En Inglaterra se ha identificado una nueva cepa de COVID-19, probablemente por mutación genética, lo que puede explicar el rebrote de la pandemia y la gran mortalidad en Europa o, al menos, en dicho país. Aparentemente apareció desde septiembre de 2020, pero la mayor manifestación clínica y epidemiológica se observó después. La nueva cepa ha sido denominada VUI-202012/01, ya que fue la primera variante investigada en diciembre de 2020. Public Health England notificó que al 13 de diciembre se habían identificado 1108 casos con la nueva variante en el sur y este de Inglaterra. Se indicó que el virus sería más difícil de controlar si se propagaba más rápido, dado que más personas se enfermarían en un periodo más corto.1,2
La Organización Mundial de la Salud aconseja a todos los países que aumenten la secuenciación de los virus SARS-CoV-2, siempre que sea posible, compartan datos a nivel internacional e informen si se encuentran las mismas mutaciones preocupantes. Es clave detener la propagación en su origen, por lo que es necesario continuar con todas las medidas sociales y de salud pública básicas que funcionan. Cuantas más personas se vacunen, más se reducirá la circulación del virus y disminuirá su potencial de nuevas mutaciones y variantes.3
La vacuna funciona porque el cuerpo se expone a una sección del código genético del virus (antígeno del pico o espícula), para que el sistema inmunológico despliegue sus mecanismos de defensa. Es poco probable que un solo cambio en COVID-19 disminuya la efectividad de este proceso; sin embargo, podría suceder que con el tiempo se produzcan más mutaciones, como ocurre cada año con la gripe secundaria al virus de la influenza.4