El libro IX de las Vidas de Diógenes Laercio es una de las pocas fuentes para el estudio del movimiento escéptico, en particular de la vertiente pirrónica, durante la Antigüedad helenística:2 los recuentos biográficos de Pirrón y Timón son documentos preciosos sobre la actitud de los escépticos hacia la vida y su compromiso con el saber. Sin embargo, el libro IX no contiene sólo a estos pensadores, unánimemente considerados escépticos, sino que agrupa una diversidad de personalidades que no han sido calificados, stricto sensu, como escépticos por la tradición filosófica.
Los problemas que surgen de esa reunión particular resultan sensibles a la hora de comprender la estructura lógico-argumentativa del texto de Diógenes a nivel macro y supratextual: por un lado, es preciso resolver las implicaciones que tiene tal sucesión de filósofos en la estructura lógica del libro IX, lo que eventualmente podría ayudar a una comprensión, a mayor escala, de la obra en su totalidad. Por otro lado, es menester proporcionar una explicación sobre la articulación que existe entre este trabajo doxográfico particular que realiza Diógenes a nivel interno, con el fin de explicar el encadenamiento que presuntamente hay entre los pensadores que componen un libro.
Mi exploración va a centrarse más en criterios de orden filológico y no tanto filosófico. Las razones son variadas, pero tienen que ver, sobre todo, con el hecho de que resulta muy complicado argumentar a favor de una razón filosófica que justifique la posición de Heráclito en el libro IX, cuando no se cuenta con mayor información sobre las intenciones filosóficas de Diógenes Laercio mismo. Sin embargo, las relaciones de Heráclito con la escuela escéptica no son un misterio. Hay estudios al respecto que se basan en testimonios un poco más sustanciosos filosóficamente, como la obra de Sexto Empírico, de quien conservamos tratados completos: Los Esbozos Pirrónicos y la colección de libros conocidos como Adversus Mathematicos.3
Dado que en esta ocasión me concentraré sólo en el testimonio laerciano, en un primer momento expondré el problema estructural que supone la inclusión de Heráclito en el libro IX, procurando recuperar los elementos textuales que considero relevantes y marca propia de la actitud de Diógenes Laercio hacia Heráclito. A continuación, presentaré esos elementos como los componentes de una lectura que podría explicar el lugar de Heráclito no nada más en el libro IX, sino también a la cabeza del mismo.
Las sucesiones que no corresponden
En un artículo de 1992, Fernanda Decleva Caizi hace frente a la rareza que supone el particular catálogo de filósofos escépticos en la obra laerciana. Decleva, en realidad, elabora una suerte de inventario de los retos que ofrece este libro al interior de la obra como una totalidad, y proyecta algunas posibles soluciones.4
Lo primero sobre lo que llama la atención es el hecho de que el listado de pensadores recogidos en el libro IX presenta una discrepancia con respecto al plan general que Diógenes había trazado en el libro I (13, 6), al agrupar a los filósofos en dos corrientes o sucesiones: una jónica y una itálica (Decleva 1992, p. 4218). En relación con la itálica, Diógenes había listado, de los pensadores que se localizan en el libro IX, a Jenófanes, Parménides, Zenón de Elea, Leucipo, Demócrito y otros que desembocan en Epicuro (libro X). Entre el libro VIII, donde se encuentra Pitágoras, y el libro X, consagrado a Epicuro, está inserto el libro IX en el que se halla una parte de la corriente itálica. Con todo, la sucesión no está completa y, además, incluye a otros personajes tan célebres como Heráclito y Pirrón. En una sucesión transmitida por Clemente de Alejandría y Eusebio de Cesarea, Decleva descubre la explicación para que aquí se localicen Pirrón, Anaxarco y Protágoras, pero no Heráclito.
Buscar una explicación en las sucesiones reportadas por otras tradiciones interpretativas es, ciertamente, una manera de encontrar una solución para la dificultad que supone el libro IX en el engranaje global de la obra laerciana. En efecto, de esta manera se puede dar cuenta del origen de tal configuración o de la posible influencia de la que se nutrió el doxógrafo en la composición de dicho libro: Diógenes de hecho está haciendo una defensa de la filosofía para que no sea confundida con una superstición,5 y es natural que en ese proyecto emplee todas las fuentes posibles a su disposición.
Sin embargo, el doxógrafo no parece estar meramente copiando y pegando el material consultado. Esta apropiación de textos está dispuesta según los criterios clasificatorios que, con seguridad, le proporcionan las sucesiones. No obstante, en el mismo prólogo a la obra, Diógenes presenta otros criterios clasificatorios empleados, como el haber o no escrito una obra (I, 16, 171), ser llamados con toponímicos (I, 17, 179), incluso costumbres y rasgos de carácter (I, 17, 182). También declara explícitamente que utiliza otros criterios clasificatorios que no son estrictamente historiográficos, sino filosóficos. Los más evidentes son aquel que distingue filósofos de acuerdo con una suerte de rasgos metodológicos, como ser refutadores o analogistas (I, 17, 186), y aquel que establece la distinción entre filosofía natural, ética y dialéctica (I, 17, 187). Pero aún hay otro, mucho más interesante para los propósitos de esta exploración, pues el doxógrafo marca ideológicamente sus biografías afirmando además que los filósofos se clasifican en dos corrientes:
τῶν δὲ φιλοσόφων οἱ μὲν γεγόνασι δογματικοί, οἱ δ’ ἐφεκτικοί· δογματικοὶ μὲν ὅσοι περὶ τῶν πραγμάτων ἀποφαίνονται ὡς καταληπτῶν· ἐφεκτικοὶ δὲ ὅσοι ἐπέχουσι περὶ αὐτῶν ὡς ἀκαταλήπτων (I, 16, 168-171).
Entre los filósofos se encuentran los dogmáticos y los escépticos. Los dogmáticos son cuantos hacen declaraciones sobre los hechos como susceptibles de ser conocidos; los escépticos son cuantos suspenden el juicio sobre éstos considerándolos incognoscibles.6
Entonces, la única respuesta a la disposición de pensadores en las Vidas no es sólo una cuestión de sucesiones, sino que también hay un criterio filosófico.7 La descripción de este criterio clasificatorio en pensadores dogmáticos y escépticos es, básicamente, una declaración epistemológica: los juicios que hacen los dogmáticos implican que el conocimiento sobre las cosas es posible. Así, éstos formarían teorías acerca del mundo y los eventos que allí se presentan con carácter explicativo, asumiendo la suficiencia de las mismas para establecer qué y cómo son las cosas. Los escépticos, en cambio, evitarían realizar este tipo de juicios por estar convencidos de que dicho conocimiento es imposible.
La pregunta que hay que hacerse es qué tanto puede Diógenes armonizar las sucesiones heredadas de los historiadores con la distinción filosófica que presenta. Más aún, habría que preguntarse si alguno de estos criterios clasificatorios tiene prioridad por encima de otro. Como se veía a partir de las sugerencias de Decleva Caizzi, las sucesiones parecen darle estructura a la obra laerciana, hasta que se llega al libro IX. ¿Será posible, entonces, que las sucesiones como criterio organizativo sean suspendidas para emplear la distinción dogmáticos-escépticos? Si este fuera el caso, ¿encontraría la posición de Heráclito una razón de ser a la luz del criterio filosófico?
El caso de Heráclito
La postura de Heráclito en el panorama intelectual de la Antigüedad, a pesar de su manifiesta fama, no es fácil de precisar. Si bien es un pensador que siempre ha gozado de mucha reputación y es uno de los presocráticos de los que más fragmentos se conservan, la doxografía y los testimonios no siempre resultan suficientes por sí mismos para entender las influencias que hubo sobre él mismo o la proyección que su figura tuvo sobre otros pensadores antiguos. Establecer líneas de sucesión en el caso del pensador efesio es, en verdad, un trabajo que no parece simple. En realidad, no se comete ninguna transgresión si se afirma que Heráclito es un pensador sin maestro y sin discípulos.8
Es el único personaje listado en el libro IX que no se encuentra en ninguna de las sucesiones que podrían funcionar como plan de trabajo para la labor doxográfica de Diógenes (Decleva 1992, p. 4220). Sin embargo, el hecho de que no cuente con una anticipación semejante no quiere decir que no esté anticipado en lo absoluto. En efecto, en la línea inmediatamente precedente a la vida de Heráclito,9 al final del libro VIII consagrado a los pitagóricos, Diógenes afirma:
ἐπειδὴ περὶ τῶν ἐλλογίμων Πυθαγορικῶν διεληλύθαμεν, νῦν ἤδη περὶ τῶν σποράδην, ὥς φασι, διαλεχθῶμεν. λεκτέον δὲ πρῶτον περὶ Ἡρακλείτου (VIII, 91, 1-3).
Puesto que sobre los célebres pitagóricos ya hemos tratado completamente, ahora tratemos sobre los, como dicen, “esporádicos”. En primer lugar se ha de hablar sobre Heráclito.
Como correctamente anota Decleva (1992, p. 4223), esta apelación no es incidental. La calificación cubre también a Jenófanes, quien de hecho sigue en la lista a Heráclito, cerrando convenientemente el tándem una vez que termina la exposición de este último:
γέγονε δὲ καὶ ἄλλος Ξενοφάνης Λέσβιος ποιητὴς ἰάμβων. καὶ οὗτοι μὲν οἱ σποράδην (IX, 20, 39-41).
Hubo también otro Jenófanes, lesbio, poeta de yambos. Y éstos son los esporádicos.
En pocas palabras, no cabe la más mínima duda de que los dos filósofos a los que Diógenes califica de “esporádicos” son Heráclito y Jenófanes, puesto que son quienes se encuentran encerrados por la doble aparición del peculiar calificativo.10 Ahora bien, ¿qué significa el calificativo?
En su artículo, Decleva explica la posible función de dicho apelativo de dos maneras: que la calificación patrocine el ingreso de Heráclito en este libro dado que (i) no está anticipado en la sucesión inicial, mientras que Jenófanes sí, entre otras cosas porque (ii) Heráclito tampoco tenía que ver mucho en dicha clasificación. La mención al efesio en una sucesión itálica sería, en efecto, inútil, pues es claro que él es jonio. Pese a todo, esta solución parece ser brevis, sed non melior. La razón es evidente: explicaría la presencia de Heráclito, mas no su inclusión en dicha posición particular, por lo que la hipótesis no proporcionaría una razón que resultara elocuente sobre la estructura del libro como un todo. Además, de aceptarse, la causa de la posición de Heráclito en la cabecera del libro IX obedecería simplemente al hecho de que, siendo Jenófanes un filósofo “esporádico” quien, por ventura, sigue a la sucesión de pensadores que conforman el libro VIII, quedaba mejor acompañado de otro “esporádico”.
Pero, ¿sería suficiente aceptar que la importancia que tiene Heráclito en la obra de Diógenes no es más que eso? No parece que sea fácil aprobar esa salida, entre otras razones, porque no resultaría claro por qué Diógenes tuvo entonces algún motivo para dedicarle tanta extensión a un filósofo innecesario. En el mismo libro IX hay biografías que no cuentan con tanto desarrollo como la de Meliso (IX, 24) o la de Diógenes de Apolonia (IX, 57), ambas con apenas un parágrafo; también hay grandes nombres como Parménides (IX, 21-23) de los que apenas se dice alguna cosa. El propio Jenófanes (IX, 18-20), el otro “esporádico”, queda eclipsado frente a su compañero Heráclito (a quien se le dedican 17 parágrafos), a pesar de que el pensador de Colofón sí es parte de la sucesión itálica que da forma a las clasificaciones laercianas. Éste, que por supuesto es un criterio más que nada supratextual, parece ser suficiente evidencia de que la solución no puede ser tan escueta. La única opción es buscar en el texto mismo.
Heráclito entre los “escépticos”
En la vida de Pirrón, Diógenes Laercio explica lo que desde un cierto punto de vista hace a un pensador “escéptico”:
οὗτοι πάντες Πυρρώνειοι μὲν ἀπὸ τοῦ διδασκάλου, ἀπορητικοὶ δὲ καὶ σκεπτικοὶ καὶ ἔτι ἐφεκτικοὶ καὶ ζητητικοὶ ἀπὸ τοῦ οἷον δόγματος προσηγορεύοντο. ζητητικὴ μὲν οὖν φιλοσοφία ἀπὸ τοῦ πάντοτε ζητεῖν τὴν ἀλήθειαν, σκεπτικὴ δ’ ἀπὸ τοῦ σκέπτεσθαι ἀεὶ καὶ μηδέποτε εὑρίσκειν, ἐφεκτικὴ δ’ ἀπὸ τοῦ μετὰ τὴν ζήτησιν πάθους· λέγω δὲ τὴν ἐποχήν· ἀπορητικὴ δ’ ἀπὸ τοῦ †τοὺς δογματικοὺς ἀπορεῖν καὶ αὐτούς δέ†. Πυρρώνειοι δὲ ἀπὸ Πύρρωνος. Θεοδόσιος δ’ ἐν τοῖς Σκεπτικοῖς κεφαλαίοις11 οὔ φησι δεῖν Πυρρώνειον καλεῖσθαι τὴν σκεπτικήν· εἰ γὰρ τὸ καθ’ ἕτερον κίνημα τῆς διανοίας ἄληπτόν ἐστιν, οὐκ εἰσόμεθα τὴν Πύρρωνος διάθεσιν· μὴ εἰδότες δὲ οὐδὲ Πυρρώνειοι καλοίμεθ’ ἄν. πρὸς τῷ μηδὲ πρῶτον εὑρηκέναι τὴν σκεπτικὴν Πύρρωνα μηδ’ ἔχειν τι δόγμα. λέγοιτο δ’ ἂν τι<ς> Πυρρώνειος ὁμοτρόπως (IX, 69, 107-70, 121).
Todos ellos son llamados “pirrónicos” por su maestro, pero también “aporéticos” y “escépticos” e incluso “suspensivos” e “indagadores”, por como llaman su doctrina, por así decirlo. Así pues, esta filosofía es indagadora por estar permanentemente indagando la verdad; escéptica, por estar siempre investigando y nunca encontrar; suspensiva, por la afección que sigue a la indagación, me refiero a la suspensión del juicio; aporética, por los dogmáticos también producir aporías (sic).12 Teodosio, en sus Capítulos escépticos, dice que no hay que llamar pirrónica a la filosofía escéptica, pues si el movimiento del pensamiento en el otro es inaprehensible, no conocemos la disposición de Pirrón y, al no conocerla, no podríamos tampoco llamarnos pirrónicos. Además, Pirrón no fue el primero en descubrir la filosofía escéptica y no tenía doctrina alguna. Pero podría decirse “con un modo de vida semejante al de Pirrón”.13
Entre las cosas que llaman la atención de este pasaje es que Diógenes no es ingenuo: sabe que el escepticismo no se reduce a Pirrón, conoce las dificultades de llamarle al escepticismo “filosofía” y hace énfasis en que cuando se habla de Pirrón y su legado la referencia cae sobre el modo de vida. Ahora bien, ¿qué anticipa esta aclaración por parte del doxógrafo? Inmediatamente después Diógenes empieza a referirse a aquellos que también podrían llamarse escépticos. Los parágrafos 72 y 73 enumeran una serie de pensadores y sabios que caben dentro de esa clasificación, como una suerte de arqueología del escepticismo o galería de ancestros.14 Es importante notar que hay un criterio que emplea Diógenes para darle unidad a este conjunto, y parece ser el del tipo de expresión de la que se sirvieron.15 Por ejemplo:
ταύτης δὲ τῆς αἱρέσεως ἔνιοί φασιν Ὅμηρον κατάρξαι, ἐπεὶ περὶ τῶν αὐτῶν πραγμάτων παρ᾽ ὅντιν᾽ ἄλλοτ᾽ ἄλλως ἀποφαίνεται καὶ οὐδὲν ὁρικῶς δογματίζει περὶ τὴν ἀπόφασιν. ἐπεὶ καὶ τὰ τῶν ἑπτὰ σοφῶν σκεπτικὰ εἶναι, οἷον τὸ ῾μηδὲν ἄγαν,᾽ καὶ ῾ἐγγύα, πάρα δ᾽ ἄτα᾽· (IX, 71, 122-126).
Algunos dicen que Homero comenzó esta escuela, puesto que él, más que ningún otro, se expresa sobre las mismas cosas diversamente y para nada dogmatiza de manera definida sobre lo que declara. Después, dicen que también las sentencias de los siete sabios son escépticas, como, por ejemplo, “nada en exceso” y “si te empeñas, te arruinas”.16
Como se puede ver, el escepticismo de Homero, en la versión laerciana, consiste en la forma en que se refiere a las cosas: el modo de expresión, tal vez por azar, no es uniforme, es variado, probablemente conscientemente equívoco (ἄλλοτ᾽ ἄλλως). Por este motivo produce la imposibilidad de un compromiso preciso con relación a un juicio que se emite sobre cualquier cosa. Pero Diógenes va más allá con los siete sabios: en este caso lo que le interesa es la máxima. Esta clase de sentencias parecen dirigir hacia ese punto neutro que cierto tipo de filosofía busca alcanzar para no dogmatizar y, por tanto, evitar sufrir la falta de tranquilidad.17
El resto de los ejemplos que proporciona Diógenes podrían ir en la misma dirección: Jenófanes, Zenón y Demócrito,18 todos personajes agrupados en este libro, aparecen cubiertos como autores de una serie de expresiones que recuerdan la imposibilidad de aprehender las cosas, lo que, en efecto, bajo los estándares clasificatorios laercianos, los hace escépticos. Y, por supuesto, también se menciona una expresión de Heráclito:
ἔτι μὴν Ἡράκλειτον, ῾μὴ εἰκῆ περὶ τῶν μεγίστων συμβαλλώμεθα᾽19 (IX, 73, 155-156).
Además Heráclito afirma: “no hagamos azarosamente conjeturas sobre lo más importante”.20
¿Por qué razón el efesio entraría a este selecto grupo precisamente en virtud de esa sentencia? La pregunta surge porque, con exactitud, ese dictum heraclíteo parece ser una invitación a considerar las cosas como “realmente son”, a escucharlas según el lógos, como reza el fragmento B1, lo que sería más indicativo de una actitud dogmática. Sin embargo, desde un cierto punto de vista la sentencia heraclítea también podría señalar que dicha causa representada por el lógos es imposible de conocer, por lo menos bajo las capacidades cognitivas propiamente humanas.
El fragmento B47 transmitido por Diógenes Laercio en la Vita Phyrronis es bastante particular. En primer lugar, el doxógrafo reporta el dictum en una vida diferente a la de Heráclito y sólo lo hace esta vez. De hecho, es uno de los pocos casos en todo el corpus heracliteum en que se tiene un fragmento de fuente única, pues no existen más ocurrencias del mismo. Ahora bien, la atribución del calificativo de “fragmento” a este texto no está fuera de controversia, tanto que estudiosos como Schleiermacher lo rechazan. Con todo, a pesar del voto de confianza que Diels deposita en Diógenes, para la crítica especializada dicho fragmento resulta sospechoso (Marcovich 2001, p. 572).21
Para Marcovich los problemas surgen, sobre todo, a partir de la construcción que exhibe el verbo συμβαλλώμεθα, pues se encuentra en el corpus griego con acusativo, pero jamás con un sintagma introducido por περὶ.22 El argumento parece un poco débil, dada la atropellada transmisión que tiene un fragmento y la misma distorsión que puede ocurrir en el proceso de citación, porque quien cita no está exento de verter el texto en sus propias palabras. En realidad, es posible que las dudas de Marcovich surjan más de Diógenes como transmisor y del aislamiento que esta sentencia en particular presenta con respecto a los demás fragmentos heraclíteos mencionados en el libro. La falta de otras fuentes de texto y de contextos de citación para comparar hacen que en este caso no se pueda reconstruir más allá la discusión de lo que el doxógrafo proporciona.
Pese a todo, todavía se puede intentar darle al fragmento algún contexto a partir de lo reportado en la primera biografía del libro, que tantos problemas supone para comprender la estructura del texto. Por ejemplo, si se presta atención al contenido de la expresión “escéptica” heraclítea, se pueden sacar algunas conclusiones atrevidas, como que establecer juicios respecto de las cosas es una conducta que difícilmente puede ser portadora de la verdad.
Una de las ventajas del estilo del efesio, aquello que también le valió el sobrenombre de “el Oscuro”, del estilo oracular, es que el uso de estrategias lingüísticas crean un efecto gnómico. Por esa razón la sentencia se vuelve casi un mantra: está hecha para que su repetición recuerde la manera adecuada como se debe efectuar el ejercicio filosófico. Pero, además, Heráclito sí está afirmando que existe un conocimiento que se debe perseguir, aquello que se llama “lo más importante”. Que sea posible encontrarlo es otra historia.
La biografía de Heráclito encabezando un libro sobre “escépticos”
La biografía realizada por Diógenes Laercio sobre Heráclito es una de las más extensas del libro IX y aporta material valioso para el estudio del efesio. Desde el parágrafo 1 hasta el 5, el doxógrafo ofrece una serie de noticias sobre la vida de Heráclito que apuntan en especial a crear una imagen del carácter y tipo de vida del pensador: el rasgo más marcado es el de cierta actitud hacia los demás que podría hermanarse con la calificación que, en el caso de Pirrón por ejemplo, es descrita en términos de una indiferencia.
Independientemente de todos los relatos entretenidos que Diógenes pueda reproducir, lo que más interesa en este momento es que recurre a las palabras mismas de Heráclito para generar un retrato del personaje. Con probabilidad, la primera de las citas que hace el doxógrafo puede servir para entender el contexto del fragmento B47:
μεγαλόφρων δὲ γέγονε παρ᾽ ὁντιναοῦν καὶ ὑπερόπτης, ὡς καὶ ἐκ τοῦ συγγράμματος αὐτοῦ δῆλον ἐν ᾧ φησι, ῾πολυμαθίη νόον οὐ διδάσκει· Ἡσίοδον γὰρ ἂν ἐδίδαξε καὶ Πυθαγόρην, αὖτίς τε Ξενοφάνεά τε καὶ Ἑκαταῖον.᾽23 εἶναι γὰρ ῾ἓν τὸ σοφόν, ἐπίστασθαι γνώμην †ὅτε ἡ κυβερνῆσαι† πάντα διὰ πάντων᾽24 (IX, 1, 6-11).
Fue arrogante más que cualquiera y soberbio, como también es evidente a partir de su propio escrito, en el que dice: “la acumulación de conocimientos no enseña inteligencia; pues la habría enseñado a Hesíodo y Pitágoras, y además a Jenófanes y Hecateo”. Pues <dice> que “una cosa es lo sabio, conocer el pensamiento que gobierna todas las cosas a través de todas”.
La descripción de la arrogancia es un rasgo de carácter propio de casi todos los pensadores del libro IX. Sin embargo, es esa manera de ser la que resulta elocuente a la hora de interpretar las líneas del testimonio de Pirrón en donde se convierte al efesio en un precursor de la forma escéptica de hacer filosofía. Heráclito se burla de la opinión general sobre lo que significa la sabiduría, desconfiando del valor epistémico que tienen las enseñanzas de reputados sabios. En cambio se refiere a una sola cosa que sí es sabiduría: aquello de lo cual en el fragmento B47 invita a no tratar con ligereza. Esa sabiduría no está en poder de aquellos a quienes comúnmente se llama sabios: ese rasgo suspicaz se acentúa en la biografía laerciana con el hecho de que se reporte la calidad de autodidacta de Heráclito,25 su condición de “esporádico”.
Hay otro dato que merece resaltarse en la biografía heraclítea. En otros apartados se habló sobre el listado de precursores del escepticismo que aparecen en la Vida de Pirrón y, en particular, se puso atención al énfasis que hace Diógenes en el modo de expresión de dichos pensadores. Cuando se mostró la singularidad de este recurso de autoridad, se esbozó a grandes rasgos cómo el doxógrafo hace hincapié en al menos dos aspectos: por un lado, en la manera nebulosa de expresión, que produce el efecto sorprendente de inducir a pensar en diferentes sentidos posibles para entender lo que el sabio ha dicho. Éste es, por ejemplo, el caso de Homero. La forma de la expresión, por otro lado, también consiste en una suerte de recurso gnómico, como el que le presta el doxógrafo a los siete sabios, o incluso, como ocurre con Demócrito, Empédocles o Zenón, en una negación explícita de la posibilidad de conocer por una falta o deficiencia de la capacidad epistémica humana. En el caso de Heráclito hallamos ambas características: efectivamente, hay una especie de desconfianza en el conocimiento que los demás alegan tener o que se presta a su empeño en conocer el mundo. Pero Diógenes también se refiere en específico a la forma de expresión del efesio:
Θεόφραστος δέ φησιν ὑπὸ μελαγχολίας τὰ μὲν ἡμιτελῆ, τὰ δ᾽ ἄλλοτε ἄλλως ἔχοντα γράψαι (IX, 6, 66-67).
Teofrasto dice que, a causa de la melancolía, escribió unas cosas a la mitad y otras de varias maneras.
Como se puede ver, Diógenes emplea la misma fórmula “ἄλλοτε ἄλλως”, para referirse a los rasgos distintivos de las sentencias heraclíteas, que utilizó en el caso de Homero para justificarlo como iniciador del tipo de “escuela” que es el escepticismo. Esta particularidad del uso del lenguaje impide una conclusión precisa o una interpretación única sobre lo que el pensador, Homero o Heráclito hayan querido decir.26 Si a esto se le suma la citación de expresiones del efesio que tienen una naturaleza semejante27 y el fragmento B47 reportado por el doxógrafo en su arqueología del escepticismo, entonces se puede entender qué razón de ser hay para que Heráclito aparezca en medio de la sucesión itálica.
Conclusión
Si esta hipótesis de lectura resulta válida, parecería que existe una explicación interesante para entender que se incluya a Heráclito en la sucesión de filósofos itálicos o escépticos del libro IX. Se podría pensar que el efesio, más que acompañar a Jenófanes, introduce dos elementos estructurantes de dicho libro, a saber, la naturaleza del modo de vida que Heráclito exhibió y las particularidades de su expresión. Estos dos elementos, entonces, constituirían un patrón que le proporcionaría unidad macrotextual al libro IX. Con todo, como Bett muestra, Jenófanes es una figura importante entre los antecedentes del pirronismo, en especial porque se piensa que escribió versos satíricos de contenido filosófico como Timón (2000, p. 144). Dado que dichos versos funcionan en la medida en que se emplee un cierto uso del lenguaje, Jenófanes compartiría de manera decidida dicha particularidad. Esto en cierta forma también podría explicar en qué sentido Jenófanes patrocina la entrada de Heráclito en el libro “escéptico” a través del apelativo que se les otorga de filósofos “esporádicos”. Incluso podría proporcionar una razón de por qué Jenófanes, teniendo más autoridad entre los círculos escépticos que Heráclito, recibe en el libro IX un tratamiento menos extenso y cuidadoso por parte de Diógenes.
Ahora bien, el efesio fue un pensador sin maestro y sin escuela, esto le dio la posibilidad de conservar cierta distancia con respecto a dogmas ya establecidos. Su elección de vida filosófica no estaría marcada, en principio, por una adhesión a cierto conjunto de dogmas, ni a la forma de vida de un maestro. Además, la biografía heraclítea que hace Diógenes lo muestra detentando un tipo de indiferencia con respecto al statu quo de la época. Su manera de expresarse también resulta protagónica porque, precisamente, produce un estupor y evita únicas interpretaciones.
Probablemente cuando el doxógrafo decidió incorporar a Heráclito en medio de la sucesión itálica, no estaba cometiendo un error, tampoco estaba rompiendo abruptamente su cuidadoso plan de composición. Probablemente lo que estaba siguiendo era un criterio supratextual que en alguna medida podría ser claro para él: la inclusión del efesio le da a Diógenes Laercio los criterios de clasificación que va a aplicar para reunir a un grupo de pensadores que podría llamarse “escépticos”, el libro IX.