Introducción
El trabajo feminista es muchas veces un trabajo de la memoria
Sara Ahmed
What do feminist desires do to our stories?
Griselda Pollock
En Argentina, las memorias de la política feminista usualmente se inscriben -y difuminan- en las memorias de la militancia guerrillera de la última dictadura militar (1976-1983) y en los procesos de radicalización y modernización sociocultural. A la luz de una reciente superposición de las agendas militantes de las memorias y los feminismos (Jelin y Sutton, 2021), este artículo reflexionará en torno a la producción de otras memorias feministas del pasado reciente. En este sentido, concuerdo con Ana Laura de Giorgi (2022) en que el auge del movimiento feminista representa un momento político inédito para las memorias en el Cono Sur. Uno de sus derroteros está conformado por los trabajos de la memoria (Jelin y Langland, 2002; Jelin, 2017) del fútbol feminista, un proyecto político que disputa una cancha -material y simbólica- históricamente dominada por masculinidades cisgénero.
Así, este artículo se concentra en un lugar de la memoria feminista elaborado por Norita Fútbol Club (Norita F.C. en adelante), un equipo de fútbol feminista de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Para analizar etnográficamente su construcción, se retoman dos eventos acontecidos en la plaza Amadeo Sabattini: la pintura del mural de Norita F.C. (2020); y la conmemoración del quincuagésimo aniversario del Mundial de Fútbol de 1971 (2021).
La hipótesis es que este lugar de la memoria da cuenta de un incipiente registro feminista a través del cual se reinterpretan relatos pretéritos en los cuales el género juega un rol decisivo, puesto que estructura un espacio social (Scott, 2008). Y, a su vez, este registro es fundado por las intervenciones feministas en estos relatos pretéritos que surten efectos en las identidades y militancias feministas del presente. Aunado a esta retroalimentación entre el registro y sus obras, considero que este lugar de la memoria feminista despliega un palimpsesto del fútbol argentino y del feminismo porteño, en donde se disputa la simbolización del pasado reciente, evidenciando, subvirtiendo y reproduciendo la tecnología del género (de Lauretis, 2000).
Este artículo se compone de cuatro apartados. En el primero sugiero que la lucha por la profesionalización del fútbol femenino de alto rendimiento ha contribuido a la consolidación del fútbol feminista, para luego introducir a los trabajos memoriales suscitados en su interior. En el segundo -a partir de los estudios feministas y de memoria- presento los lineamientos teóricos; asimismo, caracterizo a Norita F.C. y su laburo memorial feminista. En el tercero sitúo mi posición en el campo, por medio de la descripción del vínculo etnográfico y los cambios metodológicos que conllevó transitar de la observación participante a la participación observante; de igual modo, menciono las técnicas empleadas para atender la dimensión visual en el análisis etnográfico. En el cuarto, narro la construcción de este lugar de la memoria feminista a partir de tres conceptos: soportes, marcas territoriales e intervenciones feministas.
Fútbol feminista, la emergencia de una lengua memoriosa
En algunos trabajos relativos al fútbol femenino argentino se atisban expresiones feministas (Binello, Conde, Martínez y Rodríguez, 2000; Garton, 2019); sin embargo, el fútbol feminista, como tal, ha sido poco estudiado (Ibarra, 2018, 2020; Alvarez, 2018, 2020; Schwartzer, 2020; Hawkings y Hang, 2022). En ese corpus de investigaciones se ha privilegiado el estudio de los sentidos y valores como la agresividad, la sororidad y la competencia asociada a la práctica deportiva (Alvarez, 2018; 2020); la crítica y el desafío a la imaginación feminista para inventar códigos que transgredan a las normas binarias en las que se fundamenta la mayoría de los deportes (Schwartzer, 2020); y, finalmente, la disputa por los símbolos de la cultura popular futbolística, al igual que los lazos solidarios entre hinchadas1 feministas (Hawkings y Hang, 2022).
En este conjunto de investigaciones, se subraya la importancia de los aspectos militantes o activistas en la constitución del fútbol feminista. Éste es retratado como una expresión en y de los feminismos recientes (2015-presente), por los cuales comprendo aquellos espacios, narrativas, acontecimientos y desarticulaciones que -a partir de la primera convocatoria del Ni Una Menos- han reunido a diversas generaciones en torno a consignas y demandas para combatir la inequidad de género y reparar sus estragos sociales e históricos2. En las ya reducidas investigaciones acerca de fútbol feminista, las memorias permanecen como una zona poco explorada, por lo que este artículo -enmarcado en la investigación de mi tesis de maestría (2019-2021)- busca alumbrarla.
Dos hitos que convirtieron al fútbol feminista en motor de la lucha por la profesionalización del fútbol femenino de alto rendimiento fueron la protesta de la Selección Femenina Argentina durante la Copa América en 2018 debido a la precariedad de sus condiciones laborales; y el despido de la futbolista Macarena Sánchez3, del Club Deportivo Universidad Abierta Interamericana (UAI-Urquiza) en 2019. Si bien la Asociación Argentina de Fútbol (AFA) profesionalizaría al fútbol femenino, también en 2019, aún hay clubes que no les pagan un salario a sus jugadoras. Por este motivo, muchas feministas argentinas hablan de un fútbol femenino semiprofesional en vez de profesional.
Pronunciar semi antes de profesional deja al descubierto una lengua memoriosa. Según el diccionario de la Real Academia Española, memoriosa -del latín memoriōsus- refiere a una buena memoria. Pero ¿qué significa una buena memoria? ¿Tener la capacidad de reponer fidedignamente el pasado? Lejos de caracterizarse por la completud de Ireneo Funes o la precisión de los hologramas de la máquina de Morel, la memoria es una actividad que conserva, expulsa, transmite, embellece y desfavorece experiencias pretéritas en función de las contiendas del presente (Candau, 2002). En términos de Pierre Nora (1986), la memoria es la economía del pasado en el presente. En esta línea, Elizabeth Jelin (2017) enfatiza que la memoria depende de la agencia humana, pues es ésta -y no una mano invisible- la que desinstala ciertos asuntos como dignos de ser recordados.
En nuestro presente político -signado por la masividad y creatividad feministas-, el fútbol se ha convertido en un terreno de batalla. Al extender y desdoblar la (semi)profesionalización de la AFA, esta lengua memoriosa denuncia una deuda pendiente con las futbolistas cisgénero. Esta lengua desacata lo que para la AFA es un hecho consumado, superado y verdadero. Esta lengua indócil y voluntariosa es, pues, una feminista, en tanto interviene el pasado e intercede en, por y para las memorias soterradas.
Para Michael Pollak (2006), el advenimiento de las memorias subalternas -pertenecientes a los sectores subalternos- denuncia el carácter parcial de las memorias oficiales. El contraste entre ambos tipos de memoria revela que cualquier relato es una versión más dentro de un amplio repertorio de ficciones. Por lo tanto, las memorias subalternas resquebrajan la ilusión de “mirar todo desde ningún lugar” (Haraway, 1995, p. 189).
La labor delicada y silenciosa de estas memorias -propensa a romperse en situaciones críticas (Pollak, 2006)- puede entenderse desde los trabajos de la memoria por los que Jelin y Langland (2002) se refirieron a las tareas con y sobre el pasado. La socióloga argentina designó a los agentes involucrados en estos trabajos como emprendedores de la memoria, distanciándose de la repetición conmemorativa asociada a los militantes de la memoria; y, así, en cambio, apuntar al proceso de “aprender a recordar” (p. 48).
Aunado al desarrollo teórico de Jelin (2017), en el presente artículo recupero el concepto de bricoleur, por el cual Claude Lévi-Strauss (1997) se refirió a quien elabora el bricolage4 -también denominada “ciencia primera”- mediante “conjuntos estructurados, no directamente con otros conjuntos estructurados, sino utilizando residuos y restos de acontecimientos” (p. 42). Según sus ideas, el bricoleur es, pues, quien “trabaja con sus manos, utilizando medios desviados por comparación con los del hombre del arte” (p. 35).
El planteamiento levistraussiano acarrea un paralelismo con la noción benjaminiana de memorias; es decir, cual barbarie indocumentada o escombros de la Historia (Benjamin, 2009). De manera que el bricolage y las memorias poseen un carácter “menor” respecto a los “grandes” temas y objetos de la Historia. Dicho esto, para abordar el caso de Norita F.C., emplearé el término laburos de la memoria en vez de trabajos de la memoria (Jelin, 2002). Derivada del italiano lavoro, el vocablo laburo es un “concepto de experiencia próxima”5 (Geertz, 1994, p. 74) que designa informalmente al trabajo. Por lo que este cambio nominal es más cercano al porte artesanal de las memorias, en general, y de estas memorias situadas, en particular. Esto último se refuerza al tratarse de un concepto de experiencia próxima de estas bricoleurs. Por su parte, a la luz del paralelismo entre Benjamin (2009) y Lévi-Strauss (1997), el término bricoleurs remite a quienes se valen de los, por lo general, escasos medios a su disposición para diseñar artefactos memoriales y apela a la creatividad de su laburo como un aspecto distintivo de su perfil subalterno.
Norita Fútbol Club, un bricoleur de la memoria feminista
Norita F.C. es un bricoleur de la memoria del circuito porteño del fútbol feminista, término con el cual propongo que el fútbol feminista -además de ser un proyecto político radicado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA)-, es un universo social en el cual transitan signos y afectos. En 2018 -en el partido político del espectro peronista Nuevo Encuentro-, alrededor de veinte pibas, de entre 25 y 35 años, comenzaron a reunirse en la plaza Amadeo Sabattini para jugar a la pelota. En medio de las movilizaciones por la despenalización del aborto, las primeras noritas (gentilicio con el que se autodenominan las jugadoras) leyeron al género en la práctica deportiva, cuestionando cómo era posible que en un país tan futbolero6 no se incentivara, sino que se limitara, e incluso se les negara a las feminidades.
Aquellas noritas no tardaron en posar la mirada sobre el pasado reciente del fútbol. Debido a esto, el nombre del equipo es revelador. “Norita” elogia la figura de Nora Morales de Cortiñas, madre de Plaza de Mayo, con quien las jugadoras mantienen un vínculo estrecho. Los usos de Norita, como le llaman cariñosamente, en los objetos materiales y las evocaciones discursivas son indicios de una identificación con su excentricidad, una característica del sujeto del feminismo, el cual -a diferencia del sujeto althusseriano- es capaz de transgredir las normas y pautas de la época (de Lauretis, 2000).
Esta situación se repite con la figura de Bettina García, actual directora técnica del equipo y capitana de la selección que jugó en el Mundial de 1971, la primera en asistir a esta competencia, previo a que la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) inaugurara sus torneos femeniles. En el libro Pioneras Argentinas. Un pase a la historia (2021), Mónica Santino, Tamara Haber y Julieta Ossés, dos históricas de noritas7, sostuvieron que:
En un país en el que los movimientos de Derechos Humanos, las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo nos enseñaron a guardar la memoria como un tesoro, como un instrumento clave para desandar las injusticias, creemos fundamental empezar a construir la memoria relacionada con el fútbol y las mujeres porque hay también en esta historia muchas violencias y desigualdades que ya empezamos a erradicar (...) Entendemos que cuando se trata de recuperar la memoria no hay nada que descubrir o desempolvar, sino emprender un proceso de construcción colectivo, constante y dinámico. No sólo hay referencias sobre el pasado, sino que también se pueden ver deseos profundos sobre el futuro (s/p.) [El resaltado es mío].
La memoria relacionada con el fútbol y las mujeres es parte del género, que -retomando a Teresa de Lauretis- se trata del “producto y el proceso de una serie de tecnologías sociales, de aparatos tecno-sociales o bio-médicos” (2000, p. 36). Asimismo, esta memoria -cual proceso- capitaliza un saber militante, adquirido a través del contenido del laburo de memorias como de sus prácticas de transmisión. Los nexos del género y la memoria trazados en el párrafo citado pueden entenderse a la luz de lo que Lelya Troncoso e Isabel Piper apuntalaron como “la memorización del género y la generización de la memoria” (2015, p. 66). Estas autoras recalcan el dinamismo del género, distanciándose de su -todavía común y reduccionista- equiparación con las mujeres. A la par, se aproximan a la memoria como una acción social que, en su interpretación del pasado, posee fuerza simbólica en las subjetividades del presente (Troncoso y Piper, 2015). De modo que esta síntesis condensa las afectaciones constantes entre este par de conceptos desde una óptica procesual que previene ante esencialismos y coagulaciones del género y la memoria.
El ingreso de Norita F.C. refuta una versión de la historia del fútbol argentino y comprueba una hipótesis feminista: la participación de las mujeres en acontecimientos pretéritos (Scott, 1992). Así, las noritas -en tanto bricoleurs- advierten una particular y acentuada hostilidad hacia las mujeres, trans y no binaries en este deporte8. En los años recientes, Norita F.C. -junto a otras bricoleurs- ha desplegado piezas para consolidar una narrativa referente a la verdadera historia del fútbol argentino. Estos laburos son transgresores, en tanto -siguiendo a Foucault (2003)- exceden el límite de los registros oficiales. El Mundial de 1971 es un caso9 emblemático que ha inspirado souvenirs de la verdadera historia del fútbol femenino en Argentina. Tan es así que -desde 2019- el 21 de agosto se celebra el Día de la Futbolista, ya que ese mismo día -pero en 1971- la selección femenina venció a la inglesa en el Estadio Azteca, en México.
Para Norita F.C, la declaración del Día de la Futbolista por parte de la legislatura porteña fue una conquista de las “políticas de la memoria”, definidas por Nora Rabotnikof (2007) como aquellas que aspiran al resarcimiento material y simbólico de algún daño. De modo que el calendario es un terreno en donde recuerdos y olvidos pugnan entre sí. En este lugar inmaterial de las memorias, el género es -al decir de Benjamin (2009)- el cepillo que raspa a contrapelo. En este sentido, el discurso feminista es una tecnología de género (Pollock, 2016) nodal en la conformación del registro feminista que posibilita y, a la par, se vale de los lugares de la memoria feminista.
El lugar de la memoria realizado por Norita F.C. se diferencia de múltiples memoriales feministas al no abordar acepciones más clásicas de las violencias de género como violaciones o feminicidios (Bold, Knowles y Leach, 2002; Boesten y Scanlon, 2021; Salas, 2021; Marín, 2021). Por este motivo, es un caso etnográfico que expande las -justificadas- zonas en las que suelen articularse el género, las memorias y los feminismos. Coincido con Lelya Troncoso (2020) en que es particularmente interesante analizar la elaboración de recuerdos desde un presente impregnado por el feminismo sobre un pasado en el que éste incluso era una palabra maldita o desconocida. En términos de Nora Rabotnikof (2007), se trata de analizar las nuevas “memorias de la política” (p. 260), aquellas narraciones -en este caso, feministas- que construyen el recuerdo de un pasado político.
Un concepto atinado para estudiar la rearticulación de estas temporalidades es el de “intervenciones feministas” (Pollock, 2010), a las que entiendo como souvenirs; por los que Maurice Halbwachs (2004ª) se refirió a los dispositivos legitimados articuladores de un orden en torno a sucesos pasados. Este artículo se enfoca, pues, en cómo estas intervenciones feministas -en tanto souvenirs- erigen un lieu de la mémoire, cuyas significaciones varían y sus ramificaciones pueden adquirir espesores imprevisibles (Nora, 1986). En cuanto a su aspecto físico-material, Juan Besse y Cecilia Varela (2013) sostienen que las marcas territoriales son huellas “del pasado que la marca(ción) del presente quiere inscribir” (p. 259) capaces de consolidarse en “vehículos de la memoria”; es decir, en un soporte lleno de ambigüedades para el trabajo subjetivo y para la acción colectiva, política y simbólica, de actores específicos en escenarios y coyunturas dadas (Jelin y Langland, 2002). En cuanto al soporte, Besse y Varela (2013) sostuvieron que:
es en la flotación que separa el soportante presente y lo soportado pasado que una marca constituye lugar y conquista territorio. Se trata entonces de definir los símbolos y las imágenes de la soportancia por lo que traen de insoportable en tanto vehículos de una experiencia de lo real que resiste su cobertura por lo simbólico, la marca al marcar constituye aquello que es difícil de simbolizar e imaginar (Besse y Varela, 2013, p. 259, el resaltado es del original).
Expuesto lo anterior, los soportes, las marcas territoriales y las intervenciones feministas componen la tríada conceptual que guía al análisis etnográfico de la construcción del lugar de la memoria feminista en la Plaza Amadeo Sabattini. La adjetivación feminista radica en el carácter simbólico de las inscripciones realizadas durante los dos eventos mencionados. Previo a la narración etnográfica, me detendré en los principales aspectos metodológicos. En concreto, en el vínculo etnográfico con Norita F.C. y en las técnicas cualitativas empleadas para el relevamiento de índole visual.
De la “observación participante” a la “participación observante”: Consideraciones metodológicas sobre un tránsito
Mi aproximación a la construcción del lugar de la memoria feminista -basado en mi trabajo de campo (2019-presente)- consiste en un análisis etnográfico (Balbi, 2007), el cual se caracteriza por un persistente ejercicio de reflexividad referente a las afectaciones del campo en la producción de conocimiento antropológico (Favret-Saada, 1990; Guber, 2001). A través de la observación, la escucha y las preguntas (Hammersley y Atkinson, 1994), la observación participante permitió conocer los sentidos de la cotidianeidad de Norita F.C. El aporte de esta técnica a la etnografía es detonar vínculos significativos para la investigación.
Dicho esto, mi relación etnográfica con Norita F.C. se define en dos grandes momentos. En el primero (2019-2020), como parte de una fase exploratoria en la que delinearía al circuito porteño de fútbol feminista, identifiqué su postura y agencia feminista. En el segundo momento (2020-2021), iniciado con la flexibilización de las medidas de distanciamiento social10 en torno al SARS-COVID19 (Decreto 297, 2020), me incorporé a sus entrenamientos semanales. De modo que -a partir de noviembre de 2020-, las instancias de producción etnográfica fueron las prácticas deportivas cotidianas (como picaditos11, torneos y entrenamientos) y aquéllas conmemorativas de la historia del fútbol, entre las que se encuentra el par de experiencias retomadas en este texto.
En este segundo momento comenzó a ser más preciso hablar de una “participación observante” (Pons, 2018) que de una “observación participante” (Hammersley y Atkinson, 1994), ya que el afecto se convirtió en un artefacto metodológico. Admitir este rol del afecto implicó asumir mi posición encarnada, en tanto una testigo apasionada, que, por momentos, era una norita balbuceante. Este estatus se hilvanó en una frecuencia, intensificada en la participación de las instancias ya mencionadas y en asados y cumpleaños, eventos que estrechan vínculos entre las jugadoras, aunque el motivo no fuese militante, en su acepción más clásica.
Este balbuceo identitario se manifestó insistentemente en la escritura, un espacio solitario en donde me percaté de que, en algunos párrafos, me refería a Norita F.C. o a las noritas como ellas y, en otros, como nosotras. Las primeras veces no dudaba en corregir este desliz, pero en la medida en la que proliferaron estos -en términos freudianos- lapsus, me percaté de que, en un torpe intento por domesticar al afecto, pretendía emular la (doblemente) falsa transparencia del punto de vista objetivo (Haraway, 1995), traduciéndose en una etnografía impoluta, libre de supuestas contaminaciones afectivas.
Aunado a la instancia escritural, identifiqué este balbuceo identitario en un episodio que bien podría titularse A tale of two shirts. Luego de inscribirnos en un torneo de fútbol femenino12 (julio de 2021), Lucía Cortiñas -norita y nieta de Nora Morales de Cortiñas- me extendió una camiseta del equipo. Aquella camiseta tricolor (blanco, celeste y naranja) con el logo de Norita F.C. en la parte superior izquierda, tenía impresos el nombre y el número de otra jugadora13.
La trascendencia de ese acto se explica en un contraste para el que hay que remontarse a 2020. Una tarde de verano en la cual las noritas se habían reunido en el Parque Centenario (ubicado en el barrio de Caballito, Buenos Aires) para hablar sobre el nuevo -e incierto- contexto pandémico, ante la flexibilización de las medidas sanitarias (Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 9 de noviembre de 2020). Con el propósito de activar14 el merchandising15, uno de los ítems abordados, debido a que muchas personas escribían al Instagram de Norita para preguntar por el precio de las gorras y remeras.
Mientras se hablaba en torno a posibles talleres gráficos para encargar una tanda de remeras, Marcia, una norita, tenía algunas guardadas en una bolsa. Al verlas, reconocí que ese modelo era empleado por sus jugadoras durante marchas y eventos conmemorativos. Por esta razón, compré una que, en ese instante, se asemejaba a una pieza inalcanzable del museo del circuito porteño de fútbol feminista que, a lo largo de la cuarentena, recorrí digitalmente. En retrospectiva, la compra de aquella remera era un intento por pertenecer a Norita F.C., que -para ese entonces- ya me había admitido16 en sus entrenamientos. Así, las trayectorias de estas remeras expresan dos momentos distintos del vínculo etnográfico que ilustran la observación participante y la participación observante, respectivamente: una de ellas llegó porque fui en su búsqueda y la otra -aunque deseada y en respuesta a un esfuerzo previo- llegó de manera impredecible.
Como mencioné en la introducción, el análisis etnográfico del lugar de la memoria feminista recupera dos eventos: el mural de Norita F.C. (2020) y el quincuagésimo aniversario del Mundial de Fútbol de 1971 (2021). La selección radica en que en estas instancias se desplegaron propuestas genealógicas que articularon al pasado reciente desde una lectura feminista del género, el fútbol y el trabajo de las memorias conducido desde el movimiento de derechos humanos.
Debido a las inscripciones gráficas en la plaza Amadeo Sabattini, lo visual desempeña un rol preponderante. Siguiendo a Georges Didi-Huberman, las imágenes “se disponen como campos de conflicto” (2014, p. 19) y, siguiendo a Maurice Halbwachs (2004a), los souvenirs -objetos prístinos del recuerdo- son imágenes encadenadas a otras. De modo que, para someter las imágenes al análisis etnográfico, acudí a fotografías propias y de segunda mano, tomadas por varias noritas durante estos eventos.
Yuxtapuesta con otros soportes materiales, las fuentes fotográficas permitieron indagar en la estética de lo sensible del lugar de la memoria feminista construido por Norita F.C. Esta dimensión estética de las políticas de la memoria, parafraseando a Santiago Mazzuchini (2021), desencadena una disputa por lo sensible y se cuestiona los modos en que dicha dimensión repercute en una comunidad que, como cualquier otra, se basa en un reparto desigual de espacios y temporalidades (2021). Con el propósito de ubicar las marcaciones territoriales e intervenciones feministas en este laburo memorial, esta dimensión será empleada a modo de mapa. Para ello, el “desmontaje” propuesto por Didi-Huberman (2008) es clave.
Así -en tanto material etnográfico-, las fotografías exponen el carácter selectivo de la cámara (Collier, 2006). En esta línea, John Collier y Malcolm Collier (1990) consideraron que las fotografías aceleraban la inmersión etnográfica en los modos culturales de cierto grupo. Pese a que estos autores se refirieron, stricto sensu, al uso de la cámara por parte del antropólogo, su observación es atinada para pensar en las inmersiones etnográficas que atañen a las digitalidades17. Una ventaja metodológica es que muchas fotografías posteadas en plataformas digitales están acompañadas de fragmentos discursivos, capaces de contextualizar y de brindar un abanico de las categorías nativas y sus usos.
Para los fines de este artículo, las fotografías empleadas fueron posteadas desde la cuenta de Instagram de Norita F.C., cuyo feed era un relato visual de su historia colectiva, un terreno atravesado por la selectividad (Collier, 2006) o lo que Pierre Bourdieu (1979) llamó: “lo fotografiable” (p. 18). El valor del feed es desplegar una colección nativa de momentos, así como una selección de poses, figuras, palabras, eventos y lugares. No obstante, esta selección -por sí misma- no es un inventario premeditado, sino una carta abierta para leerla y recorrerla a través de la etnografía, como se hará en el siguiente apartado.
Construir un lugar de la memoria feminista
En el barrio porteño de Caballito se ubica la Plaza Amadeo Sabattini18 (Fotografía 1). En la canchita de aquella plaza (en adelante, placita) tuvieron lugar los primeros entrenamientos de Norita F.C. porque era un punto de encuentro accesible para la mayoría de las jugadoras que, en 2018, militaban en la Comuna 6 del partido político Nuevo Encuentro. Tanto en la pintura del mural de Norita F.C. (7 de marzo de 2020) como en la conmemoración del quincuagésimo aniversario del Mundial de 1971 (28 de agosto de 2021), las noritas colgaron una de sus banderas19 en los bordes de la placita.
Dado que el espacio nunca es neutral (Caudwell, 2002), colocar una bandera es un acto de reterritorialización que -a modo de emblema- genera o afianza desidentificaciones políticas. A la par, en este acto se ejerce la eficacia de los símbolos y se entretejen afectividades que producen sujetos y relaciones. Por lo que, pese a su carácter efímero, colgar una bandera constituye una marca territorial.
En la bandera (Fotografía 1) aparece Norita con el rostro sonriente y el cabello cubierto con su icónico pañuelo blanco20, símbolo de Las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. Y en su mano izquierda, alzada y con el puño puede apreciarse un pañuelo verde, símbolo de la lucha por la despenalización del aborto. Este emblema es producto de la “máquina abstracta de rostridad” que -de acuerdo con Gilles Deleuze y Félix Guattari (2004)- juega con las deformaciones posibles hasta consolidar los rasgos de un rostro que, cual mapa o gramática, remite a una premisa fundamental: el individuo no es quien posee al rostro, sino a la inversa (p. 174). La reunión de ambos pañuelos en Norita es -en términos deleuzianos- un pliegue que propone un guiño genealógico entre las feministas, las madres y abuelas de Plaza de Mayo. Este vínculo también está plasmado en el mural de Norita F.C.
La tarde de verano del 7 de marzo de 2020, varios equipos de fútbol feminista -como La Nuestra. Fútbol Feminista, La Saladino, entre otras- acudieron a este evento21. Al poco tiempo, arribaron Nora Morales de Cortiñas y la reconocida teórica feminista, Dora Barrancos. Ante su presencia, las personas ahí reunidas nos congregamos frente al mural, aún en proceso, y Tamara Haber (Tami en adelante), con una lata de birra22 en la mano, pronunció un breve discurso del cual cito un fragmento:
El fútbol es uno de los bastiones más grandes del machismo, en donde también está muy arraigada la violencia y donde no solamente nos excluyeron a las mujeres para que juguemos al fútbol, sino que también excluyen a las disidencias. Entonces les pedimos a las dos su ayuda y sus ideas, su militancia, para erradicar el machismo y la violencia del fútbol, porque no lo queremos dejar de lado. Es nuestra identidad, nuestra pasión y no se lo queremos dar a nadie que lleve la bandera de la violencia.
Entonces, si podemos erradicar todo eso adentro del fútbol que, aparte, aporta un montón a la cultura nacional y a la subjetividad de las personas. Y se los digo con una birra en la mano [risas]. Fundamental. Hay que erradicar la violencia del fútbol y hay que incluir la birra en el fútbol, también [Risas y aplausos] (Registro de campo, 7 de marzo de 2020) [El resaltado es mío].
Al inicio, la destinataria del discurso fue Norita, luego incluyó a Dora Barrancos (Dora en adelante) y, por momentos, al resto de las oyentes. Las inclusiones y exclusiones retóricas se enfatizaban en sus movimientos corporales de Tami, como giros pequeños y sutiles hacia Norita y luego también hacia Dora, sentadas en un par de sillas. Las demás personas permanecíamos sentadas sobre el suelo, frente a ellas, o de pie, a su alrededor, procurando no obstruir la vista de nadie.
La coreografía de la autoridad, expresada en la disposición de los cuerpos y sus respectivas posturas, denotaba rangos de importancia (Connerton, 1996), reafirmados en la petición de guía y consejo realizada por Tami, vocera colectiva de la admiración y un reconocimiento de las noritas hacia las trayectorias militantes de Nora y Dora. Esta dupla condensa, al igual que la bandera, la intersección de los recorridos entre los feminismos y los derechos humanos.
En el discurso emitido por Tami, el fútbol es retratado -por un lado- como un portador de violencia y machismo, asociación argumentada en las exclusiones hacia mujeres y disidencias; y -por otro lado- como un objeto inherente a la noción de identidad argentina o nacional, de rasgos pasionales, cuyo rescate democratizaría -y potenciaría- el placer. En este sentido, la birra23 en torno a la cual Tami bromea (y que sostenía entre sus manos), lo enfatiza.
Por último, la definición brindada por Tami de la violencia como una bandera que se yuxtapone con la bandera de Norita F.C., dado que constituye el emblema del fútbol feminista: convertir al fútbol en un terreno militante. Sus particularidades residen en un feminismo que recupera múltiples conceptos y consignas del movimiento de derechos humanos. Este legado se vincula con las especificidades del pasado reciente en la Argentina, en donde -con el retorno de la democracia (1983)- tanto el feminismo como la lucha por los derechos humanos comenzaron a ocupar la escena pública (Bascuas, Daona y Oberti, 2020). Catalina Trebisacce (2019) sostiene que, para el feminismo, -en la década de los ochenta- el significante violencia albergó padecimientos que -en la década anterior- tenían nombres más específicos, como sexismo, machismo y patriarcado. Para la antropóloga, la proliferación de este “significante amo” dio cuenta de que la lengua del derecho -empleada por los organismos de derechos humanos- fue una estrategia feminista -aunque no la única- para ser escuchadas.
Así, el mural de Norita F.C. (Fotografía 2) -a cargo del colectivo artístico Voces de los Muros- materializa este encuentro. En el borde inferior pueden notarse las olas trazadas con el fileteado porteño24, un característico estilo de arte popular. El posicionamiento de los pañuelos (el verde a la izquierda y el blanco a la derecha) discute la cronología lineal de la historia, basada en el sistema de escritura alfabético latino, cuya lectura es de izquierda a derecha. La inversión del orden -para mentar a Didi-Huberman (2008)- monta una temporalidad insólita. Estas olas también pueden remitir a la cronología de éstas, una metáfora dominante para organizar las narrativas feministas25 en Occidente.
Los colores del orgullo consolidan un encuadramiento político que suspende la presunción de que el feminismo, en general, y el fútbol feminista, en particular, están reservados a mujeres cisheterosexuales. El logo al que conduce esta cuerda con los colores del orgullo es la insignia actual de Norita F.C. Como sucede con la bandera, el rostro de Norita es una brújula política para las noritas, en la medida que es retomado y reorganizado para los fines de su proyecto político.
Este rostro -apenas levantado- obliga a preguntarse hacia dónde se dirigen sus ojos o, bien, qué están mirando. Se trata de algo que escapa del campo visual de quien observa esta imagen. “Del lado Norita de la vida” y “Norita, siempre un paso adelante” son frases frecuentes con las que las jugadoras manifiestan su admiración hacia esta figura, por lo que permiten reflexionar acerca del poder performativo de su mirada. Posibilitado por la máquina de la rostridad (Deleuze y Guattari, 2004), para analizar este rostro debe contemplarse el vínculo de las noritas con las memorias de la última dictadura argentina, experimentada por medio de sus políticas de la memoria.
Cada 24 de marzo (el Día de la Memoria) -por mencionar una conmemoración icónica- hay una activación de estas memorias en las noritas. Rituales como la marcha convocada por Madres y Abuelas de Plaza de Mayo incitan a las lágrimas que se entremezclan con los silencios y las voces rotas de las noritas que, junto con otras ciudadanas argentinas, claman: “Nunca Más” (Registros de campo, 24 de marzo de 2021, 24 de marzo de 2022). En este presente político, ser parte de un colectivo al que la prensa denominó peyorativamente como: “las locas de la plaza” sustenta una lectura de Norita como feminista.
Esta situación es crucial para comprender por qué la trayectoria de Norita ha devenido en un objeto de curaduría feminista y así redirigirnos a la mirada del rostro que nos compete. Siguiendo a Lauretis (2000), la trayectoria excéntrica de Norita argumenta su actual investidura feminista. Aquí se reúnen rasgos visionarios que demuestran los profundos deseos del futuro a los que se refirieron Mónica Santino, Tami Haber y Juli Ossés (las noritas históricas) en Pioneras Argentinas (2021). De manera que, aunque sea imposible rasguñar aquello que observa Norita, puede correrse el riesgo de emplear una licencia poética y afirmar que se trata de un camino hacia la utopía del proyecto político enarbolado por Norita F.C.
Volviendo al mural de Norita F.C., bajo la cuerda con los colores del orgullo aparece una frase que alude a: “Llevamos en los botines revolución”, un canto del Cancionero Feminista, creado y difundido por La Coordinadora Sin Fronteras de Fútbol Feminista. Inspirada en la melodía de “Y dale alegría a mi corazón” de Fito Paez, el canto de La Coordi es una respuesta a un popularizado canto de la hinchada de Club Boca Jr., que coincide con cómo es retratado el fútbol en el discurso de Tami. El siguiente par de fragmentos ilustra esta interlocución:
La Coordi | Hinchada de Boca |
Y dale alegría, alegría a mi corazón | Y dale alegría, alegría a mi corazón |
Una cancha disidente es mi obsesión. | Lo único que te pido ganemos hoy |
Que entren todos los cuerpos . | La Copa Libertadores es mi obsesión . |
Gritemos Gol | |
Un caño al patriarcado y a la opresión | Tenés que dejar el alma y el corazón |
Ya vas a ver | Ya vas a ver. |
el fútbol va a ser de todes o no va a ser. | No somos como los putos de River Plate |
Y sí, chabón , llevamos en los botines | [El resaltado es mío] |
Revolución | |
[El resaltado es mío] |
La sustitución de ganar a toda costa por una “cancha disidente” en donde “entren todos los cuerpos” cuestiona dos aspectos primordiales de la lógica del fútbol de alto rendimiento: la competencia desaforada y el performance deportivo binario cisnormado. El segundo es enfatizado con: “Un caño al patriarcado y a la opresión”, frase reforzada por el uso del lenguaje inclusivo (todes) del posicionamiento feminista, reiterado en la última oración, en la que se evidencia al destinatario (chabón26).
El contraste entre estas frases con “No somos como los putos de River Plate” devela la confrontación simbólica entre el fútbol feminista y el fútbol de chabones, que pretende “aminorar” al contrincante recalcando -mediante feminizaciones- su condición de “no-hombres” (Garriga-Zucal, 2005). Esta valorización compete a que, en los códigos morales de este fútbol, afirmar la masculinidad propia depende de despojar al otro de la suya (Archetti, 2003). De manera que, si la alteridad del fútbol de chabones se conforma por otras masculinidades consideradas menores o abyectas, éste -por lo mismo- conforma la alteridad del fútbol feminista. Por último, la “cancha disidente” es parte de la construcción de una cancha propia orientada al proyecto político de un fútbol para todes. He ahí la promesa y advertencia: “El fútbol va a ser de todes o no va a ser”.
La intersección entre feminismos y derechos humanos propuesta por Norita F.C. encuentra su creatividad exponencial en el fútbol o -para ser más precisa- en su lectura de la historia del fútbol argentino. Por ende, como era de esperarse, el quincuagésimo aniversario del “Mundial Invisible” (Museo del Fútbol Feminista, s.f.) no pasó desapercibido. En buena medida porque la aprobación del Día de la Futbolista en la legislatura se concibió, como mencioné anteriormente, como una conquista. En este sentido, la conmemoración del aniversario reforzaba que se trataba de un evento pilar en la construcción de las memorias feministas con relación al fútbol.
A propósito del aniversario, Tami -quien pronunció el breve discurso en la pintura del mural de Norita F.C.- sugirió organizar un evento. Daniela -norita y diseñadora gráfica- sugirió la elaboración de una gigantografía (pósters o carteles impresos en gran formato) con una de las fotografías más popularizadas del Mundial para pegarla en la placita el 28 de agosto. Comandadas por Dani, recortar los bordes junto a otras noritas conjugó una escena alegórica de los souvenirs, esas imágenes encadenadas a otras imágenes (Halbwachs, 2004a, 2004b).
El corte y confección de aquella fotografía en blanco y negro, digitalizada y posteriormente impresa en múltiples hojas, ilustraba el trabajo sobre las imágenes (Didi-Huberman, 2008). La prolijidad con la que debíamos recortar los bordes para evitar los espacios en blanco entre las imágenes, con el propósito de respetar la imagen completa (Fotografía 3), me condujo a pensar que aquellos espacios serían una huella que delataría el caos que muchas veces conlleva el laburo de las memorias, revelando una suerte de tras bambalinas, con un efecto debilitador de “la verdad”. De modo que la prolijidad de esta tarea se orientaba a borrar cualquier indicio de torpeza que delatara el laburo en y detrás del artilugio visual.
Mientras algunas noritas preparaban el engrudo para pegar la gigantografía en una pared de la placita, Betty García (en adelante, Betty) caminaba alrededor de las hojas con fragmentos de la gran imagen que, poco a poco, adquiría la forma deseada. “A ver… ¿Dónde está Betty?” preguntó una norita. La mirada de la capitana del 71 buscaba complicidad en los ojos de quienes la observábamos, esperando que alguna adivinara. Noté que una de las futbolistas en la fotografía del 71 tenía un corte de pelo casi idéntico al que ahora llevaba Betty, por lo que pensé que podía tratarse de ella cincuenta años atrás, pero opté por no decir nada porque, aún en la fantasía de una observación participante objetiva, esperé a que una norita respondiera.
Minutos después, en efecto, una norita la encontró. Betty se mostró satisfecha por ser reconocida en el rostro de su juventud. Una intervención sustancial consistió en una pregunta esgrimida por otra norita, no sin cierta sospecha, sobre quiénes eran los dos chabones que aparecían en la fotografía junto a las futbolistas. Betty explicó que uno era un argentino que se ofreció a entrenarlas, ya que su entrenador no había podido acompañarlas hasta México y otro, un hombre que, según le contaban algunas compañeras, tenía más fotografías de aquel Mundial, pero que era un vueltero27 que había mostrado poca disposición -y hasta reticencia- para dárselas.
Ese comentario despertó un intercambio de quejas y chistes concernientes al género del joven como: “tenía que ser chabón”. Aquí subyacía una crítica en torno a cómo se manejan28 los chabones, reproducida en las discusiones acerca de qué tipo de valores y códigos sostienen (o deberían sostener) al fútbol feminista, en comparación con su alteridad por excelencia: el fútbol de chabones. Rehacer la fotografía se convirtió en un espacio intergeneracional en donde las bricoleurs volvían a relatar aquel acontecimiento, muy alejada de la repetición conmemorativa, propia de los “militantes de la memoria” (Jelin, 2002).
Una vez colocada la gigantografía, una mujer de mediana edad que paseaba a un perro, nos preguntó quiénes eran las personas retratadas. Rápidamente, una norita contestó: “La primera selección femenina Argentina”. Otra se unió a la explicación y agregó que, además, había sido la primera en jugar un Mundial en 1971. Luego, una tercera norita le dijo: “Ella fue la capitana de la selección” señalando a Betty García. La mujer expresó sorpresa: “¡Y en esa época qué difícil que era!” y, luego de felicitarnos por la gigantografía, tocó el hombro de Betty y siguió su camino.
Como sucede con las placas conmemorativas en la Ciudad de Buenos Aires (Besse y Varela, 2013), esta gigantografía se convirtió en una marca territorial de un incipiente lieu de la mémoire (Nora, 1986) correspondiente a, en términos de Pollak (2006), las memorias subalternas, en este caso feminista. Su creación visibiliza y desestabiliza los sedimentos del lieu de la mémoire circunscrito a las memorias oficiales del fútbol argentino (masculino). Como tal, este lieu no ha sido sometido a grandes discusiones, salvo por estas intervenciones feministas.
En aquel evento, una serie de conversaciones ilustró la noción de “aprender a recordar” (Jelin y Langland, 2002) que distingue al laburo de estas bricoleurs. Una de ellas, por ejemplo, aconteció cuando contemplábamos la gigantografía. Ahí, un sobrino de Teresa Suárez -jugadora de la Selección de 1971- me contó que, pese a que él y sus primos crecieron sabiendo que ella era: “la tía futbolista”, nadie en la familia había alcanzado a dimensionar la magnitud de sus hazañas, hasta que empezó a recibir premios y reconocimientos. Este cambio ilustra un tránsito del anecdotario al registro feminista, emprendiendo un proceso de dessubalternización; es decir, este registro feminista acoge las experiencias pretéritas para consolidar acontecimientos de los que antes sólo se tenían piezas aparentemente sueltas y sin importancia. Así, este registro feminista es un soporte de legitimación que ha permitido reinterpretar, por ejemplo, los relatos del Mundial de 1971, que a la par han permitido consolidarlo como un suceso importante del fútbol argentino.
Seguidamente, como suele suceder en estos eventos, hicimos varias fotografías con la gigantografía de fondo. Al concluirlas, Betty y yo hablamos acerca de un mural que había sido pintado el 21 de agosto de 2021 en el Estadio Único de La Plata, también para conmemorar el quincuagésimo aniversario del Mundial de 1971 (Cuellar, 22 de agosto de 2021). En un momento, le pregunté a Betty qué había sentido al mirarlo, “mucha emoción” contestó y, como en ocasiones anteriores, me aclaró que: “el cariño de la gente” era lo que le resultaba más conmovedor del homenaje. Luego me comentó que aquel mural estaba protegido por un techo. “Eso no se borra con la lluvia ni nada” añadió y, casi como si fuera un secreto, se me acercó un poco y rompió una breve, casi inexistente, pausa para preguntarme “¿Y sabés quién estaba en frente de nosotras?”. Ante mi negativa, contestó con una sonrisa, “Maradona”.
Sus palabras me sorprendieron, pues ninguna de las fotografías que había visto29 de aquel evento oficial registraba la vecindad de estos murales en el Estadio Único de La Plata. Este acto formaba parte de un insistente esfuerzo colectivo en construir un correlato entre Las Mundialistas de 1971 y Diego Armando Maradona. Esta figura -en algunos momentos admirada y, en otros, repudiada, como desarrollé en otro trabajo (Sosa, 2021)- ha fungido como un hilo conductor para ahondar en la construcción de memorias feministas en torno al fútbol femenino en la Argentina.
Se trata, pues, de un punto de comparación que inspira y orienta el laburo memorial para posicionar y legitimar a estas mundialistas como protagonistas del fútbol argentino, también denominadas ídolas, tal como aparece en el texto publicado en el Instagram de Norita F.C. junto a las fotografías 4 y 5: “
Conmemoramos con orgullo a las mundialistas que formaron parte de la gran hazaña en el estadio Azteca en 1971 . Por más ídolas en las paredes” (Norita Fútbol Club, 28 de agosto de 2021). Es notable que este punto de comparación sea una figura mítica del fútbol argentino y de la argentinidad misma porque, como tal, organiza identidades.En este sentido, este evento se trató de una conmemoración feminista que, pese a no ser de carácter oficial, posee una impronta nacional, que -según Andreas Huyssen (2003)- aún distingue a los discursos de las memorias y que consiste en una ocasión privilegiada para observar cómo se revisitan los vínculos entre tiempo y política (Rabotnikof, 2009). De modo que, en este evento, se ratifica una identidad anclada en el fútbol feminista en la que circula un sentimiento de pertenencia a Norita F.C., pero también el legado de un pasado que no había sido reconocido como feminista.
La Fotografía 4 y la Fotografía 5 exponen lo que Rabotnikof (2007) comprendió por “políticas de la memoria” y “memorias de la política”. Aquella diferenciación, disuelta en la práctica, puede apreciarse al tener la gigantografía de fondo. En la Fotografía 4 aparecen las bricoleurs, incluyendo a Betty y a Tere, cuyos testimonios han sido imprescindibles para la consolidación, nunca obturada, de esta memoria feminista del fútbol argentino. Y en la Fotografía 5 aparecen únicamente Betty y Tere, cuyos recorridos y testimonios han sido laburados por las jóvenes bricoleurs.
Tanto en la pintura del mural de Norita F.C. como en el quincuagésimo aniversario del Mundial de Fútbol de 1971 son soportes y marcas físicas que materializan una lucha y una disputa memorial, cuyos sentidos nunca se solidifican del todo, pues, a pesar de los deseos, intenciones y laburos de las noritas, sus bricoleurs, jamás tendremos certezas de dónde “terminan las cosas ni qué narraciones son capaces de despertar un día” (Tatián, 2003, p. 224), como demuestran las intervenciones feministas sobre el rostro de Norita y la invocación de las mundialistas de 1971 como ídolas.
Estas marcas cruzan, inauguran y superponen temporalidades en las que habita una memoria feminista que, fiel al desacato de las memorias subalternas, desestabiliza el imaginario nacional a partir del fútbol. De manera que los laburos memoriales feministas en torno al fútbol son pliegues que disputan la simbolización de múltiples pasados oficializados, como el fútbol argentino y el feminismo porteño.
Reflexiones finales acerca de las reescrituras feministas del fútbol y las reescrituras futbolísticas de los feminismos
En Argentina, el fútbol feminista ha conllevado la emergencia -y afilamiento- de una lengua memoriosa que enlista las deudas pendientes que las memorias oficiales del fútbol nacional tienen con las mujeres, al igual que -no sin cierta timidez- con las masculinidades trans y las personas no binarias. Si bien las mujeres cisgénero aún ocupan el rol protagónico en la escena de este fútbol -que no es propiamente femenino, aunque por momentos se difumine-, la presunción de una consecuente heterosexualidad es resquebrajada por los usos y encuadramientos de la bandera del orgullo.
En este sentido, las bricoleurs de la memoria del circuito porteño de fútbol feminista se esmeran en demostrar que la práctica e historia del fútbol argentino articulan una tecnología de género (de Lauretis, 2000). Y, al desandarla desde el fútbol feminista, esta tecnología se reproduce con otras coordenadas, generando identificaciones que inspiran, retoman y encarnan las excentricidades que caracterizan al sujeto feminista. En los laburos memoriales de Norita F.C. estos aspectos aparecen con fuerza en las figuras de Norita y Betty.
La articulación de los pañuelos verde y blanco -expresada, en concreto, en los soportes constituidos por la bandera y el mural de Norita F.C.- remite a las condiciones de producción de un presente político que -siguiendo a de Giorgi (2022)- es inédito para las memorias en el Cono Sur. En este sentido, las imágenes, los discursos y la imaginación política del fútbol feminista exponen la distintiva creatividad de los feminismos recientes (2015-presente) que han convertido al fútbol en un objeto de amor, curaduría y disputa. Así, estas intervenciones feministas (Pollock, 2010) son pliegues en pasados que parecieran radicalmente diferentes o desconectados. El lugar de la memoria estudiado brinda otras explicaciones posibles: quizá han tenido los puentes rotos, maltratados u oxidados; o bien, su construcción atañe a las obreras de la memoria feminista.
Para Rabotnikof (2009), si bien todo pasado es interpretable, no todo pasado es interpretable de cualquier manera. Esta idea incita a estudiar la coherencia -paradójicamente, nunca libre de tensiones- de los laburos memoriales que construyen, por un lado, un registro feminista y, por otro lado, relatos feministas pretéritos, en constante afectación. Aquí, en esta espiral, reside la necesidad de reflexionar en torno a “la memorización del género y la generización de la memoria” (Troncoso y Piper, 2015, p. 66). Esta clave de lectura procesal permite comprender la creación de un incipiente registro feminista desde y en torno al fútbol, el cual es un producto, más bien, disperso, alejado de una muestra museística predefinida.
He ahí el porte artesanal que he pretendido destacar al referirme a las jugadoras de Norita F.C. como bricoleurs. Ahora bien, para recorrer los sinuosos caminos de este registro que sostiene y, a su vez, es sostenido por estas memorias, a lo largo de este texto, los soportes en las marcas territoriales descritas condujeron al análisis de las “intervenciones feministas” (Pollock, 2010). Estas últimas permiten hablar respecto a la producción de otras memorias feministas que raspan, más no eliminan, las investiduras de las memorias oficiales, generando un palimpsesto de memorias.
Al apuntar a la memoria oficial del fútbol argentino desde un signo feminista, el laburo de Norita F.C. también interpela, quizá con menos estridencia, a la memoria oficial de los feminismos. De este modo, disputa quién ha podido ingresar al podio feminista: ¿Sólo las mujeres cis que saben latín? Dora Barrancos representa a esta figura, a la cual se contrapone la figura de Norita, quien encarna los valores de la familia tradicional, aunque los politiza en la lucha por la búsqueda de hijos/as y nieto/as desaparecidos/as. Los desencuentros entre el feminismo y los derechos humanos son de conocimiento público (Trebisacce, 2019; Bascuas, Daona y Oberti, 2020). Pero, el ingreso de figuras como Betty García y Teresa Suárez expanden, de modo inesperado, el panorama de las contiendas feministas por sus memorias.
¿Qué tienen que ver dos futbolistas lesbianas con las Abuelas y Madres que hacían sus rondas por Plaza de Mayo con sus pañuelos blancos? ¿Qué tienen que ver dos futbolistas lesbianas con las feministas que hacían grupos de concienciación en los setenta y terminarían protestando a favor del divorcio en los ochenta? ¿Qué tienen que ver dos futbolistas lesbianas con las feministas que portan el pañuelo verde? Las jugadoras de Norita F.C. responden con las inscripciones e intervenciones que el lugar de la memoria feminista estudiado testimonia.