Los humanos somos seres vulnerables y corporalmente frágiles, estamos expuestos a múltiples agresiones provenientes del medio ambiente, de otras personas, y hasta de nosotros mismos. La enfermedad acecha, y la muerte también. A lo largo de nuestra vida necesitaremos, en diferente grado y por distintas circunstancias, que otros cuiden de nosotros, atiendan nuestras necesidades, nos protejan de males, y nos ayuden a recuperar en lo posible un estado de salud y bienestar. En algunas ocasiones, más numerosas para unos que para otros, nuestro cuidado estará bajo la responsabilidad de profesionales de la salud, los cuales, como dice Margarita Boladeras , “llevan a cabo una de las tareas más necesarias para la supervivencia y el desarrollo de la humanidad” (p. 13).
Ahora bien, el cuidado realizado por los profesionales de la salud ha ido cambiando a lo largo del tiempo, así como su relación con los pacientes. Un factor primordial que debemos considerar para comprender este cambio lo constituye la progresiva tecnificación de la medicina. Parece que el desarrollo biotecnológico es un arma de doble filo; por un lado, ha contribuido al diagnóstico, el tratamiento y la cura de numerosas enfermedades, y por otro, ha favorecido el cuidado deficiente de los pacientes, como si el avance de la tecnología y su aplicación generalizada a la población hubiera hecho que se olvidaran los aspectos más humanos del cuidado. ¿Es esto cierto?, ¿cómo es que la tecnología médica puede tener estos efectos contradictorios?, ¿se puede continuar el progreso tecnológico sin que eso signifique sacrificar la humanización de la asistencia?
El libro que coordina Margarita Boladeras , profesora de la Universidad de Barcelona, nos brinda la posibilidad de escuchar múltiples voces especialistas en el tema para reflexionar en torno a lo que significa cuidar de otros y a la relación que puede existir, o no, entre la tecnificación de la medicina y la deshumanización del cuidado. Como se puede intuir, son temas que nos competen a todos, ya sea como pacientes que hemos sido o seremos, como familiares de pacientes, como profesionales de la salud, como sociólogos, filósofos o bioeticistas.
Bioética del cuidar reúne 21 textos, en los cuales más de treinta académicos y profesionales españoles y franceses nos comparten sus rigurosas reflexiones en torno a la pregunta: ¿qué significa humanizar la asistencia? Entre ellos destacan autores que llevan muchos años trabajando académica y profesionalmente en la bioética. Estas reflexiones se generaron en torno al IV Congreso Internacional de Bioética, llevado a cabo en noviembre del 2013 en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona. El congreso estuvo organizado por la Red de Investigación Bioética (REDIB) y los grupos de investigación en “Ética y Filosofía Contemporánea” y “Maternidad, Tecnología y Relación Asistencial”. El objetivo del congreso, nos dice Boladeras, fue reflexionar en torno a las prácticas del cuidar.
Desde la lectura del índice llama la atención la diversidad temática de los escritos que reúne el libro y la pluralidad de profesiones de sus autores. Los textos están escritos por investigadores con formación académica en medicina, enfermería, filosofía, psicología, sociología, bioética, antropología, trabajo social, etc. Como es de esperarse, sus escritos reflexionan en torno a la pregunta que los convoca -¿qué significa humanizar la asistencia?- desde muy distintos lugares: la práctica médica, el trabajo de enfermería, el activismo social, la experiencia adquirida en unidades de cuidado intensivo, el trabajo en grandes hospitales, analizando la conflictividad ética en el ámbito clínico, o bien en el análisis de una obra literaria, o incluso hasta reflexionando en torno a las relaciones humanas en el sistema penitenciario.
El recorrido al que nos invita el libro comienza remontándonos a finales del siglo XVIII, mostrándonos que el cuidado en la asistencia sanitaria es una cuestión de larga data y a la vez un tema de gran relevancia actual. Anne Fagot-Largeault, una muy destacada médica-filósofa del Collège de France, nos asoma brevemente a las condiciones en las que se encontraban los “locos” de ese tiempo, y los intentos realizados para cuidar mejor de ellos, para humanizar su asistencia se diría ahora. El loco no es sólo su locura, no lo fue en el siglo XVIII ni lo es en la actualidad. Desde experiencias muy distintas, los investigadores parecen haber arribado a una idea compartida, la idea de que humanizar los cuidados consiste precisamente en eso, en no definir al loco por su locura, en no reducir el enfermo a su enfermedad. Humanizar la asistencia es tratar al enfermo como una persona humana, “como alguien que tiene un fin en sí mismo y que merece respeto” (p. 26).
La humanización en medicina, nos dicen Sofía Malagón Gutiérrez y Michelle Piperberg, “es el reconocimiento y respeto del paciente en tanto que persona, un encuentro entre enfermo y sanitario guiado por la ‘humanidad’ de ambos, por oposición a lo que supondría una relación ‘cosificante’, es decir, aquella en la cual el paciente queda reducido a una cosa, un objeto, un cuerpo, una patología” (p. 113).
Ahora bien, cabe preguntarse: ¿cuál es el vínculo entre la creciente tecnificación de la medicina y la cosificación de las personas? Los autores del libro nos comparten sus meditaciones sobre el nexo entre la tecnificación y el descuido de los pacientes, sobre si la tecnología en sí misma constituye el antónimo de la humanización. Margarita Boladeras nos dice que “la alta tecnificación de la medicina ha decantado todos los esfuerzos de los profesionales hacia la competencia científica, la innovación tecnológica, los conocimientos de ‘experto’, en detrimento de la atención personalizada a los enfermos y a sus necesidades psicológicas y de relación humana. Se ha centrado la atención en las enfermedades y no en las personas” (p. 46).
El libro nos enfrenta con un hecho que parece perderse de vista con peligrosa facilidad: que un enfermo es una persona, y que una persona es “un cosmos único” y “no sólo un organismo que pueda ponerse delante a modo de objeto” (p. 40). Los investigadores nos alertan sobre el hecho de que no mirar al enfermo como persona nos puede conducir en línea recta hacia su cosificación, su descuido, su maltrato. Nos recuerdan que para ser capaces de cuidar bien de otros no debemos olvidar que lo que expresa un paciente “cuando llora, grita, calla, exuda, se inflama, se consume, se ulcera, o sangra. . . , es sufrimiento, y este sufrimiento humano trasciende la esfera puramente física” (p. 126).
La idea de tratar al paciente como persona aparenta sencillez, pero el libro deja claro cuán difícil es llevarla a la práctica al señalarnos un hecho contundente: los profesionales sanitarios han des-cuidado a las personas y su relación con ellas, los han maltratado, de una u otra manera, en mayor o menor medida, quizá como consecuencia de la masificación institucionalizada y tecnificada de la práctica médica. Cuidar no es tarea fácil, implica tiempo y esfuerzo; para ello se requiere cultivar cualidades, educar las emociones, practicar virtudes, aprender habilidades de comunicación, saber escuchar, estar abierto al diálogo. Los distintos capítulos del libro nos van ayudando a comprender, de manera implícita o explícita, en qué consisten las virtudes o cualidades de un buen cuidador, de un cuidador que podríamos llamar universal.
A lo largo del libro, los autores van articulando su experiencia con distintas teorías éticas y bioéticas, destacan el principialismo, la ética del deber, la ética de la virtud, y la ética narrativa. Los cuatro principios clásicos de la bioética son particularmente pertinentes en sus reflexiones: la no maleficencia, la beneficencia, el respeto a la autonomía y la justicia. De éstos, el principio del respeto a la autonomía cobra particular relevancia, por situarse en el centro de una buena relación -una relación cuidada- entre médicos y pacientes, y ser un elemento clave de la humanización de la asistencia. Bioética del cuidar nos conduce finalmente a una reflexión sobre los objetivos propios de la medicina y sobre cómo debería ser la formación de los profesionales de la salud. En el fondo de las reflexiones late la pegunta de si la medicina que se ejerce hoy se sigue basando “esencialmente en tratar a y con personas” (p. 114).
Como puede verse, a lo largo del libro se distinguen cuatro ejes principales de reflexión que se van implicando uno al otro conforme avanzan las páginas. Un primer eje lo constituye la pregunta acerca de qué significa humanizar la asistencia y qué implica saber cuidar de otros. Un segundo eje nos conduce a reflexionar en torno a la relación entre la tecnificación de la medicina y la deshumanización de la atención sanitaria. El tercero versa sobre la relación entre médicos y pacientes, y sobre los fines de la medicina, sobre curar y cuidar. Y un cuarto eje se ocupa de la docencia, de qué se debería enseñar a los profesionales de la salud, cuál es el papel de la bioética, de la ética, y de las virtudes durante su formación.
La compilación de Margarita Boladeras nos ayuda a conocer numerosos ámbitos en los que saber cuidar de otros resulta en extremo relevante y bastante difícil. Las múltiples voces y experiencias de los expertos que ahí han escrito nos ayudan a colocarnos en distintos lugares, para desde ahí intentar comprender, y sentir, qué implica cuidar y ser cuidado, y qué significa humanizar la asistencia. Leer Bioética del cuidar nos coloca en el lugar de una persona enferma, de un médico, de un voluntario asistencial, de una madre que pare y de un activista de alguna organización social; nos transporta a una unidad de cuidados intensivos, nos pone en el lugar de un psiquiatra y también de su paciente; somos a la vez un prisionero y el guardia que lo vigila. El libro es una invitación constante a ver al otro; es un llamado a la hospitalidad, a acoger al extraño y vulnerable.1