En el Perú, la proclamación de la Independencia el 28 de julio de 1821, ocurrida en la ciudad de Lima, ha quedado petrificada en la memoria histórica como una transición pacífica del periodo virreinal al republicano. Sin embargo, este hecho sólo fue posible debido al asedio militar impuesto sobre la capital peruana por las fuerzas patriotas lideradas por el general José de San Martín. El bloqueo patriota, marítimo y terrestre, desde fines de 1820 hasta mediados de 1821, convirtió a la ciudad más poderosa y lujosa del imperio español en Sudamérica en una ciudad hambrienta y moribunda, ya que las armas de la patria optaron por recurrir al hambre como estrategia de guerra. Como bien lo subrayó el patriota e intelectual limeño testigo del sitio, Francisco Javier Mariátegui, "San Martín y su ejército debieron sólo al hambre que el virrey saliese de Lima".1 El ejército sitiado dirigido por el virrey la Serna no capituló. Después de entablar negociaciones con las fuerzas sitiadoras lograron evacuar la ciudad, y así evitaron perecer de hambre. Luego de diez meses de asedio, la patria ingresó a una ciudad hambrienta y se produjo la proclamación de la independencia del Perú, en julio de 1821.
Este artículo plantea la transición traumática experimentada en Lima durante 1821.2 El cerco militar vivido en la capital del virreinato peruano significó una coyuntura dramática de crisis urbana. La agresiva movilización militar generó una atmósfera de miedo constante, crisis agrícola, hambre, enfermedad y muerte. En especial, este trabajo examina la experiencia sensorial y emocional del hambre sufrida en la ciudad de Lima a consecuencia del asedio patriota, haciendo especial incidencia en las cartas y memorias de civiles y militares. Con el sitio contra Lima, corazón contrarrevolucionario de Sudamérica, se inició la demolición del imperio español en esta parte del continente. En la ciudad de Lima no se produjo una batalla entre los ejércitos patriota y realista. Esta ausencia olvidó el sufrimiento humano causado por el hambre y las emociones negativas como el miedo a morir por inanición. El hambre hizo posible el control de la capital peruana por parte de los independentistas.
Este trabajo está divido en cuatro secciones. La introducción presenta los lineamientos historiográficos sobre la experiencia sensorial y emocional en ciudades sitiadas, así como la pertinencia metodológica de utilizar cartas y memorias en el análisis de los testimonios de la población sitiada. La primera sección explica la estrategia insurgente de estrangulamiento de la ciudad y la politización del hambre. El asedio contra Lima implicó una batalla por la opinión pública y el enfrentamiento político entre el cabildo y el virrey. La segunda sección analiza las cartas interceptadas por los sitiadores y las comunicaciones redactadas por el clérigo e intelectual testigo directo del sitio, Francisco Javier Luna Pizarro. Estas misivas escritas durante los meses del sitio enfatizan el sufrimiento ante la carestía y la mala calidad de productos alimenticios básicos como el pan y la carne, además del miedo a morir por inanición y a una muerte masiva. En seguida, la tercera sección examina la experiencia multisensorial y emocional del hambre expresada desde la sensibilidad del saber médico de José Manuel Valdés, cuya memoria registró el crudo sabor de la guerra. En el último acápite se aborda el hambre representada en la poesía, el teatro y los periódicos, difundida con el advenimiento de la patria a la capital peruana. De forma transversal en todas las secciones se comprueba el inmenso valor político, simbólico, sensorial y emocional del pan. En la escritura de las secciones referidas se han compulsado las cartas y memorias de los civiles sitiados con las Actas del cabildo limeño de 1821; las relaciones de viajeros; las memorias, los diarios y las cartas de los militares sitiadores; así como periódicos e impresos con la finalidad de capturar y contextualizar el drama humano de la guerra, las sensaciones y emociones vinculadas a la experiencia del hambre.
Introducción
Este trabajo sigue la perspectiva teórica y metodológica promovida por el historiador Mark Smith, uno de los más conspicuos representantes en Estados Unidos de la historia sensorial y emocional. En su libro The Smell of Battle, the Taste of Siege: A Sensory History of the Civil War,3 el autor propone un modelo de examen multisensorial de la guerra civil norteamericana, identificando los sentidos como comunicadores de conocimiento y expresiones de poder e identidad. El autor destaca el sufrimiento de la población causado por la guerra, al provocar el realineamiento de las experiencias sensoriales de la misma. Civiles y soldados experimentaron los horrores de la guerra a través de sonidos, olores y sabores. Smith estudió el sitio de la ciudad confederada de Vicksburg en Misisipi, por parte de los unionistas, desde el 25 de mayo hasta el 4 de julio de 1863. Este evento, identificado por el autor como un "lento proceso de estrangulación", no sólo generó la degradación de los paladares, sino que principalmente debilitó la resistencia del ejército sitiado y el apoyo de la población a éste. Ante el colapso alimentario y social, los militares y las autoridades de la ciudad sitiada se dieron por vencidos frente al ejército sitiador. En este caso, las fuerzas de la Unión consiguieron la rendición del enemigo debido a la inanición causada por el hambre. Smith empleó cartas, diarios, memorias, periódicos y reportes oficiales, pues dichas fuentes revelan la experiencia sensorial de la población civil sitiada y demuestran que ésta sufre en mayor medida que los militares.4
En conexión con la propuesta de Smith, por la cual las ciudades sitiadas experimentan y sufren un proceso de lenta estrangulación, a nivel metodológico, este trabajo sigue la pauta de Alexis Peri en la selección de fuentes. Peri analizó el sitio más mortífero y devastador de la historia moderna en su libro titulado The War Within. Diaries from the Siege of Leningrad. El autor demostró la centralidad del hambre en la escritura testimonial de los sobrevivientes en una ciudad sitiada. Los testimonios registrados en los diarios informan sobre las "batallas diarias" experimentadas por la población civil, al comunicar el sufrimiento, las radicales alteraciones de los cuerpos, las identidades, las jerarquías y relaciones sociales y la vida familiar. Estos testimonios personales manifestaron el panorama de incertidumbre, la interpretación de las noticias, la desaprobación de las medidas políticas, la ansiedad, la desesperanza y la depresión por vivir bajo asedio.5
Las referidas propuestas de Smith y Peri contribuyen a una relectura de la guerra de la independencia en Hispanoamérica, ya que conectan con las tendencias de la nueva historia militar, el estudio de los miedos y las crisis urbanas durante las guerras de independencia en España e Hispanoamérica desde 1808 hasta 1826. En especial, en el contexto de las revoluciones transatlánticas, destaca el libro editado por Gonzalo Butrón y Pedro Rújula, Los sitios en la guerra de la independencia: la lucha en las ciudades,6 al poner énfasis en el sufrimiento sobrellevado por las ciudades españolas sitiadas por los franceses, especialmente Zaragoza y Cádiz. Para el caso latinoamericano, la reciente compilación de Claudia Rosas Lauro y Manuel Chust, titulada Los miedos sin patria. Temores revolucionarios en las independencias, hace patente los miedos colectivos al desorden producidos por una "infernal independencia" en ciudades asediadas como Yucatán y Montevideo.7 En el caso del sitio contra Lima, en 1821, destacan los libros clásicos de la independencia peruana, escritos por Gustavo Vergara Arias y Timothy Anna en la década de 1970. Si bien estos autores enfatizaron aspectos sociales, políticos y comerciales del sitio, demostraron a través de las cartas y las comunicaciones oficiales de líderes guerrilleros, jefes militares patriotas y comerciantes, la intensidad y profundización del asedio a la ciudad de Lima. Vergara demostró el papel crucial de las partidas de guerrillas en cortar el abastecimiento a la ciudad capital, mientras que Anna destacó la desesperación de la población y la imposición por la fuerza de la independencia en Lima.8
Lima sitiada y el hambre politizada
Entre los años 1809 y 1820, la ciudad de Lima experimentó la mutación de la guerra. En 1809, en Lima, la conflagración bélica se sentía lejana debido a la distancia geográfica del principal foco rebelde, el Alto Perú.9 Durante el periodo de 1809 hasta 1817, Lima se convirtió en el epicentro fidelista de la causa del rey, y desde allí partían los ejércitos para reprimir los focos revolucionarios en otras partes del continente.10 Sin embargo, durante los años 1817 y 1818, a consecuencia de los triunfos militares independentistas en Chile, Lima perdió el protagonismo contrarrevolucionario.11 Más aún, con la pérdida de Chile, la población limeña comenzó a experimentar los sinsabores de la guerra, ya que ésta le amputaba el principal centro de abastecimiento de trigo. Con la finalidad de asegurar la independencia de Chile se hacía inminente el objetivo militar de las fuerzas independentistas: la capital peruana. El 20 de agosto de 1820, partió desde el puerto chileno de Valparaíso la Expedición Libertadora, la cual desembarcó el 8 de septiembre en la bahía de Paracas, una localidad ubicada 260 kilómetros al sur de Lima.
Las fuerzas insurgentes e independentistas ejecutaron la estrategia de estrangulación de la ciudad. El plan del Ejército Libertador liderado por el general rioplatense, José de San Martín, y el marino británico al servicio del gobierno chileno, Lord Cochrane, buscaba capturar la ciudad de Lima "circunvalándola, cortándole todas las entradas de víveres sin aventurar acción".12 Esta estrategia respondía a la idea construida en el ámbito militar de "Lima inexpugnable", por la imponente presencia de las fortalezas militares del Real Felipe ubicadas en el puerto del Callao que defendían la ciudad de ataques navales.13 A ello se agregaba la numerosa concentración de contingentes militares dispuestos para la defensa de la urbe. A fines del mes de agosto de 1820, el virrey Joaquín de la Pezuela inspeccionaba las tropas militares, las que ascendían a alrededor de 6 500 miembros. De acuerdo con Pezuela, estas "fuerzas imponentes" ofrecerían "confianza" y garantizarían la "tranquilidad" a la población limeña.14 Ante la inminente presencia de la escuadra insurgente al frente de las costas peruanas, Pezuela enfatizó el almacenamiento de víveres en la Plaza del Callao. Entre los productos figuraban tocino, arroz, garbanzos, pallares, frijoles, ajos, ají, sal, leña y galletas.15 Con esta actitud, Pezuela demostraba el convencimiento de defender la capital peruana hasta las últimas consecuencias. Desde su perspectiva, la pérdida de Lima supondría la pérdida del Perú.16
En contraparte, la estrategia de estrangulación de la ciudad definida por el Ejército Libertador tenía por objetivo hacer implosionar la vida cotidiana y militar de la ciudad evitando la confrontación directa. Semanas después del desembarco del Ejército Libertador, a fines de octubre de 1820, la población limeña "se puso en la mayor agitación" al contemplar el convoy de 25 buques de la flota sitiadora amenazando con llevar a cabo los "preparativos de un desembarco".17 Dicho evento no se produciría, pero notificaba a la población limeña una realidad contundente. Lima estaba sitiada. El puerto del Callao, ubicado al oeste de la ciudad y puerta de entrada de ésta, permanecería bajo firme bloqueo por parte del enemigo. Los insurgentes buscaban ocupar la capital peruana evitando transformar la ciudad en un campo de batalla, pues ello no necesariamente garantizaba la victoria. La tropa urbana y en especial las milicias cívicas organizadas por el virrey tendrían en las calles y edificios de la ciudad los mejores escenarios para la defensa porque les posibilitaría la dispersión frente a los atacantes. Un asalto militar provocaría pavor en una población "no acostumbrada a la guerra", ya que los edificios de la ciudad "son de madera y este material proporciona fácilmente un incendio".18 En efecto, a consecuencia del terremoto de 1746, la ciudad se reconstruyó privilegiando la madera. Y hasta los inicios de la guerra de independencia, la población limeña, de alrededor 70 000 personas, temía a una ruina producida por los terremotos y los incendios. Como consecuencia del sitio contra Lima, a estos miedos se sumó otro enemigo: el hambre.19
El objetivo de los sitiadores era someter a Lima por hambre. Uno de los militares de mayor confianza de San Martín, Tomás Guido, en una carta del 9 de noviembre de 1820, describía el itinerario geográfico del cerco a la ciudad: "De suerte que establecida una parte de nuestras fuerzas como esta al Sur de Lima, y por la Sierra y retirado el resto de las tropas por el Norte, vamos reduciendo a aquella capital a un verdadero sitio en el que el hambre será el peor enemigo".20 Esta aseveración militar se vio confirmada por el testimonio civil de Francisco Javier Mariátegui, quien señaló: "Los efectos del asedio se hicieron sentir muy pronto. La ciudad no recibía comestibles por mar. Cochrane lo estorbaban, nada venia del Norte, San Martín estaba de por medio; nada de la sierra, los guerrilleros no lo permitían".21 El itinerario geográfico del asedio se había iniciado con el desembarco al sur de la capital en el mes de septiembre, posteriormente al ser Lima una ciudad portuaria, el bloqueo efectivo al Callao a fines octubre cancelaba el acceso al puerto, ubicado al oeste de la ciudad. Enseguida, en el mes de noviembre, las tropas de San Martín establecieron su cuartel en Huaura, distante a 140 kilómetros al norte de Lima. En noviembre y diciembre también se organizaron e intensificaron las unidades irregulares conocidas como partidas de guerrillas, las que hostigaban las serranías limeñas de Canta y Huarochirí ubicadas al oriente de la capital peruana. Lima estaba cercada por los cuatro puntos cardinales.
Ante el avance territorial de las fuerzas sitiadoras, el 29 de enero de 1821 se produjo un "inaudito motín" de los jefes del ejército español, al protagonizar la "violenta y temeraria separación" del virrey Pezuela, quien fue reemplazado por el brigadier José de la Serna. Este hecho es conocido como el Motín de Aznapuquio.22 Una generación más joven e integrada por quienes habían experimentado las guerras napoleónicas en España tomó el poder. Mónica Ricketts ha identificado a este colectivo como militares napoleónicos,23 quienes habían sufrido y sobrevivido los sitios franceses a ciudades españolas durante la guerra de independencia en la península. El mismo La Serna había experimentado el horror del segundo sitio de Zaragoza, y, por lo tanto, sabía que, ante la imposibilidad de romper el bloqueo, él y su ejército quedarían sepultados o hechos prisioneros.24
A fines de abril de 1821, el virrey La Serna, quien ya había decidido evacuar la ciudad, entabló arreglos con los líderes militares sitiadores, conocidos como las negociaciones de Punchauca.25 Éstas consiguieron la firma de un armisticio entre las partes, pero La Serna no consiguió que San Martín permitiera el ingreso de víveres para el suministro de la ciudad. San Martín exigía la garantía del Ayuntamiento, quien debería encargarse de la distribución e los víveres entre la población civil.26 A inicios de junio de 1821, el cabildo expresó la abatida situación de la ciudad al sentenciar: "La más rica y opulenta de nuestras provincias ha sucumbido a una fuerza enemiga". Por lo cual "la sufrida capital de Lima está experimentando los efectos terribles de un riguroso bloqueo, hambre, latrocinios y muerte".27 A fines de junio, San Martín aceptó el desembarque de 3 000 fanegas de trigo y 1 000 quintales de arroz, e incluso admitió que los soldados enfermos del ejército del virrey pudieran acceder a raciones de estos productos.28 No obstante, la permanencia de las tropas realistas se tornaba insostenible. A la escasez de víveres se unía la fractura institucional y la batalla por la opinión pública.
El bloqueo patriota en contra de la ciudad de Lima estuvo acompañado por una intensa guerra de propaganda,29 así como la politización del hambre en la prensa insurgente y realista. Víctor Peralta expuso el resquebrajamiento del fidelismo en la ciudad de Lima en 1821. Se había experimentado la "politización de la retórica fidelista a partir de 1808". Sin embargo, el arribo de la Expedición Libertadora dirigida por el general San Martín canceló la "unanimidad" de la opinión fidelista, tal como lo evidenció la confrontación entre los periódicos El Triunfo de la Nación y El Pacificador del Perú.30
A inicios de marzo de 1821, el periódico realista El Triunfo de la Nación publicó una nota al editor firmada por un sujeto identificado como A. R. M., quien denunciaba el descuido de las autoridades del cabildo limeño en controlar la calidad del pan. De acuerdo con el denunciante, el pan vendido en la ciudad era de tan mala calidad que "apenas se puede comer y otra parte de él está también mezclado el trigo con el maíz, y no por eso es en su precio más bajo". Por ello, el denunciante reclamaba a las autoridades del cabildo sancionar la adulteración ejecutada por los panaderos. Estos empresarios combinaban "arena, cadillo y maíz y afrecho" en la preparación del pan. El trigo, insumo básico, estaba prácticamente ausente, lo cual a su vez resultaba perjudicial a la salud pública.31 Esta denuncia contra el cabildo publicada en el periódico que apuntalaba al virrey La Serna reveló las fracturas institucionales en un momento de crisis urbana, pues buscaba desacreditar a una institución dirigida por "patriotas encubiertos" adversos a la autoridad militar del virrey.32
En 1821, la propaganda patriota y el asedio militar habían movilizado a la ciudad en contra del virrey. Las familias deseaban poner término a la "ruina, la inseguridad y el hambre" inmediatamente.33 En el mes de mayo, el periódico insurgente El Pacificador publicaba una contundente representación, la cual inculpaba al virrey y al ejército realista de "despotismo militar". Esta acusación denunciaba el monopolio castrense en la obtención y distribución de víveres, y la preferencia hacia "la subsistencia de las cabalgaduras militares a la nuestra".34 Esta reacción de impotencia y disgusto ante la humillación se entiende, porque a fines de abril, el virrey había solicitado al cabildo priorizar los sembríos de pastos y alfalfa en las haciendas inmediatas a la capital.35 La representación concluía exhibiendo a Lima como una ciudad sosteniendo a "un Ejercito que nos hace la guerra" y a un virrey quien "oprime a esta capital".36 El ejército realista, el cual tenía como misión la defensa de la capital peruana se había transformado en un ejército de ocupación deslegitimado ante la situación calamitosa de la ciudad, cuya población sobrevivía agobiada por el hambre.
A mediados de junio de 1821, la corporación municipal enfatizaba la "espantosa devastación" provocada por el "furor del soldado".37 En efecto, las comunicaciones realistas confirman la confiscación violenta de los soldados, quienes ingresaban a las haciendas y se llevaban un crecido número de ganado con la finalidad de suplir sus ranchos.38 Asimismo, el cabildo criticaba las continuas evasiones en el ejército realista, refiriéndose a los "centenares de hombres" quienes desertaban "de nuestros muros para no perecer de necesidad".39 Por toda esta cadena de circunstancias, el cabildo limeño demandaba al virrey la firma de una "paz negociada".40 A mediados de junio de 1821, un agente secreto patriota confirmaba la decisión del virrey La Serna de evacuar la ciudad, por lo que había ordenado acopiar la mayor cantidad de víveres para alimentar el ejército, "aunque perezca el pueblo".41 El virrey La Serna había perdido la "batalla por la opinión pública"42 considerada incluso "el tribunal más terrible que las huestes extranjeras".43
La estrategia de estrangulamiento insurgente había conseguido la implosión militar del poder del virrey en la capital peruana. A inicios de julio de 1821, la escuadra bloqueadora estaba a punto de someter a Lima por hambre. El propio Lord Cochrane, quien se encontraba frente al Callao, conocía de las privaciones que sufría la población.44 El día 2 de ese mes, Cochrane constató que la ciudad de Lima ya "no podía sostenerse por más tiempo, por falta de víveres, y que el virrey pensaba abandonarla".45 En efecto, el 6 de julio se anunció públicamente la evacuación del virrey de la ciudad, con dolor pero por necesidad.46 La Serna, a la cabeza de esta generación de militares fidelistas napoleónicos, al salir de Lima buscaba conseguir la recuperación de la tropa enferma en las serranías de la cordillera de los Andes, y después de un lapso corto iniciar el asedio a los patriotas en Lima.47 Este plan resultaba congruente con la brutal retoma de Cartagena de Indias por parte del general Pablo Morillo, quien recuperó para el rey la ciudad en 1815. Morillo consiguió la rendición de ésta a través del cerco militar, el cual provocó una hambruna terrible entre los rebeldes, quienes resistían en la ciudad.48
La decisión del virrey La Serna se justificaba por la ventaja militar y alimenticia que poseía el Ejército Libertador sobre las tropas realistas, a pesar de hallarse diezmado por las epidemias. A mediados de abril de 1821, de los 4 000 soldados que habían desembarcado en Pisco al sur de Lima, 3000 se encontraban hospitalizados.49 No obstante, a fines de junio de 1821, San Martín reconocía, en una carta dirigida a Bernardo O’Higgins, las condiciones ventajosas con respecto a las fuerzas del virrey, ya que éstas tenían "igual o mayor número de enfermos que nuestro Ejército, aunque mejor medicinados, pero peor alimentados".50 A pesar del impacto de las enfermedades, la independencia del norte peruano a fines de diciembre de 1820 significó una ventaja estratégica para las fuerzas patriotas, al garantizarles "un país inmenso lleno de recursos, que va a dar aquél víveres que sustente a los que sobreviven; soldados que reemplacen a los que han muerto".51
Asimismo, en la decisión de evacuar la ciudad por parte de La Serna, debió haber influido la catastrófica experiencia vivida en los sitios de Zaragoza de 1808-1809. La ciudad española capituló ante los franceses, porque se convirtió en poco tiempo, desde noviembre de 1808 hasta febrero de 1809, en una ciudad panteón carente de defensores. Trágicamente alrededor de 60% de su población, la cual ascendía a 100 000 habitantes, pereció. La mayoría murió a consecuencia de las epidemias y el hambre. A inicios de marzo de 1809, los franceses ocuparon Zaragoza después del entierro de 10 000 cadáveres.52 A fines de junio de 1821, Lima iba camino a transformarse en otra Zaragoza. Sin trigo, sin pan, y con hospitales y cementerios colapsados, sólo faltaba el combate directo en las murallas o en el interior de la ciudad.53 En 1821, La Serna había resistido, negociado, pero ante la dramática situación debía transigir,54 y abandonar Lima. De haber continuado en la ciudad, el virrey hubiera acabado sepultado en las ruinas de ésta y, en el mejor de los casos, hubiera firmado la capitulación y confiado su destino a las fuerzas enemigas. A diferencia de la toma de Zaragoza, donde La Serna fue hecho prisionero, en Lima éste no capituló y no se rindió. Por el contrario, al evacuar la ciudad, La Serna consiguió la prolongación de la guerra, estableciéndose en la región más rica del virreinato, el sur del Perú. El sitio patriota de 1821 contra la ciudad más contrarrevolucionaria de Sudamérica, el cual hizo posible la proclamación de la independencia del Perú a fines de julio de 1821, significó el triunfo pírrico de la patria. La ciudad de Lima soportó los sinsabores de la guerra hasta enero de 1826, cuando las fuerzas realistas capitularon en las fortalezas del Callao.
El hambre sentida y sufrida
Jacqueline Dussaillant Christie, al estudiar las cartas escritas durante la guerra de la independencia en Chile, destacó el examen de las palabras, es decir, expresiones para detectar el sufrimiento, el dolor y el miedo. De acuerdo con la autora, estos textos revelan las carencias materiales y psicológicas manifestadas con el hambre, la cual fue considerada como enemigo, "no tanto por provocarles miedo a morir como por el dolor en el momento de padecerlo".55 En relación con la propuesta de Dussaillant, esta sección presenta los terribles disgustos y crueles sinsabores del hambre vivida por actores civiles.
En diciembre de 1820, el comerciante Félix D’Olhaberriague y Blanco describía la difícil situación de la ciudad. Hacía patente la escasez de pan y carne y los aprietos de la población civil para obtener estos alimentos. Sin embargo, no consideraba que la ciudad "sucumbiría de hambre", ya que indicaba que Lima "podía sostener éstos sacrificios" por un periodo de año y medio.56 La perspectiva de D’Olhaberriague contrastaba con otras versiones que veían próxima la caída de la capital peruana. El marqués de Torre Tagle, intendente de Trujillo, escribía el 14 de diciembre de 1820 sobre la pronta ocupación de la capital por parte de las tropas patriotas al indicar: "Así se estrechará el sitio y se entregará el virrey a discreción, pues la absoluta escasez [de] víveres agregada a los rápidos progresos de las tropas Libertadoras ha reducido esa ciudad a la mayor consternación".57 Las cartas escritas por otros miembros de la población civil presentarían el paulatino estrangulamiento de la capital,58 cuyos "paladares atormentados"59 revelarían en los siguientes días y meses la ansiedad por la escasez de los víveres y el sufrimiento ante la posibilidad de morir de hambre.
Las comunicaciones escritas demuestran la radiografía bélica del momento y el reconocimiento del objetivo militar de los independentistas. El 28 de diciembre de 1820, desde Ica, Francisco Mateo Cabezudo le escribía al fraile Juan de Dios Cabezudo, comunicándole el desembarco en Pisco de 6 000 hombres, dirigidos por San Martín, procedentes de Valparaíso, y quienes a fines de diciembre habían establecido su cuartel general entre Chancay y Huaura, señalando, a su vez, el bloqueo marítimo impuesto por la escuadra de Lord Cochrane. La mención de estos lugares presenta con claridad el itinerario de las fuerzas patriotas durante el último trimestre de 1820. Éstas habían desembarcado a inicios de septiembre al sur de la ciudad de Lima, pero después de 50 días, se instalaron al norte, exhibiendo al mismo tiempo la contundencia del control del mar frente a las costas de la capital peruana. Tal como lo destacó el autor de la carta, "nuestra patria" se hallaba "en poder de los enemigos", quienes amenazaban Lima, la cual "piensa[n] tomar sin remedio". A lo cual acotó, "de modo que por mar y tierra nos tiene[n] padeciendo sin saber cuándo, ni en lo que han de pensar".60 A finales de 1820, la población vivía un clima de incertidumbre, de desesperación y de frustración ante la incapacidad de las autoridades políticas y militares del gobierno virreinal para enfrentar y remover la amenaza insurgente.61
A principios de 1821, el asedio a la ciudad de Lima se estrechaba. Una carta, fechada en Lima, el 10 de febrero de 1821, dirigida a "Juanita" sin apellido y firmada por fray Félix se refería al bloqueo marítimo de la costa peruana, y destacaba las "hostilidades que hemos sufrido, sufrimos y sufriremos", debido a las cuales señaló "carecemos del cacao". Se enfatizaba el drástico cambio del consumo habitual de alimentos, al tener una dieta "sin carne, sin menestras, sin ganados".62 Este malestar es confirmado por otra carta del 12 de febrero de 1821, dirigida a "don Victorio", la cual está firmada por José del Valle. Este último le comunicó "todas las penalidades que estamos sufriendo" debido a "los mayores trabajos por la suma escasez de víveres pues ha llegado el caso por algunos días no se encuentra carne en la plaza y el pan está tan pequeño y malo que un real no basta para tomar una jícara de chocolate".63 La escasez de chocolate y carne respondían a la independencia de Guayaquil, de donde procedía el cacao, mientras que a fines de diciembre y principios de enero se había independizado el norte peruano, una región productora de ganado y azúcar. A partir de la preocupación por la ausencia del cacao, materia prima en la elaboración del chocolate, y la carne, se desprende la posición social de los autores de las misivas referidas. Según el relato del viajero Alexander Caldcleugh, quien estuvo en Lima en vísperas de la proclamación de la independencia, "la gente de alta condición" en Lima ingería un desayuno ligero con base en chocolate y frutas, y almorzaba carne condimentada, e incluso en la cena también se bebía una taza de chocolate.64 La apesadumbrada perspectiva de fray Félix hacía explícita la precaria situación que se vivía, al indicar: "De modo Juanita mía que hoy todo es hambre, todo miseria y todo riesgo en la subsistencia de la vida, todo miseria y todo riesgo [...] Ésta es la situación actual de Lima, y ésta es la gran consternación de la ciudad y vecindario".65 Cabe destacar las palabras mencionadas tales como sufrimiento, hambre, miseria, las cuales revelan el fatalismo y la resignación del momento. A fines de 1820 e inicios de 1821, Lima había perdido el norte del Perú, y ello no sólo implicaba trastornos políticos, sino que también significaba la degradación de los paladares. La guerra había resquebrajado la habitual experiencia sensorial y emocional de comer.66
La sola mención de la palabra hambre supone una experiencia sensorial y emocional traumática para los habitantes de una ciudad atemorizada por los terremotos e incendios, pero que en los años previos a la guerra disfrutaba de un entorno agrícola caracterizado por la abundancia. En 1805, el viajero Amasa Delano calificaba a los valles limeños como "ricos y fértiles" mientras señalaba que, en el mercado de la ciudad, ubicado en la plaza mayor, había "visto los mejores vegetales, carne, aves y frutas tropicales, y en cantidades de las que hubiera visto en mercado alguno".67 En consideración a esta descripción se entiende el shock psicológico de la población cautiva, manifestado en los testimonios anteriores, a consecuencia del bloqueo. El comer no sólo es un acto biológico, sino también el gusto por las comidas es un acto emocional al hacer posible la construcción de identidades personales y colectivas. El estrangulamiento de la ciudad convertía al hambre en el verdadero enemigo al trastocar radicalmente el ritmo cotidiano del consumo de alimentos.
En abril de 1821, El Pacificador, periódico impreso en Huaura y Barranca -localidades ubicadas al norte de Lima- por los líderes de la Expedición Libertadora, publicó cartas procedentes de la capital peruana. Una de ellas, fechada en Huaura el 7 de abril de1821, y firmada por Julián Rico Agreda, patentizaba la exorbitante alza de precios de alimentos en la ciudad de Lima:
El arroz está a 12 pesos botija, la libra de frijoles vale 2 reales, y el mais a 10 pesos fanega; las papas medianas 1, y las chicas 1 y medio cada una. El pan de 3 onzas se vende a real, y muchas veces no se encuentra. La arroba de chocolate cuesta 10 pesos, la de azúcar 5, y aun las yucas y camotes están por un sentido. De carne no se hable.68
Resulta indudable que la publicación de un registro detallado del alto costo de vida en la ciudad de Lima confirmaba la angustiosa situación provocada por el hambre. Esta publicación buscaba producir el shock de los lectores, porque era conocido el gran interés de la población sitiada en acceder a la prensa tanto fidelista como patriota.69 Este dramático listado del incremento de precios está confirmado por los estudios de Marcel Haitin, quien identificó el año 1821 como el pico de precios en el periodo comprendido de 1799 a 1824.70 La publicación de esta carta por parte del ejército sitiador buscaba amplificar la contundencia del bloqueo y la materialidad del hambre sufrida en la ciudad de Lima. Si en los meses de diciembre de 1820 y febrero de 1821 las misivas denotaban la carestía de alimentos, y enunciaban el padecimiento del hambre, en el mes de abril de 1821 la situación se agudizó. El editor del periódico, Bernardo Monteagudo, al publicar una comunicación privada se esforzaba en transferir y difundir la brutalidad de la experiencia sensorial y emocional traumática que vivía la población sitiada.71
El 30 de marzo de 1821, para enfrentar la carestía de alimentos, el cabildo de Lima, ante la imposibilidad de proveer "víveres suficientes para la subsistencia de este heroico y recomendable vecindario",72 obligó a los labradores cercanos a la ciudad a sembrar "trigo, maices y demás granos, como así mismo papas, yucas y camotes".73 Esta estrategia dio los resultados previstos y amenguó el hambre en la ciudad por un corto tiempo. Como bien lo refirió Francisco Javier Mariátegui: "La cosecha de maíz y yuca fue abundante. Por eso no logramos nuestro intento antes del mes de julio de 1821".74 El sitio transformaba radicalmente el consumo de alimentos, al imponer la regularidad cotidiana de los carbohidratos.
La expresión "de la carne no se hable" en el texto transcrito, pronunciaba la contundencia del accionar de las guerrillas indígenas que controlaban las zonas orientales circundantes de la ciudad. El clérigo y doctor, Francisco Javier de Luna Pizarro, en una carta del 4 de mayo de 1821, indicó que "todos los días oímos que partidas de la patria han entrado en Late, Lurigancho, Santa Clara y otros pasages muy vecinos a la ciudad, y que se llevaron al ganado".75 E incluso, las "guerrillas de la patria" tuvieron la capacidad de reducir el avituallamiento del ejército realista. Estos últimos salían en expediciones a altas horas de la noche con la finalidad de "traer comestibles por la opresión y hambre en que se veía la capital y todo el ejercito del rey: y siempre volvían escarmentados".76 Estas unidades irregulares resultaron ser lo suficientemente efectivas para acentuar el estrangulamiento alimenticio de la ciudad de Lima.
Asimismo, la ausencia de la carne en el mercado limeño respondía a la presión militar alimenticia del ejército realista en detrimento de la población civil y a la destrucción de las áreas productoras circunvecinas a la capital por parte de las tropas insurgentes. A inicios de febrero de 1821, el virrey exigió la extracción de reses para el mantenimiento mensual del ejército bajo su mando entre las haciendas cercanas a la ciudad. El cabildo advirtió el agotamiento de las unidades productivas, señalando que la "Capital y el ejército van a padecer el hambre mas espantosa".77 Por otra parte, Luna Pizarro refería en una carta del 17 de mayo de 1821 las "ruinas causadas ora por las tropas de San Martín, ora por las de Lima, que son langosta, tan terrible como la que asoló al Egipto en tiempos de plagas". Luna Pizarro relataba la destrucción del ganado en la zona sur de Lima hasta Ica, llevados a cabo "sin necesidad".78 Lima experimentaba el agotamiento productivo de las haciendas cercanas a la urbe, las cuales ya no contaban con ganado para seguir abasteciéndola. A lo que se sumaba la ostensible disminución de mano de obra esclavizada en las haciendas, debido al enrolamiento compulsivo desarrollado por los ejércitos en disputa.79 Resultaba innegable que la amplia movilización militar cercenaba de alimentos nutritivos a la población civil.
El bloqueo patriota denotó las jerarquías económicas sociales inherentes a la sociedad limeña. A inicios de mayo de 1821, Luna Pizarro graficaba las cruciales diferencias entre pudientes y pobres. Señalaba que el "hambre para los pudientes no ha empezado, pues la carestía, por grande que sea, no es hambre, pero los muy pobres ya la padecen". Esta diferenciación se hacía más patente con respecto al pan. Luna Pizarro refirió la existencia de este producto vital en algunas panaderías durante el mes de mayo. Un panorama que cambiaría radicalmente en el mes de junio, cuando se "dicen faltará in totum para el común del pueblo".80 Esta descripción de Luna Pizarro plasma la "potencia simbólica" del pan de trigo "para definir la presencia o ausencia del hambre".81 En este caso, el pan no sólo era una referencia nutritiva, sino, sobre todo, tenía una carga cultural y afectiva, cuya ausencia se convertía en la prueba irrefutable de padecer hambre.82 Los pudientes padecían de escasez porque todavía tenían capacidad económica para poder adquirir pan, por el contrario, el pueblo sufría hambre porque este producto ya había desaparecido de sus mesas.
El hambre como experiencia límite obligó a ampliar los productos para ser consumidos, con la finalidad de aliviar en lo inmediato las privaciones alimenticias. A mediados de mayo de 1821, Luna Pizarro indicó el consumo de semitas de maíz con poquísimo peso, yucas, raíces silvestres e incluso carne de yegua.83 Éste precisó la imposibilidad de consumir los productos señalados, al hecho de encontrarse enfermo, por el padecimiento que le generaban. Sin embargo, la situación se tornó más hostil a inicios de junio de 1821, cuando se debía hacer un gran esfuerzo para conseguir pan de mala calidad en las pocas panaderías donde era posible su adquisición. Luna Pizarro, resignado, indicaba por ello "que mejor es privarse de él". Señaló a su vez el reemplazo del pan por las galletas, con las que contaba para su consumo personal y familiar por el lapso de un mes. La situación se tornaba aún más terrible para el pueblo cuya dieta estaba basada en yucas y camotes. Para ese momento, Luna Pizarro refirió que "las yucas se están sacando verdes de la tierra, y algunos médicos atribuyen a esto la disentería, que grasa ya en la población".84 En circunstancias de estar soportando un sitio militar no sorprende el desarrollo de una epidemia de disentería, ya que una de las causas de esta enfermedad gastrointestinal es el consumo de alimentos en mal estado.85
Luna Pizarro describió un panorama apocalíptico para el ámbito personal y social, anunciando la inmediatez de la muerte. A mediados de mayo de 1821, calculaba que, de continuar la escasez de carne, pan y arroz, en "termino de dos meses, necesariamente debo ir al sepulcro".86 Es más, la sobrevivencia diaria en la sitiada ciudad de Lima en 1821 le permitió hacer la comparación con "todo el tiempo del sitio", "el tiempo de epidemia" y "el espíritu de angustia" vivido en la ciudad de Cádiz. Luna Pizarro expresó: "Nunca mi alma ha padecido lo que en la actualidad".87 La urbe gaditana había soportado el sitio francés de dos años y medio, desde el 5 de febrero de 1810 hasta el 24 de agosto de 1812. Luna Pizarro había atendido los debates en las Cortes de Cádiz donde se redactó la constitución del mismo nombre. A diferencia del asedio de Lima, donde un británico comandaba el bloqueo marítimo, Cádiz contó con el apoyo militar británico, el cual resultó determinante en mantener el puerto de Cádiz abierto, garantizando el abastecimiento. Cádiz sobrellevó un "cómodo asedio" y no padeció hambre.88 Esta comparación entre Lima y Cádiz resulta clave para entender la zozobra de Luna Pizarro ante el hambre y la muerte.
La lúgubre perspectiva de Luna Pizarro reproduciendo el miedo a una catástrofe humanitaria en la ciudad de Lima convergía con otras comunicaciones publicadas en la prensa, las cuales patentizaban la normalización de la muerte en los espacios urbanos. A inicios de abril, se leyó en El Pacificador el vaticinio de un poblador de la ciudad, quien temía "que si no hay alguna variación dentro de un mes, perece la mitad de la población".89 Este pronóstico dantesco no significaba simplemente una exageración, alarma o rumor. El periódico realista El Triunfo de la Nación, del 6 de abril de 1821, había publicado la carta de un lector, quien comunicaba las desagradables situaciones de "cadáveres insepultos" que infestaban los templos de la ciudad de Lima, los cuales servían de "pasto a las hormigas" y cuya hediondez hacía imposible la realización de oficios religiosos.90 La muerte invadía la ciudad.
El sitio contra Lima en 1821 marcó los paladares y las memorias sobre la muerte en la población. Las cartas examinadas presentan las batallas de la vida diaria, el drama sufrido ante la escasez de los alimentos, el hambre y el miedo de padecer de inanición. El viajero francés Gabriel Lafond sintetizó la dramática situación al señalar: "Lo que tuvo que sufrir la población de Lima durante el asedio que soporto por mar y tierra contra el general San Martin, fue tanto más terrible, cuando que estaba menos acostumbrada a las privaciones y a las fatigas de la vida guerrera".91 Sin embargo, al no producirse una espectacular batalla entre el ejército del rey y el de la patria, con centenares de cadáveres, heridos y prisioneros; el hambre sentida y sufrida por la población civil quedó olvidada.
El hambre diagnosticada y recordada
Esta sección examina el testimonio del médico limeño afrodescendiente José Manuel Valdés (1767-1843), quien publicó en 1827 la Memoria sobre las enfermedades epidémicas que se padecieron en Lima en año de 1821, estando sitiado por el Ejército libertador.92 El autor de esta obra, como el mismo título lo expresa, buscaba publicar, transmitir y perpetuar la intensidad de hambre que padeció, al ser él un integrante notable de la comunidad de sufrientes y sobrevivientes. La mirada médica de Valdés identificó al conflicto bélico como la causa del hambre de la ciudad. En especial, hizo énfasis en el consumo de la nieve, el pan y la carne. Valdés señaló que "han sido ciertamente efecto de la guerra que nos privó en el estío pasado del uso de la nieve, del buen pan y de sanos alimentos, y que aterró nuestro espíritu con el inminente riesgo de perder las propiedades y la misma vida".93 En esta sección se enfatiza la capacidad descriptiva de Valdés para diagnosticar el hambre experimentada en consideración a la verbalización de la experiencia sensorial y emocional.
Valdés refería la costumbre placentera de la población limeña de consumir bebidas frías, e incluso helados, los que avivaban el apetito, facilitaban la digestión, reanimaban el cuerpo del impacto térmico del calor durante los meses de verano.94 El hielo se empleaba en la preparación de limonadas en los cafés.95 El énfasis de Valdés por el consumo de la nieve reproducía las recomendaciones ya formuladas por otros médicos limeños como Cosme Bueno, quien había encomendado y elogiado el consumo de nieve para preservar la salud. La nieve estimulaba el apetito, favorecía la digestión y robustecía el cuerpo.96 Sin embargo, en el verano de 1821, la situación era totalmente diferente porque la ciudad de Lima estaba sitiada. Desde fines de 1820 hasta mediados de 1821, las guerrillas controlaban las rutas de acceso a la nieve -ubicadas al oriente de la ciudad- obtenida en los nevados de las provincias que circundaban Lima, para lo cual se había establecido un estanco de nieve.97 A fines de diciembre de 1820, se registraron problemas en el abastecimiento de nieve en la capital, debido a la incursión de los insurgentes.98 En enero de 1821, el cabildo dispuso la suspensión de su comercialización, "por hallarse en el día el sitio de la extracción de la nieve ocupado por los indios de revolucionados de los pueblos inmediatos".99 Una vez más, el asedio a la ciudad, como lo confirma Valdés, privaba a sus habitantes de un producto esencial. Valdés destacó "falta de nieve; pues, aunque la hubo artificial, fue tan escasa y tan cara".100
Valdés dejó un crudo testimonio del mal sabor del pan en este contexto de bloqueo, ya que los barcos extranjeros no podían desembarcar la carga de trigo para abastecer la ciudad. De forma contundente exteriorizó el hecho de que la población limeña masticó "mal pan" durante varios meses ya que las harinas empleadas en la elaboración de este producto estaban descompuestas debido a "haber estado en el mar por dilatado tiempo".101 Por ejemplo, en el mes de mayo de 1821, el Ayuntamiento, siguiendo el visto bueno del protomédico Hipólito Unanue, autorizó el consumo de harinas traídas por la fragata rusa Kontunoff, las cuales sólo podían ser expendidas al público en forma de "galletas bien amasadas y cocidas".102 No obstante, Valdés mostró su inconformidad con la mencionada medida, pues estas harinas fueron autorizadas a pesar de que "estaban llenas de gusanos".103 La descripción de Valdés demuestra la experiencia multisensorial del acto de comer, porque el sabor de la comida implica no sólo el gusto, sino también incluye el olor, la vista y el sentido del tacto. Asimismo, el sentido del gusto es considerado emocional,104 como se verifica con la molestia de Valdés. Por otra parte, la decisión de Unanue y el cabildo se entendía por las graves penurias que afrontaba la población. Un pan en tiempos normales pesaba 16 onzas, en cambio, en estos momentos de sitio, sólo era posible conseguir un lánguido pan de apenas tres onzas. No obstante, la gente se aglomeraba en las puertas de las panaderías para obtener el pan a precios exorbitantes.105
El diagnóstico de Valdés incidía en la contaminación de la comida. La pobre calidad de los ingredientes se convertía en causa frecuente del padecimiento.106 En forma terminante se refirió a la contaminación del pan:
Mas era este tan malo y fastidioso, que comunmente se imputó a su uso la propagacion de las enfermedades pútridas en aquel tiempo. Lo que yo puedo asegurar por lo que observe en mi mismo, es que no solo el pan, sino aun la galleta que sufre fuego mas activo, despedía un fetor intolerable; que su gusto molesto me provocaba á náusea; y que aun despues de comida la eructaba por muchas horas con la misma impresion de putridez, por lo cual no comí pan en mucho tiempo.107
El testimonio de Valdés ejemplifica cómo el gusto es una experiencia sensorial íntima fomentada por olores y texturas.108 En el texto citado llama la atención la capacidad odorífera para sancionar la repulsión al alimento. Valdés era un hombre entrenado en emplear los olores para el diagnóstico de las enfermedades. Los olores fétidos ayudaban a confirmar la nocividad de algún padecimiento. Por lo tanto, la mención del hedor en el pan era el reconocimiento explícito de molestia y riesgo. Estos malos olores, lo pútrido y lo fétido indicaban al olfato médico la presencia de miasmas. El hecho de que Valdés, en calidad de médico, enfatice el hedor de las galletas, demuestra la potencia evocativa de los olores y cómo éstos, a pesar del tiempo, todavía pueden ser marcas imperecederas de la memoria de una ciudad sitiada.109
A su vez, se debe destacar en el párrafo transcrito la mención del vómito por parte de Valdés, ya que no sólo comunica una reacción fisiológica. El autor es consciente de que su testimonio va a ser leído y reconocido en virtud del posicionamiento científico que tiene en la sociedad limeña.110 Al exponer esta gama de sensaciones y emociones negativas, Valdés manifiesta la brutalidad de la guerra y el hambre. Su testimonio encarna esta comunidad emocional de sufrientes poniendo de relieve las experiencias corporales, ya que el vómito describe lo indescriptible y lo que no puede ser medido. Un momento íntimo como la salivación y digestión de alimentos provocando náusea patentiza la emoción violenta y el dolor de la indigestión provocado por el hambre.111 La capacidad descriptiva de Valdés sobre el desagradable sabor e incluso la incapacidad de comer un alimento básico resulta importante porque es difícil que otro actor, militar o civil, hubiera podido verbalizar y comunicar una descripción articulada sobre el tormentoso momento de probar alimentos putrefactos en tiempos de escasez.112
Las emociones y sensaciones manifestadas en el testimonio de Valdés, en calidad de paladar atormentado y cautivo del estrangulamiento de la ciudad, también reproducían "una construcción moral de la realidad",113 como es posible determinar cuando refirió a la carne:
era tan mala y tan escasa como el pan; por lo que la mayor parte del pueblo se mantenia con vegetales poco nutritivos y de dificil digestion, llegando á tal grado la escasez de viveres, que muchos pobres pasaron días enteros sin comer [...] El uso pues de malos y groseros alimentos ocasionaba infartos gástricos y fiebres complicadas con ellos, y hacia tambien que tomasen el carácter pútrido o maligno las calenturas ordinarias.114
El énfasis en la carne reproducía otra vez el saber médico y el sabor multisensorial ya referido con respecto al pan. La grave carestía de alimentos contrastaba con la abundancia que caracterizaba a la plaza mayor de Lima antes de la guerra, la cual, aunque sucia, siempre estaba "llena de comestibles" carne, verduras y frutas.115 La referencia a la carne no sólo reafirmaba el entrenamiento olfativo del médico, sino sobre todo patentizaba la pérdida de signos de identidad a consecuencia del asedio de la ciudad, demostrando la terrible realidad que se vivía. Más aún si antes de la guerra, en el Convento de San Francisco, a las personas necesitadas se les proveía de legumbres, un poco de carne, ensalada, e incluso un poco de miel como postre.116
Valdés puso énfasis en los "groseros alimentos" que debían comer los más necesitados y las consecuencias nefastas que dicho consumo producía. Este sinsabor alimenticio y disgusto social emanados por el médico limeño se confirma por los informes de los agentes secretos de San Martín en Lima. Uno de ellos, en una carta del 5 de junio, expresaba que la ciudad estaba próxima a "sucumbir al hambre y peste que avanzan", pues ya "no se puede soportar más la miseria". En abril todavía se expendía el pan escaso y caro, y el cultivo de tubérculos ayudaba a soliviantar la escasez de productos alimenticios. En el mes de junio, ya se había acabado el pan, y restaban "pocas yucas y camotes y si esto sigue, se concluirá también toda la especie humana".117
La memoria del patriota limeño y sobreviviente del asedio, Francisco Javier Mariátegui, amplia la noción de groseros alimentos indicada por Valdés. Mariátegui describió que, ante la inexistencia de carne, trigo, arroz y pan, la población empezó a consumir "unas tortas de maíz que llevaron a muchos al otro mundo".118 Los valles inmediatos a Lima producían maíz en abundancia, pero era considerada "comida de indios", e incluso "servía de consumo de caballos, mulas y asnos, ganado".119 Sin embargo, durante el sitio, los patriotas experimentaron circunstancias límites al procurar alimentar a los soldados desertores del ejército del virrey. Mariátegui refirió la ocasión en la que una mujer tuvo que sacrificar el asno que empleaba para transportar agua, con la finalidad de proveer carne y caldo para ellos.120 Paz Soldán y Sebastián Lorente también corroboraron la práctica de consumir carne de yegua, mulas y borricos.121 Este patrón también fue observado en el sitio de Cartagena, ya que la carne de estos animales se convirtió en el "último recurso alimenticio".122 Por lo tanto, de acuerdo con Mariátegui, la retirada de La Serna de la capital resultaba del todo lógica, porque "no quería que todo el ejército pereciese por hambre ó se sublevase: temía perecer dentro de las murallas, si no abandonaba una ciudad cuyos habitantes le eran contrarios, en que no se tenía una libra de harina, ni de arroz, ni había una sola res ó un carnero que matar".123 El estrangulamiento insurgente hacía insostenible la permanencia del virrey en la capital peruana. Paladares atormentados y estómagos vacíos como los del médico Valdés y el político Mariátegui, unido a la prédica patriótica, legitimarían la liberación de Lima del virrey, lo cual implicaba poner término a los sinsabores causados por el hambre.
Lima liberada y el hambre representada
Gonzalo Butrón Prida al estudiar el sitio de Cádiz por los franceses en 1823, destaca el poder de la representación de los periódicos en contextos de asedio militar. En contraste con la "abundancia del Cádiz de las Cortes", mencionado en el acápite anterior, durante el sitio de Cádiz de 1823, el mar estaba bloqueado por los franceses y los víveres subían de precio rápidamente. En este contexto, las autoridades políticas se esforzaron para construir una "esfera pública que trataba en enmascarar la realidad con el objetivo de dotar a la acción política de la mayor apariencia de normalidad posible". Los textos de los periódicos promovían un "tono optimista" al estimular el entusiasmo y celebrar la resistencia, evitando las "sensaciones de soledad" y "manteniendo vivo el espíritu de lucha" de un inexistente ejército victorioso. A contraparte del optimismo desplegado, en 1823, Cádiz experimentaría una derrota completa y sería ocupada por los franceses.124 La perspectiva de Gonzalo Butrón resulta útil en el examen de periódicos, poesías y piezas de teatro, producidas y diseminadas inmediatamente después del ingreso de las armas de la patria a la ciudad de Lima en julio de 1821.
El asedio militar al generar insatisfacción fisiológica demostró la contundencia estratégica del hambre en hacer posible la conversión política de la ciudad de Lima.125 La capital peruana pasó a engrosar la lista de las ciudades patriotas en Sudamérica, después de haber soportado un intenso asedio, el cual puso de manifiesto el poder de "la opinión i el hambre, del corazón i el estómago",126 tal como lo destacó el político chileno, Benjamín Vicuña Mackenna. Durante el asedio patriota, y bajo control realista, la población limeña se transformó en una comunidad emocional y política sufriente. Esta situación cambió con la toma de Lima por parte de los patriotas. A partir de este evento, se instaló una "sensibilidad gustativa" distinguida por la potencia material y simbólica del pan.127 Ahora bajo control patriota, se conformaba una comunidad afectiva de patriotas liberados. Lima dejaba de ser una ciudad hambrienta. Sin embargo, para cimentar el triunfo político y militar, los líderes patriotas debían igualmente conquistar los corazones de los ciudadanos, inculcando sentimientos hacia la patria. Por ello, se debía desplegar una intensa campaña de propaganda difundiendo emociones positivas hacia el Ejército Libertador.
Ante la evacuación de la ciudad por parte de las fuerzas del virrey, se produjo el ingreso paulatino de los contingentes militares patriotas entre el 9 y el 12 de julio. Las contundentes arengas lanzadas por los líderes militares del Ejército Libertador tomando control de la capital peruana exponían el rol del hambre en la consecución de la victoria militar. La proclama del general José de San Martín, publicada en el periódico El Americano, identificó al ejército realista como un enemigo desmoralizado y exasperado, "puesto en fin en la alternativa de perecer de hambre ó de morir sin gloria". La arenga del general Juan Antonio Álvarez de Arenales enfatizó que "los enemigos de nuestra patria salen despechados a estos países, porque dentro de Lima debían morir de hambre o rendirse a nuestras armas".128 El representante del cabildo, José de Arriz, en su discurso del día 15 de julio, agradecía la generosidad y el auxilio de San Martín, al aceptar la invitación de esta institución para ingresar y tomar control de la ciudad, porque en esos momentos "implorábamos su socorro contra el hambre que llenaba de mendigos nuestras puertas y nuestras calles, y nuestros hospitales de enfermos".129 El notable hombre de pluma y armas de la Expedición Libertadora, Bernardo Monteagudo, destacó el hito temporal que marcaba el ingreso del Ejército Libertador a la ciudad de Lima, al poner término a "diez meses de hostilidad [...] para aislar al enemigo de todo recurso habían puesto a esta capital en el colmo de la angustia [...] todo presentaba un cuadro de dolor, de aniquilación, de desorden".130 Las expresiones de los mencionados actores políticos masculinos pretendían dejar en el pasado la pesadumbre y la angustia del asedio, y difundir la generosidad de los vencedores y la alegría del triunfo patriota entre la población, a pesar de no haberse producido una batalla en la ciudad, enfrentando a patriotas y realistas.
La prensa patriota contribuiría a la movilización emocional y política conquistando la opinión pública a favor de la patria, al apelar a la potente metáfora del vómito para aludir a la expulsión de las fuerzas realistas de la capital peruana. El primer número de Los Andes Libres, publicado el 24 de julio, a pocos días de la proclamación de la Independencia, presentaba la siguiente exclamación: "¡Dichoso el momento en que Lima vomitó de su seno á ese exercito de malhechores!" Asimismo, se representaron las tropas realistas como insaciables "lobos hambrientos". Esta animalización del enemigo, guardaba relación con la acción depredadora de éstos contra "nuestros campos", con lo cual "nos sumergían en el hambre y la miseria".131 Las expresiones anteriores ejemplifican lo denominado por Sarah Ahmed como performatividad del disgusto. La experiencia sensorial y emocional de hambre sentida y sufrida había transmutado a la hambrienta Lima en una enérgica figura femenina lo suficientemente capaz de expeler a los monstruosos sujetos quienes la condenaban al hambre. Esta abyección era el producto de una mutación emocional. El miedo había engendrado odio.132 Asimismo, el vómito de la patria representaba el asco cotidiano causado por la putrefacción del pan, tal como lo describió el médico Valdés.
La poesía patriota también contribuyó a cimentar la mencionada performatividad del disgusto, al identificar y sancionar moralmente a protagonistas del hambre en la población limeña. En este caso, se confirma a su vez la importancia material y simbólica del pan. En el transcurso del ingreso del Ejército Libertador, circularon décimas despidiendo a militares y comerciantes peninsulares que abandonaban la ciudad. Entre ellas se debe destacar una en especial, dedicada al panadero. Este personaje decía:
A Dios mi Panaderia
A donde hice mi caudal
Vendiendo un pan por un real
En la anterior carestía133
Indisputablemente, no sorprende la condena a la especulación y la adulteración practicadas por los panaderos durante el asedio. Mientras la población sufría la escasez de pan y consumía panes marcados por la putrefacción, los dueños de panaderías obtuvieron considerables ganancias monetarias, al incrementar el precio del pan prontamente mientras reducían el peso del producto ostensiblemente.134
En contraste, una loa difundida para celebrar la jura de la independencia enunciaba el alivio alimenticio advertido en las semanas siguientes al ingreso del Ejército Libertador:
Panaderias hasta aquí cerradas
Por falta de las mies apetecida,
Ya os mirareis del Pueblo frecuentado
Pues Chile con sus granos os convida:
Vosotras tristes madres afanadas
Aiver expuesta la precisa vida
Del hijo tierno á el hambre asoladora
Ya alegranos podeis; todo mejorara.135
El verso transcrito exhibía la ansiada normalización de los circuitos cotidianos de abastecimiento y movilizaba la alegría, misma que reemplazaba a la tristeza. A consecuencia de la independencia de Chile, el tráfico triguero se había visto impactado; con el bloqueo patriota simplemente se redujo drásticamente.136 La exaltación de Chile representaba el protagonismo de este país, convertido en granero de Lima, desde fines del siglo XVII. Tal protagonismo se incrementó durante la guerra de Independencia. En este aspecto, el verbo convidar, no sólo obtenía una connotación alimenticia. Dicha mención buscaba cimentar la procedencia de la Expedición Libertadora, que había hecho posible la incorporación de Lima en la familia americana de los patriotas. La apelación a la figura de la madre y el niño hambriento incorporaba a la mujer en su rol maternal en el nuevo estado. Con la liberación de Lima, las madres tendrían la capacidad de nutrir y criar a los futuros ciudadanos.137 Más aún la conversión de Lima en patriota hacía asomar la alegría y el regocijo, reemplazando las penurias pasadas.
En estrecha conexión a la aspiración de un futuro promisorio, la comedia titulada Los patriotas de Lima en la noche feliz, escrita en julio de 1821 por el chileno Manuel de Santiago Concha, conmemoró el ingreso multitudinario y festivo de las "tropas de la Patria" en una ciudad hambrienta. Esta obra teatral peruana se estrenó el 1 de agosto en el contexto de las celebraciones por la proclamación de la Independencia.138 Tal coincidencia responde a la trascendencia social y política del teatro. Se le consideraba el principal espacio de diversión y de sociabilidad política de la ciudad.139 Durante las funciones, los asistentes -autoridades, miembros de la elite y de la plebe- compartían el consumo de alimentos, fumaban, cantaban y conversaban. Se constituía en tribuna política perfecta para la difusión de ideas, ya que éstas lograban una circulación oral amplificada en la ciudad.140 A esta misión política, se debe agregar la función movilizadora de emociones en un contexto de crisis urbana, como el experimentado en Lima en julio de 1821. A través de las representaciones teatrales se buscó consolidar una comunidad afectiva patriota, marcando una ruptura con el pasado realista inmediato de la ciudad. Una vez más se constató la importancia del pan. Pero en esta ocasión, dicho alimento consagraba el nuevo pacto entre la patria y los ciudadanos. Los paladares atormentados por el hambre se transformaban en paladares compensados y satisfechos en virtud de la acción generosa de la patria.
Los patriotas de Lima en la noche feliz buscó involucrar emocionalmente a los espectadores141 y reconoció públicamente el hambre sentida y sufrida por ellos. La caracterización y la actuación de los personajes de la ficción expresaban las experiencias de los asistentes, quienes habían soportado el asedio de la patria, pero quienes desde este momento debían celebrar el triunfo de ésta. Uno de los protagonistas de la representación teatral, llamado Hipólito, señaló haber visto a los soldados de la patria y haber recibido dos panes como regalo. Hipólito ingirió los panes, y en un acto sublime, él compartió un pedazo del "pan de la patria" con sus compañeros de tertulia.142 Tal identificación entre la patria y el pan respondía al hábito cotidiano y afecto compartido por los habitantes de Lima hacia este producto. El abogado limeño, Manuel Lorenzo Vidaurre, señaló en una ocasión: "En nuestra pingüe ciudad todo hombre se acostumbra desde su nacimiento al pan de trigo. Lo comen igual, los criados, y los amos, el Virrey y el ultimo delincuente que se halle entre las cárceles".143 En consideración al testimonio de Vidaurre, la acción desplegada por Hipólito confirma el poderoso rol del consumo de alimentos, como hábito cotidiano en la construcción de identidades.144 En forma relevante, el pan obsequiado por la patria era aceptado y compartido por Hipólito. Dichas acciones, representaban la consagración de un pacto entre el nuevo régimen y la población. Se empleaba la personificación femenina de la patria con el objetivo de inspirar sentimientos patrióticos. La patria cumplía la función de madre dadivosa, nutriendo y recompensado a sus hijos metafóricos por el sacrificio -así como el hambre sentida y sufrida- soportado durante el asedio.
Esta comedia recordaba los sinsabores de la guerra experimentados durante los meses del sitio. Por ejemplo, Hipólito expresaba el hastío de comer raíces, camotes y maíz; mientras que un prisionero recientemente liberado rememoraba su sobrevivencia en la cárcel alimentándose "algunos días sólo con frijoles mal cocidos, sin más condimento que agua y sal".145 Incluso, uno de los brindis por la patria escenificados, recapitulaba el sufrimiento por hambre con las siguientes emocionadas palabras:
En tanto, Lima, del penoso sitio
Experimenta crueles consecuencias:
Faltan los alimentos, falta todo
Y reducidos a una muerte horrenda
Ansian la libertad sus naturales.146
Esta obra teatral se constituía en una narrativa heroica y otorgaba reconocimiento público del hambre sentida y sufrida por los limeños y las limeñas anónimos. Se debe resaltar la presencia de un personaje femenino nombrado Rosa -cuyo nombre evoca a la santa criolla Rosa de Santa María- quien, por la acción desplegada y los mensajes propalados, representa la personificación de la patria. Rosa hizo patente el rápido ingreso de la patria, debido a lo cual sólo podía compartir algunos fiambres y galletas con sus compañeros en la cena. Ella había guardado previamente los mencionados productos para "conllevar las necesidades que estábamos padeciendo". La acción virtuosa de Rosa se robustecía cuando expresó: "Ya no moriremos de ambre: la abundancia sucederá a tantas miserias".147 La enunciación de las galletas recordaba la estrangulación insurgente sobre la ciudad. Tal como lo anotó Luna Pizarro, en sus cartas examinadas en una sección anterior, las galletas reemplazaron al pan. Simultáneamente, la actitud de compartir los alimentos inmortalizaba los paladares atormentados en un contexto de celebración. Este hecho buscaba reforzar la fraternidad entre los miembros de la comunidad política y emocional de los hijos de la patria. En tal contexto, esta patria es Lima, la cual mutó de hambrienta a liberada.
Consideración final
El presente estudio demuestra lo planteado por Abel Martínez y Andrés Otálora, quienes estudian el hambre como uno de los componentes clave que "decidió el curso que tomó la guerra" de independencia.148 En efecto, el examen del sitio contra Lima en comparación con los asedios vividos en otras ciudades como Cartagena y Zaragoza demuestra la contundencia de la estrategia militar de estrangulación por hambre utilizada en las guerras de las independencias en un contexto transatlántico. En el caso de Lima, el hambre hizo posible el control de las armas de la patria de la ciudad más contrarrevolucionaria de Sudamérica, ante la retirada del virrey José de la Serna de la capital peruana el 6 de julio de 1821. El general San Martín y el cabildo limeño lideraron la proclamación de la Independencia, el sábado 28 de julio. Ésta ha sido considerada como "un acto político de gran trascendencia simbólica, pero de carácter meramente formal",149 porque la guerra concluyó en la misma Lima en 1826, con la capitulación de las fortalezas del Callao. En 1821, no hubo una gran batalla que enfrentara cuerpo a cuerpo a los ejércitos en disputa por el control de la ciudad de Lima, no obstante las cartas, las memorias, los impresos examinados y las batallas diarias de los sitiados por la sobrevivencia. A partir de las experiencias sensoriales y emocionales narradas es posible distinguir el hambre sentida, sufrida, diagnosticada, politizada y movilizada.
Por lo expuesto, es posible calificar que el acto de la proclamación de la independencia fue el resultado de una situación dramática y traumática. Este evento histórico demostró la contundencia del hambre como parte de la estrategia militar de estrangulamiento de la ciudad. El hambre conseguiría lo imposible de obtener por los cañones: la captura de Lima por parte de los patriotas. No se produjo la espectacularidad de una batalla entre ambos ejércitos, así como la muerte violenta y sangrienta de soldados. Sin embargo, la población sufrió durante los meses del sitio contra Lima y confrontó las batallas diarias provocadas por el hambre. Por ello, en directa relación con el presente, cabe reflexionar sobre la conmemoración del bicentenario en 2021. Limeños y peruanos habían planeado celebrar la proclamación de la independencia de 1821, pero a consecuencia de la pandemia del coronavirus están apesadumbrados. Por lo tanto, también se debería reflexionar y recordar a la Lima que sufrió hambre hace doscientos años.