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Perfiles latinoamericanos

versão impressa ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.31 no.61 México Jan./Jun. 2023  Epub 10-Jun-2024

https://doi.org/10.18504/pl3161-003-2023 

Artículos

“El viento arrollador”: la irrupción de las jóvenes en la protesta del Ni Una Menos de Argentina

“The whirlwind”: the eruption of young women in Argentina’s Ni Una Menos protest

Elisabeth J. Friedman* 
http://orcid.org/0000-0003-3134-4124

Ana Laura Rodríguez Gustá** 
http://orcid.org/0000-0003-3094-3061

* Doctora en Ciencias Políticas por Stanford University. Docente del Departamento de Política, University of San Francisco (Estados Unidos) | ejfriedman@usfca.edu.

** Doctora en Sociología por Notre Dame University. Docente de la Escuela de Política y Gobierno, Universidad Nacional de San Martín (Argentina) e investigadora independiente del CONICET | alrgusta@unsam.edu.ar.


Resumen

En 2015, el activismo feminista de Argentina alcanzó una escala sin precedentes con la marcha Ni Una Menos. Tomando esta protesta como terreno empírico, en este artículo se indaga en los factores que explican por qué las mujeres jóvenes se unen a los movimientos feministas. En particular, por qué se volcaron a las calles para protestar y denunciar los feminicidios y la violencia de género. Mediante entrevistas a jóvenes, a organizadoras de la marcha y a activistas feministas de larga trayectoria, se muestra cómo una convocatoria novedosa en términos prefigurativos y performativos, más la trama organizativa feminista preexistente, fueron condiciones que canalizaron una sensibilidad joven a la protesta callejera. El trabajo destaca las unidades generacionales, la disponibilidad estructural de la juventud y la política expresiva de los movimientos como condiciones para la protesta feminista juvenil.

Palabras clave: protesta social juvenil; movilización feminista; movimientos sociales; feminismo en Argentina; igualdad de género

Abstract

In 2015, feminist activism in Argentina reached an unprecedented scale with the Ni Una Menos march. Taking this protest as empirical terrain, this article investigates the factors that explain why young women join feminist movements. In particular, why did they take to the streets to protest and denounce femicides and gender violence. Through interviews with young people, organizers of the march and long-standing feminist activists, it is shown how a novel call framed in prefigurative and performative terms, in addition to the pre-existing feminist organizational matrix, were conditions that enabled the channeling of a young sensibility into street protest. The work highlights generational units, youth structural availability and movement expressive politics as conditions for youth feminist protest.

Keywords: youth social protest; feminist mobilization; social movements; feminism in Argentina; gender equality

Introducción

La marcha Ni Una Menos (NUM) del 3 de junio de 2015 mostró el rechazo de la sociedad argentina contra la violencia de género y los feminicidios de las mujeres jóvenes. Las acciones callejeras se replicaron en todo el país, iniciando una protesta que repercutió en otras naciones. Uno de los elementos más significativos de NUM fue la presencia masiva de mujeres jóvenes y adolescentes. Una reconocida feminista argentina de amplia proyección pública se manifestó sorprendida ante la magnitud juvenil al punto que, en su opinión, NUM inauguró “un activismo joven que irrumpe en lo público con otro lenguaje, pintándose el cuerpo, mostrando los pechos, haciendo parodias como la Marcha de las Putas, interpelándonos de otra manera”, con “otro tipo de cultura y otras vivencias de la militancia”. Tanto por la intensidad de su presencia en la calle como por su estilo de protesta, esta misma entrevistada describió a las jóvenes como un viento “arrollador” que imprimió un “mayor radicalismo” a las demandas por la igualdad de género. Otra reconocida feminista, proveniente de partidos de izquierda, afirmó que NUM “fue una revolución en las cabezas con la juventud al frente […] Las jóvenes son las receptoras de la revolución”. Análogamente, las organizadoras de la marcha nunca imaginaron el alcance de la convocatoria entre las jóvenes, al punto que una de ellas expresó que “todo fue increíble”.

Partícipes y observadoras denominaron a esta movilización “la revolución de las hijas” (Peker, 2019) o incluso “la revolución de las nietas” para ilustrar, precisamente, el giro numérico y generacional de la protesta. Con pancartas y letreros caseros, con los cuerpos cubiertos con glitter1 y apelando a consignas muy variadas pero unificadas en la denuncia de la violencia feminicida, las jóvenes ocuparon las calles junto con amigas, grupos de estudiantes e incluso familiares, como sus madres y tías (Buscaglia, 2015). En las coberturas periodísticas, estas jóvenes comenzaron a ser conocidas como “las pibas”, un término local para denotar la presencia de mujeres muy jóvenes y adolescentes en la marcha (Lenguita, 2021). En el imaginario colectivo, NUM se constituyó en un evento fundamental del feminismo argentino contemporáneo, signado por la incorporación de las jóvenes a la manifestación callejera y, en consecuencia, por el rejuvenecimiento del movimiento (Sciortino, 2018).

Con el objetivo puesto en comprender la adhesión y el compromiso de la juventud con el feminismo y, dado que otras marchas precedentes carecieron de esta impronta generacional, el presente artículo se interroga por qué razones las jóvenes se incorporaron tan masivamente al NUM. El fenómeno de NUM sugiere una ampliación generacional en la movilización feminista y, por lo tanto, requiere de una comprensión de los procesos de incorporación y activismo juvenil. Las ciencias sociales están prestando mayor atención a la importancia de los cambios generacionales en la movilización social y, en particular, a la presencia y el liderazgo de las personas jóvenes (Giugni & Grasso, 2021; Earl & James, 2022; Taft et al., 2022). La producción científica se ha enfocado en las formas, las estrategias y las tácticas que las juventudes traen a la protesta, en los factores que influyen y motivan a la juventud a participar en movimientos sociales, y en su relación con la política en general -para visiones panorámicas, véase Earl et al. (2017), Vommaro (2019) y Weiss (2020) -. Por lo tanto, el análisis de por qué las jóvenes participan activamente de los movimientos feministas, mediante el estudio de las condiciones que facilitaron y motivaron su presencia en la marcha de NUM, permitirá arrojar explicaciones sobre la incorporación juvenil a los movimientos sociales y la política contemporánea.

El artículo se organiza de la siguiente manera. Primero, ubicamos el trabajo dentro de investigaciones sobre análisis generacional y movimientos sociales, centrándonos en el activismo juvenil y feminista en América Latina. Seguidamente, desarrollamos el análisis empírico detallando los diferentes procesos que llevaron a la masividad juvenil de NUM. Nuestro hallazgo principal es que la forma y el lenguaje de la convocatoria, la intensidad de comunicación por redes sociales digitales, y la existencia de espacios y entramados sociales feministas o afines al feminismo, activaron el interés y la motivación de las jóvenes. Finalmente, las conclusiones retoman aspectos más generales de la motivación de las mujeres jóvenes en la actualidad, centrándose en los factores relacionales y culturales que subyacen a la protesta feminista juvenil.

La protesta de NUM de 2015 constituye un terreno empírico estratégico (Merton, 1987) para indagar las condiciones de la incorporación juvenil al feminismo. La irrupción en junio de 2015 marcó el inicio de un ciclo de protesta que se fue ampliando y diversificando en sus demandas. En los años siguientes, la preparación de NUM sumó asambleas como instancias abiertas y deliberativas previas a la movilización. Además, a partir de NUM se consolidaron otras movilizaciones como la Huelga de Mujeres del Día Internacional de la Mujer de 2017 y, particularmente, las marchas por el derecho al aborto que continuaron hasta su aprobación en diciembre de 2020 (Sutton, 2020). La información fue analizada recurriendo al método de teoría fundamentada, según el cual la recolección y análisis de datos ocurre vis-à-vis con la categorización y construcción de interpretaciones (Strauss & Corbin, 2002). Las entrevistas, recomendadas para la comprensión de la adhesión a los movimientos sociales (della Porta, 2014), fueron la principal técnica de producción de datos. Se relevó información de las identidades de las jóvenes, las redes y espacios que facilitaron su presencia en la marcha, las motivaciones para incorporarse a la protesta y su disposición para la acción colectiva. Se conformó una base original de datos con 31 entrevistas a jóvenes, con 19 años de edad promedio a junio de 2015, realizadas por Zoom entre 2020 y 2021, debido al covid-19.2 Las entrevistas fueron grabadas con el consentimiento de las interlocutoras y transcritas en su totalidad para el análisis. Considerando que las jerarquías de estatus podrían sesgar las respuestas de las activistas jóvenes, estas entrevistas fueron realizadas por pares generacionales, es decir, por estudiantes de grado y posgrado en calidad de asistentes de investigación.3 Habiendo alcanzado el punto de saturación de datos, esta información se trianguló con entrevistas a seis organizadoras del NUM y a tres feministas de mayor edad y de reconocida trayectoria en ámbitos sociales e institucionales -con promedios de edad de 37 y 60 años respectivamente, a junio de 2015-. Asimismo, la evidencia se complementó con observación participante en algunas de las marchas (2015 a 2017), evidencia visual (posteos de Twitter, Facebook e Instagram) y documental (los manifiestos de NUM de 2015 a 2021).

Activismo juvenil feminista

Un análisis del activismo juvenil implica abordar la relación entre las redes y los vínculos que habilitan y sostienen la protesta y las tradiciones y la genealogía de los movimientos sociales, junto con los repertorios y los marcos de sentido de la acción colectiva juvenil. Pero para dar cuenta de cómo y por qué las jóvenes participan en los movimientos sociales, es preciso clarificar que la renovación generacional es un fenómeno que excede la demografía. Para ello se expone, seguidamente, el concepto de unidades generacionales.

Unidades generacionales

En ciencias sociales, los conceptos de generación y de unidad generacional han sido empleados para caracterizar la continuidad y discontinuidad histórica, con énfasis en los momentos epocales de cambio de era, rápida transformación socioeconómica y movilización social (Elder, 1997). Por cierto, el concepto de generación ha sido uno de los más relevantes para describir la vinculación entre los individuos, los grupos, y los cambios sociales de mayor escala (Alwing & McCammon, 2007). En los movimientos sociales, las investigaciones recientes respecto del papel de las cohortes más jóvenes en la protesta han mostrado cómo las nuevas generaciones traen a los movimientos sociales y, a la política en general, identidades e intereses propios (Earl et al., 2017; Vommaro, 2014; Weiss, 2020). Los estudios señalan que las transformaciones promovidas por las juventudes se observan en los movimientos feministas (Molyneux et al., 2020), en el movimiento pacifista, en los reclamos por el cambio climático (Prendergast et al., 2021) y en las protestas por los derechos civiles (Honwana, 2019), así como en los movimientos por la justicia económica y social (Rossi, 2009; Lam-Knott & Cheng, 2020).

Un concepto fundamental que explica el poder transformador de la juventud es la noción de unidad generacional. Un autor clásico del análisis generacional, Mannheim (1952), aseveró que las generaciones políticas, en lugar de ser el resultado de fenómenos de ciclo de vida asociados a la edad biológica, se construyen a través de las experiencias y acontecimiento históricos que las personas jóvenes comparten al momento de su entrada en la madurez. Una de las ideas centrales de Mannheim (1952) es la de “contacto fresco”, es decir, eventos históricos y sociales únicos que suceden durante el periodo de la juventud y que tuvieron un papel formativo distintivo en la conformación de visiones y preferencias, en contraste con experiencias posteriores (Alwin & McCammon, 2007).

La experiencia compartida permite que las personas de una cohorte tengan cualidades autorreferenciales y reflexivas, por las conexiones de sentido que se producen ante eventos relevantes. Los principales acontecimientos históricos son catalizadores del surgimiento de identidades generacionales al ser interpretados de forma diferente según cohorte (Schuman & Corning, 2012). De hecho, la juventud es un periodo particularmente impresionable en el ciclo de vida en el que hay una apertura al cambio considerablemente mayor en comparación con otras etapas de la vida. No obstante, varias investigaciones señalaron que no es la “edad” en sí misma, sino cómo se interpreta el contexto en términos colectivos, lo que efectivamente colabora con la construcción de la identidad política generacional (Fillieule, 2013; della Porta, 2019). Quienes entran en la juventud en tiempos de agitación social, económica y/o política estarán signados por experiencias específicas con interpretaciones comunes de los sucesos vividos.

Para Mannheim, la experiencia temprana de la juventud contribuye con la formación de un espíritu de la época o cosmovisión particular, o zeitgeist. Eyerman & Turner (1998) destacan que la “identidad colectiva” contribuye con una cosmovisión propia cuando emerge como respuesta a situaciones “traumáticas”. Otros autores argumentan que la socialización temprana es el factor subyacente a la identidad colectiva, la cual puede manifestarse con el compromiso con movimientos sociales históricos fundamentales. En suma, y sin desconocer el papel de “precursores” influyentes que pertenecen a generaciones anteriores, así como también el hecho de que edad y cohorte pueden no estar perfectamente alineadas (Borland, 2014), tales unidades generacionales se constituyen cuando sus reclamos y formas de protesta cristalizan las características sociales y culturales de un periodo histórico específico.

Así las cosas, las unidades generacionales son, para Mannheim, grupos con agencia y no se reducen a un conjunto de personas unificadas por la temporalidad de su nacimiento. White (1992) considera que una unidad generacional es un “grupo concreto” que, bajo las mismas experiencias históricas, comparte una interpretación común y reconoce que esos entendimientos y experiencias llevan a la acción colectiva. Este grupo de personas de edad semejante, el cual se autoidentifica como parte de un movimiento social, produce cambios en la cultura, las normas y el comportamiento (Alwin & McCammon, 2007). Por lo tanto, el concepto de unidad generacional no abarca necesariamente a todos los individuos nacidos en un determinado periodo, sino a aquellos individuos que se unen en un grupo autoconsciente, basado en la misma edad, en la proximidad social a los acontecimientos históricos y en una conciencia de que los eventos vividos los conectan con otros (Alwin & McCammon, 2007).

El papel de las unidades generacionales puede ilustrarse, por ejemplo, con el activismo de la generación de los años sesenta. La movilización juvenil inspiró un cambio en los valores sociales que acompañaron las transformaciones sociomateriales de la década (Pozas Horcasitas, 2014) y produjo un ciclo de protesta global. Inglehart (1977) identificó transformaciones en la religiosidad (hacia el secularismo), en el conformismo (con la rebeldía y la innovación), una menor obediencia a la autoridad, y la jerarquización de “valores postmaterialistas” como la autonomía y la autoexpresión, además del compromiso político. Estos valores estaban vinculados a momentos históricos específicos del mundo occidental, pero el activismo juvenil fue un fenómeno mundial, reforzado por la difusión de la cultura juvenil a través de los viajes, la cultura impresa y los medios de comunicación (Jobs, 2009; Felitti, 2015). Por su parte, Boltanski & Chiapello (2005), en su análisis del mayo francés de 1968, mostraron que las personas e intelectuales jóvenes recién egresados de las universidades articularon una crítica “artística” o expresiva al capitalismo, cuestionando la alienación y falta de libertades, y procurando la emancipación de las formas tradicionales de control. De esta manera, habrían inaugurado como parte legítima de la protesta el reclamo del “deseo de vivir, de expresarse y de ser libre”, desafiando toda forma de subordinación (p. 170).

La unidad generacional pone en relevancia cómo la historia se imprime en las acciones y actitudes de las personas y permanece a lo largo del ciclo de vida. Los acontecimientos dejan huellas afectivas y cognitivas entre las que es posible mencionar la “desestabilización dinámica”, producto de rápidos cambios socioculturales (Mannheim, 1952, p. 303). Investigaciones cuantitativas en torno a la “memoria” de las cohortes identificaron que la incertidumbre conduce a orientaciones y actitudes generacionalmente compartidas (Schuman & Scott, 1989; Schuman & Rodgers, 2004). En la actualidad, los cambios socioeconómicos experimentados por la juventud parecerían reforzar un sentido de pertenencia y memorias propias. De hecho, son estas “experiencias vividas ampliamente compartidas” de crisis globales, enlaces digitales, educación y nuevos valores de justicia social (Pickard, 2022, p. 731) que subyacen a la generación de activistas del tercer milenio:

La vida de las diversas generaciones nacidas en el siglo XXI, por lo tanto, se ha visto afectada por un conjunto específico de circunstancias: austeridad, precariedad, deuda, crisis ambiental, la pandemia de COVID-19, que inevitablemente impactan en su participación democrática. Con cada ola de crisis, hemos sido testigos de un “terremoto juvenil” en la participación política, con flujos vastos, dinámicos y en gran parte horizontales de activismo juvenil (Sloam et al., 2022, p. 685).

Pero tal como Mannheim advirtió, las y los jóvenes no se ven afectados de la misma manera; por ejemplo, podrían responder en direcciones más liberales o conservadoras, pero siempre conformando unidades generacionales (Mannheim, 1952, p. 303). Asimismo, como señalan Woodman & Leccardi (2015), la incertidumbre que moldea la vida de las generaciones jóvenes no tiene un impacto uniforme. Hay profundas diferencias de género y las rápidas transformaciones en las biografías contemporáneas de las mujeres han sido acompañadas por cambios marginales en los horizontes de vida de los hombres. Esto sugiere que las unidades generacionales estarían generizadas, lo cual explicaría la irrupción de las jóvenes en la expansión del movimiento feminista.

El concepto de unidad generacional es oportuno para examinar las tendencias actuales de América Latina: las prácticas y significados políticos de las personas jóvenes difieren de las de sus predecesores de forma significativa (Coe & Vandegrift, 2015). Con cierta distancia de las instituciones políticas formales, las y los jóvenes entrecruzan diferentes ámbitos sociopolíticos, combinando la acción cultural con la política, el desarrollo de subjetividades individuales con las colectivas, y recurriendo tanto al espacio físico como al virtual (Coe & Vandegrift, 2015). Ahora bien, varias investigaciones han identificado algunos factores que influyen en la participación y el compromiso juvenil con las protestas sociales. Entre estos factores se ha señalado la relevancia de ciertas condiciones habilitantes individuales, como la disponibilidad biográfica (McAdam, 1986); relacionales, como la calidad y densidad de redes donde están insertas las personas jóvenes; de entorno político, como la legitimidad social de la protesta (Coe & Vandegrift, 2015; Earl et al., 2017; Vommaro, 2017; Weiss, 2020). ¿Qué sugieren las tendencias actuales en la movilización juvenil feminista, en particular la de las latinoamericanas, acerca de tales transformaciones, y qué atrae a las más jóvenes a la acción? Como veremos, por un lado, se ha identificado una clara tendencia a la política expresiva que permite que los reclamos por justicia social tengan una manifestación cultural. Por otro, la disponibilidad estructural de la juventud -redes y canales de conexión con la movilización- resulta relevante para su adhesión a la protesta.

Política expresiva

Algunas reflexiones panorámicas han caracterizado la protesta social juvenil en América Latina como un claro ejemplo de política expresiva (Calderón, 2011; Coe & Vandegrift, 2015). La política expresiva es aquella que busca transformar el orden simbólico que produce jerarquías e injusticias sociales (Armstrong & Bernstein, 2008). En esta calidad, son acciones con una impronta cultural y no son demandas instrumentales hacia el Estado y las instituciones formales. Las revisiones del estado del arte provistas por Coe & Vandegrift (2015) y Vommaro (2015) coinciden en señalar que las expresiones culturales son fundamentales en el estudio de la política juvenil en la región por su capacidad de producir innovaciones sociales y permitir una mejor comprensión de las dinámicas que las nuevas generaciones introducen en la esfera pública.

Una primera dimensión de las expresiones culturales son los repertorios prefigurativos. Estos repertorios consisten en acciones que buscan construir el futuro en el presente, en lugar de posponerlo después del logro del poder del Estado (Juris & Pleyers, 2009; della Porta, 2019, p. 14-16). Según Calderón (2011), al priorizar los repertorios prefigurativos, la juventud participa con acciones concretas en grupos de menor escala y con inserción comunitaria, lo cual construye nuevas formas de “politicidad” en la región. La subjetividad juvenil no proyecta un horizonte de metas futuras hacia las cuales dirigir la acción. Por el contrario, los componentes utópicos son un punto de partida aspiracional para construir, en el presente, alternativas al orden social, cultural y político existente (Coe & Vandegrift, 2015). El estudio de Taft (2011) sobre el activismo de adolescentes en las Américas muestra que, mediante el giro prefigurativo, estas jóvenes “construyen una amplia gama de comunidades e instituciones que reflejan sus ideales de democracia, igualdad, diversidad, justicia, libertad y solidaridad... [en] un modo de activismo esperanzador y utópico” (Taft, 2011, p. 162).

Los estudios encontraron que la política expresiva también contiene una dimensión performativa. Se privilegian “actividades artísticas, culturales y lúdicas” para crear conciencia accesible y desarrollar comunidades que privilegien el sentido de pertenencia (Juris & Pleyers, 2009; della Porta, 2019, p. 1586). En el caso de las jóvenes feministas, investigaciones globales (Molyneux et al., 2020) analizaron el despliegue de acciones donde el cuerpo es utilizado de forma creativa para manifestar disconformidad con el orden social y resistencia a las relaciones de subordinación. Admitiendo que las prácticas performativas no son enteramente novedosas, las investigaciones sobre los activismos jóvenes muestran cómo se resignifican a partir del uso del cuerpo como “herramienta” de protesta y la visibilización del poder y el disciplinamiento sobre las mujeres como eje de la acción política (Larrondo & Ponce Lara, 2019, pp. 13-15). A título ilustrativo, investigaciones de la protesta juvenil en Chile mostraron que las acciones performativas movilizan múltiples recursos lúdicos que denuncian las culturas opresoras (Miranda & Roque López, 2019). En un estudio de Brasil, Snyder & Wolff (2019) identificaron que la “Primavera feminista” de 2015 -la cual movilizó a campesinas, afrodescendientes y estudiantes- colocó en el espacio público un conjunto muy variado de recursos lúdicos y festivos de protesta social. Las autoras señalan una estética novedosa, donde las jóvenes aparecen con los pechos desnudos y pintados, y el cuerpo como lienzo. Como afirma Martínez (2008) en una reflexión teórica de la participación juvenil en la región, la juventud construye una “política del acontecimiento” apelando a la música, la estética y la diversidad de estilos de vida, para mostrar su propia existencia en tanto manifestación política.

Trabajos precedentes encontraron que la política expresiva está ligada a estrategias organizativas flexibles y horizontales, facilitado por un intenso uso de diferentes redes sociales (Nunes de Sousa, 2018; Tarazona & Alonso, 2012). En efecto, algunos estudios mostraron que los esquemas organizativos fluidos son atractivos para instar la participación juvenil en la protesta (Calderón, 2011; Vommaro, 2014, 2015). Las “redes de propósito” horizontales han sido identificadas como expresiones privilegiadas por los jóvenes en los movimientos sociales. Si bien pueden ser redes de corta duración, su eficacia radica en que instan a la participación activa apelando al compromiso personal (Juris & Pleyers, 2009; Coe & Vandegrift, 2015; Portos, 2019). La participación igualitaria apunta a la generación de conciencia y sensibilización y este proceso se acompaña de acciones creativas, utilizando desde murales hasta puestas teatrales (Taft, 2011, p. 101). Por ejemplo, las “alter-activistas” promueven la organización participativa e igualitaria sustentada en la ética de la apertura, el trabajo en una red de escala local y global, y el respeto a la diversidad y la diferencia (Juris & Pleyers, 2009, p. 63).

Las investigaciones sobre protesta social juvenil destacan que Internet es parte intrínseca de la interacción juvenil, de sus acciones colectivas y culturas de pares (Coe & Vandegrift, 2015; Maher & Earl, 2019). Tufekci (2017) ha señalado que las “asequibilidades” de las nuevas tecnologías permiten una rápida conexión entre activistas versátiles en su manejo. Ahora bien, varios estudios han mostrado que los repertorios políticos de la juventud no se reducen al ciberespacio sino que, por el contrario, se construye con prácticas y discursos del mundo en línea (on line), pero también fuera de línea (off line). En suma, las redes sociales abonan a la acción directa creativa y performativa, y la rápida difusión y réplica de mensajes (Juris & Pleyers, 2009), contribuyendo tanto a la identificación colectiva como a la adhesión a la movilización (della Porta, 2019, p. 1415). Estudios sobre experiencias de cooperación feminista con medios digitales (Friedman, 2017) mostraron que la integración que facilitan las redes sociales son en especial críticas para las comunidades más dispersas, como las personas transgénero e identidades no binarias (Alvarez, 2014).

En América Latina, el activismo juvenil se motiva y potencia con aquellos marcos de sentido que invitan a la interseccionalidad de múltiples opresiones y desigualdades, en lo que Coe & Vandegrift (2015) denominan “ciudadanía cultural”. Las demandas juveniles exceden la política formal y la democracia liberal para reclamar, más ampliamente, sobre un conjunto diverso de derechos y procurar la incorporación ciudadana en múltiples esferas (p. 139). Además, las y los jóvenes activistas tienden a aceptar las múltiples diferencias con respecto a la “norma”, ya sea en términos de identidad etnorracial o de género, sexualidad, estatus de ciudadanía y similares (Chironi, 2019; della Porta, 2019; Portos, 2019). Taft (2011), en el estudio ya mencionado, encontró que el reclamo de las activistas estaba “informado por los análisis antiopresión del feminismo, el antirracismo y otras ideologías radicales de la diferencia y el poder” (Taft, 2011, p. 159). Las jóvenes feministas latinoamericanas, apoyándose en un enfoque de larga data (Safa, 1990), insisten en politizar las experiencias personales de forma de alcanzar vinculaciones simbólicas entre las múltiples opresiones (Larrondo & Ponce Lara, 2019). Las jóvenes activistas cis y trans son protagonistas distintivas del feminismo de la región, denunciando el acoso y el femicidio, y defendiendo la interrupción voluntaria del embarazo (Garita, 2019).

Recapitulando, las unidades generacionales ponen en juego identidades políticas y repertorios de acción propios. Las personas jóvenes “no se limitan a añadir aspectos culturales a las formas políticas existentes, sino que cambian la naturaleza de estas últimas” al “fusionar diferentes acciones, sitios e identidades” (Coe & Vandegrift, 2015, p. 142). Así las cosas, las nuevas generaciones se adhieren a los movimientos sociales cuando pueden desarrollar repertorios de acción y entendimientos prefigurativos, donde los recursos digitales promueven una amalgama creativa entre las redes y la protesta callejera, y cuando los lazos son horizontales y permiten vínculos fluidos y expresiones culturales que denuncian diversas formas de injusticia y reclaman por múltiples derechos.

Disponibilidad estructural

En las ciencias sociales, uno de los conceptos que ha suscitado un gran interés para comprender el activismo juvenil es el de disponibilidad biográfica. De acuerdo con McAdam, se trata de la “ausencia de limitaciones personales que puedan aumentar los costos y riesgos de la participación en un movimiento, como el empleo de tiempo completo, el matrimonio y las responsabilidades familiares” (McAdam, 1986, p. 70). La existencia de restricciones débiles son críticas para permitir que las personas jóvenes asuman papeles centrales en aquellas protestas que podrían poner en riesgo la vida, los medios de subsistencia y las familias de personas de mayor edad. No obstante, las investigaciones de participación juvenil han ganado precisión y sofisticación debido a que actualmente se centran en los contextos y acciones de los jóvenes, en lugar de utilizar como estándar los parámetros adultos (Dalton, 2008). En concreto, esto se observa en la ampliación del concepto de “disponibilidad”: en lugar de señalar la “ausencia” de restricciones, la investigación sobre la disponibilidad “estructural” aborda la presencia de ciertos fenómenos de la estructura social juvenil que incentivan su participación social y política.

La disponibilidad estructural de las personas jóvenes se entiende como las destrezas cívicas y las múltiples pertenencias a organizaciones formales e informales, así como también la circulación por redes de sociabilidad de diverso tipo (Prendergast et al., 2021). También conocido como “raconto microestructural del reclutamiento” en la revisión de Passy (2001), el concepto denota la presencia de redes interpersonales que facilitan la invitación a la movilización y el activismo, al instar e incluso validar la participación en protestas sociales (Schussman & Soule, 2005). Schussman & Soule (2005) sugieren que las redes son importantes porque “las personas rara vez participan en actividades de movimientos sociales (como protestas) a menos que se les pida que lo hagan” (p. 1086). Así las cosas, la adscripción a diferentes espacios organizativos permite “micro” redes que promueven la movilización, mediante procesos como la agregación y politización de intereses (Walgrave & Wouters, 2021). Varios estudios muestran la relevancia de la pertenencia a diversos tipos de organizaciones: formales, informales, esporádicas o institucionalizadas, etcétera, por los vínculos que fomentan para la participación colectiva (Horowitz, 2021). Las investigaciones también han identificado que, en el marco de diversas pertenencias organizacionales, incluyendo los ámbitos educativos, es más probable el desarrollo de destrezas cívicas que invitan a la presencia pública (Schussman & Soule, 2005). Una nota de cautela para evitar generalizaciones excesivas la ofrece Wray-Lake (2019), al mencionar la necesidad de mayor indagación empírica en contextos heterogéneos para llegar a afirmaciones taxativas respecto de cómo las redes de las personas jóvenes influyen en la motorización de la protesta y la participación social.

En el movimiento feminista, las investigaciones sugieren que la disponibilidad estructural de las jóvenes está estrechamente ligada a la existencia de espacios para el encuentro, ya sean redes políticas, eventos callejeros, organizaciones sociales e incluso instituciones. La densidad organizativa de estos espacios depende, en gran medida, del reconocimiento y las complementariedades entre cohortes (Molyneux et al., 2020; Sutton, 2020). En consecuencia, la disponibilidad estructural de las feministas jóvenes está ligada a las herencias construidas por las generaciones precedentes. De hecho, varios estudios identificaron que la protesta juvenil feminista depende de la existencia de una generación mediadora, de edad intermedia, que provee la logística y el discurso del movimiento (Sutton, 2020). Portos (2019), en el caso de España, encontró que las jóvenes se incorporaron al movimiento, en parte, gracias al compromiso activo de feministas más maduras orientadas a la renovación generacional. Por su parte, Crossley (2017) destaca el papel de estas generaciones intermedias en atraer a las jóvenes dentro de los contextos educativos, integrando las perspectivas feministas en el currículo, los cursos y las aulas, así como también en las múltiples actividades extracurriculares. En sus palabras, el “contexto institucional de la educación superior enseña las historias de las feministas y los éxitos del feminismo, perpetuando así el conocimiento sobre el movimiento” (p. 150). Un hallazgo análogo la ofrece Coe (2020), quien identificó que, en Ecuador y Perú, la creación de estudios de género en las universidades fueron una plataforma para la incorporación de jóvenes al movimiento de mujeres.

La disponibilidad estructural también se vincula con redes de sociabilidad horizontal como los círculos de amistad cultivados en diferentes contextos. Por cierto, un entorno privilegiado son los ámbitos escolares. Crossley (2017) argumenta que “los campus universitarios son entornos generativos para el feminismo y sitios valiosos para la perpetuación del movimiento” (p. 148). Hirsch (1990) señala las experiencias colectivas entre pares, propensas a desarrollarse en el seno de las comunidades universitarias. Los “entornos cara a cara poco estructurados” son “refugios [donde] las personas pueden expresar fácilmente sus preocupaciones, tomar conciencia de los problemas comunes y comenzar a cuestionar la legitimidad de las instituciones que les niegan los medios para resolver esos problemas” (p. 245). La participación en la protesta, junto con otros igualmente dispuestos a desafiar la autoridad y exigir soluciones, conduce a un sentimiento de “empoderamiento colectivo”, con debates grupales respecto de las acciones a tomar (pp. 245-256). Estudios en Argentina y Chile mostraron que las relaciones de pares en contextos educativos sirven para el desarrollo de destrezas en la activación de las redes sociales, la difusión de ideas y la acción colectiva (Ponce Lara, 2020; Tomasini, 2020).

Recapitulando, el creciente campo sobre política y movimientos juveniles ha puesto varias consideraciones críticas en el análisis. Las unidades generacionales se hacen, no “nacen”. La política juvenil que se expresa como protesta en ciertas circunstancias históricas no la produce una cohorte de edad de forma aislada, sino que existen lazos de interacción con generaciones precedentes. Una visión general de las acciones contemporáneas muestra a los jóvenes, especialmente a las jóvenes feministas, participando en políticas expresivas y prefigurativas y avanzando en sus propias interpretaciones de las demandas del movimiento. La dinámica de su disponibilidad estructural sugiere la necesidad de centrarse en sus redes y espacios particulares de aprendizaje y adhesión, fomentado tanto por generaciones anteriores como por sus pares y vínculos horizontales.

Ni Una Menos como experiencia de iniciación

La primera marcha de Ni Una Menos se convirtió en un evento biográfico fundamental en la iniciación feminista de muchas mujeres jóvenes. No fue un evento inmediato sino que hubo un conjunto de sucesos que le dieron origen, al calor de feminicidios que conmovieron a la sociedad. En efecto, el 16 de marzo de 2015, cuando el cuerpo de otra adolescente asesinada, Daiana García, de 19 años, fue encontrado dentro de una bolsa de basura al costado de una carretera en la provincia de Buenos Aires, se produjo una significativa conmoción social con amplia repercusión en los medios de comunicación. El hecho coincidió con los diez años de la desaparición de Florencia Pennachi, una estudiante universitaria víctima de la trata de personas. Para ese entonces, ya hacía más de una década que varias periodistas venían cubriendo noticias de femicidios y desaparición de mujeres (Pisetta, 2019).

Este episodio inspiró a que un pequeño grupo, junto con artistas y activistas, comenzara a reunirse en el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional, en la ciudad de Buenos Aires, para una maratón de lectura, con proyecciones audiovisuales y puestas performáticas que permitieran visibilizar los feminicidios. Este colectivo autónomo y autoconvocado tomó el nombre de Ni Una Menos (Piccone, 2021). Cuando dos meses más tarde Chiara Páez, una adolescente embarazada de 14 años de la provincia de Santa Fe, fue encontrada enterrada en el patio trasero de los abuelos de su novio después de ser golpeada hasta la muerte, el grupo de lectura convocó a una protesta masiva.

El grupo comenzó a reunirse en Casa del Encuentro, una ONG que inició la recopilación sistemática de casos de feminicidios en ausencia de datos oficiales. Las periodistas tuvieron un papel protagónico, quienes, por su acceso a los medios, lograron una convocatoria a una escala “sin precedentes”, “multimediática y multisectorial”, la cual insumió 23 días de preparación (Laudano, 2018, p. 142). El tuit del 11 de mayo de 2015 de la periodista Marcela Ojeda preguntando “Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales... mujeres, todas, bah... no vamos a levantar la voz? NOS ESTÁN MATANDO” derivó en la difusión del hashtag #NiUnaMenos. Artistas, políticos y actores sociales prominentes comenzaron a publicar fotos en las redes sociales con #NiUnaMenos, que despegó a través de Facebook -en ese entonces la red más utilizada del país con 25 millones de personas por mes-, Twitter e Instagram. Más de 110 páginas de Facebook llamadas “Ni Una Menos” seguidas por el nombre de la localidad motivaron acciones en línea y fuera de línea, en preparación para la marcha (Laudano, 2018).

Varias fuentes periodísticas estimaron que en Buenos Aires se reunieron ante el Congreso de la Nación unas 300 000 personas (Díaz & López, 2016). Allí, personalidades públicas provenientes del mundo de las artes y de los medios leyeron un manifiesto que exigía una respuesta estatal a la violencia de género, cuestionando además el desempeño del Poder Judicial y de la policía. En el manifiesto se definía que “el femicidio es eso: marcar los cuerpos de las mujeres violentamente, y como amenaza para otras: para que las mujeres no puedan decir que no, para que renuncien a su independencia” (NUM, 2015). La Casa Rosada (el palacio presidencial) y el Congreso de la Nación estaban iluminados de fucsia, el color del logotipo de NUM. La movilización se replicó a lo largo del país, representando la mayor marcha de mujeres hasta entonces, con un impacto importante en el imaginario social (Alcaraz & Paz Frontera, 2018). El hashtag #NiUnaMenos fue tendencia en Argentina y en el mundo (Laudano, 2018). Las marchas NUM continuaron celebrándose cada mes de junio (Daby & Moseley, 2021), con una pausa en 2020 debido al confinamiento por la pandemia del covid-19, para ser retomada en 2021 con la estrategia del “cartelazo” y concentraciones en algunas provincias (Página 12, 2021). En 2021, a propósito de los seis años de NUM, la Casa Rosada volvió a iluminarse de fucsia, y en 2022 la protesta tuvo como consigna “Nos mata el machismo, nos golpea la pobreza” (Infobae, 2022).

En la marcha del 3 de junio de 2015, las jóvenes comenzaron a reconocerse mutuamente en la protesta, conformándose como una unidad generacional donde la libertad y la autonomía física fueron el zeitgeist de su iniciación. En las palabras de una entrevistada:

A partir de esa marcha pude construir un camino dentro del feminismo, entendí muchas de las cosas a las que antes no les daba importancia. […] El Ni Una Menos es como la bisagra, a las chicas de mi generación nos cambió, nos marcó para siempre. Después del 3 de junio de 2015 ya no sos la misma. Yo celebro no ser la misma que fui y la importancia de las pibas de las nuevas generaciones; ya vienen chipeadas de otra manera. Estamos yendo en el camino correcto. Celebro eso (Militante de partido político, 18 años).

Podemos reconocer que a partir de esa marcha el feminismo tomó más y más poder. Por ejemplo, yo tenía una amiga que en ese momento estaba en contra, creía que no importaba […] Esa misma amiga, que tuvo pensamientos tan críticos, fue a partir del Ni Una Menos que hoy se considera feminista. Eso ayudó a que hoy las pibas se identifiquen como feministas (Movimiento estudiantil, 12 años).

De hecho, feministas de proyección pública y de mayor edad reconocieron la marcha como momento fundacional para las generaciones de mujeres adolescentes y jóvenes y varias lo describieron como una verdadera “experiencia iniciática”. Incluso jóvenes que ya eran feministas antes de NUM admitieron el “valor social” de esta marcha por haber puesto en el debate público la brutalidad de la violencia de género, pero, también, “la potencia del movimiento y de las juventudes” (Movimiento estudiantil, 20 años). Según una entrevistada:

A la primera marcha de 2015 fui con dos amigas de secundaria, a quienes invité a asistir. No entendíamos mucho de qué se trataba y fuimos para ver de qué se trataba y llegamos al Monumento [en la ciudad de Rosario…] Ver tantas mujeres con tantos carteles, con tantos mensajes con los que te sentís identificada... Sentí que era la primera vez que veía algo que le pasó tan de cerca a otra y que también me pasó a mí... Y a partir de ahí, los años siguientes fui siempre con compañeros de clase de la universidad y con todo un ritual. […] Llegar allí, conocer gente que no has visto durante mucho tiempo y que sabés que han pasado por una situación difícil en su vida, de abuso, de violencia, y que pueden estar allí y que no están solas, sino que somos muchas (Sin afiliación específica, 20 años).

La presencia juvenil fue novedosa, ya que la apertura del campo de acción feminista a las generaciones más jóvenes fue un serio problema histórico del movimiento. En Argentina, las primeras feministas criticaron las acciones socioculturales y especialmente sexuales de las “chicas modernas” de la década de 1920. En la década de 1960, la hipersexualización y la orientación al consumo de las “niñas liberadas” había causado que las activistas mayores las vieran como víctimas o cómplices del patriarcado y el capitalismo. Durante la democratización de la década de 1980, las feministas de entonces construyeron sus demandas centrándose, preferentemente, en las madres (Manzano, 2019). Más aún, durante largo tiempo, la demanda del aborto privilegió el imaginario adulto, desplazando las emociones y el vocabulario de las jóvenes (Manzano, 2019). En los 2000, algunas feministas manifestaron cierta preocupación por la inhabilidad en reclutar a las jóvenes al movimiento, considerándose “dinosaurios”, una metáfora empleada no solo por su edad, sino también por su riesgo de extinción (Borland, 2014). Las jóvenes manifestaron incomodidad con las jerarquías generacionales en las organizaciones feministas (Markowitz & Tice, 2002) y, además, con la falta de comprensión, “generosidad”, y reconocimiento que interfería con la genealogía del feminismo (Borland, 2014, p. 98). Incluso las feministas de mayor trayectoria desconocieron el papel de las generaciones intermedias en socializar a las jóvenes y motivarlas a participar.

Así las cosas, ¿por qué las jóvenes se incorporaron a la protesta Ni Una Menos, ya que las marchas feministas precedentes nunca habían sido tan numerosas? El argumento desarrollado a continuación muestra que esta generación participó masivamente y con identidad propia gracias a una convocatoria de protesta social creativa por su marco expresivo y performativo, a lo que sumó una trama organizativa feminista preexistente que habilitó canales de participación y que ya venía generando sensibilidad social respecto de la desigualdad de género, a la que llamaremos infraestructura social feminista.

Infraestructura social feminista y encuadre cultural de Ni Una Menos

No desconocemos el papel del sentido de indignación moral como motivación para las protestas masivas y los repudios sociales (Gravante & Poma, 2019). En efecto, los feminicidios de adolescentes habían causado una conmoción generalizada. Pero la traducción de esta indignación en una protesta coordinada en el espacio público implicó que se activaran condiciones organizativas previas y que la convocatoria hiciera de la indignación moral una presencia pública activa.

Infraestructura social feminista: espacios históricos, mediadoras y pares

Retomando el concepto de disponibilidad estructural, las jóvenes que participaron de la marcha de 2015 estaban conectadas con múltiples espacios microsociales y grupos informales donde venían circulando ideas de igualdad de género. Estos espacios y redes -muchos de ellos de larga data y otros más próximos al ser conformados por generaciones intermedias y pares- produjeron nuevas sensibilidades feministas como condición habilitante para ocupar el espacio público de forma masiva. Según las entrevistas, la mayoría de las jóvenes consultadas estaban participando en alguna red u organización al momento de la convocatoria de NUM. Solo cuatro de ellas (de 31) no contaban con una inserción en grupos u organizaciones, pero concurrieron con sus familias y amigas.4

Tabla 1 Inserción de las jóvenes consultadas al momento del primer NUM 

Sitio de inserción al momento de NUM Total
Universidades y escuela secundaria (incluye participación en los centros de estudiantes y cátedras
de estudios de género)
12
Colectivos sociales (incluyendo la Campaña por el Derecho al Aborto, colectivos del feminismo popular,
grupos feministas y movimientos por la justicia social)
8
Partidos políticos 7
Círculos de amistad y familiares (sin inserción específica) 4

Fuente: Elaboración propia.

Varias de las jóvenes consultadas manifestaron haber participado en los Encuentros Nacionales de Mujeres antes del primer NUM. Los Encuentros son espacios que vienen desarrollándose desde 1986 y constituyen una experiencia distintiva de Argentina. Consisten en convocatorias abiertas que reúnen a las mujeres, una vez por año, para reflexionar sobre distintos temas por su condición y posición social (Masson, 2007; Alma & Lorenzo, 2013). Son, además, instancias prefigurativas, en tanto “lugar inspirador para el aprendizaje, el intercambio y el apoyo” y se organizan horizontalmente sobre una base no partidaria, incorporan a las participantes en talleres y actividades culturales, y concluyen con una marcha en la localidad donde se realizan (Friedman, 2017, p. 133).

Las jóvenes señalaron haber encontrado en los Encuentros un lugar para desarrollar sus identidades feministas. Una expresaba que “no podemos pensar en el movimiento de mujeres sin los Encuentros que han sucedido durante 35 años y nos hacen discutir, durante al menos un fin de semana en Argentina, lo que las mujeres necesitamos” (Cátedra de género universitaria, 18 años).5 Otra joven comentó que fue en un Encuentro “donde todo comenzó” y allí experimentó su primera acción colectiva, marchando con amigas, confrontando a grupos conservadores que salieron al cruce, con el omnipresente gran tambor o “bombo” característico de las protestas argentinas. En estos espacios habrían aprendido que “lo que está podrido es […] el sistema capitalista heterosexual, así con todo lo que eso implica” (Movimiento estudiantil, 18 años). Además, allí compartieron una “sensación de identidad, de grupalidad, de colectivo” (Colectivo del feminismo popular, 28 años). De hecho, un año antes de NUM, en 2014, el Encuentro había reunido a 37 500 participantes, lo que representaba un incremento de 87% respecto del año anterior (20 000 mujeres en 2013) (Alcaraz & Paz Frontera, 2018; Santoro, 2019).

Las jóvenes también expresaron haber llegado al NUM por su inserción en espacios feministas que fueron articulados por una generación intermedia posicionada en sitios estratégicos. Este grupo de mediadoras, en tanto actoras que vinculan a grupos sociales y personas no conectadas entre sí, fue protagónico en la creación de condiciones contextuales para la incorporación de las jóvenes (Sutton, 2020). Varias entrevistadas relataron su interacción con feministas en las universidades y escuelas secundarias, así como también en movimientos sociales y sindicales.

En la evidencia recabada, se destaca el papel de las profesoras y los grupos de estudios de género de las universidades en la promoción de una sensibilidad feminista y, en particular, en su motivación para participar en NUM:

El Núcleo de Estudios de Género existía antes de empezar y la Facultad está muy politizada, no me gusta la palabra, pero es una universidad que tiene mucho activismo, que está muy movilizada... siempre hay intervenciones o convocan a una marcha; hace un par de marchas la universidad marchó con una pancarta, marché con ellos (Militante de partido político, 17 años).

Los lugares para la investigación o el aprendizaje feminista... son espacios de intercambio que siento que realmente necesito y que me hacen bien, y también son intelectualmente gratificantes (Estudiante universitaria, 19 años).

El efecto generativo de la labor de educación e investigación por parte de profesoras e investigadoras sobre las jóvenes no es de sorprender. En Argentina, los estudios de género en las universidades públicas registraron una acelerada expansión desde mediados de la primera década de los 2000, lo cual instaló la agenda feminista en los sistemas educativos y científicos (Barrancos, 2013). De hecho, antes de la marcha NUM de 2015, ya estaba conformada una red interuniversitaria en contra de las violencias de géneros (Vázquez Laba & Rugna, 2017), la cual había cobrado fuerza a la luz de la “Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres” (Ley 26.486) de 2009. Esta normativa facilitó que, para 2014, algunas casas de estudio contaran con protocolos y programas específicos para el abordaje de la violencia, y realizaran acciones de difusión en las aulas. Al momento de la convocatoria de la primera marcha NUM en 2015, estos grupos universitarios instaron a concurrir de forma colectiva, invitando a lugares de encuentro para marcar presencia institucional. Varias universidades se adhirieron formalmente, invitando a participar.

En otro orden de redes, las jóvenes señalaron la relevancia de las mujeres organizadas de sectores populares quienes, en su opinión, proveyeron redes de inspiración y convocatoria. El denominado feminismo popular fue una fuente de atracción para las jóvenes de sectores urbanos empobrecidos y también para las jóvenes progresistas (Di Marco, 2011; Tabbush & Caminotti, 2015). Estas organizaciones cumplieron un papel relevante en motivar la participación, como ilustra una entrevistada de Feministas al Oeste, un grupo emblemático del feminismo proveniente de sectores urbanos empobrecidos:

Como colectivo, como militantes Feministas del Oeste era importante ir. […] Más allá de la militancia, que ya veníamos haciendo actividades, el Ni Una Menos centralizó a mujeres y adolescentes que se indignaron. Yo en particular fui con dos amigas; una sí era militante, pero la otra no tenía nada que ver con la militancia y estaba muy movilizada por los casos de femicidio. Fui con ellas dos y al llegar allá me encontré con mis compañeras de militancia (Colectivo del feminismo popular, 22 años).

El feminismo popular puede rastrearse en los albores de la primera década de los 2000, con la aguda crisis social de Argentina en esos años. Esta expansión del feminismo surgió de los movimientos sociales de trabajadores desocupados o piqueteros que, desde entonces, han desplegado una sostenida capacidad de movilización. Las mujeres de estos movimientos fueron articulando demandas relacionadas con sus derechos y comenzaron a visualizar sus problemas en tanto mujeres pobres y desocupadas (Borland & Sutton, 2007; Taft, 2011). Con el tiempo, adoptaron identidades feministas que, al trasladarlas a sus movimientos, posibilitó un activismo centrado en el género dentro de organizaciones mixtas (Longa, 2017). Estos enfoques se ramificaron a otros movimientos progresistas, incluyendo los sindicatos (Alvarez, 2014; Borland, 2014; Longa, 2017). Una joven del movimiento de desocupados Frente Popular Darío Santillán recoró cómo se gestó la adhesión a la marcha:

Tengo el recuerdo de esa sensación de que no dábamos abasto, todos los días mataban una piba y empezaba a tomar cuerpo colectivo un mayor hartazgo. También esa sensación de que cada vez eran más pibas las víctimas […] Tengo el recuerdo de una campaña muy fuerte que se hizo en la organización, que coincidió con la época en que empezamos a tomar las redes sociales como una forma de denuncia bastante potente y significativa y me parece que el Ni Una Menos en ese momento tuvo esa capacidad de masificarse también por tener todas esas herramientas para convocar a la juventud. Incluso fue muy fuerte dentro del espacio de juventud del Frente Darío Santillán (Colectivo del feminismo popular, 28 años).

Recapitulando, tanto desde la universidad, como desde los movimientos sociales populares, las jóvenes encontraron conexiones organizativas y personales con la protesta feminista gracias a otras generaciones que hicieron circular, durante al menos una década, mensajes emancipatorios desde los más diversos espacios sociales e institucionales.

Ahora bien, la disponibilidad estructural de las jóvenes no se agota en espacios heredados y redes construidas por predecesoras. Por el contrario, las jóvenes y particularmente las adolescentes llegaron al NUM con sus propias redes y grupos de pares:

Me enteré del primer Ni Una Menos por mis amigas, porque recuerdo que estaba viendo lo que estaba sucediendo en las redes sociales y vi que todo el mundo estaba publicando […] Vi que mis amigos iban, que tenían carteles y allí vi lo que estaba sucediendo y, después más tarde, lo vi en mi universidad (Militante de partido político, 17 años).

Algunas de estas redes se desarrollaron en el marco del movimiento estudiantil de los colegios secundarios, el cual tenía “un peso muy fuerte” antes de NUM, de acuerdo con las entrevistadas. En 2012, por ejemplo, las “tomas” en 29 escuelas de la ciudad de Buenos Aires habrían movilizado a 28 000 alumnos según fuentes periodísticas (Marroquín, 2012), y en 2015 se registró un nuevo ciclo de tomas. Cuando surgió la convocatoria al NUM, varias jóvenes ya estaban reclamando relaciones educativas más democráticas y educación sexual integral con perspectiva de género. Dado este contexto, las entrevistadas más jóvenes asociaron la masiva presencia masiva de NUM con la vitalidad del movimiento estudiantil:

El movimiento de la lucha de las mujeres […] se cruzaba con el movimiento estudiantil, que en los secundarios había tenido un peso muy fuerte, y además acompañaba al movimiento universitario. Entonces, en ese momento yo participaba mucho del Centro de Estudiantes de mi secundario y recuerdo que activamos un montón con mis compañeras e incluso con las profesoras, que armamos un lazo muy fuerte entre docentes y estudiantes por esta consigna de Ni Una Menos y también incluso sacándolo del aula y llevándolo a las calles (Movimiento estudiantil, 18 años).

En los centros de estudiantes circularon ampliamente las noticias respecto de los feminicidios de mujeres jóvenes, por lo que se constituyeron en espacios de difusión de la marcha, así como también de su preparación, como se relata a continuación:

Yo me enteré más que nada por la escuela a la que asistía. Yo formaba parte del Centro de Estudiantes y se empezaba a hablar de las marchas de Ni Una Menos. También me acuerdo de una noticia de una chica, creo que, en mayo de 2015, que había generado cierta indignación por parte de lo que hasta ese entonces no era un grupo definido, pero se estaba como empezando a conformar un colectivo y que estaban empezando a convocar para una marcha, que fue esa en el 2015 que es la que yo reconozco como la primera dentro de un colectivo (Militante de partido político, 16 años).

Los términos “compañeras” y “sororidad” abundan en las narrativas de las entrevistadas para referirse a las amigas con quienes compartieron fotos de Instagram y carteles de protesta hechos a mano, a otras estudiantes con quienes intercambiaron textos de teoría feminista, o a quienes participaron de las asambleas estudiantiles donde se preparó la protesta. Como reflexionó una entrevistada, “la realidad es que la forma en que me convertí en una activista feminista era porque estaba [en] un espacio de construcción activista con mis compañeras” (movimiento estudiantil, 18 años). Impulsadas por la empatía y la comprensión de que estaban en riesgo por su identidad de género, ya sea por experiencias personales o por la cobertura del asesinato de adolescentes, las jóvenes colaboraron activamente con la movilización: “El Centro de Estudiantes tenía un espacio feminista que recibía apoyo de la escuela [secundaria]; incluso para el Ni Una Menos pusieron colectivos para que pudiésemos ir, nos invitaron a participar, esas cosas me han marcado” (Movimiento estudiantil, 12 años).

Encuadre cultural de Ni Una Menos: política expresiva

Las interpretaciones y el vocabulario de motivos que invitan a la movilización y la protesta en el espacio público son aspectos fundamentales para el compromiso y la adhesión social (Jasper & Polletta, 2019). La convocatoria de NUM, una vez puesta en el ámbito mediático, implicó un proceso social de difusión y motivación, sin jerarquías ni controles centralizados, en sintonía con la política expresiva propia de la protesta juvenil.

Un primer aspecto que motivó a participar fue la propia consigna “Ni una Menos”. Derivada de la frase de la poeta mexicana y activista de derechos humanos Susana Chávez “Ni Una Menos, Ni Una Muerta Más”, en respuesta a los feminicidios de Ciudad Juárez (México), el giro del enunciado buscó posicionar la vida de las mujeres como valor social fundamental. Así, “Ni Una Menos” colocó un sujeto activo no revictimizado y con poder colectivo. Este sentido de sujeto activo era más afín a las demandas de las jóvenes respecto de su autonomía y realización personal, como recordó la organizadora de NUM previamente citada:

Ni Una Menos es “no me sacas una más”. Parece algo muy sutil, pero vivimos de esa sutileza... “Ni Una Más” es revictimizador, está contando a los muertos y contamos a los muertos, los recordamos, los llevamos con nosotros, los convertimos en una bandera; pero más que estar a la defensiva, estamos enojadas y queriendo producir nuestros propios significados, porque estamos juntas.

Asimismo, el hecho de que la convocatoria fuera de un grupo de cerca de veinte periodistas y artistas sin identificación partidaria fue atractivo para las jóvenes, quienes mostraban heterogeneidad ideológica o bien estaban desconectadas de los canales políticos tradicionales. Como recuerda una entrevistada:

Fuimos de manera particular, era autoconvocado. Incluso me acuerdo de amigas que eran apolíticas, que no se identificaban con ningún movimiento, que no habían ido a ninguna marcha, cruzárnoslas ahí ese día y había ido por la causa. “Basta de matarnos”, era ese el mensaje, llegamos hasta acá. Pero sí, era súper autoconvocado, sin agrupación, ni nada (Colectivo artístico, 21 años).

La estrategia de “enredarse” que ofreció NUM, es decir, de hacer conexiones y establecer redes como la forma preferida de reunirse y protestar, coincidió con las modalidades flexibles de participación. Las jóvenes entrevistadas manifestaron que no necesariamente se adhieren a colectivos discretos con límites rígidos. Por el contrario, expresaron que cambian de locus de la acción. La convocatoria, que utilizó y apeló al uso de redes difusas y fluidas, fue una oportunidad para que una nueva generación de activistas tomase el protagonismo:

En ese momento yo ya estaba en Marcha, que es un medio popular feminista […] Yo entré en 2014, había una sección de género […] Desde ese momento hablamos de feminismo popular, lo cual tuvo mucho que ver en nuestra cobertura del Ni Una Menos. Nos enteramos antes, en diálogo con las comunicadoras de los medios hegemónicos y construimos redes con ellas (Colectivo del feminismo popular, 24 años).

Importa enfatizar que las fronteras de la convocatoria fueron porosas ya que no hubo barreras para la apropiación de la consigna. Las periodistas y artistas, protagonistas de la convocatoria de NUM, recurrieron a un arsenal digital que permitió el entrelazamiento de estrategias dentro y fuera de línea (online y offline), en redes sociales de amplia llegada. Como sintetiza una joven, estos múltiples espacios sirvieron de canales de difusión y organización de la convocatoria:

Yo recibo la convocatoria siguiendo el Instagram del Ni Una Menos, siguiendo el Instagram de La Campaña del Aborto, pero también me llega la convocatoria por mi organización política y como estaba en el secundario, por las distintas coordinadoras de estudiantes que se armaban. Estaba medio empapada en ese mundo, no es que un día, de casualidad, me llegó la marcha y caí (Militante de partido político, 14 años).

Varias de las entrevistadas escucharon acerca del primer NUM en estas redes sociales, señalando que les resultó atractiva la posibilidad de que ellas mismas pudieran replicar el mensaje, agregándole contenido creativo propio:

[He oído hablar de] Ni Una Menos a través de las redes sociales, recuerdo que hubo difusión con el hashtag “#NiUnaMenos” y el llamado del 3 de junio, que fue la primera movilización; recuerdo que en la escuela secundaria armamos carteles para difundir el movimiento. Todo era muy redes sociales (Movimiento estudiantil, 17 años, entrevistada 1).

Los mensajes se fueron replicando y cambiando en la medida en que se difundían por Facebook, Twitter e Instagram. Cualquier persona o grupo podía adherirse y emplear las consignas y sus íconos invitando a la marcha, a partir de su propia producción comunicativa. En sintonía con un estilo juvenil de protesta, las redes sociales, más que una polea de transmisión, fueron espacios para la construcción colectiva de mensajes y repertorios de acción.

El empleo de las redes en la interacción micropolítica es una marca juvenil, con una comprensión matizada de cómo funcionan las diferentes plataformas, y qué plataforma debe utilizarse para qué “público objetivo” y con qué fin. Las jóvenes entrevistadas atestiguaron su trabajo en Instagram debido a su orientación visual, en Twitter por su velocidad, y en Facebook por los recursos informativos. Una de ellas explicó su combinación estratégica: “Twitter es más la noticia del momento, o es más ‘esta chica desaparece’”, con los hechos, y lo compartes. Pero en Instagram aparece la foto de la chica que ha desaparecido. Y en Facebook aparece la imagen, los hechos y otras cosas” (Sin afiliación específica, 20 años). Como evoca otra entrevistada: “A partir de 2015 o cuando el movimiento recién empezaba a surgir como Ni Una Menos, en Twitter había mucha movida de denunciar, y de salir a contestar y a levantarlo como con argumentos mucho más políticos, que quizás en Instagram subís muchas más fotos […] Como que cada red social la utilizó con un objetivo específico” (Movimiento estudiantil, 18 años). Así las cosas, las redes abonaron a la adhesión para sumarse a la marcha.

Las interacciones sociales macro y micro, digitales y presenciales, se retroalimentaron e intensificaron la protesta, como recordó una joven que estuvo involucrada en la convocatoria al Ni Una Menos:

Era como si las redes estuvieran al servicio de algo que tuviera que ver con la ocupación de la calle, para mí ese es el carácter distintivo de Ni Una Menos […] lo que pasa a través de la comunicación y las redes se apoya entonces en el cuerpo, en la calle, encuentros entre diferentes pibas; personas que nunca se habían movilizado, se movilizan, como si diera sentido al espacio público, a la marcha como herramienta (Colectivo feminista, 24 años).

En la misma línea, una joven universitaria recordó el trabajo organizativo que combinó las redes sociales con la labor radial y la persuasión personal, cara a cara:

Lo más importante eran las pasadas por los cursos. O sea, ir a un curso, golpear la puerta y pasar a invitar. Después el Instagram, las redes sociales […] Y después intervenir en la Facultad. Yo me acuerdo que hicimos una radio abierta dentro de la Facultad, salíamos a buscar a la gente, colgábamos carteles […] Pero con esto de pasar por los cursos, hacíamos que nos escuchen nuestros compañeros y compañeras (Cátedra de género universitaria, 18 años).

Como relatan en las entrevistas, las jóvenes encontraron atractivo el encuadre expresivo y artístico de la convocatoria. Para la marcha de 2015, el comité organizador había convocado a la presentación de alegorías para su difusión en medios virtuales (Castro, 2018). Se destaca “el siluetazo”, una conmemoración estética de las mujeres asesinadas o presas de redes de trata (Rovetto, 2015). Asimismo, el logo de NUM apelaba a la juventud, con colores fucsia y un dibujo artístico representando el trazo de un rostro femenino joven con la mano levantada y extendida hacia adelante, en señal de detenerse. Otro de los logos de la primera marcha fue el dibujo de una niña sosteniendo un juguete de peluche en una mano y, en la otra, el puño cerrado y levantado como muestra de protesta.

La preparación de la protesta dio paso a un proceso de creatividad colectiva donde convergieron diferentes expresiones culturales, generando formas de bricolaje que motivaron a las jóvenes. La posibilidad de involucrarse directamente en la elaboración y la distribución de mensajes resultó atrayente. Como recuerda una entrevistada:

Yo fui por primera vez en el 2015, cuando empezó todo, fui con el colegio [secundario] Rodolfo Walsh, con el Centro de Estudiantes. Me acuerdo que habíamos hecho carteles y todo para llevar, con distintas frases que creíamos representaba la situación y nos quedamos hasta que finalizó la marcha […] Caminamos en grupo llevando la bandera del Centro de Estudiantes y si bien, como algo más adolescente, cada uno estaba con su grupito de amigos, todos juntos caminábamos con carteles que decían alguna frase representativa. Yo tenía uno que decía algo así como “Yo decido con quién vestirme y con quién desvestirme”; cada uno había hecho su propio cartel (Movimiento estudiantil, 17 años, entrevistada 2).

De esta forma, la protesta de NUM resultó un ejemplo de creación de sentido y formación de identidad mediante procesos colectivos al compartirse en el espacio público diferentes formas de expresión subjetiva. Las participantes concurrieron con sus propios carteles escritos a mano, contando sus historias personales y denunciando una enorme gama de situaciones (Annunziata et al., 2016; Mcreynolds-Pérez & O’Brien, 2020). Las jóvenes fueron con carteles que aludían al hashtag o a la consigna, los grupos artísticos y musicales actuaban en las calles y aceras, y algunas mujeres semidesnudas habían pintado sus cuerpos. En palabras de una joven: “Viste que a las marchas ahora van con purpurina, o cantamos nuestras propias cosas o inventamos maneras de reconocernos, tal vez, dentro de una marcha: atamos una cinta alrededor de nuestros brazos, es como algo más similar a un ritual” (Militante de partido político, 16 años).

Como elemento final que atrajo la orientación prefigurativa de las jóvenes a la protesta, NUM se centró en la denuncia del feminicidio, un asunto que involucra la política corporal y la libertad y elección sexual. Las marchas siguientes de NUM articularon diversas intersecciones de desigualdades y discriminación, relacionando feminicidios con las condiciones económicas del país:

Lo bueno es que en 2015 planteamos un piso que después se politizó, se mezcló, se complejizó, aparecieron ideas e imágenes que hicieron explotar […] A partir de ahí un pequeño grupo que éramos ocho quedamos como necesitando hacer otra cosa, hasta que logramos encontrar otras ideas: trabajamos la idea del paro, abrimos asambleas que los primeros dos años fueron increíbles, no permitíamos filmaciones porque entendíamos que la única forma de vivir eso era con el cuerpo. Esa complejización se vio en las consignas, primero era “Vivas Nos Queremos”, después era “Vivas y Libres Nos Queremos”, después era “Vivas, Libres y Desendeudadas Nos Queremos”. Le sumamos capas y juntas, fue una potencia política, todo eso en espacio de asamblea (Colectivo feminista, 24 años).

En este marco de sentido, el proyecto de vida libre de violencia de género implica la emancipación de todas las formas de necesidad, ancladas en determinaciones relacionadas con el sexo, las condiciones objetivas de vida, y las convenciones sociales. Este bricolaje de significados fue atractivo, según relatan las jóvenes entrevistadas, para quienes las demandas deben ser interseccionales y abordar múltiples dimensiones de opresión. Por ejemplo, varias de las jóvenes, con identidades feministas y transfeministas, argumentaron la necesidad de erradicar distintas manifestaciones de la violencia de género, comprendiendo también las que sufren las personas trans. Así las cosas, NUM continuó siendo atractivo para las jóvenes al denunciar “alienaciones genéricas” (Boltanski & Chiapello, 2005).

Conclusiones

La presencia de las jóvenes en la marcha NUM tiene un capítulo propio en la historia del feminismo argentino, lo cual pone de relevancia la conformación de una nueva unidad generacional en la protesta por los derechos de las mujeres y la igualdad de género. Las jóvenes irrumpieron en el espacio público con nuevos significados e innovaciones en el repertorio de protesta, con manifestaciones de la política expresiva propia de la juventud. Así las cosas, el feminismo joven se instaló como un sujeto político privilegiado para los años venideros. A partir de entonces, como Sutton (2020) identifica en el caso de las protestas del aborto argentino, la energía de las pibas sostiene el movimiento feminista, con sus acciones callejeras y otras prácticas festivas centradas en el cuerpo para encarnar físicamente las demandas de libertad y autonomía.

Reconociendo que los eventos que inspiran sentimientos de empatía y enojo producen una identificación que convoca a las calles, el aluvión de jóvenes en el espacio público en contra del feminicidio no surgió en el vacío. Al utilizar teorías existentes sobre la protesta juvenil y feminista y extenderlas para la comprensión de los canales de participación y las motivaciones de las jóvenes, este artículo contribuye a la literatura especializada resaltando la confluencia de factores relacionales y culturales que hicieron posible la presencia masiva de una generación de mujeres jóvenes y muy jóvenes.

En primer lugar, este caso subraya la importancia de la disponibilidad estructural, al tiempo que enfatiza su construcción a través de generaciones, y no solamente entre una generación. La preexistente infraestructura social feminista dio sus frutos dado un tipping point, es decir, cuando se produjo un evento de amplia conmoción social que pudo ser interpretado en términos convocantes para la juventud. Estas condiciones permitieron canalizar una sensibilidad feminista latente, formada al calor de una serie de redes y espacios de discusión que abonaron a la disponibilidad estructural de las jóvenes. Esta infraestructura, basada en espacios colectivos de larga data y otros conformados por generaciones intermedias, fueron una condición necesaria para una presencia de escala masiva. A la disponibilidad estructural construida por generaciones precedentes se suma el peso de los pares en la conformación de identidades colectivas y de las propias redes juveniles como entornos generativos y favorables para la protesta social. Es necesario continuar con mayor investigación para comprender el impacto de movilización a través de las redes sociales y la disponibilidad estructural de las personas jóvenes para la protesta feminista más allá de Argentina.

Sin embargo, como se mostró, fue necesaria una protesta suficientemente creativa en su lenguaje y convocatoria para catapultar esta sensibilidad a las calles. Subrayando la importancia de la política expresiva, vimos que los términos culturales de NUM fueron atractivos porque los mensajes ofrecieron grados de libertad para su adaptación y transformación, según las experiencias y puntos de vista de las jóvenes. En tanto la convocatoria implicó un proceso de organización fluida, las nuevas generaciones se volvieron protagonistas, desarrollando sus propias prácticas políticas. A su vez, la apropiación cultural a través de medios digitales donde las jóvenes desplegaron sus destrezas fue un canal adicional para abonar a su sentido de pertenencia y activismo. Esto redundó en repertorios de acción centrados en el cuerpo, la calle y la emocionalidad de la experiencia personal, con una política expresiva en el centro de la protesta. La investigación sugiere que la acción pública en conjunto con pares constituye una forma poderosa de desarrollar la pertenencia al movimiento feminista, en particular cuando la experiencia fomenta un sentido de solidaridad generacional. Una nueva unidad generacional respondió a una cultura de movimiento abierta a sus deseos y acciones prefigurativas.

Por cierto, Argentina es una sociedad singular por su comportamiento político en clave de protesta, propicio para la movilización social (Bohigues & Sendra, 2022). La presencia masiva de una unidad generacional nueva en NUM ocurrió en un entorno nacional cuyos desarrollos políticos y estructuras organizativas proporcionaron un terreno fértil para la protesta, haciendo de la manifestación callejera parte de la tradición por la ampliación de derechos en la política contemporánea. Esto podrá variar en otros contextos nacionales, por lo cual el papel de las redes y la infraestructura feminista y los términos culturales atractivos para las jóvenes serán heterogéneos y estarán mediados por las condiciones del entorno político. Esto abre una agenda de investigación que compare la legitimidad e intensidad de la movilización social con la protesta juvenil en la región, ya que en algunos países estas protestas derivaron en la expansión del movimiento feminista, como en Argentina o Chile, pero no ha sido así en otros, como Perú (Rousseau et al., 2022).

Finalmente, esta nueva generación, en ocasiones, ha sido considerada poco comprometida con la participación política más tradicional -utilizando los canales partidarios y sindicales-. Sin embargo, las últimas dos décadas son testigo de nuevas culturas políticas juveniles que muestran una “ciudadanía comprometida”, desarrollada por fuera de las instituciones formales clásicas para promover formas más radicales de justicia social. Al cerrarse una década de levantamiento juvenil global encendida por la Primavera Árabe, la cuestión de por qué y con qué impacto las juventudes adhieren a movilizaciones masivas merece un tratamiento más profundo. Los movimientos progresistas de masas del futuro podrían basarse no solo en la construcción de pilares abiertos para educar a las próximas generaciones de activistas, sino en la atención directa a una política cultural que incorpore sus preferencias mediante oportunidades descentralizadas, performativas, diversas y mejoradas digitalmente para generar significado e impacto social.

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1Glitter es un producto del tipo purpurina, de color brillante, que se utiliza para pintar el cuerpo y la cara.

2Dada la relevancia generacional en el análisis, los extractos de entrevista provistos en este artículo consignan la edad de las jóvenes, así como también su red o espacio de pertenencia al momento del primer NUM.

3Este grupo de estudiantes, seleccionado mediante un proceso competitivo, recibió formación cualitativa específica y retroalimentación sobre la relación y el encuadre de las preguntas. También se le brindó insumos en la interpretación del material de la entrevista, lo cual dio mayor validez a la codificación del material.

4Si bien se reconoce un potencial sesgo de inserción en el activismo universitario porque muchas entrevistadas fueron identificadas por su vinculación con la educación superior, resulta llamativo que al año 2015 su canal de acceso al feminismo fueran las escuelas secundarias o bien las propias universidades, dado que las mujeres con educación y de clase media circulan por varios sitios sociales e institucionales. Esto sugiere que son instituciones para la socialización feminista con un peso significativo, en sintonía con la discusión de la sección teórica.

5La Campaña por el Aborto Libre, Legal y Seguro, que reúne tanto a feministas de larga trayectoria y a jóvenes, nació al calor de los Encuentros Nacionales de Rosario (2003) y Mendoza (2004).

Recibido: 10 de Octubre de 2020; Aprobado: 02 de Septiembre de 2022

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