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LiminaR

versão On-line ISSN 2007-8900versão impressa ISSN 1665-8027

LiminaR vol.2 no.2 San Cristóbal de las Casas Jul./Dez. 2004

https://doi.org/10.29043/liminar.v2i2.164 

Reseñas

Hacia una historia de los procesos de formación de Estado. Nugent, Daniel, 1993, Spent cartridges of Revolution. An anthropological history of Namiquipa, Chihuahua. Chicago, University of Chicago Press.

Luis Rodríguez Castillo1 

1 CIESAS-Sureste. México.

Nugent, Daniel. 1993. Spent cartridges of Revolution. An anthropological history of Namiquipa, Chihuahua. Chicago: University of Chicago Press,


En este trabajo del desaparecido Daniel Nugent, se encuentran dos objetivos teóricos que resul tan fundamentales en la discusión de la antropología y las ciencias sociales de nuestros días: a) aportar elementos de discusión acerca de las concepciones sobre la formación del Estado; esto a través del cabal cumplimiento del segundo objetivo, b) aportar una metodología en la cual la interdisciplinariedad pueden arrojar resultados provechosos para el análisis y la comprensión de la realidad social contemporánea.

En las ciencias sociales, la discusión acerca del Estado moderno se sitúa en dos vertientes principales: la tradición weberiana lo define como la institución que reclama el monopolio sobre el uso legítimo de la violencia física en un territorio; mientras que la tradición marxista, como lo observa Hoffman, la relación capital-trabajo “es y ha sido la expresión institucionalizada de una irreconciliable lucha de clases”.

El énfasis en el entramado institucional que garantiza la reproducción y mantenimiento del orden social parece ser la constante en esas dos posturas aparentemente irreconciliables. En efecto, el sociólogo alemán Claus Offe señala que “tanto los teóricos marxistas como los liberales, ven al Estado como el principal sistema institucional en la sociedad capitalista avanzada para asumir la función de superar las contradicciones inherentes al modo capitalista de producción”.

Ambas posturas corren el riesgo de hacer del Estado un fetiche al considerarlo como una entidad autónoma, respecto a la sociedad y los hombres que la conforman. Según Kurtz “el Estado es un tópico de interés especial para los antropólogos” y puede aportar elementos importantes para evitar desligar los productos sociales de sus productores, aunque desde su punto de vista no se ha consolidado un paradigma para el estudio antropológico del Estado.

Daniel Nugent encara este reto. Sitúa las condiciones en las cuales los campesinos de una localidad de México pelearon y murieron por la construcción de las nuevas bases de la vida social que fue ganada, en último análisis, por otro grupo de personas que se situó a la cabeza de las estructuras formales de poder. Parte de una genealogía de los conflictos cotidianos que enfrenta una población en sus propias dimensiones espacio-temporales y sugiere que, histórica y antropológicamente, lo que podemos entender como el Estado es más que una sumatoria de las instituciones y las expresiones materiales del ejercicio del poder. Se trata de formas de regulación moral y, por tanto, producto contingente de los imaginarios y las culturas colectivas. Es decir, son procesos de formación de Estado.

El caso de estudio antropológico es el pueblo considerado la cuna de la Revolución Mexicana -Namiquipa, Chihuahua- que participó activamente en la lucha armada de 1910 hasta 1920 y recobró el control de sus tierras por dotación de ejido en 1926. Siendo uno de los primeros ejidos que se repartieron y un pueblo en el que la participación popular fue notable, se podría pensar que en la época contemporánea los conflictos por tierras estarían, si no totalmente resueltos, al menos sin la expresión violenta que presenta el autor para la década de los ochenta y más allá de la enunciación en las agendas populistas de los gobiernos del estado revolucionario.

Nugent muestra que el Estado, como cualquier otra institución, es un producto cultural, una entidad compleja “de organización social” y, por ende, no se deben soslayar las formas de organización social que subyacen a él. En consecuencia documenta la voz de los campesinos y el proceso particular que ha seguido la comunidad y sus pobladores para quedar en el camino en la construcción de ese nuevo Estado revolucionario como “cartuchos quemados”, en el cual se ve la relación de la “comunidad” y del Estado como un proceso histórico que ha dado como resultado múltiples conflictos y negociaciones.

Desde la antropología, Nugent crítica la posición de los estructuralistas y teóricos franceses por sus formulaciones manifiestamente ahistóricas que resultan inadecuadas, ya que cubren el surgimiento del cambio bajo un manto esencialista. Con el estudio etnohistórico de la comunidad se entiende que los conflictos políticos, agrarios e ideológicos en la actualidad han cambiado de acuerdo con la forma en que tierra, trabajo, política y conciencia han transformado sus contenidos a partir de su historia particular. De ahí la necesidad de documentar etnográficamente lo que la gente cree y la transformación de las relaciones internas y externas a través de las cuales la “comunidad” ha sido producida.

El proceso que define el tipo de relaciones entre la “comunidad” y el Estado, entonces, va más allá de la década de la violencia social de la Revolución. El autor construye una perspectiva temporal que permite comprender la historia particular de esa comunidad -Namiquipa- que fue establecida como un asentamiento colonial militar de frontera. Sin pretender tipificar “etapas” de la evolución local o marcar los orígenes de los conflictos, se observa que las luchas agrarias y políticas actuales, en general, son endémicas dentro de la comunidad e indicadores particulares de las batallas ideológicas que se están librando en una comunidad particular que se enfrenta a la política estatal.

Existen tres puntos fundamentales en el argumento que muestran aciertos y errores del análisis de Nugent: a) la consideración de la importancia de esta comunidad como un asentamiento colonial militar de frontera, b) la conciencia histórica que se desarrolla en estos pobladores acerca de la importancia de su papel en la pacificación de la frontera norte y, c) la posibilidad de crear una identidad particular con una ideología distinta y militante que abre la oportunidad de forjar un Estado revolucionario alternativo.

Desprendida de los puntos anteriores se encuentra, entretejida en la narración, un asomo hacia el análisis de la ideología vigente en el tiempo, la cual se construye a través de la mutua relación entre “comunidad” y Estado. Esta relación debe de ser entendida en términos de formación de ambos -de manera simultánea- y como una muestra de los múltiples significados que adquieren los hechos históricos. Gran tino es, por cierto, aclarar que la formación de la ideología de “comunidad” sólo es comprensible a partir de las fuerzas materiales y las formas culturales objetivas que condicionan la manera de pensar de los sujetos sociales. De tal modo no puede ser presentada en términos estáticos sino que se desarrolla y cambia en el curso de las luchas y las actividades cotidianas.

El autor realiza una buena discusión acerca del concepto del “campesinado” y señala los siguientes problemas: a) es poco específico, b) lleva la tendencia a dotar de esencias a los grupos que se tipifican, c) no explica cómo localizar precisamente a los trabajadores rurales en el “sistema mundo”, d) no resuelve la existencia de una genuina economía campesina, e) la noción de campesino lleva a una concepción de aislamiento y, por lo tanto, f) adquiere centralidad en esta noción la relación con los grupos dominantes. Del mismo modo realiza una lúcida crítica al uso dogmático del concepto de clases sociales -señalando que los individuos pueden asumir cualquiera de la variadas identidades de clase, en el tiempo o simultáneamente, que se le ofrecen-. Se aproxima, en este punto, a la crítica hecha por el historiador E. P. Thompson quien señala que dar primacía ontológica a la versión economicista o esencialista de las clases en sí mismas es un error; pues la clase social es otro producto cultural.

En contraste sugiere que para la cabal comprensión del actor social en cuestión se debe entender al trabajador agrícola situado en un sistema relacional de poder y dominio con otros sujetos iguales o diferentes a ellos - en tanto grupo social- y entonces proveerlo de sentido como agentes históricos localizados geográfica y estructuralmente en ese sistema relacional. A través del término serrano retoma el tópico de la regulación moral para atender que la gente del pueblo, desde su fundación hasta el presente, ha tenido una experiencia histórica en la cual subrayan la importancia que la tenencia de la tierra tiene en la vida cotidiana como parte de la organización de los vínculos y conflictos al interior de la «comunidad», con otros pueblos y hacia el Estado. Con ello justifica la abundante información que permite entender la historia particular de Namiquipa en su relación con la construcción del Estado mexicano como una totalidad de la experiencia humana.

El autor documenta la historia de larga duración de Namiquipa, desde su asentamiento militar en la época de la Colonia y su constante lucha por el control del territorio fronterizo, no solo frente al Estado colonial sino frente a los grupos indígenas de la zona. Pasa por la lucha contra los intereses de la formación de latifundios y de las compañias deslindadoras, en donde, se encuentran frente a los intereses de una incipiente burguesía agraria. Muestra el estallido de la Revolución, cuando el pueblo se une a la lucha por el control de ese preciado recurso: la tierra. Aquí vemos cómo esta lucha sirvió para abrir nuevas vías de relación con la formación del poder del Estado y la manera en que algunos de los personajes las aprovechan para fomentar sus relaciones con el exterior.

Una vez que se realiza el reparto de tierras se entra en una nueva etapa de confrontación, ya que la dotación de ejidos, como una nueva forma de tenencia de la tierra se contrapone a la concepción de la comunidad a ese mismo respecto. Además de verlo como una forma en que el Estado adquiere una mayor injerencia en las decisiones de la localidad y significa la subordinación a él. Por ello, inicialmente, en Namiquipa se rechaza al ejido ya que éste tenía que ver con el control estatal sobre la tierra y el trabajo, empero dentro de las luchas en las que se definió la imposición de esta forma de tenencia de la tierra se encontraron nuevas formas de negociación. El ejido se convirtió en la llave que abría acceso al poder local y una tarjeta de presentación que proveía oportunidades políticas, administrativas y empresariales al exterior de la comunidad. Así, esta forma externa -administrativa e institucional- mediatiza no sólo las formas del proceso productivo sobre la tierra de uso agrícola, sino que también lo hace con el poder de la gente en la comunidad y en sus relaciones con el Estado.

En el texto se encuentra una interpretación en la que la “comunidad” y el Estado son, simultáneamente, formaciones materiales e ideológicas de la organización del poder, sobre todo que se desarrollan una en relación con el otro y ninguna puede ser comprensible como un proceso autónomo o una esfera de acción o representación simbólica o discursiva aislada.

Respecto al uso integrado de la Historia y la Antropología, Nugent realiza una fuerte crítica a la etnografía practicada de manera ingenua, en la que la aportación de una amplia descripción sobre lo que conocemos como el “presente etnográfico” se ofrece como si los datos tuvieran importancia en sí mismos. Sugiere que el dato en sí mismo carece de riqueza y de importancia. El presente etnográfico siempre es arbitrario -afirma Nugent-, ya que éste puede empezar en cualquier momento; siempre a partir de la decisión del etnógrafo, pues, puede empezar desde el momento en que arriba a la comunidad o tal vez una semana, un mes o hasta varios años antes o después de su llegada a la comunidad. Entonces, el presente etnográfico ofrece miles de variantes en la perspectiva a adoptar y puede producir, muy a nuestro gusto o pesar, una variedad de descripciones igualmente válidas y coherentes.

Lo que resulta de interés respecto a esos datos del presente etnográfico, es la manera en la cual el análisis los combina como términos de referencia para experiencias, intereses e ideologías las más de las veces contradictorias y de manera parcial produciendo efectos de verdad -como afirma Ana María Alonso- siempre incompletos, variables y relativos. Es decir, como un constructo dentro de las relaciones sociales que resultan, entonces, significativos para los sujetos interactuantes y para el analista en una forma de explicación histórica.

Existen tres peligros de los cuales hay que prevenirse dentro del proceso de investigación y dentro del cual no debemos caer: a) el peligro del presentismo, al asumir la posibilidad de explicar el desarrollo histórico a partir de una coyuntura específica; b) el resultado centralista, porque las características de la localidad se explican de acuerdo con el desarrollo de lo suprarregional, nacional o internacional; y, c) los constructos abstractos, porque presuntamente se resuelven conflictos y contradicciones en términos de inexplicables apriorismos.

En consecuencia, la metodología propuesta por Nugent insiste en la presentación de la localidad en términos de un proceso histórico distintivo en el cual se ha ido formando en su relación con el Estado (generalmente, pero no siempre, de manera subordinada) a través de la lucha por el control de los recursos que resultan primordiales para la subsistencia local.

De esta manera, Etnografía e Historia permiten que presente y pasado se articulen en un solo momento histórico para la construcción y reproducción de una visión alternativa de la vida social, a la que se intenta imponer desde el proyecto hegemónico del Estado y del capitalismo; con las contradicciones, luchas y negociaciones, que se producen desde el background cultural e ideológico de la “comunidad ”. En última instancia, el Estado es, por lo tanto, un intento de adquirir un mayor control y dominio sobre la comunidad y la formación de la comunidad es la lucha por resistir ese control con lo que se abre un margen alternativo de poder; la posibilidad de una política popular.

En suma, se encuentra en Spent cartridges of Revolution. An anthropological history of Namiquipa, Chihuahua una interesante propuesta metodológica para el estudio de los procesos de formación de Estado, desde una perspectiva etnohistórica. Se puede, o no, estar de acuerdo con la interpretación que articula Nugent para el caso específico de Namiquipa; no obstante, con toda seguridad no se podrá dejarla de lado en las futuras discusiones sobre los procesos de formación de Estado ya que llama nuestra atención sobre las luchas y las negociaciones y, por ello, considerar que el Estado siempre ha sido y será una lucha de tipo material, ideológica y cultural.

Sin embargo, en la discusión tampoco se debe soslayar que cuando el autor opta por el término serrano en su estudio se aproxima a un nuevo esencialismo. Con él, da primacía a las especificidades geográficas en las que se encuentra la localidad, como si de suyo el espacio otorgara identidades propias a los agricultores de la zona; desprendiéndola, de paso, de otras relaciones y escalas como lo regional, nacional y del sistema mundo. Se olvida, con ello, que el espacio es parte de los productos y conflictos sociales definidos en ese entramado relacional. La geo-grafía es también un signo cultural (grafía) en el espacio que se concretiza, así, en territorio (geo).

En consecuencia, traiciona el autor sus propios objetivos y la metodología sugerida, pues, en lugar de presentar las particularidades de la definición cultural de los territorios y lugares, los toma como un hecho dado. Además subsume el término serrano como en el de comunidad; si bien con ello localiza y presenta diferentes relaciones con el entorno y otros grupos sociales, la comunidad, borra de un solo pincelazo las fracturas internas, así como los discursos y prácticas concretas divergentes de los grupos jerárquicamente diferenciados al interior de Namiquipa. Como si las relaciones sociales devinieran en la conciencia de su papel en la historia comunitaria particular, el constructo de las continuidades en historia de la larga duración. Sin embargo, ello desdibuja los acontecimientos y minucias específicas que dan forma a la historia coyuntural, es decir, olvida las características de la etnografía que se especializa en reconocer que existe una gran variedad de significados que se le adjudicaron a las múltiples realidades históricas.

Al fin del camino se observa que comunidad y Estado son presentados como dos entes que se contraponen en una lucha por el control de los recursos productivos, el proceso de trabajo y sobre la producción discursiva y las formas ideológicas de la conciencia social. Una discusión sobre la cual la antropología histórica, y valga agregar, la historia cultural aportarán interesantes elementos de análisis de la historia del proceso de formación Estado. Un campo académico en el que las ciencias sociales aún tienen mucho por trillar.

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