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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versão On-line ISSN 2448-7554versão impressa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.35 no.138 Zamora Mar./Mai. 2014

 

Reseñas

 

Mariana Terán Fuentes, Interceder, proteger y consolar. El culto guadalupano en Zacatecas

 

Martín Escobedo Delgado*

 

México, UAZ, Conacyt, 2011, 209 p.

 

* Universidad Autónoma de Zacatecas. Correo e: mescobedo07@hotmail.com

 

Según el relato guadalupano, todo comenzó el 9 de diciembre de 1531 en el Tepeyac, un cerro localizado a una legua de la ciudad de México. Ese día, el indio Juan Diego caminaba hacia el convento de Tlatelolco para oír misa. De pronto, cuando avanzaba al pie del Tepeyac, una celestial figura apareció llamándole por su nombre: era una señora ataviada con un manto de estrellas que flotaba en el aire. La mujer, de tez morena, le dijo que ella era la Santísima Virgen María de Guadalupe, madre del Dios verdadero, instruyéndole a continuación para que le construyeran un templo en ese sitio.

Muchos ayeres han transcurrido desde ese episodio que, ya sea real o ficticio, sigue vigente en la cultura mexicana toda vez que a la milagrosa aparición se la asocia irremisiblemente con el nacimiento de México, fundando de paso toda una tradición religiosa y también, desde luego, suscitando múltiples controversias en el mismo ámbito. Así, por ejemplo, pese a la beatificación y posterior santificación de Juan Diego —procesos canónicos impulsados por la Iglesia católica mexicana—, surgieron voces discordantes desde la misma Iglesia negando la existencia histórica del indio o, en casos menos estridentes, poniéndola en duda.

En el ámbito de la academia, también se han producido debates en torno a la Virgen de Guadalupe; por ejemplo, la jerarquía católica afirma que el Dr. Phillip S. Callagan, biofísico egresado de la Universidad de Kansas y trabajador de la nasa,1 encabezó un equipo de investigación para estudiar la tilma de Juan Diego (ayate rústico, donde fue plasmada la virgen morena). A su decir, el equipo de científicos concluyó que el material con que fue pintada la figura de la Virgen no se conoce en el planeta, es decir, aseveran que su origen es celestial. Empero, el connotado historiador y sacerdote Francisco Miranda, estudioso del fenómeno guadalupano, comenta en su libro Dos cultos fundantes: Los Remedios y Guadalupe (1521-1649), que, al parecer, la autoría de la obra pertenece al pintor mexica Marcos Cípac, quien elaboró la pieza por encargo del arzobispo Alonso de Montúfar, principal promotor del culto a esta advocación mariana en el centro de México. En este tenor, se infiere que los materiales (fibra de maguey y pinturas de origen mineral y vegetal) no son de origen divino. Pese a la convincente hipótesis del padre Miranda, el fenómeno guadalupano sigue ofreciendo tela de donde cortar. Así, continúan apareciendo estudios que exploran, desde variadas aristas, la complejidad del fenómeno, sin que las explicaciones derivadas de distintas investigaciones logren agotar el vasto y proteico tema.

Es en este contexto que surge el libro de Mariana Terán, quien circunscribe su análisis a lo ocurrido en torno al culto y consumo cultural de la Virgen de Guadalupe en Zacatecas. Como la propia autora reconoce, este trabajo forma parte de una investigación más general que pretende explicar el proceso que dio paso a la formación de México como un nuevo Estado nacional, luego de que el territorio conocido como "Nueva España" dejara de formar parte de la monarquía española. Y es que la preocupación de esta investigadora se ha orientado, desde hace varios años, a desentrañar los intersticios de la transición política mexicana. Así lo muestran sus publicaciones El artificio de la fe; Haciendo patria y De provincia a entidad federativa. Zacatecas, 1786-1835, donde Mariana Terán explora los modos en que actores, grupos sociales e instituciones zacatecanas vivieron este proceso plagado de complejidades.

Mariana Terán ha elegido un periodo y un tema particularmente complicados porque la transición es un lapso difuso donde el cambio de un estado a otro no se ha resuelto. La transición da cuenta de algo que no acaba de morir, pero tampoco nace por completo. De ahí la importancia de este libro que explica "el sinuoso proceso de construcción de sentido que llevó a la Virgen de Guadalupe a ser, para los mexicanos, la madre de la nación".

En Interceder, proteger y consolar, Terán construye una perspectiva novedosa que consiste en separar dos aspectos sustanciales: el hecho guadalupano y el fenómeno guadalupano. La autora no polemiza sobre la verdad o el mito de las apariciones; más bien, indaga sobre los modos en que el culto fue tomando forma en Zacatecas. En consecuencia, escudriña desde una metodología ad hoc los requerimientos de su investigación —es decir, una simbiosis entre historias cultural, social y política—, con el propósito de contrastar una hipótesis sugerente: el relato guadalupano se ha identificado erróneamente con la mexicanidad a pesar de que la devoción y los usos culturales y sociales relacionados con la Virgen de Guadalupe surgieron en un contexto donde no existía México como país. Por lo tanto, la versión liberal de equiparar nacionalismo con guadalupanismo, es desacertada a su parecer, pues el culto guadalupano surgió y se fortaleció en el orbe novohispano, justo cuando este territorio pertenecía a la monarquía española.

Gracias a su doble formación de socióloga e historiadora, Mariana Terán analiza el desarrollo y las vicisitudes del fenómeno guadalupano en tierras zacatecanas. Valiéndose de un amplio aparato crítico y de una revisión acuciosa de los repositorios locales, documenta los principales cultos que florecieron en el centro minero.

Para comenzar, la autora enuncia la veneración que en Zacatecas se le brindaba al Santo Cristo de la Parroquia. Desde mediados del siglo XVII, se le atribuyó la gracia de librar a los zacatecanos de una mortífera epidemia. De allí en adelante, el Cristo crucificado protegió al distrito minero de enfermedades y otras acechanzas. Además —tal como lo relató el segundo conde de Santiago de la Laguna hacia 1732—, a la figura del hijo de Dios hecho hombre se le atribuyeron numerosos portentos, como cuando sosegó el embravecido mar que amenazaba con hacer naufragar a una embarcación que llevaba a varios de sus devotos; o la resurrección de una perra que murió arrollada por una carreta. La veneración al Santo Cristo declinó tras el incendio del templo parroquial en 1736. Según registros de la época, la ciudad entera se sumió en el desconsuelo tras constatar que el Santo Cristo quedó reducido a cenizas.

Otra devoción que prosperó en la ciudad fue la Virgen de la Asunción, asociada a la bonanza de las minas. La doctora Terán señala que, cuando escaseaba el mineral, era menester pedir su intercesión para que las entrañas zacatecanas rebosaran de plata. Esta súplica fue recurrente durante el siglo XVII y parte del XVIII. Según varios testimonios, la petición siempre fue atendida por la madre de Dios. De allí que cada 15 de agosto, el pueblo de Zacatecas le rindiera humilde veneración.

No bien así, la advocación mariana que aquí despertó mayor fervor religioso fue la Virgen del Patrocinio. Habiendo sido relacionada con la conquista de este territorio, no es gratuito que aparezca en el escudo de armas que Felipe II le concedió a Zacatecas y, más importante aún, que sea la patrona del centro urbano. Desde entonces y hasta la fecha, esta figura sigue siendo objeto de devoción popular: su fiesta se celebra con tintes apoteóticos cada 8 de septiembre, día de la natividad de la Virgen María y conmemoración de la conquista de esta argentífera tierra.

La Virgen del Patrocinio —que se transfigura en la Virgen de Nuestra Señora de los Zacatecas— ayudó a los primeros españoles que avistaron el mítico cerro de la Bufa a reducir pacíficamente a los naturales que habitaban en sus faldas. De acuerdo con el testimonio del padre Bezanilla —quien escribió en 1788 la Muralla zacatecana, la tradición popular señala que en 1546, un grupo de españoles al mando de Juanes de Tolosa llegó hasta las inmediaciones de un extraño cerro "cuya forma se asemejaba a la vejiga de un cerdo". En ese lugar los nativos se aprestaban a rechazar violentamente a los invasores. Justo en el momento de mayor tensión, la Virgen apareció lanzando tierra a los ojos de los indios, para luego conminarlos a dejarse someter bajo el suave yugo de la verdadera religión. De esa manera, gracias al patrocinio de la Virgen, la conquista de Zacatecas fue pacífica.

Las devociones al Santo Cristo de la Parroquia, a la Virgen de la Asunción y al Patrocinio de María, fueron —en palabras de Mariana Terán— "las de mayor auge en el horizonte religioso de Zacatecas durante la segunda mitad del siglo XVI, y la mayor parte del XVII". En Interceder, proteger y consolar, explica cómo los habitantes del centro minero fueron cambiando sus objetos de devoción con base en circunstancias específicas. En este contexto, fue una coyuntura de legitimación la que justificó precisamente la promoción del culto guadalupano en esta región del centro-norte de la Nueva España.

Si el relato sobre Guadalupe afirma que la Virgen se manifestó en 1531, Francisco de la Maza y el padre Miranda refieren que, antes de 1556, son casi inexistentes las fuentes que documentan las apariciones. Como se señaló anteriormente, la devoción fue impulsada durante la mitad del siglo XVI por el arzobispo Montúfar. A partir de entonces, creció gradualmente hasta que, a partir de 1648, el culto se vigorizó con la agresiva propagación de los milagros guadalupanos por parte de Miguel Sánchez, Luis Becerra Tanco, Francisco de Florencia y Luis Lasso de la Vega. Todo eso sucedía en el centro del virreinato, mas no en Zacatecas, pues, como Mariana Terán afirma, el eco guadalupano llegó tarde a estas tierras, donde la imagen de la Virgen morena se conoció hasta 1659, por lo que todo parece indicar que, además de tardío, fue un culto impuesto.

Es cierto que la Virgen morena arribó a Zacatecas durante la segunda mitad del siglo XVII, pero no fue sino hasta el siguiente siglo, en 1704, cuando el fervor se acrecentó. Ese año el franciscano Margil de Jesús condujo una imagen de bulto de la guadalupana -a la que nombró La Preladita- al flamante Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Nuestra Señora de Guadalupe. Siendo Margil de Jesús un ferviente mariano, promovió en consecuencia la devoción a la Virgen desde Texas hasta Guatemala.

El culto iba a la alza, promovido por los franciscanos, empero, un acontecimiento propició su despegue definitivo: en 1737, una epidemia de matlazahuatl arremetió contra toda la provincia. Desde la capital del virreinato se recomendó dejar en manos de la Virgen morena la erradicación de tan terrible mal. Los zacatecanos suplicaron la protección de la guadalupana, quien, de acuerdo con testimonios de la época, acudió efectivamente en su auxilio.

Desde entonces, la Virgen de Guadalupe mostró su eficacia milagrosa en el zacatecano suelo. Ésta fue la razón por la que su culto se avivó desde el púlpito con sendas piezas oratorias que alcanzaron muy pronto la gloria de la imprenta, pero también para tal efecto se construyeron retablos, difundieron imágenes en lienzo, se organizaron procesiones y dedicaron templos.

La doctora Terán señala como promotores de esa devoción a los ricos mineros y a los sacerdotes criollos que vieron en la Virgen una advocación capaz de cohesionar a la sociedad local. Por eso, su imagen portentosa representó protección, salud, bonanza de minerales, intercesión ante Dios y, finalmente, simbolizó a la madre de los novohispanos.

Incluso, en cierto momento, la guadalupana reemplazó a la Virgen del Patrocinio otorgándole a aquélla el título de conquistadora y, por si fuera poco, adjudicándole una aparición en el cerro de la Bufa, lo que representó, en voz de un predicador, su predilección por este pueblo, lo que significaba que Guadalupe era la madre y patrona de los zacatecanos.

Las distintas versiones que circularon por estas tierras en torno a la Virgen morena, dan cuenta de un complejo interjuego de reelaboraciones y apropiaciones que, individuos y grupos, hicieron de la imagen, lo cual habla de una producción simbólica y de un consumo cultural que se traducen en una construcción de sentido muy particular: la que se urdió en Zacatecas durante un largo trecho del siglo XVIII.

A diferencia de lo ocurrido en la ciudad de México y en una amplia zona del virreinato, en Zacatecas la Virgen de Guadalupe no llegó a ser la principal patrona y protectora. Es cierto que durante cincuenta años el culto a la madre morena se reforzó a través de una retórica que inició en los templos, prosiguió en los hogares e inundó calles y plazas; sin embargo, hacia finales del siglo XVIII, la devoción decayó.

La doctora Terán comenta que en los últimos treinta años de ese siglo, no localizó sermones en su honor, tampoco pudo hallar alguna cofradía con su nombre. En este lapso, el culto local se orientó hacia la Virgen del Patrocinio, conquistadora y protectora de los zacatecanos, cuya figura era y sigue siendo venerada en una capilla ubicada en lo alto del cerro de la Bufa, fortaleza espiritual donde la fe mariana encuentra, año con año, un estupendo asidero.

A pesar de lo expuesto por Richard Nebel en su Santa María Tonantzin Virgen de Guadalupe, así como por Francisco de la Maza en El guadalupanismo mexicano y también por Jacques Lafaye en Quetzalcóatl y Guadalupe —donde la constante en conjunto es identificar a la Virgen morena con la mexicanidad—, Mariana Terán polemiza con estas posiciones argumentando que México aún no existía como tal cuando el culto guadalupano estaba extendido en este vasto territorio, por lo que considera inexacto asociar a Guadalupe con la forja de la nación. Esto todavía es más notorio en Zacatecas, pues cuando algunos historiadores coinciden que en el virreinato se desarrolla el nacionalismo embrionario, en el ámbito local el culto guadalupano ya había menguado notoriamente.

Sin embargo, la autora no se limita a explicar la forma en que evolucionó la devoción guadalupana en Zacatecas; por el contrario, vaya más allá: ubica el culto en un contexto particular, rico en paradojas y luchas por el poder, exuberante en discursos, prácticas y representaciones, plagado de significados y sentidos. Asimismo, dialoga críticamente con los investigadores más representativos del tema guadalupano, asegurando que la devoción no promovió dos identidades paralelas, como algunos estudiosos certifican. En realidad, continúa Mariana Terán, en lo que se refiere al espacio zacatecano, la identidad indígena es omitida. El culto promueve una identidad monárquica: la de la patria española, fiel a su Rey y respetuosa de su religión.

No obstante a lo dicho por Mariana Terán, el culto guadalupano sí promueve la mexicanidad. Es cierto que, en el sentido estricto, antes de 1821 no existe la nación mexicana, sin embargo, la hipótesis que desarrolla la autora a lo largo del trabajo es endeble porque, más allá de la fecha formal en que se promulga la independencia, lo que muestra la reciente historiografía de la transición política es que la nación mexicana se fragua por lo menos desde la segunda mitad del siglo XVIII. Además, entre 1810 y 1820, cuando en teoría la nación mexicana es una entidad inexistente, en realidad la mexicanidad se palpa, se manifiesta y es muy evidente. Asimismo, en 1813, Morelos, con base en el legado político y cultural que venía de años atrás, ya había trazado a la nación mexicana, pues este territorio, cuyo nombre aún no se instituía, ya tenía una historia propia, mitos particulares, símbolos y costumbres que daban cuenta de la existencia de una nación: el claro ejemplo es el culto guadalupano que, con distintos matices, cohesionó a los mexicanos, llamados así desde la segunda mitad del ochocientos. El mismo Morelos y sus legisladores insistían en expulsar "de nuestro suelo" al enemigo español que había infringido tanto daño a "nuestra patria"; esa patria que ellos mismos llamaron América mexicana.

Así, el posicionamiento de la autora, al afirmar que con la promulgación de la Independencia se concreta el nacimiento de México como nación, es tradicional y mecánico, pues olvida que la forja de México es un proceso complejo y dilatado más que un acto efectuado en una fecha específica. Si la autora señala en su hipótesis que la historiografía ha confundido mexicanismo con guadalupanismo, creo que más bien ella confunde mexicanismo con independencia.

El libro está compuesto por doce capítulos. En el transcurso de los diez primeros se mantiene equilibrado y hasta resulta pertinente el juego de escalas (lo que ocurre en la capital del virreinato y lo acontecido en Zacatecas y la relación entre ambos espacios). Pero en las dos últimas secciones se extravía el contenido en la misma medida que desaparece el espacio local: las referencias sobre Zacatecas son prácticamente nulas a partir de entonces. Además, el lector experimenta en la última línea del capítulo XII un extraño sabor de boca toda vez que el libro adolece de un cierre adecuado. Así las cosas, queda la sensación de algo pendiente. Ese algo, según mi perspectiva, es el análisis de la mexicanidad, que no explica la doctora Terán, porque termina su obra justo al filo de este peculiar y complejo fenómeno.

Por último, algunos pasajes del libro incurren en el exceso del giro lingüístico, pues, con reiteración, la autora se empeña en darle más importancia al "qué y cómo se dice" que a los hechos y procesos históricos en sí. Es cierto que la narrativa histórica debe ser elegante y estilística, empero, cuando predomina la forma, cuando deliberadamente se asigna vida propia a las palabras en demérito del fondo, lo fundamental se extravía dando paso a un discurso profuso, pero poco sustancial.

 

Nota

1 Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio de los Estados Unidos de América (por sus siglas en inglés: National Aeronautics and Space Administration).

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