Journal of Economic Literature (JEL): F13, F15, O52
“La satisfacción de las altas esferas europeas en el momento de mi demisión el 6 de julio de 2015 se explica precisamente por mi determinación particular a no firmar ningún acuerdo que no hubiera podido defender en mi calidad de economista, de político, de intelectual y de griego”
Yanis Varoufakis1
“Es útil saber que los dirigentes actuales de Europa son gentes superficiales, de espíritu estrecho, principalmente preocupados por sus combates políticos locales y poco equipados, moral e intelectualmente, para tratar un problema a la escala del continente. Esto es verdad de Ángela Merkel en Alemania y de François Hollande en Francia y es verdad también de Christine Lagarde a la cabeza del FMI. También hay que subrayar que los dirigentes del norte de Europa no han sufrido las consecuencias de la crisis y no saben nada de economía”.
James K. Galbraith2
Introducción
La mayoría de los medios de comunicación y de los políticos que adoran las ideas simples explicaban a partir de 2010 la crisis del euro con una historia de cigarras y hormigas.3 Esta idea penetró en la población alemana que terminó por estar convencida de que Alemania escapó a la crisis ya que contrariamente a los meridionales que como la cigarra gastan sin contar, los alemanes trabajan duro y saben ajustarse a sus medios. La crisis habría acontecido en Europa porque algunos estados periféricos habrían pedido prestado demasiado y habrían gastado demasiado. La pequeña Grecia, la arrogante Irlanda y los indolentes ibéricos habrían intentado vivir por encima de sus medios y habrían empujado sus gobiernos a financiar con deuda nacional un nivel de vida muy superior a lo que sus esfuerzos productivos podían permitirles. Esta manera de ver las cosas se acompaña de la convicción de los alemanes de su propia irreprochabilidad y de la necesidad de que las cigarras sean castigadas incluso si ellos mismos corren el riesgo de absorber una parte del castigo. Este modo de presentar las cosas es simplemente falaz.4 Como análisis de la causa de la crisis europea, la fábula de Jean de La Fontaine nos envía por un camino erróneo. Aunque el déficit de Grecia era ciertamente elevado, Irlanda era un parangón de virtud presupuestal. El presupuesto español estaba incluso en excedente cuando el crac de 2008 estalló y Portugal no mostraba un resultado peor que Alemania en materia de déficit y endeudamiento.5 La verdadera causa de la crisis de la zona euro no tiene nada que ver con el comportamiento de las cigarras y las hormigas. Se encuentra en la zona euro y particularmente en la invención del euro. Lo anterior lleva a una paradoja: los pueblos europeos que durante mucho tiempo se habían unido muy bien se dividieron a causa de la moneda común. Inconscientes de los problemas macroeconómicos que originan las uniones monetarias, los europeos crearon un sistema que suprimía todos los amortiguadores de choques y garantizaba involuntariamente que el choque cuando aconteciera -como el de la crisis de los suprime en 2008- sería gigantesco y condenaría Europa a desgarrarse. Las instituciones europeas no fueron concebidas para soportar las ondas de choque de un sismo mundial tan monumental como el de 2008. Europa entró en una crisis de la cual es ella la única responsable y que amenaza con cuestionar sesenta años de integración europea.
La Comunidad Económica Europea
Antes de que se concretara un auténtico proyecto y que se volviera un objetivo preciso de la política gubernamental de los países europeos, la idea europea se limitaba a los escritos de filósofos y escritores. La perspectiva de los Estados Unidos de Europa, según la expresión de Víctor Hugo, correspondía a un ideal humanista y pacifista. Después de la Segunda Guerra Mundial, el concepto de una organización del continente capaz de superar los antagonismos nacionales fue lanzado por Jean Monnet, inspirador del plan Schuman que creó la primera Comunidad europea.6 En efecto, la idea (promovida por Estados Unidos) de crear una organización europea fue lanzada en 1950 por el ministro francés de Relaciones Exteriores Robert Schuman. En 1951 el Tratado de París instituyó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) organismo destinado a coordinar la producción de estos dos recursos básicos en aquella época. Los países firmantes de dicho tratado fueron seis: Francia, Alemania occidental, Italia, Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo. Se trataba de un cartel del carbón y del acero dominado por Alemania dirigido por una administración internacional dominada por Francia e instalada en Bruselas. Así, la Unión Europea nació bajo la forma de un cartel de productores de carbón y de acero que abierta y legalmente controlaba los precios y la producción gracias a una burocracia internacional, investida con poderes jurídicos y políticos que le permitían suplantar a los parlamentos nacionales e ignorar los procedimientos democráticos.7 De hecho, la tarea inicial de la burocracia de Bruselas consistía en fijar los precios de los productos siderúrgicos y carboníferos, así como eliminar todas las restricciones a su libre circulación o a su venta entre los estados miembros del cartel.
Los autores del Tratado de París habían escogido la integración procediendo por sectores económicos con la esperanza de que la extensión de acuerdos similares a otros sectores económicos condujera finalmente a una unión económica general. Sin embargo, este deseo no se realizó. La CECA, tras un periodo de éxitos relativos, conoció a inicios de 1959 una crisis carbonífera (caracterizada por la acumulación de stocks en las minas) que sacudió sus fundamentos. De cualquier manera, la CECA constituyó un primer paso hacia la creación de la Comunidad Económica Europea (CEE) ya que jugó un papel importante en la preparación económica y psicológica para la creación de este último organismo.
El Tratado de Roma que instituyó la CEE fue firmado en 1956 por los seis países miembros de la CECA. La agenda liberal de dicho tratado (en el cual no hay ningún compromiso con el denominado “modelo social europeo”8), plantea como objetivo primero la creación de un mercado común donde las mercancías, las personas y los capitales circulen libremente. Dicho mercado reposa sobre cuatro libertades fundamentales: libre circulación de mercancías; libertad de establecimiento y libre prestación de servicios;9 libre circulación de trabajadores; y libre circulación de capitales. El concepto fundamental del Tratado de Roma es la supranacionalidad, lo que significa la transferencia de responsabilidades gubernamentales a instituciones comunes.10 Según dicho concepto, los problemas nacionales deben volverse comunes. Sin embargo, los autores del tratado insisten particularmente sobre el hecho de que no hay que confundir supranacionalidad con abandono de la soberanía nacional. En estas condiciones, la Unión europea nace como un cartel de la industria pesada (más tarde ampliado a los agricultores gracias a la política agrícola común11) bien decidida a fijar precios y redistribuir beneficios de oligopolio gracias a la burocracia de Bruselas, aunque con el compromiso de aumentar el nivel de vida.
Cuando la Segunda Guerra Mundial estaba por concluir, todas las naciones europeas desgarradas por la guerra estaban fuertemente endeudadas con respecto a Estados Unidos a quien le habían transferido grandes cantidades de oro, hecho que contribuyó a la determinación de Estados Unidos de hacer del dólar un eje central del sistema de Bretton Woods. Habiéndose convertido en la locomotora de la economía mundial, Estados Unidos no tenían ninguna intención en poner un freno a los importantes excedentes comerciales que obtenían de manera sistemática con respecto al resto del mundo. El dólar se volvió la divisa universal y Estados Unidos exportaban mercancías y capital hacia Europa y Japón a cambio de inversiones directas en sus economías y clientelismo político. Una hegemonía fundamentada en el financiamiento directo de los centros capitalistas extranjeros, pagado con un déficit comercial estructural con respecto a Estados Unidos. En estas condiciones, se asiste en Europa en el marco de la CEE a una edad de oro de prosperidad compartida caracterizada por un fuerte crecimiento, desempleo inexistente e inflación débil. La edad de oro de Europa comenzó a esfumarse cuando el excedente americano desapareció. El auge de las exportaciones industriales alemanas y japonesas que Estados Unidos habían sostenido por diversos medios condujo a que Alemania y Japón acumularan sus propios excedentes. Y como el excedente de una economía es el déficit de otra, los excedentes alemán y japonés se constituyeron a costa de Estados Unidos que se preocupaban más por estabilizar permanentemente la economía mundial que por preservar su propio excedente. Mientras que se volvía evidente que Estados Unidos pasaba de ser un país acreedor a ser un país deudor, de ser una economía excedentaria a una economía con déficit estructural creciente, los dirigentes de Washington sabían que si se apretaban el cinturón a nivel nacional para frenar los déficits emergentes (reduciendo el gasto público, aumentando los impuestos e imprimiendo menos dólares) iban a desestabilizar el orden mundial que reposaba en las larguezas americanas. Por lo tanto, la FED continuó creando tantos dólares como fue necesario para impedir una fuerte recesión del conjunto del capitalismo mundial. En consecuencia, el Estado y el sector privado americano se hundieron en los números rojos y se volvieron deudores netos de Europa y Japón. Pero mientras Estados Unidos conservara el monopolio de la moneda única del mundo, el dólar, explotando lo que Valery Giscard d’Estaing (ministro de Finanzas y de la Economía del general De Gaulle) denominó el “privilegio exorbitante”, el sistema de Bretton Woods perduró con un soplo de vida, hasta su abandono en 1971.
En la década de 1970, Estados Unidos se pusieron a absorber una gran parte de la producción industrial del resto del mundo que superaba ampliamente la demanda interna de los países productores. Estados Unidos registraban un déficit comercial que correspondía naturalmente a los excedentes acumulados de los países con excedente entre los que destacaban Alemania y Japón. Como contrapartida, día tras día, buscando un rendimiento óptimo, los empresarios de las naciones excedentarias reexpedían los beneficios así ganados a Wall Street que a su vez utilizaba este flujo de capitales extranjeros para tres fines: a) el financiamiento del crédito al consumo del consumidor americano, b) la inversión directa en las empresas americanas y, claro está, c) la compra de bonos del Tesoro americano (financiamiento del déficit del gobierno federal). En el centro de este mecanismo mundial de reciclaje de los excedentes que Yanis Varoufakis compara a un Minotauro operando a la escala planetaria están los dos déficit gigantescos de Estados Unidos: el déficit de la balanza comercial americana y el déficit presupuestal del gobierno federal. Para Varoufakis dichos déficits que son el motor del “bucle” de los intercambios mundiales de bienes y capitales juegan un papel estabilizador de la economía mundial.12
El fracaso del Plan Werner
En 1969 los jefes de Estado europeos, reunidos en La Haya, decidieron emprender una reflexión sobre los medios de realizar una unión económica y monetaria. El Plan Werner,13 presentado en octubre de 1970, formuló diferentes proposiciones para llegar a una convertibilidad total de monedas, la desaparición de márgenes de fluctuación, la introducción de tipos de cambio irrevocablemente fijos y una liberación total de movimientos de capital. Entre dichas proposiciones destacaban: la centralización de la política monetaria interna a la Comunidad y externa con respecto al resto del mundo, la centralización de la política presupuestal (los saldos y su modo de financiamiento son decididos a nivel comunitario) y la centralización a nivel comunitario de las políticas regionales y las relaciones sociales. Esto significa que entre otras cosas el Plan Werner estipulaba explícitamente que la necesaria coordinación de los gastos públicos y de las políticas fiscales nacionales era una condición previa para una unión monetaria viable. Esta idea fue introducida en el Plan por los representantes alemanes con el apoyo de sus colegas italianos y holandeses pero contra el punto de vista explícito de Francia. Fidel a su visión gaullista de Europa como medio de reforzar y no de debilitar el Estado nación, Francia se oponía a esta dimensión federalista. Pretendía un marco europeizado pero conservando su soberanía nacional en materia presupuestal. Cuando la comunidad europea tomó partido por Francia como en general lo hacía antes del nacimiento del euro, Alemania perdió entusiasmo por el plan que de todas maneras no resistió a las tormentas monetarias de la década de 1970.
La serpiente monetaria en el túnel
Cuando en 1971 con el abandono de Bretton Woods, las tasas de cambio entre las monedas europeas comenzaron a variar fuertemente al alza o a la baja, la Unión Europea tuvo muchas dificultades para administrar el corazón de su actividad: el cartel de la industria pesada y la política agrícola común. Si ya no se podía asegurar la estabilidad de precios del acero, del carbón y de los productos alimenticios entre los países signatarios del Tratado de Roma hacer funcionar un cartel que fijara estos precios resultaba imposible. Sin este cartel, la Unión Europea perdería una de sus razones de ser: zozobraría en guerras de precios que destruirían la distribución existente del poder político, acentuando el antagonismo entre las capitales europeas, lo que sería muy negativo para un continente que se esforzaba por voltear la página de su pasado tumultuoso.
Para conjurar este escenario surgió en Europa la idea de la “serpiente en un túnel”. En 1972, en Basilea, los países de la Unión Europea más Gran Bretaña, Irlanda, Dinamarca y Noruega se pusieron de acuerdo para restringir las fluctuaciones de las tasas de cambio entre sus divisas respetando restricciones de un extremo rigor. En efecto, cada moneda solo podía fluctuar con respecto al dólar en los límites de un túnel de una amplitud de 4.5% al interior del cual se contorsiona una “serpiente” de un espesor de solamente 2.25%. Para respetar la serpiente, los bancos centrales se comprometen a intervenir en sus monedas. Como complemento, también en 1972 se crea un Fondo de cooperación monetaria para asegurar las políticas de apoyo a los tipos de cambio.
En 1973, los países europeos deciden dejar flotar su moneda con respecto al dólar, aunque conservando entre ellas un margen de fluctuación de ±2.25%. La serpiente monetaria podía ahora fluctuar libremente sin chocar con las paredes de acero del túnel. Incluso se autoriza a realizar ajustes puntuales, como cuando la República Federal alemana revaluó su moneda de 3%. Este sistema escapaba al cuadro comunitario. Países miembros -Gran Bretaña, Irlanda e Italia- permanecían fuera mientras que países no miembros -Noruega y Suecia- adherían.
Esta segunda versión de la serpiente no va a resistir a los movimientos de fondo.14 La estabilidad de los tipos de cambio exigía la convergencia de los resultados económicos sobre todo en materia de inflación y saldo externo. Ahora bien, el choque petrolero de 1973 acentuó las divergencias. La industria alemana, más competitiva y la política económica alemana más restrictiva permitieron así obtener rápidamente, con una inflación menor, el excedente de exportación necesario al financiamiento de la factura petrolera. Por el contrario, Francia con sus estructuras industriales aun frágiles, conduce una política menos severa que se orienta, incluso resueltamente en 1975, hacia la reactivación.
En ausencia de un mecanismo para reciclar los excedentes de los países excedentarios (Alemania, Países Bajos, la parte flamenca de Bélgica, Austria y los países escandinavos) hacia los países debilitados por sus déficit (Italia, Grecia, España y Portugal), los países deficitarios no podían mantener una tasa de cambio fija con los otros, particularmente en tiempos de crisis.15 Para mantenerse en el seno de la serpiente monetaria europea, un país con déficit comercial debía atraer en todo momento capitales extranjeros para financiar sus importaciones netas. Ahora bien, lo que atrae capitales extranjeros, son las tasas de interés elevadas y lo que les hace huir es el riesgo de las dificultades del Estado para pagar sus facturas o reembolsar a sus acreedores. Dicho de otra manera, para permanecer en la serpiente, el país deficitario debía simultáneamente aumentar el costo del crédito y disminuir su gasto público. Pero el dinero caro reduce las inversiones de las empresas del país deficitario, lo que tendrá como efecto deprimir el empleo y los ingresos privados. Si además, el Estado reduce el gasto público para tranquilizar a los inversionistas extranjeros, es el gasto total (privado más público) el que va a disminuir.
Para los países deficitarios salir de la serpiente no resultaba más fácil. Esto significaba devaluar su moneda con respecto al marco, para volver más caros en su territorio no solo los bienes de consumo importados sino también los bienes de capital. Confrontados a una decisión difícil de tomar -provocar una recesión de su economía o despertar los conflictos sociales suscitados por la inflación- la mayoría de los gobiernos hubiera preferido la inflación provocada por una salida de la serpiente. Tal fue la posición de la Gran Bretaña. Pero en el continente, en Francia en particular, la voluntad colectiva de los poderes públicos, tenía otra prioridad: salvar al cartel europeo muy lucrativo al menos para la burguesía y la gran burocracia multinacional de Bruselas. Incluso al precio de una recesión terrible y dolorosa de sus economías nacionales, se podía en general contar con los medios políticos de estados estrechamente vinculados al cartel para mantener a su país vinculado a este sistema.
En 1974, Francia se retira seis meses de la serpiente. Se reincorpora en 1975 antes de abandonarla definitivamente en 1976. En 1978 la serpiente se limita a una zona marco alemán reagrupando Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Dinamarca, y desde luego, Alemania occidental. Desde su creación hasta su abandono, la serpiente conoció 9 reajustes. Este fracaso revela la incapacidad de los países europeos para armonizar su política económica. Los países de moneda débil (como Francia) y Alemania consideraban que la cooperación fuertemente limitada por los medios financieros no bastaba para eliminar la disimetría del sistema. En efecto, se consideraba que era Francia la que tenía que intervenir para defender un franco demasiado débil y no Alemania para contener el alza del marco. Siendo así, Francia agotaba sus reservas interviniendo, en tanto que Alemania las acumulaba. Por el contrario, Alemania temía la “importación de inflación” que suscitarían las intervenciones exigidas para sostener a las monedas débiles.
El Sistema Monetario Europeo (SME)
Este sistema que entró en aplicación en 1979 fue conjuntamente propuesto a los países europeos por el canciller Helmut Schmidt y el presidente Giscard d’Estaing. Entre los países de la CEE solo Gran Bretaña e Italia rechazaron adherir plenamente.16 El SME retoma el principio de la “serpiente” pero con modificaciones significativas y mecanismos específicos.17 El SME es un sistema de tipos de cambios fijos pero ajustables (como Bretton Woods). Las monedas que participan están obligadas a respetar bandas predefinidas de fluctuación alrededor de paridades centrales. Estas pueden ser ocasionalmente modificadas, pero solo con el acuerdo del conjunto de los países participantes.
La creación del SME resulta de una voluntad política. Francia aceptaba (a pesar del paréntesis 1981-1983) de plegarse a las concepciones alemanas en materia de política económica y luego entonces de incorporar el franco francés a una zona marco.18 Alemania occidental, por su parte, y a pesar de las reticencias de su banco central se resignaba a la cooperación. Los dos países renunciaban, de una cierta manera, a la autonomía de su política monetaria interior, Francia sometiéndola al “leadership” alemán y Alemania aceptando que su política monetaria interna se ajuste, hasta cierto punto, a las restricciones exigidas por el sistema.
El SME no funcionó como un auténtico régimen de cambios fijos perfectamente simétrico donde todas las monedas participaban bajo un pie de igualdad. La principal fuente de simetría en un régimen de cambios fijos es bien conocida: se trata del grado de libertad de que gozan los países participantes, considerados en conjunto, en materia de política monetaria. En efecto, en virtud del “triángulo de la incompatibilidad”,19 cuando los capitales son suficientemente móviles, la rigidez cambiaria prohíbe tener una política monetaria autónoma.20 En el caso del SME, los objetivos escogidos fueron la estabilidad de cambios y la movilidad de capitales (apertura financiera) y el objetivo sacrificado fue la autonomía de la política monetaria.
Por un lado, desde sus inicios el SME puso el acento en la lucha contra la inflación. Tras los dos choques petroleros, los países europeos, como la mayoría de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), conocieron fuertes aumentos de precios. La Bundesbank siendo la banca central que registraba los mejores resultados entre las bancas comunitarias en materia de inflación, parecía coherente que las políticas monetarias de los otros Estados participando en el SME se calcaran sobre la suya. Fue así que el gobierno francés hacia todo lo que podía para demostrar a la Bundesbank sus capacidades para introducir la austeridad: utilizaba todos los mecanismos a su alcance para hacer que su inflación cayera por debajo de la alemana, alineaba sus tasas de interés con las de Fráncfort y trataban de mostrar que el franco era igual al marco (los responsables franceses se expresaban como si la unión monetaria entre Francia y Alemania fuera ya efectiva en todos sus puntos con la única diferencia de que los billetes franceses y alemanes tenían imágenes diferentes).21 Por otro lado, cuando una moneda alcanza su curso piso, las reglas del SME obligaban a los dos bancos centrales involucrados a intervenir. Pero existía un sesgo favorable a la moneda fuerte. El país que la emitía veía, en efecto, sus reservas cambiarias aumentar como resultado de sus intervenciones, lo que resultaba más fácil de asumir que la disminución de sus reservas para el país de moneda débil. Además, este último debía, en caso de haberse endeudado para defender su moneda, reembolsar en divisas, lo que le hacía soportar un riesgo cambiario, ejerciendo una presión suplementaria. En estas condiciones, fue la moneda tendencialmente más fuerte, emitida por el banco central con la mayor aversión por la inflación, la que poco a poco se volvió “el ancla” del SME. Esto permitió a varios países lograr una notable desinflación en los años ochenta. Este resultado, aunado a una disminución progresiva del número de reajustes cambiarios condujo a considerar el SME como un éxito al menos durante su primera década de existencia.
Posteriormente, la asimetría que contribuyó inicialmente a su éxito fue un factor decisivo en el surgimiento de dificultades. En efecto, Europa conoció a inicios de los años noventa, un choque macroeconómico mayor debido a la reunificación alemana. La teoría económica está de acuerdo en considerar que este suceso hubiera necesitado una reevaluación del marco alemán e introducir una diferenciación entre la política monetaria alemana y la de sus socios. Alemania reunificada debía luchar contra una demanda excedente emanando de la ex República Democrática Alemana (RDA) que atizaba la inflación, lo que la condujo a aumentar las tasas de interés, en un momento en que sus socios entraban en recesión engendrando desempleo.22 El rechazo de algunos países, entre los que destacaba Francia, para aceptar un realineamiento de los tipos de cambio, que hubiera podido interpretarse como un abandono de la política económica seguida hasta entonces (un compromiso firme y creíble de subordinar los objetivos de la política interior a la defensa de la paridad), abrió las puertas a las crisis monetarias de los años 1992-1993 generadas por un ataque especulativo masivo. Fue en este momento que Alemania aceptó la idea de una moneda común, es decir, de una unión monetaria permanente que impediría que los especuladores saquen partido de las fluctuaciones entre las monedas europeas. Los otros países europeos tenían sus propias razones de desear una moneda común.23 En los países deficitarios, la burguesía comenzaba a hartarse de las devaluaciones. En efecto, el hecho de que el valor en marcos de sus cuentas bancarias y de sus lujosas residencias fuera sometido a importantes e inesperadas bajas las contrariaba. Y como las clases obreras de estos países estaban igualmente cansadas de ver que la inflación roía las alzas de salarios difícilmente obtenidas, convencerlas de compartir el sueño de una moneda común resultó fácil para la burguesía italiana y griega.
Tras estas crisis el SME se mantuvo en pie hasta 1998, aunque ahora sería muy poco restrictivo: las divisas de los países miembros tendrían derecho a fluctuar considerablemente: ±15%. Dicho de otra manera, si resultaba imposible mantener las monedas en la trayectoria inicialmente definida, se ampliaba su definición lo que fuera necesario.
La integración monetaria europea: el euro
El Tratado de Maastricht firmado en 1992 tenía por finalidad crear en Europa una unión monetaria comportando a cierto plazo una moneda única.24 Dicho tratado preveía la creación de un Banco Central Europeo (BCE) cuyos estatutos reflejarían fielmente los de la Bundesbank quien logró que la BCE fuera creada a su imagen, instalada en Fráncfort y concebida para imponer una austeridad a las economías más débiles, incluyendo Francia. La moneda común se equipó de un Banco Central Europeo sin Estado para sostener sus decisiones y Estados sin bancos centrales para apoyarlos en los momentos difíciles. El BCE tiene como único objetivo la lucha contra la inflación declinando formalmente cualquier responsabilidad en materia estímulo al crecimiento, el empleo y la cohesión social. Se trataba de garantizar que los políticos europeos carecieran de poder sobre la futura moneda europea. Así, unos días después de la conclusión de la redacción del tratado e incluso antes de que fuera firmado, la Bundesbank aumentó su tasa de interés a su más alto nivel después de la guerra. Con ello Fráncfort enviaba un mensaje claro a los países deficitarios: se aceptaría la moneda única a condición de que estuvieran listos para para ser encerrados en la cerca recesionista. Si no aumentaban ellos también su tasa de interés, a costa de un aumento del desempleo y una baja de la inversión, sus divisas sufrirían y se encontrarían fuera de la trayectoria convenida para acceder al euro. O bien seguían la vía que conduciría al euro o bien implementarían políticas de crecimiento. Tendrían que escoger. No se podrían hacer las dos cosas a la vez.
Alemania dictó a los otros países europeos las condiciones (o reglas) bajo las cuales iba a abandonar su adorado deutschemark y convertir la Bundesbank en una franquicia del BCE. Una de las condiciones es que toda Europa se someta a un pacto de estabilidad. Berlín quería una moneda única por motivos políticos y para liberar a los exportadores alemanes de la amenaza constante de la devaluación de divisas de sus clientes extranjeros.25
Se puede representar la moneda única europea como un club cuyas reglas de admisión fueron concebidas para ser violadas.26 Entre estas reglas destacan dos: el déficit anual del presupuesto del Estado, no debe superar 3% del ingreso nacional y la deuda pública no debe superar 60% del mismo ingreso.27 A estas dos reglas se agrega una cláusula de no transferencia que significaba que si los Estados miembro llegaran a conocer problemas presupuestales, no deberían esperar ninguna ayuda de parte de las instituciones del euro (BCE, Eurogrupo, etc) o de otros miembros de la zona euro.
El Tratado de Maastricht vehicula el culto de una moneda “apolítica” para Europa,28 el tipo de moneda que hasta Margaret Thatcher consideró peligrosa.29 Como nada es tan político ni tan nocivo como la despolitización de un proceso político se crearon instituciones completamente opuestas al concepto y a las prácticas de la democracia.30 Evidentemente, el objetivo real de los criterios de Maastricht era incorporar a la zona euro países que no los satisfacían, para después hacer todo lo necesario para forzarlos a satisfacerlos.31
Refiriéndose al Tratado de Maastricht, Giuseppe Guarino, decano de los constitucionalistas europeos señala que “el primero de enero de 1999, un golpe de Estado fue lanzado contra los Estados miembros de la Unión europea, sus ciudadanos y la Unión europea propiamente dicha. Este ‘golpe’ no recurrió a la fuerza, sino a la artimaña y a la impostura... recurriendo a la reglamentación 1466/97... Se olvida la importancia que el Tratado de Maastricht (artículos 102A, 103 y 104C) acuerda al objetivo de crecimiento sostenido por las políticas de los estados miembro... y este último es reemplazado por un objetivo de equilibrio presupuestal a corto plazo”.32 Con esto se está imponiendo a todos los países que participarán en el euro, un régimen de austeridad fiscal que es el equivalente monetario moderno del patrón oro.33
El Tratado de Maastricht planteaba que la unión monetaria iba a perdurar siempre. Para que nadie lo dude, el tratado fijaba las condiciones necesarias para entrar en la moneda única pero no preveía ninguna para abandonarla. Cuando los mercados se convencieron de que ningún país dejaría la zona euro, los banqueros alemanes y franceses comenzaron a considerar los prestatarios de los países del Sur de Europa como equivalentes a los clientes alemanes de la misma solvencia. Esto resultaba lógico. Si los prestatarios de los países del Sur y del Norte de Europa eran todos pagados en euros, ¿Por qué tratarlos diferentemente? Y si no existía riesgo de prestar a un individuo, empresa o Estado particular, ¿Por qué no tratar de la misma manera a todos los deudores de la zona euro? Como los ciudadanos de los países del Sur ganaban ahora sus ingresos en una moneda que no sería devaluada, los bancos alemanes y franceses pensaron que resultaba tan ventajoso prestar a los países del Sur como a los países del Norte miembros de la zona euro. Aun mas, una vez que el euro fue inventado resultaba más lucrativo prestar a los particulares, empresas y bancos de los países deficitarios que a los países excedentarios. En efecto, prestar a los países deficitarios presenta una triple ventaja:34 En primer lugar, la debilidad del endeudamiento privado dejaba un enorme margen para un crecimiento masivo de préstamos. En segundo lugar, las exportaciones de los países excedentarios hacia los países deficitarios acogidos en el euro se encontraban ahora al abrigo de las devaluaciones. Para los banqueros un círculo virtuoso se ponía en marcha: el aumento de los préstamos a los países deficitarios dejaba prever una aceleración del crecimiento interno, lo que justificaba los préstamos que ofrecían. En tercer lugar, los bancos estaban extasiados ante la diferencia entre las tasas de interés que podían facturar en Alemania y las que existían en países como Grecia. La gran diferencia entre las dos tasas era una consecuencia directa del desequilibrio comercial entre los países. El excedente comercial creciente de Alemania hacia Europa del Sur y los flujos financieros hacia Alemania que de ello resultaban, provocaban que el precio del dinero (la tasa de interés) fuera más bajo en Alemania que en Europa del Sur. La creación del euro había súbitamente saturado los bancos alemanes de liquidez lista para colocarse. En estas condiciones la misión de los bancos era estimular el endeudamiento de los países deficitarios para obtener los beneficios fabulosos surgidos de la diferencia de tasas de interés entre los países débiles (Sur de Europa) y los países fuertes (Norte de Europa) de la zona euro.35
Para completar el cuadro interpretativo de la crisis del euro es importante considerar las “reformas” del mercado de trabajo alemán introducidas en el momento en el que el euro entró en circulación.36 En efecto, estas reformas apuntaban a reforzar las exportaciones alemanas y su competitividad volviéndolas más baratas gracias a una importante reducción del salario medio efectivo de los trabajadores alemanes obtenida tanto por la disminución de sus tasa de salario por hora como empujando un gran número de asalariados a lo que se ha denominado “minijobs” (trabajos de 16 horas por semana percibiendo un salario mensual entre 500 y 600 euros)37 Como consecuencia los trabajadores alemanes no podían consumir los bienes que producían. Privados de demanda interna, los productos alemanes excedentarios inundaron países como Irlanda, Grecia y España donde la demanda era sostenida por los préstamos bancarios que fluían hacia la periferia europea aprovechando los beneficios sobreabundantes de las empresas alemanas. Estas exportaciones de productos y beneficios alemanes al resto de la zona euro tuvieron por efecto que en Grecia e Irlanda se constatara un crecimiento anual de 5% alimentado por la deuda. Se tenía la impresión de que estas sociedades frágiles, aplastadas por los déficit, representaban milagros económicos, contrariamente a Alemania que solo alcanzaba una tasa de crecimiento anual de 1%. ¿Cómo no asombrarse de que los trabajadores alemanes cuando pasaban sus vacaciones de verano en Grecia constataban un alza del nivel de vida al cual ellos no podían acceder? Así es que cuando la burbuja que alimentaron los préstamos alemanes estalló en el sur de Europa su asombro se transformó en hostilidad hacia las cigarras griegas, españolas e italianas. Lo que los turistas alemanes no habían visto, comenta Varoufakis, es que Grecia estaba pletórica de hormigas que trabajaban duro y tenían muchas dificultades para sobrevivir durante los años de tasas de crecimiento milagrosas. No cesaban de decirles a los trabajadores de bajos salarios y a los jubilados que su situación nunca había sido mejor, que sus salarios reales y su nivel de vida aumentaban, pero ellos no lo resentían así y tenían razón.38 Si todo iba bien para los griegos ricos que vivían holgadamente gracias a los préstamos bancarios alemanes y franceses durante los buenos años, los griegos pobres en esos mismos años eran cada vez más numerosos en caer en la trampa de la pobreza. Y cuando llegaron los malos años en 2010, les dijeron que se habían conducido como cigarras despreocupadas y que ahora tenían que pagar el precio.39
Muchos se preguntan ¿por qué las autoridades de Bruselas, Berlín y Atenas no se daban cuenta de que la deuda pública griega (y el estilo de vida de los griegos ricos) era insostenible? Por más asombroso que parezca no se daban cuenta y la razón para Varoufakis era la siguiente:40 si se representa la deuda pública de un país y su ingreso nacional como dos montañas que están creciendo, la deuda parece manejable mientras la montaña de ingreso crece más rápido que la de deuda. La montaña de deuda crece automáticamente por amontonamiento de los intereses a una tasa igual a la tasa de interés. En Grecia, esta tasa había bajado a 3% gracias al enorme crédito de fuente extranjera. Simultáneamente la montaña de ingreso nacional aumentaba mucho más rápido, a una tasa de 5% correspondiente al crecimiento de la producción. Aunque la deuda pública de Grecia era importante, parecía que su servicio podía ser asegurado, ya que los ingresos aumentaban más rápido. Pero cuando la crisis de los subprime de 2008,41 agotó el crédito, dos cambios terribles y simultáneos pusieron fin a esta ilusión.42 En primer lugar, todo nuevo crédito prácticamente cesó, volviendo imposible al Estado griego refinanciar su deuda, salvo si se estaba dispuesto a pagar 10% de tasa de interés a los inversionistas aun presentes en los mercados monetarios por gusto del riesgo. En segundo lugar, el ingreso nacional griego entró en un crecimiento negativo debido a la recesión mundial que deprimió el turismo y los ingresos de numerosos griegos que vivían del comercio de productos importados financiados por la deuda. Cuando la tasa de crecimiento de la montaña de deuda, la tasa de interés saltó de 3 a 10% y que la montaña del ingreso se puso a disminuir (primero -3% y luego -5%) la sostenibilidad de la deuda se volvió imposible.
Con la crisis griega las certidumbres sobre las que se había construido el euro fueron desenmascaradas como ilusiones.
La crisis griega y sus repercusiones en el resto de Europa
Hacia finales del año 2009 Georges Papandréou, recientemente elegido Primer ministro griego, tras una campaña promoviendo un programa de protección social y crecimiento económico, disponía de múltiples indicadores para pensar que Grecia podía volverse un nuevo Lehman Brothers (el déficit real del país superaba 12% del ingreso nacional, más bien que los 6.5% previstos, que eran ya más del doble del límite prescripto por el Tratado de Maastricht). Para inicios de 2010, ya no había ninguna duda: el Estado griego no tenía el más mínimo chance de asegurar el servicio de su gigantesca deuda. Como miembro de la zona euro, ya no disponía de una dracma que devaluar, ni de un banco central griego que lo ayudara. Buscando desesperadamente salir de apuros antes de que los mercados y los ciudadanos tomaran conciencia de la situación, Papandréou se dirigió a los socios europeos de Grecia para obtener apoyo. Dos altas personalidades disponían de los medios para responder a la petición de ayuda: el canciller alemán, Ángela Merkel y el presidente del BCE, el francés, Jean Claude Trichet. La respuesta de Merkel, sostenida con entusiasmo por Trichet, fue un triple no: no al salvamento financiero gracias al otorgamiento de fondos, no a la disminución de tasas de interés y no al incumplimiento de Grecia como en el caso de Lehman Brothers.43 La analogía entre Grecia (un país) y Lehman Brothers (un banco) se justifica, según Varoufakis, por una razón simple: la sobrevivencia de las dos entidades dependía de los flujos de capitales que los financieros hacían llegar cotidianamente. El triple no era una expresión de la negativa burda de Europa de aceptar que enfrentaba una crisis estructural. Se había creado una unión monetaria compuesta de Estados sin banco central para sostenerlos en un tiempo de crisis planetaria y de un Banco Central Europeo sin Estado para protegerlo. Las reglas de Maastricht resultaba imposible respetarlas.
Durante cinco meses atroces, el Estado griego debió pedir prestado a tasas usurarias hundiéndose cada vez más en la insolvencia, aunque proclamando que podía atravesar la tempestad. La canciller Merkel parecía dispuesta a dejar hasta el último momento que Grecia se desenvolviera sola para enfrentar la situación. Ese momento llegó en mayo de 2010 cuando Grecia estuvo a punto de incumplir el pago de sus deudas a los bancos alemanes y franceses. La crisis de la deuda griega provocó el pánico entre los inversionistas que ya no querían comprar obligaciones de nadie por temor a incumplimientos de pago similares a los de las restricciones crediticias de 2008 durante la crisis de los subprime. En esas condiciones, la negativa de Europa se transformó en un supuesto salvamento de Grecia que iba a servir posteriormente de modelo a una acción equivalente en Dublín, Lisboa y Madrid precipitando al continente en una nueva fase recesionista. La esencia de dicho acuerdo propuesto a Grecia era simple: tomando en cuenta su insolvencia se le otorgaba el mayor préstamo de la historia (110 mil millones de euros a una tasa de interés muy elevada) a condición de reducir su ingreso nacional en proporciones inusitadas. Como era evidente dicho salvamento tenía que terminar mal.44 45 De hecho no se trataba de un salvamento. Grecia no fue salvada, como tampoco lo fueron después, Irlanda, Portugal y España. Cada país “salvado” recibe justo lo necesario para pagar a sus acreedores, a cambio de una reducción drástica de sus gastos públicos. Los bancos salieron ganando, no las poblaciones. Los planes de salvamento de estos países fueron ante todo planes de salvamento de los bancos franceses y alemanes. Papandréou se vio obligado a aceptar el más grande préstamo de la historia del Fondo, 45 91% del cual sirvió para sacar a flote los bancos franceses y alemanes comprándoles a 100 euros obligaciones cuyo valor de mercado había caído a menos de 20 euros. Se trataba de una estratagema cínica, cuyo objetivo era transferir de la contabilidad de los bancos franceses y alemanes a los contribuyentes europeos cientos de millares de pérdidas. Como señala Stuart Holland, “la crisis había sido causada por los bancos pero se dio por sentado que iban a ser los ciudadanos quienes acabarían pagando aquella fiesta. Lejos de penalizar a los accionistas que se suponía aceptaban las pérdidas si sus empresas se declaraban en quiebra, los gobiernos dieron por sentado que el rescate de entidades bancarias con fondos públicos era ineluctable”.46 Para Varoufakis,47 lo que vuelve esta transferencia escandalosa y no solo cínica, es que el dinero que se le prestó a Grecia no provenía solamente de los contribuyentes franceses y alemanes, sino también de los portugueses, eslovacos e irlandeses cuyos bancos no tenían nada que ganar.48 En estas condiciones, el “salvamento griego” no fue aprobado fácilmente en los 16 parlamentos donde se debatió. Nacionalistas y antieuropeos aprovecharon para fustigar sus gobiernos que osaban solicitar a sus pueblos agobiados por la recesión desde 2008 para que dieran dinero a las peores cigarras del Mediterráneo. Aunque tras bambalinas les explicaban que el único fin del salvamento era salvar a sus propios bancos, la ocasión era muy buena para afirmar su patriotismo. Así es que exigieron un poco de sangre griega para aceptar el acuerdo. Las condiciones para aceptar el acuerdo se pueden resumir fácilmente: desmantelamiento del bienestar social elemental bajo la supervisión de los altos funcionarios de la troika (BCE, FMI y Comisión Europea49). Entretanto “en sus reiteradas previsiones la Comisión sostenía que se produciría una recuperación en la situación de Grecia gracias a las sucesivas demandas de mayor austeridad...”.50 Se señalaba que la austeridad y la recuperación que traería consigo permitirían al Estado griego honorar más fácilmente sus diversas deudas antiguas y nuevas. La realidad fue otra: la contracción del PIB Griego en 2015, fue de cerca de 25% y no conoció la más mínima reactivación en cinco años. En consecuencia el país había perdido el equivalente a más de un año de producción anual.51 Cinco años después del inicio de la actuación de la troika, Grecia tiene aún la mayor deuda externa con relación al PIB y la tasa más elevada de desempleo de toda la Unión Europea. Desde 2010 las dificultades de la vida cotidiana son aplastantes y el país ve aumentar el número de los sin domicilio, de emigrados y de suicidios que constituyen indicadores sociales y psicológicos del fracaso económico, lo que representa un desastre político, social y económico que amenaza con provocar la desintegración de la propia UE.52
La situación de los sucesivos gobiernos griegos desde 2010 es bien descrita con las expresiones de “bañera presupuestal” y “austeridad a la Ponzi” introducidas por Yanis Varoufakis.53 Con respecto a la primera expresión, el economista griego señala que obligados a cubrir deudas insostenibles los griegos no fueron privados de aire sino de liquidez. Paralelamente se les prohibió declararse en incumplimiento con respecto a sus acreedores. Cada vez que se encontraban frente a pagos que se les obligaba a realizar, se les rechazaba la liquidez necesaria hasta el último segundo, justo antes de la quiebra oficial. A manera de confesión, se les obligaba a firmar nuevos acuerdos de préstamo que evidentemente iban a exacerbar la crisis. La troika les proporcionaba únicamente la liquidez suficiente para reembolsar a sus propios miembros. Exactamente como en el suplicio de la bañera, la liquidez provista era justo suficiente para que el sujeto se mantenga con vida, no más. La tortura continuaba y su efecto neto era mantener el gobierno totalmente dependiente de la troika. Con respecto a la austeridad a la Ponzi, Varoufakis señala que constituye lo inverso del crecimiento a la Ponzi. Si los sistemas del crecimiento a la Ponzi reposan sobre el atractivo de un fondo que no cesa de aumentar en el caso de la austeridad a la Ponzi lo que seduce a los participantes en riesgo de quiebra es la promesa de una reducción de su deuda. Para superar su insolvencia, van a apretarse el cinturón con una política de austeridad y recibir nuevos préstamos que les proveerán los fondos necesarios para reembolsar las deudas que llegan a madurez como las obligaciones. Como es imposible escapar a la insolvencia de esta manera, debido al efecto depresivo de la austeridad sobre el ingreso, los sistemas de austeridad a la Ponzi, como los sistemas de crecimiento a la Ponzi, requieren de una afluencia constante de nuevos préstamos para perpetuar la ilusión de que se evita la quiebra. Pero para atraer estos préstamos, los organizadores de la austeridad a la Ponzi deben hacer lo máximo para mantener la fachada de una reducción del déficit.
Europa creó el primer sistema de austeridad a la Ponzi de la historia.54 Los acuerdos de préstamo a Grecia, Portugal, Irlanda, España y Chipre son ejemplos patentes. Estados en quiebra con sectores bancarios insolventes fueron obligados a contratar préstamos cada vez mayores (esencialmente financiados por los contribuyentes europeos) a condición de apretarse el cinturón mediante la austeridad y “reformas estructurales”.55 Mientras el sistema continúe y se sigan firmando acuerdos de préstamo, la deuda pública como proporción del ingreso nacional seguirá creciendo. Pero así como en el sistema de crecimiento a la Ponzi se exigían inversiones crecientes para mantener la ilusión de un crecimiento, se necesitaban en Grecia, Portugal, Irlanda, España y Chipre préstamos crecientes para mantener la ilusión de una reducción de la deuda.56
La austeridad primero impuesta en Grecia y luego exportada a prácticamente toda la zona euro provocó una deflación perversa que amenazaba con precipitar la zona euro a una situación similar a la Gran Crisis de los años treinta. La exigencia incondicional de eliminar la deuda a través de reducciones drásticas en el sector público impuesta a países como Grecia o Portugal, en un periodo de recesión deflacionista y endeudamiento, equivale a solicitar lo imposible en el plano macroeconómico, en particular cuando los países no disponen de la devaluación monetaria que les ofrecería un cierto respiro.
Obligada a dotarse de un fondo de asistencia financiera que no viole las cláusulas de no asistencia de los estatutos del BCE, Europa creó por un tiempo, el Fondo europeo de estabilidad financiera y después durablemente el Mecanismo europeo de estabilidad. La creación de estas nuevas instituciones satisfacía las necesidades financieras inmediatas de varios Estados-miembro, pero manteniendo el principio perverso de deudas públicas separadas no se pudo contener la crisis. Es por ello que a partir del verano 2012, el BCE debió recurrir a otro método: monetizar la deuda pública, primero con una política anunciada pero jamás practicada (las Operaciones Monetarias sobre Títulos) y después en 2014, con una verdadera flexibilidad cuantitativa fundamentada en un principio extraño: comprar la deuda pública en proporción de la talla de cada economía nacional (y no de la espiral deflacionista). Veamos con detalle estos dos instrumentos.
Las Operaciones Monetarias sobre Títulos (OMT, Outright Monetary Transactions57) lo único que hicieron fue ganar tiempo para sacar la artillería pesada: la flexibilidad cuantitativa (QE, Quantitative Easing). En el caso de los OMT se trataba de que el BCE entrara al mercado monetario para comprar un número ilimitado de bonos italianos y españoles con el objetivo de estabilizar su valor y con ello las tasas de interés que pagaban los gobiernos italiano y español para refinanciar su deuda pública. Dichas compras serían financiadas mediante la emisión de euros ex nihilo (a partir de nada). Pero como los estatutos del BCE prohíben el financiamiento de la deuda de un Estado miembro, Mario Draghi (presidente del BCE) argumentó que las OMT no buscaban sostener las finanzas públicas italianas y españolas. Su objetivo era reparar los mecanismos de transmisión de la política monetaria del BCE sobre el conjunto de la zona euro que habían dejado de operar. En efecto, aunque las tasas de interés del BCE habían caído a menos de 1%, las empresas italianas y españolas debían pedir prestado a 9%, en tanto que sus homologas Alemanas o de los Países Bajos lo hacían a la mitad de esta tasa. Según, Draghi, las OMT no buscarían ayudar financieramente a los gobierno de Italia y España, ya que los estatutos lo prohíben expresamente. La compra de la deuda pública italiana y española (los bonos de Estado emitidos por Roma y Madrid) no tendría otro objetivo que el control del BCE sobre las tasas de interés pagadas por las empresas en toda la zona euro. Con ello el BCE cumpliría con lo que señalan los estatutos: mantener el control de las tasas de interés pagadas por las empresas y las familias. Pero para ello, según Draghi, el BCE necesitaba primero hacer bajar la tasa de interés que pagaban los Estados con la esperanza de que dicha acción haría bajar igualmente las tasas de interés comerciales (con la baja de las tasas de interés de los bonos estatales, los bancos ganan menos prestándole al Estado y al menos en teoría aumentan las incitaciones para prestarle a las empresas). Así, Draghi, presentaba la OMT como un mecanismo para que el banco central recupere el control de las tasas de interés, la asistencia a las finanzas públicas siendo solo un efecto secundario de su política. Si es verdad que el mecanismo de transmisión de la política monetaria del BCE había dejado de operar, también es verdad que la intención de Draghi era evitar a los gobiernos italiano y español una situación como la griega. Y el único medio para lograrlo era hacer lo que los estatutos del BCE prohibían: monetizar las deudas públicas de los Estados miembros de la zona euro. La compra de deuda pública estaba condicionada a que Roma y Madrid aceptaran un programa de austeridad administrado por la troika.
El programa OMT apaciguó el mercado de bonos estatales de Italia y España y más tarde de Portugal e Irlanda solo con la promesa de comprar masivamente estas obligaciones. El programa funcionó únicamente por una sencilla razón: se creyó en la palabra de Draghi. Los operadores en los mercados de obligaciones se pusieron a comprar deuda italiana y española para embolsar los beneficios permitidos por el ascenso de los cursos de los bonos estatales tras el discurso de Draghi. El presidente del BCE nunca tuvo que confirmar sus declaraciones con dinero y Roma y Madrid evitaron firmar un memorándum con la troika.58 Entretanto Draghi ganó un tiempo precioso para salvar el euro. Roma y Madrid se autoimpusieron una austeridad moderada para evitar la versión más dura de la troika. Las tasas de interés bajaron radicalmente pero los precios medios y los ingresos nominales lo hicieron también, por lo que las deudas de estos países continuaban siendo insostenibles. Sin embargo, argumenta Varoufakis59 que desde el punto de vista económico, las tasas de interés muy bajas solo son parcialmente debidas al anuncio del OMT y al compromiso de hacer todo lo necesario para ponerlo en marcha. Su declaración hizo bajar las tasas de interés sobre las deudas de Italia y España pero es la austeridad generalizada y el muy débil nivel de inversión los que hicieron bajar la tasa de beneficio y de crecimiento. Cuando una economía se caracteriza por una inversión anémica y un crecimiento nulo, las tasas de beneficio medio resultantes son débiles. Recesión, magros beneficios y bajas tasas de interés van aparejados. Por lo tanto si el OMT “funcionó” para reducir el costo del servicio de la deuda pública en Italia y España, lo hizo en una coyuntura de austeridad provocando una deflación generalizada que mantiene la zona euro hundida en una recesión permanente.
La flexibilidad cuantitativa (QE) fue inventada en Japón en los años noventa y adoptada en Estados Unidos durante la crisis de los subprime. Cuando una crisis se revela tan grave que todo el mundo intenta desesperadamente reembolsar sus deudas cuando sus ingresos se desploman, nadie desea pedir prestado incluso si las tasas de interés caen a cero. En ese momento, los bancos centrales ya no pueden estimular la economía con su método habitual, reduciendo la tasa de interés. Cero es efectivamente un número extremo, ya que si la tasas de interés descendiera por debajo, los depositantes tendrían que pagar a los bancos para que guarden su dinero y en ese caso los depositantes retirarían hasta el último centavo y el sistema bancario no sobreviviría. En estas condiciones, presentadas por Keynes en su Teoría General, la QE constituye un mecanismo de sustitución que permite que los bancos centrales estimulen su economía.60 En efecto, mediante este mecanismo el banco central compra a los bancos de depósito créditos sobre terceros: familias que contrataron créditos inmobiliarios con los bancos, obligaciones de empresas privadas e incluso estados que vendieron a los bancos bonos estatales. A cambio de estos créditos y de los flujos de ingreso que generan, el banco central deposita euros (creados ex nihilo) en las cuentas que los bancos de depósito poseen en él. El banco central espera que el banco utilice los euros creados para prestarlos a las empresas que invierten y a las familias que desean consumir. En caso de que así sea, la economía se pondrá en marcha en la medida en que el flujo de liquidez sea utilizado. Es así como, al menos en teoría, la flexibilidad cuantitativa estimula una economía extenuada.61
En Japón y Estados Unidos, la QE no logró provocar la reactivación pero al menos permitió que la recesión no se convirtiera en depresión. En Europa, su eficacia es más incierta, debido a la lamentable arquitectura del euro reflejo del tratado de Maastricht. Para evitar problemas con la Bundesbank que no cesaba de recordarle a Draghi que el BCE no tiene derecho de monetizar la deuda de los estados miembros, el presidente del BCE ideó el siguiente plan: se podrían comprar bonos del Estado a cada Estado miembro en proporción de sus partes en la BCE, es decir de la talla de su economía. Evidentemente, Draghi consideraba que si el BCE monetiza la deuda de todos los países en proporción de la talla relativa de su economía, nadie es salvado de las dificultades financieras proporcionándole fondos. Además, puesto que se argumentó que el BCE se orientaba comprando obligaciones de estados insolventes a la compra de los créditos de los bancos insolventes, Draghi decidió dejar fuera de la QE a los países que habían caído en manos de la troika. Lo cual equivalía a decir que los países como Grecia que más necesitaban una flexibilidad cuantitativa serían excluidos y que las economías que tenían menos necesidad tendrían el apoyo del programa QE.
Cuando la cantidad de euros fabricados por el BCE aumentó, estos fueron parcialmente cambiados contra otras divisas, lo que provocó que el tipo de cambio del euro bajara. Para algunos países como España, esta baja alentó las exportaciones. Pero basta con observar el mercado de trabajo español devastado, donde los salarios son muy bajos, para darse cuenta de que los únicos empleos creados gracias a este estimulo lo fueron a costa de los empleos en Francia donde las remuneraciones no habían disminuido todavía. Las compañías europeas simplemente se aprovecharon de los españoles acorralados y el efecto neto sobre el empleo global en la zona euro fue despreciable. Europa esta devaluando su propia mano de obra por la competencia interna de la misma manera como devaluaba sus propias divisas por la competencia en los años treinta. En estas condiciones, para Varoufakis,62 la QE de Draghi solo estabilizó las fuerzas deflacionistas de la zona euro para permitir que esta forma estéril, moralmente destructora, del efecto “despoja a tu vecino” se enraizara sin contribuir realmente a vencer la crisis. Paradójicamente, desde el punto de vista de Bruselas, Fráncfort y Berlín, el mayor éxito de la flexibilidad cuantitativa se encuentra en otra parte: permitir que la troika venza al gobierno griego en su lucha por renegociar el desastroso programa que condenó al pueblo griego a una depresión sin fin.
La anulación parcial de la deuda griega en marzo de 2012 constituyó un incumplimiento que no se atreve a decir su nombre.63 Es único en la historia económica, ya que ¡dejó al país más endeudado a finales de 2012 que a finales de 2011! En tanto que cerca de 100 mil millones de euros fueron anulados, Grecia fue forzada a contratar nuevos préstamos para reembolsar a sus “acreedores oficiales” (la troika) y a los acreedores restantes. Mientras una feroz recesión causaba estragos, el gobierno griego debió aceptar serios recortes en sus gastos públicos y crear nuevos impuestos escandalosos que conjuntamente disminuyeron el ingreso nacional tanto que la relación PIB/endeudamiento alcanzó niveles hasta entonces desconocidos.64
Tras el fracaso del gobierno de unión nacional, las elecciones parlamentarias griegas del 25 de enero de 2015 llevan al poder al partido de la izquierda radical Syriza.65 Se trató de un auténtico sismo político como Europa occidental no había conocido desde hace medio siglo, resultado del fracaso de las políticas europeas. El gobierno formó inmediatamente una coalición con un pequeño partido de la derecha soberanista que se oponía también a la austeridad. El nuevo gobierno se proponía retomar el control de su destino, elaborando nuevas políticas para estabilizar la economía y apoyar la reactivación económica, protegiendo a la vez a los más vulnerables. El Parlamento abrió su sesión el 8 de febrero y el 12 el gobierno viajó a Bruselas para entablar negociaciones66 bajo la presión de una fecha límite fijada al 28 de febrero para concluir el plan de ayuda financiera.67
Dentro del protocolo propuesto por las instituciones, el gobierno de Syriza estaba totalmente de acuerdo con las disposiciones relativas a la administración fiscal y la gestión impositiva, la evasión fiscal, la corrupción y la modernización de la administración pública. Por el contrario, existían cuatro temas en los que el desacuerdo era profundo. Estos temas objeto de las negociaciones fueron: 1) El objetivo de excedente primario; 2) Las jubilaciones; 3) El mercado de trabajo; 4) Las privatizaciones.68
Con respecto al primer punto hay que señalar que los acreedores querían fijar un objetivo grotesco de excedente primario de 4.5% del PIB que habría que alcanzar gracias a fuertes alzas del IVA (impuesto regresivo) y a recortes drásticos en el gasto público. Cualquier autentico keynesiano comenzaría por interrogarse sobre la razón de ser de tal objetivo cuando se alcanza una tasa de desempleo de 25%, ya que habría que crear empleos y para ello se necesitaría más bien un déficit primario consecuente. Pero en un país que depende de la aportación de dinero venido del extranjero y que no puede pedir prestado en los mercados de capitales privados, el objetivo de déficit primario no es realista. Por ello, el gobierno griego apoyó la idea según la cual si hay que conservar un excedente este tendría que ser lo más limitado posible, ya que un excedente importante ejerce un efecto nefasto sobre la producción total (el PIB). Aumentar el excedente primario, aumenta la relación deuda pública sobre PIB en lugar de disminuirla. En efecto, mientras más se aumentan los impuestos y se reducen los gastos en una economía ya deprimida, más se reduce el PIB y más la relación de la deuda con respecto al PIB aumenta. Como esta última ha alcanzado con las políticas existentes 180%, implementar un excedente primario como el exigido aumentaría la relación aún más, poniendo en entredicho el fin buscado de volver sostenible la deuda.
Las jubilaciones constituyeron el segundo tema sensible. La población griega tiene una edad relativamente avanzada y el país carece de un sistema eficaz de seguro de desempleo. Durante la crisis, muchos de los asalariados que fueron despedidos optaron por una jubilación anticipada y el costo de los regímenes de jubilación se fue por los cielos. Al mismo tiempo, el aumento del desempleo y del trabajo no declarado (estimado en 30% del mercado de trabajo en 2015) originó una baja de contribución a los regímenes de jubilación. A causa de esto, en el momento de restructuración de la deuda (2012), los recursos de estos regímenes habían caído a la mitad. Su costo relacionado con el PIB conoció una fuerte alza -alcanzando 16%- en el mismo momento en que las pensiones pagadas habían perdido entre 44 y 49% de su monto y que el valor medio de las jubilaciones, de alrededor de 650 euros mensuales se situaba un poco por encima del umbral de pobreza. Muchos jubilados percibían solo 350 euros por mes (aunque, hay que reconocerlo, existen algunos regímenes de jubilación muy anticipada). Los acreedores exigían, más recortes en las pensiones (una baja correspondiente a 1% del PIB) pero el gobierno resistía considerando que el problema no es que las pensiones sean demasiado generosas sino que los ingresos son insuficientes. La insuficiencia de las cotizaciones proviene de dos aspectos: el muy mediocre resultado de la economía en su conjunto y su influencia nefasta sobre los ingresos fiscales, así como la parte informal del mercado de trabajo y sus efectos sobre el número de empleos declarados y las cotización de jubilación percibidas. Estos problemas son interdependientes, por lo que su solución pasa obligatoriamente por una reconstrucción y una revitalización de la economía, sin lo cual las reformas que se han impuesto a Grecia resultarán totalmente contraproducentes. En todo caso, el gobierno respondió señalando que si el régimen de jubilación necesita ser reformado (la edad actual de jubilación no siendo soportable), esto solo puede efectuarse gradualmente y debe acompañarse de un dispositivo eficaz de seguro de desempleo.
La tercera cuestión crucial se refería al mercado de trabajo. En este punto los acreedores insistían en la necesidad de bajar los salarios mínimos y desmantelar el sistema social griego, sus organizaciones y convenciones colectivas, privando, en los hechos, una de las clases obreras más militantes de Europa de toda representación. A este respecto se puede afirmar que no existe en Europa un antecedente de implementación de un plan de desregulación del mercado de trabajo tan radical como el que se ha impuesto a Grecia. Las disposiciones de este plan van más allá de las normas y criterios admitidos por el derecho europeo y la Organización Internacional del Trabajo (OIT). El objetivo declarado en el plan económico propuesto por la troika es una “devaluación interna” para “restaurar la competitividad”, lo que representa dos problemas. Primero, la reducción de los ingresos y los salarios sin proponer ningún alivio de las deudas privadas (como los préstamos hipotecarios a tasa fija) solo vuelve más pesada la carga de la deuda y empuja las gentes a la quiebra personal y al incauto de sus propiedades. Segundo, a pesar de las bajas de salarios, las empresas griegas no disminuyeron sus precios en la misma proporción. Más bien aprovecharon para aumentar sus márgenes de beneficios, embolsando la diferencia antes (en numerosos casos sin duda) de transferirla fuera del país. En esas condiciones, las exportaciones y la competitividad no se restablecieron: la mejora de la balanza comercial solo fue posible gracias a una fuerte baja del consumo y, luego entonces, de las importaciones. Así es que se puede decir que la reforma propuesta no solo es contraria a la ética sino que es ineficaz desde el punto de vista económico. La proposición griega consistía en concebir un nuevo sistema de negociaciones colectivas que respondiera a las normas de la OIT.
El cuarto punto de la negociación se refería a las privatizaciones forzadas de los activos públicos a precios de liquidación. Los acreedores exigían proceder a la cesión de aeropuertos, puertos marítimos, operadores de electricidad, entre otros activos públicos y esto lo más rápido posible. Por principio, Syriza se oponía a este tipo de estrategia económica -o se mostraba escéptico- pero el nuevo gobierno escogió no enfrentarse por razones ideológicas. Prefirió apoyar otras soluciones más pragmáticas: que el gobierno conserve una parte de las acciones en la mayoría de los grupos privatizados, que el proceso sea llevado a un ritmo que permita beneficiar de precios de cesión convenientes y que se evite transformar en monopolios privados los monopolios públicos de servicios tales como la electricidad y el agua. El gobierno griego no se oponía a la privatización de empresas públicas que el Estado es incapaz de administrar convenientemente. Muchas de ellas se comportan mejor bajo la dirección de grupos privados o incluso de empresas de Estado de la República Popular China (el puerto de El Pireo ofrece un ejemplo de esto). Sin embargo, el gobierno griego consideró que no había que privatizar en contra del sentido común comercial en condiciones que no aportan ingresos al Estado griego.
Al lado de estas cuatro cuestiones fundamentales se discutieron otros tópicos como la organización y el control de los servicios de la estadística y de las autoridades fiscales griegas, la organización de la función pública, un aumento del impuesto al valor agregado (cuya tasa plena es ya de 23%), la estructura de las tasas de IVA en los hoteles, los restaurantes y las islas griegas. El gobierno consideró que un aumento al impuesto del valor agregado tendría una fuerte incidencia sobre el precio de los medicamentos (afectando particularmente a las personas de edad avanzada) y que el aumento del IVA en las islas griegas afectaría negativamente al turismo. El gobierno subrayó que los aumentos de impuestos al sector turístico perjudican la competitividad y que esta presión fiscal creciente tendrá por efecto reducir la actividad agravando el problema de la deuda. Para el gobierno, poner el acento en la recuperación del impuesto y en la lucha contra el fraude al IVA podría muy rápidamente favorecer la reducción de las diferentes tasas.
Por el contrario, lo que nunca fue abordado en las negociaciones fue la talla y la estructura de la deuda externa pública. Esto resulta comprensible. En tanto que el FMI estaba de acuerdo con Atenas en el sentido de considerar que una más amplia restructuración de la deuda parecía indispensable, los acreedores europeos y en particular Alemania y el BCE no querían hablar de ello. Para ellos, restructurar una vez más la deuda griega equivalía a desenmascarar el pecado original: su incapacidad para anularla en el momento en que había comenzado.69
Los griegos se encontraban frente a un dilema: o bien cedían ante las posiciones de sus acreedores o bien corrían el riesgo de que los bancos cerraran y fueran excluidos del euro, lo que tendría consecuencias desestabilizadoras cuando menos a corto plazo. Los acreedores lo sabían y no dejaban de colocar a los griegos entre la espada y la pared, sin flexibilizar su posición. Mientras más cedían los griegos, los acreedores reclamaban más.
Alemania se encontraba también frente a un dilema. Podía preservar la Unión y el euro cambiando de orientación, negociando de buena fe y aceptando que de ahora en adelante se implementen políticas muy diferentes de las que se han aplicado hasta este momento. Podían igualmente aferrarse a su poder absoluto y conservar las políticas sin cambio, para tratar de aniquilar el gobierno elegido por los griegos con el apoyo popular, apostando a la fragmentación de Europa. Como es bien sabido fue esta infame decisión la que se tomó. Las reformas que exigieron y siguen exigiendo los acreedores de Atenas tienen un contenido singular. Tienen por fin reducir el papel del Estado: a este respecto se “orientan hacia el mercado”. Sin embargo, están lejos de promover la descentralización y la diversidad. Por el contrario, actúan para destruir las instituciones locales e imponer a toda Europa un modelo de política pública único, Grecia no situándose en este caso en la retaguardia sino en la vanguardia. A este respecto también, “estas proposiciones de reforma revisten un carácter totalitario-y aunque su padre espiritual se llame Friedrich Hayek, hay que decirlo cruelmente: su ancestro se llama Joseph Stalin”.70
Así es que, poco a poco el gobierno griego fue cediendo a este “stalinismo de mercado a la europea”.71 Entre las personas próximas al Primer Ministro Alexis Tsipras, fue surgiendo lo que James K. Galbraith denomina “una troika interna”,72 que defendía la idea de que Grecia tenía que aceptar cualquier acuerdo cualesquiera que fuera su contenido. Desde el principio del proceso, el BCE tuvo el destino de Grecia en sus manos.73 Los bancos griegos se habían financiado negociando las obligaciones de Estado griegas, con un descuento, directamente ante el BCE, aplicando una clausula derogatoria adoptada para hacer caso omiso del hecho de que la deuda griega no tenía una nota elevada. El 4 de febrero de 2015, el BCE anuló esta derogación, obligando a los bancos griegos a utilizar otro canal, la provisión de liquidez de urgencia que el BCE administraba a cuenta gotas por medio del Banco de Grecia. Esta facilidad de crédito presentaba un techo que el BCE elevaba poco a poco, alrededor de todas las semanas, lo que permitía recordar constantemente a los depositantes de los bancos helénicos que la seguridad de su liquidez era precaria En efecto, la supresión de la provisión de liquidez de urgencia o el no aumentar el techo podría significar el desplome del sistema bancario. Durante este tiempo los bancos extranjeros habían retirado sus líneas de crédito, obligando a los establecimientos bancarios griegos a apoyarse más fuertemente en el BCE. Los depositantes y los banqueros habían tomado conciencia de la gravedad de la situación y a partir de diciembre 2014, una campaña de amenazas y ultimátum tendiente a sembrar el pánico, en la perspectiva de las elecciones por venir, vino a agravar la ansiedad de la población.
Entretanto el Estado griego tuvo que hacer frente a una sucesión de plazos de reembolso de la deuda que en tiempo normal hubieran sido refinanciados. Pero, con el nuevo gobierno, los acreedores rechazaban igualmente esta solución. Grecia se vio entonces obligada a agotar sus reservas (utilizando fondos destinados a las ciudades, a las universidades, a los hospitales) y a incumplir con sus proveedores para responder a las exigencias de liquidez de las instituciones. Fue lo que hizo Grecia, por un monto de 3.5 mil millones de euros, hasta inicios de junio, cuando los últimos fondos se agotaron. En esta fase, un pago programado al FMI debió ser diferido por intermedio de un dispositivo raramente empleado y que consistía en reagrupar este pago con otros pagos previstos igualmente en junio.
En estas condiciones los negociadores griegos fueron sometidos a intensas presiones. La suerte de Grecia se decidió por razones políticas y de ninguna manera por cuestiones técnicas de naturaleza económica o de estrategias de negociación.74 En efecto, el contexto político era muy conflictivo. Los europeos del Este y los finlandeses estaban dirigidos por gobiernos de derecha que políticamente se situaban completamente opuestos a la izquierda griega y, en los países bálticos o en Eslovaquia, las tensiones eran agravadas por el hecho de que los griegos eran más ricos que sus propias poblaciones. Los españoles, los portugueses y los irlandeses tenían que hacer frente a su oposición de izquierda (respectivamente Podemos, el Bloque de Izquierda y el Sinn Féin) y rechazaban toda concesión que pudiera atizar el descontento. Italia y Francia cuando mucho manifestaban una compasión sin muchos efectos en la realidad. Por su parte, los alemanes y las instituciones acreedoras, debían preservar su ideología y su poder. Para Galbraith, las delegaciones de tecnócratas enviados por la Comisión Europea, el BCE y el FMI no estaban para nada dispuestas a tomar en cuenta los argumentos griegos, no tenían el poder o no estaban intelectualmente equipadas para hacerlo.75 Para ellas, lo importante era permanecer pragmáticas, saber quién paga la nota y quien recolecta los sufragios. En ningún momento, la lógica de la argumentación griega -respecto al fracaso flagrante de los últimos cinco años de políticas de austeridad que se revelaron incapaces de producir los niveles de crecimiento previstos- afectó para nada sus certidumbres.
Para la troika con Merkel al frente era necesario poner a Tsipras y al gobierno de Syriza en su lugar tanto más que Primer Ministro Griego había convocado el 28 de junio de 2015 al pueblo griego a un referéndum sobre el contenido de la proposición de la troika. Los acreedores se vengaron cerrando los bancos e imponiendo un control de capitales. A pesar de las amenazas de Merkel y de los políticos europeos que se deshonraron multiplicando sus declaraciones destinadas a aterrorizar los electores griegos,76 de que el gobierno griego no sostuvo vigorosamente el no y de la campaña de intimidación de los canales de televisión griegos, el no sale vencedor el 5 de julio con un magnífico resultado de 61.5%. Dicha victoria representaba una revuelta popular visceral contra el sufrimiento engendrado por un programa económico. Cuando el pueblo griego se alzó y dijo “no”, las represalias se volvieron más fuertes y el gobierno se arrodilló. En estas condiciones de acoso, el gobierno había llegado a la conclusión de que no había otra solución que la rendición: los allegados al Primer ministro no mostraron la misma valentía que su electorado. En septiembre de 2015, el Dr Schäuble77 y el Eurogrupo provocaron la caída del gobierno de la izquierda radical asfixiándola por medio de la austeridad fiscal78 lo suficiente para que el Primer Ministro Alexis Tsipras capitulara abiertamente,79 la deuda griega alcanzara nuevas cimas a partir de un nivel ya muy elevado,80 Amanecer Dorado aumentara su representación en el parlamento de Atenas, la sociedad perdiera la voluntad de reformarse y sobre todo la democracia griega fuera gravemente herida.81 El Parlamento griego surgido de las elecciones de septiembre votó (“con el puñal en el pecho” según la expresión de Tsipras) para que el control del Estado fuera abandonado al ejército de burócratas de Bruselas, Fráncfort y Berlín. Estos exigieron de nuevo la implementación de la integralidad de las políticas públicas contra las cuales los griegos se rebelaron en enero de 2015 y que de nuevo rechazaron con una aplastante mayoría en el referéndum de principios de julio. Así, lejos de constituir una nación europea orgullosa y autónoma, Grecia se aparenta cada vez más a un régimen colonial donde todo texto de ley “significativo” tiene que contar con el aval de las instituciones (la tristemente célebre “troika”) o en el mejor de los casos se parece a una de esas dependencias neocoloniales que Estados Unidos conservan en el Caribe.82 Los ciudadanos griegos fueron desposeídos de sus derechos y su territorio “modernizado” contra su voluntad. La austeridad como credo y como única alternativa llevará “a incumplir los sucesivos compromisos que se habían contraído en los tratados europeos en materia de mejora de los niveles de vida y de inclusión social, y a punto estuvo de abocarnos a la desintegración no solo del proyecto europeo de posguerra, sino de economías y sociedades enteras”.83
A finales de 2012, los dos programas de “salvamento” de Grecia habían acabado la transferencia a los contribuyentes europeos de las pérdidas privada potenciales, poniendo a los bancos europeos al abrigo del drama griego. Con la entrada en vigor de la QE, se sabía que Draghi podía imprimir hasta entre 70 y 80 mil millones de euros por mes para comprar las obligaciones de los Estados en dificultad presupuestal (dejando fuera Grecia). Esto jugó el papel de amortiguador del choque suplementario en los mercados financieros y le permitió al Eurogrupo y al BCE cerrar los bancos griegos sin que se produjera ningún pánico en los mercados de obligaciones. Una política que supuestamente debía atacar la deflación en toda Europa -concluye Varoufakis- comenzó por excluir al país que tenía mayor necesidad de su terapia (Grecia), estrangulando a su gobierno recientemente elegido porque había osado cuestionar el programa de austeridad y la deuda insostenible que era la causa de la depresión. En estas condiciones no debe sorprender que el desplome de Grecia haya sido mucho más profundo que el de los otros países de la zona euro. Habiendo sido el primero en caer tras el crac de 2008, Grecia se convirtió en el laboratorio de la troika. La deuda publica la más insoportable de la zona euro fue tratada con el más grande de los préstamos acompañado de la austeridad más terrible. Lo que ha estado haciendo Grecia desde hace varios años no ha provocado la reactivación económica ni impedido el incumplimiento de la deuda. El resultado de la austeridad ha sido un fracaso desastroso: cerca de un tercio de los ingresos y los empleos perdidos, un crecimiento fenomenal de la deuda y el ascenso de organizaciones racistas y ultranacionalistas como Amanecer Dorado que entró al parlamento convirtiéndose en la tercera fuerza.84 Así es que cuando la troika pasó a ocuparse de otros países en dificultad en la zona euro (Irlanda, Portugal, España e Italia) temiendo por su sobrevivencia, les aplicó una austeridad netamente más ligera.
Se centralizaron las políticas presupuestales de la zona euro creando una unión en favor de la austeridad. En efecto, actualmente la Comisión Europea examina el presupuesto de un Estado miembro y hace recomendaciones. Si este presupuesto presenta un déficit superior a 3% fijado por el Tratado de Maastrich, se le dirige una advertencia al país que a fin de cuentas puede conducir a sanciones. Por lo general, este proceso abre entre el Estado miembro y la Comisión negociaciones prolongadas, que conducen a largas reuniones del Eurogrupo, que se soldán con una dosis suplementaria de austeridad, acompañada de un retoque imaginativo de su contabilidad macroeconómica. La generalización de la austeridad amplificó considerablemente la crisis lo que casi condujo a la desaparición del euro. Cuando el BCE entró en acción para salvar la moneda común transfirió la crisis de los mercados monetarios a la economía real de Europa. La crisis Europea migró de los mercados de la deuda a su agricultura, su industria y su comercio en el mismo momento en que los burócratas y políticos -entre los que destacaba el Dr Schäuble Ministro de Finanzas alemán- que comandaban esta unión por la austeridad proclamaban haberla superado. “Por primera vez desde la II Guerra Mundial, la crisis de la zona euro hizo posible que Alemania alcanzara en Europa la hegemonía... el ascenso de Alemania no solo se debió a los defectos de fábrica de la moneda única... ni a las agencias calificadoras, sino que tiene profundas raíces históricas y psicológicas. La crisis hizo posible que Alemania dejara de lado su oscuro pasado y se mostrara ante el resto de Europa como modelo de virtud en lo económico, lo social y lo político. Por añadidura, los defectos relativos al diseño del euro se enraizaban profundamente en un modelo supranacional de toma de decisiones que desde el inicio de la UE, ha conllevado un déficit democrático que una “constitución europea” destinada a fracasar no hizo más que agravar”.85
Conclusión
La crisis del euro al menos sirvió para demostrar que la buena marcha del sistema supone la existencia de un Estado más fuerte que cualquier mercado.86 Debe poder actuar para asegurar los pagos de las deudas públicas como lo hace la Reserva federal americana, sin lo cual los mercados triunfan sobre los poderes públicos en el juego de “dividir para reinar”. Europa desplegó inmensos esfuerzos para construir un “mercado único” pero sin darse los medios para controlarlo y decretando que el BCE no inyectaría moneda suplementaria al sistema. Actuando así, creó mercados más poderosos que los Estados y Estados, acribillados de deudas, que se tambalean al borde de la quiebra.
Los europeos comprenden cada vez mejor que la crisis del euro es la consecuencia de la estructura institucional de la unión europea. Sobre todo después del aplastamiento de la izquierda radical en julio de 2015 ven en la tecnocracia de Bruselas y Fráncfort una fuerza de ocupación en el estilo de Vichy en Francia durante la Segunda Guerra Mundial. No quieren que Bruselas, tal como está estructurado hoy, se vuelva su gobierno central respondiendo a una crisis que la misma Unión Europea creó.87 Esta última debe hacer frente a la peor crisis humanitaria y social que ha conocido desde finales de los años cuarenta. En los estados miembros como Grecia, Irlanda o Portugal pero incluso en países situados en el corazón de la Unión las necesidades básicas de millones de personas no son satisfechas. Esta situación afecta particularmente las personas de la tercera edad,88 los desempleados, los minusválidos así como las personas sin domicilio fijo. La devaluación interna de los salarios, los ingresos y los niveles de vida ha resultado ser un completo desastre económico, social y político. Actuar para satisfacer rápidamente las necesidades básicas constituye un imperativo moral. Tanto más que Europa es ahora presa de los peligros inmediatos del racismo, la xenofobia e incluso el nazismo, en particular, aunque no solo, en países como Grecia que soportan lo esencial del peso de la crisis. Nunca en el pasado, el desdeño de numerosos europeos con respecto a la Unión Europea y sus instituciones fue tan fuerte como lo demostró recientemente el Brexit. Si bien las acciones del BCE apaciguaron los mercados de obligaciones, la zona euro corre el riesgo de desintegración. La Unión monetaria europea no tiene otra alternativa que corregir sus estatutos o comenzar una larga y dolorosa marcha hacia la desintegración. Los defectos de la concepción de la moneda única acabaran por dividir a los países y sus ciudadanos gracias a la ideología alemana de la austeridad, en lugar de unirlos como Monnet había esperado. El mantenimiento de una protección social mínima es lo que más importa a los griegos, los españoles, los portugueses y los italianos. Por haber conocido el fascismo y la pobreza, se acuerdan de que el fascismo es lo peor que hay. Apostaron a la integración europea para construir la social democracia y terminar con el pasado. ¿Cómo reprocharles entonces que se opongan a la regresión que les impone Bruselas?