Acaso porque ponía en escena el mismo desgarro que les producía el destierro, muchos exiliados españoles omitieron -en especial durante la primera década de su expatriación- toda referencia al espacio en el que transcurría su vida posterior a la guerra de España. Además, los problemas propios de toda enunciación de una comunidad de refugiados y el intento de no intervenir en las rencillas de los ámbitos culturales en los que, con mayor o menor dificultad, debían participar, pudieron haber limitado las referencias a obras y artistas latinoamericanos. Al menos, éste parece ser el caso de Rafael Dieste.
Hay en él, en principio, una reticencia, una casi constante omisión del territorio en que habita. En parte, esta reticencia parece obedecer a un modo de vivir -de sufrir- el destierro. Al estudiar la persistencia del tema del exilio en la literatura, Claudio Guillén ha filiado esta forma de padecerlo en un autor tan lejano temporalmente como Ovidio. Según Guillén (1998, p. 30), hay dos maneras de valorar el exilio (dos “polos”, dice): la “plutarquiana”, aquella propia de los “transterrados”, y la opuesta, que padece la pérdida y sufre la distancia como una mutilación. Dieste representa, sin lugar a dudas, esta segunda manera, “ovidiana”, de sufrir el destierro. De entre los muchos textos suyos que contribuirían a demostrarlo, puede citarse el pasaje de una carta en la que, el 18 de enero de 1948, Dieste describía a su amigo gallego Alberto Fernández la nostalgia de su tierra:
Por momentos el recuerdo adquiere una lejanía espléndida, pero inquietante, mitológica. Confundo a Pasmita -un marinero de Rianjo- con Hércules, al Barbanza con el Olimpo, las naves fenicias con las de Muros… Es encantador, sí, pero terrible. Quiero tocar de veras ese Olimpo, flotar en esas naves, reconocer el suelo firme originario de mis fantasías1.
Así pues, hay en Dieste una tendencia a rememorar la patria perdida y a “no ver”, o no querer ver, un domicilio que siempre pretendió pensar como provisorio. Pero, al mismo tiempo, no habría que desatender la incidencia que pudieran tener factores propios de la compleja situación de los refugiados en su lugar de residencia. Esos factores, entre los que debe contarse la precariedad laboral, las dificultades para regularizar su documentación, el peso que el discurso nacionalista tenía por aquellos años, el simple desinterés por asuntos que se verían como ajenos debido a la expectativa de un regreso inmediato a la Península, sin duda dificultaban la intervención de los desterrados en cuestiones políticas o estéticas que se discutían en los países de recepción.
El silencio de Dieste sobre la Argentina no ha dejado testimonio público de los conflictos a los que se enfrentó, pero José Otero Espasandín, algunos años después de la muerte de su amigo, recopiló relatos y episodios que lo tuvieron como protagonista o narrador; entre ellos, se encuentra una pequeña anécdota -ocurrida en la época en que Dieste y su esposa, Carmen Muñoz, trabajaban en Editorial Atlántida- que muestra con claridad el tipo de inconvenientes que se les presentaban a los exiliados. Cuenta que entre las cartas que recibían en la editorial reclamando por erratas o presuntos errores, llegó una que “era distinta”:
Estaba firmada por un joven quejoso de la “avalancha” de escritores “extranjeros” que aparecían y hasta “campeaban” en los catálogos de los libros publicados en el “país”. Los tales escritores se habían “infiltrado” en diarios, revistas y editoriales, y “acaparaban” los puestos privilegiados en “detrimento” de los “valores nacionales” que aspiraban a acreditar sus talentos. Y por este camino, tan socorrido, el autor de la carta aquella daba vueltas y revueltas hasta morderse la cola repetidas veces. Su “misiva” había sido traída allí para que se viese el “sentimiento” de la juventud rioplatense y se “advirtiese” la generosidad del país respecto de los refugiados políticos procedentes de la “caduca Europa”, tan propensa a devorar a sus propios hijos.
La reacción de Dieste al leer la carta se puede imaginar. Carta escrita con los pies por un resentido incompetente. Y al notar Carmen que el ánimo de Rafael tomaba un cariz desmedido, le advirtió:
-No lo tomes tan en serio. El mismo autor confiesa que “sólo” tiene veintitrés años. Y la respuesta de Rafael fue fulminante, como era su estilo en tales casos:
-Ahí está lo grave del asunto. ¡Ese “joven” petulante nunca podrá alcanzar, por lo menos, los catorce!…2
La anécdota pinta a las claras el tipo de animadversión que pudo haber incidido para que los exiliados -al menos muchos de ellos- prefirieran no intervenir de manera demasiado visible en un ámbito cultural que sentían -que de hecho a veces les era- ajeno y reticente. Apenas es posible rastrear, en el discurso privado, alguna subrepticia alusión a los conflictos que dificultaron su labor en el exilio. En una carta de finales de 1939 -es decir, anterior a su ingreso en la Editorial Atlántida, que se produjo a principios de 1940-, Dieste escribe a Juan Marinello pidiéndole ayuda para su amigo Mariano Gómez, que se encontraba en Trujillo (Santo Domingo), pero antes resume sus “últimas andanzas” y alude a la “discreción” -que entrecomilla, dejando en claro el eufemismo, y que, más aún, adjetiva como “abrumadora”- a que está obligado, al punto de que llega a lamentar la elección del país de refugio:
Querido amigo: Antes que nada un saludo y una brevísima noticia de mis últimas andanzas. Después de salir de España con los últimos contingentes del Ejército del Este y de una temporada en Francia, distribuida entre el campo de concentración de Saint Cyprien y la casa del magnífico Richard Bloch, en La Merigotte (Poitiers), pasando por Holanda y merced a unos trucos diplomáticos demasiado sutiles para explicar rápidamente, fui a parar a Montevideo donde tengo hermanos -acaso usted conoce a Eduardo como escritor y amigo de la República española- y de allí no me fue difícil pasar a Buenos Aires. Aquí he sido muy bien acogido por las gentes de izquierda y, a cambio de someterme a una “discreción” abrumadora, se me tolera en el país. Muchas veces he lamentado ya no haber seguido el rumbo de mis compañeros de Hora de España, yendo a Méjico desde donde me habían invitado con todos ellos. Vine aquí atraído por viejas amistades y lazos familiares, y también porque me pareció que podría ser útil nuestra distribución. Estoy en relación con aquellos camaradas de letras y de espíritu y acaso podamos consolidar un “eje” Norte-Sur. Supongo que continuarán ahí, en La Habana, Manolo Altolaguirre y Concha Méndez. ¿Querrá usted saludarlos cordialmente en mi nombre?3
Así, como alguien que es “tolerado” a cambio de estar sometido a una “discreción abrumadora”, pinta Dieste su situación al terminar 1939. La inestabilidad de los primeros tiempos como exiliado, el aprendizaje sobre las dificultades para insertarse en un campo cultural parecen haber dejado huella profunda en sus escritos públicos, silenciándolo en torno a cuestiones hispanoamericanas (desde luego, en torno a cuestiones políticas, pero también culturales).
Por lo demás, las gestiones de socorro a su amigo Mariano Gómez, que motivan la carta4, son realizadas, según anuncia a su corresponsal, al unísono con Cayetano Córdova Iturburu. El hecho es importante, pues muestra el vínculo de Dieste con un miembro de la AIAPE argentina. La Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores había sido fundada el 28 de julio de 1935 y contó, durante toda su existencia, con la participación de Córdova Iturburu, quien entre 1937 y 1942 fue secretario de la Comisión Directiva5.
Los problemas, las tensiones -tanto culturales como económicas- surgen o, al menos, pueden entreverse, entonces, en las cartas privadas. Las expectativas laborales, tanto como sus primeros trabajos, en relación con el mundo de la plástica, aparecen muy tempranamente. El 27 de junio de 1939, desde Montevideo, Rafael Dieste escribe a Antonio Sánchez Barbudo:
Estoy todavía en Montevideo esperando a completar documentos seguros para ir a Buenos Aires. Acaso estaré allí cuando recibas esta carta, pues ahora el asunto va deprisa. Aquí me han acogido con gran respeto y cordialidad, crecida luego por el efecto de una conferencia que di en Amigos del Arte, con motivo de una exposición de Colmeiro… De Buenos Aires ha venido a verme Amado Villar, y por él sé que allí me esperan con el más vivo espíritu de solidaridad con los jóvenes escritores. Podré colaborar en periódicos importantes, editar libros, dar cursos de conferencias retribuidas, etc. (R. Dieste 1995, t. 5, p. 150).
Esas expectativas, no obstante, eran quizá demasiado optimistas. El 21 de julio de 1939, ya en Buenos Aires, escribe a Enrique, su hermano mayor, haciendo referencia a la filial uruguaya de AIAPE -muy vinculada a su equivalente argentino6- y a Juvenal Ortiz Saralegui, su secretario general desde 1935, que será futuro colaborador ocasional de Pensamiento Español:
La carta que te envío a máquina es para que puedas leerla a Saralegui o a los amigos de la AIAPE a quien haya que comunicar mi decisión de aceptar su ofrecimiento.
He medido la situación económica de Antonio [Baltar], vuestra y mía; hemos hecho, además, consejo de familia Antonio, Mireya, Carmen y yo, y nos ha parecido que sería casi inmoral por mi parte rechazar una ayuda tan necesaria y que se me ofrece con tan evidente estimación.
El dinero ha sido recaudado para proteger en el destierro a los escritores españoles que han procurado comportarse lo mejor posible como ciudadanos. Es pues un dinero limpio (R. Dieste 1995, t. 5, p. 151).
En la misma carta, a la vez, discurre sobre las posibilidades laborales en Buenos Aires:
Estoy en conversaciones -todavía no tratos- con dos editoriales. Vamos a ver qué pasa. Lo que pase tendrá que ser de un lado o de otro, pues son empresas incompatibles. Y eso influirá también en el ala periodística que acepte mi pluma, pues también en esto rige la teoría de los incompatibles… El secretario de “Sur” espera mi visita para hablar conmigo de una posible sección que se me encomendaría si llegamos a un acuerdo (loc. cit.).
Rafael Dieste, en fin, se encuentra a mediados de 1939 aceptando la ayuda económica que le brinda la AIAPE uruguaya; se halla, al mismo tiempo, en contacto con la AIAPE argentina e intentando conseguir trabajo medianamente estable en una revista, como Sur, cuyo vínculo con la Asociación no era muy firme7. La inserción en el campo cultural, de hecho, debió tener sus dificultades. Logra incluir en la revista Sur dos reseñas, primeras publicaciones con su firma que aparecen después de su arribo8. Su tercera colaboración, algo más tardía, en la revista de Victoria Ocampo, en cambio, ha quedado olvidada y no figura en ninguna de las bibliografías especializadas sobre el autor. Se trata de un texto conocido por su impresión en el libro Colmeiro. Breve discurso acerca de la pintura, con el ejemplo de un pintor (Emecé, Buenos Aires, 1941). El colofón de este volumen da como fecha de impresión el 24 de septiembre de 1941. Pero el texto de Dieste, que preludiaba una serie de reproducciones de la obra de Colmeiro, había aparecido casi dos meses antes (pues, en este caso, el pie de imprenta indica el 31 de julio de 1941) en el número 82 de Sur con una leve diferencia en el título: “Pequeño discurso acerca de la pintura, con el ejemplo de un pintor: Colmeiro” (Sur, año X, núm. 82, julio de 1941, pp. 44-51).
Además de estas tres colaboraciones en Sur, hace, para la Editorial Sudamericana, la traducción del libro Tierra de los hombres, de Antoine de Saint-Exupéry (el colofón data la impresión el 20 de noviembre de 1939). Ya en 1940 comienza a trabajar en la Editorial Atlántida, para la que -con el seudónimo “Juan de Plasencia”- adapta varios textos clásicos, destinados al público infantil y juvenil9. El cargo en Atlántida debió de haber servido como una suerte de “protección” para Dieste -y para algunos de sus amigos, pues a instancias de su recomendación y de sus gestiones pudieron entrar en Argentina y conseguir empleo en la casa editorial Arturo Serrano Plaja o José Otero Espasandín, por ejemplo, además de hacer en ella trabajos específicos, y remunerados, otros escritores e ilustradores exiliados10.
A partir de entonces, las colaboraciones de Dieste en periódicos y revistas no estarán signadas por la premura de la retribución económica necesaria, por lo que serán algo menos abundantes que las de otros escritores exiliados y probablemente más selectivas a la hora de elegir sus temas. Pero, no caben dudas, navegaba aguas peligrosas. En todo caso, el hecho de que ya no volviera a publicar en la revista Sur, por ejemplo (compárese con los abundantes textos -artículos, relatos, poemas- que continuaron dando a la publicación de Victoria Ocampo compañeros de exilio como Francisco Ayala o Rafael Alberti), implica en sí una determinada ubicación respecto del ámbito cultural.
Todas estas razones hacen en varios sentidos excepcional la nota que Rafael Dieste publicó en la revista Pensamiento Español sobre una exposición de dibujos y grabados de Adolfo Pastor en la Galería Viau de la ciudad de Buenos Aires. El conocedor de la obra de Dieste se sorprenderá de la referencia, en ella, a un artista uruguayo. No es frecuente encontrar en la obra del rianxeiro textos sobre personalidades latinoamericanas o bien sobre eventos culturales que sucedan en Latinoamérica. Paradójicamente, a pesar de esta doble referencia al Río de la Plata (un uruguayo exponiendo en Buenos Aires), la nota confirma, en gran medida, la idea de un relativo aislamiento respecto del mundo cultural porteño: además del hecho de que fue impresa bajo el “cobijo” de una revista de exiliados, se trata de un escrito referido a una figura que formó parte del grupo de amistades del hermano de Rafael, Eduardo Dieste. Así, Adolfo Pastor viene a completar la escueta lista de tres artistas latinoamericanos de los que Rafael Dieste habló en toda su obra; pero, como en los otros dos casos, más que “artistas latinoamericanos” -uruguayos los tres- son, antes que nada, familiares, amigos o conocidos: su hermano Eduardo, Esther de Cáceres y, con esta nota que ahora presentamos, Adolfo Pastor11.
Este rasgo, esta cercanía entre la crítica y la amistad, que caracteriza toda su obra, Arturo Casas (1997, p. 487) lo subraya en el caso de los textos sobre arte plástico redactados durante el exilio. Considerando la recopilación realizada por María Antonia Pérez, dice que “en general se centran en la obra de pintores gallegos, aunque hay también lugar para dos catálogos de creadores plásticos de otras procedencias, Attilio Rossi y José Palmeiro”. En efecto, casi todos los escritos que aparecen en Textos e crítica de arte (A Nosa Terra, Vigo, 1995) tienen como constante la obra de artistas gallegos. Incluso los aforismos titulados “En el umbral de la pintura”, preparados para el catálogo de la Exposición de pinturas de José Palmeiro (Galería Müller, 29 de septiembre-11 de octubre de 1947), podrían verse como parte de ese mismo universo cultural, pues Palmeiro, aunque nacido en Madrid, tenía ascendencia gallega -y, si no se lo quisiera entender así, si se lo quisiera pensar como un pintor castellano que trabajó en París, no sería tampoco, obviamente, un artista hispanoamericano. En cuanto a Attilio Rossi -para quien Dieste escribió el texto del catálogo de la exposición en la Galería Müller, del 21 de julio al 2 de agosto de 1941-, se encontraba en Buenos Aires exiliado y, en gran medida, formó parte del mismo grupo de republicanos españoles que se congregaba en torno a la Editorial Losada y a las revistas en las que destacaba la figura de Seoane12.
Durante el exilio, en resumen, la tendencia a vincular crítica y amistad (“testimonios” y “homenajes”, como se titularía su libro recopilatorio de reseñas y artículos) se incrementa aún más hasta abarcar a los artistas europeos que no eran españoles. Las excepciones, entonces, como decíamos, no son tan excepcionales13. El “Saludo a Adolfo Pastor”, a pesar de la relativa sorpresa que pueda provocar su asunto, no interrumpe la lógica con la que Dieste acostumbró escribir sobre otros artistas. Es notorio que no vio a Adolfo Pastor como un grabador uruguayo, sino como un integrante del grupo de su hermano, que acaso sentía en gran medida también propio. Somos nosotros, desde la actualidad, los que hemos escindido -quizá más brutalmente que aquellos que se oponían a la recepción de los refugiados en el momento de su llegada- el mundo cultural “de los exiliados” del espacio público en el que transcurría el exilio; es la crítica literaria la que se ha hecho deudora de un nacionalismo que muchos de los exiliados que estudiamos quizá hubieran rechazado. Si es factible hablar de un ámbito cultural relativamente autónomo propio de los exiliados, no es tanto porque sus preocupaciones políticas los conectaran permanentemente con aquello que sucedía en España, sino porque el rechazo que sintieron -en mayor o menor medida, según los países y según las personalidades de cada uno- en los destinos de sus destierros muy a menudo los obligó a trabajar en comunidades más o menos aisladas.
Pensamiento Español (Buenos Aires, 1941-1943)
La revista Pensamiento Español -no tan conocida como otras similares que los exiliados hicieron, por ejemplo, en México- había publicado su primer número en mayo de 1941. Uno de los primeros comentarios críticos sobre ella apareció en el tomo tercero de El exilio español de 1939, el imprescindible trabajo inaugural que coordinó José Luis Abellán entre 1976 y 1978. Allí, Manuel Andújar describe la revista de manera muy breve (manera acorde al estilo de su contribución, aunque sobre otras revistas, mexicanas, en especial, se extiende con mayor detalle y dispone de más información):
Pensamiento Español apareció, con periodicidad mensual, de 1942 a 1944, en Buenos Aires. (Formato de 18 x 25, en torno a 24 páginas, tapas de semicartulina de cambiantes color y viñeta. Director, Mariano Perla.)
Considérase, autorizadamente, que Pensamiento Español se distinguió por su carácter independiente y por su contenido y tono intelectuales. Publicó, junto a sus pronunciamientos políticos, numerosos artículos y comentarios de temas y problemas literarios, artísticos, sobre economía y sociología.
Algunos de sus colaboradores: Alfonso Castelao, Clemente Cimorra, Manuel Serra y Moret, Ángel Ossorio y Gallardo y Manuel Blasco Garzón, los elementos más destacados del Centro Republicano Español de Buenos Aires14.
Hace apenas unos pocos años, Ana González Neira realizó un interesante trabajo de recopilación de los datos disponibles sobre la Prensa del exilio republicano (1936-1977). Allí, en la entrada correspondiente, González Neira anota: “Pensamiento español (1942-1944). Director: Mariano Perla. Entre otros colaboran: Ossorio y Gallardo, Clemente Cimorra y Alfonso R. Castelao” (2010, p. 127)15. Así pues, entre 1976 y 2010 no parece haber habido estudios que describieran la publicación y consideraran los escritos incluidos en ella. Hay que espigar menciones sueltas, referencias parciales16. Bárbara Ortuño Martínez, en la introducción a su tesis de doctorado, comenta que
Para comprobar la actividad de los/as refugiados/as más destacados/as en el mundo cultural argentino consultamos la revista literaria fundada por Victoria Ocampo, Sur; así como otras revistas artísticas y de pensamiento creadas por los propios exiliados, por ejemplo, De mar a mar o Pensamiento Español, de las que sólo se han conservado algunos números, que hemos podido consultar en el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina (2010, p. 29)17.
Sin embargo, en la Biblioteca Nacional argentina hay una colección incompleta -aunque, muy probablemente, casi completa- de la revista. Digo incompleta ya que falta, al menos, el número 12, correspondiente al mes de abril de 1942. La serie de la biblioteca presenta, salvando esa excepción, todos los números hasta el 21 (sin que me haya resultado posible saber si hubo números posteriores, desde febrero de 1943)18. La revista, como decíamos, tuvo una periodicidad mensual, y publicó las veintiuna entregas disponibles entre mayo de 1941 y enero de 1943. Vale decir, es algo anterior a lo que Manuel Andújar y Ana González Neira informaban (1942-1944).
Ambos críticos, además, señalan a Mariano Perla como director19. Perla sería, en efecto, director de la revista, pero sólo desde el número 15 (julio de 1942), luego de que en mayo y junio fuera publicada sin mención de los responsables20. Hasta el número 6 (octubre de 1941), Mariano Perla figuraba como secretario de redacción. Los primeros seis números aparecieron bajo la tutela de un “Directorio” integrado por Vicente Rojo, Alfonso R. Castelao, Manuel Serra Moret y Ramón Rey Baltar. Estas cuatro figuras parecen cumplir una suerte de rol “presidencial” pues, a continuación, un recuadro acreditaba funciones más estrictamente asociadas a la confección de la revista: la “Dirección literaria” era responsabilidad de Ricardo Baeza, Clemente Cimorra y Francisco Ayala; la “Dirección administrativa” se atribuía a Enrique Jurado, Eladio Pérez, Jesús Prados y Ángel Álvarez; la “Secretaría de redacción”, como dijimos, a Mariano Perla. Había, finalmente, un “Consejo de redacción” compuesto por Emilio Mira, Pelayo Sala, Roberto Gómez, Manuel Gurrea, Rafael Álvarez, Jesús Cuadrao y Ernesto Corominas21. A este Consejo de redacción se suma, desde el segundo número, el nombre de Manuel Villegas López.
El anterior Directorio permaneció encabezando la publicación hasta el número 6, pero en el número 7 (noviembre de 1941) fue modificado por una columna en la que, bajo el título “Forman parte de Pensamiento Español”, se enumeraba -sin discriminar actividades específicas- a Vicente Rojo, Ricardo Baeza, Francisco Ayala, Clemente Cimorra, Mariano Perla, Enrique Jurado, Eladio Pérez, Jesús Prados, Rafael Álvarez, Manuel Gurrea, Manuel Villegas López, Ramón Prieto, Roberto Gómez y Jesús Cuadrao. Esta lista continuará hasta el número 11 (marzo de 1942) -acaso hasta el número 12, el faltante en la colección- con pocos cambios: en el número 8 (diciembre de 1941), se suman los nombres de Emilio Mira, Ángel Álvarez y Ernesto Corominas, como si se restituyeran los integrantes omitidos por error (exceptuando los de los cuatro miembros que entonces se retiraron, a los que me referiré en seguida, los suyos eran los únicos que faltaban de la anterior redacción), si bien Emilio Mira ya no aparecerá en el número 9 ni en los siguientes. Vale decir, en esta suerte de segunda etapa, o segunda forma de composición del equipo de la revista, que comienza en su séptima entrega, se incorpora Ramón Prieto y permanece la mayor parte de sus fundadores, aunque con la significativa exclusión de Alfonso R. Castelao, Manuel Serra Moret, Ramón Rey Baltar y Pelayo Sala. Es de destacar la partida de estos cuatro integrantes, porque está íntimamente ligada con un conflicto político que fractura el grupo que había lanzado la revista.
Se trata de la salida de cuatro integrantes fuertemente ligados con la política nacionalista catalana y gallega: Manuel Serra i Moret y Pelai Sala eran representantes del catalanismo22. Más cercanos a Dieste eran los representantes del galleguismo: Ramón Rey Baltar había fundado en Rianxo, con Castelao, el semanario El Barbero Municipal (1910-1914), en el que Eduardo Dieste fue director literario; emigrado a Buenos Aires, durante la guerra, colaboró en la revista Nova Galiza, que publicaba Rafael Dieste en Barcelona23. Castelao -cuya importancia política y cultural es imposible resumir aquí- era el referente político de la comunidad gallega emigrada. Más allá de su labor artística (como escritor, dramaturgo, pintor y dibujante), se convirtió en el líder más destacado del galleguismo durante los años de la guerra y el exilio, que transcurrió en Buenos Aires desde julio de 1940 hasta su muerte, en enero de 195024.
La fractura del grupo de Pensamiento Español se origina a raíz de una de las notas editoriales del número 7 (noviembre de 1941, pp. 5-6), titulada “La unidad española y los nacionalismos”. Se aludía en ella a la visita de José Antonio de Aguirre a Buenos Aires25, sin nombrarlo sino a través de su cargo, y se criticaba la política de los dirigentes de las llamadas “nacionalidades históricas” de la Península:
Desde la aparición de Pensamiento Español, diversos sucesos o informaciones de prensa nos indujeron a traer a estos editoriales el tema de la unidad española o el de los nacionalismos españoles; mas como no resultaba indispensable abordar un tema tan espinoso, lo rehuimos para no caer en el campo de una polémica que podía ser inoportuna en la situación que atravesamos los republicanos españoles. Sin embargo, eludirlo hoy implicaría aceptar como buenas ciertas situaciones que nuestra actualidad política ha realzado el pasado mes de octubre… Nos referimos a los actos, discursos, declaraciones, visitas e informaciones de prensa que ha suscitado el paso del expresidente del gobierno vasco por Buenos Aires. En todos ellos es evidente que ha habido una noble explosión de sentimientos de nuestros compatriotas vascos, como también que han constituido, en su mayor parte, una exaltación del nacionalismo vasco, acusando una línea de conducta política en pugna o que puede pugnar en un mañana próximo con la unidad española.
Los miembros gallegos y catalanes del Directorio no podían ser indiferentes ante esta descripción de los hechos. Apenas unos meses atrás, el 9 de mayo de 1941, en Buenos Aires, Manuel Serra i Moret y Castelao habían participado, junto a otros representantes de sus países (Josép Escolà i Marsà y Pere Mas, por Cataluña, Antonio Alonso Ríos y Lino Pérez, por Galicia) y a representantes vascos (Ramón María Aldasoro, José María Lasarte y Francisco Basterrechea), de la firma del pacto de constitución de Galeuska (contracción de Galicia, Euskadi y Cataluña), una organización republicana que a la vez quería fortalecer la soberanía de las nacionalidades históricas. Aún buscaban, los firmantes, incluir a José Antonio Aguirre, que permanecía distanciado del proyecto. Frente a su visita, el editorial se pronuncia de manera tajante:
Nuestra profesión de fe española, democrática, republicana y popular nos exige afirmar que no admitimos otro nacionalismo que el español, dentro del cual caben amplísimamente, sin servidumbres, sin mengua de su personalidad colectiva, sin intransigencias económicas, lingüísticas, raciales, ni de cualquiera otra índole, todos los pueblos y regiones españolas. Nuestra República fue autonomista y autonomistas somos en el más amplio sentido… Por eso donde quiera que brote una idea de secesionismo, de destrucción de la unidad española lo rechazamos enérgicamente y lucharemos contra él, aunque venga enmascarado o le acompañe el silencio de los dirigentes políticos o le sostengan poderes materiales o espirituales capaces de desfigurar su sentido: las aspiraciones de independencia nacionalista local pueden estar inspiradas por un noble deseo de superación, pero es evidente que serán fatalmente explotadas por los enemigos de España y contra España y son por consiguiente antiespañolas y contrarias a los intereses de veinticuatro millones de españoles; por lo que pueden conducir a la balcanización de España, y porque son antidemocráticas por cuanto se apoyan en un falso principio de superioridad racial, y antiliberales por cuanto defienden sistemas de privilegio, y anticristianas porque excitan sentimientos de odio en los hombres llamados a convivir en un mismo ámbito, y porque son retardatarias y antipopulares por cuanto se apoyan en poderes e influencias extraños a la voluntad popular, es un deber indeclinable impedir que puedan prosperar.
A pesar de que el artículo terminaba afirmando que no se trataba “de discutir ni de polemizar”, sino de “definir una posición” ante un problema que contenía el germen de “otra guerra civil”, luego del editorial, se incluía una nota que informaba:
Lamentamos tener que comunicar que, por no suscribir el presente artículo editorial, que como todos los de Pensamiento Español fue sometido a la consideración de todos sus miembros fundadores, nuestros amigos los señores Alfonso R. Castelao, Manuel Serra Moret, Pelayo Sala y Ramón Rey Baltar han decidido separarse de esta obra.
Naturalmente, ello no indica sino una diferencia de criterio político y, por consiguiente, hacemos constar nuestro respeto y nuestro afecto a las personas citadas.
El hecho de que el artículo hubiera sido “sometido a la consideración” de los fundadores indica que la redacción del texto no pertenecía, claro, a todos los que suscribirían el texto. En efecto, en una carta que Castelao envió a los miembros de la revista, fechada el 6 de noviembre de 1941, queda de manifiesto quién había escrito la nota editorial:
En el único editorial que yo he redactado se afirmó: “Aquí convivimos hombres de diferentes ideologías unidos por un alto interés -más alto que el interés de partido- y sin que ninguno de nosotros adjure de sus convicciones”… El paso de Aguirre por Montevideo y Buenos Aires inspiró al general Rojo un proyecto editorial en que se repudian los nacionalismos y se ataca a los vascos por su exagerado vasquismo, atribuyéndoles propósitos secesionistas… En fin: ayer el Sr. [Mariano] Perla convoca y preside el Consejo para leernos dos cartas -una de [Vicente] Rojo y otra de [Enrique] Jurado- en las cuales ambos miembros se separan de nosotros por la razón de ver rechazado dicho editorial y ver, quizá, levantado entre nosotros el terrible fantasma del separatismo… En vista de todo lo apuntado y por estimar que la ausencia del general Rojo significa la muerte de P. E. yo sería necio si continuase al lado de Vds. Y para que prosigan la obra comenzada o la desvíen hacia donde les plazca yo me separo, total y definitivamente, de P. E.26
De las palabras de Castelao, pues, se infiere que Vicente Rojo era no sólo el verdadero responsable de la revista, sino incluso su sostén, ya que Castelao supone que la ausencia del general significaría la muerte de la revista y opta, en consecuencia, por retirarse él mismo. Desde luego, también, la carta permite identificar la mano que escribió dos editoriales: una de las notas del número tercero -que a ella alude en su cita-27 y, claro, el del número séptimo que ocasiona la ruptura. Significativamente, el único miembro que queda del Directorio original -“presidencial”, digamos- es Vicente Rojo. En algún sentido, su permanencia, tanto como la carta de Castelao, corrobora que era él, en gran medida, quien llevaba adelante la dirección general de la revista, hasta su partida hacia Bolivia, donde continuaría su exilio28.
Más allá del intento de mantener la continuidad de la revista, no cabe duda de que, entre noviembre de 1941 y marzo o abril de 1942 (es decir, entre el editorial que produce la ruptura del grupo y la partida de Vicente Rojo), la publicación se ve obligada a modificar la conformación de la redacción y las secciones que la componen. Simultáneamente, a pesar del tono “ecuménico” que se buscaba adoptar29, esa fractura iniciada en noviembre de 1941 determina buena parte del carácter posterior de la publicación, pues la disensión interna se extiende, con el correr de los números, y se convierte incluso en un enfrentamiento con otras publicaciones de la comunidad emigrada y exiliada, ante las cuales los redactores de Pensamiento Español, dicen, tratan de mantener una compostura que las agresiones recibidas no facilitan.
Dado que el asunto, por su importancia e interés, sin duda merece un tratamiento aparte, ahora me limitaré a decir que a partir de la crisis de noviembre de 1941, con mayor o menor virulencia, de manera más o menos explícita, la cuestión de los nacionalismos reaparecerá casi constantemente en la revista. Los números inmediatos después del séptimo son, claro, los que más directamente tratan el asunto. Más allá de las intervenciones de los colaboradores que se dedican o aluden al tema30, o de las reproducciones de artículos y de “cartas abiertas”31, desde el número 9 el conflicto asalta las notas editoriales de la revista, que entra en una abierta polémica con la revista Euzko Deya, dirigida por Ramón María de Aldasoro32.
La salida de Castelao, sobre todo, debe haber resultado de importancia para Rafael Dieste y, tal vez, pudo haber moderado su intervención en la revista. A él lo unía sin duda un afecto familiar (sus casas eran vecinas y amigas en su Rianxo natal), una pertenencia cultural, una historia política compartida (Dieste había quedado a cargo de la revista Nova Galiza, fundada por Castelao, en los años de la guerra, por ejemplo). No obstante, en el exilio, el galleguismo de Castelao tampoco habrá resultado una posición a la cual adscribir de modo indiscriminado. La ruptura de Castelao con Pensamiento Español es síntoma de un conflicto en el cual Dieste trató de moverse con cuidado33.
A las tensiones entre el exilio republicano y las nacionalidades históricas se sumaban los problemas internos de la comunidad gallega, una de las más importantes en Buenos Aires. Dieste intentó siempre mantener una suerte de equilibrio -no siempre fácil de conseguir, dada la conflictividad del fenómeno- entre su identidad republicana y su apoyo a la política cultural de la emigración gallega. Sin embargo, a la hora de dirimir entre esas dos filiaciones, es probable que pesara más, en los años del exilio, su federalismo español y que, promediando los años cuarenta, se sintiera algo más cercano a las duras críticas que su compañero Lorenzo Varela lanzó contra Castelao34 -y quizás en ese sentido también haya que entender el “regreso” de Dieste a la revista, con la nota sobre Adolfo Pastor que se publica en el número 17, en septiembre de 1942. Para ese entonces, la revista continuaba hacía ya casi un año sin la figura tutelar del general Vicente Rojo, pero mantenía la distancia respecto de las comunidades representativas de las nacionalidades históricas.
Luego de los números 13 y 14, sin mención de responsables, a partir del número 15, ahora sí, figurará Mariano Perla como director35. Su nombre, el único mencionado, aparecerá en un escueto renglón del encabezado del título, allí donde se brindan los datos de la entrega y la fecha, y no ya en una primera página editorial, como se imprimía el “Directorio”, o en una columna amplia, como el cuadro de los que “Forman parte de” la revista. Según hemos visto, Andújar y González Neira dan una lista somera de algunos colaboradores. A ellos habría que sumar -descontando los ya mencionados a lo largo de estas páginas- los nombres de otros colaboradores que, sin ser parte del núcleo de la revista, publicaron escritos suyos en ella: Rafael Alberti, Gerardo de Alvear, Xavier Bóveda, Manuel de San Sebastián, Guillermo de Torre, Isaac Pacheco, Luis Amador Sánchez, Alejandro Casona, Eduardo Blanco Amor, Guillermo Díaz Doin, José Marcos, Luis Jiménez de Asúa, Gumersindo Sánchez Guisande, Francisco Madrid, Pere Mas i Perera, entre otros36.
Algunos colaboradores podrían pensarse vinculados a Dieste y a su círculo. Es el caso, por ejemplo, de Arturo Serrano Plaja, Eduardo Dieste, José Otero Espasandín y, quizás, de Juvenal Ortiz Saralegui y Constancio C. Vigil. Serrano Plaja publicó tres poemas, en el preciso momento en que se traslada, a instancias de Dieste, desde Santiago de Chile a Buenos Aires37. Desde Uruguay, Ortiz Saralegui envió un poema, “Los muertos de España” (núm. 3, p. 8) y un artículo, “Conocimiento y amor de España” (núm. 8, p. 8), y Eduardo Dieste, en el último número que conozco, mandó un trabajo sobre “El teatro de O’Neill” (núm. 21, enero de 1943, pp. 20-25). Otero Espasandín escribió una reseña sobre “La pintura de Colmeiro. Con motivo de su exposición en Amigos del Arte” (núm. 4, agosto de 1941, pp. 25-27), que aparece, por tanto, al mismo tiempo que Rafael Dieste publica su monografía sobre el pintor.
El texto de Otero Espasandín, por cierto, es de los pocos escritos sobre artes plásticas que se imprimen en la revista. A excepción de cuatro artículos de Gerardo de Alvear y tres de Ramón Prieto, a menudo las escasas intervenciones de la revista sobre el tema estuvieron promovidas por el anuncio o la reseña de exposiciones38, una de las cuales, claro, es la de dibujos y grabados de Adolfo Pastor que da excusa al texto de Rafael Dieste.
Las colaboraciones de Rafael Dieste en la revista
El “Saludo a Adolfo Pastor” no es la única colaboración de Rafael Dieste en Pensamiento Español. Ya en los dos primeros números de la revista se habían publicado sendos poemas del autor. Estos poemas -más allá de su impresión original- fueron dados a conocer entre el público gallego y español en 1995 en la edición del tomo 1 de las Obras completas de Dieste, dedicado a su narrativa y su poesía. Allí, Arturo Casas, responsable de la sección de poesía del volumen, incluye “Apólogo de la muerte consabida” y “Si tú hablaras…” (pp. 566-567 y 568-569, respectivamente). El editor, además, anota respecto del primero:
Publicado na revista bonaerense Pensamiento Español en maio de 1940. Este poema e o que segue pódense ler como a cara e a cruz nas actitudes perante o mundo e a palabra. No “Apólogo” preséntase a alguén que perdeu a necesaria inocencia ante a natureza e os seus signos; en “Si tú hablaras…” asistimos, ademais de a unha espera e á súa esperanza, á sede da palabra (R. Dieste 1995, t. 1, p. 582, n. 9).
Como puede verse, la nota es más interpretativa que crítica. Sólo una referencia mínima a la revista en que apareció y al mes en que fue publicado el primer poema (aunque la datación sea errónea). En cuanto al segundo, la anotación de Casas hace explícita la falta de información: “Publicado, como o poema anterior, a principios dos anos corenta en Pensamiento Español (non se dispón da data exacta)” (R. Dieste 1995, t. 1, p. 582, n. 10).
En ambos casos, pues, los datos bibliográficos de la primera reproducción de los textos (hasta 1995 nunca habían sido reeditados) son muy imprecisos, lo que hace pensar que Arturo Casas tomó los poemas, más que de la versión impresa -que no debió haber tenido a la vista-, de los papeles personales del autor39. En esos papeles, Dieste habría anotado una referencia vaga al lugar y momento de publicación (o, quizás, recortó la página de la revista sin conservar la referencia). Es una lástima que el editor no mencione la fuente de donde transcribe los poemas, porque hace imposible decidir si una pequeña variante que presenta el segundo poema en la “poesía completa” respecto de la publicación original obedece a una errata de alguna de las dos ediciones o a la corrección del autor40.
Atendiendo a las imprecisiones bibliográficas de su edición en libro, conviene ofrecer ahora la referencia precisa. “Apólogo de la muerte consabida” fue impreso en el primer número de Pensamiento Español (año I, núm. 1, p. 31), no en mayo de 1940, como anota Arturo Casas, sino en mayo de 1941. El segundo poema, “Si tú hablaras…”, se imprimió en el segundo número de Pensamiento Español (año I, núm. 2, p. 24), en junio de 1941, y presenta una variante digna de notarse; en las Obras completas se interpola un verso ausente en la publicación original:
¿Se acabaron los hermanos
y toda suerte de maravillas?
Quien ama las palabras hondas
como de niño amaba el aire pasajero
que mueve unas preciosas zarzas
y hace balancear las frutas allá junto a los pájaros,
quien tiene todavía los oídos atentos
y algo aún de esa sed
que hace soltar los bucles de los manantiales
y acelera su dádiva, - (10)
escucha a veces un poco más que de costumbre
porque algo se insinúa que es como aquella brisa
tan de lejos venida y tan cerca bailando
o como el pecho poderoso y amigo -o como eso
que se quiere siempre
y que quizá eres tú, o yo olvidado no sé dónde.
Escucha, pero apenas oye sino palabras encaramadas
dichas en nombre, al parecer, de algo,
quizá de lo más alto.
Pero yo hubiera querido - (20)
que alguien me hablara en su nombre
como esas fieras inocentes
que son el ondulante alfabeto de la tierra,
o bien como encendidas palomas.
¡Si fueses tú -me refiero
a ti sin juego alguno de palabras-
si fueses tú quien me hablara
de ese modo!
¡O bien si tu nombre hablara
sin tú saberlo apenas, - (30)
sin que le oprimas resorte alguno!
Quizá podría llorar. Mas, qué importa.
Nada cubre mejor el rostro que ese llanto
que ya no cuenta con nadie y es como la lluvia en alta mar.
Quizá podría venir pidiendo alguna cosa demasiado simple.
Pero simple es el pan y el agua y el amor incansable41.
¡Si llegase descalza desde el silencio más antiguo
la primera palabra!
¡Oh, amigo deseado!
No está claro si, luego del verso 36, la interpolación que aparece en Obras completas es una corrección del autor o no. La invocación, el sujeto gramatical -y el género- en el verso siguiente (“¡Si llegase descalza…”) hacen extraña la presencia del verso agregado en 1995, pero nada es seguro hasta tanto no se conozca la fuente de donde se toma el texto en la edición de Arturo Casas.
Sea como sea, luego del segundo número de Pensamiento Español, no vuelven a aparecer poemas de Rafael Dieste. Desde luego, la tensión entre la política del exilio republicano y la de la colectividad gallega, encabezada por Castelao, pudo haber sido una variable a la hora de sofrenar momentáneamente la participación de Dieste en la revista. Sin embargo, su presencia se verifica en tres ocasiones más. Su nombre figura entre los firmantes de “Dos telegramas de los intelectuales españoles desterrados en Argentina” (año I, núm. 4, agosto de 1941, p. 6) dirigidos a dos escritores, representantes de los frentes que resistían el avance de la Alemania nazi. Junto a Dieste, los suscribían lo que se podría llamar la “plana mayor” del exilio republicano en la Argentina42:
Bernard Shaw - 4, Whitehall Court - Londres. / Intelectuales españoles en Argentina desterrados por fascismo internacional felicitan intelectuales británicos tenaz resistencia Gran Bretaña, haciendo votos por el triunfo final que habrá de restaurar la libertad del mundo.
Alexis Tolstoi - Boite Postale 850 - Moscú. / Intelectuales españoles en Argentina desterrados por fascismo internacional expresan intelectuales soviéticos la solidaridad con su heroica lucha y su fe en triunfo final que habrá de restaurar la libertad del mundo.
También se menciona a Dieste en una reseña publicada en la sección “Los libros”, en las páginas finales (pp. 45-48) del núm. 10 (año II), en febrero de 1942. Pero acaso haya que pensar que su presencia, en esta reseña en particular, sea algo mayor que la sola evocación de su nombre. La recensión, sobre el volumen “Maravillas de las regiones polares, por José Otero Spasandin [sic]. Biblioteca Billiken. Colección Oro. Editorial Atlántida. Buenos Aires”, ocupa la última página de la sección, firmada por “V.”43 y acompañada con un retrato de Otero Espasandín, hecho por Seoane, que la destaca visualmente. Antes de referirse al libro, el texto habla de la editorial y la colección a la que pertenece:
La Editorial Atlántida ha iniciado una nueva colección entre las que tanto prestigio le han dado: la Colección Oro, dedicada a temas científicos, históricos y geográficos. Siempre tratados con el más moderno rigor científico a la vez que con la mayor sencillez, claridad y amenidad. En diversos países de Europa este tipo de libros había alcanzado una gran difusión y constituía uno de los más importantes y dignos vehículos de cultura, de iniciación cultural (p. 48).
El encomio primero de la colección y de la labor editorial hace recordar el pedido que Dieste escribe, poco más de un año después, en junio de 1943, a Antonio Sánchez Barbudo, que radicaba en México, al enviarle su libro -su más famoso libro- Historias e invenciones de Félix Muriel:
Ahora debo decirte, aunque acaso ya te lo haya dicho Varela, que tu libro va a ser compañero del mío, no sé si en la misma colección o en otra no menos bien vestida de la editorial Nova. Estos galaicos editores mundiales deben ser apoyados por todos los amantes de las nuevas letras hispanas. Quiero decir concretamente que si alguno de vosotros (incluyendo en el vosotros a los amigos mejicanos) hace alguna nota sobre el libro mío, o sobre cualquier otro que os interese de la misma editorial, conviene y es justo dedicar a ésta una elegante loa. Bien, prescindo ahora del énfasis y apelo a tu generosa capacidad de simpatía para que no dejes de recomendar esto con calor a quien pueda hacerlo (R. Dieste 1995, t. 5, pp. 187-188).
La reseña de Historias e invenciones de Félix Muriel en México la hará Octavio Paz, en El Hijo Pródigo (núm. 8, noviembre de 1943, p. 125). Se tratará de un texto elogioso, pero que desestima la solicitud del autor y no menciona en absoluto a la Editorial Nova. De cualquier modo, aquella petición, que busca promover la empresa editorial que cobija su trabajo, podría haberse formulado ya en el caso del tomo de la Colección Oro reseñado en una revista hecha por conocidos y compañeros de exilio. Y quizás la presencia de tres artículos de Constancio C. Vigil, dueño de la Editorial Atlántida, pero no de una pluma propensa a escribir ensayos interesantes, deba entenderse como una búsqueda de aquilatar vínculos comerciales con la empresa editora44.
En fin, detrás del encomio de la Colección Oro, no es difícil suponer un pedido de Rafael Dieste de que se haga mención de la labor editorial de la que él mismo formaba parte. El texto de la reseña continúa muy elogioso, ahora refiriéndose al autor del volumen, con un conocimiento de su biografía que revela la relativa cercanía del redactor:
En esta ocasión la Editorial Atlántida ha superado quizá todo lo hecho hasta hoy, porque ha tenido el difícil acierto de elegir al hombre capaz de llevar perfectamente a cabo esta extraordinaria labor: el Dr. José Otero Espasandín, profesor procedente de la Facultad de Pedagogía de Madrid y a la vez destacado exponente de la joven generación literaria española. En efecto, Otero Espasandín fue profesor de la “Escuela Nueva”, una de las instituciones de enseñanza de más prestigio y categoría de Madrid. Fue también uno de los propulsores de las famosas Misiones Pedagógicas, con otros escritores de su generación, como Rafael Dieste, Serrano Plaja, Lorenzo Varela, etc. Durante la guerra española era profesor de las Escuelas Normales de Ciudad Real y Barcelona y Consejero de Personal y Orientación Pedagógica de Colonias en el Ministerio de Instrucción Pública… A esto se une, como decíamos, sus grandes cualidades de escritor de nueva sensibilidad, pues ha colaborado en las más destacadas revistas, desde las publicadas en Galicia -su región natal- hasta “Hora de España”, la gran publicación de la última generación literaria española. Por todo ello es por lo que constituye un extraordinario acierto de la Editorial Atlántida la designación de Otero Espasandín para dirigir y realizar una biblioteca de este tipo45.
De todas maneras, más allá de estas apariciones subrepticias, adhiriendo a unos telegramas colectivos o nombrado en una reseña, es la tercera la que ahora nos interesa, puesto que reaparece la firma de Rafael Dieste. Es la nota -olvidada hasta hoy- sobre Adolfo Pastor, titulada “Saludo a Adolfo Pastor” y subtitulada “Con motivo de su exposición de Dibujos y Grabados en la Galería Viau” (septiembre de 1942, año II, núm. 17, p, 6). Si los dos poemas de 1941 fueron reimpresos, esta nota, en cambio, es totalmente desconocida, al punto que no ha sido ni mencionada en ningún trabajo crítico sobre la obra de Rafael Dieste ni tampoco ha sido referida por ninguna de las bibliografías especializadas sobre su labor como escritor46. Sin embargo, es innegable el interés que tiene esta nota de septiembre de 1942, único escrito suyo sobre un artista plástico americano.
Adolfo Pastor y los hermanos Dieste
El vínculo de Adolfo Pastor con Rafael Dieste se debe, sin dudas, a su hermano Eduardo Dieste. El grabador duraznense formaba parte del llamado “Grupo Teseo”, creado en 1918. Laura Fernández Quinteiro (2012, p. 86), al referirse a “Tupí Nambá”, “el café de Montevideo que más devoción ha despertado”, cuenta que
Las crónicas capitalinas dejaron innumerables testimonios de los cenáculos allí incubados, tanto de inmigrantes de diverso origen -en especial exiliados políticos españoles-, como de precursores del prototipo bohemio montevideano: largas melenas, vestimenta extravagante, chambergos de ala ancha y grandes corbatas de moña. Entre ellos, la llamada “Generación del Novecientos” y con posterioridad el “Grupo Teseo”, movimientos intelectuales que marcaron la cultura de su época… En 1918 el Grupo Teseo, creado por el escritor Eduardo Dieste, inició sus habituales reuniones. Su producción de ensayos de estética y de crítica, dio lugar a valiosas publicaciones, entre ellas la Revista Mensual Teseo.
Entre los primeros miembros del Grupo Teseo -que, ya en los años treinta, se autodefiniría como “Agrupación de Artistas y Escritores de España y América”- se encontraban “el escritor Alberto Zum Felde…, Carlos Sabat Ercasty, el poeta Emilio Oribe, Justino Zavala Muniz, José Mora Guarnido, los artistas: Adolfo Pastor, José Cúneo, Carmelo de Arzadún”47. Adolfo Pastor, en efecto, años antes de la guerra de España, fue ilustrador de muchas publicaciones ligadas al grupo. Tal es el caso, por ejemplo, de la imagen que acompaña a “La Crónica de la Reja”, fragmento de una “Obra inédita de Justino Zavala Muniz”, publicada en la revista montevideana -que dirigía Alberto Zum Felde- La Pluma (año I, vol. 1, agosto de 1927, pp. 65-70). Esta Crónica de la Reja, en 1930, sería editada en libro, con grabados en madera de Adolfo Pastor (Impresora Uruguaya, Montevideo, 1930) y, según dice Eduardo Dieste -en un texto al que en seguida me referiré-, es la obra con la que inicia la “etapa de su madurez”48. También Pastor ilustró Línea del Alba, libro de Juvenal Ortiz Saralegui (Biblioteca Alfar, Montevideo, 1931)49. Pero, sin duda, sus más frecuentes colaboraciones serían con Eduardo Dieste. Los libros Crítica literaria (Montedónico, Montevideo, 1930), Teseo. Los problemas literarios (Reuniones de Estudio, Montevideo, 1938) y Buscón Poeta. Recorrido espiritual y novelesco del mundo (Emecé, Buenos Aires, 1942) -este último, que se terminó de imprimir el 16 de abril de 1942, circuló, pues, poco antes de que se hiciera la exposición de la Galería Viau- llevan todos ellos dibujos, grabados o portadas de Adolfo Pastor.
En los años cuarenta, ilustraciones de Adolfo Pastor aparecerían en dos publicaciones vinculadas tanto a los escritores del Grupo Teseo como a la comunidad gallega emigrada y republicana: Escritura y Alfar. La revista Alfar, que en sus orígenes había sido el Boletín de Casa América-Galicia50, era ya en sí misma un ámbito de relación entre el mundo cultural gallego y el hispanoamericano -uruguayo, en particular. Para la Biblioteca Alfar, además del volumen de Juvenal Ortiz Saralegui (1931) ya mencionado, Pastor ilustraría la segunda edición del libro Juan Ramón Jiménez: poeta de lo inefable, de Gastón Figueira (Montevideo, 1948). En la revista Alfar aparecieron, en el número 86 (año XXV, 1947), la reproducción de la xilografía “Lautréamont”, acompañando un artículo de Gervasio Guillot Muñoz, y, en el número 91 (año XXXII, 1954-55), la “madera de Pastor” titulada “Justino Zabala Muniz”, como encabezado de la nota anónima que anuncia la publicación de las Crónicas de Zabala Muniz (Aguilar, Madrid)51.
Más asidua sería la participación de Adolfo Pastor en la revista Escritura -en la que, otra vez, hay una publicación casi desconocida de Dieste-, ya que todos los números, los nueve que conforman la colección (publicados entre octubre de 1947 y noviembre de 1950), contienen viñetas suyas. Además, son de él las ilustraciones que acompañan un libro que Escritura, como fugaz sello editorial, imprimió en 1952 con la obra Melusina y el espejo o Una mujer con tres almas y Porqué tiene cuernos el Diablo, de José Bergamín.
El primer número de Escritura, como si se tratara de dar un apoyo al inicio de una revista lanzada por conocidos y amigos, contó con un texto de Rafael Dieste, que permite detallar otra referencia que, en los listados bibliográficos sobre el autor, aparece incompleta o imprecisa. Es de nuevo Xosé Luis Axeitos a quien debemos el aviso de que el cuento “Camino de Santiago” -un extracto de la parte final del discurso pronunciado en la conmemoración del Día de Galicia del Centro Gallego de Buenos Aires el 25 de julio de 1946- tenía una publicación anterior52. El relato, en efecto, fue incluido en la revista Ínsula, núms. 152/153, julio-agosto de 1959, p. 1. Sin embargo, es en las páginas 16-21 del número 1 de Escritura, de octubre de 1947, donde el rianxeiro había publicado como relato un fragmento mucho más extenso -al punto de que se trata de una versión cercana al texto completo- de su discurso: allí apareció con el título “Amanecer y pleno día”. La omisión de esta referencia en las bibliografías del autor es entendible, pues el mismo Dieste solía recordar con algo de imprecisión los datos y probablemente guardara los recortes sin las portadas o las referencias exactas. Es ésta, sin duda, la publicación que pide -bajo la denominación del primer subtítulo: “Conmemoración…”- a su amigo Luis Seoane cuando, entre 1948 y 1954, se encuentra fuera de Buenos Aires. En una carta enviada desde Cambridge, el 7 de marzo de 1951, solicita a Seoane, en una posdata, que busque algunos papeles suyos que dejó archivados:
Se trata de sacar de un cajón que está en el sótano unos papeles y recortes de cosas mías que me convendría tener ahora a la vista. Están reunidos en una o dos carpetas. He aquí la lista: Prólogo a “La Torre de Hércules”; id. a tu “Muiñeira”; artículo sobre Serrano Plaja, publicado en Argentina Libre; id. sobre Gil-Albert en “Correo Literario”; id. sobre León Felipe en De Mar a Mar; sobre Pintores Gallegos, publicado en Galicia; “En Galicia y en las Nubes”, cuatro cuentos breves en Correo Literario; “Conmemoración”, parte de mi discurso del día del Apóstol, que apareció en Escritura, “La doncella Guerrera”, original a máquina; “La Fiera Risueña”, id.; “Tratado mínimo del Arte de la Escena”, publicado en Correo Literario; “Revelación y Rebelión del Teatro”. Estos dos últimos ensayos, y un tercero cuyo título no recuerdo, están en carpeta aparte (es el duplicado del original que se dio a Nova para “Mar Dulce”) (R. Dieste 1995, t. 5, pp. 265-266).
No obstante, más allá de los trabajos de Adolfo Pastor en Escritura y otras publicaciones del Grupo Teseo, un nexo fundamental entre el grabador y los hermanos Dieste acaso sea el texto que Eduardo Dieste le dedica en 1940 en su libro Teseo. Los problemas del arte. Allí, en las páginas 216-222, se incluye el capítulo “Adolfo Pastor, grabador” -probablemente el trabajo más extenso que se le haya dedicado incluso hasta hoy día-, en el que Eduardo comenta la obra del artista plástico. El escritor uruguayo parte de una interesante reflexión sobre las “épocas del arte”, en la cual queda de manifiesto su preferencia por el clasicismo (“dominio directo de los medios de expresión”) y, en la medida en que conduce a él, por el primitivismo (la primera “fase ascendente” del arte). En ese marco, Eduardo Dieste interpreta la obra de Adolfo Pastor como una suerte de trabajo en progreso desde el primitivismo hacia el clasicismo, una búsqueda por llegar al equilibrio del espíritu y la forma:
Los grabados de Adolfo Pastor pueden situarse en la fase de “información” clásica, y no podía ser de otro modo dada su juventud y la seriedad de su talento… Dotado de una fina facultad de percepción para el carácter y a la vez de una lógica infranqueable, Pastor libró sus batallas en ese plano de acomodación estética… En [una] disciplina obstinada se mantuvo Pastor, defendiéndose de imitar, protegido por la inocente admiración del vulgo, el estilo de los grandes maestros antiguos y modernos, que su buen juicio le hacía ver como propiedad intransferible alcanzada con esfuerzos iguales a los suyos en el proceso natural de la conciencia. Ya dueño del justo medio de la expresión, que armoniza el espíritu con las cosas, trata de alcanzar ahora el alto medio de la libertad, que armoniza la ecuación anterior con el vuelo de las más imprevistas aspiraciones del arte… El equilibrio y la sinceridad de Pastor, su buen gusto, su vocación estudiosa le abrirán el verdadero camino de la fantasía que se oculta en la realidad del mundo y se manifiesta en la realidad del alma.
Rafael conocía bien el texto de Eduardo. Había sido, en gran medida, el responsable del cuidado de la edición del libro. Las cartas que, desde Buenos Aires, escribe a su hermano el 3 de octubre de 1939, el 25 de marzo de 1940 y el 22 de abril de 1940 (R. Dieste 1995, t. 5, pp. 154-155, 159-166) prueban que Rafael actuó como una suerte de gestor y, sobre todo, de riguroso corrector de la impresión. Dado que Eduardo vivía en Montevideo, fue Rafael quien realizó el cuidado de una edición que se hacía en Buenos Aires. Así, conocía bien el texto de su hermano cuando, unos dos años más tarde, escribió la nota sobre el mismo artista.
El “Saludo a Adolfo Pastor” (septiembre de 1942)
En el “Saludo a Adolfo Pastor” que Rafael Dieste publica en el número 17 de Pensamiento Español reaparecen algunos de los términos y maneras con los que suele pensar el arte plástico. A pesar de su carácter “circunstancial” (no dejaba de ser una suerte de anuncio de la exposición), a pesar de que -en comparación con los escritos dedicados a Colmeiro, Souto, Laxeiro o Seoane, por ejemplo- este “Saludo” es, sin duda, un texto de menor envergadura, es factible encontrar en él algunas de las características más notables de su modo de ejercer la crítica.
El título mismo, de algún modo, parece dar cuenta a primera vista del carácter escueto, tal vez apresurado, del texto, como si fuera un escrito destinado casi exclusivamente a celebrar la exposición en la Galería Viau. No obstante, ese mismo título -y la alusión a él que cierra el texto- manifiesta también, de manera indudable, la distancia con el discurso académico que Arturo Casas reconoce en los escritos sobre arte plástico que Dieste redacta en los años del exilio.
En el último párrafo, Dieste anota que
No son estos breves comentarios una crítica, sino un saludo, y ahora sólo nos resta hacer al artista estas exhortaciones. Que vuelva pronto de nuevo a Buenos Aires con muchos de los grabados que de un modo arbitrario, risueño, y acaso maniático, esconde o muestra sólo a unos pocos amigos. Con esos grabados y acaso con no sé qué ejemplos de pintura que estos dibujos nos hacen presentir.
Detrás de las exhortaciones, verdaderamente amistosas, que delatan un conocimiento de -acaso una preferencia por- los grabados del artista53, y suponen la existencia de una pintura que se espera ver, se percibe que la negativa a clasificar el “saludo” como “crítica” porta algo más que la humildad del autor, que la timidez de presentar un texto breve, de dar una mera noticia. Hay, seguramente, una nueva manifestación del modo en que Dieste, según Arturo Casas, presenta el trabajo de interpretación en los años del exilio. En los años cuarenta, dice Casas (1994, pp. 501-502), se diluye “la convicción diesteana expresada a lo largo del decenio de los veinte sobre la función mediadora de la crítica” y
se ha producido una notable retracción funcional, se ha limitado el alcance de la crítica, al menos en un nivel teórico. Pero lo cierto es que… no se aprecia un aminoramiento de su compromiso hermenéutico, ni una renuncia a aquella crítica estética enraizada como recreación sistemática de los vectores filosófico e histórico de la obra que se quiere ver. ¿Qué es, pues, lo que ha ocurrido? Entiendo que Dieste sólo desea distanciarse de la crítica más académica y deshumanizada -que valora como ineficaz en su misión omnicomprensiva- la dominada por un prurito cientifista y profesoral en el peor sentido al que estos términos puedan responder, la que salta y olvida la tela o el texto empujada por su prisa explicativa, la esguellada -que no acierta a mirar de frente y lo hace de reojo, limitándose a lo superficial del arte, para lo que da en acudir al expediente de los influjos y a los pequeños agasajos mezquinos del bourgeois gentilhomme- la que, en fin, ha perdido toda capacidad de diálogo con la obra y con el ordo amoris que la integra.
Es interesante, de hecho, el cotejo de este “Saludo a Adolfo Pastor” con los comentarios de Casas sobre la crítica plástica que Dieste escribió en el exilio, puesto que la nota contribuye a fortalecer el diagnóstico que el investigador allí realizara sobre lo que llamó “atenciones básicas” de los escritos del período:
Las atenciones básicas de todos estos textos [los recopilados en el libro Textos e crítica de arte], que tendrán continuación natural en los escritos por Dieste a su regreso a España, pudiera decirse que son cuatro. Una de carácter histórico, intentando establecer un canon de autores y un canon de problemas, suficientemente identificados y caracterizados, que germinaron como la vanguardia histórica gallega. Otra es la determinación de los valores estéticos y pictóricos fundamentales en la concepción del autor. La tercera atención -de alcance teórico, como la anterior- se presta a la mirada estética y a las operaciones que supone todo acto creativo en relación con ella. Finalmente, Dieste reflexiona de nuevo sobre el propio ejercicio crítico, sus funciones y límites (p. 487).
Es de notar, eso sí, una inflexión particular en este escrito, que parece resultado de la incertidumbre de estarse aventurando en asuntos “americanos”. Aunque, de un modo muy propio de su escritura, reconvertirá el problema “local” en un problema de índole general, perceptible -con las particulares de cada caso- en todo sitio, Dieste no puede (no quiere, acaso) soslayar el “origen” de las obras que comenta: según dice, la “colección de dibujos y grabados de Adolfo Pastor… nos trae a la memoria y la sorprende con virtudes de íntima y espontánea fidelidad, la luz de allende el Plata. ¿Cómo puede ser? ¿Es que no se requiere el concurso de todos los colores en feliz equilibrio para especificar la luz?”. De modo que, a pesar de ser una colección rioplatense, lo que el autor ve en ella no son representaciones de presencias actuales, cercanas, sino una luz muy lejana, radicada en la memoria.
La tarea de “especificar la luz” requiere del “concurso de todos los colores en feliz equilibrio”. Sin embargo, esa exigencia está en algún sentido limitada, pues en el arte se requiere “todo lo que no sobra”. Hay una tácita demanda de sencillez, de ascetismo, de adecuación. Adolfo Pastor -y esto Rafael parece acordar con su hermano Eduardo- ha logrado atender a los requerimientos de la luz:
Veamos más de cerca lo que sucede con Pastor. No es el claro oscuro como señal de luz, sino la luz misma traspasando el aire y dando indicio del cielo desde la superficie de las cosas, lo que aquí se hace presente, y ello con un carácter que atestigua la honda conformidad del artista con la maestría de su tierra. Cada país -prefiero decir cada tierra- tiene su maestría y su dificultad. Yo no sé las dificultades de la luz uruguaya, pero sí presiento algo de su maestría. Es una luz serena, inteligible, en la que todo vuela, pero sin confundirse con el vuelo, como no se confunde la paloma, aunque sí el cohete. Muy buena luz para aprender sosiego y ese rigor de figura o de concepto en que tan bien se instala sin sentirse cohibida -antes fortificada- la buena libertad. (Digo “la buena”, y es la única). Si esto es así, ¡cuánto tenemos que exigir a los artistas uruguayos! Pero bien mirado, ¡cuánto hay que exigir a los de todos los países! Pues si son bien nacidos y contemplan su cielo nativos con ojos de aprendiz -los de toda la vida y los de ida, pues de vuelta se está en la tumba, y aun quién sabe- conocerán su deuda y su compromiso, y ¡qué buena señal si llegan a advertir su gravedad! Gran compromiso, sin duda, ser hijo de Italia, de Holanda o de España, por ejemplo, y no por lo pintado y lo que enseñan en los museos sino por tener ante sí, aleccionando los ojos, la misma luz que hizo la maestría de tantos preclaros maestros. Pero también es fuerte deuda ser hijo de América y de su casi intacta novedad.
Es curiosa la referencia al tópico de la “intacta novedad” de América, tan recurrido. Esa aparición, así como la timidez con que el autor anota su desconocimiento de las “dificultades de la luz uruguaya” (aunque en definitiva los artistas uruguayos tengan tantas exigencias como los de todos los países), son posiblemente las tenues huellas que deja la “intromisión” en un terreno en el que no parece sentirse cómodo. Sea como sea, el comentario vuelve a conectar la obra de Pastor con los intereses propios de Dieste: “Adolfo Pastor, con honestísimas cuentas, que son las de su trabajo obstinado y tranquilo -pero también con delicado amor, ya que al fin la deuda es filial- hace lo posible por pagarla, y lo que es más digno de loa y simpatía, por acrecentarla. Pues como quien no quiere la cosa y sin fruncir el ceño, sigue mirando, que es agravar el compromiso”.
En una nota de su trabajo, Arturo Casas desliza una hipótesis de sumo interés; allí retoma la expresión con que José Ángel Valente se refiere a Claros del bosque y a toda la creación de María Zambrano, “metafísica del éxtasis”, y dice que no es ajeno a ella el propio Dieste:
Una de sus marcas, reconocible en la indagación diesteana de la pintura, también en ensayos sobre temas literarios, es el llevar al lector al movimiento de pensar y a su transitividad con el sentir, fundamentados en el recogimiento, donantes de un conocimiento pasivo o saber de quietud (p. 488, n. 56).
En efecto, “memoria”, “fidelidad”, “equilibrio”, “homenaje”, “serenidad”, “sosiego”, “compromiso”, “honestidad” son todos términos frecuentes en la reflexión y en la pluma de Rafael Dieste, que reaparecen, con la constancia de la concepción del arte que los sustenta, en el “Saludo a Adolfo Pastor”. El escrito, sin duda, es una nota “de circunstancias”, por así decir. Sin embargo, en la medida en que permite confirmar hipótesis de lectura sobre el trabajo crítico de Rafael Dieste, en la medida en que permite vislumbrar el entramado cultural -y político- en que se desenvolvió la obra del exilio, tiene una importancia que va más allá, incluso, del interés primero que ofrece el hecho de completar la bibliografía de un autor fundamental.
Justamente para compendiar las seis nuevas referencias hemerográficas que a lo largo de estas páginas fueron brindadas, quisiera resumirlas en una lista -cronológicamente ordenada- que facilite su consulta, con vistas a colaborar en la eventual confección de una bibliografía completa de la obra del autor:
1) “Apólogo de la muerte consabida”, Pensamiento Español (Buenos Aires), mayo de 1941, año I, núm. 1, p. 31.
2) “Si tú hablaras…”, Pensamiento Español (Buenos Aires), junio de 1941, año I, núm. 2, p. 24.
3) “Pequeño discurso acerca de la pintura, con el ejemplo de un pintor: Colmeiro”, Sur (Buenos Aires), julio de 1941, año X, núm. 82, pp. 44-51 (el pie de imprenta del número es del 31 de julio). El texto fue reimpreso a fines de septiembre -el colofón data la impresión el 24 de septiembre de 1941) en el volumen Colmeiro. Breve discurso acerca de la pintura, con el ejemplo de un pintor (Emecé, Buenos Aires, 1941), sin más cambios que la leve modificación del título y tres escasas variantes de puntuación.
4) “Saludo a Adolfo Pastor. Con motivo de su exposición de Dibujos y Grabados en la Galería Viau”, Pensamiento Español (Buenos Aires), septiembre de 1942, año II, núm. 17, p. 6.
5) “Amanecer y pleno día”, Escritura (Montevideo), octubre de 1947, núm. 1, pp. 16-21. Son “Fragmentos de un discurso dicho en Buenos Aires el Día de Galicia”, organizados bajo tres subtítulos: “Conmemoración…”, “Amanecer de la memoria”, “…Y pleno día”. El discurso es el pronunciado el 25 de julio de 1946, publicado como “Galicia en el recuerdo”, en versión gallega, en el núm. 78 de Grial, 1982, pp. 441-445, y, en la versión castellana original, en Documentos A, núm. 1, enero de 1991, pp. 210-213. Las bibliografías suelen dar como título de esta publicación, en lugar de “Amanecer y pleno día”, el que el autor usara en una edición posterior, “Camino de Santiago” (Ínsula, núms. 152/153, julio-agosto de 1959, p. 1; recogido en Ínsula, núms. 499/500, junio-julio-agosto de 1988, p. 57). Sin embargo, “Amanecer y pleno día” es una versión mucho más extensa del discurso (del que se eliminan apenas unos seis párrafos).
6) “Sobre el idioma de Cervantes en su centenario”, Alfar (Montevideo), 1948, año XXVI, núm. 87, s. n. p. Texto de la conferencia “Sobre el estilo de Cervantes”, del 10 de julio de 1947, recopilada -sin mención de la publicación original- en Testimonios y homenajes, ed. de Manuel Aznar Soler, Laia, Barcelona, 1983, pp. 204-209.
En fin, el “Saludo a Adolfo Pastor” aporta, además del interés intrínseco de ser un texto perdido del autor, la posibilidad de, junto a la publicación que la cobija, ayudar a reconstruir un mundo que no siempre puede percibirse con facilidad, pues el conocimiento del universo cultural del exilio español, los conflictos, tensiones y sistemas de relación en los que debieron o pudieron desenvolver su trabajo los escritores exiliados, sigue siendo una tarea por completar. Esta nota, olvidada tantos años, tantas décadas, oculta a la mirada de los investigadores, arrumbada en una colección desatendida, acaso aporte un pequeño pero significativo elemento para contribuir a esa labor.