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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versão On-line ISSN 2448-7554versão impressa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.35 no.137 Zamora Fev. 2014

 

Reseñas

 

Emmanuel Todd, L'Origine des systèmes familiaux, L'Eurasie, Tome I

 

Pilar Gonzalbo Aizpuru*

 

París, Gallimard, 2011, 756 p.

 

* El Colegio de México. Correo e: pgonzalb@colmex.mx

 

¿Por qué apresurarse a reseñar un primer tomo sin esperar a completar la obra? Una primera razón, la fundamental, es que este volumen reúne suficientes atractivos y temas polémicos como para ameritar los comentarios. La segunda, menos evidente, es la intención de disponer los ánimos para recibir sin prejuicios, pero sin excesiva ingenuidad, lo que nos deparará el segundo tomo, el relativo a América y África que, por lógica, es el que más podrá interesarnos a los lectores de este continente. Además, y frente a tantas publicaciones superficiales y reiterativas, la reciente obra de Todd es atrevida y original, muy discutible y por lo mismo inquietante. En teoría y método como en bibliografía, se encuentra actualizada y bien construida. Aproximadamente 1,400 fichas bibliográficas de obras consultadas dan respaldo a la información aportada. Ahora bien, ¿consultar toda una biblioteca y atreverse a decir lo que otros no han dicho, es suficiente para confiar en su solidez?

El título deja bastante claro que se trata de un texto de antropología, y eso es lo que encontramos, si bien con cuestiones intercaladas, sin un orden definido, relativas a un pasado histórico y a un tiempo reciente, con particular hincapié en las últimas décadas del siglo XX. Aunque no siempre proporciona algo tan elemental como la fecha a la que se refieren los cuadros, gráficas y estadísticas, cuando lo indica se refiere a los años del último cuarto del pasado siglo.

La larga introducción y, en particular, sus primeras páginas, son esenciales para entender el desarrollo posterior de los capítulos. Se refiere a una forma familiar original común a toda la humanidad a partir de la cual se han ido construyendo los procesos de diferenciación observables en las sociedades actuales, urbanas y rurales. Resalta la relación entre determinados modelos familiares y el desarrollo de formas políticas centralizadas, autocráticas o de participación comunitaria. Todd rinde tributo a su maestro Peter Laslett y a la escuela fundada por él, al subrayar el giro demográfico representado por el reconocimiento de la forma nuclear como básica, original y predominante en las comunidades del pasado como del presente. Pero no se conforma con eso, sino que busca concordancias y divergencias en la evolución de los sistemas familiares en distintas regiones y épocas. Como ejemplo, señala la pervivencia de formas familiares antiguas en Europa, mediante el que llama principio de conservadurismo de zonas periféricas que, por cierto, también menciona como explicación del surgimiento del capitalismo. Al relacionar familia y política refuerza o corrige, según las ocasiones, lo que ya anunció en sus publicaciones anteriores La troisièmeplanète y L'invention de l'Europe.

En busca de una tipología familiar, utiliza la clasificación básica de Le Play (patriarcal, troncal y nuclear), pero modificada radicalmente, al prescindir de la familia patriarcal y alterar las otras dos, que sin duda considera insuficientes para demostrar sus hipótesis, relacionadas con las formas políticas y su dependencia de la familia. Para ello introduce el criterio modificador esencial de residencia, por lo cual, al entrar en el estudio por áreas geográficas subraya la importancia de la patrilocalidad, matrilocalidad o bilocalidad, así como la corresidencia de varias familias en una misma comunidad doméstica y la evolución hacia la poliginia y la poliandria. Ésas son las claves para conocer las familias y son las que aplica en todos los casos. Aunque advierte que las diferencias de igualdad/desigualdad y libertad/sumisión pueden determinar actitudes diferenciadas, sólo se refiere a ellas en contadas ocasiones, sin duda por la imposibilidad de encontrar referencias medianamente confiables sobre estos temas desde un pasado remoto.

Ya al referirse a Eurasia, en este primer tomo, expone las formas familiares que considera básicas mediante cuadros, correspondientes al parecer a las últimas décadas. El presunto dominio numérico de determinadas formas de convivencia familiar se indica mediante porcentajes, no en cifras absolutas; lo que, por supuesto, deja la duda de cuál será el universo demográfico que proporciona los datos. Es sistemático, no excepcional, que los cuadros carezcan de identificación de su procedencia. En cambio, las notas integradas en el texto que mencionan a otros autores son numerosas, con referencia a la extensa bibliografía. En este primer paso se inician las dudas del lector acerca de la eficacia del criterio de clasificación, por ejemplo, cuando se incluyen en el mismo grupo Afganistán, Finlandia e Italia central (p. 104). ¿Podrán incluirse todas las familias dentro de su esquemática división? ¿No son igualmente importantes, y acaso más, las circunstancias locales, políticas, económicas, culturales y tradicionales?

A partir del capítulo III, inicia la descripción regional y comienza con China "y su periferia", desde el origen de la agricultura (8,000 años antes de nuestra era), para ubicar y describir las formas familiares predominantes. Señala la presencia de tipos de familia tronco, comunitaria, nuclear patrilocal, nuclear bilocal y matrilineal, con alguna mención a formas diferentes entre los nómadas y los habitantes de Taiwán (relativas a los aborígenes sobrevivientes en el año 2000). Un retorno al pasado lo lleva a referirse a los cambios en la nobleza a partir del siglo XII y a su consolidación en el XXVIIII. Informa de los nómadas en los siglos XIX y XX y subraya particularidades de las familias comunitarias en el siglo XX.

Al referirse a Japón (en el capítulo IV) quizá la parte más interesante, aunque sólo superficialmente mencionada, es la que trata de la influencia china, sobre todo en los siglos VII y XVIII. Destaca la introducción del principio de primogenitura y la creación de la familia tronco. Una vez más, como lo hará a lo largo de todos los capítulos, los incisos se refieren a los tipos familiares propuestos.

El subcontinente indio ocupa un largo capítulo en el que destaca la imposibilidad de establecer cierta homogeneidad aplicable al inmenso territorio, con su diversidad de historias. Los datos sobre la complejidad familiar se refieren al año 1981, con la división territorial en cuatro grandes espacios: norte, centro, sur y este. En estas regiones, identifica siete tipos familiares mayoritarios. Para llegar a la actual situación parte del código de Manú, del siglo II o del III de nuestra era, que sugiere la evolución de familia tronco a familia comunitaria. Apenas aparece una ligera mención a las castas, que se antoja insuficiente (p. 227) y varios apartados destinados al erotismo, a partir del periodo medieval, matrilocalidad y matrilinealidad en la India actual e influencia de hinduismo e islamismo en las relaciones de endogamia (musulmana) y exogamia (hindú). En esta región son muchos los temas, interesantes las descripciones y aparentemente válidas algunas conclusiones ligeramente apuntadas. Pero ya que se amplían las cuestiones referentes a las mujeres y su papel en la sociedad, quedan pendientes innumerables preguntas que no llegan a plantearse.

Igualmente complejo es el capítulo dedicado al sureste de Asia. La muestra se refiere a gran diversidad de pueblos, en los que han influido, con diferente peso, las grandes religiones y su situación de relativo aislamiento o integración a estados multiétnicos. De nuevo matrilocalidad, patrilocalidad y bilocalidad son categorías fundamentales en la caracterización de las formas familiares. Destaca que fueron decisivos el peso político de India y China, la presión del islamismo y los cambios recientes en la densidad de población, muy débil en tiempos antiguos y con ritmo creciente a partir del siglo XIX, pero sin mencionar los cambios en la organización económica y en las relaciones al interior de la familia.

Como era presumible, el espacio dedicado a Europa es mucho más detallado y extenso (cuatro capítulos), además de incluir planteamientos relacionados con la evolución de formas políticas y económicas. Y en este apartado presenta, además, su propuesta más atrevida: la marginalidad de Europa y su condición arcaica y periférica en cuanto a los modelos familiares. Europa occidental es marginal porque no fue cuna de ninguno de los grandes descubrimientos que impulsaron la cultura (agricultura, escritura, metalurgia y vida urbana) y es arcaica porque mantiene la primacía de la forma de familia nuclear, que fue original y evolucionó en otros lugares. Pero no llega apresuradamente a esta conclusión, sino que se detiene en cada uno de los países europeos, con su historia común en el mundo clásico, las invasiones bárbaras, las influencias germánicas, la formación de los estados nacionales y las mutuas influencias entre estructuras familiares y formas de desarrollo económico: patrilinealidad y grandes propiedades, aparcería y familias comunitarias. Toda una historia universal al servicio de una demostración. Otra hipótesis interesante que apunta, pero no desarrolla, es el efecto de la patrilinealidad en el atraso cultural derivado de la marginación y menosprecio de las mujeres. Entre testimonios de la antigüedad y estadísticas contemporáneas, no abandona el enfoque antropológico, de modo que una y otra vez vuelve a referirse a las consabidas formas de familia nuclear, troncal y comunitaria, patrilocal, matrilocal, etcétera. Sin duda, la reiteración es inevitable, pero también tediosa, lo que se agrava por la confusión derivada de los continuos saltos cronológicos. Y, si nada significó el descubrimiento de América para el mundo europeo, ¿cómo espera integrarlo en el segundo tomo?

Ya que no hay nada que yo pueda decir en relación con Mongolia, Vietnam, Islandia y un centenar de otros países, me he detenido en particular en la referencias a España, que casi en totalidad son atinadas. Puntualizo: lo que dice no es falso, pero no dice todo lo que nos interesaría saber ni lo que podría modificar sus conclusiones. Las afirmaciones sobre la familia-tronco en el norte son acertadas, pero faltan matices importantes, que han sido señalados por algunos autores. En especial, los estudios existentes sobre Galicia, que no se mencionan, son de gran interés y sugieren importantes modificaciones en el supuesto modelo familiar. La generalización España central-Andalucía resulta muy burda, puesto que las diferencias fueron y siguen siendo bastante notables. La total ausencia de Extremadura ignora formas familiares diferentes. También se ignoran las peculiaridades de la España mediterránea que sugieren una evolución histórica desde la Cataluña, superficialmente mencionada hasta Andalucía, con su complejidad y diversidad, que no se toma en cuenta. Pero todas estas deficiencias de carácter geográfico podrían considerarse irrelevantes, frente a una falla general al eludir las diferencias campo/ciudad y las de elites de poder (aristocracia-burocracia-plutocracia) frente a los grupos populares. Los elementos diferenciadores, desde la lengua y las devociones religiosas hasta el nivel cultural, las actividades económicas, la situación de las mujeres, la disponibilidad de la tierra, la autoridad dentro del marco familiar, los niveles de bienestar-pobreza, etcétera, han determinado formas de adaptación en las que la familia ha sido protagonista. ¿Y qué pasa con la legislación a lo largo del tiempo y en los espacios nacionales y aun locales, como en el régimen foral? Por último, pero no lo menos importante, el superficial repaso histórico de Roma a los visigodos, los musulmanes (apenas en una línea del texto) y de ahí a las últimas décadas del siglo XX, es peor que insuficiente, engañoso. Es inevitable sospechar que la información acerca de otros países puede tener deficiencias equiparables.

Los últimos capítulos se refieren a los orígenes, al antiguo Egipto y la Mesopotamia de Asiria y Babilonia, en un repaso cultural que nada añade ni modifica a los argumentos de las páginas anteriores. Y termina con un breve epílogo o reflexión donde, a manera de autocrítica, considera las deficiencias de la obra al abarcar un panorama de enorme magnitud, en el que reconoce la incertidumbre de algunas referencias y las inevitables lagunas en la documentación. Pese a ello, es indudable que difícilmente se podría haber obtenido un resultado más serio y confiable de lo que ya es un compendio minucioso y completo de las formas familiares en Eurasia. Me pregunto si acaso este panorama será suficiente para la mirada de un antropólogo, y si resultará útil para un demógrafo, aunque dudo que le satisfaga la falta de referencias a natalidad, mortalidad, migraciones y crisis demográficas. Lo indudable es que deja desorientado a un historiador porque faltan preguntas que parecerían esenciales. Porque no sólo nos interesa si hubo cambios sino cómo se produjeron, no sólo la familia corresidente (comunidad doméstica) sino los lazos de parentesco, no sólo la endogamia o exogamia sino las estrategias de ascenso o de supervivencia, no nada más la presencia de sistemas mayoritarios sino la coexistencia de formas diversas de concebir la parentela, y no sólo las relaciones dentro de los muros del hogar sino las redes familiares a lo largo del tiempo y en la distancia. También dudo de la confiabilidad de las estadísticas que reducen las formas familiares a la residencia patri o matrilocal y de la amplitud del universo analizado al dejar al margen el celibato y los individuos solitarios, y la complejidad de familias que, en el pasado y en el presente, incluían hijos naturales, descendientes de anteriores nupcias, allegados sin parentesco y uniones ilegítimas, tan numerosas en el continente americano.

Podemos darle un voto de confianza en cuanto a la presencia de los modelos familiares mayoritarios según su criterio, pero ¿por qué ignorar a las minorías? De hecho, hoy sabemos que mientras hay formas comunes a muchos pueblos y culturas, hay minorías que marcan las diferencias. Además de las estructuras familiares elementales, aceptando la clasificación propuesta por Todd, quedan por conocer formas de convivencia, relaciones de autoridad al interior de la familia e importancia del linaje en la comunidad. Por otra parte, la búsqueda de modelos universales parece prometer un intento de historia global, pero no tiene la pretensión de serlo y, desde luego, no aprovecha ni el cúmulo de información presentada ni su mención del posible difusionismo para intentar esa interpretación global que ha dejado pendiente.

No pretendo criticar la obra por lo que no pretendió decir; es obvio que falta todo lo que no se buscó y lo que acaso no interese a determinados investigadores. Lo que inquieta es saber cómo enfocará el autor los mismos problemas de carácter general cuando deba aplicarlos a realidades tan diferentes como las que conocemos en nuestro mundo americano. Tanto el enfoque multidisciplinar como las hipótesis sobre las que desarrolla sus temas son atractivos y novedosos, pero me atrevo a decir que también algo tramposos. Significa que puedo encontrar en un solo libro todo lo que se ha escrito sobre la familia nuclear y la familia tronco, y no queda la menor duda de que hubo y hay, en distintos tiempos y espacios, formas familiares comunes a todos los grupos humanos. En consecuencia, el panorama es general y las conclusiones tratan de lo común, no de lo específico.

El repaso de la historia del viejo mundo resulta interesante como síntesis enciclopédica, pero no aporta algo esencial al conocimiento de la familia ni a su hipótesis de la estrecha relación entre formas familiares y sistemas de gobierno ¿Salvará la prueba de aplicarla al mundo americano?

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