Este libro resulta de interés para múltiples lectores, y para los geógrafos y geógrafas en particular, porque Alan Mallach2 busca entender cómo el descenso de la población y el (de)crecimiento económico, unidos a otras fuerzas influyentes, sobre todo el cambio climático, afectarán a las ciudades del mundo en las próximas décadas. ¿Qué significará tener un mundo lleno de ciudades en contracción y cada vez más pequeñas? ¿Significa que están condenadas al declive en más aspectos que el simple número de habitantes, o podemos disociar el declive demográfico de la decadencia económica, los edificios abandonados y el empobrecimiento?
Durante los últimos cien años, el lema mundial ha sido “más, más, más” en términos de crecimiento (de la población, del entorno construido, del capital humano y financiero, y de todo tipo de bienes). Esta era la realidad cuando la población mundial se incrementó durante las décadas de los años sesenta y setenta. Pero la realidad cambia ante nuestros ojos y existen varias investigaciones que abarcan el tema de la “contracción urbana” (urban shrinkage en inglés) (Camerin et al., 2023a, Camerin et al., 2023b). El crecimiento ya se está ralentizando y, según los demógrafos más sofisticados, la población de la Tierra empezará a disminuir no dentro de cientos de años, sino durante este mismo siglo XXI.
En este contexto, el libro de Mallach resalta por ordenar e informar su gran experiencia de trabajo que ha pasado en los últimos treinta años observando, reflexionando y escribiendo sobre ciudades en declive. Estamos ante un recorrido personal muy amplio, desde Trenton (Nueva Jersey), donde fue director de vivienda y desarrollo económico, a otras ciudades estadounidenses como Detroit, Flint y San Luis, y desde allí a metrópolis de Japón y Europa Central y Oriental, mostrando cómo los responsables políticos han tendido a considerar las urbes en declive como aberraciones, pero ya no es así. Este libro consigue mostrarnos cómo las ciudades pequeñas se ven afectadas por los grandes cambios que las rodean y qué pueden hacer al respecto, lo que establece nuevos contextos de actuación de la geografía.
Esto vuelve interesante el contenido de este libro, ya que proporciona un diagnóstico sobre el número de ciudades en declive de aquí a 2050, que alcanzará niveles nunca vistos en Europa, Asia Oriental y Estados Unidos. Las ciudades estadounidenses en declive son lugares cuya población alcanzó su máximo entre las décadas de los cincuenta y sesenta, y están situadas de forma desproporcionada en el noreste y el medio oeste, y son grandes (Baltimore y Detroit) o pequeñas (Youngstown, Gary y Johnstown). Si bien se relatan dinámicas que afectan a todo tipo de ciudades, el libro se centra sobre todo en las más pequeñas, las antiguas ciudades industriales y las afectadas por la huida de los blancos a los suburbios o al Cinturón del Sol. La mitad de las ciudades estadounidenses con más de 50 000 habitantes perdieron población entre 2010 y 2020. En Europa (sobre todo en el este) y Japón, las ciudades pequeñas empezaron a perder población unos años antes.
Asimismo, analiza los retos globales que afectan a las ciudades en contracción al igual que las que están en crecimiento, es decir, el cambio climático, el cambio tecnológico y la inestabilidad y el riesgo políticos, incluido el crecimiento del “neofascismo nacional” (p. 141).
Y también propone algunas pautas a seguir. Para hacer frente a sus problemas específicos, las ciudades en contracción deben reconocer que seguirán siendo más pequeñas que en el pasado y que los gobiernos estatales y nacionales no van a intervenir para salvarlas. Los decisores políticos de las ciudades más pequeñas tienen que promover la localización y, a la vez, la independencia de la economía mundial, pero sin dejar de tener vínculos con ella. Las economías localizadas podrían desarrollarse a través de una industrialización descentralizada y distribuida (por ejemplo, al aprovechar nuevas tecnologías como la impresión 3D para la producción manufacturera), y las ciudades más pequeñas podrían mejorar su capacidad productiva local en agricultura y en productos manufacturados elaborados en pequeñas fábricas y talleres para los mercados locales (por ejemplo, alimentos procesados, muebles y artículos de papel). Si este es el caso, las ciudades más pequeñas también podrían ser el núcleo de un mundo verde más sostenible mediante la promoción de la agricultura urbana y los sistemas alimentarios urbanos, por ejemplo, a través de huertos, también llamados jardines comunitarios. Otra posibilidad es promover infraestructuras verdes para conectar, rediseñando parques urbanos, jardines públicos y privados, y destinar parcelas a usos productivos, pero no especulativos, como viviendas asequibles.
Otro punto relevante del libro es el tema de la inversión para revertir la fuga de cerebros y de los trabajadores de las ciudades más pequeñas y de las zonas rurales. En estas áreas, la conectividad del campo o el internet satelital haría que los profesionales de las ciudades queden conectados a distancia. Sin embargo, para atraer a trabajadores remotos habrá que hacer que estos pueblos y ciudades sean más habitables, por ejemplo, a través de espacios públicos funcionales y atractivos para crear una verdadera “comunidad” de vecinos/as. Para que las dinámicas de contracción se estabilicen, no solo las ciudades tendrán que localizar sus economías, sino también crear consenso, implicar a comunidades diversas y mantener la visión durante muchos años, lo que significa la necesidad de nuevos ciclos de vida de los territorios, con impulso al empleo y a la llegada de población.
Sin embargo, alcanzar estos objetivos será difícil. Las decisiones sobre el futuro están condicionadas por las decisiones del pasado, por ejemplo, las ciudades grandes y pequeñas han dependido excesivamente de una urbanización masiva y especulativa, con deudas para resolver sus problemas económicos. Este libro, además, señala que muchas ciudades pequeñas carecen de capacidad para planificar o llevar a cabo actividades que no sean de mantenimiento.