La geografía histórica estudia el espacio, sus escalas y su organización social en el marco de un desarrollo continuo que va desde tiempos remotos hasta el presente. En México, sus territorios han sufrido impactos que los han hecho mutar y recomponerse a través de sucesivas olas temporales. (García Martínez, 2004, 2012). Por ello cualquier unidad espacial se estudia bajo el lente del devenir humano que modifica y transforma el medio junto con sus elementos constitutivos. Resulta esencial, por tanto, afinar la mirada a la hora de analizar la ocupación de cierto lugar que ha pasado por largos procesos históricos; la aproximación es, pues, enlazar el estudio de las unidades político-territoriales de México desde su fundación, y a través de épocas tanto de edificación como de demolición y su posterior refuncionalización. La propuesta que se presenta a continuación consiste en aplicar este enfoque al trabajo de campo en la sierra de Texcoco, con el cerro Tezcotzingo como centro articulador del entorno montañoso.
Historia político-territorial de Texcoco en su época de esplendor
Los primeros asentamientos chichimecas hacia el oriente de la cuenca de México los construyeron un grupo de inmigrantes, encabezados por Xólotl hacia el siglo XII.1 En realidad, no existe una estructura genealógica que explique todas las ramificaciones de inmigrantes, las mismas que iban fundando los altepeme o reinos, cada uno con sus propias reglas de parentesco o linajes de carácter político. Pero es un hecho evidente que la región del Acolhuacan aumentaba en asentamientos rurales de forma exponencial y progresiva hasta que se estableció la capital de su señorío, hoy Texcoco. Hacia el Posclásico (1200-1521), y sobre todas las alianzas políticas que se iban pactando, se conformó el de más grandes alcances territoriales: el señor Itzcόatl de Tenochtitlán y el señor Nezahualcόyotl de Texcoco formaron una confederación de carácter militar -a la que posteriormente se le sumó Tlacopan- con el fin de derrocar al imperio de Azcapotzalco y así comenzar un nuevo sistema de ayuda mutua en la conquista de la tierra.2 En el caso de los acolhuas, además de cobrar los respectivos tributos a los pueblos sujetos,3 este sector de la triple alianza, cubría sobre todo las funciones de carácter judicial: el Tlahtoloyan era la máxima corte de justicia aposentada en Texcoco. Con la conquista española, aunque llegó a ser cabecera de doctrina, sus templos y construcciones fueron destruidos. De estas funciones políticas dan cuenta las fuentes tempranas, sin embargo, la arqueología y el trabajo etnográfico puede aún arrojar datos valiosos para reconstruir el pasado glorioso de la región, además del significado cultural y ritual con el uso ceremonial que todavía hoy se lleva a cabo periódicamente.
La mirada hacia el oriente
El sábado 27 de mayo de 2023, Eduardo Antonio Godínez Llampallas, quien se encuentra en los inicios de un trabajo sobre Tláloc y los seres que custodian el monte en un contexto ritual, nos propuso una visita a Texcoco.4 La ruta parte desde la Escuela Nacional de Antropología e Historia, pasa por el sur de la Ciudad de México hacia el oriente (Figura 1), se busca enfatizar el interés por la geografía del lugar y las modificaciones hechas en tiempos remotos en la zona de montaña; de manera que Eduardo Antonio nos condujo hasta el cerro Tezcotzingo (Figura 2a), que alberga una cantidad sorprendente de obras de arquitectura monolítica (Figura 2b) y de ingeniería agro hidráulica entre vestigios de un sistema de riego a gran escala, así como de espacios de cultivo de jardines y de bosques de la época del rey Nezahualcóyotl. Ya desde sus faldas, en la cúspide y en la vista de sus alrededores, sobre todo en relación con el monte Tláloc, apreciamos diferentes aspectos de interés y análisis sobre el sitio en su conjunto, junto con los interrogantes y observaciones que se despertaron por parte de los compañeros de viaje.5
Un viaje que nos traslada a las remotas espacialidades y temporalidades de Texcoco
Emprendimos el viaje desde la Escuela Nacional de Antropología e Historia, ubicada en la alcaldía de Tlalpan, hacia el oriente y a 25 kilómetros de la Ciudad de México, para visitar la zona arqueológica de Tezcotzingo, comúnmente llamada “Baños de Nezahualcóyotl”, ubicado en una prominencia cercana a Texcoco (Vela y Díaz, 2010, pp. 34-37). Nuestra salida se llevó a cabo por Periférico Sur hasta la incorporación a calzada de Tlalpan; una vía rápida y muy transitada, rodeada de edificios, centros comerciales, transportes y el tren ligero que recorre de Taxqueña hasta Xochimilco. Al ver los antiguos estudios Churubusco, y detrás de estos, el centro Centro Nacional de las Artes (CENART), tomamos inmediatamente la desviación con dirección al Circuito Interior -Río Churubusco-; para atravesar parques, zonas residenciales e importantes recintos deportivos, como la Alberca Olímpica, el Palacio de los Deportes y el Foro Sol. Al llegar al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México “Benito Juárez”, dimos la vuelta en el entronque con la avenida Oceanía para girar a unos metros en la avenida 602, límites de la alcaldía Venustiano Carranza e inicio de la Gustavo A. Madero; siguiendo esta ruta, y al llegar a las vías del tren comienza el municipio de Nezahualcóyotl y, por tanto, se está ingresando al Estado de México.
Al llegar a la caseta de cobro de la autopista Peñón Texcoco, sorprendidos por la gran cantidad de hectáreas desocupadas, declarados terrenos federales, comenzamos a observar las características del paisaje. Con dirección a Texcoco, del lado derecho se encuentra el bordo de Xochiaca: un basurero perteneciente al municipio de Nezahualcóyotl, una planta de tratamiento de agua y rastros del lago de Texcoco (González, 2023).6 En la autopista encontramos espacios vegetales, verdes y secos (Sahagún, 1982).7 Adicionalmente, a la mitad de la autopista no dejamos de ver la gran muralla adornada con lámparas de captación de energía solar y un letrero que anuncia el futuro “Parque Ecológico Lago de Texcoco”, proyecto de conservación del suelo, flora y fauna por parte del Gobierno Federal.
Después de transitar la autopista Peñón Texcoco, de 16.5 kilómetros, nos adentramos a otra vía rápida llamada Lechería-Los Reyes, para dirigirnos a la primera desviación que se interrumpe con un semáforo y con las grandes extensiones de la Universidad Autónoma Chapingo (UACH), damos vuelta hacia la avenida Úrsulo Galván y continuamos aproximadamente durante 15 minutos mientras observamos el espacio del lado derecho donde se ven edificios académicos, los campos deportivos y todas las hectáreas de terrenos experimentales de la UACH. Seguimos por el Periférico Bicentenario hasta llegar al poblado de Tequexquináhuac, o “lugar del señor de las maravillas”, y el muro del panteón de la comunidad nos indica que debemos girar a la izquierda porque a lo lejos se ve el cerro Tezcotzingo y su verdoso paisaje. El camino nos hizo llegar a un pueblo llamado San Dieguito Xochimanca, que nos dio acceso al cerro por la parte sur, aunque la zona principal para ingresar al sitio arqueológico se encuentra en el poblado de San Nicolás Tlaminca; ambos entroncan con la calle Cuauhtémoc y Nezahualpilli, donde dejamos el vehículo y comenzamos a caminar.
Los peñascos y el pórfido
Ingresamos al cerro cónico donde está la zona arqueológica, ubicada en el lado norte. Resultó imposible que ignoráramos la majestuosidad de un monte lleno de peñas,8 y entre ellas un camino bien demarcado por el tiempo, los visitantes y las intervenciones arqueológicas. Mientras íbamos subiendo, el paisaje se ampliaba cada vez más y se lograban ver algunas aves, las rocas enormes nos cubrían la vista hacia el lado este por completo, y en ellas había marcas que parecían habían sido talladas por el agua y el viento. Hablamos de cómo se evidenciaba el trabajo arquitectónico realizado por la cultura acolhua sobre ese espacio y su integración con los recursos naturales. Luego de unos minutos, y de caminar por piedras apretadas, nos encontramos con una cueva que se formaba desde el interior de las peñas vivas; decidimos no adentrarnos por seguridad y continuamos el ascenso.
A los pocos metros, el sendero se transformó en una gran escalera de piedras, unas sobre otras nos llevaron hasta el Sistema Fuente A (Figura 2c), ubicado al este del sitio. Este espacio es la primera evidencia arqueológica que observamos ligada al recurso natural más importante: el agua, y allí vimos que lo que parecía una tina, representaba parte de un acueducto monolítico formado por las rocas macizas y cuyos caminos nos llevan en diferentes direcciones del espacio natural. Al mirar hacia el horizonte, observamos los pueblos aledaños: el centro del municipio de Texcoco y los cerros cercanos, como el Metecatl y sus terraplenes, los cuales dan evidencia del trabajo agrícola de la región (Figura 2d).
Horizontes de canales y jardines
Una calzada hacia el lado sur del cerro nos convierte en testigos del trabajo hidráulico mesoamericano y nos conduce entre piedras y restos de canales por donde corría el agua, así como plantas endémicas como la palma (Figura 2e), o flores blancas que podrían verse como parte de los jardines. Raúl Alcántara Onofre menciona que en los terrenos se cultivaba infinidad de árboles y plantas, y sus flores adornaban con profusión las jardineras, técnica agrícola hoy desaparecida. En nuestro andar por la calzada observamos vegetación diversa como el nopal (Figura 3a), el pirul, hierbas salvajes y desechos de animales, de cacomixtle o de tlacuache. Fuimos rodeando el cerro hasta llegar al lado este, donde se encuentran espacios como el Trono del Rey (Figura 3b), el Patio de las Danzas y otros vestigios que han sido consumidos por la naturaleza y los animales que se presentan entre las piedras y las ramas como las mariposas (Figura 3c) o las lagartijas (Figura 3d).
Trabajos hidráulicos y terrazas agrícolas
En el Posclásico se desarrolló, de acuerdo con el trabajo arqueológico realizado por Parsons (2002), entre otros, una red hidráulica a base de canales y acueductos de roca maciza para conducir el agua brotante de los manantiales, tanto al norte como hacia el sur del monte Tláloc. El Acolhuacan, o la región de Texcoco, es un buen ejemplo de la transición de la práctica de roza y quema y de temporal hacia la técnica de regadío y la construcción de terrazas. La organización política de esta área hacía de tal forma extensiva la práctica de este tipo de agricultura hidráulica, que pudo contrarrestar exitosamente incluso las condiciones desfavorables de sequía y heladas. Así, en ciertas zonas agrícolas se multiplicaban los asentamientos, fungiendo de paso como frontera con Tlaxcala y Tliliuhuitepec. Es este espacio fisiográfico nororiental, desplegado entre las inmediaciones del lago de Texcoco, el más central de todos los lagos donde confluían el resto y el más bajo de todos y la sierra de Texcoco (Palerm, 1973), se extendieron los llanos cultivables y cultivados de suelos agrícolas con una producción a gran escala, además de practicar la recolección de sal, por ejemplo, y la caza. María Teresa García (2002) señala que este lugar tuvo como principales características la excelente talla en piedra de canales, pilas, templos, todo ello en torno a un sistema hidráulico que abastecía de agua al sitio, trayéndola desde un manantial localizado en la zona serrana, a seis kilómetros al oriente.
Los estudios agrarios de Chapingo y Diego Rivera
Decidimos después de un de par horas, descender del sitio, dejamos atrás los espacios verdes y los caminos de piedra y tierra, así como el conjunto del paisaje natural junto con los adornos del antiguo acueducto que tiene huellas del paso del agua, pero ya sin ella. Salimos por el pueblo de Tlaminca en dirección a Periférico Texcoco, ruta que nos llevó directamente a la Universidad Autónoma Chapingo, donde decidimos parar para ver la Capilla Riveriana. Al ingresar a la UACH, caminamos por su gran calzada llena de pastos verdes y arbustos como el arrayán, además de árboles enormes de hoja caduca como el fresno. Después de una caminata larga llegamos al centro de este enorme jardín, allí vimos el edificio de Rectoría del siglo XVII e ingresamos a la majestuosa Capilla, donde está plasmado el trabajo de Diego Rivera en los murales ligados a la tierra, a la agricultura, a la germinación, a la floración, a los campesinos y a los ciclos del hombre y de la naturaleza (Rodríguez, 1986). Finalmente, emprendimos nuestro viaje de regreso a la gran Ciudad de México por el camino por el que llegamos, nos despedimos de los paisajes verdes, de los árboles, del lago y de las aves, para encontrarnos con la urbe, al oeste, donde nos seguía el sol para esconderse.
REFLEXIÓN FINAL
La geografía histórica nos permite el estudio de cierta estructura territorial, junto con el lugar que ocupa dentro de sistemas más amplios; es una propuesta válida para cualquier escala. En este caso, una intermedia, es decir, regional, puede ser adecuada a la hora de pensar en un conjunto espacial del México antiguo, de fronteras poco claras o flexibles para el estudioso del tema; no obstante, es posible definir ciertos elementos dominantes y establecer una distribución jerarquizada del paisaje en cuestión para proponer luego un sistema integral y funcional en cierta etapa, pero vivo y cultural en el presente.
En este sector político territorial específico, y en tiempos del gran señor acolhua, se desenvolvieron dos grandes fenómenos que se desarrollaron como uno solo para conjuntarse y mostrarse en su máxima expresión para el siglo XVI. El primero, de carácter natural: los productos del lago, las especies de caza, los bosques, los cultivos de chinampas y los productos de suelo seco representaban una inmensa diversidad. La otra característica esencial era de naturaleza humana y técnica: se trata de la inmensa y compleja red hidráulica conformada por obras de ingeniería que incluían calzadas, diques, acequias, canales, albarradones, acueductos, puertos, ríos canalizados y presas. En suma, descubrimos un lugar natural asombroso y enigmático, rodeado de una diversa vida silvestre, donde la flora puede ser de especies áridas y también húmedas, coloridas o verdosas.