Introducción
La migración de personas de las áreas rurales de Chiapas es reciente, pues en el estado no existe tradición en cuanto a este tipo de desplazamientos, a diferencia de los estados mexicanos que comprenden lo que se ha denominado región migratoria histórica -Guanajuato, Jalisco, Michoacán y Zacatecas- (Durand, 1994, 2007). Sin embargo, en pocos años se ha generado un importante flujo desde Chiapas hacia la frontera norte y Estados Unidos (Lozano, 2002; Jáuregui y Ávila, 2007; Cóporo, 2010; Moreno, 2010; Nájera y López, 2012; OIT, 2014; Ibarra-Olivo, Acuña y Espejo, 2021; Instituto de los Mexicanos en el Exterior, 2021; INEGI, 2021b) en el marco de las transformaciones socioeconómicas experimentadas en el siglo XXI.
Algunas fuentes de información cuantitativa muestran el ascenso en el número de chiapanecos en el vecino país del norte, las cuales reflejan un aumento acelerado entre los años 1990 y 2000 (Lozano, 2002; Instituto de los Mexicanos en el Exterior, 2021). A partir de entonces, y hasta el año 2007, se observó un incremento de las remesas en al menos 4 000 % (Villafuerte, 2008) y su sostenimiento (Nájera y López, 2012; BBVA Research y CONAPO, 2018). En el año 2019, el Banco de México contabilizó 621 millones de dólares dispersados en 44 437 hogares, lo que representan el 2.8 % nacional, un porcentaje tan solo por debajo de estados con migración histórica como Zacatecas y Durango (BBVA Research y CONAPO, 2018: 128-131).
Por otra parte, se registraron desplazamientos interestatales desde Chiapas hacia otros estados de México en la década de 1990, cuando se suscitaron alteraciones climáticas, económicas, sociales anteriores al levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 1994. En el año 2006, el gobierno estatal registró 271 399 chiapanecos ubicados entre el Estado de México, Puebla, Oaxaca, Jalisco, Campeche y Quintana Roo (Gobierno del Estado de Chiapas, 2006: 55-59).
Entre los años 2000 y 2010 al menos medio millón de chiapanecos migraron (INEGI, 2023), en su mayoría hacia los enclaves turísticos de Quintana Roo (Cruz y Roblero, 2001), mientras en las décadas posteriores cobró relevancia el flujo hacia las industrias del noroeste del país (Gobierno del Estado de Chiapas, 2006; INEGI, 2021a; Israel y Pintor, 2022) y hacia regiones agrícolas (INEGI, 2021a), principalmente de personas de las regiones Costa y Soconusco.
En términos globales, entre los años 2010 y 2020 se registró la emigración de un total de 678 362 personas de Chiapas (INEGI, 2023). En el año 2020, en los trámites de las matrículas consulares en Estados Unidos destaca la presencia de chiapanecos en Florida, Carolina del Norte, Texas, Georgia y Carolina del Sur, la mayoría procedentes de las regiones Soconusco (Tapachula) y Altos (Chamula). Las personas que declararon tener por origen el municipio de Acacoyagua fueron en total 100, solamente en el año 2020, las cuales se ubicaban en los estados referidos, así como en Ohio y California (Instituto de los Mexicanos en el Exterior, 2021).
Si bien estas estimaciones ofrecen una mirada panorámica sobre la migración internacional e interna desde el aspecto cuantitativo (Lozano, 2002), se observa la necesidad de emprender investigaciones que profundicen en temas cualitativos, como propongo en este texto, el cual deriva de un trabajo etnográfico multilocal y de la realización de encuestas y de entrevistas entre los años 2019 y 2022.
La literatura sobre migración chiapaneca
Los estudios encontrados tienen un matiz etnográfico y especialmente se centran en las comunidades étnicas de los Altos y la Selva (Martínez, 1999; Rus y Rus, 2008; Freyermuth y Meneses, 2009; Robledo, 2012; Cóporo y Villafuerte, 2017), mientras otros dan cuenta del contexto de guerra de baja intensidad, el desplazamiento forzado, el retorno, la reemigración y la inserción laboral en el norte de México (Cruz y Roblero, 2001; Aquino, 2010; Castillo, 2019a, 2019b; Domínguez, 2020; Sánchez, 2021).
En el caso del Soconusco y de las localidades que forman parte de esta región, algunas investigaciones dan cuenta de problemáticas que han aquejado históricamente a las comunidades mayas, como el desplazamiento forzado y la migración económica, esta última experimentada tanto por sus habitantes como por personas refugiadas que se asentaron en la región en la década de 1990, cuando los flujos hacia Estados Unidos comenzaron a tomar notoriedad posteriormente (Peña, 2004; Hernández, 2008; Camacho y Lomelí, 2009; Ruiz, 2013).
Sin embargo, ello no es suficiente para conocer el actual dinamismo bajo el cual se integran quienes habitan en las localidades del interior del Soconusco. Además, el ascenso del flujo migratorio hacia los estados de la frontera norte no se ha vinculado con las cambiantes condiciones sociopolíticas y de control fronterizo México-Estados Unidos, las cuales han frenado y reorientado la migración mexicana en su conjunto, ni tampoco con la deslocalización productiva afianzada desde 1994 en la región noroeste de México, donde operan las industrias trasnacionales agrícolas y fabriles, y cuya intensidad productiva ha dado lugar a particulares formas organizativas de trabajo que demandan obreros y jornaleros.
Migración y movilidad: entre mercados y redes de trabajo
En el marco referido, en esta investigación retomo los aportes del paradigma de las movilidades, el cual advierte sobre los cambios sociopolíticos y de reorganización económica contemporánea y descentra los movimientos experimentados por los sujetos de las relaciones binarias o lineales origen-destino (Simon, 2008; Tarrius, 2010), lo que permite dar cuenta de las dinámicas temporales de trabajo en las que se incorporan las personas en los contextos rurales y urbanos locales, regionales, extrarregionales e internacionales.
Esta aproximación, junto con las nociones de golondrinización y pluriactividad, es decir, los desplazamientos estacionales en los espacios agrícolas y su combinación con la participación en actividades de los sectores económicos terciarios (Bendini y Steimbieger, 2010; Sánchez, 2014), permite exponer las transformaciones en el mercado de trabajo rural y hacer una caracterización del Soconusco como territorio circulatorio, concepto que se retoma de Tarrius (2010).
Por otra parte, junto con la noción de circuito migratorio (Durand, 1986: 50-51), procede dar cuenta de los intercambios económicos y sociales en distintas escalas que son importantes para comprender el impulso extrarregional hacia los espacios de agricultura intensiva de hortalizas ubicados en el noroeste de México, así como la migración fronteriza hacia ciudades como Tijuana y la migración internacional hacia Estados Unidos.1
En ese sentido, lo anterior posibilita dar cuenta de distintos tipos de desplazamiento de corte laboral, los cuales implican diferencias espacio-temporales que en algunos casos tienen que ver con el asentamiento prolongado (por ejemplo, en Estados Unidos, Tijuana y Ciudad Juárez), y de otros desplazamientos cíclicos o de circulación estacional espacial, como ocurre en torno de las actividades agrícolas (por ejemplo, en zonas agrícolas del Soconusco y el noroeste de México). Por tanto, las propuestas del campo migratorio y de los territorios de movilidad (Simon, 2008; Faret, 2010) permiten privilegiar la mirada de los vínculos multiescalares de los desplazamientos, los mercados laborales y las redes sociales (Tarrius, 2010).
Por otra parte, para entender los procesos laborales desde la perspectiva social retomo las críticas al enfoque neoclásico de los mercados de trabajo, ya que dichos cuestionamientos develan la intervención de variables culturales, sociales y políticas, las cuales median en la relación entre trabajadores y empleadores, en un marco histórico y un sistema económico (Nájera, 2020: 6-7), donde asimetrías de poder (Lara, 2021a) y relaciones de desigualdad entrelazan a los sujetos, los actores y las instituciones (Piore, en Stefoni, Leiva y Bonhomme, 2019).
Al mismo tiempo, resulta relevante retomar el enfoque de las redes sociales puesto que permite poner de relieve recursos múltiples, como las relaciones interpersonales basadas en la amistad, la confianza o parentales, y otras de diversa índole en las que se inscriben los sujetos y que les permiten facilitar su incorporación en la migración y la movilidad (Mitchell, 1969: 2; Granovetter, 1973: 1360), a la vez que originan formas de intercambio entre sujetos, grupos e instituciones (Durand, 2007).
Para el caso de esta investigación, las redes que operan en distintas escalas y espacios multilocalizados se integran en un circuito de migración y movilidad múltiple que tiene su origen en las comunidades rurales Los Cacaos y Acacoyagua. Tomando en consideración lo anterior y a la luz del trabajo etnográfico realizado, se conciben las «redes sociales de difusión laboral» como los recursos de intermediación multinivel que articulan a los actores involucrados en dichos hechos sociales y que operan de manera simultánea como lazos fuertes y lazos débiles -interacción cotidiana-familiar, entre amigos y otro tipo de contactos sin mediación afectiva-. Asimismo, son sumamente importantes para el desplazamiento laboral.
Estas redes se enmarcan en distintas opciones de trabajo y contextos espacio-temporales que figuran como estrategias de sobrevivencia multilocalizadas en el nivel regional (espacios en el interior del Soconusco), en el extrarregional (la región noroeste del país) y en el internacional (hacia Estados Unidos), todo ello mediado por una complementariedad organizativa desde el punto de vista familiar y de los ciclos agrícolas, y su articulación con mercados de trabajo y actividades diversificados.
En cuanto a la metodología de investigación, fue necesario realizar un manejo multiescalar. Los hallazgos presentados tienen como punto de partida la aplicación de una encuesta con fines exploratorios, la cual se realizó en 120 hogares con la ayuda de dos jóvenes de las localidades de estudio.2 En este sentido, la aplicación de las encuestas constituyó un punto clave y estratégico para llevar a cabo el trabajo etnográfico multilocal en el nivel regional del Soconusco, mediante una estrategia de carácter fijo y no-fijo (Schaffhauser, 2017) llevada a cabo en distintas localidades y espacios, lo cual resultó en el conocimiento sobre las experiencias de trabajo de los sujetos en el Soconusco.
Asimismo, se realizaron 51 entrevistas semiestructuradas en las localidades Los Cacaos y Acacoyagua entre los años 2019-2022, para las cuales se prepararon guiones bajo los ejes de migración y movilidad regional hacia el noroeste del país y Estados Unidos. Esta información de primera mano se complementó con conversaciones entabladas con personas clave: ejidatarios, jornaleros, pobladores, migrantes en tránsito y solicitantes de refugio; personas que fueron pioneras en dirigirse a Estados Unidos, a los campos agroindustriales del noroeste del país y a Tijuana, así como transportistas, contratistas y trabajadores de bodegas, entre otras personas, que habían participado como caporales u obreros, entre otros oficios.
También realicé una estancia de trabajo en el noroeste de México, principalmente en Tijuana, en los años 2019 y 2022, lo cual me permitió tener un acercamiento a los espacios de trabajo y de vida. Asimismo, pude observar los procesos de migración y movilidad laboral no solo en las comunidades rurales, sino en el interior de la región Soconusco, y también las dinámicas que se articulan con los ciclos de cosecha en el norte del país. Por otra parte, dado el auge de la industria de transportes que se dirigen hacia el norte del país, pude acercarme a los procesos de desplazamiento, a las dinámicas de organización en el nivel familiar y a otras cuestiones que fueron clave para visibilizar las relaciones que se abordan en el texto.
Las estimaciones y datos que resultaron de la metodología y de las técnicas de investigación ponen de relieve la participación de los sujetos de las localidades de estudio en una diversidad de lugares de trabajo y con distintas temporalidades. En ese sentido, dan cuenta de la necesidad de retomar los aportes conceptuales de las movilidades (Simon, 2008) como elemento de partida que permite privilegiar la mirada de cómo operan los vínculos multiescalares de la migración, los mercados laborales y las dinámicas sociales.
Estos elementos son importantes pues dan lugar a determinadas opciones de trabajo que entrelazan instituciones, actores y sujetos (Nájera, 2020), en las que están involucradas redes interpersonales basadas en la confianza, la amistad y la familia a través de vínculos que facilitan los procesos de desplazamiento, con formas organizativas que afianzan su duración (Granovetter, 1973).
Entre lo local y lo regional: el Soconusco como territorio circulatorio
Las comunidades Los Cacaos y Acacoyagua forman parte de la región Soconusco, área que se integró a México en 1882 tras la determinación de los límites entre México y Guatemala. Desde entonces destacó como un espacio de colonización alemana y japonesa, en el que se desarrolló un sistema finquero cafetalero de exportación (Damián, 1988; De Vos, 2002). Ello repercutió en el dinamismo local-regional, de tal manera que el Soconusco se caracterizó por la creación de nuevos asentamientos temporales y definitivos que configuraron la región como «receptora de población» desde finales del siglo XIX, con características diferentes a las que se presentan en otras áreas del país consideradas como «migratorias históricas».3
Ello dio origen a mercados de trabajo agrícolas en la región, en principio basados en el desplazamiento forzado y en el enganche de indígenas de los Altos de Chiapas; posteriormente se incorporaron jornaleros transfronterizos provenientes de Guatemala, quienes fueron esenciales desde mediados del siglo XX (Pozas, 1952; Fábregas, 1997; Spenser, 1998a; París, 2006).
Así, dado el auge productivo de los cafetales, desde la década de 1930 la región -y en ella las localidades de estudio- tomó importancia como área de asentamiento temporal y definitivo, y también por la política de campesinización y mexicanización que se llevó a cabo en la denominada frontera sur (Vázquez, 2017; Hernández, 2008) en el marco del proyecto político modernizador posrevolucionario orientado al desarrollo.4 En ese sentido, la región fue un importante espacio de disputa entre los grupos de poder regional que se oponían a la reforma agraria, la cual se emprendió de manera tardía en 1934 y se desarrolló hasta 1980, a través de las figuras de restitución originaria y de dotación que beneficiaron a los jornaleros como sujetos de derecho (Renard, 1993: 72; Von Mentz, 1998: 233).
La naciente estructura ejidal y el reconocimiento estatal de los antiguos trabajadores de las fincas como usufructuarios de las tierras influyó en sus formas de reproducción económica y social ligadas a la producción agrícola, lo que definió las modalidades de organización comunitaria y familiar, a la vez que favoreció el surgimiento de agrupaciones campesinas de cafeticultores, de la mano de la importancia del sector en el proyecto político nacional.
Estos sucesos coincidieron con la bonanza cafetalera experimentada entre 1945 y 19895 y con la importancia que adquirieron los cultivos de azúcar y plátano. Así, debido a este desarrollo, el mercado de trabajo agrícola local-regional propició la estacionalidad cíclica y trasfronteriza de los trabajadores y los asentamientos temporales o definitivos; adicionalmente, adquirieron relevancia los desplazamientos forzados de personas centroamericanas, que se masificaron en la década de 1980 a raíz de los conflictos civiles; todo lo anterior dio paso en 1990 a la migración económica hacia Estados Unidos (Castillo, 2010: 173) y a la intensificación de los flujos en la región.
Sin embargo, casi al finalizar el milenio se suscitaron hechos ambientales, socioeconómicos y políticos que influyeron en la desregulación del sector cafetalero, en la reducción de las cosechas y en la disminución de la capacidad productiva. El dinamismo de las actividades agrícolas se transformó debido a la drástica caída de los precios de las materias primas en el mercado global como consecuencia del rompimiento de las cláusulas económicas de la Organización Internacional del Café en 1989, a lo cual se sumaron cuestiones de carácter regional como el impacto del huracán Mitch en 1988, las afecciones de las plagas en los cafetos de 1989 y la retirada del Estado como actor central en el desarrollo de la región.6
Estos sucesos ambientales, junto con cambios estructurales como la política para el campo anclada a la reforma al artículo 27 constitucional en 1992 y la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994, no solo condujeron a transformaciones de gran incidencia en las dinámicas familiares y comunitarias, sino que tuvieron implicaciones sociopolíticas, económicas y normativas derivadas principalmente de la ausencia del Estado como figura central en la regulación y el desarrollo rural. Posteriormente, aunque las actividades agrícolas en los hogares se organizaron en torno a la producción del café, se vieron impactadas por la drástica reducción de cosechas y por los procesos de integración mercantil.
En ese sentido, en el nivel local-regional se produjo un ascenso de las inversiones privadas en el sector agrícola, acompañadas de otras formas organizativas de trabajo y de producción, altamente dependientes del acceso a recursos, infraestructuras, tierras, agua y trabajadores del campo. La repercusión más importante fue la reconversión productiva de exportación y, asociada a ello, la afluencia de las principales agroindustrias frutícolas trasnacionales -cuyos extensos cultivos de mangostán, banana, papaya, mango, palma africana y otros destacan por su valor y demanda comercial- y, más recientemente, de la minería.7
Lo anterior es importante porque se acentuaron las condiciones de desigualdad productiva entre los productores y se hizo más difícil el acceso a financiamiento público y a la comercialización en el sector rural, todo ello marcado por las distinciones económicas y tecnológicas. Así, en la actualidad en el entorno regional coexisten empresas, fincas, pequeños propietarios y ejidos, y en el marco de las relaciones diferenciadas entre ellos participan actores trasnacionales, asociaciones de producción, entes institucionales, campesinos, ejidatarios y otros, como los agentes de intermediación y coyotaje.
Las empresas trasnacionales y de gran capital aparecen como actores centrales en la producción, normatividad y compraventa. Así, en la actualidad existen distintos tipos de productores que ya se especializan en la exportación no solo de café, sino de otras frutas que demandan del exterior, como banano, mango, papaya y palma africana, lo cual involucra a empresas globales, por ejemplo, Nescafé, Starbucks, Chiquita Brands, Chiquita Banana, Dole Food Company, Del Monte Foods, Kavidac y Agromod (Ramírez, 2023b).
El establecimiento de agroindustrias enfocadas en cultivos no tradicionales, caracterizadas por el uso intensivo de recursos como el agua y la tierra, el empleo de altos estándares tecnológicos y controles normativos, marcó del surgimiento de relaciones específicas locales-regionales de participación en el mercado laboral rural, con nuevos tipos de organización y segmentación del trabajo, y con dependencia de trabajadores manuales en los campos de cultivo y en otras actividades que requieren de perfiles especializados (como control de plagas, de invernaderos, enfriado, etcétera).
En dicho escenario, en los últimos años las comunidades Los Cacaos y Acacoyagua han experimentado una inestabilidad productiva y crecimiento poblacional, a lo que se suman otras problemáticas que operan como condicionantes de desigualdad entre generaciones, las cuales se fincan en la posesión (o no) de tierras, puesto que se depende de las formas de participación en los ciclos agrícolas de economía doméstica y en las iniciativas productivas.
En este escenario, las generaciones de hombres y mujeres jóvenes descendientes de los ejidatarios se han incorporado como jornaleros, lo mismo que las personas avecindadas, posesionarias, migrantes en tránsito y solicitantes de refugio (Ramírez, 2022), conducidos por redes débiles de contacto y contrato (empresarios, reclutadores, transportistas, etcétera).
En la región, la producción de cultivos no tradicionales destinados a la exportación ha dado pie al surgimiento de relaciones locales-regionales y transfronterizas de participación desigual, en un contexto previamente caracterizado por la segmentación laboral entre personas de Chiapas y de Guatemala, centradas en la asignación de tareas y salarios. Actualmente, al ampliarse el espectro de estancias laborales (jornaleros estacionales, migrantes en tránsito, solicitantes de refugio), entre las personas se consideran temas como el lugar de origen, la condición de estancia migratoria, el género y la edad, lo cual da expresión a un mercado de trabajo segregado, en el que las actividades agrícolas más pesadas son desempeñadas por personas centroamericanas (como trabajos de cultivo, corte, fumigación, selección, clasificación, lavado o transporte).
Como resultado, el Soconusco se configura como un territorio transfronterizo de circulación y movilidad multiespacial en el que se incorporan los pobladores de Los Cacaos y Acacoyagua. En este espacio se articulan distintas tramas que dan cuenta de la transformación del mercado de trabajo, en el que interactúan la estacionalidad y la golondrinización agrícola. Adicionalmente, se observa el desarrollo de actividades asociadas a la urbanización y la pluriactividad (como trabajos de construcción, comercio o cuidados), de manera que destaca la combinación o reorientación hacia tales opciones.
Estas tramas de movilidad constituyen el territorio circulatorio del Soconusco, una región en la que se articulan distintas temporalidades e intercambios sociolaborales rurales y urbanos (Ramírez, 2022), estos últimos caracterizados por una mejor remuneración económica; sin embargo, tienen en común el carácter excluyente, temporal, informal y altamente precario, cuestión de la cual advierte la CEPAL (Ibarra-Olivo, Acuña y Espejo, 2021). Dichas condiciones generan el impulso de buscar opciones fuera de las localidades y de la región, y son fundamentales para la orientación de los fenómenos de la migración y la movilidad interna e internacional, los cuales se suscitan de manera simultánea y en un contexto común.
La migración a Estados Unidos desde Los Cacaos y Acacoyagua
La migración hacia Estados Unidos, ante la inexistencia de tradición en esta movilización o de una comunidad anfitriona en el lugar de destino, tiene como antecedentes la interacción social en la región permeada por el refugio guatemalteco en la década de 1980, el tránsito de personas centroamericanas en la década de 1990 y la relación regional-local surgida a partir de los desplazamientos laborales agrícolas estacionales, en los cuales actualmente participan habitantes de la región del Soconusco y de Chiapas en general, además de personas de Oaxaca, Cuba, refugiadas, residentes, migrantes de Honduras en tránsito o trabajadores temporales de Guatemala.
Los migrantes forzados y refugiados que se asentaron en Los Cacaos y Acacoyagua contaban con familiares que se habían desplazado a Estados Unidos para laborar en los campos de cultivo y que posteriormente retornaron, lo cual incidió en la orientación de las redes sociales basadas en la amistad y vínculos familiares.8
Lo anterior es relevante, ya que animó y motivó la migración especialmente entre los hijos de los ejidatarios, mujeres y hombres, y por su alcance dio origen a la infraestructura que acompaña los flujos que se dirigen hacia el norte, con servicios como: cabinas telefónicas, casas de cambio y de empeño, servicios de recepción de remesas, formas de traslado en principio mediante el uso del tren, y tras la devastación férrea Costa-Soconusco provocada por el huracán Stan en 2005, por las cadenas de autobuses con dirección a Tijuana, Piedras Negras, Ciudad Juárez, Reynosa, etc., además del coyotaje (Ramírez, 2023a, 2023b).
En dicho escenario, los lazos basados en las relaciones de confianza, de amistad y de camaradería destacan porque repercutieron en intercambios informativos, acompañamiento, redes de apoyo y asistencia económica. Ello favoreció la integración de personas de las localidades de estudio en los flujos, como se observó en los testimonios de los sujetos entrevistados, mujeres y hombres, quienes refirieron cómo se dirigieron a Estados Unidos y cruzaron de forma irregular, sobre todo entre 1995 y 2005.
Así, las redes de apoyo fundamentaron el contacto entre los sujetos con lazos débiles (Granovetter, 1973), pero con intereses comunes a través del intercambio de recursos. Posteriormente, quienes regresaron temporalmente a las comunidades fungieron como facilitadores y ya brindaron a familiares o amigos lazos fuertes de acompañamiento, guía, hospedaje, y ayuda económica y para la obtención de empleo, puesto que contaban con experiencia directa. De acuerdo con los datos obtenidos en las encuestas aplicadas en 120 familias, el 38 % de las hijas e hijos de los ejidatarios comenzaron a salir de las comunidades rurales al menos desde 1999, cuando eran adolescentes, jóvenes y solteros.
Estos se dirigieron principalmente hacia Carolina del Sur, Carolina del Norte y Florida con ayuda de amigos, refugiados, migrantes en tránsito o coyotes; la trayectoria laboral la comenzaron en actividades agrícolas, en la cosecha de espárragos y calabazas. En menor medida se dirigieron a Texas, Detroit, Míchigan y California para trabajar en la siembra de plantas, árboles y jardinería, y posteriormente como albañiles, carpinteros, pintores, obreros y otros oficios.
La recepción de remesas posibilitó en el lugar de origen la adquisición de terrenos, la construcción de viviendas de tabique y cemento (antes de lámina y adobe con piso de tierra), la mejora de las condiciones de las parcelas de café, brindar atención médica en el entorno familiar y solventar gastos emergentes.
Como consecuencia de la ausencia de determinados miembros de la familia (especialmente de los varones), ya fuera temporal o indefinidamente, se suscitaron cambios en las dinámicas económicas familiares centrados en la participación en los ciclos agrícolas, lo que supuso un reordenamiento de las actividades postcosecha, del acceso a la educación y de la procuración de cuidados, cambios ante los cuales las mujeres tendieron a adaptarse.
Sin embargo, en la década segunda década del siglo XXI se registró un flujo menor dadas las adversidades y el aumento de los costes derivados de las políticas migratorias de securitización fronteriza estadunidense, del fortalecimiento del muro entre México y Estados Unidos y de las medidas de seguridad interior en México, lo que tuvo por consecuencia el empleo de vías más peligrosas para arribar al otro lado, regularmente por el desierto (Ramírez, 2023b).
Tal cuestión significó una drástica caída de la migración mexicana, que tocó fondo en el contexto de la crisis global de 2008, la cual afectó en gran medida en Chiapas; asimismo, se produjo un ascenso de las deportaciones y el fortalecimiento de las redes trasnacionales de conducción, las cuales en el año 2023 posibilitan atravesar los territorios permeados por la violencia, el narcotráfico y el control migratorio a cambio de sumas superiores a los 3 000 dólares.
Dichas cuestiones acompañan el tránsito de los sujetos, en el cual sufren situaciones de (in)certidumbre o más graves, como el riesgo de secuestro o de caer en redes de trabajo forzado; a esto se suman fronteras simbólicas como la racialización de las personas por sus perfiles sociales (Oboler, 2007), que ocasionan hostigamiento y extorsión por parte de los agentes migratorios (Ramírez, 2023).
Por otra parte, destaca el estrecho vínculo entre el retorno y la deportación,9 que implica la reemigración y la movilidad hacia contextos urbanos ubicados en la frontera México-Estados Unidos, los entornos reconocidos por sus fuentes de empleo. Así, se reactiva una nueva trayectoria orientada a la obtención de trabajo que potencie las habilidades y aprendizajes adquiridos tras la estancia en Estados Unidos, en opciones como la construcción o labores de mantenimiento, electricidad o carpintería, puesto que en las localidades de origen no existen oportunidades para poner en práctica los conocimientos adquiridos, además de que en la región Soconusco los trabajos se caracterizan por ser temporales y con bajos salarios (Ramírez, 2023b: 238-240).
En las opciones mencionadas, las redes de contacto e inserción laboral son fundamentales, ya que amplían la diversidad de opciones a través de los vínculos que unen otras experiencias y trayectorias intersubjetivas previas. Paralelamente, trabajar en el corte de cosechas en los campos de cultivo agroindustriales ubicados en el noroeste del país y en la industria maquiladora son otras alternativas de trabajo.
La experiencia como jornaleros agrícolas temporales en el noroeste de México
De acuerdo con los datos que proporcionó la encuesta aplicada en el año 2019, desde los primeros años del siglo la dinámica descrita se reorientó. Las personas comenzaron a dirigirse hacia el norte del país, en un escenario regional devastado por el impacto del huracán Stan en 2005 y por cambios sociopolíticos, principalmente por las condiciones adversas del desplazamiento a Estados Unidos.
Como se adelantó en el apartado anterior, en el Soconusco es posible dar cuenta de la importancia de las estructuras organizativas que acompañan los procesos de migración y de movilidad, que no solo involucran a las rutas de transporte, sino también a empresas, a entes de reclutamiento de personal y a otras instituciones de intermediación. Ello es importante para comprender la reorientación de los flujos laborales hacia los sectores agroindustrial y de la industria maquiladora ubicados a lo largo de la frontera México-Estados Unidos.
En el caso de los extensos campos de cultivo frutihortícolas de exportación ubicados en el noroeste de México, sus antecedentes datan de 1970, cuando se aceleraron la producción, valoración y demanda comercial global en el contexto de la globalización (Lara, 2021c: 45; Sánchez, 2021). El incremento de la productividad en general depende del empleo de altos estándares técnicos, tecnológicos, operativos y organizativos, así como de trabajadores manuales.
Para asumir esta alza de producción surgieron cadenas de reclutamiento local y de transporte, lo que implicó la paulatina participación de distintos actores (cadenas de traslado, redes de contratistas y vínculos empresariales y gubernamentales). Con el paso del tiempo, personas zapotecas, mixtecas y triquis pasaron a constituir la mano de obra principal;10 sin embargo, su incorporación al trabajo fuera de los campos de cultivo y en condiciones de asentamiento definitivo (transportistas, contratistas y tenderos) dio paso a la incorporación a estas tareas de personas de otras etnias y de otros estados, como Guerrero, Puebla y Michoacán, mediante las gestiones que realizaron diversos entes institucionales,11 así como migrantes de Chiapas, que se estimaron en 495 000 en el año 2015 (ENOE, en Sánchez, 2021:40).
Así, las figuras de intermediación laboral facilitaron el acceso al mercado de trabajo de personas procedentes del ámbito rural porque se generaron vínculos multiescalares (regionales, comunitarios, internacionales) entre las industrias globales, las áreas de cultivo y los jornaleros, mediante redes de contacto y agrupamiento, las cuales derivaron en el desplazamiento de jornaleros desde distintas geografías del territorio chiapaneco.
En el caso de las comunidades de estudio, esta movilidad tomó importancia tras la devastación provocada por el huracán Stan en 2005, cuando se realizaron gestiones institucionales (gobiernos, empresas) de los jornaleros temporales (Programa de Apoyo al Empleo, subsidios de traslado y otras iniciativas locales) que condujeron a la llegada de agentes laborales a las localidades rurales. En la actualidad, los mediadores en los flujos de trabajo temporal y de contrato entre las empresas, los agentes de traslado y el mercado de trabajo rural son personas de la región Soconusco que han adquirido experiencia como jornaleros o caporales.
Estos mediadores suelen poner en práctica estrategias de reclutamiento mediante propaganda local, en redes sociodigitales o con relaciones personales, lo que deriva en ofrecimientos, la concreción de acuerdos (que muchas veces no se cumplen) y la coordinación de las fechas de salida de los autobuses hacia los campos de cultivo en Sinaloa. Estas acciones marcan los puntos de inflexión en la incorporación de los habitantes del Soconusco a las rutas de movilidad temporal extrarregional hacia el norte del país.
En principio, esta dinámica de movilidad laboral estacional se centró en la cosecha de pepino y tomate en Culiacán y Navolato, puesto que estos municipios de Sinaloa lideraban la producción de hortalizas que abastecen principalmente al mercado norteamericano (SIAP, 2018). Sin embargo, surgieron nuevas relaciones de contacto y otros recursos empresariales en el noroeste que facilitaron el traslado de los sujetos hacia agroindustrias en Sonora y Chihuahua enfocadas en la exportación de jitomate, pepino, cebolla, chile, sandía, melón, uva o espárragos, entre otros cultivos (Ramírez, 2023b: 294).
Por lo anterior, Sinaloa figura como un punto clave en la inserción laboral rural y en la dinámica de movilidad y circulación que se genera durante las temporadas de cosecha en estos y otros estados limítrofes del noroeste. La participación de los sujetos de Los Cacaos y Acacoyagua en dicha dinámica se caracteriza por ser estacional y cíclica, de acuerdo con la producción y la demanda de mano de obra, lo cual implica la constitución de la «golondrinización jornalera» en el espacio agroindustrial del noroeste, y su relación con los ciclos agrícolas familiares en los lugares de origen, lo que amerita una complementariedad organizativa en las etapas agrícolas (asalariadas y domésticas). La particularidad de este dinamismo consiste en que permite participar en las temporadas de siembra (maíz, cacao, café) y en las tareas familiares.
En los lugares de trabajo en el noroeste de México también existen diferencias organizativas y de asignación de tareas, condiciones de trabajo extenuantes y distintas formas de estancia. Los complejos laborales-dormitorio se caracterizan por que en ellos hay extensos campos, escuelas primarias, guarderías y áreas de vivienda en condiciones diferenciadas (para mayordomos, caporales y jornaleros; para agrupaciones familiares, hombres y mujeres; donde cohabitan en galeras más de 50 personas), las cuales cuentan con espacios comunes para el aseo personal, y servicios insuficientes y antihigiénicos de carácter colectivo (regaderas, lavaderos, sanitarios) y de alimentación.
Los jornaleros chiapanecos se incorporaron en condiciones de desigualdad con respecto a los trabajadores permanentes (originarios de Oaxaca, Veracruz o Guerrero), en lo que se refiere a las condiciones de vivienda, las múltiples tareas de carácter intensivo que se les asignan y la percepción salarial (Ramírez, 2023: 276-302). En ese sentido, la división del trabajo y las clasificaciones diferenciadas entre personal estable o temporal destacan como marcadores de diferenciación para la asignación de tareas extenuantes y de reducida paga.
Por otra parte, es necesario mencionar que en estos contextos laborales se suscitan conflictos derivados del incumplimiento de los compromisos verbales sobre las condiciones de trabajo, que pueden concluir en situaciones de violencia, en la promoción de consumo y el trasiego de drogas (Ramírez, 2023: 290) o en acciones de coerción, amenazas e intimidación con el objetivo de controlar a los sujetos para que cumplan con el trabajo.
A las estrategias de circulación laboral agrícola en el noroeste se agregan las múltiples tácticas de retención de personal mediante las cuales las empresas inmovilizan a las personas y aseguran la mano de obra necesaria en los procesos de cultivo, de manera que las y los jornaleros se ven orillados a esperar hasta la conclusión de la temporada, como las siguientes: una vigilancia exacerbada, el «almacenamiento» de documentos de identidad, dar los salarios al final de la temporada, dotar de alimentos cuyos costes pagan los jornaleros al concluir su estancia temporal, el otorgamiento de bonos de permanencia y el ofrecimiento de autobuses de retorno a las comunidades al concluir la temporada.
Aun cuando estos nichos de trabajo destacan por la inestabilidad laboral y la violación de derechos, la movilidad temporal de los jornaleros chiapanecos hacia el noroeste del país es una alternativa que permite el sostén de los ciclos agrícolas centrados en la reproducción familiar, y que gira en torno de los vínculos que se establecen con los procesos de apropiación territorial y de reproducción de la vida campesina.
Habitar y trabajar en Tijuana, una ciudad maquila
Desde 1965 hasta 1990, la ciudad de Tijuana registró flujos de trabajadores provenientes de Sonora, Sinaloa, Jalisco, Michoacán y Nayarit, que constituían el 56 % de sus pobladores (León, 2011: 117), lo cual se debió al establecimiento de las industrias maquiladoras en la frontera norte de México que emanaron del Programa de Industrialización Fronteriza impulsado en 1965.12 Hasta la actualidad, las actividades de exportación de manufacturas son primordiales en esta ciudad, que concentra 929 empresas (INEGI, 2021b) de distintos sectores productivos.
En el siglo XXI dicha dinámica experimentó cambios en cuanto a la procedencia de las personas migrantes, pues comenzaron a llegar desplazados de Veracruz, Oaxaca (Velasco, 1995), Guerrero y Chiapas. El arribo de personas de Chiapas destaca a partir del año 2005, cuando se inauguró la oficina de atención al migrante chiapaneco (Rentería et al., 2011: 2). En el año 2020, en Tijuana había 74 090 de Chiapas, lo que coloca al estado como el cuarto lugar en cuanto al destino de los migrantes del estado sureño, después de Sinaloa, Jalisco y Estados Unidos (INEGI, 2021a).
En el año 2020, un 36 % de estos migrantes contaban con experiencia laboral en el sector maquilador (ENOE, en Israel y Pintor, 2022: 22). En este nicho se insertaron los habitantes de Los Cacaos y Acacoyagua bajo el contexto del impacto del huracán Stan.13 Ello potenció el establecimiento de infraestructuras que facilitaron su inserción laboral y agilizaron su desplazamiento en los periodos de alta demanda, es decir, surgieron redes de intermediación que se articularon a partir de estrategias gubernamentales y empresariales como: subsidio para el transporte, cadenas de traslado, agencias de reclutamiento y contrato, y otras formas de apoyo (Ramírez, 2023b: 336).
Paralelamente, la experiencia y las trayectorias de los sujetos sobre el mercado de trabajo, las formas de acceso al mismo y el hecho de compartir estos saberes principalmente con amigos o familiares, condujo a acciones informativas y originó nuevas modalidades de desplazamiento autónomas, es decir, independientes de la intermediación gubernamental o empresarial, lo que acentuó el auge de las líneas de transporte fronterizo. Asimismo, Tijuana se identifica como un espacio de estancias prolongadas al menos desde el año 2008, pue, aunque la mayoría buscó residir temporalmente en esa ciudad, el 28 % de los familiares de las personas encuestadas decidieron radicar de manera definitiva en ella.
En dicho aspecto, los vínculos de amistad y compañerismo previos que se habían originado en los contextos laborales agrícolas del Soconusco resultaron de gran importancia, ya que fueron los jornaleros oaxaqueños quienes iniciaron el flujo hacia Tijuana -también a Ciudad Juárez y Monterrey-, apoyados por los guatemaltecos, y en su conjunto posteriormente ayudaron a los chiapanecos de Los Cacaos y Acacoyagua.
Así, las experiencias compartidas entre los pioneros que fueron a Tijuana y regresaron incidieron en el fortalecimiento de los acompañamientos y las ayudas (en cuanto a vivienda, recursos, apoyo emocional, etc.) con base en las interacciones por intereses económicos comunes y por amistad. Es decir, estos lazos entre los compañeros del sur, que eran débiles (Granovetter, 1973), fueron fundamentales ante la inexistencia de prácticas de este tipo dentro del seno familiar o comunitario y porque las personas provenían de contextos rurales similares (Ramírez, 2023: 325).
Con el paso de tiempo, estos nexos entre pares impulsaron la integración laboral entre otras personas del hogar y de una generación a otra, lo que involucró la generación de recursos y la creación de formas de ayuda que se articularon entre los miembros de las familias (financiamiento del viaje, préstamo de dinero, apoyo en los contextos de arribo, establecimiento habitacional, dotación de información sobre oportunidades de trabajo en el contexto tijuanense), todo lo cual es sustancial para ponderar el impulso y el fortalecimiento de la migración y movilidad.
Para este fortalecimiento también influyen otros factores que se ubican en el lugar de arribo de los autobuses, en Tijuana, como la presencia de agentes de promoción empresarial, las referencias que ofrecen las cadenas de transporte, los promotores laborales o la existencia de stands y de agentes de colocación y reclutamiento, que facilitan la incorporación laboral en las fábricas. En ese sentido, median en las relaciones de trabajo al promover y ofrecer información.
Una cuestión que da cuenta de los mecanismos de sociabilidad es el surgimiento de recursos de identificación entre las personas migrantes en los contextos de trabajo y fuera de ellos, importantes para afrontar las situaciones de vulnerabilidad y la integración en condiciones de desventaja. En el contexto habitacional, aun cuando las personas viven en distintas colonias, tienen en común que se ubican en las áreas periféricas de la ciudad, caracterizadas por la segregación social-residencial, en entornos en los que muchas veces no disponen de vigilancia, servicios o infraestructura.
En ese sentido, la convivencia en los espacios de trabajo trasciende porque se generan relaciones simbólicas entre las personas basadas en prácticas solidarias, asistencia de adaptación, vínculos afectivos y redes de apoyo, las cuales enmarcan las condiciones de vivienda, trabajo y vida, basadas en la identificación, formas de convivencia, confianza y amistad. Estas relaciones dependen del tipo de estancia de las personas -temporal o permanente- y se enlazan con las formas de habitar, de sociabilidad y de supervivencia, que dan lugar a redes comunitarias configuradas a partir de lazos de amistad, familiares y entre los oriundos del sur, en condiciones de contigüidad o de dispersión espacial (Ramírez, 2023: 369).
Finalmente, es de destacar que en las redes de trabajo se encuentran implicados diversos actores sociales que realizan distintas actividades (personal de agencias de viajes, empresarios, transportistas, promotores laborales, instituciones, amistades, familiares), los que enmarcan y conducen el desarrollo de la movilidad laboral. Al mismo tiempo, se encuentran involucrados factores individuales, familiares, intergeneracionales y estructurales, los cuales operan como cadenas que hacen del proceso un todo organizado.
Los sujetos que se insertan de forma temporal o definitiva en Tijuana perciben positivamente los espacios de trabajo en esta ciudad porque consiguen ventajas económicas a las que no pueden acceder en sus localidades de origen y son importantes en el imaginario social (calidad de vida, capacidad económica, posibilidad de ahorro y de adquisición de bienes, etc.). Este flujo migratorio se perfila como una estrategia individual o familiar que ofrece ventajas como un medio para prosperar.
Consideraciones finales
En este texto se dieron a conocer los fenómenos de migración y movilidad en las comunidades Los Cacaos y Acacoyagua, para lo cual no bastó un enfoque centrado en la migración laboral unívoca o lineal origen-destino, sino en la relación de los entramados locales-regionales, extrarregionales e internacionales, los cuales son nodos explicativos para comprender la particularidad de su desenvolvimiento. Los pobladores de ambas comunidades han experimentado los procesos de incorporación en la migración y movilidad laboral regional, extrarregional e internacional en el siglo XXI, que articulan la participación en la migración interna y exterior, la movilidad regional estacional o cíclica, la multilocalización y distintas temporalidades, procesos en los que las trayectorias no suelen ser únicas, sino cíclicas y orientadas a distintos espacios.
Estas movilizaciones las comenzaron a realizar en ambas comunidades sin contar previamente con una tradición migratoria hacia el norte, en un contexto sociopolítico particular, bajo un marco crítico que expone como sus principales orígenes las desigualdades multinivel de la década de 1990, las cuales se aceleran en las comunidades tras el impacto del huracán Stan en 2005, lo que repercutió en los dinamismos regionales.
Estos hechos se entramaron con procesos sociales y políticos que incidieron en el Soconusco y que fueron fundamentales para la configuración de los flujos laborales de estancias cortas o largas fuera de la región, bajo determinadas formas de incorporación al mercado de trabajo mediadas por relaciones basadas en lazos tanto débiles como fuertes, en los que participaban entes estatales, gubernamentales, empresarios, reclutadores, transportistas, campesinos locales, amigos y familiares. Asimismo, destaca el contexto local-regional caracterizado por los antecedentes de refugio y tránsito centroamericano, que fortalecieron las infraestructuras y la conducción de los flujos.
A partir de lo presentado se observa que los mercados laborales no existen en abstracto, sino que de manera concreta actúan bajo intermediaciones que (re)funcionalizan su desenvolvimiento, en las cuales los actores y las relaciones culturales, sociales y políticas posibilitan las dinámicas espacio-temporales y definen las formas y condiciones de obtención de trabajo. Las figuras de intermediación permiten el acceso al mercado laboral y a las cadenas de contacto al generar vínculos multiescalares entre las empresas agroindustriales, las fábricas y las áreas de cultivo, y los jornaleros u obreros, a la vez que despliegan redes en distintos niveles (local, regional e internacional), las cuales derivan en el reclutamiento y el traslado de las personas hacia las áreas de trabajo.
En ese sentido, las redes sociales operan en distintos niveles como un sistema abierto destinado a intermediar entre los actores y a articularlos, y son importantes en la difusión y movilidad laboral, en la conducción de los flujos y en la determinación de las trayectorias laborales de los sujetos; también son fundamentales las cadenas de transporte, reclutamiento, contrato y subsidio estatal o empresarial, que despliegan distintas estrategias y recursos. Al mismo tiempo, la participación de los sujetos en los procesos de migración y movilidad, así como el sostenimiento de los flujos dirigidos a Estados Unidos y al noroeste de México, no pueden comprenderse sin tomar en cuenta los antecedentes de interacción laboral en el contexto del Soconusco, un espacio permeado por los desplazamientos laborales de personas de oaxaqueñas y centroamericanas, y el surgimiento de relaciones de amistad y confianza entre los grupos, que compartieron los saberes y aprendizajes generados, los cuales coadyuvaron a la (re)orientación del dinamismo de los desplazamientos.
Como resultado de ello, el emergente circuito de migraciones y movilidades abarca distintas escalas, orígenes, desplazamientos y lugares, que en el momento de escribir este texto se centran en el Soconusco y el noroeste de México, en los espacios de agricultura intensiva y en las maquiladoras. La dinámica de quienes participan en estos flujos se caracteriza por ser estacional y cíclica, lo cual implica lo que se ha llamado la golondrinización en el espacio agroindustrial del noroeste en relación con los ciclos agrícolas familiares en el Soconusco, donde se observa una complementariedad organizativa entre las etapas agrícolas asalariadas y las domésticas.
Así, la articulación entre las comunidades rurales, las estructuras productivas y la (re)localización de los mercados de trabajo en los que los sujetos se vinculan como mano de obra, manifiesta novedades en cuanto a trayectorias, recursos o estrategias organizativas y de sobrevivencia rural que implican la adaptación entre las actividades que demanda el ciclo agrícola familiar y el trabajo asalariado, este último relacionado con el sector exportador frutihortícola del Soconusco y del noroeste del país y la industria maquiladora, esto es, se reorganiza el trabajo en el contexto del hogar y fuera de él.
Finalmente, las redes sociales de difusión laboral fungen como recursos de intermediación multinivel que articulan los distintos actores y aspectos que se involucran en dichos hechos sociales. Los lazos fuertes y débiles son importantes en la difusión y movilidad laboral, a la vez que facilitan las opciones de empleo y de adaptación a los procesos de trabajo, de desplazamiento y de ubicación geográfica. También fortalece la adaptación en las oportunidades laborales, caracterizadas por su dureza, precariedad y poca retribución económica; lo anterior puede conceptualizarse como movilidades alternas en condiciones flexibles.