, entre los cuales está enmarcado el movimiento estudiantil, indagó en fuentes hemerográficas, en repositorios documentales locales y nacionales y realizó además veinte entrevistas a protagonistas y testigos de los acontecimientos.

De la consulta de estas fuentes, resalta particularmente la realizada en el Archivo General de la Nación en el Fondo de la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (AGN/DGIPS), debido a que no se había explorado para el análisis del movimiento estudiantil nicolaita en el periodo tratado por el autor. Igualmente, sobresale la consulta de la fuente oral porque no solamente aportó elementos para la redacción de esta investigación, sino que dio como resultado el rescate de un gran número de fotografías relativas a los acontecimientos estudiados. La recuperación de estas fotografías y su integración en la obra, constituyen por sí solas uno de sus aportes, porque a través de ellas contamos con una historia sucinta de los acontecimientos y sus actores. Con el sustento de este aparato crítico, tenemos como resultado una obra que explica a profundidad uno de los periodos históricos más complejos de la historia de la institución a través de los tres capítulos en que se divide.

El primer capítulo, titulado “El movimiento estudiantil nicolaita y los últimos años de la juventud comunista en Michoacán, 1967-1969”, el autor lo dedica al análisis de la reorganización del movimiento estudiantil que había quedado debilitado y disperso producto del golpe represivo del gobierno arriaguista.

Esta parte de la historia del movimiento estudiantil estaba a la espera de un estudio que pudiera explicar el proceso de recuperación de las organizaciones estudiantiles democráticas, en el cual, jugó un papel fundamental la actividad desplegada por la Central Nacional de Estudiantes Democráticos (CNED), en conjunto con las corrientes estudiantiles democráticas que luchaban por mantener la independencia de sus organismos estudiantiles del porrismo alentado y protegido por las burocracias estatal y universitaria: la Federación de Estudiantes de la Universidad Michoacana (FEUM) y el Consejo Estudiantil Nicolaita (CEN).

La libertad de los presos políticos, la reapertura de las Casas del Estudiante, de la Facultad de Altos Estudios “Melchor Ocampo”, impedir el cierre de las secundarias de la UMSNH, y la reforma a la Ley Orgánica, buscando particularmente la desaparición de la Junta de Gobierno, fueron las demandas en torno a las cuales las mencionadas corrientes se unificaron.

Como muestra el autor, el año 1967 fue un año muy complicado para la institución en general, y en particular, para el movimiento estudiantil democrático tanto a nivel local como nacional. Pero, 1968, desde los primeros meses tampoco “pintaba” nada bien. “La Marcha Estudiantil por la Ruta de la Libertad” organizada por la CNED con el objetivo de exigir la libertad de los presos políticos estudiantiles del movimiento de 1966, habiéndose iniciado en Dolores Hidalgo, Guanajuato el 3 de febrero, fue contenida y disuelta con el empleo de la fuerza pública. El día 6, cuando salía de Valle de Santiago y se enfilaba hacia Morelia donde habían programado realizar una magna concentración como conclusión de la misma, los jóvenes estudiantes fueron obligados por un contingente del ejército a regresar a sus lugares de origen. Con esta acción, el Estado autoritario mexicano dejaba en claro que no permitiría que la imagen proyectada hacia el exterior de una nación en completa paz y en convivencia social armónica —misma que le había valido ser elegida para la realización de los XIX juegos olímpicos—, fuese puesta en evidencia, con riesgo de perder la sede.

De esta manera, cuando el movimiento estudiantil michoacano aún no se recuperaba, se suscitaron los acontecimientos sangrientos del 2 de octubre de 1968, y aunque algunos universitarios michoacanos participaron como brigadistas en la ciudad de México, y de que incluso, el estudiante de medicina Hiram Ballesteros Olivares fungía como delegado nicolaita ante el Consejo Nacional de Huelga, muy poco o nada pudieron hacer en su apoyo porque además coincidió con el periodo de exámenes y el inicio de las vacaciones, y por lo tanto, estaban desmovilizados.

Pero justamente por esos días, explica el autor, el contexto político michoacano dio un giro, esto al concluir el periodo de gobierno de Arriaga Rivera y llegar en su lugar Carlos Gálvez Betancourt, brindando con ello, la oportunidad para que el movimiento estudiantil nicolaita recuperara una de sus conquistas históricas al “tomar” un edificio universitario ubicado en la Avenida Madero, restableciendo la Casa del Estudiante “Nicolaita”.

De ahí en adelante, la nueva correlación de fuerzas políticas permitió la paulatina reorganización del estudiantado, quienes comenzaron a presionar para tratar de conseguir la derogación de la Ley Orgánica impuesta por Arriaga Rivera y la deposición del rector Lozano Vázquez, también impuesto por el mismo gobernante, logrando únicamente este último objetivo en agosto de 1969.

De este capítulo llama la atención los acontecimientos desarrollados durante la visita de Luis Echeverría Álvarez, candidato presidencial priísta, al Colegio de San Nicolás, invitado por las corriente de profesores y estudiantes “cardenistas natalistas”; ante la cual, el grupo estudiantil de la Juventud Comunista (JC), encabezados por Joel Caro, que se oponía a que el ex secretario de gobernación de Gustavo Díaz Ordaz pisara el Colegio de San Nicolás, desistió del propósito de sabotear el acto ante la franca desventaja en que se encontraban y ante la posición de algunos líderes, como el caso del propio dirigente de la CNED, Rafael Aguilar Talamantes —recientemente excarcelado—, y cuyo movimiento opinaba en favor de la conveniencia del diálogo con el candidato, razón por la cual tuvieron que ceder y proyectaron entonces, “salvar el acto en favor del movimiento estudiantil” haciendo un llamado a guardar un minuto de silencio por los estudiantes caídos en Tlatelolco.

Lograron cumplir con su cometido. Ese muy recordado mediodía del 24 de noviembre de 1969, cuando Echeverría, según el relato de Fausto Zapata, testigo presencial, en tanto coordinador de información de la campaña, ya había bajado de la tribuna y se encaminaba hacia la salida, “apenas había dado unos pasos cuando una voz alta y fuerte gritó: ¡un minuto de silencio por los caídos el dos de octubre! Y la gente se paralizó, se hizo un gran silencio en el patio. Echeverría lo único que hizo fue voltear y gritó aunque no con la fuerza de la primera voz ¡y por todos los caídos ese día! Aludiendo a los soldados que también habían muerto” (p. 78).

Este suceso, puntualiza el autor, causó “un gran impacto y estuvo a punto de cambiar la historia del país” (p. 78), puesto que la alta jerarquía del ejército mexicano exigió sustituirlo como candidato a la Presidencia de la República, y aunque Díaz Ordaz no cedió, fueron quizá las 24 horas más largas de la campaña electoral de Echeverría.

En el capítulo segundo, “Entre la apertura democrática y la tendencia guerrillera, 1970-1976”, Sánchez Amaro se centra fundamentalmente en analizar la disyuntiva que le había trazado el régimen autoritario mexicano al movimiento estudiantil nacional, después de la represión del 2 de octubre de 1968: aceptar la apertura democrática ofrecida por Echeverría Álvarez o abrazar la crítica de las armas.

Desde el capítulo anterior, por lo que respecta a la opción guerrillera, Sánchez Amaro muestra cómo una vanguardia estudiantil nicolaita, considerando que la opción política estaba cerrada después de la actitud represiva del régimen de Arriaga Rivera y confirmada con creces por Díaz Ordaz, decidieron integrarse a la organización guerrillera denominada Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR). De hecho, un gran número de nicolaitas integraron la columna vertebral de este grupo armado al que se llegó a conocer por lo mismo, como la “guerrilla nicolaita”. A lo largo de este segundo capítulo, el autor analiza cómo, ante la dispersión y confusión que sufrió el movimiento estudiantil democrático en el seno de la Universidad, pequeños grupos de estudiantes, varios de ellos moradores de las casas del estudiante, seducidos por las ideas foquistas muy divulgadas a raíz del triunfo de la Revolución Cubana, se enrolaron en este y otros grupos guerrilleros que comenzaron a proliferar por todo el país. Particularmente después de que corroboraron —según su concepción—, con la masacre del jueves de corpus el 10 de junio de 1971, que la opción institucional estaba cerrada, la desesperación se apoderó de estas vanguardias juveniles, quienes ante su osado propósito de instaurar un sistema socialista en nuestro país, recibieron del Estado mexicano, la respuesta represiva sin límites y sin respeto a los más elementales derechos humanos, conocida como “la guerra sucia”: detención clandestina, tortura (física y psicológica), ejecuciones extrajudiciales, y desaparición forzada (como fue el caso de la familia Guzmán Cruz).

La otra vertiente, la mayoritaria, adoptó la postura de seguir luchando por la vía institucional, con una perspectiva democrática y popular, es decir, enlazando sus movimientos con las masas populares y por recuperar lo que les había sido arrebatado por medio de la acción represiva del gobierno de Arriaga Rivera en el otro octubre mexicano, el de 1966 aquí en Morelia.

Esta tendencia conocida con el mote de “los aperturos”, con sus necesarios matices en su conformación, se enfocó a la recuperación de los apoyos a la educación popular vía los albergues estudiantiles, la reforma a la Ley Orgánica, para impulsar la democratización de la vida universitaria, la reapertura de las carreras que contenía la clausurada Facultad de Altos Estudios “Melchor Ocampo”, y desde luego, la defensa de los intereses populares como la oposición constante al incremento de las tarifas al transporte urbano, entre otras cosas.

A la par, ante la decadente organización estudiantil basada en el verticalismo de las federaciones estudiantiles y el consecuente naufragio de la FEUM, con el incremento del porrismo y la cooptación de sus dirigencias por parte de las burocracias estatales y universitarias —ejemplo de ello fue el viaje a China de uno de sus máximos dirigentes a invitación del Presidente Echeverría Álvarez—, se impuso una nueva modalidad organizativa, resumida en la consigna: “Mueran los dirigentes, vivan las bases” (p. 160). De esta manera, se fue separando del aperturismo oportunista y servil, una corriente democrática que para decirlo en palabras del autor de esta obra, superara la situación en que estaba inmersa: “en una práctica de activismo, muchas veces espontáneo e inmediatista y con un marcado acento antigobiernista” (p. 169).

Dicha corriente, alimentada principalmente por activistas de las casas del estudiante, darían forma al Comité Universitario en Lucha, bajo un nuevo modelo organizativo de participación y dirección horizontal, al influjo de las corrientes de la “izquierda revolucionaria”, que a nivel nacional venían impulsando la creación de este tipo de organismos, significando un gran paso en el afán de superar la etapa de reflujo en que estuvo sumido el movimiento estudiantil nicolaita desde 1966 y hasta mediados de la década de 1970.

La recuperación organizativa del estudiantado nicolaita democrático, coincidió con la designación por parte de la Junta de Gobierno, en abril de 1974, del Dr. Luis Pita Cornejo como rector, en sustitución de Melchor Díaz Rubio, por lo que, desde las Casas del Estudiante se organizó la oposición a este nombramiento, al que consideraban una imposición, y aunque no lograron revertir el hecho consumado, le arrancaron al nuevo funcionario el compromiso de elaborar un proyecto de reforma a la Ley Orgánica vigente, mismo que materializaron y del cual hay que destacar en su contenido el establecimiento de un Consejo Universitario paritario como máxima autoridad, y por ende, la desaparición de la Junta de Gobierno, sólo que el proyecto, una vez que estuvo en poder del ejecutivo local, lo retuvo sin turnarlo al Congreso del Estado.

El capítulo tercero, “Pálidas banderas: la dispersión y resistencia del movimiento estudiantil 1976-1982”, el autor analiza las condiciones que llevaron a la rectoría al médico Genovevo Figueroa Zamudio, ex dirigente de la FEUM, durante el rectorado de Eli de Gortari, señalando que el gobernador Carlos Torres Manzo, al contar con una perspectiva clara de los grupos y corrientes que actuaban al interior de la Universidad, optó por apoyar un liderazgo joven y con un perfil progresista y democrático, pero alejado de las peligrosas tendencias izquierdistas radicales. Explica que el movimiento estudiantil, a la llegada del Dr. Figueroa Zamudio, a pesar del impulso recibido desde las Casas del Estudiante y con la conformación del Comité Universitario en Lucha, no contaba con la fortaleza y la capacidad de convocatoria que había mostrado anteriormente.

De cualquier modo, a partir de este momento, contando con la comprensión y el apoyo tácito del nuevo rector, el movimiento estudiantil vivió una nueva etapa en su gradual recuperación, abanderando la lucha por la extensión de los apoyos asistenciales a los estudiantes de escasos recursos, consolidando y abriendo nuevos albergues estudiantiles. Esta expansión, sin embargo, recibió el rechazo de un sector de la población “acomodada” de la ciudad de Morelia, quienes exigían el cierre de las Casas del Estudiante, aprovechando la cruzada nacional operada por el nuevo Presidente de la República José López Portillo, quien decretó el cierre de las mismas en la ciudad de México; no obstante, apoyados por el rector resistieron la embestida.

Con todo, el movimiento estudiantil democrático y progresista no terminaba por superar la atomización y la dispersión en que estaba inmerso, en ello tuvo que ver en gran parte el fenómeno de la masificación de la enseñanza, misma que ante la imposibilidad institucional, de dar cabida a la creciente demanda, el rector Figueroa, a través del Consejo Universitario estableció una serie de medidas restrictivas al ingreso de los estudiantes provenientes de otros estados y egresados de preparatorias ajenas a la Universidad, lo que incrementó el Movimiento de Aspirantes y Rechazados (MAR), que año con año se venía presentando, desencadenando un conflicto entre los “estudiantes foráneos” y los locales que defendía la postura de su rector; igualmente la necesidad de más albergues, movilizó a otras corrientes estudiantiles como la perteneciente a la Federación Nacional de Organizaciones Bolcheviques (FNOB), filial estudiantil de Antorcha Campesina quienes comenzaron a crear las Casas del Estudiante “Espartaco”, que chocaron de inmediato ideológicamente con las Casas del Estudiante que luego se aglutinarían en torno a la Coordinadora de Universitarios en Lucha (CUL). Al mismo tiempo estas y otras organizaciones políticas —particularmente de la llamada “nueva izquierda revolucionaria”—, promovieron al interior de la Universidad sus filiales estudiantiles, con lo cual el ambiente político a nivel general de la institución, pero sobre todo al interior de los planteles que la conformaban, se enrareció y complicó, dando como resultado una serie de conflictos en varias de ellas que “ensombrecieron” la última parte del rectorado de Dr. Figueroa Zamudio.

En medio de esta cascada de conflictos, se mantuvo en el interior de las escuelas la lucha por la democratización de la vida universitaria, demandando y aplicando en los hechos la conformación de los consejos técnicos paritarios y la asamblea general conjunta como el órgano máximo de gobierno de sus planteles.

Todo ello dejaba de manifiesto la necesidad impostergable de reformar la legislación universitaria, pero la ausencia de un organismo que aglutinara al confundido, disperso y atomizado movimiento estudiantil, hacía prácticamente imposible que esto se consiguiera en un corto tiempo y así se dio paso al inicio de un nuevo rectorado, el del Lic. Fernando Juárez Aranda, periodo durante el cual, aunque no se superó la situación crítica del movimiento estudiantil, se fue gestando esa nueva organización estudiantil que aglutinaría al movimiento estudiantil progresista: La Coordinadora de Universitarios en Lucha (CUL), pero de esa parte de la historia ya no se ocupa Sánchez Amaro, por estar fuera del periodo cronológico que abarca su estudio.

Sin duda esta obra sobre el movimiento estudiantil nicolaita durante el periodo que va de 1967 a 1982, al profundizar en sus motivaciones, en su organización, en sus sustentos ideológicos, en sus métodos de lucha y en sus liderazgos, permite valorar en su justa dimensión sus contribuciones al desarrollo institucional y al movimiento social michoacano.

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