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Migraciones internacionales

versão On-line ISSN 2594-0279versão impressa ISSN 1665-8906

Migr. Inter vol.6 no.4 Tijuana Jul./Dez. 2012

 

Artículos

 

"Sin el bosque no queda más que irse": Migración internacional entre nahuas de Atlahuilco, Veracruz

 

"Without the Forest, We Have no Choice but to Leave": International Migration among Nahuas in Atlahuilco, Veracruz

 

Rosío Córdova Plaza

 

Universidad Veracruzana. Dirección electrónica: rosiocordova@hotmail.com.

 

Fecha de recepción: 27 de septiembre de 2010.
Fecha de aceptación: 10 de enero de 2011.

 

Resumen

Este trabajo pretende realizar un acercamiento antropológico a las especificidades que ofrece el fenómeno de la migración internacional en una de las regiones indígenas veracruzanas de raigambre nahua, ubicada en la sierra de Zongolica, a través del análisis de los perfiles sociodemográficos de los migrantes y su trayectoria migratoria. Con este fin se expone una breve semblanza histórico-etnográfica del municipio de Atlahuilco y se revisan los detonadores que impulsaron el proceso migratorio. La metodología empleada consistió en el levantamiento de una encuesta aplicada a 34 personas y la elaboración de 16 entrevistas con familiares de migrantes y migrantes de retorno, en las que se exploraron las motivaciones de la partida, la forma de cruce, el trabajo en Estados Unidos y las redes sociales que permitieron el desplazamiento.

Palabras clave: grupos indígenas, crisis agrícola, nahuas, Veracruz, Zongolica.

 

Abstract

This paper is an anthropological approach to the particularities of international migration to the United States from an ethnic region in Veracruz, a Nahua municipality located on the Zongolica Mountains, through the analysis of the socio-demographic profiles and trajectories of the migrants. To this end, ethnographic and historical data is provided in order to explain the triggers of the international migration process in Veracruz. The research was carried out through 34 surveys and 16 interviews which explore various features of the process.

Keywords: indigenous groups, agricultural crisis, nahuas, Veracruz, Zongolica.

 

Introducción1

Desde mediados de los años ochenta del siglo XX, la migración internacional de carácter laboral hacia Estados Unidos ha experimentado una serie de cambios importantes que la han convertido en uno de los fenómenos de mayor presencia en México, al abarcar prácticamente todo el territorio nacional e incorporar un número cada vez mayor de personas. Entre esas transformaciones, algunos autores destacan el viraje en el perfil sociodemográfico de los migrantes, el cual solía estar conformado por población proveniente del occidente del país, mayoritariamente masculina, que partía por períodos cortos (Durand, 2000) y se insertaba de forma estacional en los mercados laborales estadounidenses de acuerdo con las necesidades de los ciclos de producción agrícola.

Desde la década pasada se identificaron cuatro directrices en la composición de los flujos migratorios; a saber: un mayor número de migrantes que se establecen cada vez más de manera permanente en las áreas de destino y se emplean cada vez más en el sector industrial y de servicios que en la agricultura; un mayor grado de capacitación y niveles de escolaridad más altos entre esa población; cambios en la composición por género de los flujos, que ahora están integrados por un creciente porcentaje de mujeres y de grupos familiares completos; y, por último, un origen más diversificado geográficamente, que incluye lugares de expulsión no tradicionales, tanto rurales como urbanos (Canales, 2002; Marcelli y Cornelius, 2001). Así mismo, otros estudiosos han señalado una multiplicación de los lugares de destino, que está ampliando el circuito de regiones estadounidenses predominantemente urbanas que antes no recibían inmigrantes, sobre todo el llamado sur profundo.2

Tales cambios se explican como resultado de varios factores, a saber: a) la crisis que ha sufrido la economía mexicana desde los años ochenta; b) la demanda de trabajadores no agrícolas durante todo el año en el mercado laboral estadounidense; c) los cambios en la legislación a raíz de la promulgación de la Immigration Reform and Control Act (IRCA), que posibilitaron la reunificación familiar; y d) la madurez de las redes migratorias (Marcelli y Cornelius, 2001). Esto ha propiciado un giro en la forma en que los trabajadores indocumentados mexicanos se insertan en la economía y el territorio de ese país.

Así, Veracruz, como parte de las nuevas regiones de expulsión, cobra relevancia en el contexto actual debido a diversas razones: el gran volumen y la diversidad de la población involucrada en los desplazamientos, el período relativamente corto en el que esto ha ocurrido y su propagación a toda la geografía estatal. Sólo era cuestión de tiempo para que esa rápida expansión alcanzara las áreas indígenas del estado (Fox y Rivera, 2004; Velasco, 2008).

En el presente trabajo se realiza un acercamiento a las especificidades de la migración internacional en un área indígena veracruzana, a través de información recabada en la cabecera del municipio de Atlahuilco, de raigambre nahua, ubicado en la sierra de Zongolica. Sin pretender hacer extensivos los hallazgos a toda la población municipal, se intenta señalar algunas tendencias y lógicas culturales que pueden ser impulsoras del ingreso de habitantes de la zona en los circuitos migratorios internacionales (Rouse, 1989). Los datos etnográficos se levantaron durante julio de 2005 mediante la aplicación de una encuesta a 34 personas de grupos domésticos de la cabecera municipal -31 de las cuales cuentan con un miembro migrante y tres de ellas con dos-, con el fin de obtener sus perfiles sociodemográficos (edad, escolaridad, relación con la tierra y ocupación) y su trayectoria migratoria (duración y frecuencia de los viajes, formas de financiamiento, redes sociales y lugares de destino); además se elaboraron 16 entrevistas abiertas y semidirigidas a familiares de migrantes, migrantes de retorno y autoridades municipales. La población encuestada fue seleccionada de acuerdo con una muestra intencional por atributos3 y, al momento de la aplicación del instrumento, registró alrededor de 12 por ciento de los migrantes estimados por personal del ayuntamiento, suma que ascendía aproximadamente a 300 personas.

En primer término, se describirán brevemente los factores que detonaron la migración veracruzana como resultado de la crisis de la agricultura y de la industria extractiva. A continuación se ofrecerá un panorama de la escasa información que existe sobre migración indígena en la entidad. Después se caracterizarán la zona de estudio y las manifestaciones particulares del colapso económico para analizar en seguida el tipo de población indígena que se ha incorporado al circuito y se discutirán las especificidades regionales y étnicas.

 

Nueva migración en Veracruz

Considerado de forma habitual como un polo de fuerte atracción de mano de obra de otros estados del país, se estimaba que los movimientos poblacionales que ocurrían en Veracruz eran mayoritariamente inmigratorios o de carácter intrarregional, y que los veracruzanos no habían participado con anterioridad en los desplazamientos con destino a la frontera norte y Estados Unidos. Sin embargo, nuevos estudios reportan saldos migratorios negativos para la entidad durante los años de 1930 a 1960, con un período de balance positivo entre las décadas de los sesenta y setenta, y un retorno a un saldo ligeramente negativo desde los ochenta, que se incrementa considerablemente durante la última década del siglo XX hasta alcanzar 10 por ciento del total de la población estatal (Salas, 2004). Así mismo, se ha rastreado la ignorada participación de veracruzanos en el Programa Bracero, pero sin partir directamente de la entidad, sino triangulando los permisos desde otras partes de la república (Skerritt, 2007).

Hasta hace poco, las dinámicas migratorias del centro del estado se podían entender en función de los movimientos internos, es decir, a partir de la circulación entre subregiones que solía involucrar diversos municipios o entidades vecinas, tanto para el intercambio de mercancías e insumos como de mano de obra asalariada estacional orientada hacia el sector agrícola, principalmente empleada en los cultivos de caña de azúcar y café, así como, en menor medida, en los de arroz y tabaco. Los ciclos productivos reactivaban la economía de la región e impactaban las dinámicas de poblamiento al actuar periódicamente como atractores de fuerza de trabajo. Por otro lado, la intervención estatal en las políticas agropecuarias y sociales en forma de créditos hacia los pequeños productores y apoyo a las agroempresas, así como la presencia de instituciones como Inmecafé, Tabamex, Banrural o Conasupo, equilibraban en cierta medida la frágil economía campesina (Córdova, 2005).

Este delicado balance se vio afectado debido a la implementación del modelo económico neoliberal4 en una entidad con fuerte vocación agropecuaria y productora de materias primas. Aunque la proporción de la población económicamente activa (PEA) ocupada en el sector primario pasó de 47 por ciento en 1980, a 39.4 en 1990 y disminuyó a 31.7 en 2000, Veracruz sigue siendo una de las entidades con mayor número de habitantes dedicados a las actividades agropecuarias (Rodríguez Herrero, 2003:143). Las principales actividades del sector primario, como la producción de café, azúcar, cítricos, frutas tropicales, granos básicos y ganadería, excepto la del tabaco, se hallan en decadencia y los productores enfrentan absoluta desprotección ante la rapacidad de los mercados mundiales (Córdova, Núñez y Skerritt, 2007), en tanto que el sector secundario ha reducido su participación en el empleo de 21.2 a 15.7 por ciento en el primer lustro de la década de 1990 (Rodríguez López, 2003:151). En general, la situación de la economía estatal es crítica.

Ante este panorama, a mediados de la década de los noventa se inició la búsqueda de nuevos espacios generadores de ingresos en tres direcciones: hacia los campos agrícolas del norte del país, hacia los centros maquiladores de las ciudades fronterizas y hacia Estados Unidos (Pérez, 2000), lo que provocó, a finales del siglo XX, una inédita y dramática expulsión de población campesina que antes, durante la época de la cosecha, contaba de manera plena con empleo en las agroempresas regionales o como jornaleros agrícolas, o en los centros urbanos, como trabajadores eventuales en el ramo de la construcción o los servicios (Córdova, 1999). Sin embargo, la escasez, terciarización y precarización del empleo aumentan en las zonas urbanas, de manera que las principales ramas de la economía del estado reducen su peso laboral de 64 a 50 por ciento, situación que no logra ser compensada por otros sectores, provocando una crisis que afecta principalmente a las urbes de Coatzacoalcos, Acayucan, Minatitlán, Córdoba, Orizaba y Veracruz (Rodríguez Herrero, 2003). Así, la emigración hacia la frontera norte se convierte en una alternativa viable para la población en edad productiva, lo que representa cambios acelerados en las estructuras y dinámicas de los grupos domésticos de las sociedades rurales, algunas de las cuales están quedando semipobladas (Pérez, 2000). El fenómeno ha comportado características tan aceleradas que Veracruz ha pasado, de ubicarse en 1997 en el lugar número 27 de entre las entidades federativas que contribuyen con población migrante a Estados Unidos, al cuarto sitio en 2002 (Pérez, 2004), en tanto que la Encuesta nacional de la dinámica demográfica (INEGI, 2011) sitúa a Veracruz en el segundo lugar en 2009.

De tal forma, Veracruz se ajusta al esquema señalado por Escobar, Bean y Weintraub (1999), que caracteriza a las regiones que nutren los nuevos flujos migratorios de finales del milenio como zonas con importantes porcentajes de población indígena y campesina, con aguda desigualdad en el ingreso y con municipios considerados de alta marginalidad, cuyas economías han girado en torno de la agricultura de plantación y comercial, articuladas con los mercados mundiales de materias primas, así como a la actividad petrolera.

 

Modalidades de la migración indígena en la entidad

Siguiendo el criterio del INEGI de considerar población indígena a los que declararon ser hablantes de alguna lengua nativa, Veracruz es el tercer estado en importancia por números absolutos de población hablante de lengua indígena (PHI), sólo después de Oaxaca y Chiapas, con 13.26 por ciento del total de habitantes, lo que en el año 2005 representó 942 971 personas (INEGI, 2005) concentradas principalmente en la zona norte y centro. Existen 1 974 localidades indígenas y campesinas mestizas que presentan un alto grado de marginación, dispersión y aislamiento (Ssaver, 2005).

El cuadro 1 muestra el peso relativo de la población indígena por región en Veracruz.

Sin embargo, al observar a escala municipal, la mayor concentración de hablantes de lengua indígena ocurre en la región Córdoba-Orizaba, donde 12 de sus 46 municipios -correspondientes a la sierra de Zongolica- cuentan con más de 75 por ciento y, en algunos de ellos, casi con la totalidad de población hablante de alguna lengua vernácula en el rango de cinco años o más.5 Así mismo, todos los municipios mayoritariamente indígenas de esta región presentan un grado de marginación muy alto (Conapo, 2001).

Habitualmente, los movimientos de población indígena en la entidad han seguido un patrón bien definido rural-rural y rural-urbano, relacionados estrechamente con la demanda de mano de obra en los mercados de trabajo estacionales durante los ciclos agrícolas de los principales cultivos comerciales -caña de azúcar, café, chile, cítricos, tabaco, piña y jitomate-, y con la venta itinerante de diversos productos artesanales en las ciudades. Tanto la migración interregional como la intermunicipal continúan presentando los flujos más importantes para la PHI. Existen, sin embargo, desplazamientos que exhiben un carácter más permanente, los cuales implican establecer residencia fuera de la comunidad de origen. En el primer caso, las regiones que presentaron mayor número de emigrantes fueron Los Tuxtlas y Chicontepec, seguidas de Córdoba-Orizaba, Papaloapan y Tuxpam-Poza Rica, mientras que Coatzacoalcos-Minatitlán y Veracruz resultaron ser las más atractivas.

Respecto de la migración de PHI hacia otros estados de la república, los tabulados de la muestra censal del XII Censo general de población y vivienda 2000 (INEGI, 2000a) señalan que de los 386 667 veracruzanos que mudaron su lugar de residencia a otra entidad en el mismo período, los indígenas representaron seis por ciento, es decir, 23 326 personas que declararon provenir de 146 de los 210 municipios de la entidad, destacándose Veracruz, Chicontepec, Tantoyuca, Papantla y Playa Vicente. Al relacionar la población indígena con la migración nacional se descubre que alrededor de 60 por ciento de los emigrantes indígenas veracruzanos provienen del municipio de Veracruz, el cual cuenta con tan sólo 1.3 por ciento de PHI (INEGI, 2000b). Esto conduce a plantear la idea, que se verá adelante, de que la migración de esta población a otras entidades ocurre por etapas, es decir, con desplazamientos previos hacia los centros urbanos estatales. Así mismo, en el año 2000, los destinos de mayor atracción fueron el Estado de México, Tamaulipas, Distrito Federal, Puebla y Oaxaca, en ese orden (Salas, 2005).

Por último, para avanzar en el acercamiento a la migración internacional, un análisis de la Encuesta sobre migración en la frontera norte de México (STPS et al., 2004a, 2004b) revela que se ponderaron 507 973 movimientos de veracruzanos por nacimiento, de los cuales sólo 5 061 manifestaron ser hablantes de alguna lengua in-dígena.6 De ellos, 3 212 respuestas provinieron de individuos que nacieron y proceden de la entidad y 6.8 por ciento -es decir, 218-declararon su intención de cruzar a Estados Unidos. Aunque el flujo captado es pequeño, es posible extraer de él ciertas características: 91.3 por ciento de la totalidad de los movimientos de PHI ponderados fueron realizados por varones y el resto por mujeres; ambos declararon que la razón de la migración es la búsqueda de empleo y que es la primera vez que cruzan a Estados Unidos. Así mismo, 88 por ciento afirmó ser hijo del jefe de hogar, con edad promedio de 27 años, la cual es poco mayor que la reportada en otros estudios, que es de 24 años (Córdova, Núñez y Skerritt, 2007).

Algunas hipótesis que se desprenden de estos datos pueden constituir puntos de partida para analizar el proceso migratorio en el municipio de estudio. En primer término, nos habla del carácter novedoso de la migración internacional para la población indígena de Veracruz y apoya la propuesta de Mines y Massey (1985) respecto de que, en las primeras etapas del fenómeno, los flujos se componen de jóvenes varones en edades productivas y poco a poco van incrementando su volumen e incorporando a mujeres. El alto porcentaje de migrantes que afirmaron ser hijos del jefe de hogar puede relacionarse con los hallazgos en otras localidades rurales del estado respecto de las motivaciones expresadas, ya que la construcción de una nueva vivienda se presenta, de manera recurrente, como la principal razón del desplazamiento. Esta necesidad de poseer casa propia está directamente relacionada con el sistema de parentesco que impera en las áreas rurales de México, tanto indígenas como mestizas, el cual contempla la residencia patri viri local de la pareja conyugal recién formada (Robichaux, 1997) por un lapso variable, en la que el hijo casado se halla bajo la autoridad del jefe de familia. En muchos casos, la construcción de una vivienda y la posesión de una parcela implica la llegada a la plena adultez por parte de los hombres casados ante sus comunidades (Córdova, 2005). En seguida, estos indicios se confrontarán con la información obtenida en el estudio de caso realizado en Atlahuilco.

 

Atlahuilco: Un municipio nahua de la sierra de Zongolica

Atlahuilco es una comunidad ubicada en el corazón de la zona fría de la sierra de Zongolica. El paisaje presenta bosques de pino y pino-encino, así como bosques mesófilos de montaña secundarios, asociados con sistemas agropastoriles y agrícolas en los fondos de los valles, con franjas de suelos acrisoles que son fácilmente lavados y de fertilidad reducida. La combinación de relieve, tipo de suelo, clima e intensidad en la explotación agrícola han propiciado procesos de erosión y arrastre de materiales (Ortiz, 1991). Casi la totalidad de la población es hablante de lengua náhuatl, 64.45 por ciento es bilingüe -28.5 corresponde a hombres y 71.5 a mujeres-, y 32.7 no habla español (INEGI, 2000a).

Aguirre Beltrán (1992) expone el relativo aislamiento de la zona debido a lo inhóspito de su geografía desde la época colonial en que funcionaba una red de rutas de arriería que perduró hasta la década de 1980, cuando se construyó la carretera asfaltada que comunica con las ciudades de Córdoba y Orizaba, con lo que se aceleró el contacto más amplio con la sociedad. Desde el siglo XVIII los habitantes de la zona han mantenido una estrecha relación simbiótica, aunque desigual, entre tierra fría y tierra caliente para el intercambio de productos y mano de obra, en la que la población serrana complementa su economía de subsistencia con la venta de fuerza de trabajo indispensable para las plantaciones -en un principio, de tabaco, y luego de café y caña de azúcar- de las áreas bajas (Álvarez, 1991). Así, la migración laboral cíclica entre municipios ha constituido, desde largo tiempo, una estrategia de subsistencia para los grupos domésticos indígenas.

Las comunidades indígenas serranas han basado su economía en la diversificación de actividades y la intensificación del trabajo de todos los miembros de las unidades domésticas (Appendini et al., 1985). En la región predomina la propiedad privada en predios minifundistas, donde se realiza una combinación de actividades que incluyen el cultivo del maíz, frijol y otros productos de invierno (como chícharos, lentejas y habas) para el autoconsumo y la cría de ganado menor. Dado que los rendimientos son pobres y no satisfacen las demandas de la población, los ingresos se complementan con la venta de mano de obra tanto en las plantaciones cañeras y cafetaleras como en los mercados urbanos del ramo de la construcción y la venta ambulante de muebles rústicos y otros productos. La migración estacional ha permitido el regreso de los viajeros a su localidad durante el ciclo ritual y participar activamente del ceremonial, lo que constituye un elemento de cohesión comunitaria (Rodríguez López, 2003).

Por sus características geográficas y climáticas no aptas para cultivos comerciales, la producción agrícola maicera es de auto-consumo, bajo el sistema de roza, tumba y quema. Dos décadas atrás, los trabajos coordinados por Boege (1991) habían señalado con precisión las consecuencias de la alteración del ecosistema generada por la presión sobre la tierra. Así, varios factores se conjuntaron para convertir la explotación forestal en alternativa para la reproducción de las unidades domésticas;7 entre ellos, el aumento demográfico, la atomización de las parcelas, la dependencia de in-sumos de los paquetes tecnológicos8 ante la intensificación del sistema de cultivo y el deterioro económico. Rodríguez López (1991) menciona la relación entre el descenso en la producción familiar de maíz y el inicio de la explotación forestal.

Desde entonces, y en unos pocos años, los recursos forestales pasaron de ser utilizados para el autoconsumo a convertirse en una de las más importantes fuentes de ingresos de la región a través de la elaboración y comercialización de diversos productos: leña, carbón, vigas y tablas, sillas y mesas rústicas, de manera que han proliferado los aserraderos y las carpinterías artesanales. Estos productos se venden a intermediarios locales y regionales o el productor también puede dedicarse a la venta ambulante (Rodríguez López, 1991). Algunos pobladores combinan el oficio de carpintero, leñador y campesino, mientras que otros han logrado reunir capital suficiente para adquirir un vehículo y actuar como intermediarios que recorren las cabeceras municipales donde se concentra la producción de las rancherías y venden los artículos de madera, no sólo en las ciudades más cercanas, como Orizaba, Fortín y Córdoba, sino que abarcan el sureste entero (Rodríguez López, 1991). Esto ha promovido la diferenciación social al interior de la comunidad.

En la actualidad, no sólo Atlahuilco sino la región correspondiente a la sierra enfrenta una severa crisis económica y ecológica, ocasionada por la convergencia de diversos factores:

• Respecto de la agricultura maicera, insostenible si no es subsidiada con recursos obtenidos de otras fuentes, la presión sobre la tierra ha acarreado una reducción en los períodos de barbecho, lo que exige un aumento en la necesidad de incorporar insumos caros y un mal manejo de laderas, que deteriora aún más el suelo.

• La atomización de las parcelas, aunada a la continua utilización de la madera como combustible, cancela el manejo sostenible de los bosques al no permitir la reforestación.

• La tala inmoderada realizada por los comerciantes de la ciudad de Orizaba, en colusión con autoridades forestales, genera altos índices de corrupción.

• La crisis de las agroindustrias cañera y cafetalera se ha traducido en una reducción drástica de la demanda de mano de obra en los mercados de trabajo regionales.

El deterioro de las condiciones de vida de los habitantes de la región los ha impelido a la búsqueda de alternativas en la obtención de ingresos, de manera que se están sumando a los flujos migratorios internacionales desde los inicios del presente siglo. Al respecto, personal del ayuntamiento afirma:

Aquí se trabaja el carbón, la madera, y como el monte se va acabando, entonces ya no hay qué hacer, ya no hay trabajo. Entonces dicen: "¿Qué hago acá? Mejor me voy a buscar trabajo por otro lado". Y ya saben que allá en el norte se gana un poco más y prefieren irse para allá. Se arriesgan, pero aquí no hemos sabido que alguien haya fracasado. Todos los que se han ido han regresado bien. Han corrido con suerte (Rigoberto, síndico municipal, Atlahuilco, Veracruz, 22 de julio de 2005).

 

De las laderas de Zongolica a los highways de Estados Unidos

El fenómeno de la migración internacional se presenta en Atlahuilco de una manera paulatina y no ha comportado hasta el momento la característica de masividad que se registra en otras localidades rurales mestizas de la región central del estado, las cuales llegan a sumar entre 8 y 15 por ciento de migrantes sobre el total de su población (Núñez, 2003). De acuerdo con un estimado de la alcaldía, se calcula que alrededor de 300 habitantes del municipio -es decir, poco más de tres por ciento- han partido hacia Estados Unidos desde que se inició el proceso en el año 2000. Sin embargo, todo parece indicar que este volumen se está incrementando de forma importante, pues la encuesta levantada en 34 hogares en julio de 2005 arrojó que más de un tercio del total de los 37 migrantes internacionales de la muestra partió durante la primera mitad de ese año. La siguiente gráfica señala el número de migrantes que viajaron a Estados Unidos, según el año de su desplazamiento.

El perfil sociodemográfico de los migrantes encuestados apunta que 92 por ciento son varones y ocho por ciento mujeres, con edades que se concentran entre 18 y 27 años, siendo de 94 el índice de masculinidad en el municipio. El reducido número de mujeres insertas, hasta el momento, en el circuito puede explicarse en función de los constreñimientos patriarcales a los que hace referencia Hondagneu-Sotelo (1992) -aquellos que otorgan a los hombres la autoridad y los recursos necesarios para migrar de manera independiente, mismos que son negados a las mujeres-, que se ven reforzados por las historias de peligros, violaciones y asaltos en el cruce de la frontera.

Predominan ligeramente las personas casadas o unidas (54 %) sobre las solteras o divorciadas (46 %). El hecho de que los tres casos de mujeres incluidos en la muestra correspondan a dos solteras y a una divorciada, así como la ausencia de niños integrados al circuito, hace suponer que no se ha iniciado aún un proceso de reunificación conyugal o familiar, quizá debido a dos factores: por un lado, la fase temprana del fenómeno en la cual los flujos son predominantemente masculinos; pero, por otro, lo que quizá sea más significativo, la fuerza de la cohesión comunitaria, que sigue dando como resultado que los individuos no muestren interés en establecerse de manera más permanente en Estados Unidos.9 Esta idea parece ser confirmada al observar el volumen de migrantes de retorno pues, mientras en otras localidades del centro el promedio registrado oscila entre 7 y 11 por ciento (Córdova, Núñez y Skerritt, 2007), en Atlahuilco ascendió a 27 por ciento en un lapso más corto. Por añadidura, únicamente 5 de las 37 personas han realizado dos viajes a Estados Unidos y permanecen actualmente en el vecino país.

Es interesante destacar que los indígenas migrantes cuentan con un grado mayor de escolaridad que el promedio encontrado en otros lugares, donde el grueso de la población que es parte del flujo sólo ha cursado la primaria (46 %) o secundaria (32 %) (Córdova, Núñez y Skerritt, 2008). Todos los encuestados en el municipio son bilingües (hablan náhuatl y español), y seis de ellos son trilingües, pues además hablan inglés. La gráfica 2 muestra los niveles de escolaridad formal que se registró en el levantamiento.

Antes de su partida, 70 por ciento de los migrantes se ocupaban en la agricultura, la cual combinaban con actividades forestales (corte de leña y elaboración de carbón, tablones o muebles rústicos) y tres de ellos además asistían a la escuela. El resto se dedicaba a la comercialización de productos de madera, a la albañilería y dos eran obreros en Orizaba. Por su parte, dos de las mujeres eran meseras y una realizaba labores agrícolas y domésticas. Así mismo, 18 de ellos poseen una parcela bajo el régimen de pequeña propiedad, en tanto que seis pertenecen a un grupo doméstico en el que el jefe de familia tiene tierras, lo que permite suponer que, no obstante el alto grado de marginación del municipio, los migrantes encuestados no se encuentran entre los habitantes más pobres de la localidad.

Las cantidades reportadas como pago a los polleros oscilan entre 9 000 y 20 000 pesos, sin que exista relación explícita entre el monto y la fecha del traslado, la relación con el pollero o cualquier otra variable, ya que fue imposible obtener mayor información que permitiese detectar las condiciones que encarecían el viaje, debido a la desconfianza de la población por revelar la identidad de los polleros y su modus operandi. Respecto del financiamiento para la travesía, llama la atención el hecho de que, a diferencia de las otras localidades, entre cuya población la usura es uno de los problemas más graves y arraigados que enfrentan para financiar el viaje (cuyo cobro de intereses puede llegar hasta 25 por ciento mensual sobre la deuda), los migrantes de Atlahuilco no acuden a los agiotistas para allegarse los recursos para el viaje (Córdova, 2005). Generalmente, éstos son obtenidos mediante los préstamos de familiares y amigos. Un porcentaje menor recurre a la venta de diversas propiedades, como parcelas, árboles o vehículos, y un número muy reducido de ellos recibió el dinero de un familiar que ya residía en Estados Unidos.

Pus, como le diré, pus pedí prestado, todo prestado a un familiar de aquí. Y ya llegué ahí y me puse a trabajar y devolví el dinero. Me salió más o menos carito, como en 1 800 dólares de allá, o sea, como en 18 o 19 000 de los de aquí. Él es mi primo, pero ya le pagué la deuda, porque no me cobró dinero aparte; me tuvo confianza y le pagué (José, migrante de retorno, 32 años, Atlahuilco, Veracruz, 28 de julio de 2005).

Sin embargo, fue registrado el caso de un migrante que solicitó un préstamo a un usurero de la vecina localidad de Tequila, a una tasa de 15 por ciento mensual, lo que sugiere que ésta puede ser una práctica que se está extendiendo. Un entrevistado comenta:

Aquí hasta ahorita no he oído nada al respecto, sino que piden en efectivo pero dicen: "Regreso y yo les devuelvo su dinero". A veces hay personas de confianza y sí se los prestan sin ningún interés y [dicen] "lo importante es que me lo devuelvas". Entonces también reciben apoyo por esa parte [que] no les cobran intereses, porque son conscientes dicen: "Bueno, le voy a prestar un dinero. Allá luego, si trabajó bien, y si no, pues si tienes voluntad me das lo que creas conveniente o si no me pagas un cinco por ciento", o sea, es muy poco interés. Entonces ese es un benéfico que reciben por parte de sus amistades con el fin de que se vayan a trabajar, pero regresan y sí lo han hecho de esta manera (Mauro, docente de educación primaria, Atlahuilco, Veracruz, 28 de julio de 2005).

De la población encuestada, 65 por ciento ha tenido experiencia migratoria previa dentro del territorio nacional, hacia municipios vecinos o de otros estados, donde se han ocupado en la venta ambulante de productos de madera en las zonas urbanas, o bien, empleándose en los campos de cultivo de la región y del norte del país. Los destinos principales incluyen, en el primer caso, las ciudades de Orizaba, Córdoba, Ciudad Mendoza y el puerto de Veracruz. La migración interestatal se dirige hacia los estados de Puebla, Tlaxcala, Tamaulipas, Jalisco, Nuevo León, Sonora y Baja California. Esta conducta desarrollada desde tiempo atrás en la región contrasta con lo reportado en otras localidades del centro del estado, donde la migración internacional ha presentado movimientos directos desde los lugares de origen rurales hasta los de destino en Estados Unidos (Córdova, Núñez y Skerritt, 2008), lo que, según Lozano (2002), parece ser la norma histórica latinoamericana.

Un aspecto interesante se desprende de las entrevistas, el cual permite reforzar, en algunos casos, la idea acerca de la vinculación entre los procesos de migración interna e internacional en las últimas décadas.10 Varios informantes dijeron haber sido alentados para migrar por personas con las que trabaron conocimiento durante estancias laborales en otros lugares, sobre todo en las ciudades de Orizaba y Córdoba. También se registraron redes formadas durante el empleo en las plantaciones agrícolas con compañeros jornaleros de otras localidades de la sierra, como Astacinga o Tequila. Las razones para incorporarse a los flujos migratorios giran, de forma insistente, en torno de la carencia económica:

Anteriormente, la gente no migraba porque en el bosque teníamos trabajo, pero ahorita ya no y por eso la gente se va. De hecho, ahora ya están mandando programas. Pero si de veras se aprovecharan y se mandaran, pues ya no estaríamos inconformes. Lo importante que observarán es la reforestación, que es lo que más nos podría ayudar. Es una fuente de trabajo para todos porque de ahí es un cadenismo, por decirlo. Ahí se mueve, por decirlo, la economía más; pero sin el bosque pues aquí no hay movimiento y no queda más que irse (Luis, migrante de retorno, 35 años, Atlahuilco, Veracruz, 3 de julio de 2005).

Una minoría, sin embargo, expresa otras motivaciones para decidirse a partir, como reunir dinero para la obligación comunitaria de costear una fiesta, olvidar una pena, iniciar un negocio, comprar un vehículo o, simplemente, por conocer nuevos lugares.

Yo me fui, de hecho, nada más por conocer el lugar. Más que nada, por ir a ver para que el día de mañana no nos platiquen. Porque mucha gente emigra y a la vez regresa y ya te dicen que se gana muchos dólares. Pero a veces es mentira, porque allá se sufre mucho. O sea, yo lo poco que viví, para que me lo platiquen, pues ya me di cuenta y se desengaña uno, la verdad. De hecho, no era mi intención ir a trabajar: mi intención era conocer el lugar (Luis, migrante de retorno, 35 años, Atlahuilco, Veracruz, 3 de julio de 2005).

En general, los motivos exhiben las dos características reportadas por Escobar (2003) en relación con la población más pobre: la urgencia y la supervivencia, que pueden estar propiciadas por el deterioro constante de las condiciones de existencia y tienden a una estrategia a mediano plazo, o bien, por algún evento catastrófico, y buscan la recuperación de activos.11 Enfermedades; pérdida de cosechas, ganado o empleo; daños a la vivienda o el abandono de la familia por parte del proveedor son situaciones que amenazan la supervivencia de un grupo. Este segundo tipo de respuestas incluyó, por ejemplo, la enfermedad de la madre, un hijo al que le detectaron leucemia, la destrucción de una vivienda por plaga de polilla, una mujer y sus hijos abandonados por el esposo, entre otras. El familiar de una de las mujeres migrantes afirma:

Mi mamá está muy enferma y con lo que gano en el campo y la venta de leña pos no alcanza para comprarle sus medicinas. Por eso mi hermana se fue primero a trabajar en casas con otras muchachas de aquí, pero luego mi mamá se puso peor de salud y ella tuvo que regresarse. Luego estuvo trabajando en Córdoba, de mesera en un restaurán, y ahí conoció a unos muchachos que s'iban a ir a Estados Unidos y pos la invitaron. Por eso pensamos que primero se fuera ella, por lo menos un año, y cuando regrese pos ya me tocará a mí (Albino, hermano de migrante, 17 años, Atlahuilco, Veracruz, 12 de julio de 2005).

A diferencia de lo reportado en otras localidades (Córdova, Núñez y Skerritt, 2008), la construcción de una nueva vivienda no fue expresada como una de las principales razones para emprender el viaje. Esto puede ser resultado del tipo de organización socioespacial que se observa en la localidad, conocido como paraje. Los parajes son complejos residenciales basados parcialmente en lazos de parentesco patrilineales cuya referencia es la proximidad con los bosques y los campos de cultivo. Este tipo de segmentos sociales son tanto una alianza institucionalizada de hogares o unidades domésticas, como una subdivisión formal de la comunidad que trasciende las categorías convencionales de parentesco, territorialidad y política (Mulhare, en Rodríguez López, 2003). Su naturaleza social y política implica la propiedad común de la tierra y la casa, que se sostiene a través de las generaciones, pero se apoya en una membresía dual a través no sólo de la filiación, sino también de la residencia, lo que permite incorporar, en una misma categoría de personas, a parientes por consanguinidad y afinidad (Rodríguez López, 2003). Por lo tanto, establecer una morada aparte no se traduce en dejar de compartir el espacio común y las actividades productivas bajo la férula del cabeza de familia.

La mayoría de los viajeros cruzaron la frontera por el desierto de Sonora, solamente dos por Tamaulipas, dos por la línea en Tijuana y uno a nado por el Río Bravo. Ninguno de los entrevistados refirió haber experimentado situaciones que pusieran en peligro su vida, aunque sí reconocieron las dificultades inherentes al viaje:

[Íbamos] como 30 de diferentes lados. Y vamos todos en hilera, no regaús. Porque hay caminitos. Y mira, el que dirige, ése va hasta adelante aproximadamente a 100 o 200 metros, y es que va cuidando y el otro pus queda hasta atrás y otros en medio. Yo pasé por el desierto de Agua Prieta y me recomendaron llevar una pieza de ropa, manzanas y agua en primera, bananas, plátanos. Caminábamos una hora u hora y media y hacíamos paradas 10 o 15 minutos. Y llevaba yo mucha fe y tranquilo. Cuando crucé la frontera, para mí no llevaba nada aquí [se señala el corazón]. Yo me fui de aquí y no puedo pensar en mi familia cuando yo estoy cruzando o cuando yo estoy en peligro. Ya me puse a pensar en ellos cuando ya estaba allá en Arizona y ya ahí que le hablo a mi hermano (Juan, migrante de retorno, 27 años, Atlahuilco, Veracruz, 13 de julio de 2005).

Un examen de los destinos principales de la población de Atlahuilco en Estados Unidos indica que California sigue siendo el preferido por una abrumadora mayoría de migrantes, la cual se concentra en las ciudades de Los Ángeles, Orange y San Diego. En segundo término, muy por debajo, el estado de Oregón. El resto se reparte entre destinos tradicionales, como Texas e Illinois, y emergentes, como Alabama y las Carolinas. En el cuadro 2 se presenta la frecuencia de los migrantes de la muestra en los diferentes lugares de llegada.

 

 

La existencia de redes sociales que apoyen al recién llegado en la nueva sociedad, proporcionándole vivienda e información y facilitando su inserción en el mercado de trabajo, fue señalada en las entrevistas:

[Trabajé] allá en un restaurante. Un primo que estaba ahí trabajando me ayudó y ahí viví con él. Tardé como un mes [o] dos meses porque está medio difícil para conseguir y de hecho ahí llega mucha gente. ¿Y ónde quieren trabajo?, pus ahí, pero es conforme van llegando y pues no pueden recibir porque ya están esperando otros y entonces creo que van saliendo unos y ya entran otros y así (Policarpo, migrante de retorno, 26 años, Atlahuilco, Veracruz, 24 de julio de 2005).

La formación de estas redes de cooperación se muestra también en el reducido número de ocupaciones en los destinos. Cornelius (1999) señala al respecto que entre las muchas ventajas para los empleadores de contratar indocumentados, resalta que las redes sociales de migrantes proporcionan fuerza de trabajo sin esfuerzo alguno mediante el reclutamiento de familiares y paisanos. Las principales ocupaciones son el trabajo agrícola en la cosecha de fresa y flores, así como en el ramo restaurantero como meseros, lavaplatos o cocineros. Un número menor se emplea como obrero en empacadoras de carne y fábricas de plásticos.

[Trabajé] en un restaurán chino. Y el primer momento de mi trabajo pues llegué ahí y ya estaban otros amigos que trabajan y me enseñaron a lavar trastes y a agarrar los utensilios y cómo lavar en máquina. Casi una semana trabajé de a gratis; no me pagaron. Yo recibía nada más mi comida y nada de dinero. Llego a los 15 días y ya me dieron y me dijeron: "Mira, vas a trabajar aquí". En un mes ya me aprendí de todo, menos a cocinar porque no sabes. Un mes estuve de lavaplatos. El idioma no fue tanto trabajo porque en el restaurán me ayudaron mis amigos... lo principal que me servía de mi trabajo, unas palabras, porque tampoco vas a hablar mucho con ellos. Mira, si el patrón habla inglés, si quiere calabazas o quiere brócoli, lo único que enseña es a señas, cortando (José, migrante de retorno, 32 años, Atlahuilco, Veracruz, 28 de julio de 2005).

Casi todos los entrevistados reportaron el envío de remesas monetarias, en 80 por ciento de manera constante, con un promedio de 24 días de periodicidad; así mismo, 16 por ciento declaró la presencia eventual de remesas. En dos casos no se reportó envío alguno, lo cual puede deberse al reciente viaje de los migrantes, de dos y cinco meses, respectivamente. En general, los testimonios confirman el compromiso de los migrantes con los que se quedan, así como la fuerza de los lazos familiares y comunitarios:

El que tiene familia piensa y el que no tiene familia pues no se puede uno comparar con él. Entonces para mí no puedo hablar de América, porque me fue bien. Yo ganaba 400 dólares. De ésos, 100 me los gastaba y 300 los mandaba para acá, para mi familia. Yo nunca olvidé, pues, a mi familia en tres años. Tal vez sí reconozco mis errores, como un mes que nos les mandé rápido la lana, pero de ahí fue seguido. Porque también estaba pagando lo de la pasada de allá (Sebastián, migrante de retorno, 37 años, Atlahuilco, Veracruz, 25 de julio de 2005).

Pues allá tienes que cuidar el dinero. Allá para que te alcance y mandes aquí [...] De hecho, nada más gastaba unos 30 o 50 [dólares] y lo demás todo para acá. No y si lo agarro todo o lo gasto, ni una semana me rinde, la verdad. Allá no rinde (Juan, migrante de retorno, 27 años, Atlahuilco, Veracruz, 13 de julio de 2005).

Esta cohesión se manifiesta también en que la población no menciona ningún caso de abandono de la familia o de reconstitución de otros lazos conyugales en el país vecino:

Regresé porque yo ya extrañaba a mi familia, ya los necesitaba ver y de mi trabajo ya no me importó. Hablé con mis patrones y les dije que necesitaba ver a mi familia en México: "Aquí está tu trabajo y te dejo a otra persona que va a trabajar para ti. Le enseño una semana y yo me voy. Así cuando yo llegue otra vez, mi trabajo está seguro" (Sebastián, migrante de retorno, 37 años, Atlahuilco, Veracruz, 25 de julio de 2005).

Los testimonios recabados ofrecen una visión positiva de la experiencia migratoria y muestran la satisfacción por el reconocimiento de los empleadores al buen desempeño laboral:

Yo me siento muy feliz y muy orgulloso como mexicano. Yo mi trabajo, gracias a Dios, lo hice bien. Tomaba yo, pero cuando no tenía yo mucho trabajo porque yo adelantaba mi trabajo. Cuando tomaba, yo sabía que tenía que hacer lo importante, o sea, desde un día siguiente lo cortaba (Sebastián, migrante de retorno, 37 años, Atlahuilco, Veracruz, 25 de julio de 2005).

De hecho hay dos tipos: el gringo y los negritos. Los que más no nos quieren son los negritos, porque tanto ellos allá no se llevan. Pero los gringos sí nos estiman por decirlo, porque saben que nosotros sí vamos a sufrir en lugar de ellos (Policarpo, migrante de retorno, 26 años, Atlahuilco, Veracruz, 24 de julio de 2005).

Pero también reconocen la discriminación de la que son objeto por parte de los mismos coterráneos y la indefensión en la que se encuentran, tanto por su condición de indígenas como de inmigrantes indocumentados:

Ahora sí, como dicen, el mexicano es más mula entre uno mexicano. Si tú trabajas con un patrón mexicano contratista le roba más dinero a uno como mexicano, vaya. Yo trabajé en chino, en vietnamín, pero no quise trabajar en ningún tiempo con mexicanos. De por sí yo llevaba de aquí que no iba a trabajar con mexicanos. Mi hermano me dijo que los chinos son buenos. Pero un mexicano voy y me saca a patadas, por racismo, porque ellos ya saben y uno como mexicano no lo tratan bien. Más bien se quieren sentir ellos los más altos porque tardan allá, a lo mejor porque lo ven a uno así como los de aquí, así como indígena, pues... (José, migrante de retorno, 32 años, Atlahuilco, Veracruz, 28 de julio de 2005).

A veces, uno como emigración, uno como indocumentado —allá te dicen— quisiera para no cruzar el desierto que el gobierno nos diera el permiso unos meses o un año [...] sacar visa. Tal vez nosotros hacemos lo más posible para pagar una visa. Para mí me gustaría eso, que dijera y que ayudara a los jóvenes que son interesados y que tienen ganas de trabajar en el norte, que nos diera un permiso de un año y nosotros cumpliríamos con los requisitos para trabajar. Sí, yo me sentiría feliz que me dieran 10 meses y yo cumpliría con mis requisitos... (Policarpo, migrante de retorno, 26 años, Atlahuilco, Veracruz, 24 de julio de 2005).

 

Conclusiones

Los nuevos escenarios de los movimientos poblacionales en México, tanto internos como internacionales, permiten afirmar que en la actualidad no existe un modelo único que pueda dar muestra de su dinámica y características. Por el contrario, la diversidad que presentan exige la revisión de la vigencia de algunos postulados. Anteriormente, se pensaba que la población migrante estaba conformada por individuos provenientes de grupos con cierta disposición de recursos, quienes pudieran solventar los fuertes dispendios que implica la migración internacional (Mines y Massey, 1985; Cortes, 2001). Esto llevaba a pensar que las comunidades con grados altos o muy altos de marginación se hallaban excluidas de los circuitos migratorios. Sin embargo, los estudios recientes señalan que es precisamente en las localidades ubicadas en las regiones más pobres del país donde está incrementándose el fenómeno.12

Las comunidades indígenas del estado de Veracruz ilustradas aquí, con el caso de Atlahuilco, constituyen un ejemplo de los contextos que están nutriendo los nuevos flujos migratorios del naciente siglo. En condiciones de mayor vulnerabilidad, debido a sus altos grados de marginación y a su pertenencia étnica, estos migrantes buscan también las fortalezas que los vínculos comunitarios de reciprocidad pueden proporcionarles para reducir los costos sociales y económicos del proceso.

Tal como ha sido propuesto por Escobar (2003), la formación de redes sólidas puede constituir el principal mecanismo amortiguador de los imponderables inherentes a una empresa tan incierta y riesgosa como es la migración internacional para los sectores más pobres. El fuerte entramado de derechos y obligaciones comunitarios se pone en marcha en diversos frentes: en la consecución de recursos para el viaje sin que generen intereses, en el apoyo financiero y logístico a la llegada al lugar de destino en tanto se comienza a tener ingresos y en el soporte a la familia que se queda, entre otros.

Por otra parte, en Atlahuilco se presenta una dinámica de migración por etapas, que se inicia de manera intermunicipal, para continuar extendiéndose hacia otros estados, la frontera norte y, paulatinamente, hasta el país vecino, lo que ha favorecido la adquisición de habilidades específicas. Las redes sociales de parentesco, amistad y paisanaje creadas durante el proceso van también acompañando a los migrantes en sus diferentes etapas, permitiendo la rápida adaptación a las nuevas condiciones. Esto podría derivar en un mayor fortalecimiento de las redes, la reducción de los costos y el eventual establecimiento de una "cultura de la migración" donde, a medida que el comportamiento migratorio se expande a un número cada vez más numeroso de miembros de una comunidad, se contempla de manera creciente como una opción calculada y deseable, hasta llegar a convertirse en la norma (Kandel y Massey, 2002). El escenario a futuro, sin embargo, es difícil de vislumbrar debido a la condición indocumentada de la totalidad de los migrantes en un contexto de endurecimiento de la frontera, de incremento de los índices delictivos en torno del fenómeno y de la imposición de políticas migratorias unilaterales.

El carácter emergente y masivo de los nuevos procesos de migración, su velocidad, intensidad y diversidad obligan a la realización de múltiples estudios de caso que saquen a la luz las constantes y las especificidades. En la actualidad, Atlahuilco es apenas una muestra más de una realidad que se repite ad infinitum, con todas sus diferencias y semejanzas, a lo largo del territorio nacional.

 

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Notas

1 La autora agradece a Domingo Flores por su colaboración en el trabajo de campo, a Betzaida Salas por su apoyo en el análisis de la información censal y de la Encuesta sobre migración en la frontera norte de México, así como a Eckart Boege, quien compartió su tiempo y su base de datos.

2 El crecimiento de la población latinoamericana en algunas ciudades de la región sureste de Estados Unidos ha alcanzado tasas altísimas durante la última década, por ejemplo: Fayetteville (1 630.1 %); Greensboro (776.7 %) o Raleigh (704.7 %) (Mohl, 2003:39).

3 Tipo de muestreo en el que los elementos de la población están clasificados en categorías según determinado atributo cualitativo. Por lo tanto, la representatividad depende de su intención u opinión, y la evaluación de la representatividad es subjetiva. De ahí que la selección de casos no tenga fundamento probabilístico.

4 A partir del cambio en las políticas económicas de mediados de la década de los ochenta, las políticas oficiales hacia el sector agropecuario se reestructuraron en el marco de una situación de crisis previa, expresada en la caída de la producción agrícola y el aumento de las importaciones. Ello arrojó un saldo negativo para los productores. Un paso crucial en tal deterioro fue la desregulación estatal que privatizó y clausuró instituciones relacionadas con las actividades agrícolas y pecuarias, reduciendo al mínimo los subsidios, los créditos y la asistencia técnica (González y Salles, 1995; Tarrío, Steffen y Concheiro, 1995; De Grammont, 2001).

5 Según la regionalización propuesta por Ramos (en Arias, 1973), la sierra de Zongolica se encuentra conformada por 12 municipios, cuyos porcentajes de PHI se presentan como sigue: Tehuipango, 99.41; Los Reyes, 98.8; Atlahuilco, 98.6; Mixtla de Altamirano, 98.23; Astacinga, 97.98; Tlaquilpa, 97.63; Magdalena, 95.46; Tequila, 93.52; San Andrés Tenejapan, 92.78; Texhuacan, 81.85; Zongolica, 76.87 y Xoxocotla, único con una baja proporción de PHI, con 26.79 por ciento (INEGI, 2000a).

6 Este análisis contempla las fases quinta (de julio de 1999 a abril de 2000), sexta (de abril de 2000 a abril de 2001) y séptima (de abril de 2001 a abril de 2002). Aunque la cuarta fase de levantamiento ya incorporaba la pregunta "¿habla usted algún dialecto (sic) o lengua indígena?", sólo a partir de la quinta fase se captaron veracruzanos (Salas, 2005).

7 Álvarez (1991) advierte ya desde entonces que algunos municipios de la región, como Tlaquilpa y Atlahuilco, podrían presentar una alternativa forestal por contar con bosques maduros, en tanto que otros, como Tehuipango, eran ya deficitarios de recursos madereros.

8 Por paquete tecnológico se entiende el conjunto de insumos, instrumentos y dispositivos que en forma complementaria permiten la operación de un proceso de trabajo en ramas específicas de la producción.

9 Durante el trabajo de campo se tuvo conocimiento de un único caso de intento de reunificación conyugal, en el que una mujer partió para alcanzar a su marido en Estados Unidos, pero fue atrapada por las autoridades de migración, con quienes "tuvo una mala experiencia" y fue deportada después "toda espantada" (Migrante de retorno, Atlahuilco, Veracruz, julio de 2005).

10 Lozano (2002) recupera el debate en torno de la relación que guarda la migración interna con la internacional, entre quienes afirman que ambos circuitos han estado históricamente diferenciados por el tipo de redes sociales y los que aseguran que son procesos cada vez más vinculados. El proyecto ha registrado ambas tendencias: la migración por etapas y la migración directa.

11 Escobar define la catástrofe como "un cambio cualitativo que representa una disminución drástica de la capacidad de satisfacer las necesidades del grupo. La definición de vulnerabilidad de una unidad doméstica, así, es entonces un riesgo alto de sufrir una catástrofe" [cursivas en el original] (2003:11).

12 A partir de sus resultados, Escobar (2003:1) afirma al respecto que "una parte importante de los municipios con mayores tasas de emigración son municipios de alta marginación. Esto no necesariamente significa que la participación de los hogares más pobres en la emigración sea la más alta. Sin embargo, es notable que en los municipios más pobres y marginados la emigración crece a tasas históricas".

 

Información sobre la autora

Rosío Córdova Plaza es doctora en ciencias antropológicas por la universidad Autónoma Metropolitana e investigadora del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la universidad Veracruzana. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores (nivel II). Es especialista en estudios de género, cuerpo, sexualidad, trabajo sexual, turismo sexual, migración y grupos domésticos. Recibió el premio del Senado al mejor ensayo sobre la Independencia; en 2009 obtuvo la mención honorífica a la mejor investigación en antropología social que otorga el Premio INAH "Fray Bernardino de Sahagún"; el primer lugar del Premio de Género "Helen I. Safa" 2000 de la Latin American Studies Association (LASA), y el primer lugar del Premio 1996 de Investigación sobre las Familias y los Fenómenos Sociales Emergentes en México, que otorga el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF). Es coautora, con Cristina Núñez y David Skerritt, del libro Migración internacional, crisis agrícola y transformaciones culturales en la región central de Veracruz (Plaza y Valdés/universidad Veracruzana/ Conacyt/Embajada de Francia, 2008); autora de Los peligros del cuerpo. Género y sexualidad en el centro de Veracruz (Benemérita universidad Autónoma de Puebla/Plaza y Valdés, 2003); y cocompiladora, con Cristina Núñez y David Skerritt, de In God We Trust: Del campo mexicano al sueño americano (Conacyt/universidad Veracruzana, 2007). Así mismo ha escrito más de 60 artículos especializados.

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