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Historia mexicana

versão On-line ISSN 2448-6531versão impressa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.72 no.4 Ciudad de México Abr./Jun. 2023  Epub 08-Maio-2023

https://doi.org/10.24201/hm.v72i4.4263 

Reseñas

Sobre Miguel Ángel González Quiroga, War and Peace on the Rio Grande Frontier, 1830-1880

Octavio Herrera1 

1Universidad Autónoma de Tamaulipas

González Quiroga, Miguel Ángel. War and Peace on the Rio Grande Frontier, 1830-1880. Norman: University of Oklahoma Press, 2020. 487p. ISBN: 978-080-616-498-4.


Apenas se disipó la pólvora de la guerra de intervención estadounidense sobre México, se produjeron extensos relatos sobre estos dramáticos acontecimientos, lo que consolidó desde ese momento una vertiente historiográfica testimonial en detalle sobre aquel conflicto injusto, lo que ya había comenzado con el dilema y frustración por la independencia de Texas (Tornel, 1837; Urrea, 1838; Filisola, 1848-1849), y con mayor razón por la pérdida de la mitad del territorio nacional (Alcaraz et al., 1848; Roa Bárcena, 1883). Tal desgarradura se convirtió en una especie de lápida que apostó a la épica y la gloria, pero a la vez al olvido, sobre aquellos acontecimientos dolorosos en el acontecer del país (Riva Palacio, 1882; Sierra, 1900).

Más tarde vendría una corriente enfocada en la historia de las relaciones entre México y Estados Unidos (Carreño,1961; Bosch García, 1961; Zorrilla, 1965; García Cantú, 1971; Vázquez y Meyer, 1982) donde el tema de la frontera es un ingrediente entre los múltiples intereses en juego, y si bien se le prestó atención a esta región durante la periodización decimonónica por el problema del filibusterismo o las incursiones de los indios de las praderas, la narrativa diplomática siguió su curso, en tanto que un autor trató de precisar esta temática con dedicatoria en la frontera norte, pero no se apartó del formato del conflicto derivado con el país vecino y de su vínculo con las relaciones diplomáticas entre ambos (Sepúlveda, 1976). De ahí que tenga mucho sentido el libro que ahora se reseña, especialmente por tratarse de un trabajo que reúne una larga experiencia de investigación, un perfecto conocimiento del territorio binacional en estudio, además de brindar un enfoque por demás novedoso y necesario para analizar el proceso de conformación de la frontera, donde sin eludir las expresiones del conflicto, se pone de manifiesto el entretejido de múltiples redes de interacción y beneficios compartidos entre las sociedades mexicana y texano-estadounidense fronterizas, incluso a contracorriente en repetidas circunstancias, de las políticas generales que pretendían imponer ambos Estados nacionales en sus respectivas fronteras.

Por considerar necesario comprender el origen, motivaciones y alcance de esta obra, es conveniente mostrar algunos trazos del perfil profesional de su autor, Miguel Ángel González Quiroga, un dedicado profesor que con su esfuerzo contribuyó decididamente al fortalecimiento y prestigio de los estudios históricos en la Universidad Autónoma de Nuevo León, donde ha cumplido su ciclo académico, para dedicarse con ahínco en los últimos años a dar forma y estructura al presente libro. El interés por el pasado del noreste y la frontera México-Estados Unidos se arraiga en su dedicado quehacer de indagar el pasado de este espacio regional, bajo una perspectiva que le resulta conocida y hasta con referentes en su propia sensibilidad personal, al compartir la nacionalidad de ambos países y haber servido en el cuerpo de marines de Estados Unidos en el histórico conflicto de Vietnam. Realizó estudios de historia en la Universidad de Houston, Texas, y después concluyó una maestría en historia de América Latina en la Universidad de las Américas de Puebla. Y aunque no continuó con la formalidad de un programa de doctorado, la solidez de los resultados de su trabajo como historiador están más que sobrados para ubicarlo con la distinción simbólica de ese rango académico.

Dicho lo anterior y de la lectura de esta obra, es posible seguir las etapas formativas de su autor para la construcción intelectual de un texto elaborado meticulosamente y con una prosa de redacción fina y fluida, cuyo objetivo es plasmar una interpretación de conjunto acerca de la formación y articulación funcional de la frontera entre México y Estados Unidos justo en el espacio geográfico en que se inició y definió inicialmente, que abarca una temporalidad de siete décadas, desde el arribo de los colonos angloamericanos a Texas hasta el fin de las incursiones de los indios de las praderas.

Valga entonces la mención de algunos de los estudios claves pu blica dos por González Quiroga, que muestran el rigor y solidez que los caracteriza y el hilo conductor que lo llevó a culminar el libro que se reseña, que vistos en retrospectiva, comprenderían una secuencia de estudio a lo largo de más de tres décadas. Una primera etapa la podemos encontrar en el enfoque relacionado con el tema de la imprescindible historia económica, cuando en unión con Mario Cerutti dan a conocer un amplio artículo titulado “Guerra y comercio en torno al río Bravo (1855-1867). Línea fronteriza, espacio económico común” (1990), y después, nuevamente juntos dan vida al libro titulado El norte de México y Texas (1999); y de manera individual publica el artículo “La puerta de México: los comerciantes texanos y el noreste mexicano, 1850-1880” (1993). Luego desarrollaría la vertiente del análisis del conflicto bélico en el artículo “Nuevo León durante la independencia de Texas” (2006) y en el libro en coautoría con César Morado Nuevo León ocupado. Aspectos de la guerra México-Estados Unidos (2006). Seguiría abundando González Quiroga con trabajos dedicados a la historia social en el artículo “Trabajadores mexicanos en Texas, 1850-1865” (1994), en la coedición y preparación de libro Veinte años entre mexicanos. Relato de una labor misionera de Melinda Ranckin (2008), y en el extraordinario capítulo “La patria en peligro: Juárez en Monterrey”, en una obra colectiva dedicada al Benemérito de las Américas (2010). Y ya enfilado, con todo el bagaje expuesto, emprendió la concepción de la obra que aquí nos compete al realizar un primer esbozo en el artículo “Conflict and Cooperation in Making of Texas-Mexico Border Society, 1840-1880”, en un libro colectivo publicado en 2010 por la Universidad de Duke, trabajo que ya anunciaba un texto de mayor amplitud; es decir, pasó a una etapa profundamente reflexiva, con la ventaja de disponer del tiempo necesario de maduración una vez cesado el periodo de las aulas y sobre todo al aplicarse a profundizar en una ya de por sí vasta experiencia de conocimiento sobre su temporalidad histórica de interés, ahora con la movilidad y permanencia en los extraordinarios acervos documentales y bibliográficos existentes en Texas, y en especial al realizar una intensa labor de heurística digital, en lo cual González Quiroga se ha convertido en un experto, al beneficiarse del acceso a múltiples fuentes en los portales electrónicos estadounidenses en constante enriquecimiento, como The Portal to Texas History.

Para una comprensión precisa de la tesis general planteada en War and Peace on the Rio Grande Frontier, la obra está acotada en una temporalidad que pone de relieve la génesis, fusión y estabilización de la frontera internacional entre México y Estados Unidos, justamente en el lugar en donde realmente tuvo una viva expresión, el bajo río Bravo, y que se extendió entre 1830 y 1880; aquí se podría hacer una primera observación al autor, que al dar inicio a su narrativa, quedó a deber un preámbulo sobre las antiguas disputas imperiales europeas por el territorio de América del Norte y la justificación expansionista de Estados Unidos sobre el norte de México, que en gran medida actuó como poderoso precedente a todo el acontecer que el autor nos comienza a mostrar, pero sin que esta ausencia reste vigor a la estructura de la obra.

Comienza su historia con la temprana interacción de un grupo de individuos principalmente de procedencia estadounidense -y de europeos llegados bajo la bandera americana- en el tejido social y económico en el norte oriental mexicano desde la década de 1820, que se está abriendo al intercambio mercantil exterior, particularmente a través del puerto de Matamoros. Así se identifica en tal actividad, entre muchos americanos radicados en ese puerto y dedicados al comercio, al más prominente de ellos, Charles Stillman, representante de grandes casas mercantiles de Nueva York y de la costa atlántica de Estados Unidos; o visible en las actividades del británico Reuben Marmaduke Potter y de Joshua Davis, que recorrían el noreste vendiendo mer cancías, o en el bien establecido conglomerado de comerciantes extranjeros radicados en Saltillo, como Leftwich, Thorn, Burnett, Milam, Cameron y Powell; o en los médicos y educadoras estadounidenses que se asentaron en varias ciudades de la región para ejercer su profesión. Y ni qué decir de las familias estadounidenses introducidas por Stephen Austin al territorio de Texas, quien se asume como ciudadano mexicano y llega incluso a redactar un proyecto de Constitución política para la emergente república federal.

Es decir, la colonización angloamericana en Texas y la apertura y compenetración comercial del norte de México propiciaron una situación que mimetizó a los recién llegados con las élites de Béjar, como José Antonio Navarro, al compartir intereses mutuos, y aun de los políticos del estado de Coahuila-Texas, que vieron en este territorio un amplio horizonte de negocios, entre ellos José María y Agustín Viesca, José Francisco Madero y hasta el congresista Miguel Ramos Arizpe y el prominente político mexicano Lorenzo de Zavala; o bien visto en la figura de doña Luz Escalera de León, matriarca del conglomerado familiar de los De León, creadores de la colonia Guadalupe Victoria en el territorio de Texas, donde se pudo mantener hasta que la xenofobia de los colonos les usurpó sus tierras después de 1836, provocando un desencanto entre otros tejanos prominentes, como Juan N. Seguín, ante el descarnado triunfalismo de los texanos independientes, un episodio que no se elude en esta obra. Sin dejar de mencionarse en este sentido al acérrimo abolicionista cuáquero Benjamin Lundy, quien al querer establecer una colonia en Texas se percató de que, tras el movimiento de independencia de los colonos, más que un agravio político padecido de parte de México, estaban los intereses de la esclavitud negra y el cultivo de algodón. Incluso el general Manuel Mier y Terán, comandante de los Estados Internos de Oriente, tuvo que apoyarse en Juan Davis Bradburn, un estadounidense al servicio oficial mexicano en la administración de Texas, en su desesperado intento de retener esta provincia en medio de la continua inestabilidad política que se entronizó en el país, condenando el futuro de ese valioso territorio periférico y marginal.

En el capítulo siguiente, cuya etapa identifica el autor como de conflicto y cooperación y que va de 1836 a 1848, se abordan las tensiones entre la república independiente de Texas y México, con una guerra ininterrumpida y de baja intensidad, pero solo entre aquella entidad y el gobierno central, puesto que los habitantes de la línea del Bravo mantuvieron sus tratos de intercambio comercial con Texas a pesar de las prohibiciones militares vigentes, y ni qué decir de la beligerancia y del apoyo que recibieron allí mismo los rebeldes federalistas del noreste, bajo el liderazgo de Antonio Canales Rosillo, en 1839 y 1840. Y aun en la víspera de la guerra de invasión estadounidense, las tropas americanas fueron avitualladas en Corpus Christi por los habitantes de las villas del norte de Tamaulipas, acostumbradas como estaban a comerciar con Henry Kinney, quien tenía en ese lugar un activo comer cio, con el beneplácito informal de los comandantes del ejército mexicano; proveeduría que siguió durante la ocupación americana. Es decir, los vínculos, intereses, corrupción y convivencia cotidiana entre los habitantes de dos naciones y dos culturas siguió expresando su continuidad en el espacio geográfico real del contacto, más allá de la colisión bélica que involucró a Estados Unidos y México.

El núcleo de la obra en cuestión abarca, en cuatro capítulos, una temporalidad que se extiende desde la definición del río Bravo como frontera internacional en 1848 hasta 1867, cuando triunfa la república en México contra la invasión francesa y el imperio de Maximiliano. El primero de ellos se enfoca en el difícil ajuste inicial fronterizo, en el que la permeabilidad del franqueable lindero fluvial apenas podía representar una barrera, máxime que en los años precedentes ambas márgenes habían sido parte de una sola territorialidad política, Tamaulipas. Fue el momento de la irrupción avasalladora del poder anglo en el nuevo sur de Texas, donde, no obstante, se toleró y hasta incentivó la atracción de población mexicana para la edificación de sus nuevas ciudades, especializadas desde un principio en el comercio, de ahí la avalancha del contrabando que inundó el norte de México.

Incapaz de una solución fiscal integral para la frontera, el gobierno nacional impuso la contención policiaco-militar, provocando una rebelión regional que acabó entremezclándose con los intereses del comercio ilícito y por tanto se desvirtuó, encabezada por dos destacados personajes arquetípicos de este periodo: José María Carvajal y John Salmon Ford. Pero también otros factores caracterizarán la nueva realidad fronteriza, patente en las interacciones sociales y familiares que son tratadas con maestría en este capítulo, en la decisión de Santos Benavides y su clan, residente de la villa de Laredo, que decidirá permanecer bajo la soberanía americana, para después ser un activo militante confederado y más tarde congresista en la legislatura de Texas; o en Henry Clay Davis, un soldado de fortuna que contrajo matrimonio con María Hilaria de la Garza, rica propietaria de Camargo, con quien procreó doce hijos y con quien fundó Rio Grande City.

Y en el plano militar, cuando allende el Bravo estalló la guerra civil y del otro lado la república se enfrentó a una invasión extranjera, cuatro ejércitos pulularon en la región, entretejidos con poderosos intereses comerciales para el financiamiento de las banderías en guerra, saliendo a relucir las negociaciones del gobernador de Nuevo León, Santiago Vidaurri, con el bando confederado, en tanto que el general Mariano Escobedo recibía el favor y sobre todo armas de parte de los comandantes unionistas de la comandancia de Río Grande; y, por su parte, los comerciantes nativos y foráneos hacían su agosto con el comercio algodonero confederado, generando las fortunas de personajes como Francisco Yturria, Patricio Milmo o José de San Román, verdaderos capitanes del comercio fronterizo internacional.

Es en suma una vívida e intensa historia la que engloba el núcleo de esta obra, que tiene a su vez un punto de remanso al abordar una temática que ilustra como ninguna la convivencia y la paz en medio de los torbellinos del conflicto, en la prédica de los misioneros protestantes que comenzaron a penetrar hacia el noreste mexicano, aun antes de la reforma liberal, como se vería con los presbiterianos Daniel Baker y John McCullough, predicando en las villas del norte tamaulipeco, o como lo hará en un contrasentido evangelizador católico, igualmente desde Texas, el extraordinario primer obispo de Galveston y promotor de la restitución del catolicismo en esa entidad, el francés Jean Marie Odin, quien además predicó en las ciudades fronterizas mexicanas, desde Piedras Negras hasta Matamoros, dando pie a la incursión de los padres oblatos, entre los que se distinguió Emmanuel Domenech, quien dejó un valioso testimonio de esta etapa histórica en la frontera.

Culmina el estudio de González Quiroga con dos capítulos, ambos con la misma temporalidad, de 1868 a 1880, cuando ocurrió lo que tipifica como la etapa más violenta en la frontera, para después estabilizarse en una dualidad de odio mutuo y a la vez de armonía. Naturalmente fueron tiempos muy difíciles, sobre todo por el resentimiento de los exconfederados del sur de Texas que, humillados por la derrota, volcaron sus frustraciones hacia la frontera mexicana, al culpar a sus habitantes de todos sus males. Y hubo argumentos para hacerlo, como el abigeato, acusando de este hecho a su viejo enemigo, Juan Nepomuceno Cortina, un antiguo dueño de grandes propiedades en el entorno de Brownsville, ciudad que tomó a saco en 1859 para reivindicar los derechos de los mexicoamericanos, ganando la animadversión eterna de los anglos texanos. Pero a pesar de ello, la impecable indagatoria de la Comisión Pesquisidora de la Frontera Norte puso en claro la causa de esta problemática, impulsada por los ricos terratenientes texanos, como el célebre Richard King, que contrataban vaqueros mexicanos para ir a robar y traer ganado desde el otro lado del río o bien depredar los ranchos de sus connacionales situados en el sur de Texas, para propiciar cambios en la propiedad de la tierra a su favor; una extraordinaria puntualización y esclarecimiento jurídico-diplomático que con sus rigurosas pesquisas desactivó el pretexto de una nueva guerra contra México.

Este periodo también se caracterizó por la violación de la soberanía mexicana por las fuerzas armadas estadounidenses, en un sonado caso de reclamo internacional por la incursión del general Ranald Slidell Mackenzie hasta el interior de Coahuila para ir a reprimir a los indios kikapúes, en tanto que en una trifulca de abigeos el ranger texano Leander H. McNelly fue frenado a balazos en las cercanías de Reynosa tras cruzar el Bravo. Aun así, las élites comerciales del sur de Texas no dejaron de velar por sus intereses ante el futuro destino de México, su mercado natural de negocios y de inversiones; de ahí su apoyo financiero al general Porfirio Díaz cuando se introdujo al país desde territorio texano para movilizar su Plan de Tuxtepec por Tamaulipas y Nuevo León en 1876. Y los vínculos cotidianos del comercio tampoco se detuvieron a pesar de la impugnación a la franquicia mexicana de la zona libre, como tampoco los vínculos e intereses comunes, que no dejaron de entretejerse continuamente desde ambos lados de la frontera. Así quedó de manifiesto en el matrimonio de Petra Vela, una viuda propietaria de Ciudad Mier, con uno de los más poderosos empresarios del sur de Texas, Mifflin Kenedy, quien controlaba en gran medida la navegación del comercio en botes de vapor que surcaban por el Bravo; también se hizo patente en el traslado que hizo Francisco Yturria de sus poderosos intereses comerciales de Matamoros a Brownsville, al ser acusado de colaborador del segundo imperio. O como es visible en el prestigiado cirujano Frank Paschal, cuyo padre administró un hotel en Monterrey durante la guerra civil y él, después de graduado en medicina en su país de origen, decidió ejercer su profesión en Chihuahua, donde fue muy respetado; una entidad que nuestro autor aborda de manera tangencial, al enfocarse a la abrumadora sucesión de acontecimientos ocurridos en la región del bajo Bravo durante la temporalidad de estudio.

Y en efecto, la obra de González Quiroga posee una sorprendente complejidad que revela en un solo texto una nueva visión de la conformación limítrofe entre México y Estados Unidos, bajo un enfoque que pondera la paulatina adaptación que las sociedades, la gente común y los personajes prominentes de ambas naciones debieron asumir en un espacio compartido por tradición, más allá de los conflictos y tensiones inevitables que generó un proceso de tal magnitud entre ambos países. Es de hecho y desde ahora un hito historiográfico para acercarnos al conocimiento de la historia de esta emblemática frontera que sigue siendo hasta el presente una cuestión clave en las relaciones de estas dos naciones, como señaló sorprendido un distinguido historiador estadounidense al leer este libro y otorgarle el mérito de ser un ambicioso proyecto tipo tolstoiano, y de ser hasta ahora el más relevante y novedoso estudio global sobre el siglo XIX en la frontera del Río Grande, algo en lo que yo estoy también de acuerdo.

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