Al hacer transparente el material de los fundamentos globalmente dispuestos de nuestro modo de vida y trabajo, Brand y Wissen nos ofrecen una importante contribución (declarada desde hace tiempo) para comprender las múltiples crisis actuales. Construyendo desde la base investigativa de la transformación socioambiental, los autores describen la “no-sustentabilidad” como una situación pragmática que mayormente ocurre de forma inconsciente. Los teléfonos móviles se adquieren sin querer herir a los jóvenes trabajadores de la minería en el Congo; la carne se consume sin pretender que la soya genéticamente modificada se adueñe de las tierras fértiles de Suramérica. Los productos adquiridos en el supermercado se encuentran ocultos por un velo; su historia de producción, la explotación de la naturaleza y los seres humanos quedan invisibles. Mientras la mayoría de la gente en Europa Occidental -en términos de poder adquisitivo, e incluso niveles educativos y expectativas de vida- viven mucho mejor que sus abuelos, el auge de los países emergentes generaliza parcialmente dicho modo de vida acelerando así los problemas ambientales; de los 65 millones de autos producidos en 2015, más de 21 se fabricaron en China.
Brand y Wissen insisten en que este modo de vida no puede generalizarse, y que, por tanto, no existe en tales circunstancias manera alguna de que la escasez de recursos sea resuelto pacíficamente. La consecuencia la constituyen formas políticas autoritarias y reaccionarias. Pareciera como si los estándares de producción y consumo imperantes solo pueden “mantenerse a costa de una mayor violencia, destrucción ambiental y sufrimiento humano” (p. 44). Ello designa la referencia normativa de sus críticas: un modo de vida solidario que permita a todos los seres humanos a tener una vida agradable y segura “sin externalizar sus condiciones o consecuencias negativas, sin explotar a otras personas y sin destruir sus propios fundamentos” (pp. 212-213).
Sin embargo, el modo de vida imperial no puede evitarlo porque sus estándares de producción, distribución y consumo “están profundamente arraigados en las estructuras y prácticas políticas, económicas y culturales en la cotidianidad de la población del Norte global y cada vez más también de los países emergentes del Sur global” (pp. 74-75). Por más acertada y pertinente que sea esta crítica ambientalista, el hecho es que lo atractivo de este estilo de vida y las bases de su prolongada legitimidad se ubican en un área distinta, en apariencia desvinculada de las relaciones sociedad-naturaleza. El derecho individual a la libertad, cuyo valor es obvio de nuevo, en especial durante su actual desmantelamiento en países como Hungría, Turquía o Rusia, no se menciona. Estos aspectos de la vida occidental dominan el debate público y marginalizan la crítica ambientalista. Brand y Wissen, por el contrario, nos recuerdan que este modo de vida libertario se entrelaza con una política neocolonial, lo cual permite que el Norte global se apropie excesivamente de los recursos y riqueza del planeta.
Brand y Wissen develan los mecanismos que conectan las estructuras y las acciones, las formas de producción y de vida, y muestran cómo el modo de vida imperial crea las desigualdades materiales en su sentido de acceso al dinero y a los recursos. Casi todas las personas en el Norte global -es decir, vistas globalmente- son “beneficiarias”, porque, a pesar del estancamiento de sus salarios, pueden seguir llevando una vida materialmente buena usando productos baratos y comprando a crédito. En el Norte global, además, existen desventajas de este modo de vida que surge desde la marginalización, la creciente desigualdad, el autoritarismo, y la permanente competencia por el estatus. Aquí sería de ayuda profundizar en las observaciones de Frigga Haug (2008, 239-248) en relación a las mujeres en Frauen: Opfer oder Täter (Mujeres: Víctimas o perpetradoras). En la década de 1980, Haug insistía en que las mujeres no solo eran víctimas, sino que contribuían a su propia opresión. De forma similar, la gente del Norte global no solo es perpetradora privilegiada, sino que también es víctima del orden económico y social que alienta la competencia y la exclusión. El modo de vida imperial “es al mismo tiempo necesidad y promesa, obligación y requisito de la vida y de la participación social” (p. 86).
Las políticas que se recomiendan para lograr un “modo de vida solidario” deben conducirse con más sistematicidad por estas observaciones. Comprender la dialéctica perpetrador-víctima resulta en el tipo de empatía que hizo de El Retorno al Reims de Didier Eribon (2016) un tremendo éxito. Y tal empatía por las inquietudes de las personas ubicadas muy por encima del promedio en la escala global, pero cada vez más inestables en sus esferas de vida, sería necesaria para aquella izquierda que busca transformaciones, si es que se considerara un proyecto hegemónico seriamente.
Brand y Wissen nos ofrecen una contribución notable para comprender los retos y contradicciones de la actual situación político-económica. Sin embargo, hay fenómenos recientes que requieren de mayor análisis. En primer lugar, está el crecimiento de una nueva derecha reaccionaria, antisocialista, antiliberal y anticientífica, que se basa en un hiperindividualismo antiinstitucional y antimoderno (Blühdorn, 2019, 2022; Fraser & Jaeggi, 2018). Teniendo en Bolsonaro su expresión más poderosa, esta derecha utiliza el discurso emancipador para ignorar el cambio climático y desmantelar los fundamentos de una civilización igualitaria, que no se limita a, sino que incluye, los derechos humanos y la democracia liberal (Novy, 2022). En segundo lugar, aunque las desigualdades entre las naciones siguen siendo elevadas, se están produciendo profundos cambios geoeconómicos con el ascenso del Sur global, acompañados de crecientes desigualdades internas (Milanovic, 2016). Estos nuevos actores del Sur global, especialmente China, proponen un modelo económico aparentemente exitoso con un modo de vida no sustentable, pero sin los valores liberales de Occidente. Así, una política que quiera superar el modo de vida imperial se enfrenta a nuevos retos.