INTRODUCCIÓN
Se ha señalado reiteradamente en diferentes foros que las funciones imperantes de la agricultura deben adicionarse a la contribución directa del crecimiento, a la generación del empleo, a la solución de la pobreza y a la satisfacción de las necesidades básicas de la población. En los últimos años, el debate se ha profundizado por aminorar los problemas de inseguridad alimentaria que vive la población urbana y rural del país.
En Hidalgo (México), actuales mediciones oficiales señalan la prevalencia de cerca de 73 por ciento de los hogares bajo el criterio de inseguridad alimentaria; explicado por 45 por ciento en seguridad leve, 17.8 por ciento en inseguridad moderada y 9.1 por ciento en inseguridad severa. Se afirma mayor prevalencia de inseguridad alimentaria en núcleos rurales respecto de las dinámicas urbanas; la diferencia entre ambos es cercana a 15 por ciento (INSP, 2013). Es decir, en paradoja, los hidalguenses que viven sobre la frontera agrícola (donde, en su mayoría, se producen alimentos y habita bastante población hidalguense) tienen, en comparación con las dinámicas urbano-comerciales, menos acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfagan las necesidades energéticas diarias y las preferencias alimentarias para llevar una vida activa y sana (FAO, 1996).
Frente a esta realidad, el objetivo que persigue este artículo es identificar la reconfiguración que experimentó el espacio agrícola hidalguense y su vínculo con la producción alimentaria, en el contexto de los sucesos de la década de 1910-1920, cuando el movimiento social de reivindicación contenido en los programas de la Revolución Mexicana (RM) y, más tarde, la depresión económica de 1929-1932 propiciaron las primeras dotaciones ejidales sobre los grandes latifundios porfiristas: el reparto agrario.1La justificación de estudiar este periodo (1917-1940) y ligarlo a la actual problemática de la inseguridad alimentaria en la entidad obedece a dos causas. Primera, el reparto agrario en Hidalgo representó hasta 1940 cerca de 55 por ciento de los ejidos existentes al día de hoy en la frontera agrícola. Estos, en el discurso, tenían la finalidad de cimentarse gradualmente sobre la estructura latifundista implementada en el porfiriato, los cuales, en agregado, cubrían cerca de 16 por ciento de la superficie territorial de la entidad. Producir alimentos para el país era la responsabilidad pensada para el ejido. Se benefició a cerca de 50 por ciento del territorio hidalguense, que equivale a 54 mil 764 campesinos/ejidales.2
Segunda, últimas mediciones oficiales indican que el régimen de tenencia de tierra en Hidalgo, pese a los preceptos legales que posibilitan el cambio de dominio de la propiedad de la tierra, se compone, en orden de importancia, por 53.05 por ciento de hectáreas de propiedad privada, 41.04 por ciento ejidal, 5.65 por ciento comunal y menos de la unidad porcentual de colonia y pública, respectivamente (INEGI, 2007). Estimaciones censales indican que la propiedad privada, seguida pero muy alejada de la ejidal, registra una incidencia cuasidirecta en la producción alimentaria, la cual cuantifica limitados productos en el inventario agrícola, es decir, existe tendencia definida al monocultivo (INEGI, 2007).3
Estas situaciones predefinen las condiciones de acceso a alimentos y la lógica que persiguen. Así pues, la finalidad de este artículo es identificar la posible vinculación entre dotación ejidal y producción alimentaria que permita determinar condiciones iniciales (físicas, espacio y producción) que ayuden a incentivar el debate alrededor de la actual problemática de la inseguridad alimentaria en la entidad.
El trabajo se divide en tres apartados. En primera instancia, se identifica la reestructuración que sufrió el espacio agrícola hidalguense a partir de la dotación y ejecución de tierra ejidal desde 1917, año en que se da el primer ejercicio en el nivel estatal, hasta 1940, cuando finalizó la lógica agraria exportadora en México. Posteriormente, se intenta vincular esta reestructuración ejidal con el inventario alimentario en el interior del espacio agrícola: cereales, forrajes, industriales, plantaciones y explotados sin cultivo. Al final, se enumeran los agentes naturales, climáticos, hídricos y de suelo que operan sobre el espacio agrícola y su vinculación con los resultados obtenidos en los dos anteriores apartados.
Todos los apartados se nutren de ciertos preceptos que caracterizan el modo de producción agrícola capitalista, tales como plusvalor absoluto, ley de la fertilidad decreciente del suelo y teoría de la renta diferencial, plasmados por Marx enEl capital, en su mayoría. El análisis se apoya en la construcción de índices simples (IS).4La información utilizada proviene de dos fuentes secundarias: 1) Padrón e historial de núcleos agrarios (PHINA), consultado en el transcurso de 2015, del Registro Agrario Nacional (RAN), y 2) Censos Generales Agrícolas y Censos de Población y Vivienda de varios años, publicados por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEGI). La representación visual del territorio tiene un papel importante en el análisis; esta se apoya en los sistemas de información geográfica (SIG), que se entienden como un modelo de realidad de todo el territorio.5
REPARTO AGRARIO Y REESTRUCTURACIÓN DEL ESPACIO
En el marco del movimiento social iniciado en 1910 se viviría, cinco años después, el reparto de la tierra, aunque, fundamentalmente, con la ley de 1917 que promulgó la nueva Constitución de México que, adelantándose a todas, consagró, en sus artículos 3, 27, 28, 123 y 130, las garantías sociales (Mansilla, 2004, p. 421), y con la toma del poder en manos del Ejército Constitucionalista, en el país comenzó a desarrollarse cierta reactivación de la tendencia económica y política orientada a centralizar el poder, idea que en la práctica prosiguió tiempo después.
Fuente: Elaboración propia. Para determinar el Latifundio:SAF, 1926. Para determinar las haciendas pulqueras:GEH, 1984. Para el latifundio: Padrón e historial de núcleos agrarios (PHINA), V3.0.
En este contexto, el inicio de la dotación de ejidos (1917-1920) en la entidad se distinguía por localizarse de forma cuasiperiférica a los grandes latifundios hidalguense cimentados en el porfiriato. En su mayoría, además de granos, producían hortalizas y forrajes, ganado vacuno, lanar, caballar y mular (Roldán, 2015, p. 71). El latifundio Tlahuelilpa-Uluapa y Anexas registró el mayor impacto, seguido por San Javier y San Ignacio; en menor medida, San Antonio y Anexas y El Márquez. Salvo contados casos, no se registra algún alcance de dotación sobre las llamadas haciendas pulqueras (véase el mapa 1).6
Información disponible en el Padrón e Historial de Núcleos Agrarios (PHINA) indica que de 1917 a 1920 se dotaron de forma definitiva (no se restituyeron) 30 mil 170 hectáreas, distribuidas en 26 ejidos, con presencia en 22 por ciento de los municipios hidalguenses.7Fueron beneficiados 5 412 campesinos/ejidales. A pesar de su variación, la ejecución de la dotación tardó en promedio cerca de diez años. Se favorecieron 1.44 ejidos por cada municipio, que representan 3.34 por ciento de las hectáreas repartidas del total cultivable estatal al día de hoy (véase el cuadro 1).
Año | No. Ejidos | Municipios | Razón (Ejidos / Mun) | Héctareas repartidas | Benficiarios | Razón (Ha/Benef) | Promedio Ejecución/ Ampliación (años) |
---|---|---|---|---|---|---|---|
1917-1920 | 26 | 18 | 1.44 | 30.170 | 5.412 | 5.57 | 9.35 |
Porcentaje | 3 | 22 | — | 3.34 | 4.14 | — | — |
Ampliación 1 | 23 | 13 | 1.77 | 17.622 | 3.368 | 5.23 | 5.48 |
Ampliación 2 | 10 | 8 | 1.25 | 5.595 | 200 | 27.97 | 5.80 |
Ampliación 3 | 4 | 3 | 1.33 | 1.932 | 123 | 15.70 | 13.75 |
Suma/promedio | — | — | — | 55.318 | 9.103 | 6.08 | 8.59 |
1921-1930 | 176 | 43 | 4.09 | 205.037 | 27.553 | 7.44 | 8.28 |
Porcentaje | 15 | 51 | — | 22.69 | 21.1 | — | — |
Ampliación 1 | 128 | 40 | 3.20 | 57.602 | 3.633 | 15.86 | 7.50 |
Ampliación 2 | 44 | 24 | 1.83 | 14.904 | 1.615 | 9.23 | 14.75 |
Ampliación 3 | 8 | 7 | 1.14 | 1.981 | 190 | 10.43 | 31.00 |
Ampliación 4 | 1 | 1 | 1.00 | 265 | 28 | 9.47 | 69.00 |
Suma/promedio | — | — | — | 279.790 | 33.019 | 8.47 | 26.1 |
1931-1940 | 332 | 54 | 6.15 | 255.215 | 21.799 | 11.70 | 5.72 |
Porcentaje | 28.87 | 64.29 | — | 28.25 | 16.67 | — | — |
Ampliación 1 | 212 | 44 | 4.82 | 45.459 | 4.171 | 10.90 | 9.45 |
Ampliación 2 | 34 | 13 | 2.62 | 9.595 | 1.242 | 7.73 | 21.32 |
Ampliación 3 | 7 | 6 | 1.17 | 1.958 | 425 | 4.61 | 39.57 |
Ampliación 4 | 1 | 1 | 1.00 | 682 | 85 | 8.02 | 63.00 |
Suma/promedio | — | — | — | 312.910 | 27.722 | 11.29 | 27.8 |
Total (suma/promedio) | 534 | 38.33 | 3.90 | 490.422 | 54.764 | 8.96 | 7.78 |
Porcentaje | 47 | 46 | — | 54.28 | 41.88 | — | — |
Fuente: Padrón e Historial de Núcleos Agrarios (PHINA), V3.0.
Hasta el año 2015 existían 1 150 ejidos en la entidad hidalguense, 130 769 beneficiados y una superficie de 903 502.5 hectáreas dedicadas a la agricultura y uso pecuario (SAGARPA, 2016).
Como consecuencia de ciertas lagunas jurídicas, a partir de ese momento fue robusteciéndose la política agraria en el país, así como en la entidad, y las dotaciones fueron acordadas por los gobiernos, aunque atendiendo con lentitud las ejecuciones y limitando el criterio de las características geográficas, climáticas e hidrológicas del territorio hidalguense. La realidad estadística de la entidad se explica por las siguientes apreciaciones:
La confiscación de terrenos afectó principalmente a miembros del poder, lo que impidió ejecutar tal repartición. Hubo amparos en la dotación.
La ausencia de presión campesina en demanda del acceso a la tierra. Los terrenos aludidos fueron vendidos, primero, a un forastero y, después, a un revolucionario.
La restitución no fructiferó por falta de pruebas, y, aunque económicamente eran menos costosas al gobierno, estas no prosperaron porque afectaban los intereses de algunas personas del raigambre porfirista o revolucionario hidalguense.
Los amparos promovidos por las haciendas afectadas, así como las modificaciones de las resoluciones provisionales, redujeron la extensión de la tierra o la reubicada.
Estos obstáculos aplazaron la entrega de ejidos. A ello se agregaron algunas modificaciones legales, sobre todo aquella que derogó la facultad concedida a los gobernadores de dar posesiones provisionales sin previa aprobación del encargado del Poder Ejecutivo federal (Hernández, 2000, pp. 57-77).
Sobre dichas dotaciones existieron tres ampliaciones ejidales. Salvo la segunda, todas seguían la misma lógica de la pequeña propiedad, el llamado minifundio8(véase el cuadro 1). Para aplicarse tardaron en promedio 5.48, 5.80 y 13.75 años, respectivamente. Las tres ampliaciones representaron cinco mil hectáreas menos que la primera dotación. En suma, los primeros frutos cuantificables de la llamada Revolución Mexicana (1917-1920) indicaban que sobre el territorio hidalguense se repartían en promedio seis hectáreas por cada beneficiario, máxime los localizados de forma periférica al gran latifundio9(véanse el cuadro 1 y el mapa 1).
En la siguiente década (1921-1930), el agrarismo periférico, lento y burocrático, siguió una tendencia relativamente a la baja. Lejos de incidir sobre los latifundios, se perfilaba cierta expansión hacia el centro y el sur de la entidad, con presencia en la mitad de los municipios hidalguenses (43).10En este periodo se trastocó el poder territorial de las haciendas pulqueras localizadas en la franja sureste de la entidad (véase el mapa 2). Apegado al artículo 1º de la Ley de Ejidos, el cual capacitaba colectivamente para recibir tierras por restitución o dotación, y a las tres realidades agrarias que permitieron la nueva tendencia de la repartición de la tierra en México, se dotaron 176 ejidos, con lo cual se beneficiaron 27 mil 553 campesinos/ejidales.11En cuantía, se cedieron en promedio 4.09 ejidos por cada municipio. Tardaron en aplicarse, si la media fuera constante, cerca de nueve años (véase el cuadro 1). Las siguientes acciones, entre otras, impulsaron de modo indirecto dicha tendencia:
La creación de la Comisión Local Agraria (CLA) en 1920, principal instrumento de reparto agrario en la entidad, y la promulgación en 1923 de Ley Agraria hidalguense, que concedía a los propietarios el derecho a interponer recursos legales, quienes aprovecharon los beneficios que esta les otorgaba.
El impulso de la irrigación de tierras con la construcción de presas y la creación de la Escuela Agrícola en la hacienda El Mexe, la cual se convertiría en escuela regional campesina.
La repartición ejidal parecía no tener vinculación con el relativo grado de movilización desarrollado en ciertas regiones afines a la funcionalidad productiva primaria del enclave minero. Donde sí se aplicó fue a causa del papel protagonista del campesinado situado alrededor de las haciendas pulqueras.
Siguiendo la misma lógica del anterior periodo, las exigencias de tierra por parte de la clase campesina en la mayoría de la entidad, por medio de su movimiento no avanzaron en gran medida, sus dirigentes se subordinaron al agrarismo hecho gobierno y el movimiento campesino/ejidal entró en un aparente reflujo (Hernández, 2000, p. 66).
En este periodo hubo más ampliación en comparación con el anterior periodo (1917-1920). Todas las dotaciones fueron superiores a las primeras. En razón de hectárea sobre beneficiario, representa una parte mínima en valores absolutos de hectáreas. Su aplicación fue exponencial en tiempo. Existió continuidad en la misma lógica de la pequeña propiedad: se repartieron en promedio 8.47 hectáreas sobre beneficiario, con lo que se auxilió a 33 mil 9 campesinos/ejidales (véase el cuadro 1).
A pesar de las consecuencias del agrarismo radical que se vivió en el país durante el periodo cardenista (1931-1940), la dotación ejidal en Hidalgo no se incrementó de forma relevante en comparación con los periodos antes descritos. Entonces destacaba el peso de la repartición de tierra en el sureste, oeste y centro de la entidad. En el primero se localizaban las definidas haciendas pulqueras, mientras que en el segundo y el tercero se situaban, en su mayoría de forma periférica, en el gran latifundio (véase el mapa 3). Por primera vez hubo dotación de ejidos en la Huasteca hidalguense (véase el cuadro 1).12
Fuente: Elaboración propia. Para determinar el latifundio:SAF, 1926. Para determinar las haciendas pulqueras: CEH, 1984. Para el latifundio: Padrón e Historial de Núcleos Agrarios (PHINA), V3.0.
Fuente: Elaboración propia. Para determinar el Latifundio:SAF, 1926. Para determinar las haciendas pulqueras:GEH, 1984. Para el latifundio: Padrón e Historial de Núcleos Agrarios (PHINA), V3.0.
La ejecución de la tierra se dio sobre 70 por ciento de los municipios hidalguenses beneficiando, con 255 mil 215 hectáreas, a 21 799 campesinos/ejidales. Tardó en ejecutarse en promedio 5.72 años, el menor tiempo registrado hasta este momento (véase el mapa 3). Se repartieron 6.15 ejidos por municipio. Ambos son números superiores a la tendencia registrada en los dos periodos antes analizados (véase el cuadro 1). Hubo cuatro ampliaciones, todas inferiores en hectáreas y población auxiliada con respecto de la primera ejecución (1917-1920), aunque relativamente seguía la misma lógica iniciada en el periodo posrevolucionario: se privilegió la pequeña propiedad. Se repartieron, en suma, 11.70 hectáreas sobre beneficiario (véase el cuadro 1). Este registro debe entenderse por una serie de causas, algunas veces contrapuestas, en la realidad hidalguense:
En el periodo gubernamental de Matías Rodríguez (1929-1934), el campesinado sufrió un reflujo, no organizativo, sino en los métodos y procedimientos de presión para su acceso a la tierra. La mayoría de las acciones fueron encabezas por la Liga de Comunidad Agraria, institución subordinada a los lineamientos del gobernador en turno, y de gran capital; además, incidió en la formación política del poder local.
Existieron intenciones institucionales de fortalecer el reparto agrario; casi todas quedaron en proyecto. Destaca la creación de la Comisión Agraria Mixta (CAM), antecesora de la Comisión Local Agraria, dependiente del Departamento Agrario en el nivel federal; el Código Agrario de 1934, que sustituyó el concepto de poblado por el de núcleo de población, incluyó a los peones acasillados con derecho a dotación; redujo la pequeña propiedad a 150 hectáreas de riego y 300 de temporal.13
Con la sucesión presidencial de 1934, las actividades organizativas agrarias que surgieron de la lucha revolucionaria tomaron nuevas fuerzas políticas abriendo paso al agrarismo institucional selectivo (Hernández, 2000, p. 93).
A pesar de que el agrarismo hidalguense se reorganizó y las tierras del campesino/ejidal promedio se encontraba abandonadas por falta de medios para cultivarlas, la CAM se reorganizó de forma estructural y financiera, pues no había cumplido las funciones que le habían recomendado.
Quizá el mayor apoyo gubernamental derivó del impulso de las obras de irrigación en la entidad. Para 1939 se implementó el sistema de riego 03 del Distrito Tula y Actopan, que cubría una superficie de 21 mil 883 hectáreas; el sistema de Riego 08 de Metztitlán, que regaba 6 mil 200 hectáreas; en tanto, la presa de Madero daba vida a tres mil hectáreas más. Obras menores estaban en proceso de construcción o reconstrucción, la mayoría de ellas en el Valle del Mezquital (Hernández, 2000, p. 134).
En suma, antes de la instauración en México del modelo de industrialización por sustitución de importaciones (1940-1980), el capital variable agrícola se había incrementado notablemente, en Hidalgo se había repartido cerca de 55 por ciento de los ejidos existentes al día de hoy, con lo cual se benefició a cerca de 42 por ciento de la población registrada hasta entonces en 46 por ciento de los municipios; se dotaron cerca de nueve hectáreas por beneficiario. En su mayoría, la ampliación ejidal mostraba una tendencia temporal descendente, pero aún considerable en cuantía. Se observa un escenario más radical en cada uno de los periodos analizados.
La dotación se logró a pesar de la influencia del terrateniente o de los intereses económicos que produjeron cierto estancamiento en la ampliación de la ejecución y la respectiva dotación de la tierra, o a pesar de que el agrarismo hidalguense consideró imprudente legislar y aplicar la reforma agraria.14Otros factores más que intentaron oponerse al avance en el acceso a la tierra por parte del campesinado hidalguense fueron el tortuguismo burocrático, la falta de personal y de presupuesto para las instrucciones ejes, los obstáculos gubernamentales, los juicios de amparo, el apoyo a la pequeña propiedad y a las haciendas, las amenazas de terratenientes y autoridades locales.
Máxime, las haciendas pulqueras fueron fraccionadas sobre el gran latifundio. En muchos casos, se fragmentaron propiedades para evitar el reparto generalizado, vinculado al grado relativo de movilización política en ciertas regiones desarrollada gracias a su funcionalidad productiva.15En la zona pulquera existían las mejores condiciones salariales respecto del resto del campesinado hidalguense, lo cual posibilitaba la movilidad política. En los años treinta, la producción pulquera del estado ocupaba el primer lugar nacional, 25 por ciento más grande que la de su más cercano competidor, Tlaxcala, y 1.5 superior a la del Estado de México, que ocupaba el tercer lugar nacional (Olvera et al., 2010, pp. 114-115). El antiguo peón de las haciendas pulqueras recobró su libertad y su facultad de autodeterminación, con lo cual se produjo un nuevo tipo de campesinado anclado a una movilidad territorial (Mansilla, 2004, p. 485).
En contraste, la inmovilidad agraria que ocurría en la gran extensión de los territorios donde se asentaba el gran latifundio dificultó la conjunción de sus habitantes para presionar los cambios (Hernández, 2000, p. 87). A esto se le agregó los malos caminos en la zona donde se encontraban algunos latifundios y el aislamiento geográfico con respecto de la capital hidalguense, así como el deficiente control que ejercía el gobierno local sobre las acciones de los terratenientes y las autoridades municipales. Es decir, alrededor del gran latifundio seguían casi la misma tendencia de concentrar la tierra; sus dueños combinaron las actividades políticas en los niveles local y federal; la propiedad pasó de dueño con un alto componente familiar y político (Mansilla, 2004, p. 485).
Un peculiar y atípico comportamiento de dotación de tierras se observa en la Huasteca hidalguense, que obedeció a la pasividad de importantes núcleos campesinos/ejidales con carácter indígena, a pesar de la continuidad de las condiciones sociales que prevalecían en el porfiriato. La pasividad se explica por la represión vivida en aquellos tiempos, lo cual generó distanciamientos con el gobierno central y, en algunos casos, poca identificación con la nación que en ese momento se estaba conformando, por lo que, ante la imposibilidad del separatismo, ciertas comunidades también abrazaron el proyecto de algunos grupos criollos: la aspiración de conformar un Estado Huasteco (Dolores, 2015, p. 188).16
Por tales consideraciones, es posible afirmar que la dotación de la tierra desde 1917 hasta agotado el periodo revolucionario replicó y refusionó las viejas condiciones agrarias del porfiriato; pervivieron los principios de la pequeña propiedad privada, pero entonces anclada a la movilidad política, la funcionalidad productiva y la reorganización del espacio: zona de las haciendas pulqueras, el viejo latifundio y la Huasteca.17Para Marx, la agricultura capitalista se propicia en un entorno donde hay usurpación de predios, acumulación de propiedad, se incorpora el capital a la tierra y surge el trabajo asalariado (Marx, 1981). La materia agrícola y la tecnología se vuelven elementos de capital constante.
DOTACIÓN EJIDAL Y PRODUCCIÓN ALIMENTARIA
De 1913 a 1940, el producto interno bruto (PIB) del país creció 1.43 por ciento anual. El mayor crecimiento se registró en la década de la posrevolución (1930-1940). Significativo porcentaje de mexicanos se dedicaba a actividades primarias (véase el cuadro 2). Para inicios de 1930, la minería -incluyendo la extracción de petróleo- y la agricultura de subsistencia eran los dos grandes pilares de la economía mexicana.18En Hidalgo el escenario era el mismo, pero radicalizado; la cuantía primaria ocupada registraba valores cercanos a 80 por ciento (véase cuadro 3).
Etapa | Periodo | Producto Interno Bruto | Tasa de crecimiento | |
---|---|---|---|---|
Porfiriato | 1896-1912 | 185.410 | 280.477 | 2.39 |
Primer periodo | 1896-1900 | 185.410 | 199.803 | 1.89 |
Segundo periodo | 1900-1912 | 199.803 | 270.477 | 2.56 |
Revolución Mexicana | 1913-1940 | 259.444 | 279.655 | 1.43 |
Primera década | 1913-1920 | 259.444 | 276.250 | 0.90 |
Segunda década | 1920-1930 | 276.250 | 279.655 | 0.12 |
Tercera década | 1930-1940 | 279.655 | 380.232 | 3.12 |
Fuente: Censo General de Población y Vivienda de varios años (INEGI).
Sector | Criterio | Participación al país | Participación interior | ||||
---|---|---|---|---|---|---|---|
1900 | 1910 | 1930 | 1900 | 1910 | 1930 | ||
Primario | País | 100 | 100 | 100 | 65.94 | 67.98 | 73.16 |
Hidalgo | 4.35 | 4.16 | 5.00 | 70.34 | 73.90 | 80.77 | |
Secundario | País | 100 | 100 | 100 | 16.67 | 15.24 | 15.00 |
Hidalgo | 4.59 | 3.83 | 3.00 | 18.74 | 15.26 | 11.99 | |
Terciario | País | 100 | 100 | 100 | 17.39 | 16.78 | 11.84 |
Hidalgo | 2.56 | 2.47 | 3.00 | 10.92 | 10.84 | 7.24 |
Fuente: Censo General de Población y Vivienda de varios años (INEGI).
Información disponible en los Censos Agrícolas señala que, en promedio, de 1930 a 1940, 52.34 por ciento del valor de la producción agrícola se determinó por la obtención de cereales, seguido por el cultivo de plantaciones, con 21.75 por ciento, y forrajes, en tercer lugar, con cerca de 20 por ciento. Antes de la implementación de la lógica sustitutiva en el país (1940), los dos primeros tipos de cultivos concentraban cerca de 75 por ciento de la generación de riqueza agrícola hidalguense. Sobresale la producción relacionada directamente con actividades industriales y alimentos, pues la primera registró una proporción media de 1.36 por ciento, mientras que la segunda 4.31 (véase el cuadro 4).
Cultivo | Valor de la producción | Variación | Promedio | |
---|---|---|---|---|
1930 | 1940 | (1940-1930) | (1940-1980) | |
Cereales | 46.72 | 58.36 | 11.64 | 52.54 |
Alimentos | 4.33 | 4.29 | –0.04 | 4.31 |
Forrajes | 11.75 | 23.33 | 11.59 | 17.54 |
Industriales | 2.70 | 0.02 | –2.68 | 1.36 |
Plantaciones | 29.63 | 13.88 | –15.75 | 21.75 |
Explotados sin cultivo | 4.87 | 0.12 | –4.76 | 2.50 |
Total | 100 | 100 | 100 |
Fuente: Censos Agropecuarios de varios años (INEGI).
Se registraron cuatro cereales en el inventario del espacio agrícola hidalguense; en orden de importancia: maíz, trigo, cebada y arroz. El primero y el segundo concentraban cerca de 98 por ciento del valor de la producción agregada estatal (véase el cuadro 5). A pesar de que hasta 1940 cerca de 55 por ciento de los actuales ejidos efectivos en Hidalgo se distribuyeron en 62 municipios, en la cuenta agrícola agregada estos registraron una presencia desigual, aunque en ciertos casos se infiere un importante aporte en el valor de la producción (véase el cuadro 5).
En el mismo periodo se identifican 34 cultivos en plantaciones del espacio agrícola hidalguense. Cerca de 87 por ciento del valor de su producción se define por la aportación porcentual del maguey de pulque (60.57) y del café (25.99). En promedio, de 1 a 46 es la presencia municipal de la dotación ejidal en la producción de plantaciones (véase el cuadro 6). Como sucede en el inventario de cereales, para las plantaciones hay una desigualdad en cuanto a los espacios locales beneficiados por la dotación ejidal en el agregado agrícola estatal. El promedio de ejidos y su variación son bastantes parecidos en las 34 plantaciones. Se confirma que la disimilitud en el impacto no se entiende por las relaciones entre la dotación ejidal y su valor de producción; el registro estadístico es relativamente parecido (véase el cuadro 6). Quizá el diferencial ejidal en la producción de cereales y plantaciones se defina, entre otros factores, por las siguientes apreciaciones.
Cereales | Aportación al Valor de la Producción de Cereales | No. Ejidos | Municipios | Presencia muncipal | Diferencia municipal | Promedio Ejidos | Desviación estándar Ejidos | Presencia en el Valor de la Producción |
---|---|---|---|---|---|---|---|---|
Maíz | 78.76 | 534 | 62 | 52 | –10 | 9.31 | 7.48 | 59.55 |
Cebada (grano) | 18.71 | 49 | –13 | 9.49 | 7.62 | 97.99 | ||
Trigo | 2.48 | 36 | 36 | 10.64 | 7.68 | 99.98 | ||
Arroz (palay) | 0.05 | 2 | –60 | 11.00 | 11.31 | 47.19 |
Fuente: Censos Agrícola, 1930.
Plantaciones | Aportación al Valor de la Producción Plantaciones | No. Ejidos | Municipios | Presencia Muncipal | Diferencia municipal | Promedio Ejidos | Desviación estándar Ejidos | Presencia en el Valor de la Producción |
---|---|---|---|---|---|---|---|---|
Maguey de pulque | 60.57 | 534 | 62 | 46 | –16 | 10.20 | 7.44 | 99.64 |
Café | 25.99 | 12 | –50 | 8.17 | 6.56 | 22.08 | ||
Aguacate | 2.19 | 18 | –44 | 8.28 | 6.31 | 34.18 | ||
Naranjo | 1.57 | 24 | –50 | 10.92 | 8.78 | 19.37 | ||
Plátano | 1.56 | 12 | –59 | 12.00 | 8.56 | 29.20 | ||
Mamey | 1.54 | 3 | –56 | 7.00 | 10.39 | 0.49 | ||
Mango | 1.38 | 6 | –53 | 8.33 | 7.34 | 4.65 | ||
Guayabo | 0.87 | 9 | –46 | 8.67 | 7.97 | 7.71 | ||
Nuez Encarcelada | 0.61 | 16 | –33 | 12.81 | 7.65 | 82.88 | ||
Durazno | 0.55 | 29 | –49 | 11.31 | 7.79 | 85.43 | ||
Ciruelo | 0.55 | 13 | –48 | 11.54 | 9.42 | 4.76 | ||
Cacao | 0.44 | 1 | –36 | — | — | 0.01 | ||
Lima | 0.38 | 13 | –59 | 9.38 | 8.82 | 9.58 | ||
Tecojote | 0.37 | 14 | –57 | 13.79 | 9.32 | 95.78 | ||
Manzano | 0.33 | 26 | –60 | 12.00 | 8.08 | 96.27 | ||
Anona | 0.25 | 3 | –43 | 7.67 | 9.87 | 0.77 | ||
Zapote negro | 0.09 | 5 | –57 | 14.20 | 7.69 | 6.20 | ||
Maguey de tequila | 0.09 | 2 | –60 | 15.50 | 6.36 | 100.00 | ||
Capulin | 0.09 | 19 | –43 | 12.56 | 7.05 | 91.88 | ||
Zapote amarillo | 0.09 | 5 | –57 | 9.80 | 7.69 | 73.87 | ||
Datil | 0.08 | 1 | –61 | — | — | 0.43 | ||
Zapote blanco | 0.06 | 17 | –45 | 14.18 | 8.44 | 84.47 | ||
Uva | 0.06 | 6 | –56 | 18.83 | 8.45 | 99.60 | ||
Limonero | 0.05 | 13 | –49 | 13.23 | 9.81 | 16.17 | ||
Granada | 0.05 | 19 | –43 | 10.89 | 7.39 | 39.50 | ||
Higuera | 0.05 | 22 | –40 | 12.13 | 8.21 | 86.46 | ||
Chirimoya | 0.03 | 8 | –54 | 9.13 | 8.31 | 69.55 | ||
Tamarindo | 0.03 | 3 | –59 | 15.33 | 5.51 | 27.60 | ||
Nuez Castilla | 0.03 | 12 | –50 | 13.00 | 7.60 | 77.71 | ||
Chabacano | 0.02 | 25 | –37 | 13.20 | 7.82 | 98.21 | ||
Peral | 0.02 | 21 | –41 | 11.00 | 8.39 | 100.00 | ||
Mebrillo | 0.01 | 16 | –46 | 14.19 | 8.19 | 85.06 | ||
Perón | 0.01 | 10 | –52 | 16.30 | 7.47 | 83.27 | ||
Tornonja | 0.00 | 1 | –61 | — | — | 13.79 |
Fuente: Censo Agrícola, 1930.
Pese a la concentración de la generación de riqueza agrícola por un cereal (maíz) y una plantación (maguey de pulque), 10 municipios reúnen cerca de 44 y 77 por ciento del total del valor de la producción de maíz y cebada, respectivamente; en plantaciones, 82 y 22 por ciento de la cuantía productiva del maguey de pulque y café, respectivamente. Empero, en el total de la masa de beneficiarios-hectáreas, los ejidos dotados en este grupo selecto agrupan entre 20 y 25 por ciento del maíz y maguey de pulque, respectivamente (véanse los cuadros 7 y 8). Es aquí donde se propició la primera forma de renta diferencial en el espacio agrícola hidalguense. Esta resulta, según Marx (2014), por la distinta productividad de los capitales invertidos en terrenos desiguales (ejidosversuspropiedad privada). Como señala él mismo, y es válido para el caso hidalguense, la renta diferencial parece que no se anula por la fertilidad absoluta de toda superficie agrícola (Marx, 2014); más bien, bajo el supuesto de la nula ayuda de la fuerza natural para obtener un producto suplementario, se observa el efecto de ciertas inversiones de capital, lo cual conduce a un aumento en la producción.
En los espacios que definen cerca de 44 por ciento de la riqueza del maíz se observan ejidos localizados de forma periférica y, en algunos casos, en el corazón del gran latifundio cimentado por el cuño porfirista, máxime San José y El Zoquital, El Zapote y San Antonio el Márquez y Anexo (véase el mapa 4). Al mismo tenor, los espacios que agrupan cerca de 77 y 82 por ciento del peculio de cebada y maguey de pulque, respectivamente, se sitúan, en mayoría cuantía, sobre las llamadas haciendas pulqueras y, en menor cuantía, sobre dos latifundios, San Javier y San Ignacio, para el maguey de pulque, y Tlahuiltepa-Uluapa y El Zapote, para la cebada (véanse los mapas 5 y 6). Estos resultados guardan cierta vinculación por lo señalado por González (2009, p. 143): a partir de 1940, la modernización de la agricultura estuvo a cargo de las haciendas fraccionadas y convertidas en empresas agrícolas. En el otro extremo, donde está la mayoría de los campesinos/ejidales, en concordancia con la apreciación de Wolf (1975), la agricultura es un medio de subsistencia y modo de vida, sin fines de lucro, cuya unidad básica es la familia.
Por tales señalamientos, parecería que seguían existiendo centros de poder político-económico controlados por latifundistas intermediarios y por usureros. En contraste, la producción de café se localizaba en los ejidos alejados de la influencia del gran latifundio y de las haciendas pulqueras, máxime entre el este y sureste de la entidad (véase el mapa 7). Martínez puntualiza (1983, pp. 28-30) que el hacendado, como grupo social y económico, desapareció y, como persona, se transformó en pequeño propietario y se unió, táctica e ideológicamente, a los rancheros, quienes crecieron y se equipararon, en el usufructo de los recursos agrícolas, a los antiguos hacendados, que perdieron su poder y presencia dominante en el campo. Así, pese a la dotación ejidal sobre el gran latifundio porfirista y la hacienda pulquera, aún hay, parafraseando a Marx (2014) , máxime en el maíz y el maguey de pulque, cierta funcionalidad entre el monopolio de la posesión de la tierra basado en el derecho de la propiedad y el monopolio de la extracción de la tierra. El peso ejidal en la producción alimentaria, dada la continuidad espacial con dichas estructuras agrarias, es mínimo en algunos casos, pero complementario por diferentes estructuras privadas. Esta es una de las primeras formas de la propiedad territorial en la economía agrícola capitalista, ejemplo vivo en el interior del estado de Hidalgo. Parece que la condición de limitación en la tierra causó cierta formación de renta diferencial por la dependencia, aún funcional, del gran latifundio y de las haciendas pulqueras, ambas con mayor alcance productivo en el porfiriato. Sobre el territorio hidalguense opera cierta relación entre la propiedad privada y la producción alimentaria; comentando a Marx (2014), el monopolio de la explotación de la tierra con vinculación-funcional al monopolio de la propiedad privada.
Por el aporte en el valor de la producción, principalmente del maíz, seguido por el maguey de pulque, aún se vislumbra el papel destacado de otras unidades productivas agrícolas (unidades privadas, e incluso estructuras latifundistas) cercano, en algunos casos, a 40 por ciento (véanse los cuadros 5 y 6). Después del reparto agrario, máxime por la crisis económica de 1940, la agricultura representó de nuevo un negocio codiciable por los capitalistas. Pese al aparataje legal, institucional y social de defensa campesina, la solución fue la expansión clandestina del neolatifundio, que no habría prosperado sin la complicidad del Estado (Warman, 1975). Así, el problema de la existencia de la propiedad privada de la tierra nada tiene que ver con el problema de la formación de la renta diferencial, inevitable en la agricultura capitalista. La única consecuencia de la limitación de la tierra en el régimen capitalista es la formación de la tierra diferencial como resultado de las diversas inversiones de capital, situación señalada por Marx (2014), que se asemeja a la realidad que vive hasta este momento el espacio agrícola hidalguense. Para Marx, el modo de producción capitalista en sus primeras etapas encuentra y subordina las formas más diversas de la propiedad territorial, desde la propiedad del clan y la feudal hasta la de las comunidades campesinas. Empero, la propiedad privada no crea la renta diferencial, solo la traslada de las manos del arrendatario a las del propietario. Es decir, para Marx, la ley de fertilidad decreciente del suelo queda absolutamente paralizada por la tendencia transitoria del progreso técnico, que permite a una población rural en disminución relativa (y a veces absoluta) producir una cantidad creciente de artículos agrícolas para una más creciente población.
La tendencia de la producción de maíz sobre cebada y, en menor medida, de café sobre maguey de pulque se diferencia por el uso direccional de arados con respecto de los tractores como factor de productividad; la razón promedio registra 591 sobre cuatro. Ambas parten de las mismas bondades que ofrecía la conectividad vivida en el porfiriato. Marx (2014) indica que para aumentar en proporciones considerables el capital invertido en la tierra es necesario inventar nuevas máquinas, nuevos sistemas de cultivo, transporte de productos, por mencionar algunos. Según Marx, la ley de la fertilidad decreciente del suelo no rige en ningún caso cuando la técnica progresa y cuando los métodos de producción se transforman. Inversiones adicionales de trabajo y capital pueden hacerse, según Marx (2014), a escala relativamente reducida cuando el nivel de técnica no se modifica. Empero, la tesis chayanoviana propone que un proceso que conduce a la integración de las economías campesinas a la esfera de la producción y reproducción capitalista, transformándolas, conserva muchas de sus formas distintas no capitalistas (Chayanov, 1966).
En Hidalgo se empieza a registrar de manera localizada la industria manufacturera en el interior del territorio sin ninguna vinculación con la lógica agrícola, aunque incide en el despegue de la concentración de población y el fortalecimiento de pequeños centros urbanos, máxime en la cúspide, en la lógica sustitutiva de importaciones (Vargas, 1995, p. 216). Al respecto, Marx señala que las fuerzas naturales gratuitas también pueden participar en la producción industrial. Si fuera necesario producir una cantidad adicional de bienes sin la ayuda de estas fuerzas gratuitas, resultaría cierto encarecimiento relativo de los productos. Se observa la presencia inicial de cierta capitalización industrial sobre la agrícola, en donde aumentará, dada la lógica sectorial, la dificultad gradual para producir alimentos y para obtenerlos por parte del obrero. En el desarrollo capitalista, frente a las dinámicas industriales, existe la tendencia a incrementar la renta del suelo y el precio de la tierra, concentrar la agricultura en manos de grandes y pequeños capitalistas y, en consecuencia, concentrar en mayor medida máquinas, herramientas y dinero, sin los cuales es imposible una buena producción (Marx, 2014).
Maíz | ||||
---|---|---|---|---|
Iden | Municipio | Ejidos dotados | Beneficiarios | Ha. |
41 | Mixquiahual | 4 | 1,283 | 8,408 |
37 | Metztitlán | 19 | 1,566 | 17,162 |
46 | San Felipe Orizatlán | 3 | 221 | 1,742 |
76 | Tul | 23 | 2,901 | 23,148 |
29 | Huichapan | 33 | 3,458 | 37,644 |
23 | Francisco I. Madero | 4 | 719 | 2,958 |
10 | Atitalaqui | 2 | 430 | 4,361 |
16 | Cuautepec | 20 | 2,353 | 25,367 |
77 | Tulancingo | 12 | 1,376 | 11,520 |
13 | Atotonilco el Grande | 21 | 2,262 | 31,767 |
Promedio/subtotal | 14.10 | 16,569 | 164,075 | |
Total | 69,354 | 656,445 | ||
Participación porcentual | 23.89 | 24.99 | ||
Cebada en Grano | ||||
Iden | Municipio | Ejidos dotados | Beneficiarios | Ha. |
41 | Mixquiahual | 4 | 1,283 | 8,408 |
8 | Apan | 13 | 1,949 | 25,233 |
57 | Singuilucan | 12 | 1,191 | 11,345 |
16 | Cuautepec | 20 | 2,353 | 25,367 |
61 | Tepeapulco | 6 | 742 | 12,672 |
83 | Zempoal | 20 | 4,075 | 27,174 |
75 | Tolcayuc | 2 | 448 | 5,716 |
74 | Tlaxcoapan | 4 | 533 | 3,934 |
23 | Francisco I. Madero | 4 | 719 | 2,958 |
48 | Pachuc | 5 | 565 | 6,632 |
Promedio/subtotal | 9.00 | 13,858 | 129,439 | |
Total | 69,354 | 656,445 | ||
Participación porcentual | 19.98 | 19.72 |
Fuente: Padrón e Historial de Núcleos Agrarios (PHINA), V3.0.
Maguey de Pulque | |||||
---|---|---|---|---|---|
Iden | Municipio | Ejidos dotados | Valor de la producción | Beneficiarios | Ha. |
8 | Apan | 13 | 733,241 | 1,949 | 25,233 |
83 | Zempoala | 20 | 387,690 | 4,075 | 27,174 |
57 | Singuilucan | 12 | 362,431 | 1,191 | 11,345 |
61 | Tepeapulco | 6 | 251,572 | 742 | 12,672 |
16 | Cuautepec | 20 | 163,036 | 2,353 | 25,367 |
22 | Epazoyucan | 10 | 148,739 | 1,226 | 10,987 |
72 | Tlanalapa | 3 | 125,750 | 659 | 5,809 |
23 | Francisco I. Madero | 4 | 104,265 | 719 | 2,958 |
48 | Pachuca | 5 | 90,169 | 565 | 6,632 |
75 | Tolcayuca | 2 | 77,619 | 448 | 5,716 |
Promedio/subtotal | 9.50 | 2,444,512 | 13,927 | 133,892 | |
Total | 2,976,321 | 69,354 | 656,445 | ||
Participación porcentual | 82.13 | 20.08 | 20.40 | ||
Café | |||||
Iden | Municipio | Ejidos dotados | Valor de la producción | Beneficiarios | Ha. |
46 | San Felipe | 3 | 167,225 | 221 | 1,742 |
4 | Agua Blanca | 9 | 83,888 | 859 | 6,207 |
35 | Metepec | 9 | 25,264 | 975 | 6,855 |
37 | Metztitlán | 19 | 2,700 | 1,566 | 17,162 |
79 | Xochicoatlán | 1 | 2,383 | 20 | 104 |
36 | San Agustín Metzquititlán | 3 | 435 | 266 | 14,074 |
51 | Mineral de la Reforma | 5 | 31 | 774 | 4,099 |
16 | Cuautepec | 20 | 12 | 2,353 | 25,367 |
19 | Chilcuautla | 4 | 7 | 845 | 8,624 |
30 | Ixmiquilpan | 11 | 7 | 621 | 8,724 |
Promedio/subtotal | 8.40 | 281,953 | 8,500 | 92,958 | |
Total | 1,276,856 | 69,354 | 656,445 | ||
Participación porcentual | 22.08 | 12.26 | 14.16 |
Fuente: Padrón e Historial de Núcleos Agrarios (PHINA), V3.0.
Fuente: Elaboración propia. Para determinar el latifundio:SAF, 1926. Para determinar las haciendas pulqueras:GEH, 1984. Para el latifundio: Padrón e Historial de Núcleos Agrarios (PHINA), V3.0.
Fuente: Elaboración propia. Para determinar el latifundio:SAF, 1926. Para determinar las haciendas pulqueras:GEH, 1984. Para el Latifundio: Padrón e historial de núcleos agrarios (PHINA), V3.0.
Fuente: Elaboración propia. Para determinar el latifundio:SAF, 1926. Para determinar las haciendas pulqueras:GEH, 1984. Para el latifundio: Padrón e Historial de Núcleos Agrarios (PHINA), V3.0.
CONDICIONES NATURALES SOBRE EL ESPACIO AGRÍCOLA
Hoy en día, la directriz histórica (1900-2010) señala que a pesar de que, en promedio, 60 por ciento de la población económicamente activa (PEA) se ocupa en actividades primarias, es poco redituable sometida, según expertos, al árbitro de los agentes naturales: clima, suelo y potencial hidráulico. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) indica que la gran proporción de la fuerza de trabajo ubicada en este sector no corresponde en magnitud semejante a la participación en la generación de riqueza de la entidad (CEPAL, 1991, p. 50). Interpretando esta dicotomía, en palabras de Palerm (1980, p. 183), los campesinos reproducen la fuerza de trabajo sin cargar costos al sector capitalista y lo mantienen también sin costos, como en un depósito demográfico, cuando no existe suficiente ocupación productiva.
En específico el clima, derivado de la presencia de la Sierra Madrea Oriental, que genera efectos sobre la topografía estatal porque constituye una barrera para los vientos húmedos del Golfo de México, se define por cinco zonas; en orden de importancia: 1) 39 y 33 por ciento clima seco y semiseco, y templado subhúmedo, respectivamente; ambos abrazan el noroeste y sureste de la entidad; 2) seis por ciento cálido húmedo y seis por ciento templado húmedo en la zona norte de la entidad (véase el mapa 8) (INEGI, 2011).19
La disparidad provocada por el régimen de climas y, en consecuencia, por la generación de lluvias se ve atenuada por la disponibilidad de aguas superficiales y subterráneas. Cerca de 43 por ciento del territorio hidalguense cuenta con suelos someros y poco desarrollados -leptosoles, 32.39 por ciento, y regosoles, 10.23-, lo que dificulta el aprovechamiento agrícola y provoca cierta vulnerabilidad a la erosión. Los suelos con mayor proporción de fertilidad -phaeozems, luvisoles y vertisoles- cubren en conjunto cerca de 51 por ciento de la entidad. En el resto están presentes los demás grupos edáficos, distribuidos en relieves, microclimas y tipos de vegetación (véase el mapa 8) (SEMARNAT, 2011).
El potencial hidráulico es limitado. Este comprende corrientes superficiales compuestas por escurrimientos, aguas residuales y aguas subterráneas, que en total se estiman en alrededor de 8 mil 835 millones de metros cúbicos. Se consideran dos grandes vertientes: norte-este y sur-occidente:
Norte-este. Destaca el río de Metzquitlán, que tiene origen en la entidad poblana, el cual, al incursionar en Hidalgo, fertiliza parte de las tierras de los municipios de Atotonilco el Grande, Metztitlán y Metzquititlán. Este río aumenta el caudal de la laguna de Metztitlán. Más adelante, se une al río de Amajac, que se convierte en afluente del río Moctezuma (Hernández, 2000, p. 22).20
Sur-occidente. Destaca el río Tula, el más importante por su alcance en la zona occidental, que se origina en el Estado de México. El río de Alfajayucan, El Salto, Cañada o Jilotepec, Rosas, Guadalupe, Salado, Pathé, Taxidhó, Tecozautla y Tolantongo se consideran los principales afluentes en dicha zona. Sobre esta vertiente se edificó, a partir la institucionalización de la Revolución Mexicana y con el objetivo de lograr mayor abastecimiento y mejorar la distribución del vital líquido, cierta infraestructura para almacenar y transportar agua de las corrientes superficiales y aprovechar las aguas subterráneas (CEPAL, 1991, pp. 23-25).
Hoy en día no es posible entender el comportamiento de la agricultura hidalguense sin el resultado del establecimiento y ampliación de los distritos de riego (DdR), sus respectivas presas almacenadoras, derivadoras y canales de riego (SAGARPA, 2011, p. 35). Hay cinco distritos de riego en la entidad; por orden de importancia: Tula (027), Alfajayucan (100), Ajacuba (112), Tulancingo (028) y Metztitlán (08). Los tres primeros forman parte del Distrito de Desarrollo Rural (063) del Valle del Mezquital, el más grande de la entidad, que agrupa alrededor de 27 por ciento de los municipios pertenecientes a dicha zona natural.21Estos tres distritos concentran cerca de 95 y 98 por ciento de la superficie regada y de la producción agrícola existente en los DdR, respectivamente. Acerca de la dinámica del primer distrito, 53 por ciento se compone de propiedad ejidal y la proporción restante es privada.22En cuantía menor, se localiza el DdR 028 y el 08, ambos aportan, respectivamente, cerca de dos y cuatro por ciento en promedio en la producción total y en la superficie regada en los existentes DdR. En Metztitlán, la mayoría del riego es de carácter privado, contrario al escenario en Tulancingo (SEMARNAT y CNA, 2014, pp. 65-351).
En suma, por la ponderación de los agentes naturales (clima, suelo y agua) que operan sobre el territorio hidalguense, se estima que la superficie territorial apta para la agricultura apenas representa algo más de nueve por ciento de la que en la actualidad se explota, lo cual limita el desarrollo extensivo de la actividad agrícola (SAGARPA, 2011, p. 34). Se confirma lo selecto y privilegiado de ciertos ejidos por sus condiciones naturales iniciales, mayor peso-agua, seguido de suelos y clima, máxime en la franja sur y suroeste del espacio agrícola hidalguense.
CONCLUSIONES Y ALCANCES
Como consecuencia del reparto agrario (1917-1940), en Hidalgo se determinó, anclada a la movilización política y a la funcionalidad productiva, cierta especificidad del espacio agrícola. Esta se caracterizó por la selecta propiedad ejidal, cuatro a seis hectáreas en promedio, vinculada de forma cuasiproductiva, en orden de importancia, por las haciendas pulqueras y el viejo latifundio. Esta dinámica espacial se definía, pese a tener un vasto inventario agrícola, máxime en plantacionesversuscereales, por su carácter altamente concentrador. El maíz y, en menor medida, la cebada, definían la dinámica de los cereales. El maguey de pulque, bastante distante del café, hacía lo propio en cuanto a plantaciones. Sin embargo, la mayoría de las hectáreas y de los beneficiarios ejidales registraban un impacto cuasilimitado en dicho comportamiento. Se visualiza la primera renta diferencial en el interior de la estructura agrícola hidalguense. Pese a la existencia de la dotación ejidal sobre las vastas extensiones territoriales, existía aún cierta funcionalidad entre el monopolio de la posesión de la tierra basado en el derecho de la propiedad y el monopolio de la extracción de la tierra. Es decir, el peso ejidal en la producción alimentaria, dada la continuidad espacial con dichas estructuras agrarias, fue mínimo en algunos puntos, pero complementario por diferentes estructuras privadas.
Sobre el territorio hidalguense operó cierta relación entre la propiedad privada y la producción alimentaria; es decir, un monopolio de la explotación de la tierra con vinculación funcional al monopolio de la propiedad privada (máxime en maíz y café). El problema de la existencia de la propiedad privada de la tierra nada tiene que ver con el problema de la formación de la renta diferencial, inevitable en la agricultura capitalista. La propiedad privada no crea la renta diferencial, solo la traslada de las manos del arrendatario a las del propietario. Se diferencia, en ambos casos (cerealesversusplantaciones), el uso direccional de arados sobre tractores como factor de productividad. Estas acciones permitieron la supervivencia de los campesinos, pero en el fondo significaban mano de obra barata, dada las condiciones tecnológicas del ejido. Parafraseando a Palerm (1980), el campesinado, como modo de producción, tiende a desaparecer en la medida que crece el modo capitalista en la esfera de la producción y se apodera del control de los recursos (tierra y agua). Pero, al mismo tiempo, este modo de producción capitalista lo mantiene para obtener de él la fuerza de trabajo no permanente.
Por tales situaciones, y teniendo como antesala la tendencia a regular los precios de los productos agrícolas de forma institucional, sobre la lógica sustitutiva que vivió el país a inicios de la década de 1940, la pujante pero tardía ampliación de la industria hidráulica (1926, 1947 y 1951) del sistema de riego del Valle del Mezquital, bagaje jurídico agrario orientado desde 1942 a favor del propietario particular, dada su tendencia a establecer medios de protección, por la modernización agrícola a partir de las haciendas fraccionadas y convertidas en empresas agrícolas en la década de los cincuenta, la producción de granos milagrosos de la revolución verde para el mercado, se apunta que la localización de la dotación, asociada con la captación de agua, seguida del tipo de suelo y clima, permiten explicar la problemática actual de la inseguridad alimentaria en Hidalgo.