Introducción
En los últimos decenios del siglo pasado, los investigadores de los mercados de trabajo eligieron como campo prioritario de investigación el empleo femenino, selección que se tradujo en una rica y variada producción de conocimientos respecto al tema en cuestión.
A guisa de ejemplo se puede decir que en una primera instancia se documentó la tendencia alcista de las tasas de participación de las mujeres; posteriormente los esfuerzos se orientaron, entre otras vertientes, a analizar y comprender desde la óptica sociodemográfica el proceso de feminización de los mercados de trabajo, la heterogeneidad ocupacional y sectorial, y las desigualdades en las remuneraciones al trabajo femenino y en el acceso de las mujeres a ocupaciones adecuadamente remuneradas.
Se enriqueció asimismo la explicación de los nexos entre la fecundidad, la presencia de hijos pequeños en el hogar y el empleo extradoméstico de la población femenina, al igual que respecto a los vínculos entre la escolaridad y la participación de la mujer en las actividades económicas; se profundizó también en el estudio de la informalidad y sus implicaciones en las condiciones precarias de la mano de obra femenina. Buen número de estas investigaciones tuvo como escenarios geográficos o ámbitos de actuación de los actores intervinientes a los espacios urbanos metropolitanos.
Cabe reconocer que en algunos de los estudios llevados a cabo durante este periodo se alude a la inserción de la población masculina en las actividades económicas, aunque sin concederle el detalle y profundidad con que se aborda lo relativo a la mano de obra femenina. En otros se llama la atención sobre la necesidad de analizar el empleo masculino, ya que las reformas económicas recientes han propiciado el incremento de los trabajadores no manuales, de los que no reciben ingresos, y de los desempleados (García, 2001; Valero Gil, 2002).
Pese a estas manifestaciones de actividades precarias de la población activa masculina, se piensa que el escaso interés por su estudio deriva de la poca influencia de los cambios socioeconómicos ocurridos en el país en los últimos 30 años del siglo pasado, en las variaciones de las tasas netas de participación1 y de las tasas específicas.2
En concordancia con los intereses de la mayoría de los investigadores abocados a tratar el empleo femenino, el presente documento tiene como objeto de estudio la participación de la mujer en actividades extradomésticas en los mercados de trabajo. Sus objetivos son: a) documentar y explicar el cambio hacia un “nuevo perfil” de las tasas de participación femenina por grupos quinquenales de edad entre 1970 y 2000; b) determinar para este periodo el efecto neto total de las variaciones en la tasa refinada de participación ocasionadas por el cambio en las estructuras por edades de la población femenina y por las modificaciones de los valores de las tasas de participación por grupos quinquenales de edades, y c) presentar evidencias empíricas del patrón en “U” de las tasas de participación femenina para el periodo 1970-2000.
El trabajo se divide en cuatro partes: la primera se refiere a las fuentes de información; la segunda aborda los aspectos metodológicos; en la tercera se refiere la evidencia empírica que da cuenta del cambio en la estructura de las tasas especificas de participación, se presentan y comentan los resultados de la estandarización, y finalmente se examinan los resultados de los modelos estadísticos que fundamentan la aceptación o rechazo de la hipótesis acerca del patrón en “U” para el caso mexicano; por último en la cuarta se enumeran las conclusiones más importantes.
Fuentes de información
La población total y la población económicamente activa por grupos quinquenales de edad, los niveles de urbanización,3 las proporciones de población femenina con educación postprimaria4 y la razón de sexos5 se obtuvieron y calcularon utilizando la información de los censos IX (1970) y XII (2000); los datos correspondientes al producto interno bruto (PIB) estatal para 1970 y 1993 se obtuvieron de Ruiz Chiapetto (2000); las tasas globales de fecundidad de Conapo (1998); y los índices de bienestar de la población para el año 2000 de INEGI (2001).
La utilización de los datos censales referentes a la población económicamente activa femenina (PEAF) obedece a que en ambos relevamientos se emplearon procedimientos e instrumentos de captación de información muy semejantes.6 Un buen ejemplo de ello es el empleo de definiciones de la población económicamente activa con el mismo periodo de referencia e iguales rubros en la condición de actividad,7 elementos que hacen comparable la información de la población activa a lo largo del tiempo. Además se parte del supuesto, que verificaremos en la parte tercera del documento, de que los datos censales describen en forma adecuada las modificaciones en la estructura de las tasas específicas de participación, independientemente de que dichas tasas se hayan subestimado.8
Debe subrayarse que nuestro propósito es examinar de manera preferente el cambio del patrón de comportamiento de la participación femenina en el periodo seleccionado, más que determinar el nivel real de las tasas específicas de participación. Por lo tanto pasaremos por alto la medición y la explicación del grado de subenumeración de la información censal comparada con las fuentes alternativas, como las Encuestas Nacionales de Empleo Urbano, las Encuestas Nacionales de Empleo, o las Encuestas de Ingreso Gasto, por mencionar algunas.
Como aclaramos en la nota 6, una de las diferencias entre ambos censos concierne a las fechas del levantamiento del censo de 19709 y de referencia de la información censal de 2000.10 A fin de determinar la población media en ambos años se llevaron los datos de la población total al 30 de junio de 1970 y 2000, respectivamente. A tales guarismos se aplicaron las distribuciones relativas a la población activa femenina, para de esa manera obtener los numeradores y denominadores correspondientes a la fecha en estudio.
Aspectos metodológicos
Con los valores del índice de bienestar del INEGI para el año 200011 se procedió a clasificar las entidades federativas en tres grupos de estados: alto, medio y bajo. Las entidades de nivel de bienestar alto12 son: Distrito Federal, Aguascalientes, Baja California, Baja California Sur, Coahuila, Chihuahua, Estado de México, Nuevo León, Sonora, Tamaulipas y Quintana Roo; las de nivel de bienestar medio:13 Colima, Durango, Jalisco, Morelos, Nayarit, Querétaro, Sinaloa, Tlaxcala, Yucatán, Guanajuato, Michoacán y Zacatecas, y las que corresponden al nivel de bienestar bajo:14 Campeche, Hidalgo, Puebla, San Luis Potosí, Tabasco, Veracruz, Chiapas, Guerrero y Oaxaca.
Para medir el peso relativo de los factores que determinan el cambio neto de las tasas refinadas de participación en cada uno de los grupos de entidades se utilizaron los procedimientos de estandarización directa e indirecta. Mediante el empleo de esta técnica se descompone el cambio neto ocurrido entre 1970 y 2000 como producto de las variaciones en las estructuras por edades de la población femenina total y las relativas a las tasas específicas de participación por grupos quinquenales de edades (United Nations, 1968: 44-46).
Con la intención de elevar el nivel de significancia estadística de los resultados de las correlaciones se unieron los datos de 1970 con los de 2000 y así se obtuvieron 66 observaciones incluyendo a cada una de las variables (32 entidades y el nacional). Para aceptar o rechazar la hipótesis de la curva en “U” se construyeron tres modelos multivariados que son una versión modificada de los utilizados por Pampel y Tanaka (1986), Kottis (1990) y Çagatay y Özler (1995). En cada uno de ellos las variables dependientes respectivas son las tasas de participación femenina de los grupos de edades 15-19, 20-49 y 50-64. Como variables independientes se seleccionaron las siguientes: a) demográficas: tasa global de fecundidad (TGF), proporción de población femenina con estudios de postprimaria (EDUPPRIM), razón de sexos (RS) y nivel de urbanización (NIVURB); b) económicas: logaritmo natural del ingreso per cápita (LNIPC) a precios de 1980; LN2(IPC); y, la proporción de población femenina ocupada en el sector no agrícola (PPNFA) y tres variables ficticias con valores de 0 y 1 que representan los niveles de bienestar de las regiones. La categoría de referencia es la de los estados de nivel de bienestar alto.
Nuevos rasgos de la feminización de la mano de obra (1970-2000)
Evidencia empírica del cambio en el perfil de las tasas quinquenales de participación
Durante los últimos 30 años del siglo XX se expandió aceleradamente la participación de la mujer en las actividades económicas formales e informales en un proceso de feminización de los mercados de trabajo.
Una particularidad de este proceso es el cambio en las estructuras de las tasas específicas de participación femenina. Tal fenómeno ha sido poco analizado pese a que en algunos estudios se presentan evidencias de ese nuevo patrón.
El aumento en los valores de las tasas, sobre todo en las edades centrales, se atribuye a que se ha prolongado el tiempo que dedican las mujeres al desempeño de actividades extradomésticas en los mercados de trabajo (Bayón, Roberts y Rojas, 2000: 111)15 y a que continúa la tendencia a una mayor permanencia en los diferentes tipos de ocupaciones, especialmente entre las edades 20-54 años (Rojas García, 2002: 301),16 cuestión posiblemente asociada al concepto de volatilidad en su acepción de entradas y salidas de la mano de obra al mercado de trabajo (Cruz Piñeiro, 1995). Dicho comportamiento al alza ya se apreciaba en los ochenta y se percibe en forma más acentuada a principios de los noventa.
Cerruti y Zenteno (2000: 71) 17 plantean una interpretación distinta del mismo fenómeno, que entienden como una forma de sustitución del modelo tradicional en el cual el jefe masculino era el proveedor económico de los hogares. Conforme a esta perspectiva se puede conjeturar que ha aparecido un modelo “moderno” en el que ambos cónyuges desempeñan ese rol, o bien en casos especiales, como lo menciona Valero Gil (2002), la esposa pasa a ser el proveedor económico del hogar.
En la Gráfica 2 de su trabajo, Damián (2003: 150) incorpora las curvas de los hombres, de las mujeres y de ambos sexos, que muestran con claridad el nuevo perfil y la semejanza en su forma, pero con diferencias en los valores de las tasas de participación respectivas.18
TFP 15-19: Tasa femenina de participación en ese grupo de edades. LN(IPC) al cuadrado: cuadrado del logaritmo natural del ingreso per cápita.
La autora pasó por alto el nuevo patrón de las tasas de participación porque su interés se centraba en determinar el grupo de edad extremo que debe tomarse en cuenta para la medición de la pobreza de tiempo y no en observar la estructura de las tasas de participación. Sin embargo su comentario acerca de los grupos de edades en que se alcanzan los valores más altos de las tasas de participación resulta interesantes pues advierte que el nivel máximo para los hombres se alcanza en el grupo de edades 30-34, y el de las mujeres en el de 40 a 44 (Damián, 2003: Gráfica 2). Mientras los hombres mantuvieron su valor máximo en el mismo grupo de edades durante los últimos 30 años, el de las mujeres se ha ido desplazando a edades más avanzadas como resultado de una mayor permanencia en el mercado de trabajo, por el surgimiento de un nuevo modelo en que ambos cónyuges son proveedores económicos del hogar, o por una combinación de ambos factores.
Aunque nuestra preocupación ha sido sustentar el nuevo patrón con estudios relativos a los trabajadores mexicanos, no está por demás mencionar que Sautu (2000: 123) ha detectado, para el caso de Buenos Aires, un cambio similar en el patrón de las tasas de participación femenina. Esta autora menciona que el nuevo patrón “tendió a asemejarse al masculino aunque en niveles de actividad menores”.
En el presente estudio nuestro interés estriba en documentar el nuevo patrón de las tasas específicas de participación más que en abundar en la explicación del proceso de feminización, asunto que han tratado ya García y De Oliveira (1994: 2001); De Oliveira, Ariza y Eternod (2001); De Oliveira y García (1990); Rendón (2002) y Zenteno (1999).
No obstante cabe mencionar que hay enfoques alternativos para explicar el proceso de feminización. En trabajos recientes de corte económico se plantea algunas hipótesis para explicar dicho proceso, las cuales más que considerarse excluyentes se deben tomar como complementarias, de ahí que a continuación presentemos una breve exposición de las mismas.
Las hipótesis en cuestión son: la del amortiguador, la de la segmentación y la de la sustitución (Ertürk y Çaóatay, 1995).19 La primera sostiene que la participación de la mujer es de naturaleza procíclica; esto significa que en épocas de prosperidad aumenta la participación de la mujer; lo contrario sucede durante la recesión. La segunda, la segmentación, hace referencia al carácter sexuado de algunas ramas de actividad y sobre todo de algunas ocupaciones. Según esta hipótesis, el ingreso o salida del mercado de trabajo depende de los cambios en la composición del empleo y de las ocupaciones, y tales transformaciones se asocian al ciclo económico. Por último, la de sustitución se refiere al reemplazo de los hombres por mujeres durante las épocas de recesión debido a las políticas de reducción de costos de la mano de obra, ya que la mujer recibe menores salarios y es menos frecuente su afiliación a los sindicatos.
Las investigaciones sobre la participación de la mujer en el mercado laboral mexicano aportan algunas evidencias empíricas que apuntan en la dirección marcada por tales hipótesis. De Oliveira y García (1990) documentan el aumento del ritmo de crecimiento de la participación femenina en los micronegocios en periodos de recesión. En la misma línea, Rendón y Salas (2000) 20 sostienen que el peso relativo de los micronegocios aumenta durante la recesión y disminuye en épocas de prosperidad.
Asimismo, la hipótesis de la segmentación cuenta con sustento empírico. Las cifras acerca del empleo para los últimos decenios del siglo XX indican la presencia femenina en la fabricación de prendas de vestir, en la industria de bienes de capital así como en el comercio y en los servicios personales y sociales. Los trabajos de Cárdenas (1996), que se refiere al aumento en los costos, y de De la Garza (2002), que alude a la flexibilización como un factor que contribuye a la sustitución de la mano de obra masculina por la femenina, ofrecen pistas acerca de la pertinencia en el caso mexicano de la hipótesis de la sustitución.
Las observaciones y hallazgos expuestos en algunos de los trabajos antes mencionados tienen como marco conceptual ciertos paradigmas de la sociodemografía, y resulta interesante en ellos el sustento empírico que ofrecen en torno a las hipótesis del amortiguador, de la segmentación y de la sustitución. De esta manera el entendimiento, la comprensión y el análisis del proceso de feminización se complementa y enriquece y al mismo tiempo da origen a nuevos desafíos, consistentes en poner a prueba con rigor estadístico las hipótesis en cuestión.
A manera de resumen cabe manifestar que los hallazgos y explicaciones provenientes de la sociodemografía fundamentan el cambio del perfil de las tasas específicas de participación de la población femenina, y que los nexos de algunos trabajos de corte sociodemográfico con las hipótesis mencionadas convergen a la sustentación del surgimiento del nuevo perfil de las tasas específicas de participación por grupos de edades.
Describiremos los rasgos sobresalientes de este nuevo perfil no sin aclarar que la bibliografía citada se refiere, en su mayoría, al ámbito urbano: a las áreas urbanas y a una o varias ciudades o áreas metropolitanas, en virtud de lo cual lo interesante del presente estudio es que los datos provienen de los censos y la ENIGH (lo mismo se aplica al estudio de Damián, 2003). Por ello es plausible adelantar que si bien este nuevo patrón se circunscribe a lo urbano, citadino y metropolitano, a los niveles de pobreza y a las cónyuges, puede reproducirse de igual manera en las entidades federativas y por consiguiente aplicarse a grupos de estados clasificados por sus niveles de bienestar.21
El tipo de curva y sus niveles más bajos de este nuevo perfil se asemejan a los que se obtienen cuando se grafican las tasas de participación por grupos de edades correspondientes a la población de ambos sexos (véase la Gráfica 2 de Damián, 2003). Sus principales características son: a) el reemplazo de la forma unimodal o ligeramente bimodal de las curvas por unas nuevas que se asemejan a la figura “∩”, aunque no tan estilizada. Las curvas unimodales se habían observado hasta principios de los noventa en todo el país y en las entidades federativas; b) hay una relación directa entre las entidades según sus niveles de bienestar y los valores de las tasas específicas de participación. Cuanto mayores son los niveles de bienestar más altos son los valores de las tasas específicas de participación, sobre todo desde el grupo de edades 20-24 hasta el de 55-59 (véase la Gráfica 1 y el Cuadro 1); y c) la mayor permanencia de la mujer en el mercado de trabajo ha conllevado un envejecimiento en términos del grupo de edades en que las tasas alcanzaban el valor máximo. Para el año 2000, en los tres grupos de entidades el valor máximo de las tasas se aprecia en el grupo de edades 35-39 mientras en 1970 se daba en el grupo 20-24. Pero la cifra mayor de la tasa en las edades 35-39 corresponde a las entidades de alto nivel de bienestar, con 45.71%; y las entidades de bajo nivel de bienestar presentan la tasa con el menor valor, 38.69%. A partir del grupo 35-39 años se inicia el descenso de las tasas específicas. Las entidades de menor nivel de bienestar acusan la tasa más alta para el grupo de edades de 65 y más, con valores casi iguales a los de las otras dos categorías de entidades (véase el Cuadro 1 y la Gráfica 1).
Edades | Bajo | Medio | Alto | |||
1970 | 2000 | 1970 | 2000 | 1970 | 2000 | |
12-14 | 4.41 | 5.91 | 4.96 | 6.34 | 5.51 | 3.38 |
15-19 | 13.55 | 21.01 | 18.15 | 27.23 | 27.80 | 24.89 |
20-24 | 14.80 | 31.43 | 19.64 | 37.19 | 33.00 | 41.64 |
25-29 | 11.58 | 34.91 | 13.88 | 37.76 | 23.60 | 44.19 |
30-34 | 11.44 | 36.84 | 12.31 | 37.65 | 20.58 | 44.08 |
35-39 | 11.80 | 38.69 | 12.46 | 39.14 | 20.82 | 45.71 |
40-44 | 12.76 | 37.35 | 12.82 | 37.52 | 20.64 | 44.73 |
45-49 | 13.10 | 33.25 | 13.21 | 32.91 | 20.65 | 40.01 |
50-54 | 13.51 | 28.57 | 13.36 | 27.48 | 19.33 | 32.96 |
55-59 | 13.40 | 23.18 | 12.85 | 21.27 | 17.67 | 24.79 |
60-64 | 13.60 | 18.75 | 12.55 | 15.79 | 15.43 | 17.39 |
65 y más | 11.54 | 11.31 | 10.29 | 8.61 | 10.67 | 8.70 |
Total | 11.84 | 27.14 | 13.58 | 29.12 | 21.38 | 30.82 |
Fuente: Cálculos propios.
Desde la perspectiva societal, el aumento del tiempo dedicado por las mujeres en el desempeño de ocupaciones formales o informales, remuneradas o no y el cambio del modelo tradicional del hombre como proveedor exclusivo del hogar, se pueden considerar como el anuncio de cambios más profundos de los valores y actitudes de los roles de los masculino y femenino, transformaciones que seguramente se harán más evidentes en el transcurrir del siglo XXI.
La descomposición del cambio neto
Resulta evidente que los cambios sociodemográficos y económicos han desempeñado un papel protagónico en el nuevo perfil de las tasas de participación. Una forma muy general de dar fundamento cuantitativo a la importancia de los factores socioeconómicos frente a los cambios demográficos -descenso de la mortalidad y la fecundidad, aumento en la intensidad de los movimientos migratorios internos y externos y sus repercusiones en la estructura por edades- consiste en efectuar la descomposición del cambio neto para un periodo determinado.
Para ello se recurre a la técnica de estandarización directa e indirecta; mediante su aplicación se puede medir el efecto de la estructura por edades, controlando por las tasas de participación en el cambio neto total. De igual forma se cuantifica el efecto del cambio en las estructuras por edades de la población total.22
Dado el comportamiento de las tasas específicas de participación entre 1970 y 2000 es dable esperar que los cambios de los valores de dichas tasas expliquen mayormente el cambio neto total.
Según los datos del Cuadro 2, el efecto de las variaciones de las tasas específicas de participación explica más de 91% del cambio neto total en las entidades con un nivel de bienestar alto; en las de nivel de bienestar medio 96%, y en las de nivel de bienestar bajo 97%. Por el contrario, el efecto de los cambios demográficos manifestados en las modificaciones de las estructuras por edades de la población femenina total son de poca monta en las entidades con menores niveles de bienestar: 3%; en cambio en las entidades con nivel de bienestar alto fue de 9 por ciento.
Concepto | Bajo | Medio | Alto | |||
Absolutos | % | Absolutos | % | Absolutos | % | |
Cambio neto | 2 195 372 | 100.00 | 2 418 865 | 100.00 | 3 950 439 | 100.00 |
Cambio por tasas | 2 128 333 | 96.95 | 2 313 528 | 95.65 | 3 609 324 | 91.37 |
Cambio por C(X)* | 67 039 | 3.05 | 105 337 | 4.35 | 341 115 | 8.63 |
*C(X): Estructura por edad. FUENTE: Cálculos propios.
El comportamiento de estos valores sugiere que hay una relación inversa entre el efecto de las tasas de participación y el nivel de bienestar. Cuanto más bajo sea el nivel de bienestar, más alto será el efecto de las variaciones en las tasas, y hay una relación directa del peso de las estructuras por edades y el nivel de bienestar de las entidades. A mayor nivel de bienestar de las entidades, más importancia tendrán en el cambio neto las variaciones en la estructura por edades.
A primera vista tal comportamiento parecería contradictorio. La explicación a este fenómeno se podría enunciar de la manera siguiente: en las entidades de mayor desarrollo el cambio en las estructuras por edades ha sido más acentuado por la disminución de la fecundidad y de la mortalidad y por la migración, lo cual ha provocado una reducción de la importancia relativa de la población menor de 15 años y en forma correlativa aumentos en los grupos de 15 y más años. En consecuencia, en los estados de nivel de bienestar alto, los aumentos en términos relativos y absolutos de la población en edad de trabajar tienen un peso mayor. Por el contrario, en los estados de nivel de bienestar bajo, el peso de la distribución por edades de la población en el cambio neto resulta inferior al del grupo anterior debido a la caída menos rápida de la mortalidad y la fecundidad.
En resumen, cuando los mayores niveles de bienestar han estado acompañados por cambios notables de la fecundidad y la mortalidad y por ende de las estructuras por edades de la población, el efecto de estas últimas en el cambio neto tenderá a ser mayor cuando el mismo efecto se compara con el grupo de entidades en donde los cambios en las variables del crecimiento natural y social ha sido más acompasado.
La evidencia empírica de la existencia del patrón en “U” en México
En el apartado anterior se documentó en forma agregada la importancia de los cambios socioeconómicos para las tres categorías de entidades según su nivel de bienestar, expresados por su importancia relativa en el cambio neto total.
En la presente sección pretendemos aportar elementos empíricos que den sustento a la validación o rechazo de la hipótesis en “U”. En la literatura se mencionan cuando menos tres explicaciones de esta hipótesis: una de largo plazo, la segunda de índole transversal y la tercera asociada con los programas de ajuste y las políticas económicas de cada país.
La primera, de largo plazo, se asocia con el progreso económico de los países a lo largo del tiempo. Se presenta a continuación, en forma esquemática, los aspectos centrales de la argumentación. Cuando los países se encuentran en la fase del subdesarrollo, su sistema económico gira en torno a la agricultura, lo cual se confirma al advertir la importancia del valor de la producción agrícola y la alta proporción de la mano de obra dedicada a las labores respectivas. En este caso la participación de la mujer en tales actividades tiende a ser alta.
Al disminuir la importancia relativa de la agricultura e iniciarse los procesos de industrialización y urbanización como motores de la modernización de las economías, la participación de la mujer se reduce y llega por lo general a su nivel más bajo.
Cuando se dinamiza el proceso de urbanización, se diversifican las actividades fabriles y cobran importancia las actividades terciarias, es decir, se transforma el sistema económico de los países, se inicia y acelera la tendencia alcista de las tasas de participación de la mujer en los mercados de trabajo (Pampel y Tanaka, 1986; Ertürk y Çagatay, 1995).
Al observar las cifras y gráficas incluidas en algunos estudios, relativas a la participación de la mujer desde los inicios del siglo XX hasta el primer lustro de los noventa, se advierten semejanzas con el comportamiento en “U”. En este sentido se deben cotejar los datos y gráficas de los trabajos de Suárez (1989), Rendón (1990) y De Oliveira et al. (2001).
En 1900 se observan niveles relativamente altos, de 17%, y los más bajos, de 6.5%, corresponden al año de 1930; se aprecia un aumento de la participación a partir de 1940, que va superándose hasta llegar en 1995 a 30% (De Oliveira et al., 2001: Gráfica 1; Rendón 1990: Cuadro 2; y Suárez 1989: Gráfica 4). Tal tendencia alcista coincide con la industrialización, la urbanización, la terciarización y más adelante con los programas de reestructuración, ajuste y apertura de la economía.
TFP 20-49: Tasa femenina de participación en ese grupo de edades. LN(IPC) al cuadrado: cuadrado del logaritmo natural del ingreso per cápita.
TFP 50-64: Tasa femenina de participación en ese grupo de edades. LN(IPC) al cuadrado: cuadrado del logaritmo natural del ingreso per cápita
Conforme al segundo enfoque, de naturaleza transversal, el patrón en “U” de la participación de la mujer se asocia a la posición que guardan los países cuando se les clasifica según su nivel de desarrollo económico. Desde esta óptica, los de menor desarrollo alcanzan valores relativamente altos en sus tasas de participación. Las tasas de participación de los países de desarrollo intermedio son inferiores a las del grupo anterior. La mayor participación corresponde a los países desarrollados.
Aunque el tercer enfoque se dejará de lado en el presente trabajo, cabe mencionar que Ertürk y Çagatay (1995) han investigado el efecto de los cambios a corto plazo de las políticas macroeconómicas, y de manera más precisa cómo han influido las políticas de ajuste en la feminización de la mano de obra controlando el patrón en “U” asociado con el proceso de desarrollo de largo plazo.23
Retomando el enfoque de corte transversal, los datos del Cuadro 1 reproducen el comportamiento esperado en lo concerniente al lado derecho del patrón en “U” o sea una “J”. Asimismo, los datos del Cuadro 1 y la Gráfica 1 resultan congruentes con lo propuesto en el enfoque transversal. Es decir, las entidades que se clasifican en el primer lugar según su nivel de bienestar son las que alcanzan los valores más altos en sus tasas específicas de participación en las edades 20-54 y las de medio y bajo niveles de bienestar registran cifras inferiores a las de las entidades líderes.
Para fundamentar en forma más rigurosa el hallazgo anterior construimos tres modelos empíricos. Tales modelos incluyen, al igual que en los trabajos de Pampel y Tanaka (1986), Kottis (1990) y Çagatay y Özler (1995), tres variables de carácter demográfico: nivel de urbanización (NIVURB), tasa global de fecundidad (TGF) y escolaridad de la mujer (EDUPPRIM). A ellas se agregó en este estudio la variable razón de sexos (RS). Como variables económicas se incluyen el logaritmo natural del ingreso per cápita (LNIPC) y el LN2IPC, la proporción de la población femenina que labora en el sector no agrícola (PPNFA) y las variables ficticias 0,1 para representar el nivel de bienestar de las tres categorías de estado. Como se dijo oportunamente, la categoría de referencia son los estados de nivel de bienestar alto.
Previo al análisis de los resultados de los modelos multivariados, en el Cuadro 3 se presentan los valores de las tasas de cada uno de los grupos de edades y las gráficas que relacionan dichos valores con el LN2IPC. En tales gráficas se aprecia la relación positiva entre ambas variables.
Edades y años | Bajo | Medio | Alto |
15-19 | |||
1970 | 14.28 | 18.15 | 27.80 |
2000 | 19.60 | 27.23 | 24.89 |
20-49 | |||
1970 | 13.25 | 14.70 | 24.52 |
2000 | 32.82 | 78-37.31 | 43.51 |
50-64 | |||
1970 | 13.96 | 11.39 | 17.67 |
2000 | 22.81 | 22.29 | 26.27 |
Fuente: Cálculos propios.
Con el interés de ofrecer una prueba estadística de la asociación de cada uno de los grupos de edades con el LN2IPC, y al mismo tiempo respaldar lo comentado en otra parte del trabajo acerca del comportamiento de las tasas de participación según el nivel de bienestar de cada uno de los grupos de entidades, se presentan los coeficientes de correlación de Pearson. Los resultados se indican a continuación: para el grupo de edades 15-19 años y el LN2IPC el citado coeficiente es de .727, para el grupo de 20-49 es de .795 y para el de 50-64 es de .643; en los tres casos la correlación es significativa al nivel de 0.01. El valor más alto corresponde a las edades “centrales”, donde se registran los mayores aumentos, vinculados con el nuevo perfil de las tasas específicas de participación. El signo de las correlaciones es el esperado.
En el Cuadro 4 se presentan las estadísticas descriptivas de las variables dependientes e independientes, y en el Cuadro 5 los resultados de los tres modelos de regresión.
Variables | Media | Des. est. | Minimum | Maxim | N |
PEA 15-19 | 21.55 | 5.98 | 13 | 35 | 66 |
PEA 20-49 | 27.02 | 12.47 | 10 | 52 | 66 |
PEA 50-64 | 18.22 | 5.95 | 9 | 35 | 66 |
LN(IPC) | 9.21 | 0.50 | 8 | 11 | 66 |
LN (IPC)2 | 85.04 | 9.31 | 65 | 112 | 66 |
TGF | 4.39 | 2.06 | 2 | 8 | 66 |
Eduprim | 18.24 | 9.64 | 4 | 43 | 66 |
M/H | 380.34 | 181.14 | 159 | 835 | 66 |
Enoagric. | 89.80 | 7.94 | 69 | 99.84 | 66 |
Nivel urbano | 48.53 | 21.68 | 10 | 100 | 66 |
Nivel medio | 0.39 | 0.49 | 0 | 1 | 66 |
Nivel bajo | 0.27 | 0.45 | 0 | 1 | 66 |
Variables independientes | TFP 15-19 | TFP 20-49 | TFP 50-64 | |||
Sin estándar | Estándar | Sin estándar | Estándar | Sin estándar | Estándar | |
L (IPC) | 45.103 | 3 787.000* | -63.583 | -2.56** | -56.322 | -4.75* |
LN IPC 2 | -2.199 | -3.424* | 3.529 | 2.63** | 3.096 | 4.84* |
TGF | 0.603 | 0.208 | -2.540 | -0.419§ | -0.497 | -0.172 |
Edu. postprimaria | -0.197 | -0.318* | 0.347 | 0.268** | 0.154 | 0.250 |
-0.026 | -0.789§ | -0.020 | -0.298§ | -0.017 | -0.526** | |
Empleo no agrícola | -0.088 | -0.117 | -0.099 | -0.063 | -0.097 | -0.130 |
Nivel urbano | 0.087 | 0.315** | 0.035 | 0.060 | 0.028 | 0.101 |
Nivel medio | 0.590 | 0.049 | 1.390 | 0.055 | 2.394 | 0.198* |
Nivel bajo | -1.883 | -0.141 | 0.814 | 0.029 | 3.478 | 0.262* |
Constante | -191.944* | 331 484** | 285.000* | |||
R2 | 0.765 | 0.966 | 0.831 | |||
R do | 0.727 | 0.960 | 0.804 |
§ Significativa a 99% nivel de confianza.
* Significativa a 90% nivel de confianza.
** Significativa a 95% nivel de confianza
Al incluir un mayor número de variables independientes en los modelos multivariados, es dable esperar que los valores de los coeficientes de correlación estén por arriba de los de tipo bivariado y que se mantenga el arreglo ordinal observado en dichos coeficientes bivariados.
Los valores de los coeficientes de correlación múltiple (R)24 indican una mejora en el ajuste de los tres grupos de edades. Para el primero (15-19) R=.875, para el siguiente, R=.983 y para el último (50- 64), R=.912. En el Cuadro 5 aparecen los coeficientes de determinación, que indican que la varianza explicada en las edades centrales y adultas atribuidas a las variables incluidas en los modelos está por arriba de 80 por ciento.
Respecto a los valores de los coeficientes β estandarizados, cinco de las nueve variables independientes resultan estadísticamente significativas. Los signos de las variables logaritmo del ingreso per cápita, logaritmo del ingreso per cápita al cuadrado, educación postprimaria, nivel de urbanización y razón de sexos están en la dirección correcta. Es interesante en el Cuadro 5 el mayor grado de significancia estadística de las variables LN (IPC), LN2 (IPC), TGF, EDUPPRIM y RS en el caso del grupo de edad 20-49. De los coeficientes mencionados se desprende que para este grupo de edades, un aumento en el valor del LN(IPC)-controlando el efecto de las restantes variables- estará acompañado por una reducción de las tasas de participación; en cambio el signo de la variable asociada -LN2 (IPC)- al comportamiento en “J” está en la dirección correcta. El signo positivo de la variable educación implica que en ese grupo de edades las mujeres escolarizadas encuentran mayores oportunidades en el mercado de trabajo. Sin embargo las variables de mayor significación estadística son la TGF y la RS. En el primer caso, el signo sugiere que cuanto menor sea la TGF mayor será la tasa de participación de la mujer en el grupo de edades 20-49, y en el segundo que los aumentos en el valor de la tasa de participación de la mujer estarán acompañados por una reducción del valor de la RS. Lo anterior implica una mayor presencia de la mano de obra femenina por cada 100 hombres en los mercados de trabajo.
En relación con el grupo de edades 50-64, las variables del ingreso per cápita tienen el mismo signo que en el caso del grupo 20-49, aunque el grado de significancia estadística es menor. A lo anterior se debe añadir que la variable utilizada para validar tal hipótesis tiene el signo esperado. Estos resultados fundamentan estadísticamente la aceptación de la hipótesis en “U” para los dos últimos grupos de edades, pero se rechaza en el caso del grupo 15-19 porque el coeficiente tiene signo negativo (véase el Cuadro 5).
Este hallazgo es fundamental dada la importancia del grupo de edades 20-49 en el incremento de los volúmenes de la población activa femenina en el periodo analizado y en la delineación del nuevo perfil.
Conclusiones
En el apartado correspondiente al cambio de perfil de las tasas específicas de participación se citan algunos estudios en donde se explica la tendencia alcista de las tasas de participación en los grupos de edades 20-54 años, pero en ellos se pasó por alto la transición hacia un nuevo patrón de las tasas específicas de participación, pese a que allí mismo se presentan datos o gráficas que muestran con toda nitidez la nueva estructura de las mencionadas tasas.
En el presente trabajo y dentro de ese contexto, se presentan evidencias empíricas de la reproducción del mencionado perfil por entidad federativa conforme a los niveles de bienestar y la caracterización que se hace del mencionado perfil: el reemplazo de las curvas unimodales que se observaron hasta principios de los ochenta por una nueva curva que se asemeja a la gráfica de las tasas de participación por ambos sexos; la relación directa entre los niveles de las tasas de participación en las edades 20-59 y las entidades según su nivel de bienestar, y la misma relación entre la mayor permanencia de la mujer en el mercado de trabajo y el aumento de la edad (envejecimiento) de las que participan en dicho mercado.
A lo anterior se debe añadir que en este texto se enuncia el cambio del patrón antes citado como una caracterización más del proceso de feminización de los mercados de trabajo con repercusiones en distintos ámbitos de la sociedad mexicana. Una de sus implicaciones se relaciona con la estabilidad e inestabilidad en el empleo y por consiguiente con el valor del índice de volatilidad (Cruz Piñeiro, 1995). Conforme a esta perspectiva y tomando como referente el estudio de Cruz Piñeiro (1995), se podrían plantear, en relación con el nuevo perfil de las tasas específicas de participación femenina, las siguientes hipótesis. Con carácter general se enunciaría que la mayor permanencia de la mano de obra femenina en los mercados de trabajo conlleva una modificación de la distribución de la fuerza de trabajo de la mujer según el índice de volatilidad, y en forma particular se advierte la vinculación de la mayor permanencia con el aumento de la proporción de mujeres en el rango de 0.0 (empleo estable) del mencionado índice y una disminución en los siguientes rangos.
Otra hipótesis, de mayor trascendencia, tiene que ver con la explicación de Cerruti y Zenteno relativa al “resquebrajamiento” del modelo tradicional en el cual el hombre era el proveedor económico del hogar, como resultado de una creciente participación de las mujeres en ocupaciones remuneradas. Éstos son indicios de cambios importantes que posiblemente sean producto del trastocamiento de los valores y actitudes acerca de los roles de lo masculino y lo femenino en el entorno familiar y en el social. En este sentido cabría evaluar las implicaciones de que la elección de proveedoras en los hogares haya sido ocasionada por las circunstancias económicas o porque los hombres hayan eludido sus obligaciones como proveedores económicos de los hogares (Acosta, 1995). Se podría especular que un cambio de naturaleza más genuina se relaciona con la participación de la mujer en los sectores formales de la economía, mientras que en los informales se trata de una contribución forzada en las actividades económicas.
Se podría conjeturar que en la configuración del nuevo perfil han tenido mayor influencia las hipótesis de la segmentación y de la sustitución de la mano de obra masculina y femenina. Ambas hipótesis tienen nexos con la anterior implicación, porque la mujer se ve obligada por las circunstancias a participar en los mercados de trabajo a resultas del desempleo, el retiro voluntario o la jubilación del esposo.
Por otro lado, la hipótesis de la segmentación podría estar asociada con los cambios sectoriales y ocupacionales de la mano de obra, con la creciente participación de las mujeres producto de dichos cambios, y también con la flexibilización, la cual favorece la participación de la mano de obra femenina frente a la masculina.
La segunda conclusión tiene que ver con la cuantificación de los efectos de las estructuras por edades de la población total y los de las tasas de participación. El hallazgo más importante se refiere a la relación directa que existe entre el nivel de bienestar de las entidades y el efecto de las estructuras por edades en el cambio neto total.
La tercera conclusión hace referencia a la validación de la hipótesis en “U” para el caso mexicano. Su fundamento estadístico se basa en los valores y signos de los coeficientes de correlación, de determinación y de las β estandarizadas de la variable clave (LN2IPC). En particular los valores concernientes al grupo de edades 20-49, que en mayor medida dan cuenta del aumento de las tasas de participación y del nuevo patrón en “∩”.