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Frontera norte

versão On-line ISSN 2594-0260versão impressa ISSN 0187-7372

Frontera norte vol.18 no.35 México Jan./Jun. 2006

 

Artículos

 

Ser inmigrante en Ciudad Juárez. Itinerarios residenciales en tiempos de la maquila

 

Claudia Carolina Zamorano Villarreal*

 

* Investigadora-profesora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, D. F. Dirección electrónica: claudiaz@ciesas.edu.mx.

 

Fecha de recepción: 12 de octubre de 2004.
Fecha de aceptación: 28 de abril de 2005.

 

Resumen

Mediante el análisis de las prácticas residenciales de familias inmigrantes en Ciudad Juárez, este artículo trata de mostrar que dentro de las categorías abstractas conocidas como "pobladores urbanos populares" y "trabajadores de la maquila" existe una amplia gama de perfiles poblacionales que es necesario matizar. Para ello, la hipótesis de trabajo insiste sobre una correlación flexible de las siguientes variables: a) situación laboral, b) status migratorio, y c) condiciones precisas del mercado inmobiliario y laboral. Se considera que el momento de entrada en los mercados laboral y residencial (el cual nos habla del contexto socioeconómico y político en el que se da inicio a un ciclo de integración urbana), así como la situación migratoria de los jefes de familia, definen al mismo tiempo sus itinerarios laborales y residenciales.

Palabras clave: vivienda, trabajadores de maquila, inmigración, itinerarios urbanos, Ciudad Juárez.

 

Abstract

By means of the analysis of the residential and professional practices of immigrant families over Ciudad] uarez, this essay tries to show that inside the well-known abstract categories such as "popular urban residents" and "female maquila labor" exists a wide range of populational profiles that is necessary to clarify. For this reason, the work hypothesis is based on a flexible correlation of the following variables: a) labor situation, b) migratory status, and c) the real estate and labor market exact situation. It is considered that the entrance moment on the labor and real estate markets (which speaks to us of the socio-economic and political context in which a cycle of urban integration begins), as well as the migratory situation of the head of the family, both define their labor and residential itineraries at the same time.

Keywords: housing, maquila workers, immigration, urban itineraries, Ciudad Juarez.

 

MIGRACIÓN Y VIVIENDA: LA IPORTANCIA DEL CRUCE DE DOS EJES TEMÁTICOS1

En México, los temas migración y apropiación y transformación del espacio urbano captaron el interés de diversos investigadores desde la segunda mitad del siglo XX. Uno de los pioneros en la materia fue Osear Lewis (1951), en cuya obra encontramos elementos reveladores sobre la compleja integración urbana de inmigrantes rurales, quienes tenían como primera opción residen-dallas vecindades y tugurios cercanos al centro histórico de la capital y quienes, tras la afiliación a una de las organizaciones del partido oficial, podían obtener un lote para autoconstrucción en la periferia de la ciudad. Pese a ésta y muchas otras lecturas que se pueden hacer de esa obra -la cual nos ofrece ricos elementos de análisis para comprender la relación inmigración-vivienda-, el punto de interés central del autor se enfocaba al análisis de cuestiones de cultura, desarraigo, integración e identidad. Mediante estos ejes de investigación, Lewis trataba también de resolver el antiguo debate sostenido con Robert Redfield sobre la tesis del continuum folk urbano.

Como sabemos, a partir de una investigación realizada en cuatro comunidades de Yucatán, Redfield (1941) sostenía que, a mayor cercanía a la ciudad, mayor sería el desarraigo y la diferenciación cultural de sus pobladores. Esta tesis, que tenía su origen en la teoría sistémica de la Escuela de Chicago, era rebatida por Lewis, quien observaba, en una misma localidad, una importante multiplicidad de experiencias y comportamientos que podían tener que ver con las experiencias ulteriores de sus habitantes. Esto condujo a la antropología urbana mexicana a privilegiar el análisis de cuestiones de fragmentación y heterogeneidad, las cuales, como lo señala Patricia Safa (2001:44), plasmaron su huella sobre la disciplina con temas que trataban de asir la diversidad de experiencias urbanas que podían tener los inmigrantes procedentes del campo.

El interés sobre los temas inmigración y espacio urbano se consolidó durante los años sesenta y setenta con la apropiación de los paradigmas de la teoría de la marginalidad que, con aproximaciones funcionalistas que consideraban la modernización como un proceso inexorable, "[...] trataban de comprender el comportamiento político del contingente de trabajadores urbanos que provenían del medio rural en un escenario de modernización y cambio social" (Garza, 1996:157). Así, la agenda científica integró nuevas problemáticas, entre ellas, las de la sociología política de las colonias llamadas marginales, que se han convertido en nuevos puntos de recepción de inmigrantes (Wayne, 1980). Sin embargo, con la importación de los paradigmas de lo que llamamos la Escuela Francesa de Sociología Urbana, con el desarrollo de los movimientos sociales urbanos, y siendo parte de éstos los movimientos urbanos populares, poco a poco la imagen del inmigrante comienza a fundirse y confundirse dentro de categorías demasiado amplias como colonos urbanos, o dentro de la imagen monolítica de la urbanización popular (Duhau, 1992).

En los últimos años, ciertos investigadores se han propuesto contrarrestar los efectos de esta manera de abordar lo urbano con una amplia gama de estudios que van desde la recuperación de los funcionalismos y las teorías individualistas neoclásicas hasta complejos estudios de identidades, redes sociales, vulnerabilidad, etcétera.

A fin de matizar las categorías utilizadas en los años setenta y ochenta para comprender lo urbano, se ha renovado el interés en el estudio de la conformación de la ciudad multicultural. Es el caso de Daniel Hiernaux (2000), quien, estudiando cuestiones identitarias y de integración urbana, investiga las particularidades de los itinerarios urbanos (profesión-vivienda) de la población indígena que habita en el valle de Chalco. Pero resulta evidente que no es sólo la integración de indígenas a la ciudad lo que le da su carácter multicultural. Me parece importante contemplar también poblaciones mestizas procedentes del campo y de otras ciudades, las que, al igual que los indígenas, traen incorporado un saber hacer, una información y una cultura que determinan sus maneras de ocupar el espacio urbano. Son grupos de población que se confunden, quizá más que los indígenas, con la población local, pero cuyos capitales culturales, sociales y materiales los limitan a ciertas opciones de trabajo y vivienda, haciendo evidentes sus diferencias con los nativos de la localidad.

En las ciudades de la frontera norte de México, donde la antigua tradición migratoria se ha visto diversificada y exacerbada desde la consolidación de la industria maquiladora, tampoco contamos con estudios que profundicen la variedad de las prácticas urbanas de esta población, que es netamente multicultural. Los sectores populares de estas ciudades, además de ser incluidos en la amplia categoría de colonos urbanos, se contemplan generalmente también dentro de otra categoría, no menos imprecisa, conocida como trabajadores de la maquila. Además, ambas categorías se manejan frecuentemente de modo tangencial.

En ese sentido, este artículo tratará de comprender las condiciones y las prácticas residenciales de las personas que inmigraron a Ciudad Juárez, ese punto de convergencia de inmigrantes nacionales y capitales internacionales que es, sin duda, una de las más importantes ciudades maquiladoras del país. En este trabajo nos centraremos en el estudio de aquellas parejas que inmigraron después de 1982, atraídas fundamentalmente por la industria maquiladora, y las compararemos con los nativos que se unieron a partir de esa fecha, pensando que el momento de unión marca el inicio de un ciclo de integración urbana.2

Mediante el análisis de las prácticas residenciales y laborales de familias inmigrantes en Ciudad Juárez, este artículo trata de mostrar que, dentro de las categorías abstractas conocidas como colonos urbanos y trabajadores de la maquila, existe una amplia gama de perfiles poblacionales que es necesario matizar. Para ello, la hipótesis de trabajo insiste sobre una correlación flexible de las siguientes variables: a) situación laboral, b) status migratorio, y c) condiciones precisas del mercado inmobiliario. Se considera que el momento de entrada en los mercados laboral y residencial -es decir, el contexto socioeconómico y político en el que se da inicio a un ciclo de integración urbana-, así como la situación migratoria de los jefes de familia, definen al mismo tiempo sus itinerarios y destinos laborales y residenciales.

Después de realizar algunas precisiones metodológicas sobre la encuesta, en un primer momento se describirá el itinerario residencial de las familias inmigrantes a Ciudad Juárez, haciendo hincapié en las exclusiones a las que son sujetas en ciertas vías de acceso a la vivienda, como la de las casas de interés social, la compraventa entre particulares, la vivienda compartida y las herencias totales o parciales de casas o lotes para autoconstrucción. Esto nos ayudará a comprender ciertos itinerarios residenciales característicos de los inmigrantes, en los que predominan la vivienda en renta y los lotes para autoconstrucción adquiridos por medio de una organización de colonos.

Enseguida, mediante la comparación de dos casos de estudio, trataremos de mostrar que la maquilarización de la economía indujo cambios en los perfiles migratorios hacia las ciudades fronterizas, los cuales tienen una expresión concreta en sus viviendas. y, en efecto, el inmigrante de hoy, el que ha sido atraído por la maquila, presenta restricciones para integrarse al mercado inmobiliario, las cuales no tienen que ver únicamente con sus limitaciones salariales, como lo podrían hacer suponer algunos trabajos economicistas que se esfuerzan en mostrar una relación lineal entre empleo y vivienda. Estas limitaciones son también producto de la falta de información, de la fragilidad de sus redes sociales y, muy especialmente, del recrudecimiento de las condiciones del mercado de la vivienda que, junto con las nuevas condiciones laborales, son una expresión local de los nuevos contextos económicos y políticos nacionales e internacionales.

 

MÉTODO Y NOCIONES

Los objetivos y las hipótesis trazados exigen la movilización de técnicas de la sociología cualitativa y la etnología, las cuales, evidentemente, no van a arrojar resultados globales ni datos duros sobre esta realidad fronteriza. La ventaja de estas técnicas reside en la posibilidad de que nos permiten abrir esas cajas negras llamadas conceptos, a fin de conocer su composición y su funcionamiento. A través de ellas es posible, al mismo tiempo, dilucidar las diferencias, similitudes e interrelaciones entre una población que normalmente es englobada dentro de una misma categoría. Así, el trabajo se funda en el análisis de 51 historias de vida recolectadas en Ciudad Juárez ante 26 hombres y 25 mujeres de clase popular, especialmente trabajadores de la maquila.3 Cabe indicar que la elección de estas personas no respondió al deseo de establecer una muestra cuantitativamente representativa. La muestra fue compuesta bajo un principio de diversidad que buscaba verificar ciertas prenociones identificadas en investigaciones sobre la nueva implantación industrial en la región, principalmente aquella que sostenía que el mercado laboral de la maquila se abría casi exclusivamente a jóvenes solteras.4

Para el análisis, los hogares de los entrevistados fueron separados por células familiares, es decir, por grupos de personas que comparten el mismo techo, que tienen relaciones de filiación o alianza y están compuestos por dos generaciones madre y/o padre e hijo(s)/hija(s). Así, por ejemplo, de un hogar extenso donde los padres reciben a su hija con su esposo y sus propios hijos, nosotros contemplamos dos células familiares. De las 51 entrevistas resultaron 102 células familiares, con las cuales se realizó una pequeña base de datos que permite observar, año por año, los itinerarios residenciales de las células familiares al interior de siete vías de acceso a la vivienda: a) la renta, b) la cohabitación, c) el préstamo, que junto con la cohabitación sitúa a la familia en la no propiedad, d) la herencia o la donación, e) las compras entre particulares, f) las organizaciones de colonos, y g) los créditos de interés social, que la ubican como propietaria.

Se clasificaron cuatro grupos de células familiares que parecen compartir itinerarios residenciales similares en función de sus situación laboral, migratoria y matrimonial, así como del momento de su formación. Estos grupos son: a) las biparentales formadas antes de 1982; b) las madres solas; c) las biparentales formadas después de 1982 donde el padre y/o la madre son nativos de Ciudad Juárez; y d) las biparentales formadas después de 1982 donde el padre y la madre son inmigrantes. Para este trabajo nos concentraremos en los dos últimos grupos.

 

LOS INMIGRANTES EN EL MERCADO DE LA VIVIENDA: UNA HISTORIA DE EXCLUSIONES

En la maquila confluyen varios universos de población cuyas diferencias no se restringen únicamente a cuestiones genéricas, como tanto se ha estudiado, sino que también contemplan los orígenes geográficos y, a veces, étnicos e identitarios que compiten y luchan entre sí. Un ejemplo de ellos son los jóvenes adscritos al movimiento cholo, generalmente nativos o inmigrantes desde hace varios años, que compiten y se oponen a los jóvenes de origen rural, llamados por ellos, despectivamente, los cheros.

En la maquila tenemos así nativos e inmigrantes que tienen una trayectoria laboral bastante diferente. Pero, además, entre los inmigrantes resaltan algunas diferencias en función del tiempo de residencia en la ciudad o de su origen rural o urbano, que dan acceso a un cierto nivel educativo y, sobre todo, a una experiencia profesional diferente que se refleja en sus condiciones de empleo. Un trabajador urbano con preparatoria terminada o por terminar y con experiencia en empleo industrial, necesariamente tendrá un trabajo diferente del inmigrante rural (joven o no tan joven) recién llegado a la ciudad y con poca información de la realidad urbana. Estas diferencias en la integración al mercado laboral se reflejan del mismo modo en la inserción al mercado de la vivienda con una relación de exclusiones y oportunidades bastante marcada.

La vivienda de interés social: una opción reservada a los nativos

Hacia 1990, el Patronato Mexicano de la Industria de la Construcción y los promotores de la industria maquiladora convocaron a la Reunión Nacional de la Vivienda en la Industria Maquiladora. El objetivo del encuentro fue sensibilizar a las instituciones públicas de vivienda acerca de las deficientes condiciones habitacionales de los trabajadores de la maquila, atribuyendo a estas deficiencias la causa de los elevados índices de rotación de personal dentro de esta industria. Este encuentro se dio en el marco de profundas reformas a las instituciones de vivienda de interés social en México. Estas normas estaban destinadas principalmente a la descentralización de poderes y actividades, lo que posibilitó la participación de la banca privada y las industrias maquiladoras en el financiamiento de viviendas para los trabajadores, así como la colaboración de la industria privada de la construcción para la realización de las obras.

En Ciudad Juárez, este proyecto comenzó a tomar forma en 1993, momento de creación del Instituto de Vivienda del Estado de Chihuahua (Ivechi), organismo que, con el acuerdo de la Asociación de Maquiladoras, A. C. (AMAC), promovió la construcción de 2 500 viviendas para los trabajadores de la maquila. Las obras fueron realizadas por la industria privada de la construcción. En lo que respecta al financiamiento de este proyecto, la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) aportó 8.5% del monto total; la AMAC y los trabajadores beneficiados contribuyeron con 10%; y la banca privada financió más de 80% del programa, cantidad que sería amortizada en un plazo de 10 años, gracias a las cotizaciones de los trabajadores.

Los universitarios no tardaron en ver este programa con una mirada crítica. Después de analizar algunas causas conocidas de la rotación de personal -como la monotonía de las labores, el desgaste físico por largas horas de transporte y los bajos salarios- y de recordar que las precarias condiciones de vivienda no atañen únicamente a los trabajadores de la maquila, Tito Alegría comenta: "De materializarse las propuestas escuchadas en la reunión, se constituiría un nuevo submercado de vivienda aún más monopolizado que los existentes, al cual sólo se accede si se trabaja en la maquiladora" (Alegría, 1991:62).

En efecto, según nuestras observaciones, las familias beneficiadas por este programa son esencialmente aquellas cuyos ingresos principales provienen de esta industria. Pero vale la pena preguntarse qué tipo de trabajadores tienen acceso a éste. El Ivechi considera sólo a quienes ganan de 1.9 salarios mínimos hacia arriba. En 1994, 60% de los 130 000 trabajadores de la maquila percibían salario mínimo. Así, ellos quedan excluidos de los programas del Ivechi. Además, para acceder a una vivienda por esta vía es necesario haber laborado en una sola empresa al menos por dos años, condición que pocos trabajadores reúnen. ¿Cuál es, entonces, el perfil de los beneficiarios de estos programas?

Se trata de hogares jóvenes en los que el padre, y frecuentemente la madre, trabajan en la maquila, y donde el primero ha logrado tener una carrera ascendente, lo que le permite ganar un sueldo superior al salario mínimo y, al mismo tiempo, lo convierte en personal valioso para la maquila que, con el sistema de producción flexible que la caracteriza, necesita de una numerosa población flotante sin calificación que venga y se vaya según los requerimientos de la producción, y un pequeño grupo de empleados calificados que serán la columna vertebral de las tareas productivas. y, además, estos jóvenes son también, en su mayoría, nativos. Así, las pocas oportunidades que tienen los inmigrantes para acceder a un empleo calificado se reflejan también en sus posibilidades de acceder a una vivienda subvencionada por el estado. ¿Cuáles son, entonces, sus opciones residenciales?

Vivienda compartida y arrimados: El frágil compromiso de solidaridad entre paisanos

Varios estudios sobre migración en el mundo han demostrado la importancia de la vivienda compartida en este proceso. El caso de la inmigración hacia Ciudad Juárez no es una excepción. El interés de contar con una red social en el lugar de destino no se limita únicamente a la posibilidad de obtener información y saber hacer. La red puede conceder ciertas ayudas prácticas como la oferta de una vivienda temporal.

Un estudio realizado por Antonio Ugalde (1975) permite comprender la importancia de la cohabitación en el proceso de inmigración hacia Ciudad Juárez, así como los lazos que unen a anfitriones y convidados. Entre los 115 hogares de inmigrantes estudiados por Ugalde, 62 declararon haber residido gratuitamente en la casa de algún pariente; 12 vivieron en la casa de algún amigo; y 34 -es decir, menos de la tercera parte de la población estudiada- no recibieron ninguna ayuda de ese tipo. Las observaciones hechas en el campo corroboraron los propósitos de Ugalde y, además, permitieron analizar con mayor profundidad las relaciones entre las familias que comparten su techo, así como la duración y el tipo de cohabitación practicados.

Cuando los inmigrantes son albergados por sus padres o sus hermanos, la cohabitación puede durar algunos meses. Se trata de una cohabitación de transición en la que los anfitriones asignan un espacio de su casa a los huéspedes mientras que éstos encuentran una vivienda adecuada a sus posibilidades y necesidades. Pero, salvo algunas excepciones, parecería que frecuentemente la red social de recepción de los inmigrantes está compuesta por miembros del parentesco lejano o por paisanos. En este caso, la cohabitación es considerada como un seguro de emergencia cuya duración rebasa difícilmente los seis meses. Se trata, entonces, de una cohabitación puntual en la que no se cambia la distribución del espacio doméstico ni el marco construido (como en el caso de la cohabitación de larga duración, practicada principalmente por familias juarenses y en donde el anfitrión ofrece al huésped alguna habitación de su propia vivienda o un solar para que el invitado construya una habitación). Al compartir el mismo espacio -que frecuentemente es bastante reducido-, este tipo de cohabitación puede resultar bastante desagradable al cabo de algunas semanas, pues, como dijeron algunos entrevistados que tuvieron una experiencia amarga: "El muerto y el arrimado a los tres días apestan".

Como sabemos, los lazos de vecindad en el medio rural son tan estrechos que a veces pueden confundirse con los de parentesco. Estos lazos son la base de un sistema de intercambios solidarios bastante enraizado entre los paisanos. Sin embargo, ese sistema tiende a fracturarse durante el proceso de migración. Instaladas en Ciudad Juárez desde hace algún tiempo, la familia anfitriona desaprende un poco la obligación de hospitalidad que, siguiendo esta tradición de solidaridad, debe a sus paisanos que llegan para recordársela. Sin decir nada y tratando de mantener ese delicado lazo social, anfitriones y albergados creen llegar a un acuerdo, siendo que están inmersos en un profundo malentendido: los primeros desean que los invitados salgan lo más pronto posible, mientras que éstos creen que tendrán un abrigo hasta que logren una posición laboral y social favorable para competir en el mercado de la vivienda. Sumergidos en la incertidumbre y los sobreentendidos, los invitados no pagan el servicio recibido con dinero, bajo la forma de una renta, pero se ven obligados a retribuir a sus anfitriones con servicios domésticos o contribuyendo a los gastos corrientes. Sin embargo, esas ayudas no parecen compensar de manera suficiente el servicio otorgado ni justifican la perturbación de la intimidad del hogar. En algunos casos, cuando el anfitrión pertenece a alguna organización de colonos, presenta a su huésped con los líderes para que le asignen un lote. En otros casos, en términos claros o furtivamente, los intrusos son invitados a partir. El inmigrante tiene que aventurarse al mercado de la vivienda, donde las opciones más posibles se darán en el seno del submercado arrendatario.

El submercado arrendatario y los inmigrantes recientes

En Ciudad Juárez, la proporción de vivienda en renta disminuyó su presencia en el sistema inmobiliario local, pasando de 68% en 1960 a menos de 20.5% en 2000 (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, 2003). Además, con un ligero crecimiento del número absoluto de viviendas en renta, se constata que este submercado experimenta un desplazamiento de la zona central -donde se encontraban las vecindades- hacia la periferia -donde autoconstructores que obtuvieron un terreno con la ayuda de una organización de colonos edifican y/o acondicionan algunos cuartos para arrendarlos y lograr así un ingreso económico adicional-5 Pero ¿qué tipo de población cubre su necesidad de vivienda por esta vía?

De las nueve familias maquiladoras que declararon pagar una renta al momento de la entrevista, seis estaban compuestas por inmigrantes. En estas entrevistas vemos también que ciertos nativos recurrieron a esta vía para cubrir su necesidad de vivienda, pero lo hicieron por períodos cortos de uno o dos años, para pasar enseguida al status de propietario, o bien para cohabitar con sus padres, quienes les asignaron un espacio en su lote para construir su morada.

Los hogares inmigrantes, jóvenes o no tan jóvenes -donde los jefes de familia tienen entre 20 y 45 años de edad-, son entonces los principales clientes del reducido pero importante submercado de vivienda en renta. La fragilidad de los lazos sociales entre estas familias y sus parientes y paisanos explica en parte esta coincidencia. Pero ¿será está fragilidad la única razón? Evidentemente no. Debemos considerar otras fuentes de explicación como el carácter temporal de la inmigración; la ausencia de otras redes sociales; la falta de información, ese recurso indispensable para toda estrategia; las competencias de los actores para actuar en el mercado de la vivienda y los mecanismos de selección y exclusión de los arrendadores.

Algunos inmigrantes que consideran su estancia en Ciudad Juárez como transitoria, aunque tengan más de cinco años de inmigración, prefieren rentar un departamento o cuarto redondo, frecuentemente precario, a fin de tener un margen de ahorro que les permita regresar a su lugar de origen o partir a Estados Unidos. A veces, estos inmigrantes envían dinero a su lugar de origen para construir o mejorar la vivienda que tienen allá, o bien compran bienes susceptibles de ser transportados, como muebles y electrodomésticos.6 Esta estrategia explica, en buena medida, una aparente paradoja observada por Tonatiuh Guillén (1990) y Roberto Sánchez (1990), quienes señalan que si bien en las ciudades fronterizas hay niveles de ingreso, empleo y consumo de bienes de mediana duración (televisores, radios, autos) más elevados que en el resto del país, las condiciones de vivienda y servicios urbanos no son mejores y, frecuentemente, son peores.

Por otro lado, debemos pensar que las condiciones del parque arrendatario de Ciudad Juárez son bastante inconsecuentes. Encontramos un sector donde la relación entre la calidad y el precio son poco favorables. Se trata principalmente de viviendas situadas en los barrios vetustos del centro de la ciudad, los cuales están bajo el control de la vieja guardia de propietarios inmobiliarios. Ese sector recibe por lo general a los inmigrantes recientes, primero porque los prejuicios que ciertos juarenses tienen sobre los inmigrantes conducen a algunos propietarios de viviendas construidas con buenos materiales y con buen equipamiento urbano a preferir un inquilino nativo o a exigir referencias que pocos inmigrantes recientes poseen; y segundo porque la mayoría de los inmigrantes recientes no tienen suficiente información sobre el mercado de la vivienda ni redes sociales que les aconsejen.

Además de aquellas familias que fueron expulsadas por sus anfitriones y que se instalan en una vivienda en renta, se observa frecuentemente en familias que llegan a Ciudad Juárez por tren o autobús, que el padre se va a buscar un techo en los barrios cercanos a las estaciones, mientras la madre y los hijos cuidan sus pertenencias en estas instalaciones. Sin techo posible, ellos pueden pasar algunas noches en estos lugares esperando encontrar una vivienda. Así, el inquilinato precario del centro de la ciudad -lugares cercanos a las estaciones de tren o autobús- constituye una especie de novatada para los inmigrantes que tienen sus primeras experiencias de vivienda en el medio urbano. Ya instaladas, estas familias comienzan a aprehender el funcionamiento del mercado de la vivienda con la ayuda de una red social recientemente constituida, generalmente en su lugar de trabajo. Vacilante, la familia probará nuevas experiencias que no son siempre bienaventuradas y que le conducirán a cambiar una y otra vez mientras no encuentre un arrendamiento adaptado a sus necesidades y posibilidades o logre salir de este submercado. Tenemos que señalar que todas estas experiencias son frecuentemente acompañadas de un movimiento centrífugo donde el inquilino, al mismo tiempo que se aleja del centro de la ciudad, sustituye la vieja guardia de propietarios inmobiliarios por los nuevos propietarios o posesionados que practicaron la autoconstrucción en la periferia de la ciudad. Es entonces el status migratorio lo que hace que estas familias se queden más tiempo que los nativos en el submercado arrendatario, a pesar de que su importancia relativa frente a los otros submercados esté reduciéndose de manera considerable. Este status contribuye también a estructurar su afiliación laboral.

Como sabemos, las familias compuestas por inmigrantes recientes, sin contar con una experiencia profesional urbana, tienden a ocupar los puestos peor remunerados de la maquiladora. Haciendo un círculo vicioso, la situación laboral los mantiene anclados al submercado arrendatario, pues al percibir bajos salarios y estar obligados a pagar una renta mensual, estas familias viven al día, sin ninguna capacidad de ahorro que les permita acceder a la propiedad.

Una vez que pudieron reunir un mínimo capital económico y social, la opción más realista para dejar de pagar renta es la obtención de un lote para la autoconstrucción con la ayuda de una organización de colonos.

Organizaciones de colonos: Una opción para salir del mercado arrendatario y enfrentar otras caras de la incertidumbre

Las vías de acceso a la propiedad de la vivienda parecen relativamente cerradas a las familias inmigrantes que viven de la maquila. Como vimos, la vivienda de interés social es concedida generalmente a familias nativas cuyo jefe de familia obtuvo un puesto más elevado que el del simple operador. Existe también un submercado de la vivienda entre particulares que se desarrolló principalmente en las colonias de autoconstrucción. Pero, a excepción de ciertos inmigrantes llegados antes de los años ochenta y de aquellos que lograron reunir un capital en su lugar de origen, este submercado está destinado fundamentalmente a familias juarenses. Esto sucede de igual modo con las viviendas regaladas por algunos emigrantes que parten de manera definitiva a Estados Unidos o con las viviendas heredadas, ya sea por los padres o por un miembro de la familia. Cuando una familia inmigrante accede a la propiedad, por lo general lo hace a través de una organización de colonos.

En una encuesta realizada en 1982 con 960 hogares adherentes a estas organizaciones, 79% estaban compuestos por inmigrantes (Hoenderdos y Verbeek, 1989:51-64). Las observaciones hechas en campo en 1995 constataron la persistencia de esta tendencia y permitieron reparar en dos itinerarios tipo:

1) Ordinariamente, es la urgencia la que conduce a una familia a participaren uno de estos movimientos. Pero, frecuentemente, las familias no buscan esta vía, sino que llegan a ella de manera aleatoria. Algunos inmigrantes, después de una larga e inestable experiencia en el mercado arrendatario, conocen la existencia de las organizaciones de colonos gracias a una red social recientemente construida o por la presencia fortuita en alguna de las manifestaciones de estos organismos. 2) Otras personas son recibidas en la ciudad por un pariente o paisano que pertenece a la organización y se encarga de introducirlos ante los líderes, quienes les otorgan un lote.7

Impulsados por el deseo de escapar de la renta mensual, la mayoría de personas que participan en las organizaciones de colonos señalan el descubrimiento de estas movilizaciones como una oportunidad que merece ser considerada:

Entonces viví, no tenía un hogar fijo, vivía pagando renta, meses aquí, meses en otra casa, años en otra [...] Hasta el 77 que fue ya que el Comité de Defensa Popular en ese tiempo iniciaba bastantes invasiones muy aceptadas por el pueblo. Precisamente porque, si trabajábamos y pagábamos renta, luz, agua y con el salario que ganábamos, pues no ajustábamos. Cuando ya el CDP nos hizo la invitación a cientos de gentes [...] vimos que nuestra vida cambió un poco económicamente porque dejábamos de pagar el agua, la luz, la renta, pues muchos ... digamos así, servicios públicos (Lorenzo, operador de maquila, 51 años).

Como para Lorenzo, la participación de los sin techo en una organización de colonos representa ciertamente un desahogo, pero esto no es la panacea. Por una parte, hay que obtener los materiales de construcción y construir. Por otra parte, hay que permanecer activo en los trabajos colectivos de la colonia y asistir a las manifestaciones y asambleas que la organización exige. En fin, hay que aceptar que uno no será propietario de su vivienda, sino que obtendrá un ambiguo status de posesionado,8 que no garantiza una vida muy estable.

El status de posesionado representa una especie de esclusa entre la no propiedad y la propiedad. Cuando la organización es fuerte y sabe negociar con el gobierno, a los participantes le son otorgados los titulas de propiedad en algunos años, con lo que es más fácil obtener servicios urbanos de calidad. Pero frecuentemente, los lideres organizacionales que utilizan la incertidumbre y la ambigüedad de este status como mecanismo de control de los adherentes al movimiento prolongan la indefinición durante varios años. A veces, ciertas familias permanecen toda su vida en situación irregular. Incluso algunos hogares renuncian a su lote y a su situación de posesionados para regresar a la vivienda en renta o a la cohabitación. Esto, después de una expulsión por parte del gobierno, de hecho. Pero también puede ocurrir por iniciativa de las familias que buscan acercarse a sus lugares de trabajo o que no tuvieron un espíritu suficientemente frugal para quedarse en una colonia sin servicios urbanos y con la incertidumbre sobre su situación residencial futura.

Debemos señalar que la posibilidad de obtener un lote para la autoconstrucción por esta vía comenzó a restringirse a partir de 1983 con la serie de alternancias políticas entre el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN). Mientras que antes de 1982 las organizaciones de colonos eran toleradas e incluso sostenidas por el gobierno municipal del PRI, en 1983, tras la primera victoria electoral del PAN en Ciudad Juárez, uno de los principales objetivos consistía en abatir tales organizaciones y regularizar la propiedad de la tierra urbana. Esto traería beneficios económicos directos a la municipalidad por el cobro del impuesto predial, pero los beneficios también serían políticos al combatir organizaciones que se decían opositoras tanto al PRI como al PAN.

Al regreso del PRI a la presidencia municipal en 1986, ciertas organizaciones recuperaron su fuerza pero sólo de manera parcial, pues las restricciones presupuestarias exigidas por el Programa Nacional de Solidaridad exigían una transformación del clientelismo tradicional del PRI, por lo tanto, este partido no pudo dar a las organizaciones las prerrogativas que les daba antes. Estas mismas restricciones condicionarían, en los años por venir, un combate contra las organizaciones de colonos que, con diferente intensidad, caracterizó las presidencias municipales tanto del PRI como del PAN (Bassols, 1995). Así, la posibilidad de acceder a un lote por medio de una invasión parece cada vez más restringida aunque, evidentemente, no se agote.

Tras esta evidencia, cabe preguntarse sobre las vías que toman los inmigrantes para resolver su necesidad de vivienda. Todo parece indicar que el mercado arrendatario comienza a constituir la opción: después de disminuir su representatividad porcentual, como se indicó, de 68.23% en 1960 a 19.76% en 1990, en el año 2000, la vivienda en renta recobra un poco su importancia pasando a 20.5%, lo que toma mayor significado si se considera en términos absolutos: mientras que, en 1960, el parque arrendatario estaba constituido por 35 111 viviendas y en 1990 tenía 33 707, en el año 2000, el censo registró 56 272 viviendas de este tipo. Con ello podemos decir que los impactos de la maquilarización de la economía fronteriza sobre el mercado inmobiliario no se restringen a la producción de viviendas subvencionadas del Ivechi y al encarecimiento y la especulación de la tierra urbana: los impactos también se manifiestan con una expansión del mercado de vivienda en renta, al parecer, dentro de colonias creadas en un principio por una organización de barrio. Es muy probable que el fenómeno se acentúe en los próximos años.

De esta manera, vemos ciertos itinerarios residenciales tipo de los inmigrantes recientes en Ciudad Juárez. Algunos llegan con una familia afiliada a una organización de colonos que directamente les ayudará a obtener un lote por esta vía. Otros responden a su necesidad de vivienda en el restringido pero importante submercado arrendatario, a veces, después de vivir algún tiempo en la casa de algún pariente o paisano. Otros más recorren las tres vías, pero todos tendrán condiciones más precarias de vivienda que los nativos y restricciones fundamentales para obtener una vivienda de interés social, comprar una casa en el submercado de vivienda entre particulares o heredar una casa, un lote o una pequeña fracción de lote de algún familiar o amigo. Así podemos observar diferencias abismales entre dos parejas jóvenes que trabajan en la misma cadena de producción y se delinean por su situación migratoria. Pero las diferencias pueden ser también muy importantes entre las familias inmigrantes según los recursos que trajeron a la ciudad al momento de su inmigración, según la extensión de su red social local y -en lo que se pondrá mayor atención en este artículo- en los contextos sociales y económicos que encontraron los inmigrantes en Ciudad Juárez al momento de su llegada.

Tratemos de entender estas diferencias con la comparación de dos familias extensas cuyo origen migratorio, número de hijos y fase de ciclo de vida son similares, pero que tienen condiciones de vivienda muy dispares. El ejemplo nos ayudará a comprender una correlación múltiple en la que la situación migratoria y el momento histórico en que comienzan a competir en los mercados locales de trabajo y de vivienda definen, al mismo tiempo, los itinerarios laborales de la población y el punto central de este artículo: los itinerarios residenciales. Para la realización de este ejemplo, la técnica empleada pasó de la entrevista individual con el trabajador de la maquila a la puesta en contacto con su familia extensa y a visitas frecuentes a su colonia, hogar y familiares.

 

LOS OLMOS Y LOS GÓMEZ: EL MIGRANTE DE AER Y HOY

Clara, segunda hija de la familia Olmos, nació en Mapimí, Durango, en 1965, y llegó a Ciudad Juárez a la edad de nueve años. Bernardo, tercer hijo de la familia Gómez, nació en 1967 en San Luis Colorado, Durango, y llegó a Ciudad Juárez a la edad de 18 años. Los dos jóvenes se conocieron en 1986 en una maquila y se casaron por la iglesia y lo civil en 1988. Su único hijo nació un año más tarde.

Las familias de origen de la joven pareja, que serán las que vamos a comparar, comparten ciertas características: los padres nacieron a la mitad de los años cuarenta en dos comunidades rurales del estado de Durango; las dos familias se formaron hacia la mitad de los años sesenta; son familias numerosas (12 hijos Olmos y siete Gómez) y, en cada una, seis de los hijos vivían en pareja (casados o en concubinato) en el momento del trabajo de campo.

A pesar de estas similitudes, las dos familias extensas tienen situaciones residenciales bastante diferentes: las primeras generaciones son propietarias de su vivienda, pero, mientras los Olmos tienen una casa de dos pisos, construida con materiales resistentes, los Gómez tienen una pequeña morada de madera y otros materiales perecederos.

En lo que respecta a la segunda generación, todos los hermanos Olmos son propietarios de su vivienda, salvo uno que acababa de unirse en concubinato. Por su parte, tres de los Gómez son inquilinos, y los otros tres son propietarios o posesionados de su morada.

Cuando Bernardo Gómez y Clara Olmos comparaban la situación de sus familias de origen con la de sus familias políticas, atribuían sus profundas diferencias a criterios subjetivos como capacidad de organización, espíritu ascético de ahorro, capacidad de trabajo, etcétera. Sin duda, estos factores han podido jugar en la producción de los itinerarios residenciales de cada familia; sin embargo, la joven pareja parece haber omitido en sus observaciones dos factores que parecen haber jugado un papel más importante: la disposición de una red familiar cercana con la que gozó la familia Olmos y -en lo que quisiera detenerme más ampliamente- los contextos sociales y económicos de inmigración de cada familia, que son, insisto, la expresión local de procesos macroeconómicos más amplios.

El análisis de estos aspectos nos hará sensibles a un cambio en los perfiles de inmigración hacia las ciudades fronterizas del norte de México, cambio que fue señalado por Heléne Riviere d'Arc en los siguientes términos:

[...] en relación al pasado comparado con los migrantes de los frentes pioneros de las minas o del oeste, el migrante de hoy ha cambiado. [...] al migrante ya no se le atribuyen los grandes proyectos, como ésos de ocupar espacios vacíos y ponerlos en valor con libertad. Al contrario, el migrante es considerado como un pobre en busca de trabajo y de un salario y no de independencia. Es un personaje despreciado, más que un sujeto o actor de epopeya (1994:83).

El cambio observado por la autora atañe evidentemente a las poblaciones pioneras de principios de siglo y a las nuevas migraciones de los años ochenta y noventa. Pero todo parece indicar que podría pensarse también para las familias Olmos y Gómez, cuyos momentos de migración varían entre 1971 y 1981, es decir, entre el principio y el florecimiento de la industria maquiladora en la frontera norte del país, pero también entre una economía nacional relativamente sana gracias al auge petrolero y una economía recesiva y en plena recomposición.

Itinerarios de migración previos a la llegada a Ciudad Juárez: Los contextos y los pretextos de inmigración

Ruperto y Eulalia Olmos se casaron en 1964 en Mapimí, cabecera municipal del norte de Durango. En 1971, Ruperto parte solo a un rancho cercano a El Paso, Texas, donde -rescatando el saber profesional de su lugar de origen-obtiene un trabajo en el sector agrícola. Después de dos años, su esposa Eulalia viaja a Ciudad Juárez, donde sus padres y su hermana vivían en una colonia de invasión promovida por el PRI.. SU padre le renta un departamento en la misma colonia y Eulalia comienza a trabajar en el servicio doméstico y en el comercio informal. Después de un tiempo, Eulalia compra el departamento de su padre y, en 1975, Ruperto deja los Estados Unidos y se instala con su familia en Ciudad Juárez.

En esa época -mediados de los años setenta-, la familia Gómez no había siquiera imaginado que inmigraría hacia Ciudad Juárez. Ellos vivían en un pequeño rancho del municipio de San Luis Colorado, a un centenar de kilómetros de Mapimí. El padre, César Gómez, era asalariado en una empresa de explotación forestal, y la madre, Aurelia, se ocupaba del hogar. Esta situación prevaleció hasta 1981, cuando su hija mayor cumplió 16 años y decidió emigrar hacia Monclova, Coahuila, donde comenzó a trabajar como empleada doméstica. La joven fue seguida por el segundo hermano, quien comenzó a vivir en diferentes estados del norte del país. Bernardo, por su cuenta, en 1983 alcanzó a su hermana mayor en Monclova para trabajar como jardinero en una casa particular.

En San Luis Colorado, la crisis que asolaba el campo mexicano se veía reflejada en una disminución de la explotación forestal y el posible cierre del único aserradero que daba empleo a los hombres de la localidad. Así, mientras la maquila comenzaba a expandir sus campañas de empleo en la frontera norte del país, el municipio se unía al gran número de zonas rurales que figuran como nuevas zonas de expulsión de migrantes hacia la región fronteriza. César Gómez decidió aventurarse solo y sin red social alguna a Ciudad Juárez. Después de ocho meses de trabajar en una maquila y de rentar un cuarto redondo del centro de la ciudad, hizo venir a su mujer y los cuatro hijos que todavía vivían con ella. Los tres hijos mayores que vivían en otros estados del norte del país los alcanzaron un poco más tarde.

Las dos familias comparten entonces la particularidad de haberse formado en la misma época en una comunidad rural de Durango y de haber comenzado su proceso de migración por una movilidad geográfica individual, que más tarde se hizo familiar. Sin embargo, podemos observar algunas situaciones que los distinguen y que diferenciarán más tarde el devenir de su inserción urbana en Ciudad Juárez.

Ruperto Olmos se instala de manera provisional en Estados Unidos, sin duda, porque el momento histórico lo permitía. En 1971, cinco años después de haber terminado el Programa de Braceros, la frontera parecía todavía muy permeable y la posibilidad de realizar "el sueño americano" parecía influir en los proyectos migratorios de una buena parte de mexicanos. En los años ochenta, cuando la familia Gómez comienza a emigrar, ciertamente, el "sueño americano" es compartido aún por muchos migrantes, pero las ciudades fronterizas mexicanas refuerzan su carácter de punto de atracción para los mexicanos, quienes, según la literatura consultada, antes las consideraban como un lugar de paso, como la puerta de entrada al país vecino. En este nuevo contexto, marcado también por una profunda crisis agrícola, la familia Gómez decide ser parte de los 245 000 inmigrantes que el censo de 1990 registró en Ciudad Juárez.9 Las diferencias en los contextos de inmigración tienen efectos sobre los itinerarios de inserción urbana de las primeras generaciones de las dos familias.

Itinerario de inserción urbana de la primera generación de las dos familias

En 1975, cuando Ruperto Olmos dejó Estados Unidos y se instaló en Ciudad Juárez, compró a un particular la posesión de un lote en la misma colonia donde vivían su mujer y su familia política. El señor construyó su casa de un solo golpe y puso en renta el departamento que su esposa había comprado. Por otro lado, Ruperto abandonó los empleos agrícolas que ejercía en Mapimí y Estados Unidos y logró integrarse rápidamente en profesiones urbanas como la de mecánico automovilístico, plomería y albañilería. En este último oficio, Ruperto llegó a ser maestro albañil, un oficio en el que, según las cargas de trabajo, se puede ganar hasta tres o cuatro veces más que en un puesto de operador de la maquila. Naturalmente, con la maquilarización de la economía, la posibilidad de acceder o quedarse en este tipo de empleos comienza a disminuir de manera considerable, por lo que los nuevos inmigrantes quedan entonces excluidos.

Así, en 1985, cuando César Gómez llegó a Ciudad Juárez, la familia Olmos ya estaba completamente instalada. César Gómez se quedó en un pequeño departamento durante siete años, y en 1992 compró una vivienda construida con materiales de desecho y sobre un lote con dudosa situación legal. César comenzó su itinerario laboral como operador de la maquila y durante el trabajo de campo, aún continuaba igual. Así, en 1995, las dos familias se distinguían claramente: los Olmos no dependían de la maquila para vivir; los Gómez, completamente. Los primeros son propietarios de una gran casa construida con materiales duraderos; los segundos, no tenían más que una vivienda con materiales de desecho.

El itinerario migratorio parece jugar un papel central. La estancia de Ruperto Olmos en Estados Unidos le permitió acumular un ahorro del que dispondría más tarde para comprar su lote y construir su casa. César Gómez llegó a Ciudad Juárez con las manos vacías, lo que lo condujo a rentar al momento de su llegada.

Por otra parte, el contexto de llegada a esta ciudad fronteriza se modificó en 10 años, entre la llegada de la familia Olmos y la de los Gómez. El primero, Ruperto, encuentra una ciudad donde, si bien el desempleo masculino es muy importante, un hombre se podía insertar fácilmente en una profesión urbana tradicional. César, por su parte, llega a una ciudad en la que las profesiones radicionales empezaban a declinar y la maquila comenzaba a emplear obreros sin distinción de edad ni sexo.10

En lo que concierne al mercado inmobiliario, Ruperto llegó a una ciudad en donde las invasiones de terrenos periféricos estaban en pleno auge y se pudo beneficiar de un lote producto de estas invasiones en una colonia erigida por el PRI. Gracias a la precaria urbanización que en esa época tenían estas colonias y a la situación irregular de sus lotes, era posible obtener un gran terreno a precio bastante accesible para un repatriado de Estados Unidos. En contraparte, cuando César Gómez llegó a la ciudad, el gobierno local (representado por el PAN) comenzaba a combatir las organizaciones de colonos. Aunada a esto, la especulación inmobiliaria parecía recrudecerse por la implantación de parques industriales, lo que hacía aún más difícil la obtención de un lote a buen precio y sin la ayuda de una red social. Al parecer, esta última resulta crucial en el desarrollo de los itinerarios residenciales. Los Olmos tenían una sólida red familiar en Ciudad Juárez desde años antes de su inmigración, la cual recibió, alojó y apoyó a la familia desde el inicio de su inserción urbana. César Gómez, el primer inmigrante de la familia, debe comenzar a tejer su red, situación que requiere tiempo y esfuerzo.

Tenemos entonces dos perfiles de inmigración claramente diferenciados: por un lado, por la disposición de una red social, y por otro, por el contexto sociopolítico que los vio llegar a Ciudad Juárez. Esta sutil pero profunda diferencia entre las dos familias influye bastante en las estrategias residenciales de sus hijos.

La inserción urbana de la segunda generación de las dos familias

Ruperto Olmos, un hombre con una situación económica bastante holgada, siempre presta ayuda a sus hijos para encontrar vivienda. Desde el momento en que uno de ellos vislumbra unirse maritalmente, Ruperto le busca un lote en los alrededores de su casa, habla con los vecinos, negocia con los líderes de la colonia, enseña a sus hijos o a sus yernos a fabricar adobes y a construir, les ayuda en las obras. Así, como se indicó, cinco de los seis hermanos y hermanas casados son propietarios de su vivienda y solamente uno de ellos, que acababa de unirse en concubinato, vivía en la casa de su padre.

Cuando la familia Gómez arribó a Ciudad Juárez, dos de los hijos estaban unidos maritalmente y llegaron a compartir el departamento con sus padres durante algunos meses para aventurarse luego al submercado arrendatario. Mientras uno de los hijos continuó en renta hasta el momento del trabajo de campo, otro de ellos consiguió un terreno de invasión (una de las últimas invasiones organizadas por el PRI) en la colonia Anapra, situada en las faldas de la sierra de Juárez y que tiene unas de las condiciones urbanas y sociales más precarias de la ciudad: lejanía del centro (dos horas y media en autobús), mayoría de viviendas con materiales de desecho y riesgos de derrumbe de la erosionada sierra. De los cuatro hijos que se casaron en Ciudad Juárez, una de ellas -unida con un nativo al que conoció en la maquiladora donde trabajaba-logró obtener una vivienda de interés social por la situación laboral del marido; otros dos rentaban en la periferia de la ciudad; y Bernando Gómez, que contrajo nupcias con Clara Olmos, obtuvo de su suegro préstamos financieros, conocimiento y acceso a una consolidada red social para construir su vivienda en la misma colonia, como lo harían también sus cuñados y concuños.

Otras diferencias se transparentan en la situación laboral de los hijos de las dos familias: solamente dos de los jóvenes Olmos dependen de la maquila para vivir y todas las hermanas se dedican al hogar mientras que sus esposos realizan profesiones urbanas tradicionales. Todas, salvo Clara, que como sabemos, se casó con Bernardo, quien es obrero de la maquila, como todos sus hermanos y su padre.

En los dos casos estudiados, el peso del origen familiar y de la historia social jugaron un papel preponderante en la situación residencial de cada uno de los miembros de los parentescos. Los hijos Olmos, cuyas condiciones fueron relativamente holgadas, parecen haber heredado los capitales materiales y sociales de su padre, así como su saber hacer. Gracias a esas herencias, ellos reprodujeron la situación residencial del señor Olmos en cuanto a la vía elegida para acceder a una vivienda, la localización y las técnicas de autoconstrucción. Los hijos Gómez, viviendo en renta durante los siete primeros años de estancia en Ciudad Juárez, tuvieron la misma suerte que sus padres al inicio de su itinerario residencial. Para acceder a la propiedad, cada uno de ellos se valió de sus propios medios. No pudieron heredar de sus padres, pues éstos carecían tanto como ellos de capitales sociales y económicos. Pero si queremos pensar que existe siempre una transmisión de algo de padres a hijos, podemos decir que recibieron esa especie de herencia que se transmite entre los desheredados: la incertidumbre.

 

CONCLUSIONES

Si bien los trabajadores de la maquila presentan condiciones de vivienda precarias como tantos autores lo han señalado (Alegría, 1990; Sánchez, 1990; Reygadas, 1992; y Reygadas, et al. 1994), las condiciones de los inmigrantes recientes -justamente los que han sido atraídos a la ciudad por la presencia de estas industrias- resultan aún más graves. Esto no es sólo una cuestión de tiempo de estancia en esta ciudad. Las condiciones objetivas no indican que la situación de estos inmigrantes vaya a cambiar con el paso de los años. Primero porque la falta de experiencia profesional urbana los ancla en los niveles más bajos del escalafón salarial de estas empresas y les impide un margen de ahorro para acceder a la vivienda; segundo porque la carencia de información, saber hacer y relaciones sociales los conduce a ubicarse en las peores condiciones dentro de los mercados de la vivienda; y tercero porque estos mercados tienden a crear un submercado de viviendas de interés social al que sólo los nativos pueden acceder; a alzar los precios de la tierra urbana por la especulación inducida por los parques industriales; y a restringir las organizaciones de colonos, otrora la opción más factible para los inmigrantes.

Podemos observar, así, la necesidad de integrar el status migratorio para la comprensión tanto de esa masa homogénea que llamamos colonos urbanos, como de las personas que se engloban dentro de la rígida categoría de trabajador de la maquila. Esto nos permite concluir que establecer una correlación simple entre vivienda y trabajo no tiene sentido si no se entiende el papel que juega la situación migratoria de las personas que venden su fuerza de trabajo a este importante sector de la producción, y si tampoco se percibe que entre todos esos inmigrantes existen diferencias fundamentales que tienen que ver con sus capitales sociales y materiales, con su saber hacer y, muy especialmente, con el momento histórico en el que emprendieron la aventura de la inmigración.

 

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Notas

1 El presente artículo retoma y reformula algunos pasajes del libro de mi autoría, Naviguer dans le désert. Pratiques résidentielles dans un contexte d'incertitudes (Zamorano, 2003). Una primera versión fue presentada en el Coloquio Internacional Movilidad y Construcción de los Territorios de la Multiculturalidad, Saltillo, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Centre de Recherche et Documentation sur I'Amerique Latine (CREDAL), Institute de Recherche pour le Développement (IRD), UC-Mexus, El Colegio de la Frontera Norte, abril de 2003.

2 El ciclo de integración urbana marca los itinerarios de los miembros de una familia nuclear dentro de los mercados de la vivienda y del trabajo desde el inicio de su ciclo de vida familiar. Es importante señalar que aquí se habla de itinerario y no de trayectoria a fin de contrarrestar la connotación balística de la última noción y poder considerar movimientos flexibles, así como las idas y vueltas de los actores dentro de los dos mercados.

3 La encuesta fue realizada en el contexto de una investigación cuyo resultado final es el libro intitulado Naviguer dans le désert. Pratiques résidentielles dans un contexte d'incertitudes, de mi autoría.

4 Véase, por ejemplo, Fernández-Kelly; 1983; y Reygadas, 1992.

5 René Coulomb analiza con agudeza estas prácticas en la ciudad de México (1995).

6 Evidentemente, este tipo de estrategia tiene su contraparte en los lugares de origen que se aprecia a través de las viviendas: ¿quién no ha observado, en cualquier pueblo de tradición migratoria, una transformación del paisaje inducida por la influencia arquitectónica estadunidense sobre las viviendas? Cabe señalar que este tipo de estrategia es poco estudiada en México, aunque lo merece.

7 Para tener un ejemplo de la construcción de una red de solidaridad intercomunal en las colonias de invasión, véase Urías, 1990:321-336.

8 Posesionado, término atribuido a estas personas en la jerga de la municipalidad que literalmente quiere decir: el que ha tomado la posesión de un lote. El contenido de este término se acerca a la primera acepción del anglicismo americano squatter: pionero que se instala sobre una tierra inexplotada en el oeste, sin título legal de propiedad y sin pagar renta (Le Petit Robert, 1993). Sin embargo, los posesionados juarenses no son pioneros y, a veces, llegan a pagar una especie de renta al gobierno, a los líderes de la organización o a un particular que había ocupado el lote previamente.

9 Estos 245 000 inmigrantes constituyen casi 30% de la población local. La fuente censal da el carácter de inmigrante a la persona que nació fuera de la entidad de Chihuahua, por lo que los inmigrantes interestatales son omitidos.

10 Si tradicionalmente la maquila era una fuente de trabajo para mano de obra femenina, a partir de 1983 comenzó a emplear mayor número de hombres. Así, mientras que en 1982 había 260 hombres por cada 1 000 mujeres, en 1993 existían 820 trabajadores por cada 1 000 trabajadoras (Zamorano, 2003).

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