Una presentación, diez apartados y tres apéndices son los que dispuso Vicente Francisco Torres1 para escudriñar cómo ciertos escritores han narrado la cada vez más agonizante selva de América Latina. Su mirada se centró en reconocer cómo está dicha la selva en cada libro elegido por él. Vicente Francisco Torres tuvo como marco de referencia, a partir de la bibliografía consultada, que se pasó de una elaboración básica a una que con base en las técnicas narrativas se ha catalogado como moderna; hubo también quienes se despreocuparon de la cuestión del estilo al momento de escribir y se inclinaron por la manifestación de la forma de vida en la que habían crecido o en la recolección de mitologías. Definida como una corriente literaria, la novelística latinoamericana de la selva ha consignado el tránsito de la selva que de manera elocuente se expone en el título del libro, por demás ilustrativo: del infierno verde al paraíso perdido.
Vicente Francisco Torres no se dilata en más explicaciones, y de inmediato se sumerge en la lectura de los textos que le ayudarán a cumplir su objetivo, en el que diarios e informes sobre América escritos por europeos conforman la sección inicial, a la que habrá de seguir la dedicada a los científicos viajeros; documentos preliminares con los que el autor del libro marca señas de identidad. Los acápites del libro no son para el autor unidireccionales, sino que, en estos, Torres se desplaza como si de conquistar la selva se tratara: avanza con el ánimo de encontrar esas palabras con las cuales la selva ha sido nombrada, sobre todo, en textos escritos con propósitos literarios, más que científicos, sin dejar de tener frente a sí el diario de Cristóbal Colón (1985), los cuadernos de Charles Darwin (1921) o Tristes trópicos, de Claude Lévi-Strauss (1976), con la mención correspondiente a Humboldt (1997).
Si bien viajeros, conquistadores y científicos no tuvieron como propósito describir las tierras a las que habían llegado, lo cierto fue que las tierras de América impusieron su caudal a tal grado que no hubo más que expresar que el Paraíso terrenal sí tenía existencia. Y esas noticias sobre América, cuyo descubrimiento constituyó una modificación en las concepciones europeas del mundo, fueron recibidas como si de textos literarios se tratara, como ocurrió con las cartas de Amerigo Vespucci (2004), El mundo nuevo, que se dieron a conocer en Europa, puntualiza Vicente Francisco Torres, quien es consciente de que la lectura de los textos escritos por conquistadores, misioneros y soldados puede constituirse en un proyecto de vida. Con la consulta de textos de quienes sí se han sumergido en esos primeros textos en los que América se convirtió en un hallazgo y la revisión de un número determinado de esos textos, Torres pudo ver que quienes los escribieron querían contar lo que les había ocurrido, sin que se sintieran atraídos por trazar con detalle la naturaleza americana.
En Del infierno verde al paraíso perdido… es perceptible el gusto de Vicente Francisco Torres por encontrar huellas de esos primeros textos sobre la selva de América en quienes después habrían de situar en la Amazonia, en la Orinoquia, en el Petén o en la selva Lacandona sus personajes vistos ya como resultado de una producción literaria. Fue en el siglo XVIII cuando el «paisaje americano» nació como tal en una presentada como literaria. Se trata del Robinson Crusoe [1719], de Daniel Defoe (1958), quien habrá de escribirla de acuerdo con el diario que el corsario escocés Alejandro Selkirk redactó cuando fue abandonado en el Pacífico Sur. Defoe habrá de seguir también la Utopía de Tomás Moro (2014), quien al conocer las cartas de Amerigo Vespuccci (2004) pensó en la realidad del mundo que había imaginado. Será en el siglo XIX cuando un escritor nacido en América hará que coincidan el ambiente y la situación sentimental de los personajes: Jorge Isaacs, con María (1975). Esa convergencia es un signo del romanticismo literario. Esa María, intolerable para Borges (en Arciniegas et al., 1990).
Vicente Francisco Torres no se distrae. Describe, sobre todo, el contenido de los textos que seleccionó, los cuales vincula según el propósito que expuso para hacer este libro: mostrar su beneplácito por la forma en que la tierra fértil quedó expresada en textos, sin que le interese atenerse a que los diarios, las cartas y las crónicas tuvieron una definición literaria por parte de quienes los leyeron. Los lectores reconocieron que había un trabajo con el lenguaje, más allá de las motivaciones de los autores. Vicente Francisco Torres solo puntualiza que Miguel Ángel Asturias (1972) y Luis Cardoza y Aragón (1991) afirmaron que la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, debía ser asumida como la primera novela latinoamericana, así como estudiosos de la literatura situaron los diarios de Cristóbal Colón (1985) como la primera muestra de literatura hispanoamericana, según consigna Vicente Francisco Torres en este su libro.
En el proceder de Vicente Francisco Torres, siempre de la mano de su libertad de elección, hay lugar para que destine una sección a Facundo, quizá, por el subtítulo: Civilización y barbarie, denominación que para el autor del libro, Domingo Faustino Sarmiento (1970), encuadraba los conflictos de la sociedad argentina: las ciudades, lugares de civilización, rodeadas por la pampa, donde está la barbarie, según la apreciación de Enrique Anderson Imbert (1967), citada por Torres, quien precisa que Sarmiento estableció que la situación geográfica modela el carácter de las personas. Al reservar estas páginas a un texto que fue escrito antes de que su autor conociera la pampa, elaborado como biografía, con historia, ensayos y narraciones, en el que se acentúa el predominio de las ciudades sobre la naturaleza que todo lo devora, Vicente Francisco Torres especifica la posición de Sarmiento en relación con la literatura telúrica, la cual se ubicó en una época como signo de virtud literaria, de acuerdo con la crítica hecha por Mario Vargas Llosa (2006) a ese tipo de literatura, cuyo acento estaba puesto en el paisaje y no en los personajes, como apunta Vicente Francisco Torres.
Así como le dio un lugar al texto de Sarmiento, Torres también dejó el espacio para aludir a los pocos que han escrito sobre la selva a partir de otros textos, y lo hizo porque en uno de estos encontró que los personajes estaban situados en el mismo espacio en el que se desarrolla La vorágine, de José Eustasio Rivera (1944), y también los cita porque, a pesar de su escaso valor literario, sus autores vislumbraron que la selva sucumbiría ante el ser humano y la tecnología. Otra conexión que estableció Vicente Francisco Torres, con su sección correspondiente, fue la que tuvo como punto de encantamiento la zona de Misiones. Ahí, Horacio Quiroga, fotógrafo de la expedición comandada por Leopoldo Lugones, sucumbió ante la selva en la que los jesuitas habían establecido sus misiones. A partir de ese momento, Quiroga, con dos influencias, la de Lugones y la de los jesuitas, habría de escribir ya no sobre fantasmas, sino sobre lo que tendría frente a sí: la naturaleza con todo su poder. Ezequiel Martínez Estrada (1968) definiría a Horacio Quiroga como «Tarzán de las letras», asentó Vicente Francisco Torres, y será el mismo Martínez Estrada quien encontrará las razones de Quiroga para preferir la selva: una manera de sucumbir. Emir Rodríguez Monegal (1985) observará que Quiroga no tenía la selva como un lugar de exilio, el que abandonaría para luego volver a la ciudad. Quiroga había elegido la región de Misiones para encontrarse con sus raíces; huyó de la civilización, y en esa huida encontró los motivos que le permitirían escribir los cuentos (Quiroga, 1925) que publicaría en España, ante el desconcierto de los escritores argentinos que lo habían ignorado.
Vicente Francisco Torres, al escudriñar la narrativa de la selva en América Latina, según el subtítulo del libro acá reseñado, destacó que la expresión infierno verde está en títulos de libros, mas no en la definición genérica de ese tipo de novelas. Esta caza de Torres me da pie para dirigir ahora estas líneas hacia el siguiente apartado de su libro: «El Petén y la selva Lacandona», sin detenerme ya ni en el posterior ni en los apéndices.
Una característica del libro, su virtud, es de mi agrado: el flexible desplazamiento de su autor por textos cuya lectura lo conducen fuera del trazo que se ha impuesto por medio del título: Del infierno verde al paraíso perdido. En la lectura de los textos hay más que infierno verde y paraíso perdido; perseguir este y aquel hacen que Vicente Francisco Torres, de pronto, repare en que la novela titulada Infierno verde (1935), de un escritor costarricense (Marín Cañas, 1971), no cumple los requisitos para estar en este libro: su autor no estuvo en el lugar que describe, el cual no es una selva. En términos estrictos, tampoco debería haber destinado tiempo a consignar otros títulos que se alejan de esa cacería indicada por Torres o de la geografía de su interés. En su libertad está la propia red que lo atrapa. En el título está una linealidad que no le hace justicia a la manera como Vicente Francisco Torres escribió el libro. Alguien con una mirada encasillada, buscador de palabras clave, lo tendría con una valoración nada favorable. Le tendría que preguntar a su autor por la razón que lo llevó a situar a dos escritores chiapanecos, cuyos personajes tienen como territorio la selva Lacandona, en el apartado en el que expone sobre las novelas de la Amazonia y la Orinoquia. Y también se le podría interrogar sobre la inclusión de los textos de un sociólogo colombiano (Molano, 1998), en los cuales, apreciados por Torres, la selva queda como trasfondo, y no se percató de esa característica presente en, por lo menos, una novela de Jesús Morales Bermúdez (2007), escritor chiapaneco, cuyo subtítulo es «Novela de la selva»; solo la menciona con una breve descripción desligada del objetivo que se planteó Torres en este libro.
Este sucinto repaso, como él lo define, de Vicente Francisco Torres, en el que es perceptible con intensidad su amor por la literatura, es, dice él mismo, una exhortación para que estudiosos de la literatura se aventuren en la temática por él tenida como guía. Él ha quedado con deseos de continuar su exploración. Y yo dejo abierta la reseña para que quienes estén interesados vayan y sepan también sobre qué tratan los apéndices de este libro de Vicente Francisco Torres, en un momento en que el paraíso está perdido y el infierno no admite adjetivos.