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Revista interdisciplinaria de estudios de género de El Colegio de México

versão On-line ISSN 2395-9185

Rev. interdiscip. estud. género Col. Méx. vol.10  Ciudad de México  2024  Epub 27-Maio-2024

https://doi.org/10.24201/reg.v10i1.1045 

Artículos

Chama, ¿cómo haces tú para vivir aquí? Trabajo, reproducción de la vida y tramas de lo común en la experiencia de mujeres venezolanas en Córdoba, Argentina

Chama, How Do You Manage to Live Here? Work, Reproduction of Life, Shares Experiences of Venezuelan Women in Córdoba, Argentina

Johanna Marianny Alves Quintana1 
http://orcid.org/0009-0004-6166-1563

1Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS-Universidad Nacional de Códoba), Córdoba, Argentina, alves.proyectos@gmail.com


Resumen

En el artículo se comparte una caracterización analítica de los sentidos y las estrategias que despliegan mujeres venezolanas en Córdoba, Argentina, para reproducir la vida, y su estrecha vinculación con ciertas formas de gestión de lo común. Por medio de un trabajo etnográfico, apoyado en entrevistas en profundidad y observación participante, me acerco a las experiencias migratorias y de vida de Rosa y Jenny, en las que se ponen de manifiesto las desigualdades en el mundo laboral, y las maneras que agencian para afrontarlas, en una trama que abarca sus lugares de origen, sus itinerarios de viaje y el lugar de destino actual. La pregunta: “¿cómo haces tú para vivir aquí?” nos traslada a sus cocinas domésticas como unidades de producción y a su inserción en ferias inscriptas en el ámbito de la economía popular. Desde estos espacios y dinámicas restituyen su subjetividad, establecen vínculos de cooperación y garantizan el sustento material e inmaterial de la vida. El trabajo propone un mapa en construcción acerca de las tensiones existentes entre lo doméstico y la producción de lo común para la reproducción de la vida en contextos de migración.

Palabras clave: migrantes; estudios de género; precariedad laboral; emprendedoras

Abstract

This article shares an analytical characterization of the meanings and strategies deployed by Venezuelan women in Córdoba (Argentina) to reproduce life and their close linkage with certain forms of managing shared experiences. Through an ethnographic approach, supported by in-depth interviews and participant observation, I study the migratory and life experiences of Rosa and Jenny, in which the inequalities in the world of work and the ways in which they cope with them are revealed, in a way that encompasses their places of origin, travel itineraries, and destination. “How do you make a living here?” is a question that takes us into their domestic kitchens as production units and into their involvement in fairs within the popular economy. From these spaces and dynamics they restore their subjectivity, establish cooperative links, and guarantee the material and immaterial sustenance of life. The study proposes an ongoing map of existing tensions between the domestic sphere and the production of shared experiences for the reproduction of life in contexts of migration.

Keywords: migrants; gender studies; labor precariousness; women entrepreneurs

Introducción y posicionamientos

El reciente y vertiginoso proceso migratorio venezolano está reconfigurando las dinámicas de movilidad humana en el continente y el mundo. Argentina se ubica como sexto país receptor de población venezolana en América Latina con más de 171000 personas de este origen1. El lugar de destino (final o transitorio) de mayor concentración es la provincia de Buenos Aires y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Córdoba aparece como uno de los destinos más relevantes con unas 160002 personas de este origen nacional. Esta población se caracteriza por ser mayoritariamente joven, profesional o estudiante universitaria (Bonilla, 2022; Fierro, 2021; Pedone y Mallimaci, 2019) con cierta paridad de género (51% mujeres y 49% varones)3.

Desde este marco contextual, la propuesta del artículo es compartir una caracterización descriptiva y analítica que recupere sentidos y estrategias para la reproducción de la vida que despliegan mujeres venezolanas en Córdoba, y la estrecha vinculación que tienen éstas con ciertas formas de producción de lo común. Para dar cuerpo a este propósito, he indagado en las experiencias laborales y reproductivas de un grupo de mujeres de esta nacionalidad, haciendo especial foco en Rosa y Jenny4, quienes disponen de trayectorias diferenciadas en términos de lugares de origen, edad, profesiones, ocupaciones y estrategias de circulación migratoria. Estas mujeres, luego de experiencias laborales formales e informales en Córdoba, ocuparon sus cocinas domésticas como unidades de producción, a la par que se sumaron a participar en ferias inscriptas en el ámbito de la economía popular de esa ciudad. En estas ferias mis interlocutoras han encontrado un entramado colectivo de cooperación y reciprocidad (Gutiérrez, 2008) para agenciar -gestar o sostener- sus proyectos migratorios y (re)productivos.

Al referirnos a los sentidos y las estrategias, nos apoyamos en Gutiérrez, Navarro y Linsalata (2016), para quienes los sentidos remiten a la “codificación del conjunto de relaciones que se entablan entre los miembros de tal (una) colectividad dinámica” (p. 380), un proceso de permanente significación del mundo, que reconfigura la politicidad o capacidad de agencia. Acerca de la noción de estrategias, siguiendo a las autoras, se asume que constituyen todas aquellas labores y acciones concretas para enfrentar problemas y necesidades, para garantizar así la reproducción y el cuidado del sustento material y espiritual de la vida.

Ubicamos esta propuesta de análisis en los debates que plantean que lo común se produce, “se hace entre muchos, a través de la generación y constante reproducción de una multiplicidad de tramas asociativas y relaciones sociales de colaboración que habilitan continua y constantemente la producción y el disfrute de bienes -materiales e inmateriales- de uso común” (Gutiérrez, et al., 2016, p. 388). Desde esta perspectiva, nos apoyamos en Federici (2016) cuando expresa que la reproducción refiere a dos dimensiones: en primer lugar, a todos los procesos y trabajos para garantizar la posibilidad de vivir; y, en segundo lugar, a la reproducción de la fuerza de trabajo que debe ser disciplinada por/para los mercados (Federici, 2016; Ferguson, 2020). Acerca de la primera dimensión, entendemos que estos procesos y trabajos que posibilitan la vida son parte de un gran entramado de condiciones, estructuras y relaciones en las que la capacidad de agencia o lo político no es una característica entre otras, sino el carácter constitutivo de la reproducción (Gutiérrez, et al., 2016). Sobre la segunda, conviene explicitar que ciertas experiencias laborales de las interlocutoras de esta caracterización en o entre los lugares de origen y de destino dan cuenta de aquellas lógicas de precarización y disciplinamiento por/para los mercados de trabajo formales e informales que, de alguna manera, han intentado sortear. Recuperar parte de sus trayectorias laborales más recientes en y entre sus lugares de origen y de destino, ejercicio propuesto en los siguientes apartados, ha permitido encontrar hilos de un “saber hacer” o un “saber resolver”5 construido en el lugar de origen, resignificado y resituado en el país de acogida actual.

Estudios recientes reflejan que la población venezolana que llega a Argentina es mayoritariamente joven (entre 22 y 40 años) y, aunque es de alta calificación profesional, su inserción laboral no concuerda con ésta y suelen ser empleados en el sector de servicios y comercial tradicional, call centers y deliveries en condiciones de alta precarización laboral o uberización del trabajo (Mallimaci, Lara, Ledo, Blouin, Pedone, Pavez, Pecsi e Fusaro, Cavalcanti, Oliveira, 2021; Martínez e Insa, 2021; Mutis, 2021; Pedone y Mallimaci, 2019; Salas, 2017). De esta manera: “al desclasamiento en el país de origen (vinculado a la capacidad de consumo y a las estrategias de sobrevivencia posibles de ser desplegadas) -que en general son las causas o razones de estas migraciones-, se suma un desclasamiento en destino vinculado a los tipos de empleo desarrollados y las condiciones en que se ejercen” (Pedone y Mallimaci, 2019, p. 135, el texto entre guiones es propio).

Además de Jenny y Rosa un número más amplio de mujeres de esta nacionalidad se acercó a espacios feriales de la economía popular en Córdoba6 luego de intentar -y lograr en algunos casos- insertarse en el mercado laboral formal, aunque son las ocupaciones informales en el sector de servicios las que prevalecen en sus trayectorias más recientes. Sus relatos manifiestan las precarias e inestables condiciones de trabajos mal pagados, jornadas extendidas sin días de descanso, dificultades para garantizar los cuidados de personas a su cargo e insatisfacción por sentirse sobrecalificadas y subempleadas. También exponen la emergencia del trabajo en sus cocinas domésticas para sostener o complementar la economía familiar, allí buscan reinventarse, recuperar la valía de sí, y tramar la agencia entre la cocina, el espacio público y la organización colectiva.

El artículo se ordena a partir de dos grandes nudos o inquietudes de indagación. El primero reconstruye ciertas estrategias para la reproducción de la vida que han desplegado estas mujeres en su lugar de origen, en el tránsito migratorio y en el país de llegada. Se caracterizan las tácticas de planificación previas al viaje, también aquellas de sostenimiento de la vida durante el desplazamiento, para luego describir sus experiencias laborales en el lugar de destino y su relación con ciertas condiciones de precarización de la vida. El segundo nudo pone de manifiesto las tensiones y reciprocidades de los saberes y quehaceres vinculados a la cocina doméstica, espacio en el que se cristaliza el entramado de la (re)producción y su relación con el ámbito público y gestión de lo común.

El lugar de enunciación y las coordenadas político-metodológicas de orientación

Como una forma de hilvanar los sentidos y prácticas que emergen de sus experiencias migratorias desde que se gestó el proyecto de emigrar hasta establecerse en Córdoba, les pregunto a mis interlocutoras: Chama, ¿cómo haces para vivir aquí? ¿Cómo logras resolver la vida cotidiana? ¿Cómo llegaste a las ferias y qué encuentras en ellas? Es la experiencia una importante práctica de comprensión, tanto simbólica como narrativa, una forma de lucha por las condiciones materiales y el significado, ya que “aun si quisiéramos abandonar el concepto de experiencia, sería imposible hacerlo (...) porque las mujeres la experimentan de manera constante y construyen su identidad a través de ella” (Skeggs, 2019, p. 61). Por ello, acercarnos a sus experiencias y sus maneras de narrarlas es, en gran parte, lo que buscaremos en las siguientes líneas.

En los registros derivados de acompañar a ocho mujeres de esta nacionalidad emergieron similitudes en sus experiencias de circulación migratoria, también en las laborales en condiciones formales e informales y en sus acercamientos a la economía popular en el país de destino. Todas las entrevistadas dan cuenta de una alta formación profesional obtenida en el país de origen, experiencias laborales formales y una pertenencia de clase media trabajadora que, en el período de entre el 2014 y 2019, vivió de manera vertiginosa un proceso de desclasamiento y precarización de la vida.

Mediante un trabajo de etnografía focalizada (L’Estoile, 2020; Fernández y Perelman, 2020) se hace entrada a la experiencia migratoria y de vida de Jenny y Rosa, entramos a sus casas y cocinas domésticas durante la preparación de su producción gastronómica y a sus jornadas feriales en espacios de la economía popular en la ciudad de Córdoba. En estos contextos las entrevistas en profundidad y la observación participante sostienen un trabajo de campo realizado desde el año 2022 y hasta la actualidad7.

Focalizamos las experiencias migratorias y de vida de Jenny y Rosa porque, además de contener las características antes descritas, brindan narraciones y reflexiones ricas en detalles de sentidos, quehaceres y estrategias de vida cotidiana que aportan singularidad y amplitud para desentrañar tanto las formas de la desigualdad como, también, la capacidad para sostener la vida en contextos de incertidumbre radical y de migración (Narotzky y Besnier, 2020).

Conforme se ha incrementado la cantidad de población migrante venezolana en la región (y fuera de ella), las investigaciones y producción de marcos interpretativos sobre este fenómeno también aumentan. Esta literatura podría ordenarse en al menos dos grandes ámbitos de indagación: el primero tiene que ver con los causales sociales, económicos y políticos de la migración; las condiciones en las que se emprenden los desplazamientos; los itinerarios y destinos; y las políticas migratorias internacionales de los Estados-nación para recibirles, contener y limitar la movilidad o el asentamiento. El segundo se focaliza en las trayectorias y estrategias de inserción laboral de venezolanos y venezolanas, en los lugares de tránsito y en el lugar de destino. En Argentina, en particular, las investigaciones han tomado densidad exploratoria y descriptiva. Éstas en general giran en torno a las formas de inserción de esta población en el mundo del trabajo, a la vez que recuperan -necesariamente- la experiencia de circulación migratoria de los últimos años (Mallimaci, et al., 2021; Martínez e Insa, 2021; Mutis, 2021; Pedone y Mallimaci, 2019; Salas, 2017).

Por otro lado, un conjunto importante de trabajos centrados en analizar las estrategias de sostenibilidad de la vida de las poblaciones migrantes en Argentina, en especial de aquellas de origen boliviano, paraguayo y peruano, y las prácticas de acción colectiva vinculadas a la gestión de lo común (Magliano, 2019; Magliano y Arrieta, 2021; Magliano y Perissinotti, 2020; Rosas y Gil Araujo, 2021), nos invitan a preguntarnos acerca de las estrategias reproductivas que despliega la población venezolana en Argentina en general y, en nuestro caso particular, en Córdoba, dado los -aún- escasos trabajos que indaguen en esta dimensión y ámbito geográfico.

Mi acercamiento y compromiso con este tema de investigación pasa por restituir el valor del conocimiento “desde el propio cuerpo, en tanto sujeto de acción que experimenta, siente y se emociona” (Gregorio, 2014, p. 300). Soy una mujer venezolana, profesional, investigadora y madre, radicada en Córdoba desde hace más de siete años, movilizada por mi propia experiencia migratoria en torno a los intersticios de posibilidad y las dificultades que he afrontado para sostenerme en el lugar de destino. Es así como más allá de exponer la particularidad de mi lugar como sujeto que investiga, reconozco mi posición como sujeto de la experiencia, pues investigar implica responsabilidad ética, explicitar las relaciones de poder en torno a la producción de conocimiento, tomar postura y hacernos -sentirnos- parte de aquello que estudiamos (Gregorio, 2014; Skeggs, 2019). Las experiencias migratorias de las mujeres a las que me he acercado y la mía propia, tan singulares como emparentadas entre sí, dan cuenta de un “conjunto de vivencias, sentidos y representaciones que se amalgaman en los procesos vividos” (Martínez e Insa, 2021, p. 10) y ponen en diálogo la complementariedad de lo particular con lo general, en el propósito de enriquecer y problematizar marcos de interpretación con perspectiva de género crítica y sensible en los estudios migratorios con especificidad en esta población.

Rosa y Jenny: La reproducción de la vida en tránsito, origen y destino

Emprender el viaje hacia Argentina

A partir del año 2014 comienza en Venezuela una vertiginosa debacle económica acompañada de una alta conflictividad política, cuyos niveles críticos se amplifican en el 2017. Entre las causas más relevantes está el sistemático bloqueo económico bajo el formato de sanciones financieras y comerciales impuestas por Estados Unidos al país (Bonilla, 2022), un modelo extractivista menguado en capacidad interna y limitado por el comercio internacional, una exorbitante deuda externa, el progresivo deterioro de la institucionalidad democrática (Freitez, 2019) y la dolarización informal de la economía. Entre las consecuencias, encontramos una acelerada precarización de las condiciones de vida (Gandini, Lozano y Prieto, 2019) con hiperinflación; escasez de alimentos y medicamentos; dificultades para acceder a los servicios básicos (electricidad, agua, transporte público, entre otros); un aumento trepidante de la desigualdad y la pobreza (Moreno y Ponce, 2021). En ese convulsionado contexto emerge la numerosa, y por tanto inédita, emigración venezolana, época en la que Rosa y Jenny deciden trasladarse hacia Argentina.

Rosa tiene 50 años, es docente rural y comunitaria jubilada (en Venezuela), llegó a Córdoba en 2017 “con una mano adelante y una atrás, sin nada más que unas ollas y utensilios de cocina” (Rosa, 11/09). Su llegada la hizo con su hijo adolescente, para reencontrarse con su hijo mayor, que seis meses antes había emigrado a esa ciudad. “Yo crie a mis hijos para que fueran libres, hicieran su vida, pero recuerdo el día que nos despedimos en el aeropuerto, él me miró, nos miramos y ahí me di cuenta que yo debía venirme a Argentina, no podía estar lejos de mi hijo” (Rosa, 11/09). Un poco antes, en Valencia8, se formó de manera profesional en cursos de gastronomía con la intención de tener “un plan B” y agrega: “me formé como maestra y estudié cocina por hobby” para disponer de otra posibilidad productiva posterior a su jubilación como maestra rural. Rosa hizo estudios de posgrado y especializaciones en educación en el país de origen. Recuerda: “toda la vida trabajé de maestra, yo vivía bien, no me faltaba nada allá, tenía una vida normal” (Rosa, 11/09).

Jenny tiene 38 años. En el año 2019 se despidió de su hijo pequeño en Venezuela con la promesa de buscarlo unos meses después cuando lograra instalarse en el lugar de destino, sin embargo, luego de cuatro años aún no ha podido hacerlo por razones fundamentalmente económicas. Su pareja había llegado unos meses antes a Córdoba y la esperaba. En su país de origen hizo carrera universitaria en artes audiovisuales que ejerció durante un tiempo, aunque la gastronomía fue su ocupación principal. En los últimos siete años, en la turística Isla de Margarita en Venezuela, se dedicó a la pastelería en un hotel de alto nivel. Allí se formó con un maestro chef de amplia y reconocida trayectoria en ese país.

Fue en el oficio de la pastelería gourmet en el que se especializó y, como ella expresa, “se ganó el respeto” de chefs y cocineros, en un campo de trabajo que suele ser dirigido por varones. Antes de migrar, había logrado ser la coordinadora del área de cocina del hotel, siendo la única mujer de un equipo conformado por trece personas más. Su pareja también trabajaba allí como gerente de seguridad. Sus trabajos, para ese entonces, eran formales, estables y considerablemente bien remunerados en comparación con la mayoría de las personas trabajadoras del sector servicios, privado o público, en ese país. No obstante, no les alcanzaba para vivir, aun teniendo casa propia, transporte para el trabajo y alimentación garantizada dentro del hotel vivían en condiciones precarias. Jenny narra: “al llegar a casa, ¿qué le daba a mi hijo? no tenía nada y eso que estábamos mucho mejor que la mayoría. Nos pasaron tantas cosas que decidimos que nos teníamos que ir” (Jenny, 05/10).

Antes de emprender la migración, tanto Rosa como Jenny, vendieron gran parte de sus pertenencias para poder costearse el viaje terrestre desde Venezuela a Argentina. “Vendí todo lo que pude vender, como todos los venezolanos, vendí lo que tenía y lo que no tenía”, recuerda Rosa (11/09). Con pesar, cada una cuenta lo que significó desprenderse de objetos materiales que habían adquirido a lo largo de los años “con mucho esfuerzo y trabajo” dice Jenny y agrega:

Tuve que vender a unos precios increíbles toda mi casa. Cada vez que se llevaban algo y me daban el dinero, entraba a la casa y lloraba. Todo el esfuerzo de mi vida, todo lo que quise tener que tenía, el valor sentimental. Fue como dejar fragmentos de mí en cada cosa. Lo que más me dolió fue vender todas las cosas de pastelería. Amaba tanto mi batidora que se llamaba Victoria. Victoria porque cuando la obtuve para mí fue una victoria, porque la había soñado, la había querido y trabajé mucho para tenerla, y perderla por cinco dólares me partió el alma. Fueron 350 dólares vendiendo toda mi casa y lo peor fue darme cuenta de que aun vendiendo todo lo que tenía no podía traerme a mi hijo porque sólo me alcanzaba para un pasaje (05/10).

En el trabajo de campo me he encontrado con que las entrevistadas necesitan narrar la experiencia migratoria. Volver a lo inconmensurable de lo vivido, construir sentidos (significaciones) y valoraciones de sus prácticas (sobre lo que hicieron), en un ejercicio que repone cómo la migración se hace cuerpo, constituyendo una evolución o transformación de la subjetividad, además de un movimiento físico (Pizarro y Ciarallo, 2021a), y es que no sería posible concebir una experiencia sin un cuerpo que la protagonice y en el que se encarnen las acciones cotidianas (Lindón, 2011) necesarias para afrontar las condiciones de tránsito migratorio y llegada al país de destino. Jenny lo recrea así:

Cuando crucé la frontera con Brasil, nos atendieron muy bien, recuerdo que me dieron un café, un sándwich y una manzana. En Boa Vista fue donde me golpeé con la realidad de lo que estaba sucediendo, ya desde el punto de vista del inmigrante, ya no soy Jenny la venezolana, sino Jenny la migrante. Empecé a ver las plazas full de inmigrantes venezolanos. Viviendo en carpas, en la calle, en plena ciudad. Carpas y carpas con banderas de Venezuela (05/10).

Las circulaciones migratorias “no son sólo los itinerarios conformados por los lugares en los que estuvieron, sino que implican la capacidad de agencia de los y las migrantes para trasladarse en el espacio, movilizando recursos y relacionando lugares dispersos” (Pizarro y Ciarallo, 2021b, p. 31). Esta capacidad de agencia, vinculada con las estrategias para garantizar la sostenibilidad de la vida, se expresa en las formas de planificación y resolución del viaje de estas mujeres, así como las prácticas de cuidados durante el desplazamiento.

Las rutas terrestres y las estrategias de circulación de Rosa y Jenny fueron diferentes, también la forma de administrar los recursos durante el recorrido, las dificultades que afrontaron y las maneras de resolverlos para mantener el tránsito hasta llegar a Córdoba. Rosa emprendió la emigración en el 2017 con su hijo adolescente, un sobrino y una tía. Su recorrido lo hizo por los países del eje andino (Colombia, Ecuador, Perú y Chile). Ella y su grupo familiar decidieron, antes de comenzar el viaje, ir recibiendo dinero vía transferencias según lo necesitaran para avanzar en su recorrido. Dice Rosa: “nos iban enviando dinero, porque decían que te quitaban la plata, que te robaban las maletas. Tratábamos de viajar con lo justo y con comida para evitar que se nos perdiera”. Cuenta que tomaban colectivos de un lugar a otro según la ruta que se había trazado (Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Argentina), “bajábamos, hacíamos pipí, comíamos algo, estirábamos las piernas y seguíamos” (11/09/).

Jenny emigró sola e hizo su recorrido atravesando Brasil hasta llegar a Argentina. Tomó transporte formal e informal, terrestre y fluvial, para lograrlo. En el camino conoció y estableció relaciones transitorias de apoyo con distintas personas, entre quienes compartían los limitados recursos que disponían para el viaje. Comían poco y bebían poca agua porque no sabían cómo continuarían los días siguientes ni cuánto tiempo -con exactitud- restaba para llegar a sus destinos.

Aparecen como especialmente relevantes aquellas acciones y trabajos de cuidados para mantener o preservar la vida del otro y que involucra aspectos tanto materiales, como afectivos y psicológicos ( Mallimaci y Magliano 2020; Esquivel, 2010). Las mujeres entrevistadas reconocen la importancia de las relaciones que tejieron en el viaje y las maneras de gestionar situaciones y recursos en común. Ciertos sentidos y prácticas de cuidado colectivo toman presencia en sus relatos de trayectoria de viaje. Darse ánimo, acompañarse, esperar junto a otros y otras, cuidar de personas a cargo, protegerse de posibles peligros, administrar y compartir los alimentos y recursos, son algunas de las acciones que desplegaron. Así lo relata Jenny: “Lo poco que teníamos era de todos: ¿qué tienes tú?” “yo tengo queso”, “a mí me queda pan”. Partir ese pan entre cinco personas, compartir las galletas, el agua, la poquita agua que quedaba entre todos. Todos íbamos hacia el mismo objetivo, y necesitábamos apoyarnos” (05/10). A su vez, emparenta las acciones de cuidado que ejerció con ciertas formas de filiación y protección:

Siempre he sido mamá gallina, entonces siempre iba detrás de él (un joven que nunca había viajado y al que conoció en el inicio de su periplo). Le decía “vamos a hacer esto, tenemos que cuidarnos” y nos protegimos mucho el uno al otro. Ahí fue el primer contacto con personas hermosas en el camino. Allí mismo comprando pasajes para la frontera (entre Venezuela y Brasil) nos conseguimos con un señor mayor. Nunca recuerdo su nombre, pero yo le digo: “mi ángel” porque nos cuidó. Era una persona bastante mayor que iba para Paraguay. Se unió a nosotros porque también iba a pasar la frontera, y ya éramos tres, no nos sentíamos tan solos (05/10).

Jenny reconstruye momentos del viaje en los que sintió miedo, desesperación y también contención de parte de otras personas que conoció y despidió en el camino:

El autobús se paró en media selva, se descompuso, salieron los tipos a tratar de arreglarlo, no nos dejaban bajar, nos estábamos muriendo del calor, asfixiados, se nos había acabado el agua. Tratamos de pasarla cantando, contando anécdotas, riéndonos de los chistes de los maracuchos9. Ahí me dio mi primer ataque de pánico. Recuerdo que mis compañeros se pararon y empezaron a darme aire porque yo sentía que me asfixiaba. Yo no sabía que me pasaba. Uno de los maracuchos es bombero, me acomodó y me dijo “respira, respira, tranquila, eso es un ataque de pánico”, poco a poco se me fue pasando. Después de horas lograron prender el autobús y seguimos el viaje (05/10).

Rosa, relata que en el paso fronterizo de Perú a Chile no le permitieron avanzar porque le exigían mayor especificidad en el itinerario del permiso o autorización de viaje de menores de su hijo. Su tía y sobrino ya habían pasado la frontera así que se separaron momentáneamente sin la posibilidad de comunicarse. Ella y su hijo, a medianoche, volvieron a la terminal de pasajeros más cercana.

Así, sin señal de celular, sin dinero, sin conocer, sin saber qué iba a pasar con mi tía y mi sobrino que estaban del otro lado. Una señora que estaba ahí me dice “¡Ay, la devolvieron!”, -era común que a la gente la devolvieran por cualquier pendejada- yo le digo: sí, “¡Ay, no se preocupe! Eso es normal, venga, siéntese aquí que la cuidamos”. Ella era una señora grande que vendía sándwiches para los taxistas y la gente de noche. Y bueno, nos sentamos ahí con ella. Era la noche del viernes, y el sábado nos quedamos todo el día en la terminal. Un señor nos regaló unos sándwiches, otro señor nos regaló para almorzar, toda la gente amable, la verdad que no puedo quejarme de ese momento. Me siento agradecida (11/09).

La transitoriedad de relaciones, lugares y condiciones que fueron experimentando las llevó a desplegar acciones muy variadas en las que lo cotidiano era lo incierto. Miedo, soledad, juntarse, agradecimiento, cuidados; son parte de un repertorio de sentidos y prácticas de viaje para la reproducción de la vida y llegada al destino. Jenny lo expresa de esta manera: “esa parte de la vida, del mundo, no la conocía, ni los peligros que venían, no lo sabía [… ] Y a pesar de todo era bonito, porque en ese momento tan difícil que estábamos viviendo nos dábamos ánimo los unos a los otros” (05/10).

Desigualdades interseccionales en las experiencias laborales

El informe Diagnóstico sobre la situación de los Derechos Humanos de las personas migrantes y refugiadas venezolanas en la República Argentina de Penchaszadeh, Nicolao, Debandi (2021) realizado a partir de los resultados arrojados por la Encuesta Nacional de Migrantes en Argentina 2020, destaca que el 90% de la población venezolana en Argentina que respondió la encuesta posee formación universitaria completa. De este grupo, las mujeres cuentan, en mayor medida, con alto nivel de formación (74% frente al 58% para los varones), no obstante, son también las mujeres las que encuentran mayores dificultades para acceder a trabajos formales (39% para las mujeres y 46% entre los varones) y acusan niveles más altos de desempleo (18% para las mujeres y 12% para los varones) y de trabajos no remunerados (10% para las mujeres y 1% para los varones). El grado de insatisfacción laboral de las mujeres es de 65% y en los varones 53%, en ambos casos consideran que su calificación es mayor al cargo que ocupan o al trabajo que realizan.

Estos datos toman cuerpo y se reafirman en el campo. Si bien algunas mujeres acceden a trabajos formales, se trata de trabajos poco valorados socialmente, alejados de sus trayectorias profesionales previas, relacionados al sector servicios y con jornadas laborales que superan las establecidas en sus contrataciones. Las experiencias laborales de Rosa, anteriores a su participación en las ferias de Córdoba, fueron, en general, formales. A las pocas semanas de llegar al lugar de destino comenzó a trabajar en la cocina de un geriátrico municipal. En su primer día de trabajo allí, pensó que sería ayudante de un equipo de trabajo en cocina. Sin embargo, esto no fue así, se encontró sola para hacer todas las tareas: cocinar, servir, lavar y ordenar todo. Sin más mediaciones que: “aquí está la cocina, este es el menú de hoy, la cena es a las 20hrs.”, comenzó sus labores. Considera que su “intuición” le ayudó a afrontar su nuevo trabajo en la cocina. Se apoyó en ese “saber resolver”, en saberes previos, en lo conocido de aquellos videos de gastronomía que veía en el país de origen, para aprender sobre la marcha y ganar confianza.

Yo juraba que iba a haber alguien para recibirme, para explicarme. Nadie me dijo ni dónde estaban los fósforos, cómo se prendía la hornalla, nada, yo no sabía nada. No me explicaron nada. Yo hice todo por intuición. Cuando veo el menú “humita”, no tenía la más mínima idea de lo que era una humita, gracias a Dios existe santo Google. Fue mi primera experiencia en cocina industrial, la hice y a los abuelos les gustó (11/09).

En Venezuela, Rosa había tenido experiencias de trabajo como ayudante de cocina en eventos, y en su casa disponía de equipos y herramientas para producir panificaciones de mediana escala que luego comercializaba para complementar la economía doméstica: “Yo nunca había trabajado formalmente en una cocina, trabajé en cocina algunas veces, iba a eventos y ayudaba en cocina, pero no era que yo me encargaba de una cocina y menos de una cocina extranjera” (21/09).

En el geriátrico las jornadas de trabajo comenzaron a ser más largas. Luego de un año renunció y comenzó a trabajar de manera formal como encargada de una panadería algunos días de la semana y, a la par, en trabajo no registrado de limpieza de casas particulares. Un día, ya muy agotada de la doble jornada laboral y luego de trabajar en la panadería, fue a limpiar una de las casas y cuenta que:

Estaba en cuatro patas limpiando un piso de madera, me sentía mal, me dolía la columna, las rodillas, la cabeza. Y dije: “Dios, ¿qué haces tú acá limpiando el piso a otro, Rosa? Tú eres una mujer inteligente, jovial, comunicativa, alegre, tienes tanto conocimiento”. Me levanté llorando, respiré profundo, agradecí el momento, esperé a la arquitecta (jefa) y le dije: “gracias por haberme contratado, ya no regreso” (21/09).

Jenny cuenta que al llegar a Córdoba comenzó a entregar resúmenes curriculares en espacios laborales de gastronomía. En más de una oportunidad Jenny ha sentido que su capital cultural es diferenciable entre su lugar de origen y de destino, ya que, aun teniendo amplia formación y experiencia en producción industrial en el rubro de la pastelería, al presentarse en procesos de selección de personal del sector en Córdoba, esa trayectoria en la que acumuló saberes, legitimidad y cargos de jerarquía en Venezuela, era subvalorado o descartado en los lugares en los que se presentó para acceder a algún trabajo. Y es que, si el capital cultural de una persona es deslegitimado, entonces éste no puede ser comercializado como un activo, no puede ser capitalizado (aunque puede conservar significado y valor para el individuo) y su poder es limitado (Skeggs, 2019) en tanto es situado.

El primer lugar a donde entro (sucursal de una cadena conocida de pastelería) entrego mi resumen curricular y el tipo (varón) se me queda mirando, me mira de arriba abajo, y me dice: “lo que pasa es que aquí aceptamos puras personas estudiantes, tienes que tener un título en pastelería para poder trabajar aquí.” Yo me le quedo mirando y le digo “sí, pero es que mis cursos son de Venezuela, pero te los puedo traer”. Me miró otra vez de arriba a abajo y me dijo: “No, es que tiene que ser de aquí”. “Ah, okey gracias”, me di vuelta y me fui (20/10).

Al poco tiempo consiguió trabajo informal de mesera en un restaurante y luego tuvo otras experiencias laborales en el sector de servicios gastronómicos. Todas fueron informales y en alta precariedad, en cuanto a la extensión de las jornadas y la subremuneración. Recuerda que en uno de los trabajos en el que fue contratada para encargarse del área de repostería, al llegar al primer día se dio cuenta que debía, también, hacer de mesera, preparar los pedidos de delivery, estar en la caja para cobrar, limpiar los baños, la cocina.

Me ofrecieron 50 pesos la hora, como eran ocho horas pensé que era una buena oferta, sumaba horas que necesitaba y aprendía más de repostería argentina, luego, cuando vi lo que era y que eran hasta doce horas diarias o más sin pago extra, me di cuenta de que era muy poco, un engaño (20/10).

Después de la pandemia comenzó a trabajar en la fábrica de una reconocida cadena de pastelerías. Consideró que esa experiencia laboral -aunque precarizada- además de garantizarle una remuneración semanal por horas trabajadas, era un escalón en su estrategia de “superación”, ya que aspiraba a convertirse en la encargada de la fábrica, ser la mano derecha de la dueña, o, en su defecto, constituir un proyecto productivo propio en pastelería al sumar los conocimientos y aprendizajes prácticos en pastelería argentina. Su objetivo era enriquecer su capital cultural y, en consecuencia -para ella-en lo próximo, el económico y social.

Cuando yo entré a esa fábrica fue con un objetivo, de aprender lo más que pudiera, ¿verdad?, yo era la que cuando no tenía nada que hornear me metía en masa: “¿te ayudo? epa, ¿te peso el pan?” Luego iba a batido “¿en qué te puedo ayudar?” Empezaron a darse cuenta de que yo era la que podían meter en todos lados. Pensaba: “calma, calma que yo no me voy a quedar aquí mucho tiempo, o sea yo necesito aprender muchas cosas que me hacen falta”. En todo lo que es postres, Argentina es muy diferente a la pastelería venezolana. Aprendí a trabajar con rapidez, o sea montarte 120 tortas en 35 minutos. Aprendí muchas cosas importantes que yo necesitaba (20/10).

Susan Ferguson (2020) sostiene que la reproducción social en el sistema capitalista no sólo distingue las diferencias biológicas de los cuerpos, sino que también los ubica espacial y socialmente en relaciones jerárquicas que “crean oportunidades para el abaratamiento sistémico de algunas vidas” (p. 27) a través de regímenes de migración dentro de las naciones o en las fronteras internacionales. En este mapa los aportes de la perspectiva interseccional pueden ayudar a desentramar la unidad de un todo social diverso y complejo (Ferguson, 2016) y acercarnos a una lectura situada de las formas de dominación imbricadas en las experiencias ―en nuestro caso― de las mujeres migrantes venezolanas en Córdoba, para preguntarnos por las desigualdades concretas, múltiples e interdependientes (Viveros, 2016) y recuperar las estrategias de agencia que crean para afrontarlas.

Viveros (2023) plantea que no existe una experiencia unificada o una experiencia “verdadera” de la desigualdad. Lo que sí, explica la autora, es que, según el tiempo, el espacio y el lugar, las personas se enfrentan a la opresión y formas de dominación donde ciertas categorías y estatus cobran más o menos relevancia generando jerarquías más o menos inestables y precarias.

Anthias, recuperado por Viveros (2023) propone el uso de la interseccionalidad para pensar la complejidad de la dominación como un sistema multinivel, con reciprocidades entre estructuras (económicas y políticas) y procesos (relaciones sociales, discursos y representaciones). Analizar las desigualdades, entonces, debe considerar, necesariamente, tanto el nivel microsocial de los individuos como el macrosocial de las estructuras, dado que el género, la raza y la clase son principios organizadores tanto de la identidad social como de la estructura social.

En las migraciones internacionales, las clasificaciones de género, clase, origen nacional, raza, etnicidad, edad, condición migratoria y religión influyen de manera determinante en el acceso de las personas migrantes a derechos y oportunidades, así como en las situaciones de privilegio o de exclusión que se derivan de estos ordenamientos (Viveros, 2016).

En los relatos de Jenny las intersecciones de género, edad, nacionalidad y situación migratoria se expresan condiciones de explotación y precariedad laboral en actividades inestables, mal pagadas e informales (Magliano, 2015). Algunas de éstas se manifiestan en ciertas formas de maltrato laboral y en recurrentes situaciones en las que sus saberes previos adquiridos en su país de origen no eran reconocidos por sus empleadores:

Todo lo que sabía y tuve que empezar de cero en todas partes; [... ] en el trabajo de mesera me gritaban y sé que era porque yo sabía más que la dueña en todo lo referido a cocina y atención al público en un restaurante. Yo iba al turno de medio día y otra venezolana al de la noche, les gustaban las migrantes porque claro es la persona que puedes manejar como tú quieras, puedes pagarle lo que tú quieras [... ] yo no tenía papeles (documentación migratoria) en ese momento, estaba sacándolos y necesitaba el dinero para hacerlo (05/10).

Agrega que la edad jugó un papel central en prejuicios que la desafiaron a desmontarlos:

Muchos amigos se fueron, de un personal de 32 personas (la mayoría de nacionalidad haitiana y varones) quedamos cuatro haciendo el trabajo de 32, mucha explotación (en el contexto de la pandemia) [... ] Nadie apostaba por mí. De hecho, como era la más mayor de todos los que trabajaban en la fábrica, decían que por mi edad no iba a aguantar. Me daban un mes, cuando mucho. Y además de que aguanté, demostré que podía encargarme de las distintas estaciones de la cocina (05/10).

Las tácticas se presentan como ciertas formas de manipulación constante de los acontecimientos para transformarlos en oportunidades (Skeggs, 2019), éstas les ayudan a sostenerse en sus empleos, aunque también -en su lectura- estas experiencias están enmarcadas en una estrategia de agencia10 para, en el mediano plazo, construir sus proyectos de emprendedurismo11, horizonte que matizan pues reconocen que éstos implican permanecer en situación de inestabilidad económica.

Soy lo que se dice emprendedora. Antes que trabajar mal para otro prefiero hacerlo en casa, ser mi propia jefa, aunque a veces me quiera botar (Rosa, 21/09).

No es fácil, todo depende de mí. Si no trabajo no gano, pero mientras pueda no voy a trabajar de cualquier cosa, no me lo permito. Esto es lo que yo decidí para mi vida: mi proyecto de pastelería. [... ]. Agradezco que tengo una pareja que me apoya, que se ha bancado estos meses duros conmigo (Jenny, 20/10).

Las experiencias y las formas de subjetivación de las personas migrantes nos permiten identificar las maneras en las que el sistema de opresión atraviesa los cuerpos de los sujetos, cuerpos que experimentan posicionalidades y jerarquías en contextos movedizos en sus dimensiones políticas, socioculturales, jurídicas, económicas y en las dinámicas territoriales; cuya primera condición es la ajenidad, y luego; la encarnación de relaciones de poder que condicionan la vida cotidiana (Viveros, 2023). En los relatos de las mujeres que acompañan este texto, aparece la cocina industrial de contextos laborales en el país de origen y de destino como un lugar donde han vivido situaciones de desigualdad y precariedad y, es también en éstas, donde han agenciado condiciones de posibilidad para la existencia. Ellas dan cuenta de lo transitorio que es su paso por esos trabajos formales e informales y también de las formas cómo las desigualdades interseccionales las han expulsado del mercado laboral. Jenny reflexiona que:

A la mujer en la cocina se relega, se hace a un lado, se hace inferior, pero por experiencia propia, la mujer en la cocina es una dura, a veces es mucho mejor que un hombre, somos más organizadas, más limpias, estamos más pendientes de los detalles. No digo que un hombre no lo sea, pero la mujer tiene ese extra (20/10).

Garazi (2019) plantea que la cocina industrial y productiva es aquella que funciona como cadena de producción en el ámbito de lo público, un espacio en el que se reactualiza la división sexual del trabajo en cuanto a la “oposición domesticidad femenina versus productividad masculina, propia de la modernidad” (p. 113), donde se manifiestan desigualdades de género en el sector. Cocinar aparece como un trabajo femenino reproductivo, remunerado o no y, a la vez, como una profesión masculina que en el ámbito de lo público y productivo ubica a los varones en puestos de mayor jerarquía en los que despliegan sus conocimientos, la fuerza física y la voz de mando. Jenny, en los relatos de sus experiencias laborales en Argentina, da cuenta de situaciones en las que sintió que debía demostrar que era capaz de lidiar con exigencias y condiciones de trabajo extenuantes que probaran su fortaleza en comparación con varones o personas más jóvenes. También lo refiere así en su experiencia en cocina en Venezuela:

Yo era la única mujer del área de cocina, eran trece hombres. Creían que no iba a poder, me daban los trabajos más duros para ver si aguantaba. Me hicieron muchas maldades por ser la única mujer. Les demostré que podía, quitándoles un poco la mentalidad de que por ser mujer no podía hacer las mismas cosas que ellos, y resulta que siendo mujer lo hacía mejor que ellos, y eso se empezó a notar, y empecé a ganarme el respeto que tanto me costó. Me vi muchas veces diciendo groserías, gritar cuando estaba al mando, me tocó ser un hombre más en la cocina. [... ] Es gratificante [... ] Me los fui ganando poco a poco hasta llegar, en poco tiempo, a ser la pastelera al mando de toda la cocina. Tengo voz de líder en mis trabajos (05/10).

Resulta significativa la interpretación que Jenny hace acerca de las “pruebas” que tuvo que “superar” para alcanzar respetabilidad por parte de sus compañeros varones en la cocina, en la que no sólo ponía en juego sus conocimientos y capacidad práctica, sino también la fuerza corporal y formas de expresividad consideradas como masculinas para mostrar autoridad y jerarquía.

La trama de la reproducción social entre la cocina doméstica y la feria popular

Como hemos mencionado antes, las experiencias laborales -formales e informales- de estas mujeres en el sector de servicios de gastronomía han sido caldo de cultivo para hacer de sus cocinas domésticas unidades de producción. En este apartado se propone recuperar lo doméstico como campo político que implica desigualdad, porque incluye las actividades que hacen al sostenimiento de la vida, así como las condiciones y los sujetos que deben hacerlas. Implica, además, la circulación de afectos, dinero y la superposición de vínculos contractuales y de dependencia, en donde se producen y reproducen asimetrías e identidades sociales (Pérez, 2021), dado que “lo doméstico está regido por el dar a los otros: en lugar de un tiempo propio se trata de tiempo dedicado a otros” (p. 2).

En el trabajo de campo la cocina doméstica aparece como una trama que anuda espacios, relaciones, quehaceres, metodologías y saberes. Para Jenny, Rosa y otras mujeres que he entrevistado, la cocina representa múltiples sentidos. En sus narrativas aparecen con énfasis dos ideas: por un lado, ésta ha sido un lugar de reconstrucción subjetiva y material luego de encarnar situaciones de precariedad y explotación en trabajos informales mayoritariamente vinculados al sector de servicios gastronómicos. Por otro lado, ha significado la posibilidad de “resolver” la economía familiar en el lugar de destino y de enviar remesas a aquellos que se encuentran en su país de origen.

Cavallero y Gago (2022), recuperando los aportes de la Campaña por el salario doméstico de la década de los 70, plantean las complejidades de la casa-fábrica dando cuenta de: “una espacialidad productiva-reproductiva que funciona puertas adentro y todos los días de la semana sin límite horario, reeditando a su vez formas históricas del trabajo a domicilio” (p. 26). En este sentido, resulta fértil recuperar la discusión de la “domesticidad” para poner de relieve la convergencia de múltiples prácticas y discursos, y formas de problematización que ponen en tensión espacios sociales y tareas específicas como propias de lo “doméstico” (Aguilar, 2014). Es así como siguiendo a Cavallero y Gago (2022), se pone de manifiesto que el ámbito doméstico está hiperexplotado por las lógicas del capitalismo expresadas en trabajos informales, precarizados, endeudamiento de las familias, pluriempleo y múltiples jornadas laborales, ya no secuenciales, sino simultáneas. Siendo éste un ámbito de encierro bautizado como “privado” que históricamente ha secuestrado la capacidad de liderazgo gremial y político (Federici, 2016), las experiencias de las mujeres venezolanas que he entrevistado ponen en tensión este encierro y despliegan formas de agencia para hacerse un lugar en el entramado de las ferias de la economía popular de la ciudad de Córdoba.

En los relatos aspiracionales de Jenny y Rosa el hogar-taller (Aguilar, 2013) es una etapa, “un mientras tanto”, para lograr mejores condiciones de existencia.

Yo tengo un sueño, quiero mi panadería, siempre la he querido y en eso estoy trabajando [... ] Me gusta trabajar así, me siento feliz cuando estoy en mi cocina. A veces amanezco cocinando, pero es porque quiero, creo que no hay mayor satisfacción que hacer las cosas por y para ti (Jenny, 20/10).

Desde sus cocinas hacen planificación semanal para optimizar recursos para la producción (insumos, tiempo, dinero, servicios, materiales), además de pensar qué implementos necesitan y pueden comprar progresivamente para mejorar la capacidad productiva actual, generan su estética de presentación, arman sus cronogramas de producción y comercialización, llegan al lugar y entre mesones y manteles, colocan su producción. Los saberes asociados a lo que puede considerarse “estudio de mercado”12 aparecen según la feria para las que producen: número estimado de personas que suelen asistir, sabores y tipos de preparaciones predilectas, estación del año y las condiciones climáticas del día. Al respecto Rosa dice: “yo he visto que esa cultura acá de ferias es muy amplia. A la gente le gusta ir a las ferias a conocer, a comprar, va y come, le gusta pasar un rato diferente” (21/09). Jenny reconstruye sus inicios en las ferias y las decisiones de inversión que va tomando:

Cuando comencé en la feria no tenía nada. A la semana siguiente, ya sabía cómo funcionaba, qué se usaba. Usé la cortina de mi casa como mantel, porque no tenía, me acuerdo que era negra, no pegaba con nada, pero ahí estaba. La siguiente semana compré un mantel, y la siguiente semana compré dos exhibidores de postre. Y la siguiente semana compré el portarretrato para poner el logo, y mandé a hacer las etiquetas del emprendimiento. Yo tengo mi marca. Tengo la meta de comprarle algo al puesto cada semana, pero trato de no salirme del presupuesto porque si fuese por mí compraría de todo. Trato de no desorganizarme mucho con eso y comprar las cosas que más necesito (05/10).

No es una novedad que, en los momentos históricos de mayores crisis económicas en Argentina y América Latina, la cocina toma un lugar central en la sostenibilidad de la vida. Las comunidades organizadas, de migrantes y nativos, ante las dificultades económicas, han impulsado y gestionado de manera colectiva comedores, ollas populares, entre otros dispositivos, para afrontar la precariedad en común. En el caso de mis interlocutoras, ante los escenarios más dificultosos que imaginaron previos a la migración, o como un ingreso extrafamiliar, vieron en la elaboración de comida uno de los principales oficios en el repertorio de posibilidades. En todos los casos se trajeron de Venezuela algunos de los principales y trasladables implementos de cocina. “Metí en las maletas todas las ollas posibles que pude meter. La gente se ríe cuando digo ‘esto lo traje de Venezuela’” (Rosa, 11/09). “Yo me traje 60 kilos en mi maleta, pero porque tenía que traerme mis herramientas de pastelería” (Jenny, 20/10).

Actualmente, Jenny ofrece dulcería criolla venezolana combinada con sabores o gustos argentinos. En los contextos de precariedad laboral fue adquiriendo y experimentando saberes gastronómicos que, según ella, le dieron el soporte -fundamentalmente- subjetivo para gestar, en 2022, un emprendimiento de dulcería de producción casera, que comercializa a través de ferias de la economía popular en la ciudad y ofrece servicios de mesas de dulces en eventos.

Rosa hace arepas vegetarianas y algunas comidas (menús) saludables y, al igual que Jenny, las vende en distintas ferias de la economía popular (El Aguaducho, Inquilinos), además de la Feria Feminista y la Agroecológica de Córdoba, también en el Mercado de Economía Popular de Alberdi (MEPA), donde semanalmente tiene el compromiso de llevar cierta cantidad de arepas que complementan las distintas propuestas culinarias de ese espacio, cuya gestión es colectiva y sirve de soporte comercial para otros emprendedores, no únicamente gastronómicos. En algunos de esos espacios feriales participa desde el año 2019 y hace parte de las comisiones organizadoras. Además de cocinar, da talleres de cocina, ofrece masajes relajantes, es vendedora de una reconocida marca de productos cosméticos y para el hogar, y agrega que: “todo lo que se me cruce que pueda vender, lo vendo” (Rosa, 21/09).

En sus experiencias y relatos manifiestan dificultades para sostener sus proyectos productivos. En el caso de Rosa, aunque organiza sus tiempos de acuerdo con sus posibilidades, tiene la exigencia de mantener la participación diaria en la grilla de ferias, el mercado y el centro vecinal donde hace vida comunitaria.

El miércoles estoy en la Feria Agroecológica; martes, jueves y sábados llevo comida al MEPA; viernes toca la Feria Vintage, los domingos tengo Feria Aguaducho. Un domingo al mes voy a la Feria Feminista. El único día que descanso, entre comillas, es el lunes, pero hago otros oficios y planifico la semana (21/09).

Jenny plantea dificultades en torno a la economía y las condiciones inciertas en las que se desarrollan las ferias que influyen directamente en la producción y comercialización: “Es difícil, por ejemplo, en invierno ir a trabajar con ese frío espantoso, o que el día esté mal y te quedes con toda la producción, además los materiales que suben todas las semanas. Es algo con lo que estoy batallando” (20/10). Las dos plantean la preocupación de no lograr hacer o vender la producción, pues viven de lo que elaboran cotidianamente.

Las ferias, ¿Una trama de/para la gestión de lo común?

La gestión de lo común implica “la capacidad práctica que tienen las poblaciones para cooperar entre ellas” (Gutiérrez, 2008, p. 35) en favor de la satisfacción de necesidades básicas de la existencia social. Estas necesidades implican bienes y servicios y también afectos y relaciones. “Necesitamos alimentarnos y vestirnos, protegernos del frío y de las enfermedades, estudiar y educarnos, pero también necesitamos cariños y cuidados, aprender a establecer relaciones y vivir en comunidad” (Carrasco, 2006, p. 35. Es así como la interdependencia aparece como condición necesaria para la existencia (Gutiérrez, 2008; Gregorio, 2014). Interdependencia en permanente movimiento entre vínculos, necesidades, posibilidades y formas de agenciamiento -individual y colectivo- de la vida. Expresiones como “estar acompañada, hacer grupo, sentir menos soledad…porque la soledad es lo que nos hace iguales” (Jenny, 20/10), o prácticas en las que “todo el mundo comparte, enseña, sin mezquindad” (Rosa, 21/09), emergen en la conversación. Estas mujeres manifiestan dificultades y limitaciones, pero también la tenaz manera en que la capacidad de cooperación que implica la participación en las ferias genera una trama para enfrentar problemas y necesidades materiales y simbólicas. Además de Rosa y Jenny, otras mujeres venezolanas se han sumado a las variadas ferias de la economía popular en Córdoba -en general- con producción gastronómica. Se fueron conociendo previamente, se abrieron camino unas a otras o se conocieron directamente en el espacio ferial. Al respecto Rosa dice:

Yo llego y es como llegar a mi casa, y eso es lo que me ha hecho quedarme. Llego, me siento, dejo mi puesto, “ya vengo, nos vemos en un rato”, voy para allá, vengo para acá. Ya las que estamos ahí, las más viejas, las más antiguas del Aguaducho, son mi familia, tenemos un grupo aparte y nos reímos de cada cosa (21/09).

Según Gregorio (2014), lo común puede ser comprendido de dos maneras diferentes: “por una parte, como una suma de pequeñas realidades preexistentes que permitiría construir una nueva unidad. Por otra parte, como un proceso en el que entramos en contacto con otros y nos afectamos” (p. 52). Jenny lo expresa de manera clara: “me encanta hablar con el diferente, con los diferentes compañeros que me tocan alrededor a feriar, hablar sobre comida, hablar sobre los lugares de origen de dónde vienen, sobre el clima, hay muchos que me dan recetas argentinas. Es bonito porque después de mucho tiempo me siento menos sola” (20/10).

Se trata de construir entramados de relaciones y procesos de continuidad en los que aparezca y pueda nombrarse la experiencia común “producto de la vida compartida” para imaginarla (Gregorio, 2014). Rosa, a partir de las relaciones que ha tejido en las ferias y en el centro vecinal imagina su futuro, proyecta una idea de vivir junto a otros y otras, de tener una vejez acompañada, intenta pensar en una manera más comunitaria de cuidarse:

Yo sueño con poder vivir en una casa de esas grandes, que llaman chorizo, de muchas habitaciones. Que la compremos entre varios, donde podamos vivir personas adultas y nos podamos acompañar en la vida, tener nuestra propia huerta, nuestro salón de capacitación, un consultorio, no un geriátrico. Sería como una vecindad y que cuando estemos más viejos, si alguno se cae, por lo menos que alguno tenga más fuerza de oprimir el teléfono y llamar a la ambulancia. Estar con gente que sientas que sea tu familia, donde compartamos, hablemos. Cada gente a su espacio, pero bien contenidos (Rosa, 21/09).

Las ferias de la economía popular en las que participan las mujeres que acompañan este artículo, son espacios autogestionados en los que se encarna la interdependencia de los vínculos y de los procesos que la hacen posible cada semana. Es la cocina-fábrica de sus hogares una de las distintas unidades de producción que al agruparse junto a otras generan cierta unidad contingente para procurar la subsistencia.

Para Rosa reconocerse como mujer migrante inmersa en múltiples y vinculantes espacios organizativos restituye parte de su trayectoria de educadora comunitaria en Venezuela, en tanto también ejerce responsabilidad política y comunitaria en el centro vecinal, sumado a las ferias de la economía popular. Se considera militante de una organización política vecinal en la que impulsa una comisión sobre migración, con la intención de “brindar apoyo y contención a las personas migrantes que lleguen al Barrio Alberdi. Queremos hacer enlaces con el equipo de migraciones para lo que es la documentación. Además, celebrar las fiestas patrias de las distintas culturas” (21/09). Rosa no militaba en ninguna organización política o social en Venezuela, aunque valora su trabajo como maestra rural por ser una labor comunitaria y política:

En las escuelas rurales vivimos, trabajamos y respiramos para la comunidad, uno vive llevando cosas para que la gente viva mejor o darles un poquito de ayuda, ese era mi trabajo. Acá es lo mismo, pero con los migrantes, o con las personas que nos encontramos en el camino y que necesitan apoyo. “Necesito hacerme unos estudios médicos y no sé dónde, véngase para el centro vecinal” (21/09).

La experiencia común de la precariedad habilita, tensiona y moviliza. Las estrategias para reproducir la vida desplegadas por Jenny y Rosa nos permiten registrar la dimensión práctica de hacer malabarismos (contextuales, precarios, tangibles e intangibles), de tejer relaciones sociales cruciales en tiempos de necesidad (Narotzky y Besnier, 2020) y construir infraestructuras comunes para garantizar la existencia.

Un cierre para otros posibles anudamientos

Narrar las experiencias migratorias y de vida de Rosa y Jenny, en toda su complejidad y singularidad, otorgan cuerpo y voz a las maneras como las mujeres migrantes experimentan las desigualdades y afrontan dificultades comunes en condiciones de precariedad e incertidumbre. La migración venezolana, además de ser un proceso reciente de grandes magnitudes, resulta de interés en su inserción en las transformaciones de los circuitos y dinámicas migratorias más actuales. En este sentido, además de preguntarnos por las características de los sujetos que migran, y en particular de las mujeres de esta nacionalidad, se precisa saber cómo viven y de qué manera logran sostenerse en los lugares de destino; leer las intersecciones que habilitan y condicionan ciertas vivencias; e identificar en la heterogeneidad de las experiencias formas comunes de vivir.

La subcontratación, el poco reconocimiento de sus trayectorias profesionales, la cantidad de horas trabajadas y el empleo informal sin contrato legal dan cuenta de un mercado laboral profundamente desigual para las mayorías y en particular para las poblaciones migrantes. La idea de verse como emprendedoras insertas en las tramas de las economías populares ha revitalizado sus estrategias para reproducir la vida. El tejido de relaciones y circuitos de comercialización, el intercambio y la cooperación para producir, el préstamo de equipamiento y recursos entre feriantes y la continua búsqueda por aprender sobre sabores y gestión; son parte del repertorio de prácticas que hoy da sentido y sostén a lo que, precaria y decididamente, hacen entre sus cocinas y las ferias populares.

“Resolver la vida” las trasladó físicamente desde sus lugares de origen hasta Córdoba, y en ese movimiento también desde trabajos no registrados a sus cocinas domésticas, a hacerse un lugar en espacios de las economías populares. “Resolver la vida” en contexto de migración ha transformado sus miradas sobre el mundo, los sentidos de sus quehaceres pasados y actuales, y sus proyecciones de futuro entre la vivencia de la crisis, las estrategias posibles para la reproducción de la vida y las expectativas por un porvenir vivible (Narotzky y Besnier, 2020; Fernández Álvarez y Perelman, 2020).

Agradecimientos

A Rosa y Jenny por abrirme el campo, no sólo de investigación, sino el de las preguntas y la experiencia migrante que nos habita. Por la sensibilidad, por sabernos entre comunes.

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1Recuperado de los datos de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela y Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR): https://rmrp.r4v.info/rmna/. Consultado el 19 de marzo de 2023.

2https://www.lavoz.com.ar/ciudadanos/migrantes-cordoba-un-destino-clave-de-ingenieros-venezolanos/. Consultado el 2 de febrero de 2022.

3Primera Encuesta Nacional Migrante de Argentina (2020).

4Se modificaron los nombres de las interlocutoras para preservar su anonimato.

5“El resuelve” es una expresión venezolana usada para referirse a actividades productivas o reproductivas de sostenimiento de la vida, muchas veces transitorias. También sugiere relaciones o vínculos sexo-afectivos provisionales.

6Feria de El Aguaducho, Feria Inquilina, Feria Agroecológica de Córdoba, Feria Feministas Trabajando CBA.

7Las entrevistas a Rosa y Jenny se realizaron en el año 2022

8Valencia es la capital del estado Carabobo, ubicado en la región centro occidental de la República Bolivariana de Venezuela.

9Maracucho o maracucha es una expresión coloquial para referirse a las personas nacidas en Maracaibo, estado Zulia; zona occidental del país, cercana a la frontera con Colombia. En el imaginario social se sostiene que son personas muy extrovertidas.

10Aportes de De Certau retomados por Beverley Skeggs (2019)

11Dado que no es objetivo de este texto problematizar en los debates acerca de los significados e implicancias del “emprendedurismo”, sí conviene explicitar que nuestras interlocutoras se reconocen como tal, planteando tensiones entre la incertidumbre económica actual dada la pequeña escala de su producción, así como la idea de un horizonte de posibilidad de crecimiento económico. Sentirse emprendedoras ha sido el impulso para sumarse a espacios de la economía popular.

12Tomamos “estudio de mercado” como una metodología relacionada con la lógica emprendedora, usada para identificar la posible viabilidad comercial y económica de una idea, un producto o un servicio.

CÓMO CITAR: Alves, Marianny. (2024) Chama, ¿cómo haces tú para vivir aquí? Trabajo, reproducción de la vida y tramas de lo común en la experiencia de mujeres venezolanas en Córdoba, Argentina. Revista Interdisciplinaria de Estudios de Género de El Colegio de México, 10, e1045. doi: http://dx.doi.org/10.24201/reg.v10i1.1045

Recibido: 27 de Marzo de 2023; Aprobado: 19 de Marzo de 2024; Publicado: 27 de Abril de 2024

Johanna Marianny Alves Quintana

Es venezolana residenciada en Argentina. Licenciada en Educación y doctoranda en Estudios de Género en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Córdoba. Diplomada en Género e Intervención Social por la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela y en Economías Populares y Feministas por CLACSO. Docente de Nivel Superior del Centro de Estudios e Investigaciones en Música de Córdoba. Actualmente es Becaria del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas de la República Argentina con lugar de trabajo en el Centro de Estudios de Cultura y Sociedad (CONICET-CIECS), allí integra los programas de investigación “Migraciones y espacio urbano” y “Migraciones, políticas y desigualdades”. En la actualidad aborda las estrategias de sostenibilidad de la vida que despliegan mujeres migrantes, su inserción en el mundo laboral y su participación en las economías populares urbanas. En Venezuela ha dirigido y coordinado políticas públicas en producción popular de conocimientos desde instituciones gubernamentales de Ciencia y Tecnología. Es cocreadora del Grupo de trabajo Códigos Libres dedicado al estudio de experiencias de comunalidad: http://www.comunalizarelpoder.com.ve.

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