Cuando en diciembre de 2019 comenzaron a circular noticias sobre lo que ocurría en China, estábamos muy lejos de imaginar cómo aquello -que después sabríamos que se trataba de un virus nuevo y que su nivel de contagio obligaría a que se declarara pandemia- cambiaría nuestras vidas. La vida cotidiana, las formas de socialización y nuestra relación con los espacios públicos sufrirían cambios dramáticos.
Particularmente la escuela, ese espacio social central para los sujetos de la educación, se vería trastocada; como lugar de la vida en común de la escolarización, como espacio de contención, reunión, recreo, aprendizaje y construcción de identidades, se esfumaría repentinamente no obstante la presencia de las nuevas tecnologías en las aulas tiene ya un par de décadas. Si bien entonces la escuela se trasladó a la virtualidad -pues el consenso ha sido que la educación debe continuar- y la ausencia de la escuela y el aula en su materialidad produjeron soledad y extrañamiento del encuentro entre pares y profesores/as, también nos convoca al aprendizaje. A lo largo de casi un año de virtualización de la educación, las casas e incluso los lugares de trabajo de los padres o de los propios estudiantes jóvenes y adultos se han convertido en espacios para el trabajo escolar cuando se ha podido seguir con la educación a distancia, pues en la mesa para el debate se presenta una vez más la evidencia de que vivimos en sociedades altamente desiguales donde no todos acceden a plataformas, numerosas familias no tienen suficientes pantallas o los infantes y jóvenes no cuentan con acompañamiento de padres o tutores con posibilidades de dar seguimiento a la educación en estas circunstancias.
Asimismo, esta nueva condición, la interrupción súbita de la presencialidad y el paso obligado a la enseñanza a distancia, se presenta como oportunidad, no solo para entender que la presencia de las nuevas tecnologías en la educación ya no tiene regreso sino, también, para reflexionar en torno a los cambios que esto implica: las repercusiones en los contenidos, la enseñanza, la trasformación en los tiempos y espacios de la escuela, las nuevas exigencias que se presentan tanto para los profesores como para los estudiantes, y las nuevas formas para el aprendizaje y la vida en su conjunto. Esto último como elemento medular: el aprendizaje que se genera cuando estamos juntos.
Según datos de la UNESCO, debido a la contingencia sanitaria provocada por la pandemia de coronavirus (SARS-CoV2) en todo el globo, niños, niñas, jóvenes y adultos dejaron de asistir a escuelas, bachilleratos, universidades y otros centros educativos. El aprendizaje de más de 1.5 mil millones de niños y jóvenes en espacios escolares se ha visto interrumpido por la pandemia y ha tenido que mudarse a sitios en aislamiento. En México son más de 37 millones de estudiantes los que tuvieron que suspender la educación presencial. Los espacios escolares fueron cerrados, teniendo que hacer la conversión muchas veces de manera precipitada, sin las condiciones y formación indispensables para ello. ¿Qué es lo que ha estado cambiando con todo esto? ¿qué pasa con la comunidades pedagógicas? ¿cómo están viviendo estudiantes y profesores el cierre del espacio de encuentro pedagógico y de comunicación? ¿esto ha probado que la escuela tal como la conocíamos feneció? En relación con las experiencias de niños, niñas y jóvenes, ¿cómo están aprendiendo desde casa -cuando existen las condiciones mínimas para ello- a través de una pantalla y cómo viven la ausencia de un espacio de recreo y su dependencia del ámbito familiar?
La alteración que la pandemia ha provocado en la educación no solo en su desplazamiento a la virtualidad con el uso de nuevas tecnologías, en sus implicaciones para las propias pedagogías y la enseñanza, en la experiencia descorporizada de maestros y alumnos, la intervención mayor de las familias y el acento en las desigualdades sociales, sino también en la vigorosa capacidad de agencia de los sujetos de la educación que se ha hecho presente en la emergencia. Estos son algunos de los asuntos que consideramos indispensable abordar.
Y es por esto, porque estimamos que la contingencia se presenta como una crisis de proporciones considerables que interpela directamente al ámbito de lo educativo, celebramos que el doctor José Manuel Corona haya coordinado un número como el que hoy publicamos. Gracias por el trabajo riguroso y puntual que hizo posible este número 22 de la revista: “Educación y pandemia. Prácticas y desafíos educativos en tiempos de COVID-19”. Esperamos que contribuya al debate indispensable sobre nuestra realidad actual.
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