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Historia mexicana

versão On-line ISSN 2448-6531versão impressa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.68 no.1 Ciudad de México Jul./Set. 2018

https://doi.org/10.24201/hm.v68i1.3657 

Reseñas

Sobre María Eugenia Romero Sotelo, Leonor Ludlow y Juan Pablo Arroyo (coords.), El legado intelectual de los economistas mexicanos

Graciela Márquez1 

1El Colegio de México

Romero Sotelo, María Eugenia; Ludlow, Leonor; Arroyo, Juan Pablo. El legado intelectual de los economistas mexicanos. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2014. 720p. ISBN: 978-607-026-031-5.


A nivel global, los profesionales de la economía, en el ámbito público, el privado y el académico, ganaron influencia a lo largo del siglo XX pues, a partir de su conocimiento de las interrelaciones de consumidores, productores y gobierno lograron convertirse en un referente para la elaboración de planes de desarrollo. En general, se reconoce el nacimiento de la disciplina con la publicación, en 1776, del libro Investigación de la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, obra de Adam Smith. A partir de entonces, se sucedieron una serie de reflexiones y planteamientos de pensadores en torno a la pregunta fundamental de la profesión: el desempeño económico de largo plazo. La escuela clásica (Smith, Ricardo, Mill) enfatizó la división del trabajo y la iniciativa individual como generadora de riqueza, en tanto que la escuela marxista dio cuenta de la apropiación de la plusvalía como el motor de crecimiento capitalista. A fines del siglo XIX, la escuela neoclásica sentó las bases analíticas del equilibrio general a partir de una perspectiva microeconómica. Fue la crisis de 1929 y la incapacidad de explicar fenómenos como el del desempleo lo que abrió espacio a un nuevo paradigma: el keynesianismo, y con él la perspectiva macroeconómica. El keynesianismo, una vez convertido en la ortodoxia de la profesión, fue cuestionado por Milton Friedman y su propuesta monetarista. Para los años setenta del siglo pasado, el ofertismo fue la expresión más radical de las críticas al keynesianismo, con propuestas centradas en la baja de impuestos como propulsor del crecimiento y la inefectividad de las devaluaciones. Si bien las críticas al keynesianismo minaron su influencia dentro y fuera de los círculos académicos, en las últimas décadas ha dominado una versión neoclásica de la economía sin que logre constituirse un nuevo paradigma capaz de dar cuenta de los problemas de crecimiento a nivel global.

El recuento del pensamiento económico moderno presentado en el párrafo anterior, apretado y seguramente incompleto, es indispensable para entender la importancia de El legado intelectual de los economistas mexicanos, libro coordinado por María Eugenia Romero Sotelo, Leonor Ludlow y Juan Pablo Arroyo. El libro reúne 27 ensayos sobre 26 economistas o practicantes de la economía cuya actividad se desarrolló entre finales del siglo XIX y los años setenta del siglo pasado. La agrupación de los ensayos sigue dos criterios, uno cronológico y otro temático; del primero se desprenden tres partes las cuales cubren las nueve décadas del periodo 1880-1970. En cuanto a la organización temática, el lector encuentra dos secciones; por una parte, la de economistas cuya reflexión se centró en el desempeño de la economía mexicana, y por la otra, la de economistas pertenecientes al exilio español. Uno de los rasgos sobresalientes del libro es precisamente la gran representatividad de los economistas estudiados, toda vez que cubren desde funcionarios públicos de alto nivel, pioneros en la enseñanza de la economía, críticos de la política económica, académicos y banqueros. Como bien se aclara en la introducción, la selección consideró trayectorias profesionales en las cuales se formularon ideas económicas propias. De ahí que, con pocas excepciones, la mayoría de los casos estudiados tengan de una manera u otra una conexión con la enseñanza de la economía, incluso antes del inicio de estudios formales de la disciplina en aulas universitarias.

En el espacio dedicado a esta reseña es imposible realizar un recorrido pormenorizado de cada capítulo. En cambio, hemos decidido hacer referencia a un solo ensayo de cada una de las cinco partes del libro, selección que depende en lo fundamental de los economistas estudiados por la autora de la reseña. En la sección “La demanda de progreso económico y sus críticos, 1880-1920”, los practicantes de la economía analizados son Matías Romero, Enrique Martínez Sobral, Antonio Manero y Toribio Esquivel Obregón. La trayectoria pública de Matías Romero destacó no sólo por el ejercicio de una labor diplomática en Estados Unidos, sino por su participación al frente de la Secretaría de Hacienda en tres ocasiones, y por una colección de escritos de temas económicos. Como secretario impulsó reformas fiscales, mejoró la administración fiscal y ayudó a enfrentar una crisis financiera de gran envergadura. Sus ideas económicas se centraron en torno al libre comercio y las ventajas comparativas de México en el intercambio de materias primas por bienes manufacturados.

La segunda parte, titulada “Tesis económicas en la era de la reconstrucción, 1920-1940”, contiene cuatro ensayos sobre las ideas económicas de Rafael Nieto, Gonzalo Robles Fernández, Narciso Bassols y Manuel Gómez Morín. El desorden monetario originado en las emisiones de las distintas facciones revolucionarias, la desarticulación de los bancos de emisión y la ausencia de una autoridad monetaria central amenazaban la estabilidad financiera y acentuaban la parálisis económica en algunas regiones del país. Sobre estos temas reflexionó Rafael Nieto y propuso un proyecto largamente discutido por los expertos en cuestiones financieras: la formación de un banco central. Aunque su propuesta se cristalizó en 1925 bajo el impulso de Manuel Gómez Morín, Nieto formuló su proyecto de banco único de emisión con el propósito de recuperar la estabilidad monetaria perdida. Su intervención en la reforma monetaria de 1918 estuvo alineada con el pensamiento económico de la época relativo a las ventajas del patrón oro.

Bajo el título “Los economistas del milagro mexicano, 1940-1970” se agrupan 11 capítulos en los cuales quedan expuestas las ideas de Eduardo Villaseñor, Juan F. Noyola, Rodrigo Gómez, Antonio Carrillo Flores, Ernesto Fernández Hurtado, Gilberto Loyo, Víctor L. Urquidi, Horacio Flores de la Peña, Antonio Ortiz Mena y Raúl Martínez Ostos. Los problemas económicos de la reconstrucción posrevolucionaria, un contexto internacional inestable, los estragos de la Gran Depresión, las consecuencias económicas de la segunda posguerra fueron el marco dentro del cual Eduardo Villaseñor incursionó en la economía y dejó plasmadas sus ideas del desarrollo económico de México. Funcionario público que transitó por la Secretaría de Hacienda y llegó a dirigir el Banco de México, Villaseñor fue un actor relevante en la creación y consolidación de los estudios formales de economía. Junto con Daniel Cosío Villegas fue editor fundador de El Trimestre Económico, una de las revistas de la disciplina pioneras en América Latina. Como corolario de esa primera iniciativa, “Villa” y “Cosío”, como amistosamente se llamaban Villaseñor y Cosío Villegas, fundaron el Fondo de Cultura Económica, institución fundamental en la difusión de las obras económicas en primera instancia, para luego abarcar la publicación de libros de ciencias sociales, historia y literatura. El ensayo de Eduardo Villaseñor, pero también los de Gilberto Loyo y Rodrigo Gómez, muestran que sus ideas y preocupaciones eran distintas a las del resto de los economistas agrupados en la tercera parte del libro El legado intelectual de los economistas mexicanos. Por lo tanto, habría sido mejor separar en dos esa parte para una mejor identificación de los aportes formulados en décadas de grandes cambios económicos. Otro punto que sorprende al lector es encontrar dos capítulos dedicados a Ortiz Mena. En ambos se tratan aspectos distintos de los planteamientos del prominente secretario de Hacienda por casi 12 años, pero naturalmente hay puntos en común. Por lo tanto, queda la duda de si un capítulo en coautoría habría cubierto los temas tratados en dos capítulos y así evitar las repeticiones.

Como ya mencionamos, en la cuarta y quinta partes se rompió el ordenamiento cronológico para dar paso al análisis de economistas que desde la academia formularon reflexiones sobre la economía mexicana y de aquellos pertenecientes al exilio español que hicieron sus aportes en la banca, la función pública y la academia. Jesús Silva Herzog pertenece al primer grupo en tanto profesor fundador de la Escuela Nacional de Economía, director de la misma institución e impulsor de múltiples iniciativas culturales. Silva Herzog se sitúo como un referente importante de una visión crítica de la política económica, pero también como estudioso del pensamiento económico y de la historia del desarrollo económico del país. Por el lado de los economistas del exilio, Antonio Sacristán Colás se distinguió por ser un innovador en materia financiera. Al entender las limitaciones del sistema bancario para el financiamiento de actividades industriales y comerciales, Sacristán Colás fundó una institución financiera privada, primera del país y pronto imitada por otros inversionistas.

El legado intelectual de los economistas mexicanos cumple su cometido, claramente expuesto en la introducción: “[…] No queremos hacer una historia de la profesión, pero sí del pensamiento económico. Queremos explicarnos por qué y quiénes fueron los que tomaron las decisiones en el país para enfrentar los distintos problemas por los que ha ido atravesando la economía mexicana, a lo largo de siglo y medio, aproximadamente” (p. 14). Si bien se ha cumplido ese objetivo, el lector se habría beneficiado de más referencias cruzadas entre los distintos capítulos, y con ello quedarían resaltadas las relaciones entre economistas, las continuidades y rupturas de las ideas y, sobre todo, la construcción conceptual del conjunto y no sólo los esfuerzos individuales. Asimismo, la falta de referencias al pensamiento económico fuera del país en algunos capítulos no permite valorar con justeza los aportes que desde México hicieron los economistas estudiados en el libro reseñado.

La historia intelectual en general y la de los economistas en particular se ha beneficiado enormemente con la aparición de El legado intelectual de los economistas mexicanos. Los coordinadores y autores han logrado reunir en un solo volumen un interesante conjunto de ensayos dirigidos tanto a especialistas en pensamiento económico como a estudiantes de ciencias sociales y humanidades interesados en conocer conceptos clave de la explicación económica del desarrollo. El recorrido temporal y temático de su contenido despierta, como todo buen libro, una serie de interrogantes para nuevas investigaciones. Esperamos que muchos de sus lectores busquen respuestas a esas preguntas y continuemos enriqueciendo nuestro conocimiento sobre el pensamiento económico de México.

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