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 número79DEL VALLE PAVÓN, Guillermina (Coord.), Negociación, lágrimas y maldiciones. La fiscalía extraordinaria en la monarquía hispánica, 1620-1814, Ciudad de México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2020, 323 pp.MIJANGOS DÍAZ, Eduardo Nomelí y Enrique GUERRAMANZO (Coords.), Genealogías de la violencia en Michoacán Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, 2020, 304 pp. índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
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Tzintzun. Revista de estudios históricos

versão On-line ISSN 2007-963Xversão impressa ISSN 1870-719X

Tzintzun. Rev. estud. históricos  no.79 Michoacán Jan./Jun. 2024  Epub 17-Jun-2024

https://doi.org/10.35830/treh.vi79.1736 

Reseñas

STAPLES, Anne, ¿Dónde estás?, ¿qué haces, Leona Vicario? México, El Colegio de México, 181 pp.

Moisés Guzmán Pérez1 

1Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

STAPLES, Anne. ¿Dónde estás?, ¿qué haces, Leona Vicario?. El Colegio de México, México: 181p.


De las mujeres novohispanas, o mexicanas, que más han llamado la atención de los escritores tanto nacionales como extranjeros, y sobre la que más tinta ha corrido en la historia de México —incluso por encima de sor Juana Inés de la Cruz—, destaca el nombre de Leona Vicario, de quien la pedagogía cívica del siglo XX se encargó de popularizar desde los años en que muchos de nosotros cursábamos la educación primaria.

El fichero bibliográfico que he logrado reunir luego de más de tres décadas que he seguido sus pasos, contabiliza hasta ahora 29 semblanzas biográficas (varias de ellas reimpresas en las dos últimas centurias), una necrología, una composición literaria decimonónica, nueve artículos en revistas y libros colectivos, 13 libros (dos de ellos reeditados dos y tres veces en años diferentes con el mismo título); cuatro cuadernos de divulgación y nueve novelas históricas con tintes biográficos (una de ellas reeditada por Planeta en 2018 y 2020, y otra por la misma casa editora en 2010). El primer título data de 1825, de la autoría de José Joaquín Fernández de Lizardi; mientras que el más reciente, de diciembre de 2020, fue escrito por Alejandro Rosas. Todo ello suma 66 títulos, sin contar tres más relacionados con documentos, una cápsula histórica sobre su enlace matrimonial, un documental para un programa de televisión y quizá algo más de lo que no tengo noticia.

Desde hace tiempo, el nombre de Leona Vicario ha estado presente en mi vida y en mi quehacer historiográfico. Parte de mi familia cursó la instrucción primaria en la Escuela Urbana Federal “Leona Vicario”, ubicada en la calle Benedicto López Norte de la Heroica Zitácuaro, a una cuadra de distancia de la casa paterna, y no fui la excepción. Además, a mis 21 años, siendo aún pasante de la Licenciatura en Historia, fui invitado a impartir una conferencia sobre la vida y obra de la heroína en el auditorio “Samuel Ramos” de mi ciudad natal, el 10 de abril de 1989; aún conservo el discurso que leí esa mañana por el día de su natalicio.

A pesar de ser un personaje histórico del sexo femenino que ha logrado trascender en la conciencia colectiva de los mexicanos, y cuya imagen se ha plasmado en murales, monedas, billetes, estatuas, monumentos, estampas y timbres postales por disposición del gobierno; con un nombre que empezó a ser adoptado en escuelas, calles, plazas, colonias, clubes y organizaciones ciudadanas, que además fue escrito con letras de oro en la Cámara de Diputados; y no obstante el singular protagonismo que tuvo en la época de la Independencia —mismo que se ha difundido a través de textos históricos, películas y programas de radio y televisión—, la ignorancia y la desinformación prevalecen como un mal endémico.

Unos han tergiversado los hechos imprimiéndole a su relato un tono legendario; otros han inventado pasajes de su vida que no sucedieron, como su matrimonio, por ejemplo; no falta quienes la convirtieron en la primera mujer mexicana “periodista”, sin serlo; y algunos más hasta le han cambiado el género, no por una cuestión de moda, sino por desconocimiento. Hoy en día, muchos no saben quién fue y qué hizo Leona Vicario. La ceguera es tal que, en una colonia de clase media ubicada de la ciudad de Morelia, he visto un negocio de papelería escolar donde se escribió su nombre en clave masculina: “León Avicario”, no sé si por error del rotulista o del dueño del local que así lo indicó. Frente a esa realidad, parece pertinente seguir indagando acerca de las distintas etapas de su vida y divulgar por todos los medios posibles el importante papel que desempeñó en la historia de México.

En esa dirección apunta la obra de la doctora Anne Staples que ahora reseñamos. La autora es una destacada profesora-investigadora jubilada del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, ampliamente reconocida en el medio intelectual y académico por las líneas de investigación que ha desarrollado, por las generaciones de profesionales que ha formado, y por sus aportes a la disciplina en calidad de autora o coordinadora de libros, tales como La Iglesia en la Primera República federal mexicana (1824-1835) (1976), Recuento de una batalla inconclusa. La educación mexicana de Iturbide a Juárez (2005), o la edición del volumen IV de la Historia de la vida cotidiana en México. Bienes y vivencias. El siglo XIX (2005).

La obra ¿Dónde estás?, ¿qué haces, Leona Vicario?, consta de cuatro partes, una sección de anexos que complementa lo escrito en la segunda, tercera y cuarta parte del libro, así como las obligadas fuentes de información documental y bibliográfica. Es un libro de bolsillo de 181 páginas, de fácil lectura que forma parte de la colección: La aventura de la vida privada, dirigida por Pilar Gonzalbo Aizpuru. Los responsables de la edición tuvieron el cuidado de acompañarla con ilustraciones selectas, dándole con ello un plus a la publicación. El tiraje fue de 500 ejemplares, un número importante si tenemos en cuenta la tendencia que existe hoy en día de editar versiones electrónicas.

Aunque el título es un fiel reflejo de las incógnitas que aún prevalecen, en esta biografía Staples aclaró muchas cosas que parecían confusas o que de plano no estaban bien fundadas. La autora puso al lector al día con respecto a las principales interrogantes en torno a la vida de Leona y, en la medida de lo posible, dio respuesta a muchas de ellas. Volvió a revisar sus anteriores escritos y a través de agudas reflexiones y sugerentes preguntas, fue confeccionando su obra. Además, aportó datos detallados, expuso y discutió con historiadores y juristas varios de sus argumentos y pudo esclarecer junto con ellos ciertos pasajes que se desconocían.

De las aportaciones más relevantes que el lector puede encontrar aquí, menciono en primer lugar, la iconografía. Varias de las imágenes que acompañan el libro son poco conocidas y pertenecen a colecciones privadas, como el retrato de Fernando Fernández de San Salvador, hermano de Agustín Pomposo (p. 39); un grabado del licenciado Andrés Quintana Roo cuando era joven (p. 108); el retrato miniatura en acuarela de Leona Vicario (p. 115), e incluso la portada de la primera edición del libro de Staples publicado en 1976, el cual resulta atractivo por la escasa circulación que tuvo en su momento (p. 14). No menos importante es el mapa que reconstruye los itinerarios que Leona recorrió desde que dejó la capital del virreinato, internándose en tierras michoacanas y mexiquenses para sumarse a la insurgencia (p. 80), entre otras.

Enseguida, destaco la interesante reconstrucción que hizo la autora del entorno familiar y social de Leona Vicario, como elemento indispensable para entender su vida cotidiana y sus vínculos relacionales. Esto se logró gracias a las listas de abogados publicadas por Alejandro Mayagoitia y la información que resguardan los libros de protocolos de la Ciudad de México. Asimismo, todo lo que se cuenta de Octaviano Obregón, con quien la señorita Vicario estaba comprometida, resulta novedoso y aportativo.

También me pareció pertinente el balance historiográfico que la autora hizo al final de la obra, al discutir con los distintos autores que, de manera directa o indirecta, se habían ocupado de la vida de Leona Vicario. El ejercicio es valioso porque precisa qué y cuánto se ha escrito sobre esta heroína, permite saber en qué consisten los aportes de los distintos autores y, al mismo tiempo, abre un panorama sobre lo que falta por investigar. A ese respecto, es poco probable que aquellos que escribieron sobre Leona antes de 1976, hubieran aportado cosas nuevas, puesto que todos ellos tuvieron a Genaro García y acaso al historiador catalán, José María Miquel i Vergés, como principal fuente de información. Sin embargo, hay libros y artículos publicados recientemente que están ausentes en la bibliografía y que habrían enriquecido algunos temas, como el de José Martínez Pichardo, Leona Vicario. Grandeza de una mujer de su tiempo en la lucha por la independencia (2008); el artículo de Juan Manuel Menes Llaguno titulado “Leona Vicario y Ocotepec: Una relación histórica” (2010); o el de Alicia Tecuanhuey, “Leona Vicario, reflexiones acerca de su vida, tiempo y elevación como figura heroica” (2018), por citar algunos.

Revelador y aportativo resulta, por otra parte, la información que proviene de los archivos notariales de la capital del país, misma que permitió a Staples explicar las difíciles condiciones en que quedaron muchos propietarios rurales después de que terminó la guerra. Leona Vicario no fue ajena a esta problemática, como dueña de la hacienda de Ocotepec.

En otro orden de ideas, el libro tiene el mérito de propiciar en el lector nuevas reflexiones, de generar dudas razonables y de invitarlo a dialogar de manera franca y abierta sobre los diferentes tópicos que en él se tratan. Cuando Staples señala que su primer acercamiento a Leona Vicario se publicó en 1976, con el nombre erróneo de Teresa del Conde, y que “fue el primer texto moderno sobre Leona después de los de 1909 y 1945” (p. 15), cabe aclarar que hubo dos trabajos que le precedieron: el de José García Pimentel, Leona Vicario, una mujer por entero, México, SEP-Subsecretaría de Asuntos Culturales, 1968, y el de Héctor R. Olea, Leona Vicario y la Ciudad de México, México, Gobierno del Distrito Federal, (Col. Popular de la Ciudad de México, núm. 34), 1975, en 117 páginas. Este último tuvo un tiraje de 10 000 ejemplares y se vendía a 5 pesos cada uno. Fueron estas las únicas obras que antecedieron a la de Staples; faltaría averiguar qué tan “modernas” eran. Es posible que la publicación de los libros de García y Olea, así como la reedición del de Echánove Trujillo en 1976, hayan hecho dudar a los editores de la Presidencia de la República sobre la pertinencia de publicar la biografía escrita por Staples. A eso se debe, quizás, que su libro quedara en la congeladora por algún tiempo. Cuando por fin se publicó, apareció con el nombre de otra persona y prácticamente no circuló.

En cuanto a Leona y su contexto, hay aspectos que vale la pena repensar a la luz de estudios ya publicados, de algunos hallazgos recientes y de nuevas preguntas que ayuden a delinear su interesante vida. Dado que la infancia de las personas es una de las etapas de las que menos se sabe —hablo de mujeres y hombres en general—, hubiera sido deseable que se profundizara al respecto y que, además, se publicara el retrato de María Soledad Leona Vicario siendo niña, en lugar del de la familia del virrey José de Iturrigaray (p. 46) que, salvo el contexto, no tiene mucha relación con ella.

Otro punto interesante es su afición a la lectura y a los libros. Dice la autora que “por gusto y porque tenía dinero con qué comprar libros”, Leona conformó una “biblioteca personal” (p. 40). Empero, ¿en qué momento y a qué edad lo hizo? ¿Quién le aconsejó la adquisición de tales autores y obras? ¿No sería más bien que buen número de esos títulos fueron producto de una herencia? ¿Qué tan grande sería su “librería particular” comparada con las de otras mujeres acomodadas de la época? ¿Qué prácticas de lectura se pueden identificar a partir de su propia experiencia? ¿Qué tanto pudieron influir en ella para asumir un posicionamiento político en favor de la independencia? Para los colegas que trabajan las prácticas y representaciones culturales, la respuesta a tales interrogantes significa oro molido.

Por lo que toca al “sentido de justicia” que Leona pudo tener y de lo cual Staples no emite una postura (p. 149), añadiría que este aspecto formó parte de los puntos programáticos de los primeros caudillos de la insurgencia y es bastante probable que ella los asumiera como suyos, por el entorno social e ideológico que la rodeó y el activismo político que desempeñó: el principio de justicia lo consignó Ignacio López Rayón en sus Elementos constitucionales; así lo expresó José María Morelos en los Sentimientos de la Nación, escritos con la ayuda de Andrés Quintana Roo, quien estaba enamorado de Leona; lo mismo hicieron los constituyentes que redactaron el Decreto constitucional de Apatzingán, y lo ratificó el cuerpo legislativo al momento de crear en el pueblo de Ario el Supremo Tribunal de Justicia.

Por otro lado, es necesario seguir indagando acerca de la residencia de Leona en la ciudad de Oaxaca. Los archivos civiles y eclesiásticos que ahí existen, podrían depararnos algunas sorpresas. Un dato que abona en ese sentido, es la carta que envió José María Morelos a Carlos María de Bustamante el 30 de septiembre de 1813 desde Chilpancingo, en donde dice: “ya veremos qué utilidad se saca de nuestro licenciado y la viajera aquella”, refiriéndose a Leona Vicario, además de la nota al calce, bajo su firma, que decía: “p.[ara] Oaxaca”, lo que indica que en ese entonces Bustamante se hallaba en su ciudad natal y Leona residía allí.

Por último, aunque no se relaciona directamente con Leona, valdría la pena matizar el dato sobre el tiraje de los impresos durante el Primer Imperio, particularmente del papel titulado Opinión del gobierno sobre la convocatoria a un nuevo congreso, escrito por Quintana Roo, y del que Staples afirma que “se distribuyeron unos tres mil ejemplares en pocos días” (p. 97). Recientemente escribí un artículo sobre la opinión pública en ese período y, a mi parecer, el número máximo de impresos en aquella época no debió sobrepasar los 300 ejemplares, debido a los alcances en la producción de cada taller de imprenta, al número de operarios que ahí laboraban, así como por la escasez y los costos del papel. Lo que sí pudo ocurrir es que se reimprimiera en alguna de las oficinas imperiales o imprentas particulares que funcionaban en distintos puntos del país; de todos modos, el tiraje no fue tan grande.

Como señala Staples al final de su obra, “con paciencia y suerte, irán saliendo más datos de fuentes insospechadas que resolverán los misterios de dónde andaba y qué hacía Leona Vicario”. Comparto esa misma impresión. Aquí solo he citado referencias y señalé algunas pistas para motivar nuevas investigaciones.

Concluyo diciendo que celebro la publicación de esta biografía que contribuye a derribar mitos y corrige interpretaciones erróneas, repetidas sin mayor crítica. A partir de ahora, el lector interesado en conocer lo más actualizado y reciente sobre la vida de Leona Vicario, deberá comenzar por la lectura serena y atenta de este ameno y sugestivo libro.

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