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Foro internacional

versão impressa ISSN 0185-013X

Foro int vol.57 no.1 Ciudad de México Jan./Mar. 2017

 

Reseñas

Froylán Enciso, Nuestra historia narcótica: pasajes para (re)legalizar las drogas en México

Gema Santamaría

Enciso, Froylán. Nuestra historia narcótica: pasajes para (re)legalizar las drogas en México. México: Debate, 2015.


El más reciente libro del historiador y periodista Froylán Enciso presenta una serie de historias escritas desde los bordes, desde aquellos lugares que han sido negados o invisibilizados por una suerte de “historia oficial” acerca de las drogas y su criminalización en México. En este libro, Enciso ofrece no una sino diversas historias sobre el narcotráfico que dan cuenta de los muy distintos grupos sociales y políticos que han sido protagonistas, a lo largo del siglo XX y hasta el día de hoy, del consumo, cultivo, tráfico y criminalización de las drogas.

El título, orientado a la primera persona del plural, sugiere ya un rompimiento con una narrativa que ha tendido a representar la problemática de las drogas y del narcotráfico en México como un fenómeno que concierne a “otros”. Entendido ya sea como un problema de consumo que sólo aqueja al vecino del norte, Estados Unidos, o como un problema de cultivo y tráfico del que son responsables solo unos cuantos “bandidos” o “malhechores” que rompieron el contrato social en México, las drogas han sido hasta hoy entendidas como un fenómeno ajeno, como un mal al que es posible extirpar como si se tratase de una presencia externa o marginal.

Con Nuestra historia narcótica, Enciso pone de cabeza esta narrativa. Deja claro que ésta no es una historia ajena, sino una historia propia que puede y debe contarse desde el corazón mismo de nuestra cultura política y desde la trayectoria de los placeres, saberes, miedos y exclusiones forjados en México a propósito de las drogas. Es una historia que, aunque de carácter global y construida a partir de redes y complicidades transnacionales, tiene una innegable raíz interna.

En esta historia, México deja de ser un país dividido en víctimas y victimarios para convertirse en un país en el que consumidores, productores y traficantes se encuentran lo mismo en los rincones de los barrios y mercados populares que en las zonas más exclusivas y fortificadas de los grandes centros urbanos; una historia en la que las biografías de jóvenes bohemios, yuppies emprendedores, políticos distinguidos y empresarios destacados conviven y se desarrollan junto a las historias de vida de pequeños y grandes narcotraficantes, prominentes militares y policías extorsionistas.

Esta historia carece así de antagonistas, de villanos en los cuales podamos depositar de manera clara las frustraciones y desavenencias que ha traído consigo la llamada “guerra contra las drogas”. Carece, asimismo, de héroes, si por ello entendemos la presencia de personajes que puedan de manera cuasiextraordinaria salvar al país de la vorágine de violencia que lo aqueja actualmente. Ahí radica la tenacidad y quizás el desasosiego que trae consigo este libro. Frente a una historia “oficial” escrita a partir de supuestos héroes y villanos, Enciso ofrece una historia contada desde las entrañas mismas de la historia social y del andamiaje político de México; una historia en la cual se tejen múltiples responsabilidades que incluyen no solamente a supuestos criminales, sino a empresarios, políticos y ciudadanos de a pie. En otras palabras, Nuestra historia narcótica ofrece nada más y nada menos que un espejo frente al cual quedan reflejados los miedos, desigualdades, puritanismos y búsquedas de la sociedad mexicana.

Leer una historia así no es fácil. No hay redención al final de una historia de este tipo, lo cual no quiere decir que no exista esperanza. En éstas, nuestras historias narcóticas, Enciso encuentra y comparte algunas claves fundamentales para construir una relación más responsable y menos destructiva con las drogas.

Al trazar la historia, desigual y contradictoria, de la legalización y criminalización de las drogas en México, Enciso en primer lugar “desnaturaliza” la criminalización. Es decir, nos muestra que la criminalización no es ni un proceso natural ni inevitable, sino un proceso histórico, construido a base de decisiones políticas, cálculos económicos, batallas científicas y miedos colectivos. En tanto histórico, el proceso puede ser, si no revertido, sí revisitado a la luz de aquellos momentos en los que las drogas no eran un tema de policías y jueces, mucho menos de militares en México, sino un tema en todo caso de salud pública, sujeto a consideraciones médicas y a intervenciones estatales en materia de atención, prevención y reinserción.

Pero Enciso va más allá. A la luz de una posible -aunque aún lejana- re-legalización de las drogas en México y de la reinscripción del enfoque de salud en el quehacer público, Enciso se refiere a la posibilidad de incorporar en el debate los usos recreativos y lúdicos de las drogas. En este sentido, Enciso va más allá del marco de la “medicalización” o “securitización” del fenómeno, dos regímenes que a decir del historiador francés Michel Foucault giran alrededor de dos sistemas de control, uno disciplinario, otro punitivo, expresados en los espacios sociales del hospital y la cárcel. Sin negar la importancia del enfoque de salud pública, Enciso pone así sobre la mesa un registro distinto: el de lo placentero o lo fantástico; un registro que abre la posibilidad de repensar nuestra relación con el fenómeno de las drogas desde una posición que demanda madurez y responsabilidad, y que desplaza la lógica del estereotipo y la culpa.

Enciso traza además una historia de responsabilidades compartidas con y frente a Estados Unidos. En Nuestra historia narcótica el vecino del norte aparece desde el inicio como un polo que de manera innegable ha, mediante la hegemonía velada o la coerción abierta, marcado los vaivenes de las políticas prohibicionistas en México. Desde principios del siglo XX y con mayor énfasis desde la llamada “guerra contra las drogas” declarada en 1971 por el presidente Richard Nixon, Estados Unidos ha buscado expandir e imponer un régimen antidrogas que privilegia un enfoque prohibicionista, reactivo y punitivo; en el interior, a partir de la criminalización y encarcelamiento masivo de minorías raciales y clases populares; en el exterior, a partir del control de la oferta mediante incursiones militares, destrucción de cultivos, y programas de asistencia y cooperación bilateral. En términos de política exterior, Estados Unidos ha logrado así sostener un discurso que hace de las drogas “el enemigo número uno” de los hogares estadounidenses, al mismo tiempo que justifica una guerra que debe -paradójicamente- hacerse fuera de casa.

No obstante, como dijimos ya, ésta no es una historia de villanos y víctimas. Enciso da cuenta de las políticas unilaterales y arbitrarias de Estados Unidos, pero nos habla también de una clase política y empresarial mexicana que ha hecho del ejercicio de la fuerza y de la impunidad selectiva un método recurrente para avanzar sus intereses. Una clase política que mientras se rinde al discurso totalizante de criminalización de las drogas de Estados Unidos, promueve en la práctica una política selectiva y diferenciada que castiga a elementos marginales, subversivos e insurrectos, mientras promueve y protege los intereses de empresarios y políticos que se benefician del negocio de las drogas. A la luz de esta historia, México y sus élites posrevolucionarias están lejos de aparecer como actores pasivos que simplemente reciben y reproducen el mandato estadounidense. Son, en cambio, protagonistas de una historia propia en la que, sin dejar de lado la importancia del régimen internacional y de la hegemonía estadounidense, se ha promovido una versión vernácula del prohibicionismo con tintes de autoritarismo político y de discriminación económica y racial. La política antidrogas en México, como tantas otras políticas de control, se ha constituido así en un instrumento predilecto de una élite que se proyecta moderna y legalista al exterior, al mismo tiempo que reproduce violencias e ilegalidades a nivel doméstico.

En esta historia de responsabilidades compartidas, Enciso subraya la necesidad de pensar de manera seria y urgente en mecanismos de reparación y justicia centrados en las víctimas de una larga y cruenta guerra contra las drogas promovida por Estados Unidos, por México y por un régimen internacional prohibicionista. Enciso propone así “la articulación de políticas y formas de movilización social que garanticen la reparación del daño en comunidades y Estados que han sido afectados por las violaciones soberanas y de derechos humanos durante más de un siglo de guerra contra las drogas”. Para ello, afirma, se requiere impulsar la conformación de una comisión de la verdad que permita establecer los daños y reparaciones que debería promover el Estado mexicano frente a las víctimas; una comisión que no esté fundada en un entendimiento de justicia como venganza sino como verdadera restitución del daño y recomposición del tejido social en la ciudadanía y frente al Estado. Se requiere también, dice Enciso, impulsar una suerte de “Plan Marshall” apoyado por Estados Unidos y la comunidad internacional que coadyuve a reconstruir economías y formas de subsistencia que han sido impactadas por la destrucción de cultivos, la pérdida de vidas y el desplazamiento forzado de familias enteras a causa de la guerra contra las drogas.

La marcha hacia la reconstrucción de sociedades golpeadas no sólo por el narcotráfico y sus violencias, sino por la guerra contra las drogas y sus efectos perniciosos, es larga y necesariamente compleja. Entre estas posibles rutas o alternativas al régimen prohibicionista, Enciso se refiere a la legalización, pero no como panacea o como bala de plata, sino como una alternativa que tendría que dialogarse, socializarse e implementarse a sabiendas de que habrá contradicciones y obstáculos no sólo de carácter político, sino también sociocultural y comunitario. Y es que ésta, nuestra historia narcótica, marcada por la criminalización y la fabricación de culpables imaginados siempre como “otros”, ha hecho mella en una sociedad ávida de simplificar la realidad social en narrativas maniqueas y predecibles; una sociedad que de manera creciente percibe la violencia como un fenómeno arbitrario, impredecible, y que -ahora sí- puede potencialmente impactar la vida de todos.

A propósito de la violencia, la cual aparece en Nuestra historia narcótica como un instrumento que subyace tanto a la guerra contra las drogas como a los mecanismos de gobernanza y control social del México posrevolucionario, el libro abre una serie de interrogantes. ¿A partir de cuándo vemos esta violencia vinculada a las drogas de manera más cruenta y sistemática? ¿Cuándo es que esta violencia, promovida no sólo desde arriba y desde el centro sino desde abajo y desde los márgenes, adquiere los niveles de espectacularidad y “horrorismo” que vemos hoy en día? ¿Cuál es el punto de inflexión que hace esta violencia no sólo posible sino deseable dentro de una economía política que había privilegiado el plomo como moneda de cambio? Tenemos hasta hoy distintas hipótesis que apuntan a la mayor competencia entre los carteles mexicanos, los efectos inesperados de la guerra contra las drogas o incluso a un proceso de democratización que hizo de la corrupción un método cada vez menos fiable para asegurar las ganancias criminales. En esta obra, Enciso da algunas luces. El autor subraya, por ejemplo, la importancia de los cambios en el precio de las drogas en el mercado global y su impacto en México. No obstante, entre líneas me parece que se vislumbra una interpretación aún más importante; una interpretación que empieza a dilucidar no sólo la dimensión numérica sino simbólica de las violencias que experimenta el país hoy en día y que cobra sentido en los vaivenes culturales y políticos de la historia de las drogas y su criminalización en México.

En Nuestra historia narcótica, Froylán Enciso escribe como historiador, como periodista y como activista comprometido, pero escribe, sobre todo, como un ciudadano más que como muchos en México despertamos un día en un país en guerra, en un país en el que a un número inaceptable de muertes se une una larga lista de desaparecidos, torturados y desplazados. En este libro leemos así una serie de narrativas que buscan darle sentido a una historia que lejos de ser inevitable, ha sido y puede ser reimaginada, reconstruida y de alguna manera reescrita. Desde la historia, pasando por las relaciones internacionales y las ciencias sociales, el libro de Enciso ofrece una lectura indispensable para repensar a México en su laberinto narcótico contemporáneo.

Gema Santamaría

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