Introducción
El objetivo de este escrito es analizar los mecanismos mediante los cuales la leyenda histórica Maximiliano, texto poco analizado por la crítica, reconstruye el Segundo Imperio a través de una metaforización del hecho histórico en un género entre lo legendario y lo novelesco.2 Para ello realizaré una comparativa entre esta décima leyenda histórica, como parte de un proyecto didáctico, y el quinto volumen de México a través de los siglos, con el fin de mostrar que existen distinciones en la manera en la que se trata la historia como disciplina, debido al tratamiento legendario de la primera contra una visión aparentemente más objetiva del segundo. Una vez realizada esta comparación, el propósito es profundizar en la formulación de ademanes lingüísticos (concepto acuñado por André Jolles), fórmulas simples observables en la construcción de personajes, así como en el tratamiento de algunos eventos específicos. El objetivo central es mostrar que Paz está intentando distanciar un hecho histórico -en el cual él mismo ha participado- y convertirlo en un episodio legendario, mediante un ademán lingüístico: el pueblo elegido que se enfrenta al invasor. Para analizar cómo se viste este ademán, intentaré demostrar que Paz se sirvió de una fórmula estilística formista y un estilo metafórico, como el de los historiadores románticos europeos, según los términos de la Metahistoria de Hayden White.3 Paz formuló una leyenda para mover las emociones del lector mexicano, con el fin de que se sienta orgulloso de pertenecer a la república de liberalismo triunfante reformista.
En febrero de 1997, Octavio Paz publicó un posfacio para el volumen Algunas campañas, redactado por su abuelo Ireneo y prologado -en esa nueva edición- por Antonia Pi-Suñer para el Fondo de Cultura Económica.4 De este escrito, mitad crónica familiar y mitad evocación histórica, recupero un par de fragmentos, necesarios para comprender, desde el testimonio directo, la presencia de los estudios históricos como uno de los principales intereses de don Ireneo:
Su amor a la historia mexicana lo llevó a escribir varias series de Leyendas históricas. […] Una de sus grandes aficiones, que compartía con su hija Amalia, era la historia de Francia y su literatura. Mi abuelo prefería la historia y su periodo favorito era el de la Revolución: sus héroes eran Mirabeau y, un poco menos, Danton, Camilo Desmoulins y Bonaparte. Detestaba a Marat y a Robespierre.5
Perteneciente a la generación de los tuxtepecanos, “élite rectora [que] se encontró a caballo entre la generación de la Reforma, o romántica-liberal, y la de los científicos”6 Ireneo Paz trabajó en conjunto con varios de los configuradores de la historia liberal de México tras el triunfo de la República. Fue parte del Liceo Hidalgo en compañía de hombres como José María Roa Bárcena, Francisco Zarco, José María Vigil, Antonio García Cubas, Alfredo Chavero, Juan de Dios Arias, Vicente Riva Palacio e Ignacio Manuel Altamirano; junto con estos últimos tres combatió en las filas liberales contra la milicia francesa y el Segundo Imperio.7 Triunfantes tras la Intervención, los miembros de la generación de Tuxtepec se vieron
[…] amos del devenir patrio. Ese sentir quedó plasmado en el discurso que el 16 de septiembre [de 1867] pronunció en Guanajuato Gabino Barreda, presidente de la nombrada comisión que se encargaría de renovar la educación […]. Una vez obtenida la victoria, se debía emprender la reconstrucción social, misma que vendría en forma natural ya que el país reunía todos los elementos para ello.8
Así, durante los años posteriores al proyecto de Barreda, los tuxtepecanos consolidaron una pedagogía de la historia liberal a través de distintos proyectos editoriales: compendios, historias generales, catecismos elementales, libros de texto y novelas históricas son algunos de los distintos volúmenes producidos en las últimas décadas del siglo XIX.9 Una “historia nacionalista abarcadora [que] representaba el requisito sine qua non de la consolidación de la nación, y una prueba de civilización y estabilidad. [Estos intelectuales] Sabían perfectamente que, si había de formarse una conciencia nacional, tenía que ser enseñada y divulgada una historia de este tipo”.10 Quizá el resultado más conocido de estos proyectos de construcción de la historia nacional haya sido el México a través de los siglos dirigido por Riva Palacio. Esta obra logró ordenar la historia de la nación liberal, y sirvió como método propagandístico de la modernidad mexicana ante las naciones extranjeras.11 De la misma manera, pero en menor escala (y quizá por ello con menor alcance) en 1873 Ireneo Paz comenzó la publicación de tres ciclos de novelas, las cuales eventualmente adquirieron el nombre de leyendas históricas. Así, desde Amor y suplicio, hasta la inconclusa Madero de 1914, el novelista intentó fijar una visión holística de la historia nacional, cuyos tintes pretendieron
Enaltecer como se merecen los hechos heroicos de nuestros antepasados, grabar en el corazón del pueblo los magníficos episodios de aquella terrible época, dar a conocer hasta donde es posible el carácter y las tendencias de los personajes que en ella figuraron, y contribuir dentro de la órbita de nuestras facultades, a la difusión de esta clase de conocimientos que no solo sirven para vigorizar el ánimo con los recuerdos patrióticos, sino que forman así mismo la experiencia de las naciones.12
Paz, en consonancia con el resto de la generación de Tuxtepec, construyó su visión de la historia de México por medio de la escritura de novelas por entregas, pero con un precio mucho menor al que tendría México a través de los siglos. Al inicio de su proyecto, el medio por el cual publicó sus novelas-leyendas es a través de las páginas de los diarios -con lo cual se abarató el costo de una publicación en libro. La aparición de la tercera serie de Leyendas en formato de volumen no impidió que el valor siguiera siendo asequible, pues fue el mismo autor quien fungió como impresor.13
Prosigo comparando esta leyenda con el México a través de los siglos en términos de la temporalidad discursiva. Mientras que los antiguos mexicanos y el virreinato ocupan cada uno un volumen, el tomo tercero (La guerra de Independencia), cuarto (México independiente) y el quinto (La Reforma) se refieren a períodos mucho más cortos de tiempo. El tercer tomo está dividido en tres libros (1808-1811; 1812-1815, y 1816-1821) y cada libro posee entre 15 y 16 capítulos. El tomo cuarto está dividido en dos libros: el primero de ellos posee 27 capítulos que abarcan desde 1821 a 1835, mientras que el segundo contiene 29 capítulos que narran veinte años de historia. El quinto tomo es el que me interesa particularmente, puesto que, al igual que el cuarto, se divide en dos libros solamente, pero en este caso el primer libro contiene 30 capítulos cuya duración temporal abarca desde 1855 hasta 1861, mientras que los 30 capítulos del libro restante son los concernientes a la intervención y el Segundo Imperio (1861-1867). Deseo apuntar la importancia que tuvo tratar el episodio intervencionista, pues se le dedica un libro completo al mismo.
Maximiliano, como el libro segundo del tomo V, refiere el último de los episodios traumáticos de la historia liberal, por cierto, el más cercano al tiempo en el que se redacta dicha novela histórica. En este sentido, ambos proyectos intentaron refamiliarizar a sus lectores con un episodio que no ha sido olvidado,14 puesto que es bastante reciente, retomarlo y tratarlo detenidamente con el fin de sentar las bases para construir la idea de México como una nación fuerte capaz de enfrentarse a una potencia europea tan grande y moderna como lo es el imperio francés de Napoleón III.15 Ello implicaría sentar las bases para hablar de la historia de México -en clave de epopeya- como una nación madura. Una intención más, y ésta se desprende directamente del paratexto introductorio de Paz, consistiría en presentar este episodio en clave didáctica, es decir, con el fin de educar al pueblo mexicano acerca de las razones por las cuales la traición a la patria es castigada a través del peso de la Historia providencial.16 Me parece importante denotar algo que aparentemente pone en juicio la noción de historia positiva en cuanto al texto de Ireneo Paz: historiar el imperio en clave de enseñanza moral situaría este texto en el terreno de lo providencial y, por lo tanto, en la manera antigua o medieval de escribir historia. En palabras de Paz:
Sí, esta es una leyenda y no precisamente una novela, porque en el fondo aparecerá siempre la silueta de la historia con toda su majestad […]. La misión principal que lleva la presente leyenda, hay que decirlo con toda franqueza, es que nuestro pueblo tenga, a poco costo, una relación verídica de todo cuanto pasó en el país durante la aciaga época de la Intervención francesa y del Imperio de Maximiliano, a fin de que nadie ignore ni en esta ni en las futuras generaciones, los nombres de aquellos que hicieron el mal ni los de aquellos que supieron sacrificarse en servicio de la patria. Es la misión que tienen que llenar todos los cronistas: arrojar el baldón sobre los malos, sobre los pérfidos, sobre los criminales, y hacer el pedestal para que descanse sobre él la gloria de los buenos. ¡Póstumo castigo y póstumo premio que siempre debió infundir pavor a los primeros y tranquilidad de conciencia a los segundos!17
En las últimas palabras de Paz resuena el eco de la propuesta pedagógica que tanto defendió Guillermo Prieto en su polémica contra Enrique Rébsamen:
Para nosotros en la escuela se nace a la patria, se respira la patria. En sus brazos nos debe esperar la religión santa de su libertad, de su honra y de su gloria. La patria es la prolongación del yo espiritual y humano, palpitante en todo lo que amamos y nos da la vida. […] Para conciliar este sentimiento con la severidad del género histórico, para dar conocer los vicios de un pueblo sin dejar de amar a aquel en que vimos la luz, se necesita elevar la enseñanza al sacerdocio, y el sentimiento a lo sublime.18
A mi juicio, la forma de elevar a “sacerdocio” para Paz fue trasladar sus estudios históricos al terreno de la leyenda. De ahí que me parece importante comparar el texto de Paz con el estudio, aparentemente antitético, presente en la empresa de Riva Palacio.
Vale la pena pensar en otro elemento comparable entre el volumen V de México a través de los siglos y la leyenda histórica de Ireneo Paz: la presencia de la Iglesia como agente del enfrentamiento. Vigil, en la introducción del tomo, comenzó su exposición en los inicios de la Conquista con el fin de rastrear la influencia clerical en el acrisolamiento de la nación mexicana. Para el historiador fueron la Iglesia, en conjunto con Cortés, las raíces con las que se cimentó el árbol de la monarquía en estas tierras novohispanas.19 El conflicto entre la Iglesia y el estado mexicano estuvo presente desde los inicios del virreinato y se extendió entre las diversas órdenes religiosas. Estas afirmaciones categóricas tienen como objetivo mostrar a la institución eclesiástica como una mala influencia, responsable del sojuzgamiento, el atraso y la ignorancia en los que cayeron y se encontraron las comunidades indígenas durante trescientos años de Colonia:
Apenas podemos formarnos idea de la impresión que en el ánimo de los indios causaría la llegada de los misioneros conducidos por fray Martín de Valencia; el contraste no podía ser más profundo y extraordinario para aquellas gentes sencillas e ignorantes. Peregrinos pobres, mal vestidos, que caminaban a pie y descalzos sin causar a nadie molestia de ninguna clase, avanzaban impávidos por montañas y desiertos sin arredrarse ante peligros que nada tenían de ilusorios: aquello era un valor de género desconocido para quienes la fuerza material y la lucha formaban el tipo ideal de un ánimo valiente y esforzado; y la admiración debió llegar a su colmo, cuando vieron que el invencible capitán que había derribado el trono de Motecuhzoma y Cuautemotzin, se hincaba de rodillas delante de aquellos mendigos, les besaba las manos y les prodigaba toda especie de respetos como a señores de jerarquía muy superior.20
El conflicto entre la Iglesia y el Estado está presente a lo largo de esta introducción. Vigil mencionó varios episodios en los que se puede seguir dicho enfrentamiento con el fin de justificar las razones por las cuales resultaba enteramente necesaria la Reforma juarista. En palabras de José Ortiz Monasterio, el texto contradice algunos de los datos provistos por Vicente Riva Palacio, la cual revela más que una equivocación por parte de Vigil: “el modo en que su cruzada por el Estado, el gran vencedor de las guerras de Reforma y de la Intervención francesa, hace que emerja, mediante un lapsus, el espíritu de partido cargado de anticlericalismo”.21 En este tenor, Ireneo Paz dedicó algunos párrafos de su leyenda histórica para apoyar la justificación de la Reforma, además de culpar al alto clero por su participación en la aventura imperial. Esto lo realizó casi desde los inicios de su narración, mediante una oración adjetiva, la cual presenta una antítesis entre aquellos misioneros mendigos de los que hablaba Vigil y los que apoyan el proyecto imperial. Esto implica una denostación de la jerarquía católica mexicana antirreformista, la cual, a diferencia de los misioneros novohispanos que fundaban colegios, mantiene a la base del pueblo en ignorancia:
¿Es numeroso su partido? [el de Almonte y Gutiérrez Estrada]. Se compone del clero que es riquísimo, de todas las personas acomodadas y de la plebe que está muy mal educada, pero hecha para que se le domine.22
Puestas estas claves sobre algunos paralelismos entre México a través de los siglos y la leyenda histórica en cuestión, me interesa analizar la manera en la que Ireneo Paz construyó y enjuició personajes y eventos históricos, en un proceso de metaforización extendida: “como estructura simbólica, la narrativa histórica no reproduce los acontecimientos que describe; nos dice en qué dirección pensar acerca de los acontecimientos y carga nuestro pensamiento sobre los acontecimientos de diferentes valencias emocionales”.23 Como se verá a continuación, esta leyenda metaforizó, al grado de la simplificación, a los emperadores en los términos en los que serán tratados a lo largo de la historia y la literatura del siglo xx:24 Maximiliano, el joven iluso y melancólico; Carlota, (quien aparece en mucho menor medida como personaje) la princesa ambiciosa, sedienta de poder y engañada por su marido.25
Los héroes y antihéroes de la leyenda negra imperial
La primera aparición de los archiduques en la narración de Paz se sitúa en el castillo de Miramar, justo en el instante previo a recibir la comisión de notables encabezada por Gutiérrez Estrada. El cuadro es excesivo en varios niveles: el discurso nos permite apreciar cierta ironía, pues son los europeos quienes, a juicio del narrador, intentan impresionar a los mexicanos con una riqueza fingida:
Mientras el Archiduque estaba dándose la última mano en su alcoba, peinándose las patillas y buscando el mejor efecto para sus condecoraciones, la Archiduquesa en su tocador, auxiliada por sus doncellas, se colocaba en el pecho, el cuello y la cabeza algunas riquísimas joyas, después de haberse vestido espléndidamente. Parecía, según todos aquellos preparativos, como que se trataba de deslumbrar a los comisionados mexicanos que debían llegar al castillo a las once y media […] En el ala derecha los criados estaban con libreas negras bordadas de plata […] pasaban de trescientas personas los comparsas destinados a esta mise en scéne. […] [Los comisionados] ignoraban o fingían ignorar que este confort era improvisado para producir en ellos efecto y costeado ya con los pesos mexicanos en perspectiva.26
La imagen de fingida opulencia se refuerza durante la fiesta que ofrecen los archiduques esa misma noche. Si por la mañana, el vestuario y la joyería de ambos personajes había sido abundante, por la noche aparece recargado, casi al grado del mal gusto, de la extrema presunción. Así, los Habsburgo aparentemente aceptarían el trono (dice el narrador) no por necesidad, sino por hacer un bien al atrasado pueblo mexicano.
Me interesa resaltar esta descripción porque el narrador está construyendo aquí un escenario hiperbólico para la farsa (así la llama Paz en el preámbulo a la leyenda) que va a desarrollarse. Nuevamente, el narrador ironiza a la pareja imperial: Miramar y su corte son una mentira -la cual queda expuesta hacia el final de la descripción- sostenida en los empréstitos de los comerciantes judíos. Todo ello para aparentar seguridad financiera y poder ante los mexicanos
Maximiliano vestía de marino austriaco, y la Archiduquesa llevaba un vestido de tela de seda color rosa, con inmensa cauda que sostenían dos pajecillos y sobre la frente ostentaba una corona cuajada de piedras preciosas. Sus pendientes, su collar, sus pulseras y un alfiler prendido al pecho, contenían brillantes de colosal tamaño, llevando tal aglomeración de joyas con la intención tal vez no solo de fascinar a los comisionados mexicanos con aquellas riquezas, sino de hacerles entender que los príncipes no necesitaban seguramente de hacer un viaje peligroso a México para nadar en la opulencia. El alhajero había sido alquilado a los judíos de Trieste.27
Si bien, en estos pasajes es posible ver al archiduque como un personaje presuntuoso, algunos capítulos más adelante el narrador lo construye como un ser voluble. Uno de los momentos en los que se aprecia la debilidad del personaje literario de Maximiliano es justo cuando Francisco José, emperador de Austria, solicita a su hermano que renuncie a los derechos a la corona. La etopeya del emperador legendario está construida enfatizando lo emocional y lo inmaduro; se expresa de forma infantil y decide por medio de las vísceras. En marzo de 1864, mientras la Comisión de notables se reúne nuevamente con los archiduques, se presenta el pacto de familia en voz del almirante Herzfeld.
Maximiliano estaba conmovido y calenturiento, Carlota nerviosa y la servidumbre íntima con las caras muy largas […] Es la sexta vez que se me presenta ese documento, dijo Maximiliano con voz doliente, y es la sexta vez ahora también que declaro que jamás lo firmaré.
La acción del austriaco mueve al ridículo a los conservadores que intentan hacerlo entrar en razón “Señor, exclamaron los comisionados mexicanos doblando las rodillas”.28 Maximiliano, altivo ante la comisión y ante los enviados austriacos, quedó humillado ante su hermano; páginas adelante (en una suerte de acción kármica), se denigra al archiduque hasta el grado de solicitar clemencia: “¡Oh! No, no; exclamó Maximiliano cayendo de rodillas, por favor te pido que me libres de tanta humillación. Toda la Europa está riéndose de mí en estos momentos. Hermano, hermano querido, no seas inexorable”.29
Las apreciaciones del autor implícito acerca del poder que no detenta Maximiliano son incisivas. Al inicio se vio como un personaje infantil, débil y por momentos poco preparado para el gobierno; unas páginas más adelante el narrador utilizará dos episodios en los que Maximiliano se enfrenta al poderío francés para darle forma a otra de las características que se han reproducido constantemente en la historia liberal: Maximiliano como títere del imperio galo. Previo a la aceptación por parte de los archiduques Habsburgo, éstos son recibidos por la corte parisina en la que el francés debe persuadir al austriaco de aceptar la misión mexicana. El narrador trata este evento como si fuera una ficción dramática, lo cual mantiene en el terreno de la farsa (como ya lo habíamos dicho anteriormente) todo este hecho histórico. Así, mientras el archiduque se convierte en operario de los deseos de Napoleón, Carlota quedará reducida a una figura obnubilada por su deseo de poder:
El emperador francés en los tres días que tuvo alojados a los Archiduques en las Tullerías, echó de ver que, así como Maximiliano era irresoluto y soñador, Carlota era firme y ambiciosa, y desde luego preparó un golpe teatral que había de ser de efecto y de trascendencias. Mandó organizar fiestas en que se tributaran a ambos honores regios, ordenándose a todos los cortesanos que les dieran el dictado de Majestades. Carlota quedó desvanecida y conquistada por completo.30
El otro episodio que deseo resaltar es mucho más funesto, puesto que la diplomacia y el tacto político deja paso al enfrentamiento directo entre la fuerza militar, representada por el mariscal Aquiles Bazaine, y el inexistente poder monárquico. Aquí me importa enfatizar otros caracteres de los personajes: la impudicia, además de la violencia del mariscal, por un lado, y el desencanto de Maximiliano -quien se descubre personaje de la farsa- por el otro. Anoto, además, un juicio del autor implícito, el cual pone en boca de Bazaine una afirmación sediciosa, la cual tendría por efecto mostrar al lector mexicano la inviabilidad de la monarquía napoleónica en una era republicana:
-Vuestra Majestad debe saber que yo soy soldado, que recibí ciertas instrucciones y que tuve que cumplirlas. La mayor parte de las actas que se remitieron a Miramar fueron casi firmadas a la fuerza y la guerra que estamos haciendo lleva todo el sello de una conquista. ¿No observa Vuestra Majestad que la resistencia que se nos opone es bastante significativa? -En efecto, contestó el Emperador dejando caer la cabeza sobre el pecho, se me ha hecho una comedia: he sido víctima de una superchería. -¡Psé! Así es la política, el poder significa opresión: no se emplearon otros medios en Francia para que el actual Emperador pudiera llamarse Napoléon III.31
Con todo lo anterior, y al determinar que Maximiliano no es el traidor o el invasor por sí mismo, el narrador se permite otorgarle otras características a su descripción etopéyica, las cuales permitirán al lector juzgar al archiduque con cierta piedad una vez que alcance su trágico destino. En los capítulos concernientes a la gira del emperador por el Bajío, se puede ver que Maximiliano es capaz de conseguir adeptos mediante sus palabras y acciones. Quizá el elemento que me parece más importante rescatar de estas aseveraciones radica en que, a través de los actos del emperador, se observan las buenas relaciones existentes entre dicho personaje y los mexicanos de a pie.
Nuevamente, es necesario traer a la discusión el ademán lingüístico del pueblo elegido enfrentando al invasor. Me interesa recuperar esta operación de la lengua para explicar que el narrador de la leyenda debe enfocar su atención en otro enemigo, figurado en la persona del mariscal Bazaine. Ya en el trono mexicano, Maximiliano demostró sus habilidades diplomáticas y su educación tan esmerada en el buen trato y en el arte de gobernar. Por tal motivo, la escritura de Paz realizó dos operaciones: la primera consistió en atemperar o moderar la alegría con la que el emperador fue recibido en su gira por los actuales estados de Querétaro, Guanajuato y Michoacán,32 con el fin de recordar a los lectores que, aunque hubiera sido un buen gobernante, ante todo, era el títere del invasor. La segunda, trasladó la imagen del enemigo situándola en quien acompaña al Habsburgo durante su gira:
Sí, positivamente, las noticias del viaje de Maximiliano llegaban hasta las fronteras, algunas muy llenas de exageraciones: se decía en las cartas que el emperador era muy bueno y muy simpático, que a nadie negaba el saludo y que a muchos pobres les había estrechado la mano, que se informaba de las miserias y las aliviaba, que daba muchas caridades; que no tenía en sus labios más que las palabras garantías, libertad, paz y trabajo; que era más republicano que el mismo Don Benito Juárez; que a pesar de ser nieto de Carlos V no se daba ni la mitad de importancia de Santa Anna, siendo su trato más llano y más franco que el de todos los Presidentes juntos que había tenido la República; que andaba estudiando el país para acudir a sus necesidades y que, en suma, era patriótico ayudarle en su magnífica obra de regeneración. Y entonces decían los mexicanos de las fronteras: -Sí, será muy bueno el Emperador Maximiliano, pero está con los franceses y estos por donde quiera que pasan llevan la desolación y la ruina.33
Quizá dos de los elementos más sonados de la “leyenda negra” establecida alrededor de la pareja imperial es, en primer lugar, el del matrimonio sin amor entre los archiduques,34 y en segundo, el de las infidelidades de Maximiliano. En este tenor, pienso que la leyenda de Paz contribuyó fuertemente a la consolidación de estas afirmaciones. Al recordar los atributos del emperador mencionados hasta ahora, se ve que la mayoría son negativos: iluso, inocente, títere y presuntuoso. Si bien se perciben algunos destellos de buena cuna, educación política y don de gentes, la balanza termina por inclinarse hacia lo ruin, lo despreciable, cuando le es atribuida la vanidad, la liviandad y lo lúbrico. Este aspecto se presenta de forma gradual a lo largo de la leyenda histórica y comienza con una conversación entre Maximiliano y su consejero y alcahuete Eloin:
Maximiliano sonrió lleno de amor propio y contestó con ligereza: -Conozco también algo de estas historias que me ha trasmitido con todos sus puntos y comas uno de mis amigos, y la verdad es que con ninguna de las dos que me atribuyen se ha llegado a formalizar la aventura. Quien sabe más adelante, mi querido Eloin, también los príncipes somos de carne y hueso… -Lo importante es desviar en todo caso a la Emperatriz. -De eso precisamente te encargarás tú acompañado de la amiga de quien hice referencia, que es la duquesa… -Ya lo sé, Majestad, no hay necesidad de pronunciar su nombre, que pudiera haber oídos indiscretos…35
Casi un centenar de páginas más adelante se presenta el desliz imperial. Durante un baile en Chapultepec, Maximiliano queda seducido por los encantos de la joven Aurora, uno de los personajes ficticios de esta leyenda histórica. Para la narración no importa en lo mínimo el protocolo ni la etiqueta. En la escena del evento Maximiliano utiliza su poder para “seducir” a la señorita, lo cual lo sitúa nuevamente como un hombre despreciable. Ello se refleja en dos cuestiones que focaliza el narrador: la mirada sorprendida del lacayo y el hecho de actuar a espaldas de su esposa. En ambos casos, la majestad del soberano queda empañada por la lujuria del hombre:
¡Oh! Es guapísima. Deseo que te acerques a ella, y le lleves un mensaje mío. Lacroix perdió el color y se quedó viendo casi de un modo estúpido al soberano, esperando su mensaje. -Vas y le dices que si quiere concederme una pieza de baile. -¿Cuál? -La que tenga desocupada. Yo casi no bailo, así es que sólo daré una o dos vueltas con ella por el salón a fin de que su familia comprenda que la distingo con mi estimación. No había remedio: el chambelán no podía discutir con su amo y señor una orden semejante y fue a cumplir con ella. […] El Emperador se sonrió satisfecho e instintivamente volvió la cara a ver a su mujer que estaba en esos momentos rodeada de generales, y contento de que nada hubiera observado, siguió dando conversación a sus consejeros mientras llegaba el momento de ofrecer su mano a la preciosa huérfana sobrina de la dama de honor de la Emperatriz.36
Si hasta este instante de la leyenda, se ha personificado al emperador como un hombre lascivo, el siguiente evento lo pintaría como potencial adúltero. Según el texto de Ireneo Paz, Maximiliano envía a Carlota a Yucatán en octubre de 1865, con el fin de alejarla de la corte y así liberar el terreno para sus avances sobre la joven Aurora. Carlota sospecha las intenciones ocultas de su esposo. En el diálogo siguiente, es posible apreciar cómo el personaje de Maximiliano es caracterizado por medio de la mentira y la zalamería, con lo cual él mismo se deshonra; mientras eso sucede, Carlota se presenta como una mujer astuta, pero con poder limitado, razón por la cual no puede imponer su voluntad ni defender la santidad de su matrimonio:
-Tendría gracia, en efecto, que me fuera apareciendo yo sola en Yucatán. -Sería de un efecto maravilloso. Aquellas gentes que han tenido tan pocas costumbres mexicanas y que siempre han estado en desacuerdo con los gobiernos del centro por su altivez, llegarán a adorarte como una divinidad. Tú las conquistarás con tu hermosura, las dominarás con tu talento y las cautivarás con tu palabra. -¿Y quiénes me acompañarán en el viaje? -Elegirás entre tus damas las que sean de tu agrado y entre la corte los hombres que te inspiren más confianza. -Entre las mujeres llevaría gustosa conmigo a aquella simpática joven con quien bailaste la otra noche. La alcoba no estaba bien iluminada y por eso Carlota no pudo observar la palidez de que se cubrió Maximiliano […] -Esa joven a quien creo que te refieres, no es dama de honor. -Puede ir conmigo en calidad de amiga. -Eso es diferente. Si ella quiere, puedes llevártela. -Es imposible que se niegue si yo la invito. Maximiliano no quiso hacerse sospechoso y contestó prontamente. -Invítala […] Si me despacha tan lejos es porque le estorbo.37
En este fragmento destacan la astucia y los celos de Carlota, quien decide llevar en el viaje también al ministro Eloin, a quien el lector ha visto como cómplice en los desvaríos amorosos del emperador. Me parece necesario contrastar esta información con los datos aportados por José Luis Blasio, a través del cual se puede discrepar entre los razonamientos por los cuales Maximiliano no efectuó el viaje a Yucatán, como era su intención original:
Y mientras la situación se complicaba más y más en el país, Maximiliano proyectaba un viaje a Yucatán, habiendo demostrado mucho entusiasmo por conocer esa península.38 Ya estaban las órdenes extendidas y hechos casi todos los preparativos; fijado el día de la salida y designadas las personas que debían acompañarle; impreso el reglamento relativo a trajes, distribución del personal en los carruajes y buques, etcétera […] Después de varias juntas del Consejo de Estado y de los ministros, el Emperador, en vista de la crítica situación porque atravesaba el país, renunció por fin al tan deseado viaje a Yucatán, pues al alejarse el soberano del centro del Imperio, y embarcarse, daba lugar a que nacieran las dudas y las desconfianzas, porque todo el mundo creería que al dirigirse hacia la costa era con el fin de poderse ir a Europa, si se agravaba la situación de su gobierno. Decidió pues que ese viaje lo haría la Emperatriz acompañada por [varios ministros entre los que se encontraba] el consejero Eloin.39
El proceso mediante el cual Paz elide la complejidad política de la situación y reconfigura el episodio como una simple estratagema para alejar a la emperatriz, permite que los lectores desprecien el poder del emperador; que juzguen la traición del esposo, y que se prepare el terreno para presentar al hombre malogrado en casa, como más adelante será derrotado el Imperio que representa. Descubierto el intento de seducción en contra de su ahora amiga, Aurora, Carlota decide encarar a su esposo, con “alguno de sus finos y punzantes reproches, en los cuales siempre, por su propia debilidad de espíritu, salía derrotado”.40 En esta relación entre marido y mujer, la escena siguiente demuestra un intercambio de poder, una especie de emasculación simbólica causada por el miedo de Maximiliano personaje a enfrentar a su cónyuge; muestra asimismo la incapacidad del emperador de cumplir sus promesas ante la corte:
-Necesito hablarte, Maximiliano. -Yo también lo deseo, esposa mía… pero hay tantas cosas que atender… ahora. -Sin embargo, es preciso que hablemos de eso de Napoleón. […] Dentro de dos horas estaré en tu departamento. -No, no, dentro de diez minutos a lo más. Despacha a toda esta gente: tú eres el Soberano. Despáchala. […] Entonces la Emperatriz saludó graciosamente a la concurrencia y se fue […] Cuando pasaron veinte minutos sin que el Emperador hubiera podido desprenderse de las personas que lo asediaban, recibió este un mensaje de Carlota en que le decía que lo estaba esperando. No tuvo remedio: se excusó como mejor pudo con las personas que estaba allí, exponiéndoles que la Emperatriz le llamaba con apremio, ofreciéndoles que antes de media hora volvería. Ni en dos horas pudo volver, según se verá por lo que en seguida van a oír los lectores: -No es tiempo de recriminaciones, […]
-¿Recriminaciones?... preguntó él haciendo cierto ademán de disgusto.
-¿Vas a suponer entonces que no estoy enterada de todo? -¿Y de qué estás enterada? -De todo. Y lo que he hecho es salvar a una amiga mía de que fuera a formar número con las víctimas de Cuernavaca […] ¿Me negarás que fuiste a esperarla a Cuernavaca, o, mejor dicho, a esa leonera que me dicen tienes entre un bosque de palmas y chirimoyos?41
El diálogo anterior gira en torno a dos temáticas paralelas: por un lado, se encuentra el affaire amoroso y la zozobra del matrimonio imperial, por el otro se percibe el temor ante la salida de las tropas francesas, llamadas por Napoleón y la tentativa de abdicación. Tanto los adjetivos usados como las descripciones del narrador nos permiten ser testigos de una avalancha de emociones entre las cuales se aprecia nuevamente la debilidad de Maximiliano y algunos atisbos de la locura de Carlota. En un arranque de defensa del honor y la nobleza del austriaco, la Emperatriz rechaza la idea de renunciar al trono. El terror del Emperador es doble, en primer lugar, porque Carlota se expresa en términos de “luchar, luchar con brío hasta que no tengamos ni un solo hombre ni un peso, aunque seamos nosotros solos contra todos”, con lo cual declara, además, que es más fuerte y arrojada que su marido. En segundo lugar, porque ya se aprecia en la mirada y los gestos la locura naciente de su esposa:
-¡Detente! Le dijo ésta con la mirada extraviada: Maximiliano la vio y tuvo miedo ante aquella fisonomía trastornada. -Creo que es lo más conveniente, le dijo él suavizando la voz. -No, no, exclamó ella exaltada: esa abdicación será nuestra ignominia cuando todavía hay elementos con que combatir.42
Ante tamaña declaración de adhesión a los principios de honor y de nobleza, la reacción final del personaje Maximiliano es quizá, la más rastrera con la que se atavía al Emperador. Carlota, ya en plena exaltación, manifiesta que irá a echarse de rodillas ante Napoleón para suplicarle que no retire sus tropas de México, luego ambos se declaran su amor, pero la afirmación del austriaco es más una recriminación y una burla pedestre; quizá con estas palabras, los lectores han visto la marca de carácter más indigna del personaje creado por Paz:
-Sí, vida de mi alma… yo también te amo y por eso me ofusca a veces la nube de los celos… ¡También soy celoso!
¡Bah!... tú no amarás a otra como a mí me amas y yo… figúrate si podré amar jamás a otro hombre…
-No, no… -¡Adiós! Maximiliano dio un beso en la boca a Carlota y salió de allí con la sonrisa en los labios, murmurando muy bajo, muy bajo: -¡Crédula!43
Lo que más me importa destacar a través de estos episodios previamente asediados es que Maximiliano, a todas luces, ha sido caracterizado como un personaje endeble: frágil ante el emperador Francisco José, su hermano; de voluntad quebradiza al enfrentarse con Napoleón III y el mariscal Bazaine; inestable como gobernador ante la violenta fuerza del ejército francés y voluble incluso en su matrimonio. Si a ello agrego la visión que la misma emperatriz tiene de su esposo, al cual aparentemente ama por sobre todas las cosas, aun sabiendo de su debilidad, quedan manifiestas las razones por las cuales el personaje de Maximiliano (y de paso, su figura histórica) no podrían ser considerados más que como la del príncipe trágico, un títere al servicio de poderes más oscuros, un infante que necesita estar rodeado de cuidados y adultos pendientes de su seguridad. A los ojos de Carlota, (y del lector que, entonces, lo mira con lástima, pero no la suficiente por todo lo deleznable que se mostró anteriormente) Maximiliano es:
Tan débil, tan vacilante, tan vago en sus apreciaciones, tan poco firme en sus ideas, tan poco seguro de las medidas que dicta, ¿qué hará el día en que se le presenten dificultades que le parezca imposible combatir y vencer? Es cierto que me ha jurado no abdicar mientras yo no regrese; pero ¿me lo cumplirá luego que se vea asediado de continuo por Bazaine y por todos los que van empujándolo al abismo? Yo no podría hacerme dos y tuve que abandonarlo… era preciso, era preciso… Después, cuando vuelva será tiempo todavía de ponerlo en el buen camino, si es que se ha descarriado.44
La ficción histórica me permite observar condiciones exclusivas depositadas en Maximiliano personaje, lo cual reafirma que el proceso metahistórico mediante el cual se narra la leyenda de Ireneo Paz es de carácter argumental formista,45 entramada mediante un relato con forma de romance,46 esto es, una épica de enfrentamiento entre el bien y el mal, el pueblo mexicano contra los invasores, de los cuales, el mismo emperador es el enemigo más visible, pero el menos importante de derrotar dada su debilidad de carácter. Quizá sea esta construcción etopéyica del emperador la que permite, por ratos en las siguientes narrativas del Segundo Imperio, comprender su persona como una víctima de las circunstancias, o como trágico juguete de fuerzas más poderosas. Situar a Maximiliano en este espacio eventualmente conmueve al lector de la historia liberal.
En este sentido, vale la pena pensar en las claves que deja Paz a lo largo de su obra para identificar al verdadero enemigo de la nación mexicana. Ya se ha visto la violencia encarnada en el ejército francés, así como la idea del gobernante ilegítimo manifiesto en la figura de Napoleón III. Con todo, el verdadero enemigo es el traidor a la patria encarnado en el partido conservador, al cual pertenece el clero, la facción contra la que el grupo de los reformistas y los tuxtepecanos escribió. El partido conservador en ocasiones está descrito como un colectivo igual de iluso que su emperador, pero traidor e incapaz de defender su ideología:
Las monarquistas clericales por menos probabilidades que tuvieran de un buen éxito, siempre habían luchado con el partido liberal, pero ahora tenían de su parte la ventaja de contar ya con un príncipe extranjero que había sido su gran ilusión; tenían a quien echar de carnaza y de quien aprovechar los elementos exóticos de que estaba rodeado.47
A veces también, enunciados de forma personal y adjetivados con el desprecio (y por tanto con un discurso formista) con el que deben ser comprendidos y juzgados por el público lector. Por ejemplo: “Estrada un ignorante y fanático por la monarquía y por una religión que él entiende a su modo; Almonte un ambicioso de la peor especie, capaz de traicionar a su mismo padre si viviera, Hidalgo un intrigantillo sin antecedentes”.48 Incluso, en ocasiones son juzgados por el mismo autor implícito. Sobre Almonte, por ejemplo, dice lo siguiente:
Este siniestro personaje de quien cuesta trabajo hablar, por sus bajezas, por sus perfidias y por sus traiciones, después de haberse constituido él mismo Jefe Supremo de la Nación con el apoyo de las bayonetas francesas en Orizaba, formó parte de la Regencia en México luego que la Asamblea de Notables, obedeciendo al mandato de Forey, proclamó la monarquía […] A don Juan Nepomuceno Almonte que era hijo del gran Morelos, le bastaba para su gloria tener aquella procedencia, y sin molestarse mucho hubiera sido llamado por su solo origen a ocupar los puestos más encumbrados; pero sus ambiciones nunca se veían satisfechas y anduvo rondando mientras vivió por todos los partidos, a todos traicionándolos, a todos vendiéndolos y a todos haciéndoles inconsecuencias como el más vil de los lacayos, colocándose siempre en la línea de los intrigantes de más baja estrofa.49
Para Ireneo Paz, el verdadero enemigo de la intervención está conformado por el alto clero y por personajes específicos de la historia mexicana, aquellos defensores del proyecto conservador, entendido de forma reduccionista para efectos de esta construcción maniquea de la historia liberal. Por esa razón es que, así como a los traidores a la patria se les atribuye todo lo malo, los próceres de la historia liberal están descritos con base en el honor y la heroicidad. Este procedimiento se puede observar desde el vasto capítulo en el que se narra la famosa batalla del 5 de mayo, el cual abarca cerca de 20 páginas. Por ejemplo, dicho capítulo abre expresando la clemencia del general Zaragoza, quien: “se dirigió a Laurencez diciéndole que permitía por un deber de humanidad que los enfermos franceses se quedaran en Orizaba y que estarían seguros bajo la salvaguardia y lealtad del ejército mexicano”.50 Aquí valdría la pena detenerse a pensar que el general Zaragoza aparece ataviado con la Providencia divina (incluso los elementos naturales están al servicio de su lucha), en un texto que aparentaría ser laico y que, como decía anteriormente, retoma los ademanes lingüísticos de la leyenda:
El general a su vez arengaba a cada uno de aquellos cuerpos con la elocuencia natural que le daban el patriotismo y la fe que tenía en que iba a salvarse cuando menos la honra nacional en aquella jornada. Todos los jefes habían estado preocupados: pero desde el momento en que oyeron hablar a Zaragoza lleno de confianza y en que vieron su semblante iluminado por la inspiración del vencimiento, toda vacilación fue convertida en entusiasmo […] Mis órdenes se cumplen con fidelidad: no hay más que hacer sino esperar a que Dios dé la victoria al que tenga la justicia. Y como si Dios lo hubiera oído pudo observar que las columnas francesas eran rechazadas otra vez en toda la línea. El aire barría el humo con fuerza y podía verse con claridad que los zuavos, los marinos y los cazadores retrocedían en confusión corriendo muchas veces a ocultarse en las zanjas lo mismo que en las sinuosidades del terreno.51
Así, en otro aspecto, una de las figuras visibles, entre las heroicas, corresponde a la del general Porfirio Díaz, el cual se describe como un militar magnánimo cuando aleja a los jóvenes soldados de la lucha armada: “¿Cuál había sido el pensamiento del general? Uno muy noble y generoso: estos jóvenes, se dijo, acababan de volver de su destierro, es necesario salvarlos de que caigan otra vez prisioneros, como probablemente tendrá que suceder si se quedan en la plaza”.52 Incluso, en un diálogo entre Maximiliano y el padre Fischer, resulta revelador observar que Paz sitúa a Porfirio Díaz como el general más temido (pues es el primero que menciona) por el vacilante emperador: “Los mexicanos me rechazan. Grandes turbas siguen a Porfirio Díaz, a Corona, a Escobedo y a Juárez”.53 Finalmente, a través del diario de Ernesto (otro personaje ficticio de la leyenda), el general oaxaqueño se convierte en quien hiere de muerte la aventura intervencionista: “el general Díaz tomó la ciudad de Puebla el día 2 y derrotó a Márquez el día 5. Si esto se confirma puede decirse que el imperio está agonizando en Querétaro”.54
Curiosamente, Juárez aparentemente no está al mismo nivel de los héroes previamente mencionados. El prócer que, ya en el siglo xx, fue encumbrado como el benemérito de las Américas y el defensor del liberalismo, a los ojos de Paz fue un político que terminó por expedir “una convocatoria que establecía el veto, investía a los clérigos de facultades electorales y atacaba los fueros de la democracia, causando nuevos conflictos a la nación a raíz de los que acababa de sufrir”.55 Estas dos figuras, Díaz y Juárez, por lo menos en esta leyenda, ocupaban un lugar en el panteón de los héroes patrios distinto al que serán colocados tras la Revolución de 1910, lo cual habla de los procesos inestables y móviles de reconstrucción y refamiliarización de la historia mexicana a lo largo de los años.
En conclusión, la lectura de Maximiliano 10a. leyenda histórica me permtió observar el proceso mediante el cual un episodio como el Segundo Imperio se reconstruyó como un relato legendario-novelesco, con un estilo formista, el cual produce un carácter maniqueo, a través del cual se construye a los personajes con características únicas para cada uno.
A través de este análisis, he podido comprobar que Paz retrató el Segundo Imperio de una forma simplificada. Cada uno de los hombres y mujeres que protagonizaron este evento, al pasar al territorio de la ficcionalización histórica, pierden parte de su agonía y se construyen como personajes tipo: así, se ve cómo Maximiliano, cuyos atributos son la debilidad, la ilusión y la liviandad, mezclados con un vago ojo político, fue presentado a los lectores como un hombre digno de lástima, como el títere de intereses políticos mucho más oscuros. Por su parte, Carlota es un personaje mucho menos complejo y caracterizado solamente con los atributos de la ambición, la abnegación, los celos y en mucho menor medida la astucia, lo cual demeritó su educación política y su capacidad real de gobernar como regente durante las ausencias del emperador. Así, cuando finalmente se observan los inicios de su locura, tanto Maximiliano como Carlota son personajes a los que, eventualmente, se les puede tener piedad; ya sea porque fueron engañados, ya sea porque, en la locura o en el paredón, enfrentaron su destino trágico.
En este sentido, la construcción legendaria, cimentada en el ademán lingüístico “el pueblo elegido enfrentando al invasor” se encuentra presente en la gesta heroica protagonizada por los héroes y los verdaderos enemigos de la nación: los generales liberales y los villanos conservadores, respectivamente. Si en Maximiliano y Carlota se observan algunos pequeños rasgos de inteligencia o de perspicacia, no sucederá igual con Almonte, Hidalgo o Gutiérrez Estrada. Estos últimos son débiles de espíritu y carecen de poder; éste quedó encarnado en la violencia extrema del ejército francés, el cual fue brillantemente derrotado por la Providencia en los enfrentamientos míticos. En contraparte, Zaragoza y Díaz se presentan como los verdaderos artífices de la restauración de la República, así como del triunfo de la Reforma.
Por razones de tiempo, deseo dejar como un camino para futuros trabajos seguir analizando el proceso de ficcionalización de este evento histórico, el cual ha dado motivo a la creación de obras dramáticas y novelescas a lo largo de los años. Mi apreciación indicaría que, por lo menos en el caso de los trágicos príncipes europeos, dicha repetición de caracteres sería una constante en los siguientes textos literarios. Valdría la pena, asimismo, rastrear -dentro del campo histórico en el que se desarrolla esta narrativa- en qué momento la figura del joven general Díaz dejó de ser parte del panteón nacional, mientras que se encumbró la denostada personalidad de Benito Juárez. Lo que sí puedo afirmar es que este texto, así como varios otros productos de la revisión histórica de fin de siglo XIX se alinean al proyecto nacionalista pedagógico liberal, un proyecto a través del cual se construye el amor a la patria a costa de alejar un evento histórico y, con ello, presentar una historia de héroes y villanos. En este sentido, Ireneo Paz acudió a las formas simples de la leyenda con el fin de provocar las emociones del lector, de forma particular el sentimiento de rechazo ante el proyecto conservador, una suerte de desprecio piadoso ante los Habsburgo, y el orgullo de pertenecer a la nación mexicana.