La desigualdad de género es uno de los principales problemas que afronta la humanidad en un mundo compuesto por sociedades que históricamente han mostrado un rostro patriarcal. En contraste, la igualdad se ha ido instalando como un principio jurídico universal y un horizonte al que los estados de derecho, sociedades y personas pretendemos llegar.1
El principio que reconoce la misma dignidad a todas las personas lo encontramos en las principales declaraciones y tratados internacionales en materia de derechos humanos: se trata de una norma de carácter ius cogens, que es aquella que no admite acuerdo en contrario, conforme a la Convención de Viena de 1969. Sin embargo, la igualdad formal (aquella recogida en el derecho positivo) no garantiza una igualdad real y efectiva. A partir de esta premisa se desarrolla la tesis del libro Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección, de Ana de Miguel.
La filósofa española muestra de qué manera las sociedades en que se ha proclamado la igualdad formal entre hombres y mujeres en la realidad siguen estando atravesadas por desigualdades sexuales. De acuerdo con sus postulados, en la era del neoliberalismo globalizado, la desigualdad sexual se reproduce mediante formas sutiles y, a veces, casi imperceptibles, que se tratan de legitimar desde el consentimiento o la “libre elección” de las mujeres. Así, los viejos mandatos patriarcales se han ido adaptando a las exigencias del neoliberalismo. De acuerdo con este modelo económico, casi todo tiene un precio y casi todo es permisible siempre y cuando haya consentimiento entre las partes (De Miguel, 2017, pp. 9-14); se trata de una relación de beneficio mutuo.
La obra se divide en tres grandes secciones que aluden al presente, al pasado y al futuro, y que intentan responder a las preguntas de dónde estamos, de dónde venimos y cómo lo hemos hecho, y hacia dónde queremos ir.
En términos generales, en la primera parte “se analizan los problemas y desafíos del presente, las características de los llamados ‘patriarcados del consentimiento’” (De Miguel, 2017, p. 11). En la segunda parte, se mira al pasado con el fin de comprender las relaciones actuales entre hombres y mujeres. Asimismo, se estudia el feminismo desde los tres aspectos que lo componen: como movimiento social, como teoría crítica y como forma de ver y vivir la vida. Por último, la tercera sección recoge una reflexión acerca de hacia dónde pretende caminar el feminismo de la igualdad, que es donde nace el “neoliberalismo sexual”.
En la primera parte se analiza la desigualdad sexual y su relación con los patriarcados del consentimiento. A modo de introducción, encontramos un breve recorrido del feminismo español en las últimas décadas.2 Posteriormente, se hace evidente que, para comprender los mecanismos con que el sistema patriarcal se perpetúa y fortalece, es necesario evidenciar las dificultades para detectar y asimilar la desigualdad sexual en sociedades formalmente igualitarias.
Efectivamente, si no somos conscientes de la magnitud de la desigualdad sexual, percibiremos en mucho menor grado las distintas maneras en que se reproduce. Para llegar a ello, Ana de Miguel nos proporciona un breve análisis del estigma que hay en torno a la palabra feminismo, al cual le atribuye, sobre todo, el desconocimiento. De hecho, la dificultad para distinguir la desigualdad sexual es un rasgo del sistema patriarcal.3 El antídoto contra la ignorancia es conocer lo que realmente es el feminismo; al respecto, Ana de Miguel realiza dicho ejercicio de la mano de autoras como Clara Campoamor y Celia Amorós.
Para explicar la consolidación de un imaginario colectivo e individual que legitima la desigualdad sexual, la autora recurre a la ideología de la naturaleza diferente y complementaria de los sexos.4 Este conjunto de ideas asigna normas, comportamientos y funciones diferenciales -dependiendo del sexo- que se perciben como parte de un orden natural y normal: se consideran inmanentes e incuestionables. La desigualdad sexual sería entonces una consecuencia directa de las diferencias biológicas entre los sexos. No obstante, esto ha sido muy cuestionado por el feminismo.5
En este sentido, el feminismo de la igualdad defiende la deconstrucción de estas identidades tan diferentes y opuestas que perpetúan la desigualdad sexual mediante la desmitificación de su fundamento determinista. De hecho, lo que a este feminismo le interesa (en línea con otros) es centrarse en los valores y conductas que queremos proteger y promover como, por ejemplo, los cuidados de las personas dependientes.6 Por lo tanto, los valores que resulten de tal ejercicio han de ser asumidos en igualdad. Esto lo explica muy bien Ana de Miguel en el siguiente extracto:
El tema no es preguntarse una vez más qué es producto de la naturaleza y de la cultura, sino qué valores de los considerados masculinos y cuáles de los llamados femeninos merece la pena preservar y fomentar, universalizar. Si la atención y el cuidado de los otros son valores, lo tendrán que ser para hombres y mujeres. Si el engaño y la traición son deméritos, lo tendrán que ser para hombres y mujeres (De Miguel, 2017, p. 82).
Asimismo, la autora profundiza en el alcance de la ideología de la naturaleza diferente y complementaria de los sexos desde tres factores de socialización diferencial: el amor romántico, la violencia y la prostitución.7
La cuestión se ha de asumir como un reto para los derechos humanos en tanto que esta ideología la encontramos en los espacios de entretenimiento y consumo propagados de forma masiva, principalmente, por los medios de comunicación.
Para entender la visión dicotómica de la condición humana, Ana de Miguel se refiere al desequilibrio que hay en el grado de importancia que, de manera diferencial, se le asigna al amor dependiendo del género. Así, aunque para las mujeres el amor ha supuesto (en muchos casos) la liberación de los matrimonios forzados y muchas otras reacciones emancipadoras, no podemos ignorar que el amor también se ha erigido como su principal proyecto de vida y de realización personal. En contraste, el amor para los hombres se ha instaurado ya no tanto como un proyecto, sino como un aspecto más de la vida.
Lo que el feminismo de la igualdad exige en el tema de las relaciones entre los seres humanos es la reciprocidad en el amor frente a la entrega absoluta que la cultura patriarcal le ha exigido a las mujeres. Sin embargo, en la actualidad persisten prácticas -como la prostitución- que, lejos de promover la reciprocidad, siguen poniendo a las mujeres en una clara posición de subordinación.8 Abordar el tema de las relaciones amorosas implica entrar de lleno en la cuestión de la sexualidad. En este punto se hace hincapié de que cualquier análisis que se realice sobre la sexualidad ha de incluir la perspectiva de género.9
Una de las fortalezas de la investigación es que no solo despliega argumentos que sostienen los principales postulados del feminismo de la igualdad sino que, a la par, expone las contraposturas que atañen a cada cuestión. Así, se explica la tesis de la autonomía de la sexualidad respecto al género, la cual, como su nombre lo indica, insta a separarse de las identidades de género en tanto que las tilda de rígidas. De hecho, esta tesis considera la prostitución como una institución transgresora no normativa que intenta atacar al sistema heteropatriarcal.10
En contraposición con lo anterior, desde el feminismo de la igualdad se insiste en no dejar de analizar las sexualidades desde la perspectiva de género (como ya se mencionó) y mostrar a la prostitución como un mecanismo de reproducción de la desigualdad sexual.11 Para esto, Ana de Miguel explora de lleno las dos posturas que han girado en torno a la prostitución: aquella que defiende su normalización y regulación, y la abolicionista (De Miguel, 2017, pp. 161 y 162). Si bien expone los argumentos de ambas, se posiciona en favor de la segunda, que persigue, como “horizonte normativo”, la desaparición de la prostitución (De Miguel, 2017, p. 150).
En la segunda parte del libro, Ana de Miguel se propone descifrar de dónde venimos, para lo cual dirige su mirada hacia el pasado enterrado por una cultura patriarcal en el que la subordinación y opresión de las mujeres se legitima desde varios frentes. Adentrarnos en las causas de esta ideología opresora nos permite identificar y “desarticular las falsedades, prejuicios y contradicciones que legitiman la dominación sexual” (De Miguel, 2017, p. 214).
De igual manera, es importante conocer esa parte del pasado que guarda la historia sobre la manera en que muchas mujeres se organizaron como movimiento con el fin de desmantelar el orden patriarcal, deslegitimándolo, para así reclamar sus derechos de acuerdo a un nuevo marco interpretativo de la realidad. Para lograr este cometido genealógico, la autora aborda grosso modo qué son los movimientos sociales y cómo funcionan; se centra, sobre todo, en las características de los nuevos movimientos.12
Los nuevos enfoques teóricos en torno a los movimientos sociales sostienen que: “los movimientos son una forma de acción colectiva cuya mera existencia implica una nueva visión de la realidad y con la fuerza de sus argumentos puede romper el sistema de normas y legitimar nuevas relaciones sociales”.13 Para el feminismo, movimiento social con más de dos siglos de historia, esta visión alternativa de la realidad la proporcionan metafóricamente unas gafas violetas “que muestran a menudo una realidad ciertamente distinta de la que percibe la mayor parte de la gente” (De Miguel, 2017, p. 212). Esto nos invita a reflexionar sobre las distintas formas, casi imperceptibles, en que la coacción estructural se solapa con la libertad y el consentimiento individuales: lo que ocurre en situaciones y escenarios donde impera la ideología patriarcal y en casos en los que los individuos no han iniciado el proceso interior de liberación cognitiva.14
Mirar hacia el pasado con las gafas violeta exige evidenciar las sombras tanto del proyecto ilustrado como de la ideología liberal moderna; concretamente, importan aquellos aspectos que guardan relación con la construcción de un espacio público y privado, así como la exclusión de las mujeres del primero (sin derechos ni privilegios) y su confinamiento al segundo.
Para mostrar las principales injusticias y consecuencias que trajo consigo la modernidad, Ana de Miguel realiza un breve recorrido histórico que parte del proceso constituyente fundacional de las democracias del siglo XVIII (De Miguel, 2017, p. 241). Asimismo, la autora repara en la reconfiguración del orden patriarcal que acarreó el capitalismo; en la lucha del movimiento feminista del siglo XIX liderado por las sufragistas, y en las aportaciones del feminismo radical a la redefinición del alcance de la esfera política bajo la consigna “lo personal es político” (De Miguel, 2017, pp. 220-225).
Efectivamente, con el feminismo radical hay un entendimiento más profundo del patriarcado como un sistema estructural de dominación que cubre casi todos los aspectos de la vida.15 Se entiende que este sistema socializa de manera diferencial de acuerdo a determinadas construcciones socioculturales que han girado en torno a lo masculino y lo femenino. Se trata de un sistema dual cuyos espacios (público-privado) y funciones sociales se configuran y jerarquizan valorativamente de acuerdo al género (De Miguel, 2017, pp. 232 y 233). De acuerdo con este enfoque, la enorme diferencia sexual que arroja es alimentada, entre otras cuestiones, por una serie de definiciones sociales, entre las que encontramos: las ideologías sexuales, las normas sexuales y los estereotipos.16
A partir de esta comprensión, para el movimiento feminista se hace necesario no solo conseguir la igualdad en el espacio público, sino también “redefinir la división tradicional entre lo público y privado” (De Miguel, 2017, p. 237). Para ello, es necesario preservar y universalizar aquellos valores y funciones que han sido considerados femeninos pero que, sin embargo, son imprescindibles para el sostenimiento de la vida y la reproducción humana.
Asimismo, cuando de elaboración de marcos teóricos de reinterpretación de la realidad se ha tratado, el feminismo ha puesto el dedo en la llaga al desmontar mitos, prejuicios y realidades que, de lo contrario, seguirían siendo legitimados por la tradición cultural patriarcal. En efecto, toda resignificación de la realidad -desde la mirada feminista- lleva aparejada la deslegitimación justificada de la visión patriarcal. Esto se aprecia muy bien en la redefinición de la violencia contra las mujeres “como un problema social y político” (De Miguel, 2017, p. 238), fruto de un sistema estructural de dominación, frente a su histórica normalización.17
La autora profundiza en los principales ejes que sostienen el marco de reinterpretación feminista en torno a la violencia de género: la deslegitimación y reconceptualización de la misma. Para contrastar lo anterior, nos muestra aquellos elementos que definen el sentido común patriarcal y que han contribuido a legitimar la forma más extrema de discriminación hacia las mujeres.
El ejercicio anterior no estaría completo sin la deconstrucción fundada de los mitos patriarcales más recurridos como, por ejemplo, aquel que explica esta lacra social apoyándose en el miedo de los hombres a las mujeres (De Miguel, 2017, p. 273). Posteriormente, se analiza el miedo como “factor de socialización y reproducción de las identidades de género” en varias de sus vertientes (De Miguel, 2017, pp. 277 y 278).
Por último, la tercera parte del libro tiene por objeto dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿qué es lo que nos une? ¿qué es lo que nos separa?, y ¿qué nos hace avanzar? A propósito, el feminismo, consciente de las diversas categorías que atraviesan a los seres humanos (como la raza, la clase social, la religión) se ha ido enfocando en lo que “nos une de forma decisiva” con el fin de “configurar un sujeto político identificable” (De Miguel, 2017, p. 297).
Como bien se ha expuesto, al colectivo femenino le une una historia de opresión y lucha. Se trata de un camino en el que -a lo largo de varias olas que se anclan en distintos momentos históricos-, investigadoras y activistas han ido advirtiendo las distintas formas de opresión patriarcal y la manera en que han evolucionado: desde exclusión de las mujeres de la ciudadanía y del espacio público en la fundación de las democracias y su confinamiento al espacio privado-doméstico, hasta los actuales mecanismos neoliberales que reproducen la desigualdad sexual bajo el escudo del consentimiento.
Si “el patriarcado y sus instituciones son una auténtica escuela de desigualdad humana” (De Miguel, 2017, p. 319), para Ana de Miguel, el feminismo vendría a ser una escuela de igualdad: el antídoto. Es evidente que no podemos alcanzar una verdadera igualdad sin la renuncia -por parte de los hombres- de esos privilegios que les han facilitado su posicionamiento social hegemónico. Así, la corresponsabilidad en las tareas domésticas y el cuidado de las personas dependientes se erige como uno de los ejes clave para ir desestructurando la tajante división sexual del trabajo.
Por tanto, resulta certera la llamada que realiza la autora a los hombres para que deconstruyan sus masculinidades hegemónicas y, en este sentido, construyan nuevas masculinidades que -en línea con los objetivos del feminismo- nos permitan avanzar hacia una verdadera igualdad. Con este llamado a la indignación y al cambio de subjetividades, la autora cierra con broche de oro su investigación sobre las nuevas formas de reproducción de la desigualdad sexual en el contexto neoliberal.