SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.30 número60Salud digital: vital para mitigar el covid-19 en MéxicoArte público. Una política pública del Gobierno de Guadalajara, 2016-2018 índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

Links relacionados

  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO

Compartilhar


Perfiles latinoamericanos

versão impressa ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.30 no.60 México Jul./Dez. 2022  Epub 31-Maio-2024

https://doi.org/10.18504/pl3060-014-2022 

Ensayo

Movimientos estudiantiles en América Latina: bases para una aproximación sociohistórica

Student Movements in Latin America: bases for a sociohistorical approach

*Doctor en Integración de América Latina por la Universidade de São Paulo. Investigador del Departamento de Ciencias Históricas y Geográficas de la Universidad de Tarapacá y profesor asistente del Instituto de Estudios Avanzados en Educación (CIAE) de la Universidad de Chile (Chile) | andres.donoso@ie.uchile.cl


Resumen:

En este ensayo se exploran las condiciones que existen en América Latina para avanzar hacia una comprensión más profunda de un fenómeno social recurrente pero escasamente teorizado: los movimientos estudiantiles. En la primera sección se resalta la importancia que posee esta empresa. En la segunda se dimensiona el corpus de conocimiento disponible, tanto en América Latina como a nivel mundial, sobre los movimientos estudiantiles. En la tercera se realizan algunas precisiones conceptuales con miras a entender lo común a todos los movimientos sociales y lo particular de los movimientos estudiantiles. Y en la cuarta, para concluir, se proponen consideraciones teóricas y metodológicas que permitan incrementar el conocimiento sobre los movimientos estudiantiles en tanto fenómeno social.

Palabras clave: movimientos estudiantiles; movimientos sociales; teoría; América Latina; ensayo

Abstract:

This essay analyzes the conditions in Latin America to approach a deeper comprehension of a frequent social phenomenon that has not been evaluated enough from a theoretical perspective: student movements. In the first section, we highlight the importance of this enterprise. In the second one, we appreciate the corpus of knowledge available, in Latin America and also at a global level, over student movements. In the third one, we indicate some conceptual precisions with the objective to understand the shared elements among social movements and to identify particulars aspects of student movements. In the fourth one, to conclude, we propose some theoretical/methodological considerations to increase, effectively, our knowledge about student movements as a social phenomenon.

Keywords: student movements; social movements; theory; Latin America; essay

Introducción1

Los movimientos estudiantiles universitarios han sido recurrentes en América Latina. El primero de ellos, conocido más ampliamente como “Movimiento por la Reforma Universitaria”, ocurrió en Argentina en 1918. Desde entonces no ha pasado un año sin que un movimiento estudiantil haya irrumpido en algún país latinoamericano. De hecho, solo en la última década varias sociedades de la región, entre ellas la brasileña, la chilena, la colombiana y la mexicana, fueron sacudidas por grandes movimientos estudiantiles.

Pese a su recurrencia han sido escasos los esfuerzos teóricos y reflexivos que, tanto a nivel mundial como latinoamericano, se han propuesto abordarlos de manera sistemática. Altbach (1989), Altbach & Klemenčič (2014), Bidegain & Von Bülow (2020), Bringel (en Donoso Romo, 2020a), Cini et al. (2021), Disi Pavlic (2019) y Gill & De Fronzo (2009), especialistas con reconocida trayectoria en la materia, están entre quienes comparten este diagnóstico. En la práctica, esto significa que se conoce poco sobre cuándo, quiénes, cómo, para qué y, lo más importante, por qué aparecen los movimientos estudiantiles. Todas preguntas que, precisamente, dan sentido a la reflexión que se presenta en este ensayo.

¿Por qué es relevante avanzar hacia una comprensión más profunda de los movimientos estudiantiles? Dos razones lo justifican. La primera, porque se contribuye a neutralizar algunas interpretaciones -muchas de ellas ancladas en el sentido común- que entregan una visión sesgada sobre este tipo de fenómenos. La segunda, porque así se accede a un valioso reservorio de perspectivas críticas que analizan el devenir de la sociedad. Sobre ambas se agregan algunas palabras.

Primero, es importante aumentar el conocimiento sobre los movimientos estudiantiles porque así se construirá una percepción más ajustada sobre ellos y se despejarán varios malos entendidos. Por ejemplo, un malentendido usual entre quienes los abordan sin una adecuada ponderación de los aportes de la sociología se produce al confundir la visión que posee alguno de los actores involucrados en el movimiento -dirigentes, autoridades u otros- con el fenómeno en sí (Jelin, 2003; Pleyers, 2018). Otro malentendido, pero ahora usual entre quienes desconocen las contribuciones de la historiografía, es entenderlos o bien como manifestaciones excepcionales o bien como acontecimientos que se presentarían de la misma forma desde tiempos inmemoriales (Dill & Aminzade, 2007).

Segundo, es importante refinar la visión que se tiene sobre este tipo de fenómenos porque ello contribuirá a la confección de una cartografía con los principales conflictos sociales de tipo cultural que afectan a las sociedades contemporáneas. Esto porque se comprende que la juventud, por ser un momento de tránsito entre la adolescencia y la adultez, es un espacio apropiado para apreciar de manera más clara las debilidades, inconsistencias e injusticias sobre las cuales se construye la vida en sociedad (Melucci, 1999). Una condición presente transversalmente en toda la juventud, pero que se expresa aún más acentuadamente en quienes migran del campo a la ciudad, comparten regularmente con sus pares en contextos educacionales (Klemenčič, 2014) y/o estudian asuntos vinculados a las ciencias humanas o sociales (Touraine, 1971).

Aunque aumentar el conocimiento sobre los movimientos estudiantiles y la dimensión de crítica presente en ellos es el horizonte al cual quiere aportar este trabajo, su objetivo es bastante más acotado, a saber: apuntar elementos que resalten lo provechoso y viable que sería emprender una aproximación “sociohistórica” a los movimientos estudiantiles. Un acercamiento que pueda integrar los cuantiosos aportes que desde las humanidades y las ciencias sociales se han hecho a su comprensión, es decir, que ensanche la fecunda senda interdisciplinaria abierta por Braudel (2002) y que pueda, por lo mismo, dialogar con perspectivas hermanas como la “historia social” y la “sociología histórica”.

Para evitar cualquier tergiversación, antes de explorar las bases de esta perspectiva sociohistórica, se hará un breve alto para subrayar que, lejos de aquellas posiciones antiintelectuales que entienden que toda reflexión sistemática es una pérdida de tiempo porque la teoría ya existiría -y correspondería solo aplicarla-, o porque los desafíos que plantea la realidad serían tan urgentes que exigen una dedicación total e inmediata hacia lo concreto, aquí se postula que teorizar es imprescindible. Convicción que nace de la comprensión de que no se puede aspirar a abordar satisfactoriamente los grandes desafíos del presente sin antes pensar en cómo hacerlo, pues sin reflexión lo más probable es que se termine repitiendo lo que hasta ahora se realiza, es decir, que se corra el riesgo de seguir profundizando los problemas que se intenta conjurar.

Con todo, así como es importante ganar grados de abstracción en la comprensión sobre la realidad, también lo es subrayar que no se tiene “una” sola forma de lograrlo. Hay por lo menos dos grandes aproximaciones. Existe una gama de trabajos, de cariz deductivo, que se enfoca en analizar textos y autores que han estudiado un fenómeno, es decir, que se ocupa de lo que se ha dicho sobre la realidad (aquí se ubica la variante que se concentra en determinar la idoneidad o pertinencia que tendría cierta teoría o corriente de pensamiento para comprenderla). Y existe otra gama, de signo inductivo, que concentra su atención en el fenómeno mismo, en preguntarse por sus particularidades, por los patrones que podría seguir, y no tanto por lo que se ha dicho acerca de él.

No es que un abordaje sea mejor que otro, pues ambos obedecen a diferentes pretensiones o preguntas de investigación. Lo importante es advertir que aquí se utilizará un abordaje mixto, inductivo y deductivo a la vez, que pone a la comprensión de los movimientos estudiantiles como objetivo prioritario, pero que es consciente de que esto no se puede alcanzar sin un entramado teórico-conceptual que enmarque dicha búsqueda. Esto significa, por un lado, que conocer este aparato crítico no se erige como el fin último del empeño, sino más bien como un paso intermedio, como una herramienta que facilita la tarea de comprender lo más profundamente posible una arista desafiante de la realidad, en este caso los movimientos estudiantiles. Esto quiere decir, por otro lado, que aunque el foco se ponga en la realidad antes que en los trabajos que han perseguido comprenderla, ello no autoriza a desentenderse de esta última dimensión, al contrario, ella se debe conocer, entre otros motivos, para no correr el riesgo de querer inventar nuevamente la rueda.

Por esto es que a continuación se hará un breve balance sobre lo que hasta la fecha se conoce sobre los movimientos estudiantiles en América Latina, ejercicio que permitirá apreciar que, aunque efectivamente sea exiguo lo que a nivel teórico se ha avanzado, sí es plausible dar un paso hacia una comprensión más ajustada de ellos debido a la gran cantidad de estudios de caso existentes.

Teoría y movimientos estudiantiles en América Latina: estado del arte

Que no existan trabajos teóricos sobre los movimientos estudiantiles no significa, es importante subrayarlo, que no haya investigaciones sobre estos movimientos. La diferencia está lejos de ser semántica y refiere a que en América Latina, como en otras regiones del globo, hay una cantidad inconmensurable de estudios que los analizan. Sin embargo, y esto es lo relevante de advertir, en su inmensa mayoría han puesto su atención solo en uno u otro movimiento estudiantil. Los propósitos que orientan esta sección son, por tanto, dimensionar apropiadamente este diagnóstico para, en la sección siguiente, entender las razones que podrían estar detrás de esta particular configuración del campo.

Lo primero que sobresale al ponderar el corpus de conocimiento sobre los movimientos estudiantiles es que existe una gran cantidad de artículos y libros sobre la materia. Para refrendarlo basta con ingresar el término “movimiento estudiantil” al catálogo unificado de las bibliotecas de la Universidad Nacional Autónoma de México y constatar que aparecen más de mil quinientos trabajos alusivos. Lo segundo que resalta es que en su abrumadora mayoría se dedican al estudio de un caso en particular y, preferentemente, de los más espectaculares, dramáticos y disruptivos -como los ocurridos en Argentina en 1918, en Brasil, México y Uruguay en 1968 y, más recientemente, en Chile en 2011-. Una tendencia a la focalización que se repite, como advierten Modonesi & Iglesias (2016), en los estudios abocados a entender otros tipos de movimientos sociales en América Latina.

Por esto es que dentro del corpus de conocimiento sobre los movimientos estudiantiles en América Latina la mayoría de los trabajos, en la práctica incuantificables, se ha abocado a comprender a alguno de los grandes movimientos estudiantiles latinoamericanos. Trabajos donde ha primado aquello que los analistas Bringel & Domingues (2017), al realizar un recuento de los estudios que tratan sobre los movimientos sociales en América Latina, comprenden ajustadamente como “empirismo localizado”, es decir, como esa tendencia a entender a los movimientos estudiantiles como fenómenos eminentemente locales, parciales y acotados. Diagnóstico que está en línea, según informan Gill & DeFronzo (2009), con lo que ocurre a nivel mundial.

Que los estudios sobre movimientos estudiantiles se concentren en casos puntuales no implica, se insiste, que no existan obras dedicadas a lograr mayores grados de abstracción, pues no solo hay algunas, y desde estas se han realizado aportes sustantivos que a lo largo de estas páginas se sabrá ponderar. Entre tales obras se encuentran las de largo aliento, como Estudiantes y política en América Latina de Portantiero (1987) y Movimientos estudiantiles en América Latina de Marsiske (1989), las cuales analizan, cada una con un sello particular, los movimientos estudiantiles latinoamericanos de las primeras décadas del siglo XX. En este mismo corpus destacan trabajos más acotados, como los de Aranda Sánchez (2000), Bringel (2009) y Ordorika (2022), que clarifican las potencialidades de las teorías de los movimientos sociales para entender a los movimientos estudiantiles, e identifican diversos ciclos de protesta en los últimos cien años. En un plano global, en tanto, existen esfuerzos más abarcadores, como los de Touraine (1971) o Feuer (1971), que se concentran en los movimientos estudiantiles del tercer cuarto del siglo XX. Obras que conviven con abordajes más especializados como los de Altbatch o de Gill & DeFronzo ya referenciados.

Con todo, los trabajos que han abordado analíticamente a los movimientos estudiantiles han sido comparativamente escasos e iluminan solo áreas puntuales. Por esto es que se vuelve razonable explorar cómo dichos movimientos han sido vistos dentro de la teoría de los movimientos sociales. Esta labor es la que aquí se procede a realizar. Lo primero que sobresale al observar la presencia de los movimientos estudiantiles dentro de las teorías sobre los movimientos sociales, tanto globales como latinoamericanas, es que están notoriamente marginados o subrepresentados. Por ejemplo, al revisar los principales estudios dedicados a analizar teóricamente a los movimientos sociales, como los recientes de Jasper (2014) o Almeida (2019), se percibe que los movimientos estudiantiles no encuentran cabida. Página tras página estos textos desenvuelven sus diversas líneas de argumentación valiéndose de ejemplos sacados de movimientos obreros, campesinos, medioambientales, de género u otros, pero rara vez los toman de los movimientos estudiantiles. Esto lleva a pensar que la teoría de los movimientos sociales, la misma que se encontraría en un momento vibrante como advierte Almeida (2019), solo puede entregar pistas para la tarea de comprender las especificidades de los movimientos estudiantiles, nada más.

En América Latina este desencuentro entre teoría de los movimientos sociales y movimientos estudiantiles no solo se replica, se complejiza en la medida que una gran parte de quienes los estudian tienden a evaluar que habría una distancia enorme -en algunos casos insalvable- entre las teorías sociológicas actualmente hegemónicas y la realidad latinoamericana (Donoso Romo, 2020a; Bringel & Domingues, 2017; Davis, 1999; Modonesi & Iglesias, 2016). Una distancia que obedecería a la percepción de que dichas teorías se construyen sin tomar en consideración las especificidades de la realidad latinoamericana y las contribuciones de sus ciencias sociales. Al revisar los trabajos de una parte importante de los intelectuales que hoy están reflexionando sobre los movimientos sociales en América Latina, como Zibechi (2017), Svampa (2017) o Gutiérrez (2017), se hace patente su opción por desestimar los desarrollos teóricos pensados desde y para realidades ajenas a la región. De hecho, pareciera que en sus abordajes prevalecieran preguntas del tipo: ¿Qué de provechoso se podría obtener de aquellas propuestas, como la teoría de los nuevos movimientos sociales, que entienden que una característica fundamental de este tipo de fenómenos sería la ausencia de demandas materiales, si en la región este tipo de exigencias ha estado persistentemente presente? ¿Qué de útil se podría sacar de aquellas comprensiones, como la teoría de las contiendas políticas, que insisten en comprender que los regímenes democráticos serían más propicios para la proliferación de movimientos sociales, si en América Latina han sido innumerables los movimientos que se han levantado en medio de dictaduras?

Indudablemente, así como en el escenario sociológico actual la teoría de los nuevos movimientos sociales y la de las contiendas políticas no son las únicas vigentes, pues mucha fuerza tienen algunas perspectivas como, por ejemplo, la teoría de los movimientos por la justicia global o la teoría del altermundismo (Della Porta, 2015), tampoco es prudente reducir cualquiera de estas perspectivas a una sola de sus premisas. Solo se han recordado algunas de sus ideas-fuerza para enfatizar que, a partir de preguntas como las expuestas, una parte importante de la intelectualidad latinoamericana ha tomado distancia de este tipo de constructos para priorizar la comprensión de los fenómenos regionales a partir de tradiciones propias o latinoamericanas. ¿Cuáles tradiciones? Aquí se reseñan solo tres.

Una perspectiva que se encuentra actualmente en construcción, particularizada provisoriamente como “teoría de la autonomía” -con Raquel Gutiérrez, Maristella Svampa y Raúl Zibechi como algunos de sus principales exponentes-, entiende que los movimientos sociales que entran a escena en las últimas décadas del siglo XX, entre ellos los neozapatistas, son expresiones de resistencia al capitalismo neoliberal (Escobar, 2014). Antes, en la década de 1980, predominaba una perspectiva individualizada aquí como teoría de los nuevos movimientos sociales latinoamericanos, en la cual intelectuales como Fernando Calderón y Elizabeth Jelin reinterpretaban algunos aportes que hiciera Alain Touraine con el objetivo de entender las potencialidades que tenían las luchas urbanas para allanar el retorno a la democracia (Garretón, 2014; Rossi & Von Bülow, 2016; Wasserman, 2017). Y más atrás todavía, entre 1965 y 1975, mucha presencia tenía la teoría de la dependencia, donde cientistas sociales como Fernando Henrique Cardoso, Theotonio dos Santos y Enzo Faletto reflexionaban sobre el rol que le podría caber al movimiento popular -obrero y campesino- en la ruptura/revolución que podría acabar con el subdesarrollo (Svampa, 2017; Bringel & Domingues, 2014).

Retomando el hilo conductor del ensayo, más allá de la falta de diálogo entre la producción teórica mundial y la anclada en América Latina, lo relevante es constatar que ni una ni otra abordan cuidadosamente a los movimientos estudiantiles en tanto fenómeno social. Dicho de otra manera, tanto en las teorías pensadas para explicar los movimientos sociales del Atlántico Norte, como en las aproximaciones construidas para analizar a los movimientos latinoamericanos, se constata la tendencia a invisibilizar a los movimientos estudiantiles.

¿Por qué no ha fructificado una teoría de los movimientos estudiantiles?

¿Cómo entender esta suerte de olvido teórico que afecta a los movimientos estudiantiles? ¿Respondería acaso a las singularidades propias de este movimiento social? ¿Obedecería quizá a las peculiaridades que poseen las biografías de quienes lo estudian? Como todo movimiento social tiene sus particularidades, siendo ellas precisamente las fuentes a partir de las cuales se desprenden los desafíos que dinamizan las discusiones que llevan a mejorar su comprensión, se asume que no podrían ser las características intrínsecas de los movimientos estudiantiles las que explicarían su escasa teorización. La respuesta, aunque provisoria, debe explorarse más bien en los meandros de las biografías de quienes analizan este fenómeno social y, más particularmente, en los estrechos vínculos entre su historia personal, la educación/universidad en tanto institución social, y los movimientos estudiantiles. Esto último es lo que aquí se procede a realizar.

Una posible entrada para abordar esta subteorización de los movimientos estudiantiles se relaciona con comprender que las personas dedicadas a la investigación de los movimientos sociales tendrían cierta reticencia, tal vez no del todo consciente, a analizar los de cariz “educacional”. Esto debido, fundamentalmente, a la dificultad que conlleva escrutar a la educación en tanto matriz cultural donde se legitiman las estructuras sobre las cuales descansan las sociedades contemporáneas. En línea con reflexiones como las popularizadas por Illich (1971) en las décadas de 1960 y 1970, se comprende que en las sociedades contemporáneas la educación ostenta los ribetes sagrados que en las sociedades precedentes tenía el mundo eclesiástico. Cualidad que haría muy difícil, y muy arriesgado, analizarla y criticarla. Por ejemplo, pese a la contundente evidencia respecto a que en las sociedades actuales no existiría un sistema educacional, sino al menos dos, uno para los sectores dirigentes y otro para los demás sectores de la sociedad (Baudelot & Establet, 1997; Gentili, 2012; Sposito, 2010; Tedesco, 2012), solo muy excepcionalmente se profundiza en esta simultaneidad. Esto porque quien así lo hiciera cuestionaría su propia posición de privilegio, sobre todo porque lo más probable es que haya participado del sistema aludido y, lo más seguro, es que reciba su salario del mismo circuito educacional. Por lo tanto, estudiar concienzudamente a la educación, y por añadidura a los movimientos sociales que como los movimientos estudiantiles ponen a la educación en un lugar destacado, sería una empresa comparativamente menos atractiva porque fortalecería las interpretaciones que la comprenden como uno de los mecanismos donde se asienta la estructura de privilegios de la sociedad, la misma que le favorece, aunque solo sea en términos relativos, en tanto analista.

Siguiendo con esta exploración, la falta de profundidad teórica también puede explicarse porque quienes han persistido en cuestionar la dimensión cultural de la sociedad y quienes han analizado a los movimientos estudiantiles, se encontrarían tan insertos en el entramado educacional -por estudiar o por trabajar en una universidad- que los árboles, como coloquialmente se entiende, impedirían ver el bosque. Es decir, habría un vínculo tan estrecho entre movimiento estudiantil y especialista que, distanciarse del fenómeno para lograr entenderlo con mayor perspectiva, sería más difícil que cuando se estudian movimientos ajenos al analista. Y es que la autoevaluación, también para el mundo universitario, nunca ha sido un ejercicio fácil. En este mismo sentido se agrega que para para quienes participaron activamente en algún movimiento estudiantil, una asociación que en América Latina parece ser mucho más frecuente de lo que podría pensarse, abordarlo reposadamente y ganar grados de abstracción, sería aún más difícil.

Este doble punto ciego que afectaría a quienes se interesan por investigar los movimientos estudiantiles, primero por ser un fenómeno educativo propiamente tal y segundo por el probable lazo vivencial entre analista y movimiento, es el que probablemente incide en que teóricamente se conozca poco sobre un fenómeno que, como se advirtió, ha sido recurrente. Es debido a estas circunstancias, entonces, que sabemos mucho de lo que pasó en tal o cual movimiento estudiantil, es decir, de lo puntual o de lo observable, pero poco de los procesos en que ellos adquieren sentido, poco de las características que asumirían en tanto fenómeno social.

Movimiento estudiantil como movimiento cultural: aproximación sociohistórica

Delineadas las condicionantes a considerar para analizar en conjunto los movimientos estudiantiles, está dispuesto el escenario para trazar una definición operativa de movimiento social que permita, por un lado, avanzar en la comprensión de los movimientos estudiantiles como parte de los movimientos sociales y que permita, por otro, apreciar una de sus principales cualidades: ser un movimiento social de tipo cultural.

Pero antes que nada, una precisión. Aunque en el sentido común de la población, y en los medios de comunicación de masas -uno de los principales afluentes de ese mismo sentido común-, se tienda a homologar palabras como organización, protesta o movimiento social, en realidad no aluden a lo mismo (Jasper, 2014; Tilly & Wood, 2010). Mientras el concepto de movimiento social incluye las nociones de protesta y de organización, es decir, las organizaciones y las protestas son parte constitutiva de los movimientos sociales, esto no ocurre a la inversa, es decir, las organizaciones y las protestas pueden operan sin vincularse a un movimiento social. Al plantear nuevamente esta idea, pero ahora en un tono afirmativo, se comprende que movimiento social sería ese conjunto de protestas, más o menos articuladas, más o menos simultáneas, promovidas por diversas organizaciones (Rucht, 2017).

Debe considerarse, además, que así como las protestas -o acciones colectivas que persiguen exteriorizar el descontento de una parte de la población ante una situación percibida como injusta- son tan antiguas como la misma vida en sociedad, los movimientos sociales, en cambio, son un fenómeno moderno o contemporáneo (Rutch, 2017). Esto quiere decir que es solo en la configuración actual de la sociedad que se verifican los movimientos sociales. Para reforzar esta idea se sostiene que siempre han existido organizaciones y protestas, pero es solo en nuestras sociedades que las protestas pueden ser mantenidas en el tiempo gracias, entre otros factores, al trabajo de las organizaciones que las promueven.

¿Cómo entender esta asociación entre movimiento social y contemporaneidad? ¿Qué características distinguirían a las sociedades actuales? ¿Cuándo sería posible fijar el comienzo de la sociedad tal como hoy la conocemos? Estas preguntas, por su tenor y trascendencia, han atravesado distintas tradiciones teóricas y disciplinarias y, debido a esa vastedad, aquí no se aspira a responderlas. Lo que sí se realizará, con un fin pragmático, será bosquejar algunos elementos que, desde la perspectiva sociohistórica que se suscribe, permitan proseguir con el examen de los movimientos sociales en general, y de los movimientos estudiantiles en particular.

Entre quienes entienden que sociedad contemporánea y movimiento social es un binomio indisociable se identifican, a grandes rasgos, dos grandes perspectivas. Están quienes piensan, como Wallerstein (1990), que la sociedad actual emerge hace poco más de cinco siglos como resultado de los inicios de la primera mundialización del capitalismo. Y están quienes comprenden, como Tilly & Wood (2009), Calhoun (2012) y Tarrow (1997), que en las sociedades del Atlántico Norte la contemporaneidad se vislumbra recién a fines del siglo XVIII con la conformación de los Estados nacionales. Comprensión que, para el caso de las sociedades latinoamericanas, es homologada por Davis (1999) para finales del siglo XIX.

Es en esta última perspectiva que se inscribe este trabajo, lo que significa que se asume que es a fines del siglo XVIII que la sociedad actual comienza a emerger entre las colectividades del Atlántico Norte, lo cual ocurre a fines del siglo XIX para América Latina. Sin embargo, la clave explicativa no reside en la irrupción de los Estados nacionales. Ahí empiezan a surgir, se interpreta, debido a que es entonces que comienzan a confluir tres macroprocesos que marcarían un antes y un después para el conjunto de la población: los inicios de la industrialización -monetización, tecnificación y mecanización- de la economía, de la urbanización de los modos de asentamiento y de la secularización de la vida cultural (Donoso Romo, 2020a; Donoso Romo, 2021). Se comprende, por tanto, que Estado nación y movimiento social estarían efectivamente ligados, que no hay movimiento social antes del Estado nación, pero se entiende que dicho vínculo no sería unívoco o causal, sino más bien producto de que ambos responderían a las dinámicas derivadas del desarrollo de dichos tres macroprocesos. Esto quiere decir que solo cuando estos tres macroprocesos confluyen es que se puede constatar la presencia de movimientos sociales.

Este posicionamiento deja entender que mientras en las sociedades precedentes las protestas eran, por lo general, restringidas, aisladas y/o dirigidas contra la persona o institución a la que se achacaba la injusticia que se buscaba contener y reparar (Alonso, 2009; Tarrow, 1997), ahora, en las sociedades actuales, los movimientos sociales se expresan como un enjambre de protestas que opera simultáneamente en diversos espacios públicos, en las “arenas” como enseña Jasper (2014), con miras a involucrar al conjunto de la sociedad en la resolución de un agravio. Lo que quiere decir que tanto los problemas, como sus vías de solución, han cambiado junto a las transformaciones que ha experimentado la sociedad. Así, mientras antes se tenían problemas y antagonistas localizados, ahora ambos están cada vez más desterritorializados.

Profundizando en esta línea de interpretación, hay un amplio consenso en identificar que la principal razón que mueve a los manifestantes a participar de un movimiento social es la cólera, la rabia y la indignación. Esto es, que cuando hay una decisión, acción o política que genera rechazo generalizado debido a lo inesperada, extemporánea o intolerable que resulta para una parte de la población, las personas que así lo sienten y entienden terminan incorporándose a las protestas (Alonso, 2013; Gunder Frank & Fuentes, 1990; Fuentes & Gunder Frank, 1989; Jasper, 2014). Es necesario precisar, junto con Melucci (1999), que esta incomodidad colectiva no responde solo a un sentimiento de despojo o injusticia, pues muchas veces exterioriza otras formas de comprender la realidad que entran en conflicto con las concepciones oficiales o hegemónicas. Y es precisamente por esta colisión de visiones o intereses que los sectores dominantes tenderían a ignorar a los movimientos sociales por el mayor tiempo posible y, cuando ello deja de ser viable debido a la magnitud o visibilidad que alcanzan las movilizaciones, pasarían a denostarlos, cooptarlos o reprimirlos.

Otra precisión necesaria de considerar es la naturaleza dinámica, diversa y, por momentos, contradictoria, de todo movimiento social, también de los movimientos estudiantiles. ¿Qué se busca transmitir con esto? Básicamente subrayar que los movimientos sociales no son ni homogéneos ni estáticos (Calderón, 2017). Como bien ilustra Alonso (2013, 2014), los movimientos sociales serían una orquesta antes que un coro, una polifonía que responde, precisamente, a la gran cantidad de personas y grupos que se pliegan a las movilizaciones.

Este diversidad intrínseca de los movimientos sociales es tan característica que inclusive se sobrepone a los mecanismos homogeneizadores que despliegan las organizaciones, y su dirigencia, para generar una plataforma simbólica compartida por manifestantes y simpatizantes que les permita comprender la profundidad de los agravios sufridos, identificar a quienes sostienen posiciones antagónicas y proyectar las protestas emprendidas -plataformas conocidas como marcos o frames en la literatura especializada- (McAdam et al., 2008; Tarrow, 1997). Diversidad que se impone, entre otras razones, porque estos marcos también son dinámicos y están afectos a una permanente disputa entre los diferentes grupos u organizaciones que participan de la movilización (Almeida, 2019; Alonso, 2009).

Cabe reparar en que si bien todos los abordajes teóricos que se han preguntado por la naturaleza de los movimientos sociales han identificado al conflicto como una de sus características constituyentes, todos han diferido en las maneras de entender sus orígenes y, consecuentemente, en las medidas a seguir para, según sea el caso, contenerlo o fomentarlo. Grosso modo, mientras en las perspectivas funcionalistas -incluida la teoría de la contienda política-, el conflicto social expresaría problemas o desajustes producidos por el mal funcionamiento de uno o varios componentes del organismo social, visión que conlleva asociada la comprensión de que para solucionarlo se requeriría enmendar los componentes defectuosos; en las perspectivas materialistas -incluida la teoría de los nuevos movimientos sociales-, el conflicto social sería consecuencia de los desencuentros entre clases sociales producto del ordenamiento económico capitalista, y su resolución tendría que ver con acentuar la polarización social hasta precipitar el remplazo de este ordenamiento (Bauer et al., 2009; Millán, 2009).

Entre ambas perspectivas, la funcionalista y la materialista, se abre un amplio abanico de variantes que periódicamente se reconfiguran a fin de intentar comprender las razones de fondo que producirían los conflictos sociales. Aquí no se persigue ni listar dichas perspectivas ni criticarlas, pues la complejidad de la empresa podría acabar desviando la atención del objetivo que sí se persigue: exponer lo fructífero que puede llegar a ser efectuar una aproximación sociohistórica a los movimientos estudiantiles.2 Sí interesa destacar, en cambio, que para esa intelectualidad que se interesa en estos asuntos el conflicto, o sería expresión de un desajuste entre una parte con el todo, o sería evidencia de un desencuentro entre diferentes partes del todo.

No obstante, así como esta serie de precisiones se ajustan, cual más, cual menos, a todo movimiento social, hay una condición de los movimientos estudiantiles que le es propia: ser el movimiento social de tipo cultural por excelencia. Entendiendo por cultura, como lo hace una parte importante de la antropología contemporánea, como ese conjunto de ideas, comprensiones, creencias y supuestos compartidos por los miembros de una colectividad (Geertz, 2010). Esto quiere decir que se concibe al movimiento estudiantil como el movimiento social que ha puesto a lo cultural -en este caso a la educación en tanto es uno de los principales mecanismos de producción/reproducción del universo simbólico de la sociedad- en el centro de los encuadres -diagnósticos y propuestas- que les permiten abordar los problemas sociales denunciados.

A diferencia del movimiento obrero, que tiende a ubicar en el corazón de su agenda a las contradicciones económico-laborales, y del feminista, que hace lo propio con las contradicciones de lo social-ciudadano, el movimiento estudiantil lleva la atención a las problemáticas emplazadas en el plano cultural-educacional. Esto no significa que en los otros movimientos no se reflexione o confíe en la cultura y la educación como mecanismos para contribuir a la resolución de los problemas, conflictos o contradicciones, ni que en el estudiantil no tengan cabida visiones de tipo ciudadanas, laborales u otras; después de todo, como se advirtió, una característica de todo movimiento social es su diversidad (Álvarez et al., 1998). Significa, más bien, que para enfrentar los conflictos sociales que están en el origen de las protestas, los movimientos estudiantiles confían preferentemente en la vía cultural/educacional, he ahí la clave.

Más de alguien podría preguntarse, ¿no es la religiosidad popular, o quizás el folclor, el movimiento social de tipo cultural por antonomasia? Escuetamente hay que señalar que estos últimos son fenómenos de naturaleza distinta, pues aunque tengan a la cultura en el centro de su quehacer y transmitan, a veces, miradas críticas sobre los ordenamientos vigentes, ellos no pueden comprenderse como movimientos sociales -de la manera como aquí se los está entendiendo- porque ni el descontento es su motor principal, ni despliegan enjambres de protestas para hacerlo patente.

Que el rasgo distintivo de los movimientos estudiantiles sea poner a la cultura y a la educación en el centro de sus comprensiones no impide que se reconozcan otros aspectos que les son propios, por ejemplo, el que sean liderados por estudiantes o el que posean un repertorio de protestas específico (Donoso Romo, 2020b). Sin embargo, lo trascedente, aquello que los singulariza, es que junto con problematizar a la educación en general y a la universidad en particular, confían en la educación como estrategia para resolver los conflictos que tienen su raíz más allá de las fronteras universitarias. A fin de cuentas, todos los movimientos sociales poseen tipos relativamente definidos de liderazgo o formas más o menos estandarizadas de protestar, pero son solo los estudiantiles los que se levantan para problematizar el plano cultural, educacional o universitario de la sociedad, y son solo ellos los que ponen a la dimensión cultural en el corazón de sus diagnósticos y de sus propuestas.

Recapitulando, en la perspectiva sociohistórica defendida los movimientos sociales en general, y los estudiantiles por añadidura, se comprenden como algo propio de las sociedades contemporáneas. Lo cual significa que, pese a que las protestas estudiantiles son tan antiguas como las mismas universidades, los movimientos estudiantiles solo aparecen con el advenimiento de la contemporaneidad. Por comprenderse que en América Latina la sociedad contemporánea empieza a verificarse desde fines del siglo XIX, momento en que comienzan a desplegarse los tres fenómenos que dan su sello a nuestros días -industrialización, urbanización y secularización-, sería solo a partir de entonces que es posible apreciar movimientos estudiantiles. Se comprende, asimismo, que en la base de todos los movimientos sociales, y en la de los estudiantiles, se ubican “disgustos intolerables” que pueden ir modificándose con las confrontaciones internas -entre los diversos sectores o grupos afines a la movilización- y externas -con sus antagonistas-. Y se aprecia que lo que diferencia a los movimientos estudiantiles es que sus manifestantes tienden a poner lo cultural/educacional en un lugar protagónico de sus preocupaciones y propuestas.

Conclusiones

El camino argumental seguido ha permitido asentar las bases para avanzar un paso hacia la comprensión más integral de un fenómeno que, pese a estar obstinadamente presente en la historia contemporánea de América Latina, ha sido escasamente teorizado: los movimientos estudiantiles. Lo primero que se hizo fue comprobar su manifestación reiterada desde hace al menos cien años y defender la importancia de mejorar las herramientas teóricas para comprenderlo. Luego se constató el estado del arte de la literatura especializada tanto a nivel global como latinoamericano para destacar que existe una amplia base de estudios de caso sobre diversos movimientos estudiantiles y una notoria subteorización de este tipo de movimientos. Una situación que obedecería a las dificultades que supone ahondar en asuntos, como la educación o los movimientos estudiantiles, con los cuales los y las especialistas están estrechamente ligados. Y se identificó, finalmente, un conjunto de características que poseen tanto los movimientos sociales en general, como los estudiantiles en particular. Ejercicio que permitió subrayar una cualidad distintiva de estos últimos: ser el movimiento social de tipo cultural por excelencia, es decir, aquel donde las estrategias culturales y/o educacionales tienen un espacio relevante al momento de resolver los conflictos que están en los orígenes de las protestas.

Establecida la importancia, el estado de las discusiones actuales y los pilares conceptuales que se asumen como idóneos para orientar a toda persona que desee profundizar en el conocimiento de los movimientos estudiantiles desde una perspectiva sociohistórica, se procede a bosquejar una serie de supuestos teóricos y metodológicos claves para llevar a buen puerto esta empresa. En un plano epistemológico, la línea de interpretación expuesta permite concluir que, para dar un paso hacia la comprensión teórica de este fenómeno social, una de las alternativas más promisorias es apoyarse en los abundantes estudios de caso que existen sobre los movimientos estudiantiles. Es estudiando este material preferentemente descriptivo, e incorporando las herramientas teóricas disponibles sobre los movimientos sociales en general, que es posible avanzar hacia un modelo de interpretación que ayude a comprenderlos integralmente.

No se sugiere describir exhaustivamente a todos los movimientos estudiantiles que han irrumpido en América Latina, ni siquiera a la mayor parte. Tampoco se propone analizar exhaustivamente todas las reflexiones teóricas que se han elaborado para comprender a los movimientos sociales en general, o a los estudiantiles en particular. Dos tareas sustantivas desde todo punto de vista, pero que, por su envergadura, podrían desalentar antes que fomentar las iniciativas que persigan aportar en este plano. Lo que se postula, más bien, es avanzar hacia la conformación de uno o más modelos de interpretación que, a partir del conocimiento acumulado sobre algunos de los movimientos estudiantiles más grandes y mejor conocidos de América Latina, pueda ir extendiendo paulatinamente su validez, de manera deductiva, hacia otros movimientos pasados, presentes y futuros (Bringel & Domingues, 2017; Jasper, 2012). Un acercamiento que no solo promete ser provechoso en la tarea de pensar a los movimientos estudiantiles en tanto fenómeno social, también se asume como fecundo para repensar -con nuevas herramientas, ideas y perspectivas- aquellos movimientos que hasta la fecha han tendido a analizarse bajo encuadres comprensivos eminentemente disciplinarios o nacionales (Altbach, 1989; Bidegain & Von Bülow, 2020).

En la práctica, este abordaje sociohistórico promueve la sociologización del trabajo historiográfico, el intentar que los aportes de la historiografía no solo se legitimen en la densa trama de detalles con que reconstruyen los acontecimientos históricos (Dill & Aminzade, 2007), sino también por los análisis con crecientes grados de abstracción que identifiquen la recurrencia de rasgos, acciones o banderas entre diversos movimientos. Este abordaje sociohistórico alienta, asimismo, la historización del trabajo de las ciencias sociales (Calhoun, 2012; Markoff, 2015), el procurar que sus propuestas dejen de asentar su validez solo en lo teórico o procedimental para incluir en sus análisis la complejidad que supone contemplar diferentes casos históricamente situados. Un acercamiento entre humanidades y ciencias sociales, entre historia y sociología, muchas veces defendido pero pocas veces practicado (Berger & Nehering, 2017; Bringel & Domingues, 2014; Rucht, 2017).

Esta manera de encarar la reflexión en torno a los movimientos sociales, se debe enfatizar, no desdeña las perspectivas teóricas vigentes, sean clásicas o emergentes. De hecho, con todas ellas se comparte la comprensión de que por detrás de los movimientos sociales hay problemas o conflictos que, para una parte de la población, se han vuelto intolerables. No obstante, así como se comparte este supuesto se diverge, entre otros puntos, en los juicios de valor que les impregnan. Sí, porque mientras algunas perspectivas vehiculan apreciaciones negativas sobre quienes se manifiestan, entendiéndoles como personas enfermas, desadaptadas o amenazantes, otras transmiten nociones positivas de ellas, como que serían valientes, abnegadas o imprescindibles. Aquí, a diferencia de ambas, aunque se valora la determinación de quienes participan de un movimiento social -porque un movimiento siempre es disruptivo, siempre interrumpe las actividades de diferentes parcelas de la población, lo cual hace que sean afectos a algún grado de riesgo o inseguridad-, no se hace una apología de los movimientos sociales, ni se espera que crezcan o se multipliquen hasta que toda la sociedad esté movilizada o revolucionada.

Los movimientos sociales, metafóricamente hablando, se entienden como una persona que en medio del mar grita y se agita al percibir que está a punto de ahogarse. Y eso no es algo de lo que debamos enorgullecernos como sociedad, no se aspira a que más y más sectores de la población lleguen a situaciones angustiantes que los obliguen a levantar las manos y a gritar. No obstante, estas situaciones límite existen y por eso debemos tratar de entender los retos o desafíos que comunican. Por ello es que los movimientos sociales se comprenden como fenómenos que denotan conflictos que se deben evitar o, si se quiere, problemas que se debe corregir. Dos maneras de entender un mismo asunto que nada tienen que ver con la expresión de juicios negativos o positivos sobre sus manifestantes.

A contramano de la tendencia a la hiperespecialización del conocimiento (Bringel & Falero, 2016), la misma que tiende a que este se encasille en lo puntual, lo disciplinario y lo nacional, la propuesta contenida en este ensayo es apostar por una mirada integral, transdisciplinaria y omnicomprensiva que, enraizada en la historia latinoamericana, pueda ir encontrando constantes que permitan, con la ayuda de las ciencias sociales, generar un modelo que auxilie en la tarea de comprender el cómo de los movimientos estudiantiles pero, sobre todo, su porqué. Una perspectiva sociohistórica que cuenta con obras relevantes en el plano de los movimientos sociales, entre ellas las de Craigh Calhoun, Diane Davis, Sidney Tarrow y Charles Tilly ya reseñadas, y con obras señeras en el estudio de los movimientos estudiantiles, sobre todo las de Marsiske (1989), pero que hoy está lejos de ser hegemónica en el pensamiento social.

Aunque este trabajo ha conseguido relevar lo común en los movimientos sociales junto a lo particular de los movimientos estudiantiles, el fenómeno social no se agota en estas disquisiciones. La infinidad de estudios de casos hace que sea necesario ponderar permanentemente esta diversidad para expandir los cimientos teóricos aquí propuestos. No es lo mismo un movimiento estudiantil que tiene su base de sustentación en las instituciones públicas, que otro que incorpora a los establecimientos privados. Tampoco es lo mismo un movimiento de principios del siglo XX, cuando recién empezaba a hacerse presente este tipo de movilizaciones en las sociedades latinoamericanas, que uno que irrumpió en el tercer cuarto del siglo XX, en los tiempos de la Guerra Fría, u otro que se escenificó en los albores del siglo XXI, los años del predominio neoliberal. Pese a que en la actualidad comienzan a emerger valiosos aportes para dilucidar estos puntos, como la periodificación sobre los movimientos estudiantiles latinoamericanos propuesta por Ordorika (2022), o la mirada global sobre las movilizaciones de las últimas décadas presente en Della Porta et al. (2020), determinar sus matices todavía es materia pendiente, más aún si se considera que en los últimos lustros profundas transformaciones afectan tanto al estudiantado como a la universidad. Ampliar las bases sociohistóricas para aproximarse al fenómeno supone avanzar en estos desafíos.

América Latina, como toda región del globo, posee sus particularidades y potencialidades. Entre estas últimas se destaca el que cuenta con todas las condiciones para comenzar a reflexionar más sistemáticamente sobre un hecho social que, todo así lo indica, seguirá presente en la región (y en el mundo) mientras continúen vigentes los procesos que dan su sello a la época contemporánea. Por esto, la opción que significa emprender su análisis sociológico con fuertes bases en la historia no solamente se concibe como una posibilidad cierta, también se visualiza como un aporte que, desde América Latina, se puede hacer a la comprensión de un fenómeno global que cada vez que irrumpe pareciera que termina sorprendiéndonos: los movimientos estudiantiles.

Referencias

Almeida, P. (2019). Social movements. Oakland: University of California Press. https://doi.org/10.1525/9780520964846-008 [ Links ]

Alonso, A. (2014). O abolicionismo como movimento social. Novos Estudos, (100), 115-137. https://doi.org/10.1590/S0101-33002014000300007 [ Links ]

Alonso, A. (2009). As teorias dos movimentos sociais. Lua Nova, (76), 46-89. https://doi.org/10.1590/S0102-64452009000100003 [ Links ]

Alonso, J. (2013). Repensar los movimientos sociales. México: CIESAS. [ Links ]

Altbach, P. (1989). Perspectives on student political activism. Comparative Education, 25(1), 97-110. https://doi.org/10.1080/0305006890250110 [ Links ]

Altbach, P. G., & Klemenčič, M. (2014). Student Activism remains a potent force worldwide. International Higher Education, (76), 2-3. https://doi.org/10.6017/ihe.2014.76.5518 [ Links ]

Álvarez, S., Dagnino, E., & Escobar, A. (1998). Introduction: The cultural and the political in Latin American social movements. En S. Álvarez, E. Dagnino, & A. Escobar (Eds.), Cultures of politics/politics of culture: Re-visioning Latin American movements (pp. 1-32). Boulder: Westview Press. [ Links ]

Aranda Sánchez, J. M. (2000). El movimiento estudiantil y la teoría de los movimientos sociales. Convergencia, 21(1), 225-250. [ Links ]

Baudelot, C., & Establet, R. (1997). La escuela capitalista. México: Siglo XXI. [ Links ]

Bauer, C., Fernandes, M., & Jardilino J. (2009). Da educação e dos movimentos sociais. ECCOS, 11(2), 311-331. https://doi.org/10.5585/eccos.v11i1.1689 [ Links ]

Berger, S., & Nehring, H. (2017). Introduction. Towards a global history of social movements. En S. Berger & H. Nehring (Eds.), The history of social movements in global perspective (pp. 1-35). Londres: Palgrave Mcmillan. https://doi.org/10.1057/978-1-137-30427-8_1 [ Links ]

Bidegain, G., & Von Bülow, M. (2020). Student Movements in Latin America. En X. Bada & L. Rivera-Sánchez (Eds.), The Oxford handbook of the sociology of Latin America (pp. 1-18). Oxford: Oxford University Press. https://doi.org/10.1093/oxfordhb/9780190926557.013.23 [ Links ]

Bolos, S. (1999). La constitución de actores sociales. México: Plaza y Valdés. [ Links ]

Braudel, F. (2002). Las ambiciones de la historia. Barcelona: Crítica. [ Links ]

Bringel, B. (2009). O futuro anterior: continuidades e rupturas nos movimentos estudantis do Brasil. ECCOS, 11(1), 97-121. https://doi.org/10.5585/eccos.v11i1.1529 [ Links ]

Bringel, B., & Domingues, J. M. (2017). Teoría social, extroversión y autonomía. Prácticas de Oficio, 19(1), 23-36. [ Links ]

Bringel, B., & Domingues, J. M. (2014). Teoria crítica e movimentos sociais. En M. G. Gohn & B. Bringel (Eds.), Movimentos sociais na era global (pp. 57-75). Petrópolis: Vozes. [ Links ]

Bringel, B., & Falero, A. (2016). Movimientos sociales, gobiernos progresistas y Estado en América Latina. Caderno CRH, 29(3), 27-45. https://doi.org/10.1590/S0103-49792016000400003 [ Links ]

Calderón, F. (2017). La construcción social de los derechos y la cuestión del desarrollo. Antología esencial. Buenos Aires: CLACSO. https://doi.org/10.2307/j.ctv253f4hk.7 [ Links ]

Calhoun, C. (2012). The roots of radicalism. Tradition, the public sphere, and early nineteenth-century social movements. Chicago: University of Chicago Press. https://doi.org/10.7208/chicago/9780226090870.001.0001 [ Links ]

Cini, L., Della Porta, D., & Guzmán-Concha, C. (2021). Student Movements in Late Neoliberalism. Forms of Organization, Alliances, and Outcomes. En L. Cini D. della Porta, & C. Guzmán-Concha (Eds.), Student movements in late neoliberalism (pp. 1-25). Cham: Springer. https://doi.org/10.1007/978-3-030-75754-0 [ Links ]

Davis, D. (1999). The power of distance: Re-theorizing social movements in Latin America. Theory and Society, (28), 585-638. https://doi.org/10.1023/A:1007026620394 [ Links ]

Della Porta, D. (2015). Social movements in times of austerity. Polity Press: Cambridge. https://bit.ly/3yafYyQLinks ]

Della Porta, D., Cini, L., & Guzmán-Concha, C. (2020). Contesting higher education: Student movements against neoliberal universities. Bristol: Bristol University Press. https://doi.org/10.46692/9781529208634.003 [ Links ]

Dill, B., & Aminzade, R. (2007). Historian and the study of protest. En B. Klandermans & C. Roggeband (Eds.), Handbook of social movements across disciplines (pp. 267-311). Nueva York: Springer. [ Links ]

Disi Pavlic, R. (2019). Policies, parties, and protest: Explaining student protest events in Latin America. Social Movement Studies, 19(2), 183-200. https://doi.org/10.1080/14742837.2019.1629281 [ Links ]

Donoso Romo, A. (2021) Education in revolutionary struggles. Iván Illich, Paulo Freire, Ernesto Guevara and Latin American thought. Routledge: Nueva York. https://doi.org/10.4324/9781003030980 [ Links ]

Donoso Romo, A. (2020a). Movimientos sociales y teoría sociológica en América Latina: conversación con Breno Bringel. Cuadernos Americanos, 171(1), 109-126. [ Links ]

Donoso Romo, A. (2020b). Movimientos estudiantiles en América Latina (1918-2011): aproximación historiográfica a sus rasgos compartidos. Revista Brasileira de História, 40(83), 235-258. https://doi.org/10.1590/1806-93472020v40n83-11 [ Links ]

Escobar, A. (2014). Sentipensar con la tierra. Medellín: UNAULA. [ Links ]

Feuer, L. (1971). Los movimientos estudiantiles. Buenos Aires: Paidós. [ Links ]

Fuentes, M., & Gunder Frank, A. (1989). Ten theses on social movements. World Development, 17(2), 179-191. https://doi.org/10.1016/0305-750X(89)90243-X [ Links ]

Garretón, M. A. (2014). Las ciencias sociales en la trama de Chile y América Latina. Santiago: LOM. [ Links ]

Geertz, C. (2010). La interpretación de las culturas. Barcelona: Gedisa. [ Links ]

Gentili, P. (2012). Pedagogía de la igualdad. Buenos Aires: Siglo XXI. [ Links ]

Gill, J., & DeFronzo, J. (2009). A comparative framework for the analysis of international student movements. Social Movement Studies, 8(3), 203-224. https://doi.org/10.1080/14742830903024309 [ Links ]

Gohn, M. G. (2010). Teorias dos movimentos sociais. São Paulo: Loyola. [ Links ]

Gunder Frank, A., & Fuentes, M. (1990). Civil Democracy: Social Movements in Recent World History. En S. Amin, I. M. Wallerstein, A. Gunder Frank, & G. Arrighi (Eds.), Transforming the revolution (pp. 139-180). Nueva York: Monthly Review Press. [ Links ]

Gutiérrez, R. (2017). Horizontes comunitario-populares: producción de lo común más allá de las políticas estado-céntricas. Madrid: Traficantes de Sueños. [ Links ]

Illich, I. (1971). Hacia el fin de la era escolar. Cuernavaca: CIDOC. [ Links ]

Jasper, J. (2014). Protest. Cambridge: Polity Press. [ Links ]

Jasper, J. (2012). ¿De la estructura a la acción? La teoría de los movimientos sociales después de los grandes paradigmas, Sociológica, (75), 7-48. [ Links ]

Jelin, E. (2003). Introducción. En E. Jelin (Ed.), Más allá de la nación: las escalas múltiples de los movimientos sociales. Buenos Aires: Libros del Zorzal. [ Links ]

Klemenčič, M. (2014). Student Power in a global perspective and contemporary trends in student organising. Studies in Higher Education, 39(3), 396-411. https://doi.org/10.1080/03075079.2014.896177 [ Links ]

Markoff, J. (2015). Historical analysis and social movements research. En D. Della Porta & M. Diani (Eds.), The Oxford handbook of social movements (pp. 68-85). Oxford: Oxford University Press. [ Links ]

Marsiske, R. (1989). Movimientos estudiantiles en América Latina: Argentina, Perú, Cuba y México, 1918-1929. México: CESU-UNAM. [ Links ]

McAdam, D., McCarthy, J., & Zald, M. (2008). Introduction. En D. McAdam, J. McCarthy, & M. Zald (Eds.). Comparative perspectives on social movements (pp. 1-20). Cambridge: Cambridge University Press. [ Links ]

Melucci, A. (1999). Acción colectiva, vida cotidiana y democracia. México: El Colegio de México. [ Links ]

Millán, M. (2009). Los análisis contemporáneos sobre movimientos sociales y la teoría de la lucha de clases. Conflicto Social, 2(1), 56-85. [ Links ]

Modonesi, M., & Iglesias, M. (2016). Perspectivas teóricas para el estudio de los movimientos sociopolíticos en América Latina. De Raíz Diversa, 3(5), 95-124. https://doi.org/10.22201/ppela.24487988e.2016.5.58502 [ Links ]

Ordorika, I. (2022). Student movements and politics in Latin America. Higher Education, (83), 297-315. https://doi.org/10.1007/s10734-020-00656-6 [ Links ]

Pleyers, G. (2018). Movimientos sociales en el siglo XXI: perspectivas y herramientas analíticas. Buenos Aires: CLACSO. https://doi.org/10.2307/j.ctvnp0kds [ Links ]

Portantiero, J. C. (1987). Estudiantes y política en América Latina. México: Siglo XXI. [ Links ]

Rossi, F., & Von Bülow, M. (2016). Introducción. En F. Rossi & M. Von Bülow (Eds.), Social movement dynamics. New perspectives on theory and research from Latin America. Nueva York: Routledge. https://doi.org/10.4324/9781315609546 [ Links ]

Rucht, D. (2017). Studying Social Movements. En S. Berger & H. Nehring (Eds.), The history of social movements in global perspective (pp. 39-62). Londres: Palgrave. [ Links ]

Sposito, M. P. (2010). A ilusão fecunda. São Paulo: Hucitec. [ Links ]

Svampa, M. (2017). Del cambio de época al fin de ciclo. Buenos Aires: Edhasa. [ Links ]

Tarrow, S. (1997). El poder en movimiento. Madrid: Alianza. [ Links ]

Tedesco, J. C. (2012). Educación y justicia social en América Latina. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. [ Links ]

Tilly, C., & Wood, L. (2010). Los movimientos sociales. Barcelona: Crítica. [ Links ]

Touraine, A. (1971). The post-industrial society. Nueva York: Random House. [ Links ]

Wallerstein, I. (1990). Antisystemic Movements: History and Dilemmas. En S. Amin, I. M. Wallerstein, A. Gunder Frank, & G. Arrighi (Eds.), Transforming the revolution: social movements and the world-system (pp. 13-53). Nueva York: Monthly Review Press. [ Links ]

Wasserman, C. (2017). Social movements in Latin America: From the nineteenth to the twenty-first century. En B. Stefan & H. Nehring (Eds.), The history of social movements in global perspective (pp. 115-143). Londres: Palgrave McMillan. https://doi.org/10.1057/978-1-137-30427-8_5 [ Links ]

Zibechi, R. (2017). Movimientos sociales en América Latina. México: Bajo Tierra. [ Links ]

1Se agradece el financiamiento del Proyecto ANID/FONDECYT, Concurso Regular, N° 1180506 y del Proyecto Basal FB0003 del Programa de Investigación Asociativa de ANID.

2Para una panorámica general sobre el abanico de teorías sobre los movimientos sociales, véanse Gohn (2010) y Bolos (1999).

Recibido: 25 de Septiembre de 2020; Aprobado: 01 de Diciembre de 2021

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons