Provistas aún en nuestra percepción de una cierta rigidez y solidez estática y no menos valerosas y fuertes que los grandes personajes femeninos de la tragedia griega, cuyas palabras, como Woolf ensalzaba en su ensayo Sobre no saber Griego (1986, p. 28) “permanecen, son algo que se ha pronunciado y debe perdurar eternamente”, por sus palabras y por sus casi sin excepción limitados actos, las mujeres romanas, desde la República a la Antigüedad tardía, evidencian esa continuidad en algunos de los elogios que se grabaron sobre sus tumbas.
Las inscripciones antiguas, a las que no pocas mujeres a menudo privilegiadas asoman, muestran de vez en cuando esa consabida faceta familiar y doméstica que esconde una fortaleza y una relevancia genuinas. Los elogios de la esposa, de la hermana o de la hija y las loas de la concordia conyugal o familiar refuerzan la autoridad moral en la sociedad de su cónyuge o del padre, de la misma manera que el elogio de la niña muerta antes de tiempo sirve a menudo para sublimar la consideración más positiva de su familia. Es por esta finalidad que Ausonio inicia el poema dedicado a su consuegra, la noble Pomponia Úrbica, ligando su linaje y las viejas tradiciones que lleva consigo al enriquecimiento enseñado por su esposo, pero también por su padre y su madre:
La pervivencia de la memoria es muy clara en monumentales encomios en piedra, ya de por sí escaparates, como el encargado por un hombre tan influyente y poderoso como Vetio Agorio Pretextato para reconocer las virtudes domésticas pero sobre todo cívicas de su esposa Aconia Fabia Paulina (CIL VI, 1779), pero no parece menos importante para esos otros esposos que lloran contando y haciendo grabar los años (y muy a menudo meses y años) de concordia coniugalis.
Aquí vamos a destacar las inscripciones funerarias, muchas de ellas métricas, compuestas con una intención que va más allá de la mera constatación del elogio estereotipado, género poco abierto a la innovación y tendente a reconocer de manera indirecta la valía de las mujeres. La escena de la dulce y pura Nausícaa ante Odiseo al final del canto sexto representa, con brevedad y a la vez encanto, este valor: ella le pide que una vez en el palacio se dirija a saludar primero no al rey Alcínoo, “como un inmortal” en su trono, sino a la reina Arete (es decir, ‘virtud, excelencia’), que está bordando con sus esclavas, merecedora de que el viajero le abrace las rodillas para así ganar un bienestar como el de su propia casa, puesto que por merece siquiera la pena detenerse ante el rey; la madre tiene que ser su primer objetivo (Od., 6.303-315). Esa certeza práctica es en Roma pronto corroborada por Catón el Censor, quien en uno de sus preceptos o apotegmas -tomados de Temístocles y evocados por Plutarco- sanciona un poder universal, que parte de lo que pasa en el interior de todas las casas de los pujantes romanos:
Πεϱὶ δὲ τῆς γυναιϰοϰϱατίας διαλεγόµενος “πάντες” εἶπεν “ἄνθϱωποι τῶν γυναιϰῶν ἄϱχουσιν, ἡµεῖς δὲ πάντων ἀνθϱώπων, ἡµῶν δ’ αἱ γυναῖϰες.” τοῦτο µὲν οὖν ἐστιν ἐϰ τῶν Θεµιστοϰλέους µετενηνεγµένον ἀποφθεγµάτων (Plut., Cat. Ma., 8, 4).1
La representación en el elogio epigráfico de este dominio y de su alcance contrasta con el retrato que aporta la literatura misógina, poblada de mulierculae, vilis plebecula, inperitae (así, Varr., L. L., 5.73, mulier … a mollitie),2 ignorantes, tontas a las que se recomienda callar, como aún se presentan La dama boba de Lope de Vega o Las preciosas ridículas y Las mujeres sabias de Molière.
En la epigrafía funeraria latina, además de las más estereotipadas menciones de las labores propias de la matrona, vidua o la virgo intachables, surgen de forma esporádica alusiones a una influencia en la esfera pública, evidente en intervenciones tan notorias como la enunciación del mismo discurso funerario.3 Estas virgines y matronae consiguen así distinguirse del resto en gran medida por su fuerza y resistencia, reconocidas por alguna capacidad intelectual o espiritual que explica su salto a una dimensión exterior, convirtiéndose en nuevos modelos de comportamiento para nuevas generaciones de madres e hijas. De hecho, algunos elogios femeninos pretenden dar nueva vida a unos valores ya grabados en lugar preferente en uno de los ejemplos más señeros de la literatura arcaica romana, el elogio en saturnios de Lucio Cornelio Escipión Barbado:
Este recorrido parte de una inscripción métrica que una orgullosa Plancina refiere en primera persona, anteponiendo su origen ilustre y la maternidad ejemplar a un matrimonio igualmente modélico, pero algo relegado.4 Buena madre y buena esposa (en lugar del superlativo optima o similar),5 hasta tal punto que, ayudada por su condición reiterada de noble (seguramente de una estirpe indígena) y de matrona honesta, consiguió superar a las demás mujeres (prima mulierum, praeter alias feminas) en una especie de competición, habitual en las inscripciones honoríficas de las más altas magistraturas:6
Numidarum prima mulierum
Plancina genere regio
bona mater bona coniunx
hic sum sepulta multis
[l]acrimis meorum amaris
matrona honesta praeter alias femina[s]
hic sum sepulta exorta genere regio
ter denos annos et ter ternos functa cur[a]
bonarum feminarum Q(uintus) Arruntius Mas[cel(?)]
(CIL VIII, 16159 = CLE 1554, Le Kef )7
El redundante nacimiento privilegiado se sitúa en tres lugares destacados: prima mulierum (¡recordando a sus lectores el comienzo del poema de Lucrecio, con su dedicatoria a Venus, Aeneadum genetrix!), genere regio, exorta genere regio.8 De la misma manera, su condición de “cumplidora de las funciones propias de las buenas mujeres” viene señalada al final, cerrando perfectamente el elogio inicial: bona mater, bona coniunx, cur[a?] bonarum feminarum.9 Con una complejidad métrica destacable -los versos 1, 2, 4 y 5 son dímetros yámbicos, 6 y 7 trímetros yámbicos, 3 y 8 jónicos menores-, la firma queda relegada al final, con el escueto nombre del dedicante (o el marido o un hijo), probablemente un ciudadano romano de origen númida.
En la misma provincia hay otro noble local (su nombre completo, en dos versos, Marcus […] / Aemilius Primus Flavianus) que comparte el epitafio métrico dedicado por dos hijos con su esposa Julia (concordes animae… cum vita maneret, en el primer verso), dedicándosele a ella siete versos, que ensalzan que fue uidua y antes de ello coniux y siempre modelo para las demás mujeres (femineis exemplar moribus omne):10
... dulci viduata marito
coniux /15 casta suum per se solata labo/rem,
Iulia femineis exem/plar moribus omne
Seti/na excelso genere orta et glo/ria gentis,
hic sita, sed sedes /20 meruit penetrare piorum;
Elysios celebrat caro coniuncta marito,
Sexsies hu / ic decimum spatium compleve / rat annus.
(CIL IX, 2340 = CLE 1969, vv. 9-15, Madaura)11
De estructura muy semejante a la del epitafio de Plancina, con una disposición en la que prima el origen noble de la familia, luego la maternidad y solamente en el tercer miembro el matrimonio, otra inscripción del norte de África termina con la mención expresa de la necesidad de pervivencia de la memoria para un monumento con los nombres y edades de sus cinco hijos (todos identificados con el gentilicio abreviado, P) aquí en la voz consciente del marido vivo: memoriam feci perennem.12 Se trata de recuperar a través del epígrafe a una familia perdida, encabezada de nuevo por la expresión honesta femina,13 condición asimismo reforzada por la torpe expresión que le sigue, bonis natalibus nata:
Pescennia Quodvul(t)deus
h(onestae) m(emoriae) f(emina) bonis natalibus
nata matronaliter
nupta uxor casta
mater pia genuit fili
os III et filias II vixit
annis XXX P(escennia) Victori
na vixit annis VII P(escennius)
Sunnius vixit annis
III P(escennius) Marcus vixit
annis II P(escennius) Marcel
us vixit annu I P(escennia) Fo/rtunata vixit annis
XIII m(ensibus) VIII P(escennius) Marcel
lus […] coniugi dignae
sed et filis filiabus
que nostris me vi
vo memoriam feci
omnibus esse perennem
(CIL VIII, 870, Giufi)
El adverbio matronaliter14 -desconocido para las fuentes jurídicas aunque confirme un iustum matrimonium- sólo se halla en esta inscripción funeraria y en la primera parte de uno de los más antiguos textos cristianos escritos en latín, la Passio Perpetuae et Felicitatis, dedicada a la mártir asimismo de nacimiento noble y africana Perpetua. En el caso de la mártir se indica -a partir de lo que ella misma refiere que escribió y de hecho se narra en primera persona (2, 3: “haec ordinem totum martyrii sui iam hinc ipsa narrauit sicut conscriptum manu sua et suo sensu reliquit”)- que cuenta con el sostén cara a la memoria futura de sus actos dadas su procedencia de una buena familia y una buena educación “liberal, abierta”, completadas por su realización como madre:
Advertimos que el autor de la versión griega de la Passio encontró una dificultad a la hora de entender matronaliter nupta, debido al carácter prácticamente de hápax del adverbio, por lo que modificó la expresión, utilizando un adverbio más ordinario, ἐξόχως (‘de forma conveniente’):
Πεϱπετούα, ἥτις ἦν γεννηθεῖσα εὐγενῶς ϰαὶ τϱαφεῖσα πολυτελῶς γαµηθεῖσά τε ἐξόχως.
Perpetua sería, también a partir de los epítetos que la caracterizan los difusores de su retrato literario, fortissima y nobilissima, representación semejante a la que se diseña para los emperadores en sus inscripciones honoríficas.15 Cercana a la virago o a la mulier virilis, se señala la particularidad de su maternidad, que es la que le otorga una condición de matrona a la que finalmente acabará renunciando incluso con un gesto violento (proiciens infantem, 6.6), siquiera sólo en la versión de los Acta Perpetuae.16
En el caso de Pescenia por la relevancia de los hijos y en el de la mártir Perpetua por la ausencia del esposo en el relato, bien parece que pudiera entenderse la expresión matronaliter nupta como “casada para ser madre”. De otro lado, consideramos que el autor de la inscripción, dada su procedencia, pudo conocer la pasión de su mártir, compuesta en los primeros años del siglo III y cuya lectura acabó siendo recomendada por Concilios del siglo IV, como los de Hipona de 393 y Cartago de 397.17 El igualmente africano Tertuliano emplea en una mención de encomio de la misma mártir Perpetua la expresión fortissima martyr (Tert., An., 55.4),18 que pasa esporádicamente para describir con brevedad a otras mártires19 y que se graba para una joven cristiana de Roma:
Elia Valeria fortissima20 que vix(it) annis XVIII
m(ensibus) XI die(bu)s XXVIII in pace
(ICUR X, 26989, cementerio de Basila, en la vía Salaria)
Con el sentido de audax, animosus, audax, non timidus propio de la comedia latina (como en Ter., Andr., 445), en las inscripciones tenemos una joven virgen cristiana fortissima de Roma, que no es otra que la santa mártir Faustina,21 quien merece un lacónico epitafio sólo roto por el superlativo:
También ya para finales del siglo IV este adjetivo, aún en el grado superlativo característico de los elogios más antiguos, se lee para una cristiana romana ya claramente como nombre:
Otro gran elogio fúnebre en piedra, el dedicado en la segunda mitad del s. ii por su patrono a Alia Potestad, apodada por él cariñosamente Perusina, coloca el calificativo fortis en el primer lugar del elenco que empieza en el verso 8 e insiste en la importancia del elogio para la pervivencia de una mujer fuerte, capaz de hacer de dos amantes unos Pílades y Orestes que sólo aguantan por su mediación:22
A continuación la morosa y sensual descripción física, que acaba con las piernas de Alia, conduce un tanto abruptamente en su comparación con Atalanta (“quid crura? Atalantes status illi”, v. 21). Belleza, ejemplaridad (y santidad) a menudo van unidas en todas las culturas, y de hecho el término fortis se adecua y alimenta perfectamente esta ambigüedad, siendo un calificativo que en Plauto se emplea con un sentido más cercano al de formosus o pulcher (así, Bacch., 216-217; Mil., 1106). Es otro comediógrafo, Afranio, quien, desde la fabula togata, presenta con ironía la hermosura como la mitad de una dote en sí misma para una virgo casadera, siendo la otra parte de “extra” la fortaleza, ya independiente:
La excepcionalidad subyace en cuestiones retóricas como la bíblica que se lee en el libro de los Proverbios, “Mulierem fortem quis inveniet?” (Prov. 31.10),23 de tanta repercusión, máxime cuando Bernardo de Claraval (Ep. 113.1) la interpreta como figura de la Virgen y sirve a Fray Luis de León para dar comienzo a La perfecta casada y a Calderón para titular ¿Quién hallará mujer fuerte?, uno de sus autos sacramentales. En este sentido, no podemos descuidar que en otro versículo de otro libro bíblico de sentencias los epítetos son bona y fortis, cualidades cuyos efectos revierten directamente sólo en el esposo: “Mulieris bonae beatus vir: numerus enim annorum illius duplex; mulier fortis oblectat virum suum24 et annos vitae illius in pace implebit” (Eccli. 26, 1-2). Es el mismo modelo que, en el apócrifo libro de Tobías, sirve para describir a Sara (6, 12): “haec puella sapiens et fortis et bona valde et constabilita”.25
Por otro lado, como ocurre con el de la propia Perpetua, a veces de forma voluntaria los mismos nombres de las difuntas sirven para apuntalar el elogio ejemplar de la fortaleza y el valor, a menudo vinculados de nuevo con el origen noble y la maternidad, cualidades que favorecen la recta pervivencia de la estirpe.
Es el caso de la bella y noble Sólida, con un cognomen muy raro, que abre explícitamente el siguiente carmen epigraphicum cristiano de Aquileya, en cuya parte central el esposo-autor se dedica a lamentar los hijos no tenidos y a expresar, con un apóstrofe dirigido a sí mismo, que pro meritis de ella dedica un hermoso y resistente monumento de mármol para ambos:
Nomine quae Solida vixit cum coniuge sanctae
clara genus26 et pulcra gena27 sed plena pudores.
Hic iacet extremum fatis opressa sinistris,
hec eadem nox una dedit talamosque necemque
aurea bis denos aetas cum stringeret annos,
quatuor ast dederat solacia digna marito;
pignore caro tamen vacuum soluta cubile
pergit ad occasus, quoniam sors omnia voluit
cuius pro meritis pulcram de marmore sedem.
Valeriane, dolens comuni in pace parasti / deposita IIII Idus Septembris
(CIL V, 1710 = CLE 00640)28
Aunque no podamos tener siempre la certeza, al menos en estos casos parece que los autores de estos carmina piensan especialmente en los nombres de las difuntas para reafirmar su modelo ejemplar de castidad (como la Kasta Magni raris/sima coniunx, en Hamdoune, 2011, nº 19, Haïdra. s. III), esperanza (Helpis, cit. infra) y prudencia en el siguiente epitafio, de una univira y vidua, con su nombre después de los altos conceptos de iustitia, pietas y fides, y sin expresión propiamente cristiana alguna:
Prae cunctis opibus laudem servavit honesti
iustitia pietate fide Prudentia sollers
sancta pudica decens uni devota marito
cuius ab occasu vincli pertesa iugalis
octo et bis senis vidua permansit in annis
natorum curam miro suspexit amore
vixit annis LXVII m(ensibus) V d(iebus) XVIIII dep(osita) VIIII Id(us)
[Octobris.
(ICUR II, 04415 = CLE 736)29
Incluso, el ser agradable con todos es un elogio que se expone mejor cuando el cognomen es grata, y a la que dedica el juego de los acrósticos para desvelar su nombre, que así aparece al principio absoluto, antes de empezar la parte métrica, y al final:
Veturia Grata //
Vel nunc morando resta qui perges iter
etiam dolentis casus adversos lege
Trebius Basileus coniunx quae scripsi dolens
ut scire possis infra scripta pectoris
rerum bonarum fuit haec ornata suis
innocua simplex quae numquam serbabit dolum
annos quae vixit XXI et mensibus VII
genuitque ex me tres natos quos reliquit parbulos
repleta quartum utero mense octavo obit
attonitus capita nunc versorum inspice
titulum merentis oro perlegas libens
Cagnosces nomen coniugis Gratae meae.
(CIL VI, 28753 = CLE 108)30
La imagen de la justicia, que según defiende Lactancio constituye el fundamento de la fides coniugalis,31 ocupa el primer lugar de otro largo carmen epigraphicum seguido de un epitafio en prosa, que incluye con morosidad los datos biométricos que un doliente esposo dedica a una joven difunta de poco más de diecisiete años, en un suntuoso sarcófago datado en el año 364. Así, en el lugar central una vez destacado el vínculo del matrimonio llega la alusión directa al renombre y reconocimiento abierto en Roma (publica fama) gracias a la concordia coniugalis y a la condición de Acilia de univira, elementos que refuerzan el potente inicio:
Iustitiae facies pudor integer omnis honestas
casta maritali semper devincta pudore
[…] / scit publica fama
et probat omne bonum soli servasse marito.32
Fl(avius) Crescens Aciliae Baebianae dolcissimae adque amantissimae coniugi bene merenti in pace quae vixit annos decem et septem / et mensibus novem diebus tredecim fecit cum marito annum et mens(es) III dep(osita) VIII / Kal(endas) Mart(ias) Valentiniano et Valente Augg(ustis) iter(um) conss(ulibus).
(ICUR X, 27296 = CLE 652, cementerio de la basílica de San Valentín)
Aunque de manera indirecta, mención aparte merecen las univirae, mujeres valerosas en cuanto que voluntariamente no vuelven a casarse después de enviudar.33 Así, en el epitafio de una viuda, el hijo elogia a su madre porque se mantuvo fiel al esposo, haciendo con él de padre y madre (“officium nato patris matrisque gerebas”, ICUR II 6018 = CLE 2103, v. 5, cementerio de Comodila), sin más amor, lo que es el único mérito que puede celebrarse de una mujer (“unica materia est quo sumit femina laudem / quod te coniugio exibuisse doces”, ibid., vv. 10-11).
Una vez más en primera persona, otra difunta toma la voz y la palabra para relatar empezando con su nombre (asimismo parlante, ἐλπίς, ‘esperanza’), siempre en el lugar más destacado, cómo incluso abandonó Sicilia por amor para casarse y morir en Roma,34 donde increpa a quienes se atrevan a profanar su tumba, nuevo lecho nupcial. Siendo una inscripción cristiana ya del siglo V, llama la atención la valiente expresión esperanza de pervivencia a través del amado, no de su Dios:
Helpis dicta fui, Siculae regionis alumna,
quam procul a patria coniugis egit amor,
quo sine maesta dies nox anxia flebilis hora
nec solum caro sed spiritus unus erat;
lux mea non clausa est tali remanente marito
maiorique animae parte superstes ero.
Porticibus sacris iam non peregrina quiesco,
iudicis aeterni testificata thronum,
ne qua manus bustum violet nisi forte iugalis.
[…]
(ICUR II, 4209 = CLE 1432,
basílica de San Pedro Apóstol, vía Cornelia)35
Élpide es, como Medea o como una heroína de la novela griega, una mujer que por su amor y fidelidad es capaz de abandonar su tierra, la que, con todo, recuerda con nostalgia aún después de muerta en el primer verso. Recuerda a Platina, ante todo “una mujer de rara fidelidad y extraordinaria virtud” en la novella del relato de Hemo (App., Met., 7.6: “rarae fidei atque singularis pudicitiae femina”; 7.7 “unicae fidei”), esposa de un magistrado y madre de diez hijos que sufre avatares y aventuras por él, aguantando ingenio masculo hasta el punto de vestirse como un hombre y cortarse el pelo para rescatarle, intercediendo incluso ante el César; del otro lado, el bandolero narrador, el mismo que pronuncia el elogio, también es obligado a disfrazarse de mujer para salvarse (cf. Ach. Tat., 6.1).
Mujeres tan valiosas merecen en justicia monumentos excepcionales. Uno de los mejores ejemplos de ello en Roma lo proporciona la conocida Laudatio Turiae, el más extenso elogio hasta ahora conservado, en dos enormes placas de mármol rotas en varios fragmentos (algunos de ellos perdidos), con suficiente espacio para al menos un retrato escultórico y una inscripción de más de 180 versos.36 En su descripción de las actividades públicas de quien conocemos como Turia -en realidad no se nombra en el texto conservado-, su esposo utiliza términos de acción y virtud propias de los hombres, aunque gran parte de la crítica se ha centrado en su entrega a éste y a su largo y armonioso matrimonio,37 gracias a su virtus, firmitas animi y constantia (valores propios en particular de héroes y gobernantes).38 Es el esposo quien la describe desde su perspectiva, con relación a él y los peligros de su propia e intensa vida pública: “speculatrix et propugnatrix meorum periculorum” (Laudatio Turiae, 2, 61); pero Turia es quien procura refuerzos (subsidia) como buena speculatrix y protectora (munibat) en su faceta de propugnatrix -atributo dedicado a Júpiter, con un templo en el Palatino (CIL VI, 2004, 2008, 2009)-, expresiones originales y a la vez próximas a aquellas metáforas militares que Ovidio emplea para animar a su esposa a la virtus (por ejemplo, en Pont., 3, 1, 91-94).
En suma, el superviviente se encarga de encomiar una fortaleza que puede animar a otras mujeres, apoyado en la buena reputación de la difunta y en el reconocimiento previo de la sociedad.39 El término fama ocupa precisamente el primer lugar absoluto en el elogio epigráfico que el papa Dámaso dedica a la virgen modélica por excelencia para los cristianos, Santa Inés; con esa función referencial que es un recurso propio de la poesía épica, reforzado por el adverbio dudum (‘recientemente’), que confirma la firmeza del discurso que va a seguir:
Matronas y doncellas excepcionales sirven, apoyadas en su prudente firmeza, para afianzar un modelo de comportamiento convincente, atractivo y duradero para los miembros de su comunidad. Que ellas son ejemplo queda bien claro en el primer término de un epígrafe métrico del norte de África, para una difunta con otro nombre parlante:
De nuevo en su parte central se sitúa el discurso de la fama futura (fama loquetur),43 que contrasta con la mala fama de otras mujeres más conocidas, que llegó, por ejemplo, a hacer que Julio César se divorciara de su esposa, afectada por el escándalo de la fiesta de la Bona Dea (Plut., Caes., 10; Suet., Caes., 6.3).
Las inscripciones funerarias muestran que, entre la expresión del decus familiar más orgulloso y el exemplum más abierto a futuros lectores, la fuerza femenina resulta ser un elemento de admiración muy unido a otra cualidad discutida por los filósofos, su capacidad de hablar y comunicar sentimientos. Precisamente Aristóteles establece la diferente acepción de fortitudo de hombres y mujeres (así, en Pol., 1.13, 1260a22) y, antes que San Pablo, considera que una de las virtudes que pueden desarrollar éstas de acuerdo con su naturaleza subordinada es el silencio.44 Es el silencio que pide Pericles en su “Oración fúnebre”, cuando se dirige a las atenienses para explicarles que “será grande la reputación de aquella cuyas virtudes o defectos anden lo menos posible en boca de los hombres” (Thuc., 2.45.2: τῆς τε γὰϱ ὑπαϱχούσης φύσεως µὴ χείϱοσι γενέσθαι ὑµῖν µεγάλη ἡ δόξα ϰαὶ ἧς ἂν ἐπ᾿ ἐλάχιστον ἀϱετῆς πέϱι ἢ ψόγου ἐν τοῖς ἄϱσεσι ϰλέος ᾖ; trad. de J. J. Torres).
Tratados morales como el de Plutarco sobre los deberes del matrimonio también confirman que para la consecución de una relevancia ejemplar hay que restringir los discursos femeninos. Así, a propósito de una intervención pública de una mujer fuerte, Téano, esposa o hija de Pitágoras, es ella misma la autoridad que corta en seco un comentario motivado por el “imprudente” gesto de mostrar su brazo al ir a colocarse bien el manto para hablar (“ϰαλὸς ὁ πῆχυς, ἀλλʼ οὐ δηµόσιος”, ἔφη). Esta anécdota da paso a un comentario que no sabemos si procede de la propia Téano o de Plutarco, que subraya que estas exposiciones, la física del propio cuerpo y la intelectual de la exposición de las palabras, no son apropiadas para la comunidad:
δεῖ δὲ µὴ µόνον τὸν πῆχυν ἀλλὰ µηδὲ τὸν λόγον δηµόσιον εἶναι τῆς σώφϱονος, ϰαὶ τὴν φωνὴν ὡς ἀπογύµνωσιν αἰδεῖσθαι ϰαὶ φυλάσσεσθαι πϱὸς τοὺς ἐϰτός· ἐνοϱᾶται γὰϱ αὐτῇ ϰαὶ πάθος ϰαὶ ἦθος ϰαὶ διάθεσις λαλούσης.
(Coniugalia Praecepta 31)45
De hecho, en las Vidas Paralelas de Plutarco sólo leemos once intervenciones -sin excepción de la élite- de mujeres griegas y romanas.46 Sin acabar de romper esa proporción, las inscripciones latinas dejan asomar la voz propia de vez en cuando, bien sea de las propias difuntas, que repasan su vida o aconsejan, bien sea de las supervivientes, dirigiendo al viator/lector un discurso “epigráfico” que llega a reproducir un breve elogio funerario público. No entraremos en este momento en los ejemplos de mujeres ilustres que también esporádicamente aparecen entre los poetas, historiadores y biógrafos (así, Ov., Tr., 3.7; Plut., Pomp., 55), ya que desde los más antiguos testimonios en las inscripciones latinas las mujeres hablan como madres o hijas, pocas veces como partícipes de la vida pública, vinculadas a la religión:
Por su consideración del silencio femenino incluso como signo de devoción (Aug., serm. 99: “tacita loquebatur; non sermonem promebat, sed deuotionem ostendebat”), no son demasiadas las mujeres con voz propia en la literatura cristiana, que intentan evitar en ellas un adulterium linguae (Hier., epist., 22.6). En efecto, desde los Padres de la Iglesia se divulga la consideración de que la formación femenina con vistas al ascetismo y el monacato ha de limitar las manifestaciones verbales y artísticas desde la infancia: “Nec tibi diserta multum velis videri aut lyricis festiva carminibus metro ludere” (22.9).
Con todo, y con el tono coloquial acentuado por las incorrecciones, la llana Julia reivindica su nombre con orgullo47 y su origen romano, para incluir en el último lugar su condición de neophyta, después de haber conseguido, con el breve adverbio mox colocado antes de las expresiones formulares cristianas que suponen la aceptación de la muerte, resumir el tópico de la mors immatura:
Lejos está Julia de merecer los elogios de Venancio Fortunato de las manifestaciones públicas de Radegunda, que se refieren a sus capacidades musicales. Venancio evoca en un hexámetro la santidad melódica de la elocuencia de la reina en las celebraciones en honor a San Martín, que hacen de ella digna merecedora, por sus propios méritos, de ser largo tiempo recordada (diu… diu; carmina … carmina):
El celebrado poeta de corte y obispo de Poitiers está más cerca de lo que pretende el autor anónimo de un carmen epigraphicum, que pide una melodía para recordar a Sabina, de joven y bella voz silenciada por su muerte, encerrada su capacidad por su propia tumba (clausa iacet, v. 1):
vox ei grata fuit, pulsabat pollice cordas.
Set cito rapta silet. […]
Et pia voce cane: Aelia Sabina vale.
(CLE 489, vv. 3-4 y 9, de Panonia)48
El mejor homenaje es para Sabina una melodía que recuerde su nombre completo, cumpliendo así la función el epitafio (cane… vale). Más pretensiones tiene una puella fortis, que supuestamente saca con dificultad fuerzas de su flaqueza para elogiar al influyente y poderoso hermano difunto que merece un carmen. Éste opta por la tercera persona, pero el último término, dixit, confirma la voluntad como autora de Paula. Además, su falsa modestia es evidente, en cuanto que su despedida adopta el sencillo, emotivo y muy efectivo final del poema dedicado por Catulo también a su hermano, muerto en Troya (101.10).49 Ello completa nuestra idea de que se presenta como una Antígona romana, que cuida por el enterramiento digno de su hermano, otra vez sin ningún elemento propiamente cristiano y sí con la expresión del orgullo por los ancestros y por las acciones nobles que permiten el mantenimiento del vigor familiar. De hecho, es de nuevo el noble origen el motor que impulsa a la mujer a intentar abandonar ese carácter -se sobreentiende ‘débil’- femenino que hasta ese momento ha vencido en ella, como si la vida se tratara de una batalla (femineo victa animo50):
Consul in egregiis bis senis fascibus auctus,
magnus ab Insteiis gens inclyta Pompeianus
istic terrenos terrenis sedibus artus
reddidit, inque sinus summi genitoris apertum
aethera pervolitans levibus se sustulit alis
caeloq(ue) et terris placida sic pace repostus
felix luce nova saec(u)lorum in saecula gaudet
femineo sed victa animo et miserabile dulci
germano divulsa dolens fratremq(ue) requirens
Paula soror tumulum dedit et solatia magni
parva tulit luctus tristiq(ue) heu pectore ‘salve
perpetuumq(ue) vale, frater carissime’ dixit.
(CIL VI, 32000 (p 4801) = CLE 734 = ICUR I, 307)51
El discurso funerario se ve modificado por el dolor. Así, el apóstrofe de una madre (O Rhode) y las dos preguntas que le dirige a su hija difunta se rematan con la misma sencillez del epitafio de Catulo (iam vale perpetuo dulcis), convenientemente cristianizado con un añadido meramente formular, con un cierre perfecto en modo imperativo (in pace quiesce):
O Rhode, dulcis anima, acervo mihi funere rapta,
qui tantum properasti matris foedare senectam
senilemque aetatem tantos onerare dolores
te sine namque mihi nec lux nec vita iocunda est,
Quid primum tollerare queam tua dum singula quaero
cum venit in mentem quod tuorum tu decus omnium esses?
Quid pudor castus quid sancta fides moresque benigni
ingeniumque doctrinaque tua et verba sobria menti?
Prudens et innocua caelestia regna petisti
Iam vale perpetuo dulcis et in pace quiesce!
(ICUR IX, 24125 = CLE 737)52
Después del epitafio en prosa con los datos biométricos (filiae… mater), otra madre afligida (genetrix decepta) toma la palabra y “reivindica” la preparación del titulus:53
Diis Manibus
Atiliae Severillae filiae piissimae
Atilia Onesime mater
hunc titulum natae genetrix decepta paravi
post t[en]er[os] Manes et acerbae funera mortis
[…]
(CIL 11, 01209 = CLE 1550, vv. 1-2, época de Adriano)54
Aunque el final de la inscripción es muy fragmentario, la hija parece responder, pidiendo que se le permita a la madre que acaba de hablar, poder durante mucho tiempo realizar los ritos de la muerte y pronunciar su discurso, consciente de que así se mantendrá su vida terrenal a través de la memoria nominis: dum venio matris funere tarda comes (ibid., v. 20).55
El dolor es un motor asimismo para otra madre romana que escribe el monumento (memoria) a su hijo, muerto a los veinticinco años, añadiendo una amenaza o imprecatio, con pena justamente de “dolor” a quien pudiera atreverse a quitar la inscripción, su personal conmemoración, último vínculo afectivo entre ambos. Su nombre queda bien destacado en el campo epigráfico, reservándose la primera línea completa:
A modo de diálogo intemporal, se llega a evocar en piedra una frase de la esposa, pronunciada cuando ya ha muerto (prior… recepta), que no es sino una personalización de imperativos como vivite, ludete, agite, etc., que amplían y divulgan el tópico del carpe diem, aquí muy próxima al último dístico de un epigrama de Marcial dirigido a Lucano (1.36.5-6: “… qui prior isset ad umbras / vive tuo, frater, tempore, vive meo”):
prior at Lethen cum sit Pompti[ll]a recepta
tempore tu dixit vive Philippe m[e]o.56
(CIL X, 7563, etc. = CLE 1552, c, vv. 3-4, Cagliari)
Otra de estas mujeres excepcionalmente conocidas gracias a las inscripciones que para ellas se grabaron incluso se atreve a asumir con insolencia su nueva situación. Así, los ecos de un epigrama griego atribuido a Epicarmo reviven en dos poemas epigráficos, en los que la difunta es mujer:
cinis sum, cinis terra est, terra dea est,
ergo ego mortua non sum.57
(CIL VI, 29609 = CLE 974, s. i d. C.)
El último, un hexámetro asimismo de Roma (con los arcaizantes heic y sein, una contracción terrast y un final con dos monosílabos), recalca el orgullo de esa mujer sabia que se mantiene viva en la naturaleza que nutren sus cenizas:
En fin, tanto las inscripciones latinas tanto métricas como las más humildes en prosa subrayan ocasionalmente, casi sin excepción en primera persona, valores considerados masculinos como la fortaleza, la justicia y la elocuencia, con una finalidad fundamentalmente consoladora que, sobre todo en las inscripciones cristianas, sirve además para completar un nuevo modelo de comportamiento.
Liberada la mujer de su natural molicie e irresolución, es posible una inversión en los papeles, según ya defiende sin desprecio Casiodoro, acabados ya el Imperio y un largo tiempo: