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Desacatos

versão On-line ISSN 2448-5144versão impressa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.47 Ciudad de México Jan./Abr. 2015

 

Legados

 

Una vida antropológica. Las enseñanzas heurísticas del maestro Pancho

 

An Anthropological Life. The Heuristic Teachings of Maestro Pancho

 

David Recondo

 

Sciences Po, París, Francia. david.recondo@sciencespo.fr

 

A Dany, Nadia y Sonia.
A Pancho, el maestro, el amigo.

 

El politólogo que soy aprendió mucho de François Lartigue. Lo conocí en 1995. Fueron casi 20 años de convivencia y colaboración. No creo exagerar al decir que gran parte de mi conversión a la antropología se la debo al maestro y amigo Pancho. Me abocaré en este texto a precisar cuáles fueron las enseñanzas que recibí de él durante las dos últimas décadas, pero a modo de introducción quiero hacer hincapié en lo que, a mi parecer, distinguió a Pancho de los demás mentores y colegas que he conocido desde que me dedico al quehacer investigativo: Pancho llevó una vida antropológica, para retomar la expresión que a menudo usan los filósofos para referirse a sus congéneres cuando éstos logran articular la praxis y el discurso —por ejemplo, On-fray (2012)—. Pancho hizo de la antropología no sólo un oficio, también un art de vivre. ¡Y lo gozó! De cierta forma, contagió a algunos de los que lo frecuentaron por su manera integral, intensa, constante y entusiasta de ir por la vida preguntando, observando, cuestionando, interpretando, escuchando, provocando. De ese método socrático sui géneris extraeré cinco rasgos que deben subyacer al quehacer investigativo en cualquiera de las ciencias sociales. Son las enseñanzas que me ha dejado Pancho.

 

Caminar, observar, conversar: el arte de la mayéutica antropológica

Si bien Pancho leía mucho y de todo —siempre estaba al tanto de las novedades de las librerías—, era antes que nada un hombre de "terreno". Su praxis antropológica implicó siempre viajar, observar y conversar. El desplazamiento físico fue una constante de su quehacer investigativo: ir "al campo" en su caso no era una mera expresión. En sus andares gastó zapatos y automóviles. ¡Muchos! En lugar de ejercer un método etnográfico que implicara observaciones de largo aliento, en un mismo lugar, en clave monográfica, Pancho circuló permanentemente, multiplicando las estadías cortas, reiteradas, en varios lugares. Las Huastecas, la Sierra Norte de Oaxaca, la Tarahumara, la región huichol de Jalisco, el Quiché guatemalteco son algunos de los lugares a los que Pancho fue y regresó durante toda su vida. Eso le permitió crear relaciones de confianza con sus interlocutores —regresar siempre es una garantía de constancia, y por ende de confiabilidad—, registrar permanencias y cambios en los procesos que investigaba —dinámicas socioeconómicas y sociopolíticas—, alcanzar cierto grado de generalización gracias a la comparación y, por fin, delinear tendencias de cambios previsibles. Ese método de observación itinerante e intermitente es, sin duda, una innovación en la antropología, en la que el método monográfico de largo aliento suele prevalecer.

Asociado a este método de observación itinerante y reiterativa está el de la conversación. No se trata de entrevistar, de preguntar, sino de dialogar en el sentido etimológico del término. Hablar entre dos, intercambiar puntos de vista, darse a entender. Con el ejemplo de Pancho, y con mi propia experiencia, me he dado cuenta rápidamente de que el método más usado por los politólogos —la entrevista, por lo general, semiestructurada— no siempre es la mejor manera de lograr la comprensión de hechos, procesos y representaciones o puntos de vista ajenos. En la entrevista existe una distinción ontológica entre el entrevistador y el entrevistado. Éste queda casi siempre en una posición de inferioridad o al menos constreñida por la posición de autoridad interrogadora que adquiere el entrevistador y por la imposición de cierto guión, así sea de manera sutil. La conversación, en cambio, establece de entrada mayor horizontalidad e incluso mayor equidad en la interlocución. Además, responde a una lógica de reciprocidad. Si la conversación no es forzada, da pie a una dinámica de intercambio de información, de opinión y de puntos de vista sobre un tema de interés común. El conversatorio como método de comprensión "colaborativa" es otro de los rasgos que asemejó la práctica heurística de Pancho a la del famoso filósofo griego padre de la mayéutica.

Fácil es entender, de manera racional, el interés y la mecánica general de una conversación enriquecedora para ambas partes. Mucho más difícil es lograr el emprendimiento. Pancho tenía una destreza excepcional al respecto. Su flegma y su sonrisa, además de otros rasgos inefables de su personalidad, suscitaban la empatía e inducían conversaciones que siempre dejaban algo a cada interlocutor. El entendimiento y el aprendizaje mutuo cuanto más instructivo, era placentero. En eso ayudaba mucho cierto sentido de savoir vivre que Pancho ejercía con gran destreza. Mucho tenía que ver también su gran aprecio y conocimiento del mezcal, elíxir capaz de destrabarle la lengua y despejar los últimos escollos de desconfianza a la persona más huraña.

 

Transgredir fronteras disciplinarias

En su quehacer investigativo y en sus indagaciones cotidianas tanto como en su docencia Pancho echó mano de las ciencias sociales sin respetar límite alguno. Mi procedencia de un ámbito universitario francés y de una disciplina en ciernes sufría del peso excesivo que se le daba a la pertenencia disciplinaria. Esto me parecía tremendamente estéril. Pancho, en cambio, navegaba sin el menor rubor de una disciplina a otra, o más bien de una perspectiva a otra, y usaba conceptos, enfoques y referencias literarias de los orígenes más disímbolos. Sobre todo, se interesó en "objetos" que muchos de sus congéneres habrían considerado "innobles", entre ellos los procesos electorales, que nos llevaron a colaborar tantas veces. El método de Pancho no era propiamente interdisciplinario, ya que no reconocía siquiera las fronteras entre disciplinas —aunque las conocía, sin duda—, sino propiamente transdisciplinario. La delimitación del tema o del objeto de estudio, así como la manera de estudiarlo, teórica y empíricamente, lo llevaba de manera casi natural a hacer caso omiso de los "cotos vedados" académicos. Precisamente sobre el tema electoral, a Pancho no sólo le interesaba el acto de votar o las culturas materiales de estos objetos predilectos de cierta antropología (Pels, 2007; Franco, Dehouve y Hémond, 2011), sino también la formación de preferencias entre el electorado indígena, la ingeniería institucional, la administración de las contiendas electorales, tanto como la resolución judicial de conflictos.

Entre antropología y ciencia política los recelos y prejuicios han sido legión desde largos años atrás. Los reflejos defensivos en torno a objetos "consagrados" de una u otra disciplina son frecuentes. No es excepcional que los trabajos de unos y otros sean soslayados o llanamente descalificados. Y el llamado constante a la interdisciplinariedad, desde las instituciones públicas encargadas de promover la investigación científica, en México y en Francia, no logra vencer estos reflejos corporativos. He sido testigo y copartícipe, desde mis primeros pasos en la investigación, de otra manera de ejercer la indagación científica, sin caer en el "imperialismo" disciplinario. Y eso se lo debo a Pancho, una vez más. A él nunca le importó la "procedencia" intelectual de uno, su lugar de socialización académica, sus maîtres à penser, ni sus vinculaciones institucionales. Lo que le importaba a Pancho era saber lo que otra persona, con su propia perspectiva, metodología y experiencia, tenía que decir de un tema u objeto de interés común. Para eso estaba el Seminario de Antropología Política que Pancho animó durante tantos años. Fue un espacio "hospitalario", según la definición de Iván Illich para esa noción (Illich, 1978). Un espacio donde cada uno de los participantes tenía su lugar y era considerado miembro pleno, con derecho a voz y voto, independientemente de su "identidad" o "pertenencia" académica, tanto como de sus títulos. Cada vez que algún colega regresaba a la ciudad de México después de un periodo de trabajo de campo era cordialmente invitado a compartir con los demás dudas, cuestionamientos, hallazgos y reflexiones. Ese diálogo, desde sensibilidades, campos epistemológicos y metodologías diversas, resultaba mucho más estimulante y fértil que cualquier ejercicio convenido de colaboración "interdisciplinaria". Estas experiencias repetidas me han permitido, sobre todo, madurar un método sistemático: en un primer momento, procurar olvidar las diferencias disciplinarias y referirse a ellas sólo en un segundo tiempo, si la apropiación de un instrumento teórico o metodológico —por ejemplo, el estudio del comportamiento electoral desde una perspectiva sociológica— requiere de un mejor conocimiento del conjunto de saberes especializados que han permitido su elaboración —algo parecido a "una arqueología del método científico", para parafrasear a Michel Foucault (1969), otro transgresor de "disciplinas"—.

 

Confrontar perspectivas, ideas e interpretaciones

La naturaleza hospitalaria del Seminario de Antropología Política no se limitaba a trascender enfoques teóricos, metodologías de investigación y maneras de presentar hallazgos, también era un espacio de confrontación de ideas, convicciones, perspectivas epistemológicas y "visiones del mundo" muy diversas. Lejos de pretender ser un espacio aséptico, cuyas interacciones debían someterse escrupulosamente a los principios de neutralidad axiológica y objetividad científica, el seminario era un espacio abierto donde, sin tapujos, los participantes podían cuestionar los supuestos, no siempre explicados por los expositores. A mediados de la década de 1990 en México, en pleno "momento zapatista", en el que todo lo que tocaba a los pueblos indígenas era extremadamente sensible y catalizaba los anhelos y las reacciones más epidérmicas de parte tanto de los académicos como de los militantes —cuando unos y otros no se confundían—, semejante espacio de libertad de expresión y de cuestionamiento no tenía precio. Pancho no admitía dogmas, no se satisfacía con afirmaciones perentorias, lemas o postulados indiscutidos. De una manera un tanto provocadora, pero siempre respetuosa y amable, Pancho se atrevía a cuestionar a los expositores y a todos los participantes del seminario. En aquellos tiempos en los que algunos colegas tendían a atribuirse una misión redentora de los indígenas, Pancho nunca dudó en ser iconoclasta y llamar a cada quien a una introspección sin concesiones. No había credo, dogma ni doxa que no sufriera los embates corrosivos de Pancho y de los demás seminaristas que le seguían el paso con entusiasmo. El Seminario de Antropología Política se convirtió en territorio libre de "corrección política", de poses teóricas y militantes, de cacicazgos académicos. Toda obra era discutible y requería argumentación, toda investigación merecía ser disecada y sopesada, todo proyecto era sometido a la mirada crítica, la curiosidad y el extrañamiento teórico, metodológico e ideológico.

Me sometí a ese ejercicio con cierto nerviosismo, debo admitirlo, en mis primeros pasos como investigador. Ahí presenté mis primeros hallazgos e interpretaciones sobre los procesos electorales por usos y costumbres en Oaxaca, entre 1998 y 2000. Ahí fue donde aprendí a evidenciar supuestos, puntualizar referencias, detallar métodos, argumentar análisis... ¡Y admitir dudas y errores! También fue en ese lugar privilegiado que pude defender mi perspectiva en contraste con la de mis pares. Fue ahí, pues, donde pude labrar, con la ayuda de los demás, mi propia manera de "hacer ciencia". El aprendizaje fue invaluable.

 

Poner a dialogar públicos diversos

El Seminario de Antropología Política también fue un espacio en el que dialogaron personas que pertenecían a mundos diferentes: los académicos, por un lado, y los políticos o altos funcionarios, por otro. En eso el arte de Pancho tuvo mucho que ver. En tiempos de reformas constitucionales sobre los derechos de los pueblos indígenas, por ejemplo, consiguió sentar en una misma mesa a actores que no siempre compartían la misma visión. Además, aceptó de ellos que se sometieran al cuestionamiento muchas veces "políticamente incorrecto" e irreverente de los académicos. El seminario se convirtió en un "foro híbrido", según la expresión politológica (Callon, Lascoumes y Barthe, 2001). Una arena en la que se confrontan, en clave de debate contradictorio y argumentativo, "públicos" que pertenecen a espacios sociales, institucionales y epistémicos diferentes, a veces "objetivamente" opuestos. En un ámbito académico preocupado por llevar la ciencia a la calle, valorar su "utilidad social", lograr cierta forma de "aplicabilidad", el ejercicio era muy atinado.

Es conocido lo difícil que suele ser poner a dialogar a personajes de la vida pública mexicana entre ellos y con académicos no complacientes. Pancho, con su arte de la hospitalidad, lograba atraerlos y ponerlos a dialogar en vivo. No sólo eso, sino que estos mismos políticos regresaban, sabiendo por experiencia a lo que se exponían: críticas directas, exigencia de explicación, objeciones de fondo y de forma en cuanto a las reformas o acciones emprendidas bajo su mando, etcétera. De esta forma, el quehacer investigativo pudo nutrirse de las voces de ciertos actores clave y éstos pudieron conocer y ¿quizás inspirarse? en las preguntas y las observaciones de los académicos. Participaron en el seminario personajes como Diódoro Carrasco Altamirano, entonces gobernador de Oaxaca y a la postre secretario de Gobernación y diputado federal, y Arturo Núñez, expresidente del Instituto Federal Electoral y posteriormente diputado federal, senador y gobernador de Tabasco, entre muchos otros.

El seminario fue asimismo un espacio de encuentro para líderes, expertos y académicos del resto de América Latina, en particular de Guatemala, Colombia, Ecuador y Bolivia. Eso permitió no sólo desenclavar el debate mexicano sobre elecciones y procesos de reforma en materia de derechos indígenas, pues le dio a la reflexión una perspectiva comparativa sistemática, que a su vez hizo posible plantear nuevos problemas, abrir cauce a líneas de investigación y descubrir referentes teóricos y empíricos novedosos. Así, el foro animado por Pancho nos llevó a cruzar fronteras territoriales, no sólo epistemológicas.

 

Conectar lo local con lo global

Hace varios años, casi dos décadas, que la antropología se ha interesado en estudiar los procesos de globalización (Appadurai, 1996; Abélès, 2008). En este ámbito se han ido oponiendo dos perspectivas: por un lado, la que busca estudiar el fenómeno en espacios clave de expresión de la "globalidad" —fronteras, organismos internacionales, grandes metrópolis, aeropuertos— y, por otro, la que prefiere estudiarlo desde lo local, desde los lugares tradicionalmente trabajados por la etnografía —pueblos, barrios, comunidades u organizaciones sociales territorialmente circunscritas—. Pancho, en su quehacer antropológico cotidiano, siempre articuló las dos dimensiones. Tanto sus andares serranos como sus lecturas y sus reflexiones en voz alta buscaron conectar procesos hiperlocalizados con otros menos accesibles a primera vista, más distantes y desencarnados —flujos económicos, dinámicas demográficas y migratorias, conflictos bélicos, geopolítica energética, etcétera—. De manera artesanal, Pancho utilizó siempre en concomitancia la perspectiva etnográfica localizada, observable y "cuestionable" directamente, de manera personal, y el big data, disponible en internet, en fuentes documentales, de primera y segunda mano. Visión micromonográfica y visión macrocomparativa, a la par.

Una vez más, a través del Seminario de Antropología Política, Pancho nos animó a ejercer gimnasia mental permanente. Sus preguntas, sus observaciones, con frecuencia nos obligaban a conectar fenómenos que, a priori, no habíamos relacionado. En el quehacer investigativo, que requiere cierto grado de especialización, la visión panorámica suele perderse. A la inversa, en muchos trabajos de ciencia política la perspectiva resulta demasiado abarcadora, carente de asidero local o de materialización en procesos de interacción humana. Semejante esfuerzo de conectar, sin establecer necesariamente causalidades ni correlaciones, fenómenos distantes y dispares es un gesto vital en un campo del conocimiento a menudo sobresegmentado (Morin, 1990).

Ello no implica abandonar los terrenos empíricos etnografiables, al contrario, nos obliga a mantener los ojos y los oídos siempre en ellos, a la vez que una parte de la mente debe identificar las dinámicas que operan desde lo local o lo impactan y se articulan en una escala mayor, a veces parcialmente desterritorializada. Por eso, en sus andanzas, Pancho siempre estuvo atento a los relatos de cada persona, a sus vidas, al por menor, a sus biografías vernáculas, sus microhistorias. Por eso, en parte, Pancho regresaba con regularidad a los mismos lugares, con las mismas personas, para ponerse al día de lo que les había sucedido, de lo que habían atestiguado desde su último encuentro.

Este ejercicio mental también constituye un puente entre la antropología y la política comparada, una de las especialidades en las que me he formado. La dificultad en la mayoría de las ciencias sociales es lograr cierto nivel de generalización. Aparte de los métodos cuantitativos, que buscan delinear tendencias con base en la estadística y en la acumulación de indicadores medibles, sólo la comparación permite generalizar. Para la antropología, la generalización no es una necesidad tan apremiante como en ciencia política. Pero aun así, cuando los temas y los objetos de estudio lo justifican es necesario —o útil— hacer un "brinco" de lo específico, de lo particular, a lo común, a la tendencia, a lo general. Una de las soluciones, larga y laboriosa, es multiplicar los estudios de caso monográficos de manera consecutiva. Otra es la que Pancho y algunos de los que cruzaron su camino han buscado ejercer: la articulación sincrónica de lo observable y de lo no observable, de lo descriptible por medio de la etnografía y de lo registrable con ayuda de las más diversas fuentes documentales. De ahí la capacidad —y el ritmo— de lectura impresionante que tenía Pancho, así como el tiempo considerable que pasaba, cada día, hasta altas horas de la noche o antes de que amaneciera, navegando en la world wide web. Ésas son algunas de las enseñanzas que Pancho me dejó. Al él va toda mi gratitud. Se fue demasiado rápido y no podemos sino lamentarlo, pero ahora nos toca a varios de los que él inspiró llevar juntos y por separado una vida antropológica.

 

Bibliografía

Abélès, Marc, 2008, Anthropologie de la globalisation, Payot, París.         [ Links ]

Appadurai, Arjun, 1996, Modernity at Large: Cultural Dimensions of Globalization, University of Minnesota Press, Minneapolis.         [ Links ]

Callon, Michel, Pierre Lascoumes y Yannick Barthe, 2001, Agir dans un monde incertain. Essai sur la démocratie technique, Le Seuil, París.         [ Links ]

Franco Pellotier, Víctor M., Danièle Dehouve y Aline Hémond (coords.), 2011, Formas de voto, prácticas de las asambleas y toma de decisiones. Un acercamiento comparativo, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, México.         [ Links ]

Foucault, Michel, 1969, L'archéologie dusavoir, Gallimard, París.         [ Links ]

Illich, Iván, 1978, Némesis médica: la expropiación de la salud, Joaquín Mortiz, México.         [ Links ]

Morin, Edgar, 1990, Introduction à la pensée complexe, Le Seuil, París.         [ Links ]

Onfray, Michel, 2012, L'ordre libertaire. La vie philosophique d'Albert Camus, Flammarion, París.         [ Links ]

Pels, Peter, 2007, "Imagining Elections: Modernity, Mediation and the Secret Ballot in Late Colonial Tanganyika", en Romain Bertrand, Jean-Louis Briquet y Peter Pels (coords.), Cultures of Voting. The Hidden History of the Secret Ballot, Centre d'Études et de Recherches Internationales/Hurst, Londres, pp. 100-113.         [ Links ]

 

Información sobre el autor

David Recondo es doctor en ciencia política por la Universidad de Montesquieu-Bordeaux IV, Francia. Desde 2004 es investigador del Centro de Estudios e Investigaciones Internacionales de Sciences Po (CERI, Fundación Nacional de Ciencias Políticas, París). Es autor del libro La política del gatopardo. Multiculturalismo y democracia en Oaxaca (Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 2007), así como de numerosos artículos y capítulos de libros colectivos sobre multiculturalismo, formas del voto en regiones indígenas, democracia participativa y procesos de cambio político, en México, Colombia, Venezuela y Bolivia. Sus investigaciones actuales versan sobre maneras de concebir y ejercer la ciudadanía en América Latina.

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