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Tópicos (México)

versão impressa ISSN 0188-6649

Tópicos (México)  no.64 México Set./Dez. 2022  Epub 13-Fev-2023

https://doi.org/10.21555/top.v640.2539 

Artículos

El amor en la filosofía de Maurice Nédoncelle

Love in the Philosophy of Maurice Nédoncelle

Salvador Ernesto Vanegas Sandoval1 
http://orcid.org/0000-0001-6691-6466

1Universidad Católica de El Salvador, El Salvador. soterva@gmail.com


Resumen

Este artículo es una lectura y análisis in directo de dos textos de Maurice Nédoncelle: La réciprocité des consciences (1942) y Vers une philosophie de l’amour et de la personne (1946). Se pretende dar a conocer en español, en primer lugar, la doctrina del autor acerca del amor, y, en segundo lugar, la importancia metafísica que tiene para él dicha noción, aunque este segundo objetivo puede ser objeto de estudios ulteriores que profundicen más en la idea filosófica, de corte personalista, que Nédoncelle tiene del amor. La lectura de esos textos me ha llevado a exponer dos cuestiones de la filosofía del amor. La primera: ¿dónde radica el constitutivo ontológico del amor? Y la segunda: ¿cuál es la manifestación más evidente del amor personal? Ambas cuestiones son tratadas prevalentemente desde una perspectiva teorética más que práctica. Defiendo que Maurice Nédoncelle quería demostrar que aquello que caracteriza mejor a la persona es su capacidad de amar y ser amada.

Palabras clave: amor; reciprocidad; conocimiento; voluntad; relación interpersonal

Abstract

This article is a reading and direct analysis of two texts by Maurice Nédoncelle: La réciprocité des consciences (1942) and Vers une philosophie de l’amour et de la personne (1946). I intend to make known in Spanish, firstly, the author’s doctrine of love, and, secondly, the metaphysical importance this notion has for the author, although this second aim can be the subject of further studies that delve into Nédoncelle’s personalist philosophical idea of love. The reading of these texts has led me to present two questions of the philosophy of love. Firstly, what is the ontological constituent of love? Secondly, what is the most evident manifestation of personal love? Both questions will be treated predominantly from a theoretical rather than practical perspective. I propose that Maurice Nédoncelle wanted to demonstrate that what best characterizes persons is their ability to love and be loved.

Keywords: love; reciprocity; knowledge; will; interpersonal relationship

Introducción

Un vistazo somero de los escritos de Nédoncelle nos hace percibir de entrada que el amor personal es un tema constante en su filosofía. El abundante uso que hace de la categoría “amor” en dos de sus obras filosóficas justifica que se exponga su particular concepción de este. El amor aparece vinculado al conocimiento y a la voluntad, y ahí radica el fundamento de las relaciones interpersonales. En La réciprocité des consciences, el amor aparece más ligado al conocimiento, pero no se identifica con este. Habla, más bien, de una ciencia del amor cuando dice: “hay por lo menos una ciencia que debe fundarse encontrándose a sí misma: esta es la ciencia desde el punto de vista del amado” (Nédoncelle, 1942, p. 18). En otra célebre obra, Vers une philosophie de l’amour et de la personne, el amor personal se vincula más con la voluntad humana; la esencia del amor, dice, es ser “una voluntad de promoción mutua” (Nédoncelle, 1946, p 19), dejando en la voluntad el fundamento de las relaciones personales.

Conociendo la lengua en la que estas obras fueron escritas y sabiendo que solo una de ellas ha sido traducida en español, he decidido seguir la versión original en francés de ambas. Como se apreciará, citaré prácticamente solo estas obras porque los estudios que se han hecho de este autor son muy pocos, breves y recientes. Además, el tema del amor no ha sido el objeto de investigación cuando otros se han dedicado a estudiar a Nédoncelle. Por tales motivos, el texto que presento a continuación es una lectura y análisis in directo de dos de sus obras principales.

La esencia del sujeto: el amor personal

El tema del amor en los escritos nedoncellianos adquiere una dimensión filosófica no solo por la abundancia de textos que encontramos de él, pues, si fuera este un motivo literario, Nédoncelle sería de los que menos ha escrito sobre el amor. Por el contrario, es una cuestión filosófica en cuanto que instala la capacidad de amar en el ser personal a través del conocimiento y de la voluntad: no sólo del conocimiento, sino también de la voluntad, y no sólo de la voluntad, sino también de la capacidad de pensar y decidir con razón. De ahí que la realidad del amor es tan profunda como lo es tratar acerca de la esencia de la persona. Muchas veces pasa desapercibido que el amor es esencial en el sentido ontológico. Así, tratar del amor implica planteárselo desde una perspectiva netamente filosófica. Para eso, habría que superar el dato empírico del amor (no es solo su manifestación); es decir, ir más allá de lo que manifestativamente consideramos como amor. En ese esfuerzo, Nédoncelle, trata el amor en el nivel de los principios constitutivos de la persona, y afirma que “amar la belleza o la bondad o la verdad de un ser, no es lo mismo que amar a este ser” (1942, p. 12). Nótese que, en gramática, con el pronombre demostrativo “este”, “esta”, o “esto” nos referimos al sujeto y no a un aspecto o parte del sujeto: nos referimos al sujeto entero. Eso no es posible si no hace referencia a aquello que hace que algo sea sujeto, su ser.

Al desarrollo de una filosofía del amor en Nédoncelle se llega progresivamente, y él mismo evolucionó su manera de plantear el amor a lo largo de su vida. En ella se pueden considerar dos etapas de particular conceptualización del amor. La primera coincide con el inicio de sus indagaciones filosóficas; lo primero que considera es que el amor se manifiesta, es una de las características de la relación personal y muy ligada al conocimiento: hay que decir que amo, que quiero, y esa es una manera del sujeto de revelarse, hasta el punto de considerarlo como equiparado al ser personal. Por eso afirma que “toda conciencia es unión y toda unión es o comporta amor en una forma personal del ser” (1942, p. 7). En la segunda etapa de sus investigaciones, cuatro años después, el amor es abordado como un acto de la voluntad personal que quiere el desarrollo (promotion) de la otra persona, doctrina recogida a partir de una conferencia en Vers une philosophie de l’amour. El amor aparece aquí como voluntad de promoción del otro; dice: “el amor es una voluntad de promoción. El yo que ama quiere, por encima de todo, la existencia del tú; quiere, entre otras cosas, el desarrollo autónomo del tú” (Nédoncelle, 1946, p. 11). Entendamos “promoción” en el sentido etimológico del término, pro-mover, moverse en favor del otro o suscitar que el otro se mueva. La promoción que se quiere del otro es la promoción de su existencia, de su sentido de la vida; además, no descuida la reciprocidad de esta voluntad de promoción porque “amar implica el deseo de ser amado; e incluso, en un cierto sentido, amar implica siempre el hecho de ser amado” (Nédoncelle, 1946, p. 19). Amar y ser amado no se consigue si la voluntad no lo decide, si la voluntad no ocupa un lugar muy importante en la experiencia del amor, y este es el origen de la intuición de Nédoncelle por la que ubica a la voluntad como principio fundante del desarrollo de su teoría del amor.

Teniendo en cuenta este modo de tratar el amor, ya sea en La réciprocité des consciences o en Vers une philosophie de l’amour, parece bastante claro que el amor personal para Nédoncelle habría que situarlo en la naturaleza de la persona, ya que el conocimiento y el querer pertenecen a la naturaleza humana.

El conocimiento y el querer tienen como fin la experiencia del amor personal. Aquello que constituye al sujeto en persona sería el amor, puesto que Nédoncelle, cuando se refiere al amor, lo sitúa en el mismo nivel del conocimiento y de la voluntad personal. En La réciprocité des consciences, donde el amor aparece más relacionado con el conocimiento, dice que las personas “lo perciben o lo forman como el ser de su ser” (1942, p. 26). Y, en Vers une philosophie de l’amour, donde el amor aparece ligado más a la voluntad que al conocimiento, dice que el amor es una voluntad de promoción (cfr. Nédoncelle, 1946, pp. 11-19), una voluntad de promoción mutua de las personas (cfr. Nédoncelle, 1946, pp. 19-46).

Para Nédoncelle, el amor está al nivel de las facultades espirituales humanas del conocer y del querer. Así, el amor hunde sus raíces tanto en la inteligencia como en la voluntad personal, pero no solo en la voluntad como capacidad de dar: el amor también significa recibir, perfeccionar y ser perfeccionado. Incluso llega a decir que lo que el amante quiere es una forma de ser tanto del sujeto que ama como del sujeto que es amado: “esto que es querido es una forma de ser del tú y del yo que deriva inmediatamente de la voluntad amante y que tiene su origen en ella” (1946, p. 36). A la persona se le puede conocer desde un determinado punto de vista, pero aun cuando se le conoce bastante, la realidad personal sobrepasa lo que se conoce de ella. No es que el amor no esté en las manifestaciones, sino que las manifestaciones del ser personal no muestran toda su riqueza, pues el amor es mayor de lo que manifestamos y conocemos. La voluntad y el conocimiento personal están permeados por el amor.

El amor permite el conocimiento del yo y del tú. Es importante hacer notar esto, porque la persona se conoce a través del amor; en este sentido, el conocimiento que un sujeto tiene de otro es un conocimiento amoroso, pues “el amor procede de las personas y se dirige hacia ellas” (Nédoncelle, 1946, p. 10). Esta afirmación nedoncelliana, central en su particular concepción del amor, supone un progreso en la consideración filosófica del amor: si el amor procede de las personas es porque tiene su fuente en la persona, se origina en ella y tiene como fin a la persona. Por tal razón, se puede decir que la persona ama a la persona, y no a una parte interior o exterior de la persona: ama a la persona en su totalidad.

Si el amor es un principio que constituye a los seres personales, es lógico que se considere al amor desde la interioridad, ya que es esencial a la persona: “sólo el amor personal es moral; no es externo al tú, él es el tú, él mismo” (1946, p. 13). El pronombre “tú” manifiesta, no un aspecto de la persona, sino a la persona misma; por eso, en el amor personal el yo significa la interioridad constitutiva del amante y el tú significa la interioridad constitutiva del amado, y estos se constituyen como yo y como tú en el amor. El amor personal es amar desde lo que hace ser a la persona un ser personal, y así, amando, el sujeto se realiza a sí mismo y contribuye al desarrollo del ser personal del tú, ya que el amor “también es una energía realizadora, que quiere contribuir a la existencia y al crecimiento del otro” (1946, p. 14).

Cuando, en La réciprocité des consciences, el amor aparece como sinónimo del ser y del conocer, el amor refiere al acto del ser personal. Nédoncelle dice: “ser, conocer y amar llegan a ser entonces sinónimos” (1942, p. 71). Luego, cuando en Vers une philosophie de l’amour dice que “en la contemplación misma debe haber un deseo [vœu] activo” (1946, p. 15) continúa la idea del acto del amor. De modo que el amor y el conocimiento aparecen de nuevo como aquello que constituye al ser personal. El conocimiento es acto que pertenece a la facultad de la inteligencia; se insiste en este punto porque hay que notar que conocimiento y querer constituyeron un binomio presente en la filosofía del amor de Nédoncelle tanto al inicio como al final de su enseñanza. Por tanto, el amor es acto como es acto el conocimiento. Nótese, atendiendo a la semántica francesa de vœu y souhait, que la palabra que utiliza aquí Nédoncelle es vœu, un término que significa no solo el deseo externo de algo -para esto bastaría en francés la palabra sohuait-, sino algo más profundo: necesidad de amar y ser amado, en este caso, pero una necesidad interior. De esta manera, parece que se disuelve la duda de si el amor es acto o no en el sentido metafísico de atributo esencial de una sustancia.

El amor como esencia de la persona no se puede eliminar, aun cuando la persona ame mucho y done su amor a otro, ya que, al ser un principio constitutivo, este permanecerá siempre. El amor, por ser constitutivo, al donarse más bien se afirma más que se niega, pues la persona “no puede negar su acto constitutivo, que es su querer para el otro” (Nédoncelle, 1946, pp. 18-19). El protagonista del amor es la persona misma, ya que en ella reside esa perfección.

Después de explicar el fundamento racional del amor, Nédoncelle lleva esta fundamentación del amor personal al ámbito de lo divino recurriendo a la doctrina aristotélica de la causalidad. Afirma que el sujeto ama desde la interioridad personal, una interioridad que viene dada por Dios. Es decir, su interioridad amorosa (o amante) es originaria (la toma de su origen último), por eso la persona es capaz de donarse amando. A la luz del amor como ágape, Nédoncelle considera que esto es lo que hace que el amor sea en la persona un acto. Él lo explica usando la teoría de las causas: “amamos al prójimo […] como una causa eficiente y no como una causa final” (1946, p. 22). Lo que interesa subrayar aquí es la dimensión activa del amor personal; a esto se refiere cuando dice que es causa eficiente. Además, si la persona es causa eficiente del amor -y no solo su causa final-, todas las personas pueden amar y no solo recibir amor: “el hombre es amado por el hombre porque el don que viene de Dios requiere que este don sea enteramente desinteresado: libre de toda infiltración egoísta” (1946, p. 22).

Nédoncelle quiere hacer notar siempre que el amor va más allá de cualquier cualidad impersonal, o, dicho positivamente, que el amor solo puede ser una realidad personal o personalizada, ya que “verdaderamente existe otro al que amo y no una cualidad impersonal fija en él” (1946, p. 29). Así, el amor se dirige a la persona misma, y aquí sí se puede considerar al amado como causa final del amor personal.

La reciprocidad de la que trata Nédoncelle es reciprocidad de la persona a través de la percepción del otro: “toda percepción del otro es una promoción intuitiva de su ser” (1942, p. 36); aquello que al inicio suscita el amor es la percepción que tenemos del otro. La percepción no es solo conocimiento, ya que, al llegar a hablar del ser, esto va más allá del puro conocimiento del amante: su meta es el ser personal del amado. Así, se puede decir que la percepción intuitiva significa un conocimiento que, a su vez, es promoción intuitiva de su ser, del ser del otro.

Este modo de explicar la intencionalidad del amor supera el conocimiento discursivo porque lo que “busca determinar es la máscara del otro más que el otro mismo” (Nédoncelle, 1942, p. 36).1 En cambio, en la percepción intuitiva no solo gana en conocimiento quien conoce, sino que, además, el que es conocido (el amado) se ve enriquecido por el amor del otro (del amante), que lo mueve también a amar y no solo a ser amado. Este tipo de conocimiento no se limita al ámbito del discurso racional sobre el otro, ya que “si ella [la percepción intuitiva] se constituye solo por los recursos de un razonamiento, y sobre todo de un razonamiento por analogía, nos llevará a una configuración de cualidades naturales y nos dejará en el fondo de nuestro solipsismo” (Nédoncelle, 1942, p. 36). El conocimiento discursivo es importante, pero solo como instrumento en orden a la percepción intuitiva del otro: “el razonamiento analógico […] es un papel que no es despreciable, pero es, sin embargo, un papel auxiliar” (1942, p. 36).

La reciprocidad y la percepción se configuran por el amor personal, y su término último es la persona: “existe […] una sinonimia de base entre la percepción del otro, la reciprocidad y el amor personal” (Nédoncelle, 1942, p. 16); por tanto, la equivalencia entre estos términos manifiesta el esfuerzo intelectual por el que Nédoncelle intuye que estas dimensiones personales -percepción, reciprocidad y amor- son realidades trascendentales de la persona. El amor es reciprocidad y la reciprocidad es amor. La percepción (intuitiva) es amor y el amor es percepción intuitiva.

El tipo de vocabulario indica que Nédoncelle es un contemporáneo que no tiene reparo en utilizar terminología aristotélica, pues la noción de “acto” utilizada por él tiene el significado de “perfección de un ente”. Hecha esta aclaración, indiquemos que el amor personal supone correlatividad. Los seres que se encuentran se comunican de acto a acto. Afirma:

Este acto, en la medida en que es compartido, supone que el amado hace por su parte una experiencia correlativa; y por consiguiente, el tú será modificado, no solamente por el hecho de que él es el fin de mi yo amante, sino, más todavía, porque él llega a ser a su vez un yo amante (Nédoncelle, 1942, p. 21).

Lo que quiere decir que, si bien es cierto que la persona en su individualidad y en su soledad es un amante y un amado en potencia, ante la presencia de otro ser tanto la potencia amante como la potencia de ser amado desaparecen; porque, a la vez que se es amado, se ama al que nos ama. Concluye taxativamente: “amar implica el deseo de ser amado” (Nédoncelle, 1946, p. 19).

La percepción, la reciprocidad y el amor personal hacen que la persona se aprecie como una unidad. Esta característica de la unidad es la que proporciona a la persona consistencia y subsistencia. Es el aspecto perdurable de la persona, por eso la persona se manifiesta como unidad a pesar de los diferentes cambios externos que puedan ocurrir: “la reciprocidad amante se acompaña de una conciencia de eternidad […]. Por esto ella no es el efecto sino la causa de la identidad personal” (Nédoncelle, 1942, p. 22). Por lo tanto, la percepción, la reciprocidad y el amor confieren a la persona una identidad propia que perdura tanto como perdura su ser.

La reciprocidad entre dos personas es una verdad evidente:

La evidencia del parentesco y de la unión ontológica entre el amante y el amado es tan irresistible como la evidencia de una verdad primera: es, en efecto, una verdad primera, exenta de toda contestación, una armonía que no puede ser destruida en su fondo, aunque sea silenciosa y frágil (Nédoncelle, 1942, p. 22).

Toda esta teoría proporciona las bases para fundamentar la existencia de relaciones interpersonales, las cuales se muestran o se perciben intuitivamente, no se demuestran.

El amor: fundamento de las relaciones interpersonales

Se ha visto que tratar acerca del amor recíproco significa adentrarse en lo que funda el amor mismo o, como diría Nédoncelle, fundamenta a la persona. Justamente esta intención se ve mejor desarrollada en Vers une philosophie de l’amour. Titula el primer capítulo “La esencia del amor” (Nédoncelle, 1946, p. 11), en relación con la reciprocidad del amor personal. El amor no es una dimensión periférica en la persona, sino una dimensión central que se manifiesta en las relaciones interpersonales. Las relaciones personales se siguen de la naturaleza amorosa del sujeto. Incluso cuando la persona se encuentra sola se objetiva como un tú; es decir, la persona es un acto amoroso que crea reciprocidad. La importancia de esta dimensión personal es notable, por lo que merece atención.

Cuando Nédoncelle dice examinar “una de estas esferas interhumanas: aquella del amor” (Nédoncelle, 1946, p. 8) está indicando la dimensión más importante de la persona. El amor se encuentra en las relaciones interpersonales y su meta final es la realización de la persona en cuanto que ama y en cuanto que es amada. El amor la enriquece; la reciprocidad del amor no es un desgaste personal, sino que “el poder del amor desciende del amado hacia el amante para enriquecerse e intensificarse en el movimiento que vuelve del amante al amado” (Nédoncelle, 1946, p. 17). De ahí que la persona tenga como fin a la otra: el amor hace que una relación personal sea auténticamente humana, tanto por parte del que ama como por parte del amado. Su carácter relacional es la característica más importante por la que el sujeto manifiesta su esencia.

Algo relevante y, sin embargo, poco tratado en la historia de la filosofía consiste en las auténticas relaciones humanas: “tan a menudo, novelistas, poetas y ensayistas se han ocupado, antes que los filósofos, del análisis de las relaciones interpersonales” (Devivaise, 1946, p. 219). Todos estamos acostumbrados a relacionarnos unos con otros, es una actitud fundamental del ser humano. Esto lo podemos apreciar en los caminantes por las calles, hombres que escapan de otros hombres, hombres que desconfían unos de otros, hombres que aman a otros y se alegran de reencontrarse, etc. (cfr. Nédoncelle, 1946, p. 7). Incluso cuando una persona se encuentra en la soledad física, ella objetiva su propio ser, habla consigo mismo como si fuera otra persona, se trata a sí mismo como si fuera otro, porque “el yo que ama quiere antes que nada la existencia del tú” (Nédoncelle, 1942, p. 11). Por tanto, las relaciones personales son “un acto que transforma nuestras perspectivas” (1946, p. 7) respecto del mundo, pues, en la experiencia de la relación con el otro, el universo se expande.

Aristóteles había afirmado que “el hombre es por naturaleza un animal social” (Aristóteles, 1253a2-3). Y, en el siglo XX, Nédoncelle afirma la sociabilidad humana con el término “comunión”: “la comunión de los sujetos no se nos da solamente en potencia; ella está a veces presente en acto: nosotros la consideramos bajo esta forma” (1942, p. 16). Cuando la persona se relaciona, descubre que existe esta capacidad natural para relacionarse con los demás. No obstante, una persona podría encerrarse en sí misma, puede bloquearse o no querer tener esa experiencia de la relación: “este es un camino que a veces puede bloquearse o que no se decide recorrer, pero alguna cosa de mi querer está, por así decirlo, encerrada realmente en su sustancia” (1946, p. 32); pero esto no anula su naturaleza intrínseca de comunión. De manera que el hombre no existe para vivir encerrado en sí mismo, sino para establecer auténticas relaciones con los demás.

El amor, afirma Nédoncelle, es “una energía realizadora que quiere contribuir a la existencia y al florecimiento del otro” (1946, p. 14). Este tipo de consideración del amor personal tiene su importancia porque viene a superar la teoría de las mónadas leibnizianas. “Si bien su concepción de las monadas mutuamente representantes podía ser tan fecunda, ¿el modo en que Leibniz concibió el problema de la comunicación entre substancias no es sintomático de esto?” (Devivaise, 1946, p. 220). A diferencia de Leibniz, el ser personal es una comunión de amor: “son mundos en el mundo y estas esferas de actitudes innumerables pueden, a pesar de su originalidad, comunicarse entre ellas” (1946, p. 7); hay una gran diferencia entre una y otra teoría. Leibniz habla de representación; Nédoncelle, de comunicación.

Ya en su escrito juvenil, La réciprocité des consciences, Nédoncelle manifiesta que lo que le interesa explicar es la esencia del amor, y esta en consonancia con sus manifestaciones exteriores. No es que él sea un esencialista empedernido, si bien dice que “un sentimiento o una tensión […], la atracción del sexo o de la edad, las funciones familiares, o cualquier otra cosa de este género estarán por lo mismo alejados del amor en su esencia” (1942, p. 12). Lo que él quiere en ese texto es apartarse de un reduccionismo que encierre al amor en una de esas formas. Así, estas manifestaciones, aun siendo verdaderas y personales, solo reflejan algo del amor; si una relación personal manifestara la totalidad del amor personal, este se agotaría en una única acción y en una única relación: sentimiento, atracción sexual, vínculo familiar, etc. En cambio, la experiencia manifiesta lo contrario: el amor es cada una de ellas y ni siquiera todas en su conjunto agotan el amor personal.

Aun cuando las relaciones interpersonales se establecen por medio del amor personal, estas no son el fin último del amor. Porque la relación por la relación no es el fin del amor personal, sino que la persona tiene como fin amar otra persona. El amor es mucho más profundo que las relaciones que se establecen entre los individuos; ellas son una manifestación del amor, pero no expresan todo lo que este es: “[el amor] puede estar presente en todas [las relaciones], pero estas no lo traducen más que en parte” (Nédoncelle, 1942, p. 14). Sin embargo, el amor permea todas las relaciones humanas, porque proviene de un sujeto personal cuya esencia consiste en amar y ser amado. Las diversas relaciones son, entonces, caminos hacia el descubrimiento de la esencia del amor.

En el apartado anterior se ha explicado que el amor pertenece a la esencia humana. Ahora bien, ese amor es fundamento de las relaciones interpersonales, ya que se traduce en acciones concretas de la persona. La variedad de acciones humanas manifiesta la riqueza del amor humano, e incluso existen acciones que, tomadas aisladamente, son contradictorias entre sí, pero, por tener su origen en una persona, lo que las vincula entre sí es el amor personal. Por ejemplo, el cuidado de la madre por su hijo, el saludo entre amigos, la limosna que se da a un mendigo, las lágrimas que piden perdón, el cuchillo que se levanta sobre Isaac (Génesis 22, 9-12), etc. Vemos que entre todas estas acciones “nada hay de común […] excepto el amor que las provoca” (Nédoncelle, 1946, p. 8).

En la reciprocidad de las relaciones humanas es necesario que ambos seres estén en el mismo nivel de reciprocidad: “la reciprocidad es completa cuando el amado quiere a su vez mi promoción y se dirige hacia mí con la intención misma con la que me he vuelto hacia él, teniendo como fin de su actividad mi desarrollo personal. En ese momento, el círculo amoroso está constituido” (Nédoncelle, 1946, p. 10). Y santo Tomás dice que “el amor no siempre une según alguna cosa, sino que es una unión de los afectos” (Super sententiis, III, d. 32, q. 1, a. 3, ad 3). Sin embargo, parece ser que Nédoncelle es más explícito y profundo en esta idea. Según él, el amor es de sujeto a sujeto, no solo de los afectos. Por contraste con el Aquinate, se aprecia mejor la originalidad del autor parisino y con él se puede decir que el amor es de persona a persona. Añade: “toda unión es o comporta amor de una forma personal del ser” (Nédoncelle, 1942, p. 7). El amor aparece como el culmen de la reciprocidad de las relaciones entre seres personales. A través del amor se conoce que la persona no es una realidad aislada ni estática, sino una realidad colectiva y dinámica.

Nédoncelle considera que ya en Platón se puede apreciar un esfuerzo por manifestar el carácter relacional del amor, un amor que va más allá del conocer y que sólo se enriquece amando y siendo amado:

Sócrates objeta en el banquete al discurso a Agatón que el amor no es sabio; añade que es hijo de la precariedad y de la pobreza. Pero el amor del que habla Sócrates es previo a la comunidad ontológica; es un amor buscador (1942, p. 18).

Lo que significa que no se conforma solo con el saber, por eso dice que es previo a la comunidad (comunión, reciprocidad) ontológica. Es cierto que una de sus primeras manifestaciones del amor personal es el pensamiento; el que ama piensa en el amado: “la conciencia que ama da al menos al amado sus pensamientos” (Nédoncelle, 1946, p. 9). Pero, más allá del conocimiento, busca con quién establecer dicha comunidad ontológica; es decir, de persona a persona. Nunca hay que olvidar el dicho castizo, “obras son amores y no buenas razones”, para salarnos del intelectualismo amoroso. Aunque el conocimiento o pensamiento sea un presupuesto de la acción, solo posteriormente el amor tiene sus manifestaciones materiales, e incluso “todo amante quiere ser amado y todo amor encuentra al menos un mínimo de recompensa” (Nédoncelle, 1946, p. 29) que no consiste solo en el conocimiento del otro sino en el don mutuo.

En el siglo XX, cuando la metafísica parece haber llegado a su ocaso y categorías como “el ser” no tienen la fuerza elocuente para expresar la realidad personal, cuando “ser” y “relación” parecen ser categorías arcaicas, pasadas de moda, ambas se concentran en la categoría de “amor” que descubrimos en Nédoncelle. Así, gracias a la evolución del pensamiento para explicar la reciprocidad del ser personal, y en consecuencia de las relaciones interpersonales, Nédoncelle se refiere a esta realidad de la persona como un paso de un “minimum de réciprocité” (Nédoncelle, 1946, p. 29) a un “maximum de la réciprocité” (1946, p. 31), para después finalizar en el nosotros: “la relación adquiere la forma de un nosotros” (Nédoncelle, 1946, p. 46). Este método in crescendo supera el egoísmo, ya que la reciprocidad alcanza su manifestación más evidente cuando adquiere la forma de un nosotros. El nosotros en Nédoncelle adquiere las siguientes características: identidad heterogénea, reciprocidad, comunión y amor. Nédoncelle explica la identidad heterogénea con las siguientes palabras: “es la comunidad de dos sujetos en cuanto sujetos […] [;] no se aplica a objetos, sino a sujetos” (1946, pp. 49-50). Ahí se ensaya una filosofía personalista del amor, en la que el amor pasa a expresar el carácter comunitario de la persona. El amor manifiesta la persona (amante) a la persona (amada).

Las personas co-existen: “los quereres han sido creados conjuntamente para su conexión” (Nédoncelle, 1942, p. 19), existen para la relación. Esos quereres personales pueden y deben ser protagonistas de las relaciones. La reciprocidad no viene dada a priori, sino que la vida relacional es manifestación de cada uno porque deciden recorrer el camino de la reciprocidad. Por eso Nédoncelle ha dicho antes que es un camino que se puede bloquear, cerrar o realizar voluntariamente. La reciprocidad y comunión personal (o conexión, como dice la cita) es el término último de la auténtica realización personal; dicho de otro modo, el fin del carácter relacional de la persona es la reciprocidad del ser personal a través del amor, una reciprocidad que se comporta como causa final del amor.

El don de una persona hacia otra es la manifestación más grande de la relación interpersonal. Por eso, el don de sí y la aceptación del otro manifiestan la grandeza del amor personal: “en nuestra experiencia humana […] el amor origina la amabilidad del amado. Recibimos al amado” (Nédoncelle, 1946, p. 17). François Perroux y Remy Prieur, en Communauté et société, distinguen las formas que puede adquirir el nosotros; estas son: un nosotros de similitud (yo como tú), un nosotros de alianza (yo contigo), un nosotros de confusión (yo en ti), un nosotros de amor (yo para ti) (cfr. Nédoncelle, 1946, p. 46). Nédoncelle dice que estas formas del nosotros son una lista incompleta y provisoria, pero la acepta: “ella es suficiente para introducir el problema que ahora me quisiera examinar: ¿cuál es la naturaleza del nosotros del amor?” (1946, p. 47). El nosotros sirve para manifestar la reciprocidad de la donación personal. Esta lista vale porque estas formas del nosotros apuntan al don en sentido profundo, esto es, a la donación personal. Con esto, Nédoncelle dice que “tratamos de afirmar la existencia del tú o de contribuir a su desarrollo” (1946, p. 15). Recientemente, Tatranský considera esta perspectiva del nosotros como un don en línea con Nédoncelle, pues dice: “su vocación [la de la persona] es la de poseerse para donarse y de donarse para poseerse” (2009, p. 604).

Distinta es la concepción del don en El arte de amar de Erich Fromm. Este autor aborda el amor como una acción, en contraposición a pasividad: “darse posee un significado totalmente distinto: constituye la más alta expresión de potencia. En el acto mismo de dar, experimento mi fuerza, mi riqueza, mi poder […] [;] en el acto de dar está la expresión de mi vitalidad” (Fromm, 1962, p. 23). Aunque se puede intuir que Fromm quiere ir más allá de lo puramente fenomenológico, no llega a externar la idea en el sentido filosófico que Nédoncelle trata al hablar del amor y de la reciprocidad del amor personal. Se puede decir que la idea que más le interesa a Fromm es la actividad del amor, en contraposición a la pasividad. De modo que el amor es acto (entendido como acción o actividad) y su manifestación más grande es darse: “puede describirse el carácter activo del amor afirmando que amar es fundamentalmente dar, no recibir” (Fromm, 1962, p. 23). En este sentido, no llega a considerar el amor personal como recíproco, sino que es unidireccional: amor sería dar, o, con términos de Nédoncelle, amar es solo amar y no ser amado.

Conclusión

Por lo estudiado hasta aquí acerca de la particular concepción del amor desde la filosofía personalista de Maurice Nédoncelle, algunos autores apuntan a estas características con el calificativo de “trascendental personal”. En ello están de acuerdo autores como José Luis Vázquez Borau, Urbano Ferrer Santos, Tomáš Tatranský y Fernando Sellés. Los dos primeros, en la presentación de la traducción española de La reciprocité des consciences, dicen: “la persona, la comunión-comunicación, la reciprocidad, la conciencia comunal y el nosotros, son el constitutivo metafísico de la persona mediante la actividad del amor; y éste es el destino ontológico de la persona” (Vázquez Borau y Ferrer Santos, 1996, p. 10). Por una parte, afirman que el amor tiene un carácter activo, es decir, que se enmarcaría dentro de lo manifestativo; por otra parte, el amor sería el horizonte hacia el que se dirige la persona, pero ese horizonte no puede ser más que lo que hace que la persona sea un ser personal, es decir, el amor como acto constitutivo de la persona. Por tanto, el amor tendría una doble dimensión: como acción y como acto -perfección ontológica-.

Tomáš Tatranský expone el amor como principio ontológico de la persona humana que permite la comunicación y la comunión personal. Dice que el amor “consiste en una donación recíproca y en una cierta compenetración de las interioridades que hacen que uno quiera que el otro sea siempre más el mismo, gracias a la contribución que yo puedo ofrecerle” (Tatranský, 2009, p. 602). El aspecto de reciprocidad está plenamente asumido a partir de la concepción nedocelliana del amor. En esta misma línea, Fernando Sellés hace una benévola crítica a Nédoncelle: si bien no niega que este considera el amor como una dimensión trascendental de la persona humana, sí sostiene que no llega a ser explícito en sus afirmaciones: “aunque [Nédoncelle] refiera el amor a la persona, tampoco es signo palmario de que lo entiende explícitamente como trascendental” (Sellés, 2015, p. 78). Según este autor, habría que considerar que Nédoncelle no llega a considerar el amor como una dimensión trascendental personal: “tampoco es claro […] que el autor encuentre al amor en el ámbito trascendental” (Sellés, 2015, p. 79). Este contraste es importante, ya que ambas posturas citan muchos textos de Nédoncelle que apuntan a la dimensión ontológica, y por eso trascendental, del amor personal.

Por otra parte, Tomáš Tatranský dice que la reflexión de Nédoncelle es un cambio “de desarrollo de la dimensión metafísica de la persona, partiendo de la realidad de la intersubjetividad y llegando al reconocimiento de la coincidencia entre ser y amor” (Tatranský, 2009, p. 591). Acepta, por tanto, en hacer el recorrido que Nédoncelle indica, desde lo manifestativo (personalidad, yo) hacia lo fundante del amor (el ser personal); de modo que el amor viene a instalarse como un principio metafísico de la persona. El ser personal y el amor se encuentran al mismo nivel.

Por su parte, Fernando Sellés, que ha estudiado el tema de la distinción entre persona y naturaleza humana (cfr. Sellés, 2015, pp. 19-53), se plantea la pregunta de si el amor pertenece al orden categorial o al orden trascendental, entendiendo aquí lo categorial como la personalidad o intersubjetividad, y lo trascendental como el ser personal, o dicho de otro modo, si el amor pertenece a las facultades superiores de la persona -inteligencia y voluntad- o si radica en la interioridad personal (cfr. Sellés, 2013, p. 37). La diferencia entre Tomás Tatranský y Fernando Sellés no es de oposición radical, sino de matices, y por ello resulta curiosa e interesante.

Así, vemos que la esencia del amor tiene una doble explicación. En primer lugar, el origen del amor está en el conocimiento y en la voluntad personal; la voluntad, junto con la inteligencia, manifiesta la esencia propia de la persona. Por eso se puede decir que el amor es la esencia de la persona. En segundo lugar, el amor tiene como manifestación esencial la donación de sí al otro; la más alta donación es la del don de sí mismo: es la persona que ama a otra persona. Si bien es cierto que el amor se manifiesta a través de la personalidad, esta solo es un medio por el que se da (en el sentido de donación) la persona hacia el otro. El tema de si el amor es un trascendental metafísico de la persona es un debate actual que espero tratar más adelante en otro estudio.

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1 A propósito de esto, Nédoncelle desarrolla ampliamente el concepto de “máscara” en un apéndice de Vers une philosophie de l’amour (cfr. 1946, pp. 139-169).

Recibido: 29 de Junio de 2020; Aprobado: 30 de Septiembre de 2020

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