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Crítica (México, D.F.)

versão impressa ISSN 0011-1503

Crítica (Méx., D.F.) vol.55 no.164 Ciudad de México Ago. 2023  Epub 03-Jun-2024

https://doi.org/10.22201/iifs.18704905e.2023.1423 

Artículos

Justificación, normatividad e historia: sobre la idea de rememoración en A Spirit of Trust

Justification, Normativity, and History: On the Idea of Recollection in A Spirit of Trust

1Universidad Nacional de Córdoba/CONICET, Instituto de Humanidades (IDH), Argentina, jgiromini@ffyh.unc.edu.ar


RESUMEN:

El propósito de este trabajo es exponer una estrategia explicativa que está en el núcleo de A Spirit of Trust de Robert Brandom. Esta estrategia consiste, de acuerdo con nuestra lectura, en tratar la oposición epistemológica entre apariencias y realidad y otras oposiciones conceptuales emparentadas- como una distinción interna, normativa e histórica. Mostraremos cómo Brandom hace funcionar esta estrategia apelando al procedimiento de la rememoración, que permite, al ubicar diferentes representaciones en una secuencia de desarrollo histórico, entender la distinción entre apariencias y realidad como la distinción entre cómo nos representamos qué son las cosas y cómo deberíamos representárnoslas.

PALABRAS CLAVE: apariencias; realidad; epistemología; normas; Robert Brandom

SUMMARY:

The aim of this paper is to make explicit an explanatory strategy that lies at the core of Robert Brandom’s A Spirit of Trust. This strategy consists, according to our reading, in treating the epistemological opposition between appearances and reality and other related conceptual oppositions- as an internal, normative and historical distinction. We will show how Brandom employs the procedure of recollections to make this strategy work: by situating different representations in a sequence of historical development, recollections allow us to understand the distinction between appearances and reality as the distinction between how things are for us and how they ought to be for us.

KEY WORDS: appearances; reality; epistemology; norms; Robert Brandom

Introducción

En 2019, Robert Brandom publicó finalmente A Spirit of Trust: A Reading of Hegel’s Phenomenology. Había completado el primer manuscrito del libro en 1992. Durante las casi tres décadas de revisiones y reformulaciones que separan esas dos fechas, Brandom (2002, 2009, 2013, 2014) fue haciendo algunos adelantos y comenzó a presentar sus puntos de vista con referencias cada vez más explícitas al pensamiento de Hegel. Todo parece indicar que, al menos para su autor, A Spirit of Trust (en adelante ST) expresa aspectos centrales de su pensamiento.

El encuentro con ST es desafiante. No sólo se trata de un trabajo voluminoso (consta de 836 páginas), sino que constituye una interpretación y comentario, vertido en el intrincado vocabulario sistemático de Brandom, de la más intrincada Fenomenología del espíritu de Hegel. Así, la obra funciona en dos niveles superpuestos: como una lectura de la Fenomenología y como una formulación de las propias construcciones filosóficas de Brandom. A estas dificultades, a las que sumamos su fecha de publicación muy reciente, se puede atribuir la escasez de trabajos incluso en lengua inglesa-1 que se ocupen de un libro largamente anunciado por uno de los filósofos más relevantes de la escena analítica contemporánea. Como parte de esta escasa bibliografía, pueden distinguirse, de modo aproximado, dos grupos de trabajos: uno que promueve lecturas de Hegel complementarias o conflictivas con la de Brandom, es decir, que enfatiza más el lado interpretativo de ST que su lado constructivo (Ficara 2020; McDowell 2021; Honneth 2021; Pippin 2021; Redding 2020; Stern 2021); y otro, acaso minoritario, que busca elaborar, criticar o, lo cual ya es bastante, explicar, lo que Brandom dice en ST, con independencia de que lo diga mediante una lectura de Hegel (Bouché 2020; Moyar 2020; Knappik 2020). El presente texto se enmarca en este segundo enfoque, que lee en ST un nuevo libro de Brandom antes que a Brandom leyendo a Hegel.

El propósito de este trabajo es iluminar una estrategia argumentativa que recorre amplias porciones de ST, y que tiene en su centro el concepto de rememoración (recollection). Las rememoraciones cumplen, en el modelo global que presenta el libro, al menos cuatro funciones: respecto a la epistemología, explican la relación entre apariencias y realidad (p. 104); respecto a la semántica, la relación entre sentidos y referentes (p. 435); respecto a la agencia, la relación entre intenciones y acciones (p. 446); finalmente, y de modo transversal, las rememoraciones consiguen explicar estas relaciones porque dan cuenta de una cuarta, esta vez normativa: la relación entre actitudes y normas (p. 17).

No tendremos espacio aquí para exponer cómo funciona esta estrategia para cada una de estas líneas. Nos limitaremos, por el contrario, a aquella que aparece en los capítulos iniciales de ST: la explicación rememorativa o, si se quiere, histórica, de las relaciones epistemológicas entre apariencias y realidad. Aunque nuestro tema será la epistemología, el eje de la lectura que queremos proponer es metodológico. Queremos mostrar cómo funciona la maquinaria argumentativa de ST exhibiendo, a modo de ejemplo, la manera en que procesa la oposición apariencia/realidad. De modo que el énfasis estará en los movimientos conceptuales que propone Brandom antes que en ponderar la plausibilidad de su teoría del conocimiento.

La estrategia que buscaremos sacar a luz involucra tres movimientos: el primero recomienda, oponiéndose al supuesto que Brandom llama de la “inteligibilidad diferencial fuerte”, trabajar la distinción apariencias/realidad como una distinción interna. El segundo muestra que bajo la distinción apariencias/realidad subyace la distinción actitudes/normas. El tercero argumenta que una explicación satisfactoria de la relación entre actitudes y normas requiere que ésta sea conceptualizada en términos procesuales o históricos, conceptualización al servicio de la cual aparecen las rememoraciones.

La sección 1 de este trabajo está dedicada a elaborar los primeros dos movimientos. La sección 2 expone el tercer movimiento: daremos nuestra interpretación del funcionamiento y la importancia de las rememoraciones en el esquema de ST, contraponiéndola con la lectura que ofrece Franz Knappik (2020). En la sección 2.6, nos ocuparemos brevemente de algunas objeciones que Dean Moyar (2020) presenta contra el concepto de realidad que elabora Brandom.

1. De la epistemología a la normatividad

Es frecuente encontrar, a lo largo de ST, párrafos en los que se menciona la oposición apariencia/realidad junto a todo un séquito de otras oposiciones como fenómeno/noúmeno, lo que las cosas son para nosotros/lo que las cosas son en sí mismas, lo subjetivo/lo objetivo, sentido/referente, etc. Esto sugiere que Brandom entiende que todos estos pares opuestos expresan, desde diferentes ángulos, las mismas dificultades filosóficas. Para condensar estas dificultades en una sola oposición, Brandom suele presentar el problema que lo ocupa como el de las relaciones entre representings y representeds (2019, p. 72), que traducimos imperfectamente aquí como representaciones y cosas representadas.2

El primer movimiento que Brandom recomienda para tratar este problema es crítico, y apunta hacia la idea de que la distinción apariencia/realidad funciona como una distinción interna, en un sentido que elaboraremos a continuación.

1.1. Contra la inteligibilidad diferencial

ST comienza con una crítica de lo que Brandom llama teorías representacionalistas clásicas. Bajo esta categoría pone concepciones semánticas modernas como las de Kant o Descartes, pero también contemporáneas como la de Frege (2019, p. 47). Estas teorías, que responden al arquetipo del “velo de ideas”, tienen dos problemas: el primero, que o bien se comprometen abiertamente con el escepticismo o bien le facilitan la tarea; el segundo, que este fracaso epistemológico resulta del hecho de que excavan un “abismo de inteligibilidad” entre la consciencia y aquello de lo cual la consciencia es consciencia de (p. 35). En una palabra, Brandom reprocha a las teorías representacionalistas clásicas asumir una semántica que hace imposible la epistemología.

Las teorías representacionalistas clásicas le facilitan la tarea al escepticismo porque cuando consideramos en sus términos el asunto de la relación entre los estados representacionales y las cosas representadas, la evaluación epistemológica deviene imposible. De acuerdo con estas teorías, no tenemos un acceso directo al mundo, sino un acceso mediado, que es derivativo y composicional (Brandom 2019, p. 41). La idea es que hay dos tipos de relación, y una tercera que es la resultante de esas dos. La primera, (R1), es nuestra relación inmediata con nuestras representaciones, que son intrínsecamente inteligibles. La segunda, (R2), cierta relación, que varía según la versión que estemos considerando, entre estados representacionales y cosas. Por ejemplo, en algunas versiones premodernas, cierta relación de semejanza (p. 38), o en la versión de Descartes, una relación de isomorfismo (p. 39).

El sentido “derivativo y composicional” de nuestro acceso a la realidad, (R3), queda así especificado: como nos relacionamos directamente con estados representacionales y esos estados, de algún modo, están relacionados con las cosas, conseguimos relacionarnos, en una segunda instancia, con ellas. No seremos amigos del mundo, pero al menos somos amigos de sus amigos.

La dificultad con este esquema es familiar: es imposible pensar las relaciones que pretendidamente existen entre las representaciones y las cosas (R2), ya que para establecer si se dan o no se dan, resultaría necesario ubicarse desde un punto de vista externo a ambas. Como si miráramos, desde afuera, las representaciones y las cosas y procediéramos a compararlas entre sí. Esta operación es, por supuesto, inconsistente. Si llegáramos a conocer las relaciones entre las representaciones y las cosas mediante representaciones ulteriores, el problema se replicaría infinitamente (Brandom 2019, p. 48). Si asumiéramos, por el contrario, que llegamos a conocer esas relaciones de modo no-representacional, tampoco podríamos avanzar: incluso cuando diéramos cuenta de esa captación extraña, en vez de resolver el problema, simplemente lo estaríamos dando por resuelto en otro nivel.3

Brandom entiende que esta situación teórica desesperada es el resultado de operar con una idea defectuosa de lo que es tener una representación, es decir, con un supuesto semántico defectuoso. Supuesto que denomina de la inteligibilidad diferencial fuerte entre las apariencias y la realidad (2019, p. 42).

La inteligibilidad diferencial consiste en asumir que las representaciones y la realidad son inteligibles en un sentido diferente, es decir, que acceder a representaciones y acceder al mundo son dos operaciones lógicamente distintas. Si la pregunta por el conocimiento, por las relaciones entre representaciones y cosas, aparece como una pregunta externa, como una pregunta que sólo puede contestarse desde afuera de las representaciones, es porque ya hemos asumido que no tiene sentido como pregunta interna, que pueda resolverse desde dentro. Si la comparación entre apariencias y realidad no puede hacerse desde dentro, es porque suponemos que adentro no hay acceso cognitivo a una realidad. Así, las teorías de la inteligibilidad diferencial separan lógicamente el hecho de tener representaciones del hecho de acceder cognitivamente a alguna realidad.

Lo que pide Brandom contra estas teorías es muy sencillo: que acceder al mundo sea algo que se pueda hacer teniendo representaciones. Esto es, que alguna vez alcance con tener representaciones para acceder al mundo. Las teorías representacionalistas niegan esto: nos dicen que para estar seguros de que accedemos al mundo, además de tener representaciones, debe establecerse, en otra instancia y con medios de dudosa legitimidad, que esas representaciones están relacionadas con la realidad.

Superar la inteligibilidad diferencial es, por lo tanto, defender que aquello en lo que consiste acceder al mundo no puede ser distinto de, o algo más que, tener o manipular representaciones. Esto no significa que todas nuestras representaciones deban ser correctas, que cada vez que nos representamos algo, estamos accediendo a las cosas tal como son. Significa simplemente que, si el concepto de representaciones con el que operamos va a tener algún sentido, entonces eso que llamamos “acceder al mundo” tiene que ser posible a través de algunas de ellas.

Ahora bien, si tener algunas representaciones puede contar como nuestro “acceder” al mundo, entonces podemos prescindir de la metáfora misma del acceso que sugiere un adentro y un afuera-. De lo que no podemos prescindir, sin embargo, es del trabajo epistemológico que esta metáfora hace: el de la distinción apariencia/realidad. El punto fundamental que promueve y elabora Brandom es que este trabajo puede hacerse “desde dentro”: que la evaluación epistemológica no requiere “salirse de las representaciones” para ir a ver el mundo; no porque haya que resignarse a la existencia de un mundo inaccesible, sino porque, por el contrario, la noción misma de acceder al mundo sólo tiene sentido como una idea interna. Si esto es así, entonces se sigue una consecuencia importante: que la oposición apariencia/realidad, y todo el séquito de oposiciones asociadas, no separa representaciones por un lado y cosas por otro, sino que separa, por el contrario, algunas representaciones de otras. Funciona internamente, distinguiendo lo que nosotros tomamos como si fueran las cosas en sí mismas de lo que nosotros tomamos como si fueran apariencias (Brandom 2019, p. 74). La evaluación epistemológica es la comparación entre lo que para nosotros es el mundo y lo que para nosotros son apariencias que no son fieles al mundo.

1.2. De la realidad a las normas

La principal dificultad para hacer funcionar la oposición apariencia/realidad como una distinción interna, es, por supuesto, generar un sentido robusto en que se pueda decir que lo real es lo que es real para nosotros. Este sentido robusto de “real” obedece a un criterio de adecuación muy claro: tiene que hacer el trabajo epistemológico que la distinción apariencia/realidad hace. Ahora bien, ?cuál es ese trabajo?

En la respuesta de Brandom aparece el segundo movimiento que anticipamos: a saber, que para elaborar la distinción apariencia/realidad como una distinción interna, es preciso procesarla en términos de la distinción entre actitudes y normas. El punto es previsible: el trabajo que hace el vocabulario epistemológico de las apariencias y realidad es un trabajo normativo. Las apariencias cuentan como actitudes que deben ajustarse ante la realidad, que hace las veces de una norma. Así, Brandom, combinando el aspecto interno y normativo, observa: “La noción de lo que las cosas son en sí mismas es la noción de cómo las cosas para nosotros deben ser” (2019, p. 335).4

Ahora bien, si el vocabulario epistemológico “conocimiento”, “realidad”, “apariencia”- es evaluativo, ?qué evalúa? En Making it Explicit, Brandom nos dice que el conocimiento es un ideal proyectado por la posibilidad misma de decir o pensar algo en absoluto; que, cuando decimos algo, en contextos estándares, aspiramos a expresar conocimiento (1994, p. 204). El vocabulario epistemológico, entonces, es el vocabulario evaluativo que aplicamos a los fenómenos semánticos. El conocimiento es una forma buena, correcta o exitosa de ser acerca de algo.

A esta concepción normativa del vocabulario epistemológico, Brandom agrega en ST la idea de que la realidad funciona como un estándar en función del cual evaluamos las apariencias: cómo nos parece que son las cosas se evalúa según cómo son las cosas en sí mismas (2019, p. 73). Formulaciones como ésta, por supuesto, están bastante difundidas en la literatura, especialmente en la discusión acerca de la normatividad del contenido: así, a menudo leemos, por ejemplo, que uno debe representarse que tal-y-tal sólo si tal-y-tal es el caso (Boghossian 2003) o, en términos más generales, que la mente es responsable ante el mundo (McDowell 1994).

La idea de Brandom es dar a estas formulaciones un giro idiosincrásico. Cuando se dice que las representaciones son responsables ante el mundo o que las cosas proveen los estándares con los cuales se evalúa el modo en que las tomamos como son, podemos leer estas conexiones desde dos direcciones. La lectura más corriente consiste en asumir, primero, que por un lado están las cosas y, por otro, las representaciones, para luego intentar dar cuenta del sentido en el que el mundo impone obligaciones a las representaciones. Se parte de una distinción ontológica cuyas implicaciones normativas se busca especificar: se va desde la realidad a la autoridad si algo es real, la mente tiene una obligación con ello-. Brandom propone leer las conexiones en la dirección opuesta. Su estrategia explicativa va de la autoridad a la realidad si algo tiene autoridad, podemos decir que es real-; aquella realidad acerca de la cual es una representación simplemente es aquello que tiene autoridad sobre esa representación (2019, p. 70). En otras palabras: el atributo “real” tiene un sentido primario evaluativo, no ontológico.5 Así, se trata de mostrar cómo ciertas representaciones son responsables ante otras que están investidas de autoridad.

Con este movimiento se ve claramente el funcionamiento de la idea metodológica que venimos presentando: la distinción apariencia/realidad, y el séquito de distinciones que la acompañan, tienen la estructura de la distinción actitud/norma. Tenemos ya una de las partes de esta tesis: los términos que van del lado del “polo objetivo”, fundamentalmente, realidad, pero también cosa en sí, noúmeno, referente, hacen las veces de normas. Para terminar de darle forma, resta mostrar que los términos que van del lado del “polo subjetivo”, fundamentalmente, apariencia, pero también fenómeno, o sentido, hacen las veces de actitudes normativas.

1.3. De las apariencias a las actitudes normativas

La idea de que los estados representacionales pueden entenderse como actitudes normativas es, por supuesto, otra de las marcas distintivas de la obra de Brandom. No queremos aquí detenernos a argumentar la plausibilidad de este giro: todo el primer capítulo de Making it Explicit está dedicado a ello. Presentaremos, en cambio, sus principales aspectos tal como aparecen en ST.

El punto de partida es trasladar el foco desde los contenidos a los actos. En vez de pensar las apariencias o el modo en que las cosas son para nosotros como significados abstractos, podemos pensarlos como actos dotados de cierta articulación de ahí que Brandom, a lo largo de ST, prefiera hablar, como ya indicamos, de representings y no de representations-. No es importante aquí introducirse en el tema de la naturaleza de estos actos, esto es, si se trata de actos mentales o actos de habla. Sí es importante aclarar que, sea cual fuera la materialidad o inmaterialidad que los encarna, las representaciones son esencialmente juicios: tener una representación consiste en el acto de formarse un juicio (Brandom 2019, p. 69).

Oraciones o pensamientos como “el cable es de cobre” o “el palo está doblado” expresan juicios, y que lo hagan se especifica en términos holistas y normativos. En estos dos aspectos se ve que la formación de juicios es una actividad. En primer lugar, el lado holista enfatiza que formular un juicio es incorporarlo a toda una constelación de otros juicios. Decir “el cable es de cobre” es, ante todo, sumar ese juicio a una constelación de otros tantos juicios que respaldamos (Brandom 2019, p. 67). Como quien agrega una pieza a un rompecabezas. Ahora bien, y aquí viene el lado normativo, la actividad de incorporar un juicio en una constelación requiere asumir tres tipos genéricos de obligaciones: la obligación justificatoria de dar razones a su favor en caso de que sea desafiado, la obligación ampliatoria de respaldar los juicios que se siguen de éste y la obligación crítica de reparar las incompatibilidades que puedan surgir entre este juicio y otros que ya hemos incorporado (p. 68).

Ésta es la idea del juicio como actividad. Ahora bien, ?en qué sentido esta actividad cuenta como la adopción de actitudes normativas? La respuesta involucra dos aspectos. En primer lugar, es claro que, en la medida en que juzgar involucra sujetarse a las tres tareas que mencionamos, cuando incorporamos un juicio asumimos ciertos compromisos justificatorios, ampliatorios y críticos. En segundo lugar, estos compromisos se encuentran articulados por lo que Brandom llama relaciones de incompatibilidad y consecuencia (2019, p. 68). Si hemos incorporado “el cable es de cobre” no estamos autorizados, desde el lado de la incompatibilidad, a incorporar “el cable es de oro”, “el cable es de vidrio” o “el cable habla inglés”; y, desde el lado de las consecuencias, estamos obligados a incorporar “el cable es de metal”, “el cable conduce electricidad” y “el cable es un artefacto humano”. De modo que al juzgar “el cable es de cobre”, absteniéndonos, por ese mismo acto, de juzgar “el cable es de plata” y juzgando, por ese mismo acto, “el cable es de metal”, lo que hacemos es tratar “el cable es de cobre” como normativamente incompatible con “el cable es de plata” y tratar “el cable es de metal” como una consecuencia normativa de “el cable es de cobre”.

El esquema, pues, es el siguiente: los estados representacionales son actos, específicamente, actos de incorporación de juicios a una constelación más amplia de ellos. Al llevar adelante estas incorporaciones, realizamos diferentes maniobras justificar, ampliar, criticar-. Y estas maniobras son adopciones de actitudes normativas: tratar o tomar al juicio que estamos incorporando como obligándonos a excluir e incluir otros juicios.

Hemos hallado, pues, la estructura de la oposición actitudes/normas debajo de la oposición apariencia/realidad. Las apariencias hacen las veces de actitudes: incorporan juicios, tratándolos como compatibles con la constelación a la que los incorporan, tratando otros juicios como incompatibles con ella y otros tantos como algo que también hay que incorporar. Y la realidad hace las veces de una norma que permite evaluar esas incorporaciones. A veces queremos incorporar juicios, asumiéndolos como compatibles, cuando en realidad no lo son; y otras, equivocadamente, introducimos un paquete de juicios que no son consecuencias de otro que incorporamos. Lo real, pues, es aquello que establece qué es incompatible con qué y qué es consecuencia de qué (Brandom 2019, p. 101); aquello ante lo cual deben ajustarse nuestras actitudes de asumir algo como siendo incompatible con, o una consecuencia de, otra cosa.

Ahora bien, haber trasladado la distinción apariencias/realidad a la distinción actitudes/normas no nos dispensa de los dos requerimientos que se siguen del abandono de la inteligibilidad diferencial. Primero, debemos trabajar la oposición actitudes/normas también como una distinción interna. Una que distinga, esta vez, ciertas actitudes que hacen las veces de normas de otras, que hacen las veces de “meras” actitudes. Segundo, el sentido en que ciertas actitudes funcionan como normas debe ser lo suficientemente robusto como para que la distinción misma no se desdibuje.

Para satisfacer estos dos requerimientos examinaremos la dinámica de lo que Brandom llama la experiencia del error. En las distintas fases de este proceso, veremos cómo la distinción entre actitudes y normas opera interna e históricamente.

1.4. La experiencia del error: reconocer y rectificar

Cuando le agregamos movimiento a la fotografía de la actividad cognitiva que hemos estado describiendo, cuando pensamos en la incorporación de juicios y los ajustes conceptuales que involucra como un proceso, tenemos la idea de experiencia. Cualquier cosa sujeta al uso, se somete a las eventualidades de gastarse, de perder el filo, de no estar adaptada a los objetos a los que se quiere aplicar, de tener que ser reformada, remendada, etc. Con las constelaciones de juicios que usamos para pensar y para actuar ocurre lo mismo. Y “experiencia” es el nombre bajo el cual Brandom subsume esos usos y esas eventualidades.

Todo proceso tiene sus momentos de estabilidad y de crisis, momentos en que “no pasa nada” y todo marcha como siempre, y momentos en que los cambios se vuelven urgentes. En el proceso de la experiencia, los momentos de crisis vienen dados por el descubrimiento de incompatibilidades. Veníamos incorporando un juicio tras otro, sacábamos consecuencias, encontrábamos apoyos y relaciones nuevas, construyendo una constelación cada vez más articulada internamente y cada vez más determinada. Entonces irrumpe la contingencia: aparece una situación que se rehúsa a ingresar al dominio de lo inteligible, obligándonos a explicitar alguna incompatibilidad entre los juicios que, hasta el momento, pensábamos que podían convivir indefinidamente en armonía. A estos episodios Brandom los llama la experiencia del error (2019, p. 75).

Cuando un sujeto reconoce que dos juicios que ha respaldado son incompatibles, admite un error. La experiencia del error, pues, comienza con la actitud normativa de tratar o considerar dos juicios como incompatibles. Y, en consecuencia, con la asunción de un compromiso a los efectos de reparar esa incompatibilidad (Brandom 2019, p. 433). Reconocida la obligación de reparar las incompatibilidades, comienza la segunda fase de la experiencia del error: la de la rectificación. Consideremos el ejemplo con el que trabaja Brandom.

Viendo, acaso por primera vez, un palo semi sumergido en agua, incorporamos a nuestro acervo el juicio “el palo está doblado” (D). Sin embargo, cuando lo retiramos del agua, nuestra percepción nos invita a incorporar “el palo es recto” (R). Brandom señala que D y R no serían incompatibles si la constelación a la que estamos intentando incorporarlos no incluyera también cierto juicio C respecto a la consistencia de la forma del palo. De modo que la incompatibilidad en cuestión surge entre el “palo está doblado”, “el palo es recto” y “el palo tiene una forma consistente”: D, R y C (2019, p. 76). Esta aclaración, en principio trivial, es importante porque subraya el aspecto holista del proceso de rectificación. Si la tarea de expulsar incompatibilidades consistiera en oponer atómicamente digámoslo así, mano a mano- un juicio contra otro, sería simplemente irrealizable: uno de los juicios conspiraría contra el otro y viceversa, en una puja de suma cero. La rectificación, por el contrario, es un proceso de ponderación, mediante el cual elegimos la constelación de juicios más apropiada.

Tenemos, pues, la constelación D, R y C. Tal como la hemos construido, cualquier par de juicios que tomemos es compatible, siempre y cuando nos deshagamos del restante. De modo que tenemos dos opciones: o bien rechazar alguno de los juicios, reteniendo los otros dos por ejemplo, respaldar R y C contra D-; o bien rechazar como una mera apariencia la incompatibilidad entre D, R y C, por ejemplo, agregando un juicio a los efectos de que el palo, realmente, está bifurcado y una de sus terminaciones es visible solamente en el agua y la otra solamente fuera de ella.

El momento de la rectificación consiste en elegir alguna de estas opciones. Al hacerlo, adoptamos actitudes normativas específicas: en la rectificación más esperable, usamos R y C como evidencia contra D, tratamos a R y C como proveyendo, conjuntamente, una razón para rechazar D (Brandom 2019, pp. 78-79). De modo que investimos a los juicios “el palo es recto” y “el palo tiene una forma consistente” de cierta autoridad, y tomamos, a su vez, al juicio “el palo está doblado” como responsable ante esa autoridad. Aquí aparece, crucialmente, el funcionamiento de las actitudes como normas: R y C operan como un criterio ante el cual D debe ajustarse o ser excluido. R y C, siendo actitudes, pasan a cumplir el rol funcional de normas: cuando son dotadas de autoridad en la fase de rectificación, comienzan a operar como algo fijo, como algo con lo cual otros juicios que busquemos incorporar deben ser compatibles y algo que nos obliga a incorporar todos los otros juicios que se sigan de éstas. Que una actitud devenga una norma depende, pues, de la función que se le asigna en el proceso de la experiencia. Y en esta repartición interna de roles normativos se traza, pues, la distinción apariencia/realidad: dotar a R y C de autoridad es precisamente considerar que son, para nosotros, la realidad o las cosas en sí mismas, una realidad ante la cual D es una mera apariencia (Brandom 2019, p. 100).

2. La normatividad histórica y las rememoraciones

En la fase de la rectificación respaldamos efectivamente algún subconjunto de compromisos o juicios, haciéndolos funcionar como el criterio o la norma a la luz del cual se evalúan otros, que resultan revisados o expulsados. Ahora bien, la pregunta que surge naturalmente es: ?por qué usar “el palo es recto” y “el palo tiene una forma consistente” contra “el palo está doblado” en vez de usar, por ejemplo, “el palo es recto” y “el palo está doblado” contra “el palo tiene una forma consistente”? En términos más generales, ?por qué fijamos como normas las actitudes que fijamos y no otras? Se trata de una pregunta, no ya por la naturaleza de la operación rectificadora, sino por su justificación. De este problema se ocupa la tercera fase de la experiencia del error: la fase de la rememoración.

Es, sin duda, llamativo que Brandom nos diga que el proceso de corregir errores termine en algo llamado “rememoración” y, más aún, que le atribuya un rol tan crucial. Hasta el momento, si bien encontramos tesis sugerentes y movimientos conceptuales algo osados, no hemos presentado nada que no sea por lo menos plausible para cualquier persona formada en la tradición analítica. Con el asunto de las rememoraciones, por el contrario, comenzamos a sentirnos en un territorio extraño. Se trata, sin duda, del aspecto más novedoso que trae Brandom en su giro hegeliano. Podríamos incluso decir, aunque sin ánimos de entrar en un debate exegético: se trata del aspecto específicamente hegeliano que Brandom tiene para ofrecer al debate contemporáneo.

La fase rememorativa de la experiencia del error constituye una suerte de narración. Al rememorar, lo que hacemos es contar la historia de cómo llegamos a respaldar las actitudes que presentemente respaldamos (Brandom 2019, p. 102); y la contamos de modo tal que muestre que estamos justificados en respaldarlas. Ante todo, pues, las rememoraciones son un procedimiento normativo, un recurso para explicitar las razones que sustentan nuestras actitudes. Y cuando estas actitudes son juicios, es decir, compromisos cognitivos, las rememoraciones funcionan como un recurso epistemológico: el único que puede arrojar justificaciones una vez que abandonamos la inteligibilidad diferencial.

2.1. ¿Qué son las rememoraciones?

Podemos aproximarnos a las rememoraciones usando algunos ejemplos. La ilustración que Brandom usa con más frecuencia es la de las sentencias judiciales en sistemas de derecho basados en la common law, donde cada juez retoma las aplicaciones pasadas de tal o cual concepto legal que sirven como un precedente para la decisión que toma (2002; 2019, p. 438). Permítasenos avanzar otro, más cercano a nuestra actividad.

Imaginemos una (extremadamente imperfecta) narración de la historia de cómo se ha llegado, en la filosofía contemporánea, a respaldar la idea de que los grupos pueden ser agentes racionales. Esta narración comenzaría, por poner un punto de partida no demasiado lejano, con Durkheim, quien identificó el fenómeno de la acción colectiva, postulando, a su vez, ciertos estados mentales supraindividuales ontológicamente muy dudosos. Seguiría con las críticas del individualismo metodológico, que expulsó el compromiso con los estados mentales supraindividuales, pero también cualquier idea de acción que no fuera la de un individuo. Finalmente, contaría cómo, con la introducción de la idea de tipos de reducción, se disipó la apariencia de que tratar a los grupos como agentes tiene como consecuencia tratar a los grupos como entidades que existen (y tienen una vida psicológica) más allá de los individuos. La acción grupal sería conceptualmente irreductible a la acción individual, aunque los grupos sean ontológicamente reducibles a individuos.

Lo primero que hay que observar acerca de las rememoraciones, pues, es que narran un proceso de cambio, el proceso ampliado de la experiencia, donde cada evento de la secuencia es incompatible con el que lo precede y con el que lo sucede. La ilustración que acabamos de proveer ofrece los tres tipos posibles de cambio: (1) incorporar un juicio novedoso, como Durkheim, (2) abandonar un juicio previamente respaldado, como el individualismo metodológico, o, de modo más interesante, (3) refinar qué consideramos incompatible con qué o qué consideramos consecuencia de qué (Brandom 2019, p. 101), como ocurre con la distinción entre tipos de reducción. Así llegamos a nuestros compromisos presentes: la irreductibilidad conceptual de la acción colectiva es compatible con su reductibilidad ontológica.

El segundo punto, y esto es crucial para Brandom, es que las rememoraciones narran, además de procesos de cambio, procesos de progreso conceptual (2019, p. 683). Si la ilustración que acabamos de ofrecer es una buena rememoración, entonces de ella se sigue que ahora tenemos una mejor comprensión de qué son los grupos y de qué es la acción racional. Una comprensión que combina, por ejemplo, las intuiciones atrevidas de Durkheim con la prudencia metafísica del individualismo metodológico. De ahí que las rememoraciones puedan cargar con el peso de justificar o vindicar nuestros compromisos presentes. Con estas dos ideas generales, consideremos en detalle cómo funcionan las rememoraciones.

2.2. Dos perspectivas temporales

Podemos pensar en la tercera fase, rememorativa, del proceso de la experiencia como el reverso y complemento de las otras dos fases, de reconocimiento y rectificación del error. El punto fundamental en el que se oponen, y que explica su complementariedad, viene dado por las diferentes perspectivas temporales que cada una involucra. Específicamente, las primeras dos fases de la experiencia del error están organizadas por el punto de vista prospectivo, mientras que la fase de la rememoración explota, previsiblemente, el punto de vista retrospectivo (Brandom 2019, p. 448). Con estas perspectivas temporales, a su vez, vienen implicadas diferentes relaciones entre las actitudes y las normas.

Cuando reconocemos y reparamos incompatibilidades adoptamos el punto de vista prospectivo; el punto de vista del presente, de la acción situada si se quiere, que se encuentra con un problema y busca resolverlo hacia adelante. Nos hemos estado conduciendo con cierta constelación de respaldos que funciona de manera estable... hasta que irrumpe la contingencia bajo la forma de la incompatibilidad. Se presenta una situación nueva en que ya no es posible aplicar las normas viejas y es preciso hacer algún ajuste. Para lidiar con la contingencia, para absorberla en una constelación consistente, encontrando una norma que las cubra, resulta preciso moldear las actitudes que hemos venido respaldando (Brandom 2019, p. 450). Ahora bien, esta necesidad de hacer ajustes revela que las primeras dos fases de la experiencia del error, como momentos de crisis normativa, son también momentos creativos, de apertura, donde aquello que estaba, hasta entonces, investido de autoridad, aquello que era tratado como norma, regresa a su estado de simple actitud. Son momentos de desnaturalización, en los que los respaldos son puestos en suspenso y, en consecuencia, lo que se tomaba como dado, o como fijo, aparece al alcance de nuestras manipulaciones.

A este momento de suspensión de la vigencia le sigue, en el de la rectificación, una nueva ceremonia de investidura: se fijan nuevas actitudes como normas o las normas anteriores, tras haber regresado al estado de actitudes durante el cuestionamiento, retoman su autoridad, ahora reforzada por la prueba. Es debido a la particular estructura de esta situación, donde la vigencia se remueve y se reparte casi a voluntad, que Brandom describe el momento prospectivo de rectificación como uno en el que las actitudes mandan sobre las normas: un momento en el que las actitudes instituyen normas (2019, p. 448). Al resolver las incompatibilidades, retirándole autoridad a ciertas actitudes para investir a otras con ella, estamos decidiendo, con nuestras actitudes, cuáles son nuestras normas; cuáles son los criterios para incorporar la contingencia: qué se mantiene y qué se va, qué es lo fijo y qué es lo variable. En una palabra, el momento prospectivo revela nuestras normas como algo que creamos.

Ahora bien, sostener este punto de vista, y las relaciones entre actitudes y normas que incluye, involucra riesgos. En términos normativos generales, el punto de vista prospectivo muestra a las normas siendo lo que decidimos que sean en la fase de la rectificación, y entonces surge el riesgo de que lo que hacemos acabe por ser un ejercicio unilateral de autoridad. En términos específicamente epistemológicos, el punto de vista prospectivo nos muestra a la realidad como la consideramos en la fase de la rectificación, y entonces surge el riesgo de identificarla simplemente con lo que nos parece que es real. Debemos ser cuidadosos al examinar estos riesgos, separando aquello que es un problema de aquello que no lo es.

Si la estrategia de abandonar la inteligibilidad diferencial va a funcionar, entonces el hecho de que “accedamos” a la realidad no puede ser distinto del hecho de que para nosotros algo sea real. Hay, pues, un sentido, iluminado adecuadamente por el punto de vista prospectivo, en el que lo que es real y lo que nos parece que es real tienen que coincidir. Del mismo modo, hay un sentido en el que las normas no pueden ser otra cosa que actitudes, precisamente aquellas actitudes que tomamos o hacemos funcionar como normas. Aceptar estos dos puntos o, mejor, el mismo punto dicho de dos formas distintas- es una condición para conceptualizar las distinciones apariencia/realidad y actitudes/normas como distinciones internas. Lo que sí hay que evitar, sin embargo, es que la distinción colapse. De ahí la necesidad de complementar el punto de vista prospectivo con el punto de vista retrospectivo de las rememoraciones.

El trabajo de las rememoraciones consiste en mostrar que las normas que tenemos no resultan meramente de respaldar actitudes, sino de respaldar actitudes justificadamente. Y que lo que es real para nosotros no son meras apariencias, sino lo que justificadamente consideramos real. Para lograr esto, las rememoraciones complementan la imagen de apertura, donde creamos o instituimos normas, con una imagen, si se quiere, de constricción, donde descubrimos cómo las normas que nos gobiernan han llegado a gobernarnos (Brandom 2019, p. 451).

2.3. El peso del pasado

El peligro que estamos buscando evitar es que el respaldo de ciertos juicios en la fase de rectificación aparezca como un ejercicio unilateral de autoridad. Brandom dedica centenares de páginas a argumentar que ningún ejercicio unilateral de autoridad consigue instituir normas genuinas.6 No necesitamos aquí desplegar esos argumentos, baste con la conocida observación de Wittgenstein: si lo que es correcto es simplemente lo que me parece correcto, entonces la distinción correcto/incorrecto deja de ser inteligible. Ahora bien, lo opuesto a un ejercicio unilateral de autoridad es un ejercicio de responsabilidad. Así, la operación justificatoria de las rememoraciones debe mostrar las actitudes que ahora adoptamos como responsables ante algo más; es decir, debe mostrar que la autoridad que ahora les atribuimos no surge unilateralmente de ellas mismas, sino de algo distinto de ellas.

Ahora bien, como la metafísica de las normas que nos ofrece Brandom es una metafísica de actitudes y, por esto, interna, que una actitud sea responsable ante algo significa no puede sino significar- que es responsable ante otras actitudes. Ahora bien, ?cuáles son esas actitudes ante las cuales nuestras actitudes presentes son responsables? Las únicas disponibles, a saber, las actitudes que nosotros hemos adoptado, y fundamentalmente las que otros han adoptado, en el pasado (Brandom 2013; 2019, p. 446). De ahí la conexión, en principio sorprendente, que Brandom forja entre justificación e historia.

El punto de partida de las rememoraciones es, entonces, atribuir autoridad al pasado. De ahí que Brandom insista en el principio de generosidad o, para usar su palabra favorita, magnanimidad- a la hora de evaluar las actitudes de los otros (o las nuestras en un momento diferente) (2019, p. 547). Sólo si otra cosa, además de mis respaldos presentes, tiene autoridad, pueden mis respaldos presentes llegar a tenerla. Pues si todos han estado equivocados, salvo yo ahora, no hay entonces ninguna fuente de autoridad, ninguna razón, para hacer lo que yo hago fuera del hecho de que yo lo haga.

Una tensión

Para mostrar que las actitudes del pasado proveen razones para las actitudes del presente, las rememoraciones hacen dos operaciones difíciles de conciliar.

Por un lado, como dijimos, las rememoraciones cuentan procesos de cambio. No pueden proceder inventariando que tales y cuales actitudes del pasado coinciden con los respaldos presentes. Las rememoraciones no son encuestas que buscan identificar una mayoría entre los vivos y los muertos; y no lo son, porque el procedimiento de la sumatoria de opiniones, aunque incluya opiniones pasadas, prescinde de toda articulación histórica: a los efectos de sumar iguales, resulta irrelevante ubicar cada actitud en una serie o en una línea de tiempo. Para que tenga sentido narrar una historia, un desarrollo, las actitudes que rememoramos tienen que ser diferentes de las actitudes presentes. Y no sólo diferentes, sino incompatibles entre ellas y con las actitudes presentes. De otro modo, tampoco obtenemos algo así como una línea, sino distintos puntos dispersos. Sólo podemos encadenar dos eventos en una secuencia, diciendo que uno significó un cambio respecto al otro, cuando éstos son incompatibles: uno tomó su lugar contra el otro.

Ahora bien, si las rememoraciones narran procesos de cambio de actitudes (o constelaciones de actitudes) incompatibles entre ellas y con las actitudes presentes, entonces parece difícil satisfacer su punto de partida: atribuir autoridad al pasado. Si las actitudes pasadas tienen autoridad y son incompatibles con las presentes, entonces las actitudes presentes no tienen autoridad y no hay nada que justificar, pero si, en virtud de su incompatibilidad con las actitudes presentes, las actitudes pasadas constituyen errores, nos quedamos nuevamente sin ninguna fuente de justificación.

Ante esta disyuntiva, Brandom presenta elementos para acomodar las tensiones de la segunda opción. El primero que señala es que las actitudes pasadas sí son errores, pero errores parciales (2019, p. 78); el segundo indica que la fuerza vindicatoria de las rememoraciones no reside exactamente en las actitudes del pasado, sino en el hecho de que describen una trayectoria progresiva (p. 578). Combinando estos dos elementos, Brandom suele decir que las rememoraciones son un relato de cómo logramos progresivamente los aciertos presentes a través de los errores del pasado; la historia de cómo, a través de sucesivas apariencias cada vez más ajustadas, llegamos a la realidad (p. 102). (Nótese que contar la historia de una sucesión de apariencias o fenómenos es, precisamente, componer una fenomenología.)

Dedicaremos las siguientes dos secciones a elaborar estos puntos, que constituyen el núcleo del concepto de las rememoraciones.

2.4. El problema de la autoridad del pasado

Para introducir nuestra interpretación del funcionamiento de las rememoraciones, vamos a contrastarla con la que presenta Franz Knappik. En Brandom on Postmodern Ethical Life (2020), Knappik ofrece una reconstrucción, en apariencia bien apoyada sobre ciertos pasajes de ST, de la idea de la atribución de autoridad al pasado y señala algunos problemas conceptuales que ésta involucra. En la siguiente sección mostraremos que su reconstrucción no es satisfactoria. Así, traemos a Knappik por dos motivos: primero, para mostrar, por contraste, dónde residen algunas claves para la correcta interpretación del funcionamiento de las rememoraciones; segundo, para alertar respecto a ciertas confusiones a las que invitan algunas de las fórmulas que utiliza Brandom.

Para desarrollar su lectura, Knappik extrae dos ideas de ST. La primera es cierta conexión conceptual entre la atribución de autoridad a las actitudes del pasado y el respaldo de esas mismas actitudes en el presente (2020, p. 188). Para apoyar esta interpretación, refiere (p. 187) un pasaje de ST donde se declara que el objetivo de las rememoraciones es hacer de las actitudes del pasado “tal como han sido racionalmente reconstruidas, algo que aquellos que las rememoran puedan respaldar ahora, por su propia parte” (Brandom 2019, p. 737). Knappik establece aquí un punto, en principio, plausible: la atribución de autoridad al pasado debe tener consecuencias en el presente; lo que consideramos correcto o incorrecto antes debe reflejarse en lo que consideramos ahora correcto o incorrecto. Así, observa que cuando un intérprete (podríamos hablar de un “rememorador”) respalda una actitud A adoptada por un sujeto en ciertas circunstancias C, lo que hace es tomar a A como obligatoria, o al menos permisible, para cualquiera que se encuentre en las mismas circunstancias. Respaldar A es tomarla como lo que se debe hacer, o al menos como lo que es legítimo hacer, en C (2020, p. 187).

La segunda idea que Knappik extrae es la de algún elemento compartido. Si en el presente es posible respaldar actitudes pasadas, es porque las actitudes que adoptamos hoy y las que se adoptaron entonces tienen el mismo contenido, aplican los mismos conceptos o se sujetan a las mismas normas. Para dar cuenta, sin embargo, de la diferencia entre actitudes pasadas y presentes, Knappik trae la distinción que Brandom traza entre las concepciones subjetivas que cada cual puede tener de un concepto y el concepto “objetivo” mismo (p. 186). Las distintas concepciones subjetivas están articuladas por lo que cada agente, a lo largo de la historia, ha considerado incompatible con, o consecuencia de, la aplicación de un concepto, mientras que el concepto “objetivo” está dado por aquello que es realmente incompatible con, o consecuencia de, su aplicación (Brandom 2019, p. 604). Notemos que, como era de esperar, esta distinción es interna: el contraste entre concepciones subjetivas y conceptos objetivos es el contraste entre las concepciones pasadas de las relaciones de incompatibilidad y consecuencia que involucra la aplicación de un concepto y las concepciones que tenemos en el presente de esas relaciones. Pero el punto que nos interesa ahora es otro: de acuerdo con la lectura de Knappik, si al atribuir autoridad a las actitudes del pasado, las actitudes del presente consideran que esas actitudes aplican conceptos que estaríamos dispuestos a aplicar ahora, entonces tanto las actitudes pasadas como las presentes pueden percibirse como sujetándose a la misma.

Podemos completar esta lectura de Knappik con otras formulaciones de Brandom que apuntan en la misma dirección (2019, pp. 6; 606; 745). Así, obtenemos la siguiente imagen: (1) el trabajo de las rememoraciones es descubrir cierta unidad que atraviesa toda la secuencia de las actitudes pasadas hasta el presente, (2) aquello que junta los distintos pasos de la secuencia es una norma común, que gobernó implícitamente todo el proceso y (3) esa norma virtualmente vigente en todo el proceso es lo que justifica nuestras actitudes presentes.

En la siguiente sección mostraremos que este modelo del funcionamiento de las rememoraciones se apoya en dos malentendidos; por el momento, desplegaremos las objeciones que Knappik, supuestamente, presenta contra Brandom.

Tengamos presente el punto fundamental de la lectura de Knappik: atribuir autoridad a una actitud pasada A, que aplicó un concepto en circunstancias C, implica tomar la aplicación del concepto en C como obligatoria o al menos como legítima ahora. Con todo, el problema que Knappik identifica aparece cuando consideramos concepciones que varían a lo largo del tiempo.

Recordando que célebremente alguna vez Aristóteles sostuvo que las mujeres tienen menos dientes que los varones, consideremos el siguiente enunciado: “Esa mujer tiene dientes”. Entre la concepción de Aristóteles del concepto de diente y la nuestra hay algunas cosas en común y algunas diferentes. Nosotros respaldaríamos, y él también, que de su afirmación se sigue que la mujer en cuestión es capaz de masticar, pero él respaldaría, y nosotros no, que de su afirmación se sigue que esa mujer tiene menos dientes que Alejandro. Ante esta divergencia, observa Knappik, las rememoraciones se ven obligadas, por el principio de identificar un contenido o norma que nosotros estuviéramos dispuestos a respaldar ahora, a redescribir la actitud de Aristóteles (2020, p. 190). Cuando reconstruimos a Aristóteles aplicando el concepto de diente en “esa mujer tiene dientes” estamos atribuyéndole la aplicación de nuestro concepto de diente. Sólo eliminando la consecuencia “esa mujer tiene menos dientes que Alejandro” y otras parecidas es decir, sólo cambiando la concepción de Aristóteles por la nuestra- podemos ahora tomar en consideración lo que dijo Aristóteles de aquella mujer, a saber, que tiene dientes, como algo que nosotros deberíamos o al menos estaríamos legitimados a decir en circunstancias parecidas.

En términos generales, podemos observar que, de acuerdo con la lectura de Knappik, cuando hay una divergencia entre lo que otros han respaldado y lo que nosotros respaldaríamos, las rememoraciones requieren atribuir a otros sólo aquello que nosotros respaldaríamos. Para atribuir autoridad a las actitudes del pasado, leemos en ellas sólo aquello que nosotros consideramos ahora que tiene autoridad, trasladando, hacia atrás, nuestras propias normas. Es como si cortáramos en dos las actitudes del pasado: conservamos lo vigente y desechamos lo caduco.

Por este motivo, Knappik concluye que las rememoraciones, en su afán por racionalizar el pasado, simplemente nos vuelven ciegos ante sus errores. Y el problema se vuelve más grave si tenemos en cuenta los ejemplos morales (engañar, matar, manipular) con los que trabaja. Las rememoraciones, sostiene Knappik, nos obligan a hacer maniobras de redescripción como la siguiente: si alguien engañó a alguien más, tenemos que interpretarlo en virtud de una norma que nosotros estuviéramos dispuestos a respaldar; así, nos veremos obligados a asumir, por ejemplo, que lo hizo para evitar que una verdad dolorosa salga a la luz (2020, p. 192). El punto de Knappik es que la gente, a veces, simplemente engaña, mata o manipula, y que el principio de caridad que gobierna la composición de las rememoraciones nos obliga a ignorar esto. En una palabra: por su propia estructura, las rememoraciones tienden a generar interpretaciones defectuosas que impiden identificar y criticar los errores epistémicos o las aberraciones morales de otros.

2.5. La autoridad interna

Mostraremos a continuación que la lectura de ST sobre la que Knappik apoya sus objeciones surge de dos malentendidos vinculados al nivel en que funcionan las rememoraciones. Luego de despejar estos malentendidos, elaboraremos nuestra propia lectura.

Dos malentendidos

En primer lugar, notemos una cuestión de enfoque de la cual se desprende un punto sustantivo. Por enfatizar la (desde su punto de vista) problemática atribución de autoridad al pasado, Knappik parece olvidar que el propósito mismo de las rememoraciones es vindicar las actitudes presentes. Teniendo esto en cuenta, dejamos de pensar en el pasado como un agregado de actitudes puntuales que hay que justificar, y podemos pensarlo como un desarrollo histórico. Así, podemos decir que la responsabilidad del presente respecto al pasado que las rememoraciones ponen de manifiesto es una responsabilidad ante el proceso total; ante la secuencia, no ante alguno de sus episodios puntuales. Las rememoraciones no operan mostrando que, como cada una de las actitudes pasadas han sido correctas, si las repitiéramos ahora, también estaríamos en lo correcto; por el contrario, muestran que el pasado globalmente da razones para las actitudes presentes.

El punto se desprende de uno de los pasajes que el mismo Knappik refiere (2020, p. 187). Luego de afirmar que el objetivo de las rememoraciones es hacer de las actitudes pasadas algo “que aquellos que las rememoran puedan respaldar ahora, por su propia parte”, Brandom agrega “el proceso [N.E] que el agente inició” al adoptar una actitud “debe ser visto como habiendo resultado bien, como un proceso que teníamos razones para promover entonces y que tenemos razones para respaldar ahora” (2019, p. 737). Como se ve: la autoridad del pasado no reside en las actitudes o en los episodios, sino en el proceso que éstos inician y continúan, en la trayectoria que configuran.

En segundo lugar, cuando abandonamos la imagen de que la autoridad del presente se desprende de episodios puntuales del pasado, podemos ver que la tarea de las rememoraciones no es buscar un contenido compartido o una norma común que haya sido reconocida a lo largo de toda la secuencia. Consideremos un ejemplo formalizado:

Supongamos un proceso que llevó de la constelación de tres juicios ABC a la constelación DEF, y que incluye los siguientes episodios: de ABC se pasó a BCD, de BCD a CDE y, finalmente, de CDE a DEF. (Esta formalización explota un punto que señalamos anteriormente: los episodios de rectificación en la experiencia del error no confrontan juicios contra juicios, sino constelaciones contra constelaciones.)

El ejemplo nos permite ver que no hay necesidad de rastrear un contenido que haya estado presente a lo largo de toda la cadena: comenzamos con ABC y terminamos con DEF, constelaciones que no tienen juicios en común. Tal como ocurre con la autoridad que surge del pasado, la unidad que tejen las rememoraciones debe pensarse en un nivel más abstracto: aquello que es lo mismo desde el comienzo hasta el final es el proceso que lleva de ABC a DEF. Más aún, pensar en términos de constelaciones de juicios cambiantes, cuyas piezas pueden ir reemplazándose al modo del barco de Teseo, y no en términos de juicios, contenidos o normas en singular, evita recaer en la imagen extraña según la cual, desde el comienzo, todos los agentes estaban sujetos, bajo formas poco claras o explícitas, a una misma norma. Elaboremos un poco más.

La norma que las rememoraciones sacan a la luz no puede ser otra que la última constelación de juicios respaldada. Después de todo, el trabajo de las rememoraciones es mostrar que la constelación presente tiene autoridad. Lo que narran las rememoraciones es el proceso de institución de una norma o, en otras palabras, el trabajo normativo que hacen es narrar o mostrar los diferentes cambios mediante los cuales llegamos a la constelación actual de compromisos como el proceso de institución de una norma. Las rememoraciones son relatos de cambios que exhiben su resultado como una norma, como una actitud que estamos autorizados a respaldar.

En oposición a lo que sostiene Knappik apoyándose en algunas formulaciones algo oscuras de Brandom, las rememoraciones no desentierran una norma común vigente en cada una de las etapas del proceso. Ni siquiera vigente de modo implícito o latente. Exhiben que el proceso llevó a algo que ahora estamos justificados a tratar como una norma. Sólo retrospectivamente, y éste es el sentido de las formulaciones de Brandom, podemos hablar de una norma que “gobierna” todo el proceso. Esto no significa que la norma haya guiado, anticipatoriamente, el proceso, significa simplemente que podemos usar nuestra constelación actual en nuestro ejemplo, DEF- para evaluar las anteriores. Desde el punto de vista privilegiado del presente, podemos ver, a la luz de DEF, que CDE o BCD eran errores. La norma es común sólo en la medida en que la usamos ahora como vara para medir el pasado. Así, en oposición a las conclusiones a las que llega Knappik, no necesitamos redescribir las actitudes de Aristóteles aplicando nuestro concepto de diente; por el contrario, como la norma sólo aparece al final de un proceso, podemos usar nuestro concepto actual para criticar el suyo.

La autoridad histórica

Resumamos los malentendidos que hemos querido disipar respecto al funcionamiento de las rememoraciones: éstas no hacen al presente responsable ante actitudes del pasado, ni identifican en estas últimas una norma que justifique las actitudes presentes. La única norma vigente es la constelación actual. ?De dónde surge, pues, su justificación? Responder esto es responder, finalmente, por la responsabilidad del presente ante al pasado.

La responsabilidad de la constelación presente de compromisos en nuestro ejemplo, DEF- respecto al pasado, debe comprenderse del siguiente modo: DEF no tendría la autoridad que tiene si no hubiera sido por el proceso que llevó a ella. La autoridad de DEF no es intrínseca, por el contrario, es interna al proceso. Fuera de él, DEF no es correcta ni incorrecta. Fuera de él, ni siquiera tiene sentido la pregunta por la corrección o la incorrección de DEF. Este es justamente el punto de las rememoraciones. Las rememoraciones no narran cómo conseguimos, a tientas, dar con una constelación que ya tenía autoridad de antemano, que ya era correcta incluso antes de formularse. Como si dijéramos: DEF siempre fue verdadera y sólo ahora nos damos cuenta. Esto supondría una idea de autoridad, de verdad o de realidad propia de las teorías de la inteligibilidad diferencial; DEF sería correcta por cierta relación, inasible, que guarda con el mundo. Las rememoraciones, por el contrario, justifican la autoridad de DEF mostrando cómo llegamos a ella a partir de sus relaciones, no con “el mundo”, sino con otras constelaciones; en su narración de cómo llegamos a DEF, la justifican: el relato que componen es la vindicación que ofrecen. Por eso Brandom dice, esta vez más claramente, que las rememoraciones convierten un pasado en una historia, presentando una sucesión de eventos orientados hacia algún lado (2019, p. 17).

Que DEF tenga autoridad ahora significa, simplemente, que es la constelación que permitió superar las incompatibilidades que surgieron en el estadio inmediatamente anterior, cuando se respaldaba CDE. No significa más que esto, pero tampoco menos. Significa que, si no hubiéramos respaldado CDE en su momento, y si no hubieran aparecido las contingencias que específicamente aparecieron y que sacaron a la luz incompatibilidades específicas en CDE, no hubiéramos llegado a DEF. En otras palabras, que respaldar CDE fue necesario para llegar a respaldar DEF. Aunque también significa que DEF constituye un progreso racional en relación con CDE porque resuelve incompatibilidades que CDE no pudo resolver. Y lo mismo vale para CDE con respecto a BCD, y para BCD con respecto a ABC. Retrocediendo toda la cadena, vemos que, si no hubiéramos partido de ABC, si no se hubieran presentado las contingencias que se presentaron sucesivamente, y si no las hubiéramos resuelto en el sentido en que fuimos resolviéndolas, entonces ahora no respaldaríamos DEF. DEF es aquello que es lo más racional respaldar ahora, en este sentido preciso: es la constelación que ha resuelto incompatibilidades, dados el punto de partida y las contingencias que se sucedieron. Si hubiera habido otro punto de partida o si se hubieran presentado otras contingencias, quizá las maniobras que hubiéramos hecho no nos hubieran llevado a DEF (Brandom 2019, p. 438). Esto no importa, porque las rememoraciones se ocupan de lo que ocurrió efectivamente, no de posibilidades: ésta es la ventaja del punto de vista retrospectivo (p. 93). De ahí que Brandom diga que las rememoraciones hacen necesidad de la contingencia (p. 17).

El respaldo que ahora damos a DEF, que ahora la tratemos como algo fijo, es inseparable del movimiento que nos llevó de ABC a DEF. Respaldamos DEF contra CDE, que pereció bajo el peso de ciertas incompatibilidades, y fuera de esta confrontación, ese respaldo no es racionalmente evaluable. Podríamos ensayar argumentos ulteriores a favor de DEF, es decir, intentar respaldar DEF a la luz de otras constelaciones hasta el momento no consideradas: esto permitiría que DEF gane mayor articulación y robustez, pero sería ya un movimiento desde el punto de vista prospectivo, hacia el futuro; el comienzo, seguramente, de una nueva experiencia del error. Desde el punto de vista retrospectivo, por el contrario, todo lo que hay en la justificación de DEF es que ésta nos permitió superar las incompatibilidades de CDE, constelación que a su vez nos permitió, en el momento de su respaldo, superar BCD, que a su vez nos permitió superar ABC. La autoridad de cada constelación en su momento emana de su relación con las constelaciones anteriores. Que DEF esté justificada, que sea, para nosotros, lo que las cosas son en sí mismas, no significa otra cosa que eso. De ahí la idea hegeliana de que la verdad está, no en el final, sino en el proceso (Brandom 2019, p. 694).

Así, toda justificación, toda autoridad, es histórica: siempre es en relación con lo que había antes. Y, por el mismo motivo, provisoria: siempre se puede iniciar una nueva experiencia del error a la luz de incompatibilidades hasta ahora no detectadas. Éste es el punto crucial que Knappik no alcanza a capturar. Cuando argumenta que atribuir autoridad al pasado implica tomar lo que se hizo entonces como correcto ahora, simplemente ignora que las actitudes están inmersas en un proceso histórico y que su autoridad se establece siempre hacia atrás. Atribuir autoridad, en el marco de una narración, a alguna actitud de Aristóteles, sólo puede implicar que esta actitud consiguió superar alguna incompatibilidad en las actitudes que la precedieron. Pero de ningún modo se sigue del hecho de que Aristóteles haya aplicado un concepto en ciertas circunstancias C, que ahora estemos obligados o legitimados a aplicarlo en las mismas circunstancias. Las aplicaciones de Aristóteles son, en relación con lo que las sucedió, errores, pero, en relación con lo que las precedió, aciertos; de ahí que Brandom hable de errores parciales. Errores parciales que sólo aparecen como tales según la trayectoria en la que se ubiquen.

2.6. Sobre la idea de realidad en ST

Tras haber mostrado en detalle cómo funciona el movimiento justificatorio de las rememoraciones, queremos terminar agregando algunas notas sobre el concepto de realidad en ST.

Como lo real es la última constelación respaldada, frente a la cual las precedentes se revelan como apariencias, la idea de realidad que elabora Brandom es triplemente subjetiva: no sólo es un conjunto de juicios o representaciones, es un conjunto de representaciones que resultan del proceso subjetivo e histórico de la experiencia del error, en tanto ese proceso es narrado por una rememoración. En un artículo crítico, Dean Moyar (2020) objeta que esta concepción no sólo compromete la existencia de un mundo independiente de la subjetividad sino también el funcionamiento mismo de la realidad como estándar epistemológico. Al examinar estas dos objeciones podremos ver que la epistemología de Brandom no ofende tanto a las sensibilidades filosóficas realistas como podría parecer.

Lo primero que hay que observar es que Brandom no sólo afirma repetidamente que existe un mundo independiente de la subjetividad (2019, p. 418), sino que también avanza algunos elementos generales respecto a la manera en que este mundo es (pp. 54-55). Moyar, naturalmente, conoce y cita estos pasajes, pero los halla inconsistentes con la idea de que lo real “es el mejor relato presente acerca de las apariencias” (2020, pp. 93-94). La respuesta a este cargo es bastante directa: el concepto de realidad de Brandom es puramente epistemológico, Brandom llama “real” precisa y únicamente a aquello que sirve como estándar para evaluar representaciones. Si Brandom pensara que es el mundo el que hace las veces de estándar, entonces la afirmación de que los estándares son triplemente subjetivos, sí comprometería su independencia. Pero como Brandom niega, al rechazar el supuesto de la inteligibilidad diferencial, la confrontación directa entre mundo y representaciones, puede decir a la vez que hay un mundo independiente y que las normas contra las que confrontamos las representaciones son otras tantas representaciones.

Ahora bien, ¿es sostenible esto? Pareciera que salvaguardamos la independencia ontológica del mundo a costa de vaciarlo de significación epistemológica. Moyar señala que dudosamente Brandom pueda permitirse ser subjetivista en epistemología y realista en ontología, separando del mundo mismo los estándares que gobiernan nuestro acceso al mundo (p. 93). Observa que Brandom a menudo usa ejemplos de las ciencias naturales (como el del punto de fusión del cobre) que parecen implicar alguna conexión entre la forma en que el mundo es y la forma en que pensamos que es. Aquí la respuesta es menos directa, y requiere introducir algunos detalles, que Moyar apenas considera, respecto a la manera en que Brandom concibe la estructura del mundo independiente de la subjetividad.

De acuerdo con Brandom, el mundo o los hechos, al igual que los juicios, están articulados por relaciones de incompatibilidad y consecuencia (RICs). El juicio “el cable es negro” prohíbe afirmar “el cable es azul” y nos compromete u obliga a afirmar “el cable es un conductor eléctrico”; del mismo modo, si se da el hecho de que el cable sea negro, entonces es imposible que el cable sea azul y es necesario que conduzca electricidad. La diferencia entre las RICs que articulan y hacen determinados a los juicios y las RICs que articulan y hacen determinados a los hechos es que las primeras son de tipo deóntico y las segundas de tipo alético-modal (Brandom 2019, pp. 84-85). Sin embargo, en la medida en que ambos están articulados por RICs, se puede decir, en una concepción no-psicológica de los conceptos, que tanto juicios como hechos son conceptuales (Brandom 2019, p. 55).

Ahora bien, como cosas y pensamientos comparten el mismo tipo de estructura, esto involucra que el mundo, en principio, es inteligible en un sentido muy preciso: tomar o tratar dos juicios como deónticamente incompatibles es concebir un mundo donde es imposible que se den dos hechos a la vez, y tratar un juicio como consecuencia de otro es concebir un mundo donde un hecho implica necesariamente otro (Brandom 2019, p. 76). De este modo, el juego, puramente interno, de ajustar unos juicios confrontándolos con otros, adquiere un importe representacional objetivo (p. 78). Cuando reconocemos ciertas RICs deónticas, que forjamos a lo largo de la historia, usándolas para expulsar juicios, sacar sus consecuencias o diagnosticar incompatibilidades entre ellos, estamos representándonos las RICs objetivas e independientes que establecen qué es imposible y qué es necesario en el mundo

Esto no implica, por supuesto, que aquellas RICs que tomamos como reales, en el sentido de estándares para ajustar nuestros juicios, tengan que coincidir con las RICs objetivas que articulan los hechos. En una palabra: siempre podemos equivocarnos. La idea de que tanto el mundo como la mente son conceptuales no es una garantía de infalibilidad. Pero sí es una garantía semántica: como el mundo está organizado por RICs, es pensable, porque la estructura misma del pensamiento está también dada por RICs.

De este modo, aunque siempre puede fallar, el juego de construir “el mejor relato acerca de las apariencias” no deja de estar conectado semánticamente con el mundo. El mundo no nos puede dar las reglas que gobiernan ese juego: instituirlas, cuestionarlas y refinarlas es un trabajo que Brandom reserva para nosotros. Pero al menos sabemos que esas reglas representan, bien o mal, un mundo independiente.

Así, aunque Brandom elabore un concepto de realidad puramente epistemológico y, por ello, subjetivo, esto no implica ni la inexistencia de un mundo independiente ni la desconexión semántica de nuestras representaciones con él.

Conclusiones

En este trabajo hemos buscado mostrar tres movimientos argumentativos encadenados que Brandom lleva adelante para dar cuenta de la relación entre apariencias y realidad: conceptualizar esta relación como interna, como normativa y como histórica. De estos tres movimientos, el último, que es posibilitado por las rememoraciones, es el crucial, ya que permite dar sentido a los otros dos.

La relación apariencia/realidad es una relación entre representaciones (interna), en la cual unas hacen las veces de normas respecto a otros (normativa). Para entender esto, es necesario subrayar las dimensiones históricas de estas relaciones. La distinción apariencia/realidad funciona sólo al interior de una secuencia temporal tal como es compuesta por una rememoración. Esta relación se instancia, y se acumula, a lo largo de toda la cadena: BCD es, respecto a ABC, la realidad, y ABC es, respecto a BCD, una apariencia. CDE es, respecto a BCD y ABC, la realidad, y éstas dos constelaciones son, respecto a CDE, dos apariencias. Finalmente, cada eslabón es una apariencia respecto al último, DEF, que hace las veces de realidad ahora. (Y que, seguramente, devendrá otra apariencia más en el futuro.) De modo que lo que define que una constelación sea realidad o apariencia no es algo externo o intrínseco, sino el lugar que ocupa en la secuencia. De ahí que sólo se pueda dar cuenta de una idea normativa, pero interna, de autoridad, ubicándola en un proceso histórico.

Esta estrategia argumentativa, que diluye la dicotomía entre apariencias y realidad sin desdibujarla como distinción, está en el corazón de ST y funciona de modo similar para tratar otras oposiciones, como aquellas entre sentido y referencia o entre intenciones y acciones. Hemos querido sacarla a luz para contribuir a la recepción de una obra ardua y extensa, pero llena de argumentos novedosos, giros conceptuales y propuestas estimulantes, muchas de las cuales ni siquiera hemos podido mencionar aquí.

Bibliografía

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1Además de algunas reseñas, como las de Pinkard (2020) o deVries (2021), tenemos el puñado de contribuciones a un simposio aparecido en Philosophy and Phenomenological Research (Honneth 2021) y el volumen Reading Brandom: On A Spirit of Trust (Bouché 2020), editado por Gilles Bouché.

2Véase la sección 2.3.

3Hemos argumentado en Giromini 2014 que lo que Sellars (1963) llama el “Mito de lo Dado” consiste exactamente en abrazar esta segunda opción.

4Todas las traducciones aquí presentadas son mías.

5Véase la sección 2.6.

6En su larga elaboración del tema del reconocimiento recíproco (Brandom 2019, p. 313).

Recibido: 15 de Agosto de 2022; Aprobado: 03 de Marzo de 2023

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